Las muertes de Devoción y Dominio me perturban sobremanera, ya que no había sido consciente de que este inmenso poder que ostentamos pudiera fragmentarse de ese modo. En mi mundo, el poder siempre se ha congregado y buscado un nuevo recipiente.

En la cuarta jornada de travesía, Shallan de verdad estaba pasándolo bien. Lo más cerca que habían estado de correr peligro había sido cuando vieron a un par de Fusionados volando en la lejanía tres días antes. Los humanos se habían metido a toda prisa en su escondrijo, la carpa extendida entre dos montones de equipaje en la parte trasera de la barcaza, pero no tenían por qué preocuparse. Los Fusionados no se habían desviado en dirección a la barcaza.

Aparte de ese acontecimiento, Shallan había podido dedicar su tiempo a dibujar despreocupada. Salvo, por supuesto, cuando los crípticos la encontraban.

Les encantaba verla dibujar. En esos momentos la rodeaban los cuatro: Patrón y los otros tres spren vinculados a sus agentes. Como grupo zumbaban y tarareaban y daban saltitos, observando cómo Shallan intentaba bosquejar a Ua’pam de pie en la parte alta de la cubierta de la barcaza.

Shallan estaba acostumbrada a la presencia de Patrón. De hecho, se alegraba de tenerlo con ella, disfrutaba de la forma en que zumbaba cuando oía algo que sabía que no era cierto, de cómo disparaba preguntas sobre las actividades humanas más cotidianas. Pero cuando estaba rodeada de los cuatro, la serenidad de Shallan empezaba a derrumbarse en un mar de pánico.

Casi había olvidado lo asustada que estuvo cuando aquella extraña figura con un símbolo por cabeza había empezado a aparecer en sus dibujos. Pero ahora lo recordaba. Huyendo por los pasillos de Kharbranth, su cordura desmadejándose mientras bosquejaba el pasillo a su espalda lleno de crípticos. Había estado mirando en Shadesmar. Su mente subconsciente había empezado a percibir a los spren tal y como aparecían en el Reino Cognitivo.

La misma tensión le retorcía las entrañas en ese momento, haciendo fuertes y marcadas las líneas de su lápiz. Trató de reprimir la sensación. No había motivo para que sintiera que tenía que correr, revolverse, chillar.

Sus líneas eran demasiado oscuras, demasiado rígidas, para capturar como era debido la Memoria de Ua’pam con un pie subido a la regala, su aspecto de explorador dispuesto a emprender una aventura. Shallan intentó relajarse dibujando una caprichosa imagen de la luz del sol fluyendo a su alrededor. Eso, sin embargo, hizo que los cuatro crípticos empezaron a zumbar de emoción.

—¿Podríais retroceder todos y dejarme espacio? —pidió Shallan a las criaturas.

Ellos no ladearon la cabeza como podrían haber hecho los humanos, pero Shallan percibió confusión en la forma en que sus patrones se aceleraron. Entonces, como si fueran uno solo, los cuatro dieron exactamente un paso hacia atrás. Luego procedieron a inclinarse hasta quedar incluso más cerca de ella.

Shallan suspiró y, mientras seguía dibujando, vio que estaba plasmando mal el brazo de Ua’pam. Los spren eran difíciles, porque no tenían del todo las mismas proporciones que los humanos. Los crípticos empezaron a zumbar de emoción.

—¡Eso no es una mentira! —exclamó Shallan, cogiendo su borrador—. Es un error, zoquetes.

—Mmmm… —dijo Ornamento. La críptica de Berila tenía un patrón fino, delicado como el encaje, y la voz chillona—. ¡Zoquete! Soy una zoquete. Mmmm.

—Un zoquete es una persona o un spren estúpido —explicó Patrón—. ¡Pero ella lo ha dicho en tono cariñoso!

—¡Estúpidamente cariñoso! —dijo Mosaico. Era la críptica de Vathah, y su patrón tenía líneas puntiagudas. A menudo incluía en el ciclo partes rapidísimas que se ondulaban como la escritura de las mujeres—. ¡Contradicción! ¡Maravillosa y bendita contradicción de sinsentido y complicación humana de estar viva!

Motivo, el críptico de Ishnah, se limitó a hacer un puñado de chasquidos en rápida sucesión. No dominaba bien el alezi, por lo que prefería hablar en el idioma de los crípticos. Los demás empezaron a charlar a toda velocidad entre ellos y, en la cacofonía de superposiciones, Shallan perdió la pista a Patrón. Durante un momento, fueron todos solo un batiburrillo de criaturas alienígenas, apiñadas y con sus patrones casi tocándose. El cercano sonido de las cuentas chocando entre ellas se parecía a la cháchara de centenares de crípticos. De millares. Observándola. Siempre observándola…

Radiante acudió en su rescate. Radiante, que había entrenado para no dejar que la distrajera el caos de la batalla, con sus ruidos atronadores y sus gritos constantes. Cuando ella tomaba el control, traía consigo una cierta estabilidad. No sabía dibujar, de modo que guardó el cuaderno. Se disculpó con los crípticos y fue a la popa de la barcaza, donde se quedó observando las cuentas ondulantes hasta que Shallan se recuperó y emergió.

—Gracias —dijo mientras Radiante se retiraba.

Shallan escuchó el pacífico sonido de las cuentas, siempre revolviéndose. Quizá no fuesen solo los crípticos lo que la molestaba. Después de pasar varios días en la barcaza dedicándose a dibujar, había llegado el momento de afrontar el problema de encontrar al espía. Respiró hondo y empezó a ceder el control a Velo.

No, dijo Velo.

¿No? Dijiste que hoy podríamos buscar al espía, insistió Shallan.

Y eso haremos. Tú. Con mi ayuda.

¿Esto es en castigo porque incumpliste el pacto?, preguntó Shallan.

En cierto modo. Quiero entrenarte en un poquito de espionaje.

No me hace falta, pensó ella. Te tengo a ti.

Concédemelo. Lo necesito.

Shallan suspiró, pero aceptó. No podían compartir habilidades, como demostraba la nula capacidad de Velo para el dibujo. Ella sabía de espionaje, Radiante sabía manejar la espada y Shallan tenía la capacidad para el tejido de luz de las tres. Y su sentido del humor.

Venga, por favor, pensó Radiante.

—Bueno, ¿y cómo empezamos? —preguntó Shallan.

Tenemos que poner a prueba a los tres sujetos, dijo Velo, y colocar un…

Un momento, pensó Radiante. ¿Antes no deberíamos estar absolutamente seguras de que el dispositivo de comunicación no puede haberse movido de otra manera, ya que estamos considerándolo una prueba de que el espía nos acompaña en esta misión?

