No te lamentes por lo que ha ocurrido. Este cuaderno era un sueño que compartíamos, lo cual en sí mismo es algo hermoso. Una prueba de la verdad de mi intención, aunque el proyecto estuviera condenado.

De El Ritmo de la Guerra, página 27

Venli corría por los pasillos de Urithiru. Apartó a empujones a un grupo de humanos demasiado lentos para salir de su camino y luego se detuvo jadeando al llegar a ver la terraza.

Aquella canción… aquella canción le recordaba la voz de su madre.

Pero no era ella, por supuesto. La mujeren que estaba sentada en la terraza, cosiendo un tapete y cantando a Paz, no era Jaxlim. La pauta roja de su piel no era la misma y tenía los mechones demasiado cortos. Venli se apoyó en la piedra de la salida mientras los demás ocupantes de la terraza se fijaban en ella y la voz de la mujeren se interrumpía. Miró hacia Venli y empezó a canturrear a Ansiedad.

Venli dio media vuelta y se marchó, armonizando a Decepción. Esperaba no haber asustado a la gente. Una regia con aspecto tan frenético debía de haberlos sobresaltado.

Timbre latió en su interior.

—No paro de oír sus canciones —dijo Venli—. En las voces de la gente con la que me cruzo. No dejo de recordar los días en los que cantaba con ella. Echo de menos esos días, Timbre. La vida era sencilla entonces.

Timbre palpitó a lo Perdido.

—Ya no le quedaba mucho juicio cuando llegó mi traición —explicó Venli en respuesta a la pregunta de la spren—. Una parte de mí lo considera un consuelo, porque así nunca se enteró. De lo mío… En todo caso, fueron las tormentas lo que terminó matándola. Estaba con el grupo que escapó, pero huyeron a los abismos. Y entonces… hicimos lo que hicimos. Las llanuras se inundaron ese día… Timbre, se ahogó allí abajo. Murió por mi mano igual que si la hubiera apuñalado.

La pequeña spren latió de nuevo, reconfortante. Opinaba que Venli no tenía toda la culpa de lo que había hecho, porque las formas habían influido en su mente. Pero Venli había elegido esas formas.

Pensaba mucho en aquellos primeros días, después de liberar a Ulim. Sí, sus emociones habían cambiado. Había obedecido cada vez más a su ambición. Pero al mismo tiempo, no había reaccionado como Eshonai, que dio la sensación de convertirse en una persona completamente distinta al adoptar una forma de poder. Venli parecía más resistente, por algún motivo. Más ella misma, tuviera la forma que tuviera.

Eso debería hacer que armonizara a Alegría, pues solo podía deducir que la había ayudado a escapar de las zarpas de Odium. Pero también la volvía responsable de lo que había hecho. No podía echar la culpa a los spren ni a las formas. Había estado ella allí, dando aquellas órdenes.

Timbre latió. «Yo ayudé.» Y… sí, lo había hecho. Después de su aparición, Venli se había hecho más fuerte, más capaz de resistir.

—Gracias —dijo Venli—. Por eso y por lo que sigues haciendo. No merezco tu fe. Pero gracias.

Timbre palpitó. Había llegado el día. Rabeniel iba a pasárselo entero con Navani, y parecía estar disfrutando de lo lindo con la dificultad de manipular a la anterior reina. Eso dejaba libre a Venli. Se había procurado un saquito de gemas, algunas con luz del vacío y otras con luz tormentosa.

Ese día iba a comprobar lo que de verdad significaba seguir aquel camino de lo Radiante.

Ya había escogido una zona en la que practicar. Por los informes matutinos, Venli se había enterado de que los exploradores del Perseguidor estaban peinando a conciencia la decimocuarta planta. Casi todos los soldados de Rabeniel estaban ocupados vigilando a los humanos y no solían aventurarse a los pisos superiores. Así que Venli había elegido un lugar del séptimo piso, que el Perseguidor ya había registrado y estaba lejos de los centros más poblados.

Allí arriba la torre estaba en silencio, y Venli se sorprendió de que le recordara a los abismos de las Llanuras Quebradas. En aquellos huecos el sol también había sido difícil de evocar, y el lugar resplandecía del mismo modo con hermosa piedra.

Pasó los dedos por una pared, esperando notar rugosidades de las vibrantes líneas de estratos, pero la encontró lisa. Como las paredes de los abismos, en realidad. Su madre había muerto en aquellas profundidades. Con toda seguridad aterrorizada, incapaz de comprender lo que ocurría mientras el agua llegaba a mares y…

Venli armonizó a lo Perdido y dejó en el suelo su saquito de esferas. Sacó en primer lugar una de luz tormentosa y echó un vistazo en Shadesmar. No había vuelto a encontrar al vacíospren que había visto cerca de la celda de Rlain, a pesar de haber observado con cautela esos últimos días. Al final había juntado a Rlain con el cirujano y su esposa y los había llevado a los tres a ayudar a cuidar de los Radiantes caídos.

Shadesmar no reveló ningún spren oculto en ningún cremlino, así que Venli devolvió vacilante su visión al Reino Físico e inhaló una bocanada de luz tormentosa. Eso sabía hacerlo, ya que había practicado con Timbre a lo largo de los meses.