Shallan apretó los dientes. Velo dio un suave suspiro.

Pero las dos estaban de acuerdo en que Radiante, por desgracia, tenía razón. Así que Shallan fue paseando hasta la gran tienda que habían levantado en la cubierta de la barcaza, utilizando cajas y lonas. Se parecía más a una cueva enorme. Aunque en Shadesmar no era necesario protegerse de los elementos, así se sentían más cómodos.

Shallan se agachó para entrar y fue al reservado hecho de cajas que compartía con Adolin. Había dejado su cofre sin vigilar; al fin y al cabo, quería atrapar a la persona que estaba haciendo aquello, no estar siempre rondando el lugar y revelar lo que sabía.

De momento, abrió la cerradura del cofre y comprobó el dispositivo. No habían vuelto a moverlo, que ella pudiera determinar. Pero no confiaba en la cerradura del cofre. Tyn había sido capaz de forzar la mayoría de las cerraduras que encontraba, y además, en el Reino Físico por lo menos, los spren eran capaces de colarse por huecos como el de una cerradura. Shallan había visto a Syl hacerlo, por no mencionar a Patrón.

Cerró el cofre y, después de comprobar que no había nadie mirando hacia el reservado de cajas, inclinó el cofre hacia un lado y luego hacia el otro. Cuando volvió a mirar dentro, el aparato apenas se había movido. Lo había encajado con la suficiente firmeza entre libros y materiales de dibujo para que no pudiera haberse volcado por su cuenta.

¿Satisfecha?, preguntó.

, dijo Radiante. No podría haberse quedado apoyado en otra cara sin que antes lo sacaran del cofre.

Estoy de acuerdo, dijo Velo.

Y no lo hemos hecho nosotras, ¿verdad?, preguntó Radiante con énfasis.

Era una pregunta incómoda. Las otras dos no siempre eran conscientes de lo que hacía quien tenía el control. En los últimos tiempos solían trabajar juntas, renunciando al mando mediante una decisión consciente, ayudándose entre ellas. Pero había días peores. Shallan no podía recordar todas las cosas que había hecho Velo durante el día en que se había apoderado del cuerpo, por ejemplo.

Yo no lo moví, dijo Velo. Lo prometo.

Yo tampoco, dijo Radiante.

—Ni yo —susurró Shallan.

Y sabía que era cierto. Ninguna de las tres lo había movido, aunque Sinforma la tenía preocupada. ¿Era posible que una parte de su mente la estuviera traicionando? No creía que esa parte fuese siquiera consciente, ni real, todavía.

No fuimos nosotras, dijo Velo. Eso lo sé, Shallan. Tienes que confiar en ello.

Shallan confiaba. Y eso era lo que la había perturbado tanto al ver que el dispositivo estaba desplazado. Era una prueba concreta de que alguien de su equipo estaba mintiéndole.

Muy bien, dijo Velo. He repasado los lugares en los que perdimos de vista el cofre… y no tengo buenas noticias. Hubo un montón de ocasiones en las que se quedó solo en Urithiru. No llegaremos a ninguna parte intentando descubrir quién pudo acceder a él, y mucho menos desde esta barcaza.

—Sigo pensando que ojalá te ocuparas tú de esta parte —le susurró Shallan.

Mala suerte. Sal para fuera y empezaremos.

Pero al salir, la interceptó Patrón. Llegaba caminando, con los dedos entrelazados por delante.

—Mmm… —dijo—. Siento lo de antes. Se han emocionado demasiado. Los otros no tienen tanta experiencia con los humanos.

—Tienen a sus Radiantes —señaló Shallan.

—Sí. Eso no son humanos. Es un humano para cada uno.

—Tú solo me tienes a mí.

—¡No! Antes de ti, estudié a los humanos. Hablaba mucho de ellos. Soy muy famoso.

—¿Famoso?

Muy famoso. —Su patrón se aceleró—. Los crípticos no solemos entrar en las ciudades de otros spren. No somos bien recibidos. Yo fui. Observé a los humanos en Shadesmar, ya que habíamos planeado encontrar a humanos para vincularnos de nuevo. Los otros crípticos se quedaron impresionados por mi valentía.

—Sí, qué valiente —dijo Shallan—. Porque los humanos tenemos fama de morder.

—Ja, ja. Sí, morder. Y romper vuestros juramentos y asesinar a vuestros spren. Ja, ja.

Shallan hizo una mueca, aunque aquellos hubieran sido los actos de otros Radiantes, no de los de su generación. O al menos no de los Radiantes más nobles, como Kaladin o Dalinar.

Cerca, en el centro de la cubierta, los otros tres crípticos estaban charlando con las cabezas muy juntas.

—¿No te parece raro que los crípticos acabaran con los Tejedores de Luz, la orden Radiante con más artistas de todas? —preguntó Shallan—. ¿Vosotros, que no podéis mentir y que sois en esencia ecuaciones numéricas andantes?

—Sí que podemos mentir —dijo Patrón—. Lo que pasa es que en general no se nos da nada bien. No es raro que acabáramos con vosotros. Nos gustáis, igual que a una persona le gusta la comida nueva o los lugares nuevos. Además, el arte es matemática.

—Qué va a serlo —protestó Shallan, ofendida—. El arte y la matemática vienen a ser opuestos.

—Mmm. No. Todas las cosas son matemática. El arte, sobre todo, es matemática. Tú eres matemática.

—Si es así, soy de la que tiene un número incorrecto tan oculto en la ecuación que nunca soy capaz de encontrarlo y siempre me da mal.

Dejó a Patrón y caminó por la cubierta de la barcaza, pasando junto a varios cumbrespren de los que emanaba luz fundida a través de las grietas de su piel. Muy por arriba se habían formado nubes, las acostumbradas de aquel lugar que apuntaban hacia el lejano sol como un camino. Aquellas nubes no parecían moverse siguiendo las pautas climáticas normales, sino que aparecían y desaparecían a medida que avanzaba la barcaza. ¿Tendría algo que ver con el ángulo desde el que se miraban?

Muy bien, Velo, pensó, ¿qué hacemos?

Existen varias formas de descubrir a un espía, pensó Velo. Nuestra posición es ventajosa, ya que sabemos que nuestro espía se ha comunicado directamente con Mraize hace poco y es muy probable que vuelva a hacerlo. Además, tenemos a tres sospechosos concretos, una cifra manejable.

Vamos a probar dos métodos distintos para encontrar al espía. El primero es pillarlo en una mentira o una fechoría del pasado, y entonces apretar hasta que se ponga incómodo y reconozca más cosas de las que pretendía. Todo el mundo se siente culpable por algo.

—Menos Radiante —apuntó Shallan.

No estés tan segura, respondió Velo. Pero si ese método no funciona, intentaremos otra cosa, que cuesta más tiempo pero es más probable que salga bien. Buscaremos la forma de proporcionar a cada sospechoso una pequeña información falsa distinta, la cual él a su vez transmitirá a Mraize. Dependiendo de qué información se filtre, sabremos quién la difundió e identificaremos a nuestro espía.

Es bastante inteligente, comentó Radiante.

Bueno, es más habitual que inteligente, tuvo que reconocer Velo. Es un método probado y comprobado, y nuestro mayor problema si lo usamos es que estoy segura de que Mraize lo conoce. Así que tendremos que ser muy sutiles. Y podría no funcionar, ya que requiere que Mraize no solo reciba esta información, sino que no sospeche de ella ni nos la atribuya a nosotras.

Por suerte, nos queda un viaje largo por delante, así que si no funciona ninguno de esos métodos, podremos intentar alguna otra cosa. El caso es que, de momento, probar esto hoy será un buen ejercicio para que Shallan practique.

—No necesito práctica —susurró ella—. Te tengo a ti.

Pero Velo estaba en plan tozudo, así que Shallan cruzó la cubierta hasta el lugar donde Ishnah ayudaba a Ua’pam y Unativi, su primo, el capitán de la barcaza, a manifestar bienes.

Era como se creaba casi todo en Shadesmar, desde la ropa hasta el material de construcción. Los spren no extraían piedra de las canteras ni hilaban fibras, sino que tomaban las almas de los objetos del mundo físico y las «manifestaban». La palabra se refería a hacer que la cuenta del objeto en el lado de Shadesmar reflejara su naturaleza física.

Ua’pam sostuvo en alto una cuenta y la inspeccionó. Shallan podía sentir las almas de los objetos al tocar las cuentas, aunque a Velo le costaba más hacerlo y Radiante no era capaz en absoluto. Los spren también tenían distintos grados de habilidad, y la verdadera capacidad de manifestar no era muy frecuente.

Ua’pam apretó la cuenta contra la cubierta y luego levantó un chip de diamante que brillaba de luz tormentosa con la otra mano. Absorbió la luz de forma muy parecida a como lo haría un Radiante, inhalándola a sus pulmones. Shallan había oído que hacerlo vigorizaba a los spren, haciéndolos sentir alerta y despiertos; podían alimentarse de luz, aunque no la necesitasen para sobrevivir. Ua’pam utilizó de inmediato esa luz tormentosa para manifestar la cuenta.

La mano que tenía el alma apretada contra la cubierta empezó a brillar, y entonces algo floreció por debajo de ella. El spren se levantó mientras una ornamentada mesa de madera emergía bajo su mano, creciendo como una planta a una velocidad muy acelerada.

—¡Que bonita! —exclamó su primo, Unativi, dando palmadas. Sonó como rocas golpeando entre ellas—. ¡Estamos de suerte! Una mesa estupenda.

Ua’pam, con los hombros hundidos de agotamiento, asintió y dejó caer la esfera opaca a un lado para que la atrapara Ishnah. A los spren no les interesaba demasiado el valor de casi ninguna gema, sino solo la luz tormentosa. La cuenta que había sido el alma de la mesa había desaparecido, reemplazada por el objeto en sí. Lo más interesante era que, al menos que Shallan supiera, la mesa real en el mundo físico no se veía afectada por ese proceso.

Shallan centró su atención en Ishnah, que en ese momento intentaba bosquejar la transformación. Shallan había pedido a la exladrona que practicara sus habilidades artísticas para poder imitar mejor a las mujeres ojos claros.

—Te sorprende lo bonita que es esta mesa —dijo Ishnah a Unativi. Extendió el brazo para tocarla—. ¿No sabías lo que iba a crearse antes de este momento?

—No —respondió Unativi—. Entiéndelo. Yo encuentro mueble. Sé que es mueble. Pero ¿cómo de bonito? —El cumbrespren separó las manos en un gesto de ignorancia.

—Debo trabajar más hoy —añadió Ua’pam—. La luz tormentosa de las gemas se agota, pero las manifestaciones duran mucho. Muchos meses sin reinfusión, si lo hace alguien con habilidad. —Dio una palmada en la mesa—. Yo tengo habilidad.

—Así que creáis tanto cargamento como podéis —dijo Ishnah, señalando las muchas sillas, mesas y demás muebles que los rodeaban—, antes de que la luz tormentosa que os dimos se agote. Así podéis vender lo que creasteis.

—¡Sí! —exclamó Unativi—. Además, mi primo hace el trabajo duro. Él es mejor.

—Tú tienes habilidad —dijo Ua’pam.

—Tú tienes más. —Unativi negó con la cabeza—. Yo necesito habilidad. Pero tú marchas a perseguir humanos. Mal de la cabeza. ¿Vas a luchar?

—Odium viene —dijo Ua’pam en voz baja—. Odium vendrá aquí. Debemos luchar.

—Podemos huir.

—No podemos.

Los dos se quedaron mirándose entre ellos y Shallan tomó notas mentales para incorporarlas a su historia natural. Era demasiado frecuente que los humanos, e incluso algunos spren, dieran por sentado que todos los spren se parecían mucho a grandes rasgos en personalidad y temperamento. Era falso. Quizá no estuvieran tan fracturados como las muchas naciones de los humanos, pero no constituían una única cultura.

Céntrate, pensó Velo. El libro que quieres escribir es emocionante, pero deberíamos hacer algún progreso hoy en el espía antes de volver a distraernos.

Cada uno de los tres Tejedores de Luz era sospechoso a su propia manera, Berila quien más en esos momentos. Dicho eso, Ishnah había trabajado con verdaderos ladrones en el pasado, y era la única agente que había acudido a Shallan en vez de ser reclutada. Ishnah había trepado hasta ser la mano derecha de Shallan, y era la integrante más diestra de su Corte Inadvertida.

Lo que más sospechosa hacia a Ishnah era la fascinación que había tenido con los Sangre Espectral. Pensar en ella como en una traidora hacía que a Shallan se le atenazaran las entrañas, pero se obligó a afrontar el problema, con Radiante vitoreándola.

Shallan se acercó a hablar con Ishnah mientras los dos cumbrespren regresaban al trabajo.