La luz tormentosa no funcionaba igual que la luz del vacío. En lugar de ir a su gema corazón, infundía su cuerpo entero. La notaba revolverse, una sensación más extraña que desagradable.

Puso la mano contra la pared de piedra.

—¿Te acuerdas de cómo lo hicimos la última vez? —preguntó a Timbre.

La pequeña spren latió insegura. Eso había sido muchos meses antes y había llamado la atención de los secretospren, por lo que habían parado enseguida. Pero Venli creía que solo había tenido que apretar la mano contra la pared y sus poderes habían empezado a activarse.

Timbre palpitó. No estaba convencida de que aquello fuese a funcionar con luz tormentosa, no con las defensas de la torre activadas. Y en efecto, cuando Venli intentó hacer… bueno, lo que fuese con la luz tormentosa, tuvo la sensación de que había como una muralla invisible bloqueándola.

No podía enviar la luz tormentosa a su gema corazón para almacenarla allí, no con el vacíospren atrapado dentro. Así que Venli dejó que la luz se agotara por su cuenta, soplando para acelerar el proceso. Luego sacó una esfera de luz del vacío. Esas podía conseguirlas sin demasiados problemas, pero no se atrevía a cantar la Canción de plegaria para crearlas ella misma. Temía atraer la atención de Odium. Parecía no estar haciéndole caso en los últimos tiempos, y Venli prefería que continuara así.

Timbre latió para darle ánimos.

—¿Estás segura? —preguntó Venli—. Por algún motivo, no me parece que esté bien usar esta energía para alimentar nuestras capacidades.

La respuesta palpitada de Timbre fue pragmática. Ya estaban usando la luz del vacío a diario, un poquito de la que tenían almacenada en la gema corazón, cada vez que empleaban los poderes de traducción de Venli. No estaba segura de si su capacidad de usar luz del vacío para los poderes Radiantes procedía del hecho de ser una regia o si cualquier cantor que entablara un vínculo podría hacer lo mismo.

Absorbió la luz del vacío como si fuese luz tormentosa y notó que infundía por completo su gema corazón. La luz del vacío no la impulsaba a moverse o actuar como había hecho la luz tormentosa. Lo que hacía era enardecer sus emociones, en ese caso volverla más paranoica, así que volvió a mirar en Shadesmar. Seguía sin haber nada alarmante.

Apretó la mano contra la pared de nuevo e intentó sentir la piedra. No con los dedos. Con el alma.

La piedra respondió. Pareció despertar como de un sueño profundo.

Hola, dijo, aunque el sonido pareció prolongarse demasiado. Venli estaba sintiendo las palabras más que oírlas. Eres… conocida.

—Soy Venli —dijo ella—. De los oyentes.

Las piedras temblaron. Hablaban con una sola voz, pero a Venli le daba la sensación de que a la vez eran muchas superpuestas. No la voz de la torre, sino las voces de los muchos sectores distintos de piedra que la rodeaban. Las paredes, el techo, el suelo.

Radiante, dijeron las piedras. Hemos… añorado tu contacto, Radiante. Pero ¿qué es esto? ¿Qué es ese sonido, ese tono?

—Luz del vacío —reconoció Venli.

Ese sonido es familiar, dijeron las piedras. Una hija de los antiguos. Amiga, ¿habéis regresado para cantar nuestra canción de nuevo?

—¿Qué canción? —preguntó ella.

La piedra cerca de ella empezó a ondularse, como la superficie de un estanque. Un tono inundó a Venli, y empezó a palpitar con la canción de un ritmo que no había oído nunca pero que, de algún modo, siempre había conocido. Un ritmo profundo, sonoro, antiguo como el núcleo de Roshar.

La pared entera empezó a hacer lo mismo, y luego el techo y el suelo, rodeándola de un ritmo hermoso armonizado a un tono puro. Timbre se unió a él jubiloso, y así el cuerpo de Venli se alineó con el ritmo, y ella lo sintió resonando en su interior, haciéndola vibrar desde el caparazón a los huesos.

Dio un respingo y puso la otra mano contra la piedra, anhelando sentir la canción en su piel. Había algo correcto en aquello, algo perfecto.

«Oh, tormentas —pensó—. Oh, ritmos antiguos y nuevos. Esto es a lo que pertenezco.»

Y de verdad pertenecía a aquello.

Hasta entonces, todo lo que había hecho con Timbre había sido accidental. Había tenido un impulso. Venli había tomado decisiones a lo largo del proceso, pero nunca había tenido la impresión de que fuese algo que merecía. Era más bien un camino en el que había caído, y que había seguido porque era mejor que las demás opciones.

Pero aquello… aquello era a lo que pertenecía.

Recuerda, dijeron las piedras.

El suelo delante de ella dejó de ondularse y creó formas. Pequeños hogares hechos de piedra, con figuras de pie junto a ellos. Dándoles forma. Los oyó canturrear.