—Pareces abrumada —comentó Shallan—. ¿Te encuentras bien?

—Ya había visto este lugar, brillante… —Ishnah cerró su cuaderno y miró las cuentas que se removían por debajo—. Cuando practico el moldeado de almas, está ahí. Veo las almas de los objetos, oigo sus pensamientos. He soñado con este mundo, pero estar aquí es otra cosa. ¿Tú alguna vez… sientes algo? ¿Abajo, en el océano?

—Sí —reconoció Shallan. Se apoyó en la borda de la barcaza. Ishnah imitó su postura.

Es el momento, dijo Velo. Intenta manejar la conversación de forma que implique que conoces algún secreto, algo de lo que ella tendría que avergonzarse.

Dirigir conversaciones, por suerte, era algo cómodo para Shallan. Se le daban bien las palabras. Mejor que a Velo en muchos casos.

—Este mundo tiene sus corrientes, Ishnah —dijo Shallan—. Se mueven sin ser vistas. Pueden arrastrarte hacia abajo de repente, de golpe, cuando crees que estás nadando perfectamente a salvo.

—No… no sé muy bien a qué te refieres, brillante.

—Yo creo que sí.

Ishnah apartó la mirada de inmediato.

¡Ajá!, exclamó Velo en su mente. Ya vamos acercándonos.

Demasiado fácil, pensó Radiante. No te precipites.

—Todos mentimos, Ishnah —prosiguió Shallan—, sobre todo a nosotros mismos. Es lo que nos convierte en Tejedores de Luz. El propósito de los Ideales, sin embargo, es hacer que aprendamos a vivir por la verdad. Tenemos que ser algo mejor, convertirnos en algo mejor, para ser dignos de nuestros spren.

Ishnah no respondió. Se quedó mirando las cuentas del océano que pasaban por debajo.

Dale tiempo, aconsejó Velo. No tengas prisa por llenar el silencio.

Shallan obedeció y el silencio enseguida se hizo incómodo. Vio que Ishnah había cambiado de postura y no la miraba a los ojos. Sí, se sentía culpable por algo.

Y ahora, aprieta.

—Dilo, Ishnah —urgió Shallan—. Es hora de contármelo.

—Yo… no sabía qué iban a hacer con el dinero, brillante —dijo Ishnah por fin—. No pretendía que… O sea, yo solo intentaba ayudar.

¿Dinero?, pensó Radiante.

Mierda, pensó Velo. Ha picado el pez que no era.

Shallan dejo que la conversación se impregnara de más silencio incómodo incluso. La gente lo odiaba, y muchas veces haría cualquier cosa por acabar con el.

—¿Cómo lo has sabido? —preguntó Ishnah.

—Tengo mis maneras.

—Debería haber sabido que no podría mantenerlo en secreto —dijo Ishnah.

De pronto parecía más joven, inquieta mientras hablaba. Era mayor que Shallan, pero tampoco por tanto. Lo bastante mayor para que se la considerara una adulta de pleno derecho. Lo bastante joven para no creérselo todavía.

—Mis viejos amigos de los bajos fondos acudieron a mí —dijo Ishnah—. Estaban muy apurados de dinero, ya sabes. Todos íbamos siempre de tipos duros, porque es como tienes que actuar. Finges que eres importante, finges que eres peligroso, pero en realidad estás raspando crem para sobrevivir.

»Así que empecé a pasarles una parte de mi estipendio, en teoría para ayudar a que salieran de aquella vida. —Se llevó la mano a la frente—. Padre Tormenta, qué idiota soy. Hasta yo puedo oír lo inocente que suena eso, ahora que lo digo en voz alta. Debería haber sabido que solo veían en mí una oportunidad. Todo el mundo es un objetivo. “A Ishnah le está yendo bien, ¿eh? ¿Y qué pasa con los demás?” Por supuesto que iban aprovecharlo para montar otro chanchullo.

Que vergüenza, pensó Velo. ¿Cómo puede ser que no me enterara antes?

—Bueno —dijo Shallan en voz alta—, me alegra saber que no estás financiando un proyecto criminal a propósito.

—¿Podríamos arreglarlo sin llamar la atención? No es tan grave como puedas haber oído. O… bueno, supongo que eso no me corresponde a mí juzgarlo. Compraron unas casas de timbas y pusieron en marcha una red de «protección» en los mercados de peor calaña. Mi dinero les sirvió para contratar a unos pocos matones y… sé que empezaron a utilizar mi nombre como prueba de que tenían autoridad. —Ishnah suspiró—. ¿Cuanto sabe la reina?

—De verdad que no estoy segura —respondió Shallan—. Yo no se lo he dicho.

—Si te sirve de algo, les cerré el grifo el mes pasado, cuando me enteré de lo que estaban haciendo.

Apretemos un poco más, decidió Velo. Menciona a Mraize, sugiere que él estaba implicado. A ver si se le escapa algo.

—¿Cuándo empezó a involucrarse Mraize? —preguntó Shallan.

Ishnah ladeó la cabeza y arrugó la frente.

—¿Quién?

—Los Sangre Espectral, Ishnah.

La mujer más bajita palideció y su mano pareció temblar de verdad cuando volvió a apoyarla en la regala.

—¡Padre Tormenta! ¿Yo hice…? ¿Ellos…?

—Han contactado contigo, lo sé.

—¡Si lo han hecho, yo no sabía que eran ellos! —exclamó Ishnah, agitada. Flaqueó contra la borda—. ¿Qué pasó? ¿Fue ese hombre al que amenazó Den? ¿Era…? Tormentas, brillante. Menuda metedura de pata.

Shallan se quedó donde estaba, con las manos agarradas entre sí, intentando decidir si Ishnah estaba fingiendo. No podía convencerse a sí misma de que sí: Ishnah parecía anonadada de verdad por la sugerencia de que los Sangre Espectral pudieran haber reparado en la pequeña estafa de sus amigos. Hasta llegó a ver un vergüenzaspren que nadaba entre las cuentas hacia ellas. Eran muy raros de ver allí fuera, ya que en el Reino Físico estaban cruzando montañas donde no vivía nadie.

Si está mintiendo, es lo bastante buena para engañarme, dijo Velo.

—Creía que había escapado de la clandestinidad —susurró Ishnah—. Acudí a ti pensando que eras poderosa. El poder era lo único que quería… pero entonces vi algo más. Vi una forma de ser libre. Todos los demás llevan unas vidas muy normales en la luz. Sin cordeles que tienen ellos hacia la oscuridad. Parecen felices. Por lo visto, era demasiado suponer que de verdad podría salir de allí y mi lugar estaría en la luz…

Tormentas. Shallan se relajó y puso la mano libre en el hombro de Ishnah, avergonzada de haber provocado tanto dolor a su amiga.

Es una emoción tonta, pensó Velo. Si Ishnah quiere dejar su antigua vida, le estamos haciendo un favor al revelar esto.

¿Y cómo nos sentiríamos nosotras?, preguntó Shallan. ¿Cómo nos sentiríamos si alguien nos obligara a reconocer todos nuestros defectos, todas nuestras mentiras, y los colgara a la vista de todos como un cuadro inacabado?

—Nos ocuparemos de esto cuando volvamos, Ishnah —dijo Shallan—. Y te prometo que te ayudaré a resolverlo. Diste un mal paso, pero esos los damos todos cuando buscamos nuestras verdades. Y tu lugar sí que está en la luz. Estás ahí ahora mismo. Quédate en ella conmigo.

—Lo haré —prometió Ishnah.

—De momento, si oyes a alguien mencionar a los Sangre Espectral, ven a hablar conmigo de inmediato.

—Por supuesto, brillante. Y gracias. Por no rendirte del todo conmigo, quiero decir.

Bien hecho, pensó Velo. Y ahora, colémosle alguna información que pueda pasar a Mraize, si es ella quien lo informa.

Dudo muchísimo que Ishnah sea la espía, Velo, dijo Radiante. Tú misma has señalado que no podría engañarte.

No he señalado eso en absoluto, replicó Velo. He dicho que, si es la espía, actúa mejor que yo. Lo cual la volvería extremadamente peligrosa. Shallan, piensa en algo que puedas contarle que sea lo bastante particular e interesante para que merezca la pena informar de ello, pero de lo que no vaya a hablar con nadie más del equipo.

Una petición bastante complicada. Pero Velo no parecía dispuesta a darle más consejos, así que Shallan se lanzó a la carga.

—Escucha —dijo a Ishnah—. Tú concéntrate en ayudar con la misión. Me gusta que estés tomando apuntes sobre la manifestación. Nos serán útiles.

Ella asintió.

—¿Quieres que haga alguna otra cosa?

Shallan se lo pensó, dando golpecitos con el dedo contra la cubierta.

—Ten los ojos abiertos por si ves algún spren con pinta rara —dijo en voz baja—. ¿Te acuerdas de Sja-anat?

—Sí —respondió Ishnah. Shallan había hablado de la Deshecha con ella y con unos pocos más.

—Creo que he visto pasar volando antes a un vientospren corrompido. No estoy segura, así que no se lo digas a nadie. No quiero que se alarmen. Pero ya que vas a estar aquí atrás viendo cómo manifiestan cosas, estate atenta, ¿quieres? Y si ves algún spren extraño, dímelo, ¿de acuerdo?

—Lo haré. Gracias, brillante. Por tu confianza.

Shallan apretó el brazo de Ishnah para darle ánimos y se marchó.

¿Qué tal ha ido?, preguntó.

No está mal, dijo Velo. Tu advertencia evitará que hable del tema con los demás Tejedores de Luz, y los spren corrompidos son también un tema en el que Mraize está muy interesado. Así que, si habla con él, es muy probable que le pase la información. Si encuentras la forma de decir a los otros que has visto un spren distinto, habremos plantado justo la semilla que nos interesa.

Yo no creo que vaya a funcionar, objetó Radiante. La idea es buena, pero no veo claro que vaya a informar a Mraize de un detalle tan insignificante.

Te sorprenderías, respondió Velo. La gente siempre está ansiosa por demostrar lo importante que es su misión, y no paran de buscar cosas interesantes de las que informar. Tú sigue, Shallan. Lo estás haciendo muy bien.

Sintiéndose reafirmada, Shallan fue a buscar a Berila. Tras la conversación que acababan de mantener, Ishnah había pasado a ser la espía menos probable. Además, Ishnah había ayudado a identificar la manera en que había muerto Ialai. Y Mraize sabría que Ishnah había querido unirse a los Sangre Espectral y que, por tanto, resultaría sospechosa.

Lo más seguro era que fuese uno de los otros dos. Y Berila era la decisión evidente. Shallan no había pasado por alto que Sidéreo se había retirado de la misión en el último momento y Berila había ocupado su puesto, lo que era una señal clara. Pero ¿quizá demasiado obvia?

Berila tenía turno de moldeado de almas. El día anterior habían amarrado en una pequeña franja de tierra firme, que representaba un río en el Reino Físico, y habían sacado los picos para cortar unos pedazos del terreno de obsidiana. Shallan había tardado poco en comprender por qué los spren de aquel reino no utilizaban la obsidiana para nada más que hacer algún arma de vez en cuando: la roca era dura, difícil de trabajar y se hacía añicos como el cristal si recibía un golpe.

Pero aunque no serviría como material de construcción, habían logrado transformarla en comida por moldeado de almas. La piedra de allí anhelaba convertirse en otra cosa y no costaba nada convencerla de que cambiara. Ese día, Berila estaba arrodillada junto a una piedra que habían tallado y practicaba a transformarla en alimento.

Shallan se quedó cerca contemplando la alta figura alezi de Berila, con su voluptuoso cabello oscuro y su tono de piel bronceado a la perfección. A Velo le recordaba a Jasnah, solo que con un aire más relajado.

Utiliza el tejido de luz para mejorar su apariencia, se fijó Velo. Seguro que lo hace por instinto.

Ese día Berila llevaba una falda larga en vez de havah, complementada con una parte de arriba sin mangas y guantes de seda hasta los codos. Se había quitado el guante de la mano libre y estaba extendiendo sus delicados y ágiles dedos para acariciar el pedazo de obsidiana. Puso cara de concentración y el pedrusco se convirtió en grano de lavis en un abrir y cerrar de ojos. El montón de lavis retuvo la forma de la obsidiana durante un instante y luego se derrumbó y se extendió sobre la tela de debajo.

—¿Brillante? —dijo Berila, levantando la mirada de su trabajo. Era ojos oscuros, como muchas soldaderas, aunque en realidad eso ya no importaba. Era más relevante que aún no había obtenido su hoja esquirlada—. ¿Estoy haciendo algo mal?

Berila había aprendido a tejer luz por su cuenta, apartada de la estructura y el orden de los Radiantes. Era un factor desconocido, un prodigio de la potenciación que había llegado con su propio spren ya vinculado.

Shallan se arrodilló y recogió un puñado de grano para fingir que lo inspeccionaba.