Los vio. Personas de la antigüedad, los cantores del alba, trabajando la piedra. Creando ciudades, herramientas. No necesitaban el moldeado de almas ni las fraguas. Hundían varas de madera en la piedra y sacaban hachas. Creaban cuencos con los dedos. Y durante todo el tiempo, la piedra les cantaba.

Siénteme, escultora. Crea a partir de mí. Somos una. La piedra esculpe tu vida igual que tú esculpes la piedra.

Bienvenida al hogar, hija de los antiguos.

—¿Cómo puede ser? —preguntó Venli—. Entonces no existían los Radiantes. Los spren no se vinculaban con nosotros… ¿verdad?

Las cosas son nuevas, vibraron las piedras, pero las cosas nuevas se crean a partir de las antiguas, y los viejos pueblos dan la vida a los nuevos. Las piedras antiguas recuerdan.

Las vibraciones cesaron, remitiendo de poderosas palpitaciones a diminutas ondulaciones y luego al silencio. Los hogares y la gente se derritieron de vuelta al ordinario suelo de piedra, aunque los estratos de aquel lugar habían cambiado. Como para reflejar las anteriores vibraciones.

Venli se arrodilló. Al cabo de unos minutos, respirando a bocanadas, se dio cuenta de que se le había agotado por completo la luz del vacío. Buscó en su saquito y encontró todas las esferas opacas salvo un solo marco. Había consumido la luz de aquellas esferas a una velocidad apabullante. Pero aquel momento de canción, aquel momento de conexión, sin la menor duda había valido el precio.

Absorbió el marco que le quedaba y, titubeante, volvió a poner la mano contra la pared. Encontró la piedra dispuesta y maleable, animándola y llamándola «escultora». Utilizó la luz para infundir su propia mano, haciéndola brillar en violeta sobre negro. Cuando apretó el pulgar contra la piedra, notó que cedía, como si se hubiera convertido en arcilla de crem.

Venli presionó con la mano entera hacia el interior de la piedra, dejando allí una huella mientras sentía el ritmo, suave pero todavía presente. Entonces sacó un poco de la roca y la moldeó con los dedos. Hizo una bola con ella y la viscosidad parecía responder a sus deseos, porque cuando extendió el brazo hacia delante y la imaginó haciéndolo, la roca se derritió en un charquito. Venli la soltó y la piedra repicó contra el suelo, endurecida pero marcada por sus dedos.

La recogió y volvió a ponerla en la pared, donde se fundió con la piedra de allí como si Venli nunca la hubiera sacado.

Al terminar, se quedó pensativa.

—Quiero esto, Timbre —susurró, secándose los ojos—. Necesito esto.

Timbre palpitó emocionada.

—¿Cómo que «ellos»? —preguntó Venli.

Alzó la mirada y distinguió luces en el pasillo. Armonizó a Ansiedad, pero entonces las luces se aproximaron. Los tres pequeños spren eran como Timbre: tenían forma de cometa y anillos de luz palpitando a su alrededor.

—Esto es peligroso —siseó Venli a Reprimenda—. No deberían estar aquí. Si los ven, los vacíospren los destruirán.

Timbre latió que los spren no podían destruirse. Si se los cortaba con una hoja esquirlada, volvían a cobrar forma. Pero Venli no estaba tan convencida. Seguro que los Fusionados podrían hacer algo. ¿Atraparlos en un frasco? ¿Encerrarlos en algún lugar apartado?

Timbre insistió en que podían pasar a Shadesmar si ocurría eso, y ser libres. Bueno, pero seguía siendo arriesgado, dijera lo que dijese Timbre. Aquellos spren parecían más… despiertos de lo que había esperado, sin embargo. Flotaron alrededor de ella, curiosos.

—¿No decías que los spren como tú necesitaban un vínculo para ser conscientes en el Reino Físico? ¿Un ancla?

La explicación de Timbre llegó acompañada de una leve vergüenza. Aquellos spren anhelaban vincularse con los amigos de Venli, con sus escuderos. Eso era lo que les había concedido acceso a los pensamientos y la estabilidad en el Reino Físico. Venli era el ancla.

Asintió.

—Diles que de momento salgan de la torre. Si de pronto mis amigos empiezan a manifestar poderes Radiantes, y si la piedra empieza a cantar en sitios donde otros puedan verlo, podríamos tener problemas muy graves.

Timbre latió, desafiante. ¿Cuánto tiempo?

—Hasta que encuentre la forma de salir de este lío —respondió Venli. Apretó la mano contra la pared y escuchó el suave y satisfecho canturreo de las piedras—. Soy como un bebé dando sus primeros pasos. Pero esto podría ser la respuesta que necesitamos. Si logro esculpir una ruta de escape por los túneles derrumbados de abajo, debería poder sacarnos a hurtadillas. A lo mejor hasta podríamos hacer que pareciera que hemos muerto en otro derrumbamiento, y así cubrir nuestra huida.

Timbre latió alentadora.

—Tienes razón —dijo Venli—. Juntas podemos hacerlo. Pero tenemos que ir despacio, con cuidado. Me apresuré a buscar nuevas formas y resultó ser un desastre. Esta vez vamos a hacer las cosas bien.

El ritmo de la guerra. El Archivo de las Tormentas IV
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