—No estás haciendo nada mal en absoluto. Es muy buen trabajo. A la mayoría de nosotros nos cuesta crear granos individuales.

—¡Ah, viene bien tener una semilla! —respondió ella, sacándose unas pocas del bolsillo—. Semillas literales, en este caso. —Sonrió y las sostuvo en alto—. Si tienes algo que mostrar al alma de la obsidiana, la intrigas lo suficiente para que quiera cambiar.

—Así no es como lo hace Jasnah —dijo Shallan.

—Ya, me lo dijo Vathah. Pero a él también le sale mejor a mi manera. La reina Jasnah no lo sabe todo, ¿verdad? —Berila sonrió de oreja a oreja—. O a lo mejor es que funciona distinto para nuestra orden. No es culpa suya si no sabe mucho sobre los Tejedores de Luz.

Tormentas, pensó Velo. Siempre me olvido de lo risueña que puede ser Berila.

Shallan se cruzó de brazos, pensando en sus propios problemas con el moldeado de almas. ¿Era posible que durante todo aquel tiempo el problema no hubiera sido ella, sino el método de entrenamiento de Jasnah? Habían dado por supuesto que la forma de usar un mismo poder por parte de dos órdenes sería análoga. Los Rompedores del Cielo y los Corredores del Viento parecían volar del mismo modo, al fin y al cabo.

Pero en cambio, la manera en que funcionaba el tejido de luz para los Vigilantes de la Verdad parecía distinto, incluso sin tener en cuenta lo que quiera que fuese Renarin. Así que… ¿era posible?

Concéntrate, pensó Velo. Intenta ir poniéndola incómoda, a ver si oculta algo.

Shallan abrió la boca para hacer un comentario similar al que había hecho a Ishnah, pero le salió algo distinto del todo.

—¿Eres feliz de verdad? —preguntó Shallan.

—¿Brillante? —dijo Berila, todavía sentada en una caja junto a unos trozos de obsidiana—. ¿Feliz?

—Das siempre una impresión de desenfado —dijo Shallan—. ¿Es real o estás ocultando el dolor?

—Creo que todos ocultamos el dolor hasta cierto punto —respondió Berila—. Pero no creo que pueda decirse que sufro una agonía.

—¿Y tu pasado? —preguntó Shallan—. ¿No te acosa?

—No voy a fingir que mi vida haya sido fácil. La profesión no es llevadera, y las mujeres que llegan a ella suelen ver sus problemas multiplicados. Pero hay formas de impedir que te devore. Convertirlo en tu elección, hacerlo a tu manera. —Torció el gesto—. O por lo menos, hay formas de decirte eso a ti misma.

Shallan asintió, y entonces oyó un zumbido a su espalda. Patrón, su Patrón, se había acercado y estaba inspeccionando el trabajo de Berila moldeando almas.

—Hacia el final —prosiguió Berila— ya tenía mucho control sobre a qué hombres atendía. Me gustaba convertirme en la mujer que deseaban. Pero no fue hasta que tú viniste a buscarme cuando comprendí la verdad. —Miró a Shallan a los ojos—. Que podía dejarlo si quería. Que no había nada que me retuviera allí. Ya no. Podría haberme marchado meses antes. Es raro, ¿verdad?

—Siempre es así —dijo Shallan.

—Perdona, brillante, pero no lo es. Muchas mujeres están peor que yo. No podían marcharse sin más. Para algunas era el musgo, para otras las amenazas. Pero algunas de nosotras… —Se miró la mano y dejó que las semillas cayeran al montón—. Hablamos de transformación. De la mayor bendición concedida por el Todopoderoso a los humanos, la capacidad de cambiar. A veces nosotros también necesitamos una semilla, ¿eh?

Shallan cambió de postura, miró a un lado y vio pasar a Vathah con un marinero cumbrespren. Quizá debería ir a hablar con él, a ver si era el espía.

Estás incómoda con Berila, pensó Radiante. ¿Es porque parece tener bastante control sobre su vida, cuando tú asumes que debería estar peor?

Sentimientos, sentimientos, dijo Velo, bla-bla-bla. Shallan, cíñete al tema, por favor.

Pero la mente de Shallan estaba cayendo en espiral hacia su pasado. Hacia las cosas que ella había hecho. Las cosas de las que aún se escondía, llevando esa cara que fingía que era la suya. Que fingía merecer. Shallan podía ser feliz, pero esa felicidad estaba cimentada en mentiras.

¿No sería mejor aceptar lo que era de verdad? ¿Convertirse en la persona que sí merecía ser? Sinforma, que llevaba oculto en lo más profundo unos pocos días, se removió. Shallan lo creía olvidado, pero había estado esperando. Observando…

—Socorro —susurró Shallan.

—¿Brillante? —dijo Berila.

Radiante abandonó la postura relajada y se irguió en toda su altura.

—Mereces todo elogio por tu diligencia, Berila. Dices que ese método de moldeado de almas ha ayudado a Vathah. ¿Se lo has enseñado ya a algún otro?

—No, aún no. Es…

—Me gustaría que hablaras con Ishnah y la entrenaras en tu forma de hacerlo. Infórmame de los resultados del experimento.

—¡Lo haré! —exclamó Berila—. Esto… pareces distinta. ¿Te has… convertido en una de las otras?

—Solo me he dado cuenta de que hoy todavía me queda mucho por hacer —dijo Radiante, provocando que Patrón zumbara—. Sigue con lo que estás haciendo.

Hizo ademán de marcharse, fingió cambiar de opinión y volvió hacia Berila para hablarle en voz baja.

—Tenemos que ir con cuidado. Antes he visto a un glorispren que me ha parecido extraño. Creo que Sja-anat, la corruptora de spren, nos vigila. Infórmame si ves algún glorispren raro, pero no digas nada de esto a los demás. No quiero que cunda el pánico.

Berila asintió.

Eso ha sido un poco directo y brusco, Radiante, dijo Velo. El objetivo es no ser sospechosas.

Hago lo que puedo, pensó Radiante. Y no estoy capacitada para el subterfugio.

Mentirosa, replicó Velo. ¿Shallan? Chica, ¿estás bien?

Pero Shallan se había retraído a un nudo dentro de Radiante.

Es la conversación lo que se lo ha provocado, dijo Velo. Algo de ella. ¿Lo de dejar la vida antigua y encontrar una nueva?

Shallan gimoteó.

Ya veo…, dijo Velo, retrayéndose también.

Estupendo. Radiante las había perdido a las dos. Bueno, su trabajo era ocuparse de que se hicieran las cosas. Fue tras Vathah dejando atrás a Patrón, que se quedó con Berila viéndola trabajar.

Vathah llevaba una gran pértiga, de al menos diez metros de longitud. ¿Qué estaría haciendo? Fuera lo que fuese, en opinión de Radiante, Vathah era sospechoso de una manera distinta por completo a las otras dos. Vathah siempre había sido el más sombrío de los antiguos desertores. Y Radiante entendía por qué. ¿Seguir algo, creer en algo y luego abandonarlo? ¿Dejar atrás a tus compañeros de armas? Era una perspectiva espantosa.

Radiante solía dejar que tratara con él alguna de las otras dos. A muchos de los otros desertores había llegado a comprenderlos. Gaz había escapado de sus deudas de juego, e Isom de un cruel capitán del ejército de Sadeas que no dejaba de maltratarlo.

Pero Vathah… Su verdadero pasado seguía siendo un misterio. Era un hombre cruel y posiblemente corrupto. Había regresado con Shallan solo porque las circunstancias habían sido las adecuadas. A Shallan le gustaba pensar que había hecho cambiar a los desertores, que les había mostrado la parte más noble de sus personalidades.

Y aunque quizá estuviera en lo cierto sobre los demás, Radiante no estaba tan segura acerca de Vathah. Si había desertado una vez, era capaz de volver a hacerlo. Y tormentas, no tenía el menor aspecto de que su lugar fuese la Corte, con los demás. Incluso bien aseado y con ropa de trabajo, Vathah parecía rudo. Como si acabara de salir de la cama… después de derrumbarse en ella borracho. Nunca iba bien afeitado, pero tampoco terminaba nunca con una barba completa.

Vathah subió los pocos peldaños que llevaban a la proa de la barcaza, la parte a la que estaban enjaezados los mandras. Radiante marchó tras él. Una marinera cumbrespren indicó a Vathah que levantara la pértiga de forma que la punta quedara hacia arriba e introdujera la parte inferior por unas anillas que asomaban delante de la barcaza. Cuando lo hubo hecho, Vathah empezó a bajar la pértiga poco a poco, una mano tras otra. La contera de la pértiga pasó entre los aparejos de los mandras y llegó a las cuentas de abajo.

«Están midiendo la profundidad —pensó Radiante—. Vathah está trabajando de marinero, como ayer.» Era raro.

—Aguántala firme —dijo la cumbrespren a Vathah—. Sostenla contra la proa de la barcaza. Eso es. Sigue.

Vathah siguió haciendo descender la pértiga. Saltaba a la vista que la corriente de cuentas por debajo de ellos era más fuerte de lo que debería ser una de agua, y empujaba la pértiga hacia atrás. Las anillas de delante de la embarcación estaban para impedir que la fuerza de las cuentas le arrancara la pértiga de las manos.

—Sigue, sigue —dijo la cumbrespren—. ¡Pero más despacio!

Vathah gruñó y siguió desplegando la sonda de profundidad.

—En mi mundo usan cordeles con pesos.

—Aquí no funcionarían.

—Acabo de dar contra algo —dijo él—. Sí, es el fondo. Vaya. No es tan profundo como creía.

—Hemos llegado a los bajíos —respondió la cumbrespren, ayudándolo a levantar la pértiga—. Estamos bordeando por el oeste la gran fosa que llamamos las Profundidades Radiantes.

Vathah terminó de sacar la pértiga y fue a guardarla bajo la borda. Entonces la spren le lanzó un cepillo. Vathah asintió y fue hacia el puesto de agua. Era un aparato metálico que, de alguna manera, se alimentaba de luz tormentosa y creaba agua.

—¿Qué tarea te ha encargado? —preguntó Radiante, siguiéndolo.

—Hay que cepillar la cubierta —dijo él—. Aquí no la lavan tan a menudo como en los barcos de casa. Supongo que ni falta que hace, ya que no hay océano que lo salpique todo. Tampoco hay que embrear los tablones para hacerlos impermeables.

—¿Eras marinero? —preguntó Radiante, sorprendida.

—He trabajado de muchas cosas.

Vathah llenó un cubo, eligió una parte de la cubierta y se puso a trabajar, frotando la madera de rodillas.

—Me impresionas —dijo Radiante—. No te tenía por alguien que se presentara voluntario a trabajar, Vathah.

—Tiene que hacerse.

—Es bueno ejercitar el cuerpo, pero no puedo más que objetar a esa afirmación. Los cumbrespren parecen habérselas ingeniado bastante tiempo sin que se lave la cubierta.

Se cruzó de brazos y entonces se encogió de hombros y fue a coger otro cepillo. Al regresar, Vathah la miraba con expresión adusta.

—¿Has venido solo a chincharme, Radiante? ¿O es por algo?

—Supongo que es fácil distinguirme de las otras, ¿verdad?

—Velo nunca habría decidido echar una mano —dijo él, sin dejar de cepillar—. Se habría burlado de mí por hacer trabajo de más. Shallan estaría por ahí en algún lado dibujando o leyendo. Así que aquí estamos.

—En efecto —respondió Radiante, arrodillándose y empezando a cepillar junto a él—. Eres observador, Vathah.

—Lo bastante observador para saber que quieres algo de mí. ¿Qué es?

—Solo tengo curiosidad —dijo ella—. El Vathah al que conozco habría evitado el trabajo y buscado un sitio donde relajarse.

—Relajarse no es relajante —replicó él—. Si te quedas sentado por ahí mucho tiempo, terminas sentándote todavía más. —Siguió cepillando—. Hazlo en perpendicular al tablón, no de arriba abajo, para no hacer surcos. Sí, eso es. Y esto de verdad tiene que hacerse. Los marineros cepillaban la madera cada mes, pero últimamente les falta personal. Algo de que los alcanzadores ya no están, no sé. ¿Qué son los alcanzadores, por cierto?

—Son un tipo concreto de spren con piel de bronce —explicó Radiante—. Los tuvimos como marineros en nuestro anterior viaje.

—Bueno, pues supongo que ya no hay tantos por aquí a los que contratar —dijo Vathah.

—¿Te han contado por qué?

—No he preguntado.

—Qué raro —dijo Radiante.

Venga, ¿cómo podía sacar el tema de un spren corrompido? Mientras lo pensaba, empezó a plantearse que quizá fuera una tontería andarse con tantos rodeos. ¿Por qué no preguntarle si era el espía y ya está? Si lo hacía con la suficiente firmeza, Vathah reconocería su crimen.

Abrió la boca para hacer justo eso, pero tuvo el suficiente sentido común para morderse la lengua. Lo que estaban haciendo… no era buena idea, ¿verdad? ¿Que se ocupara ella del espionaje?

No, pensó Shallan, emergiendo con un suspiro. Supongo que no lo es.

—Oye —dijo Shallan a Vathah mientras cepillaban—. Sabes que eres de la familia, ¿verdad? ¿La Corte, nuestro grupo? No tienes por qué irte siempre solo y castigarte a ti mismo.

—No me castigo a mí mismo —gruñó él—. Solo quería estar ocupado. Y lejos de las preguntas. Todo el mundo hace demasiadas preguntas cuando se aburre.

—No tienes por qué responderlas —dijo ella—. En serio, Vathah, eres de los nuestros y te aceptamos. Tal y como eres.

Él la miró y se echó atrás para sentarse sobre los pies, con el cepillo goteando en la mano. Shallan hizo lo mismo y vio que se había hecho una raya en los pantalones. Radiante siempre se arrojaba al trabajo y no se preocupaba nunca por la ropa.

—Shallan —dijo él.

Ella asintió.

Vathah volvió al trabajo y no habló mientras seguía cepillando. Al contrario que Ishnah, Vathah estaba más que dispuesto a dejar que se prolongaran los silencios. A Shallan le costaba más, pero lo hizo. Durante un tiempo, el único sonido fue el de las cerdas contra la madera.

—¿Te funciona? —preguntó Vathah por fin—. Esas tres caras que te pones. ¿De verdad te ayudan en algo?

—Me ayudan —dijo Shallan—. De verdad que sí. La mayoría del tiempo, al menos.

—No sé si te envidio o no —repuso Vathah—. Me gustaría ser capaz de fingir. Se partió algo en mi interior, ¿sabes? Hace mucho tiempo. Yo antes era buen soldado. Me importaba mi trabajo. Pero entonces ves las cosas que has hecho, las ves con claridad, y comprendes que todo por lo que luchabas era un fraude. ¿Qué importan unos botones lustrados cuando tienes sangre de niño en las botas? —Frotó con más fuerza una mancha en la cubierta—. Supongo que, si aprendo a tejer luz lo bastante bien, a lo mejor me transformaré en otra persona.

Fue como una estocada que la atravesó de lado a lado.

Fuerza, Shallan, pensó Radiante. Fuerza antes que debilidad.

—¿No sería una bendición? —siguió diciendo Vathah—. ¿Poder convertirte en otra persona? ¿En alguien nuevo?

—Eso puedes hacerlo sin el tejido de luz —dijo Shallan.

—Ah, ¿puedo? —preguntó Vathah—. ¿Tú puedes?

—Yo…

—Tenemos una bendición en este poder —dijo Vathah—. Nos permite convertirnos en otra gente.

—No es una bendición —susurró Shallan—. Es supervivencia.

—Es peor en este sitio —dijo Vathah, escrutando el cielo—. Siempre tengo la sensación de que hay algo vigilándome.

—Sí —respondió Shallan—. El otro día pillé a un spren nadando junto a la barcaza, observándome. Un miedospren, de esos largos que son como anguilas en este lado.

—¿De qué color era? —preguntó Vathah—. ¿Era de… ella?

—Sí —susurró Shallan—. No se lo he dicho a los demás. No quiero que se preocupen.

—Bien pensado —dijo Vathah—. Bueno, pues Sja-anat es otra cosa de la que preocuparme. Ahora me tocará fijarme bien en cada tormentoso spren.

—Dímelo si ves alguna cosa —pidió Shallan—, pero no preocupes a los demás, aún no. Al menos hasta que sepamos seguro qué quiere ella.

Vathah asintió.

Buen trabajo, pensó Velo dirigiéndose a ella, emergiendo de sus meditaciones. Has estado fina, Shallan. Ya se nos ocurrirán después maneras de apretarlo para ver qué secretos puede ocultar. De momento, ha sido una buena jornada de trabajo.

No me gusta nada estar volviendo a comportarme como una aprendiz, respondió Shallan. Todo esto lo aprendiste tú de Tyn. ¿Por qué tenemos que volver a aprenderlo?

Lo aprendimos, pensó Velo, pero nunca lo hemos puesto en práctica. Recuerda, somos… nuevas en esto, a pesar de lo que podamos… fingir.

A Velo le costaba mucho reconocer que en realidad no tenía años de experiencia. Le costaba admitir que era una parte de la personalidad de Shallan que se manifestaba como una persona independiente. Pero era un buen recordatorio, que Radiante solía sacar a colación. Era verdad que estaban aprendiendo, y que no eran expertas. Todavía no.

Aun así, Shallan sabía tres o cuatro cosas sobre la gente. Velo quería marcharse, pero Shallan se puso a trabajar otra vez junto a Vathah. —Oye —le dijo—, hicieras lo que hicieras, ya ha quedado atrás.

Te aceptamos, Vathah. La Corte Inadvertida es una familia.

—Familia —gruñó él—. Nunca había tenido una de esas.

—Lo sabía —dijo ella en voz baja.

—¿El qué? ¿Que me sentía solo?

—No —dijo ella con solemnidad—. Que eres hijo de un par de piedras particularmente feas.

Vathah la fulminó con la mirada.

—Ya sabes —añadió Shallan—, por eso de no tener familia. Tuvieron que ser piedras, pues. Tiene sentido.

—¿En serio? Teníamos un momento íntimo. Ella sonrió y le puso la mano en el hombro.

—No pasa nada, Vathah. Te agradezco el sedimento.

Y se levantó para irse.

—Eh —dijo Vathah mientras Shallan se marchaba. Ella miró hacia atrás.

—Gracias por sonreír.

Shallan asintió antes de seguir adelante.

Lo que le has dicho también se aplica a nosotras, pensó Radiante. Que lo que hiciera en el pasado ya no importa.

Supongo que sí, pensó Shallan.

No lo dices de corazón, la acusó Velo. Crees que lo que tú hiciste fue peor. Siempre estás dispuesta a ser más caritativa con el resto que contigo misma.

Shallan no respondió.

Voy comprendiéndolo, Shallan, dijo Velo. Por qué sigues trabajando con Mraize. Por qué no se lo cuentas a Adolin. De qué va todo esto. Tiene que ver con lo que has dicho antes, cuando…

—Ahora no —dijo Shallan.

Pero…

En respuesta, Shallan se retrajo y Radiante se descubrió al mando. Y no hubo forma de que Shallan regresara por mucho que insistieron.

El ritmo de la guerra. El Archivo de las Tormentas IV
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