CATORCE MESES ANTES

Eshonai cayó contra el suelo del abismo con una poderosa salpicadura. En lo alto, la batalla por Narak proseguía y los demás oyentes invocaban la tormenta eterna.

¡Debería estar liderándolos! ¡Era la primera entre ellos! Se levantó de un salto y gritó a una docena de horribles ritmos seguidos, con una voz que resonó por el abismo. No le sirvió de nada. El portador de esquirlada humano la había derrotado y la había enviado precipitándose a los abismos.

Tenía que salir de allí y volver a la lucha. Empezó a caminar hacia delante con paso trabajoso. Aunque el agua le llegaba a la cintura, no fluía rápida. Era solo una corriente continua y estable procedente del Llanto y, en armadura esquirlada, Eshonai pudo andar contra ella. Sus grebas se inundaron de agua helada.

¿Hacia dónde era? La falta de luz la confundía, pero después de pensar un momento comprendió que estaba haciendo el tonto. No tenía que ir en ninguna dirección. Tenía que ir hacia arriba. La caída debía de haberla dejado más aturdida de lo que creía.

Escogió una parte de la pared con aspecto rugoso y empezó a trepar. Logró llegar a media altura del abismo, valiéndose del increíble poder de agarre de la armadura esquirlada, con el Ritmo de la Arrogancia atronando en sus oídos. Pero una vez allí, la forma en que la pared del abismo se inclinaba hacia fuera suponía un problema. En la oscuridad no lograba encontrar asideros decentes, y los fogonazos de relámpago que llegaban de arriba eran demasiado fugaces para servirle.

Relámpago. ¿Esos relámpagos no era demasiado frecuentes, demasiado brillantes, para proceder de los otros formas tormenta? Sus propios poderes estaban arruinados por el agua, claro. Apenas sentía ninguna energía en su interior; salía a chorro en el momento en que empezaba a acumularse.

¿Qué estaba pasando? Aquello era la tormenta eterna llegando, ¿verdad? Sí, Eshonai pudo sentir su poder, su energía, su belleza. Pero había algo más.

Escuchando los aullidos del viento, comprendió lo que era. Una segunda tormenta. También estaba llegando una alta tormenta.

Armonizó al Ritmo del Pánico.

Las dos tormentas impactaron, haciendo temblar el mismo suelo.

Aferrada a la pared dentro del abismo, Eshonai sintió el viento soplar furioso arriba. Los relámpagos le daban la sensación de estar parpadeando muy deprisa, alternando luz y oscuridad.

Entonces oyó un rugido. El terrible fragor del agua corriendo por el abismo, convirtiéndose en una oleada increíble. Eshonai se sujetó con fuerza, pero, cuando el agua llegó, la arrancó de la pared.

Fue allí, hundida en aquellas aguas de lluvia de la alta tormenta, donde dio inicio la primera batalla de Eshonai: la lucha por sobrevivir.

Se estrelló contra una roca y se le agrietó el yelmo. La luz tormentosa que escapaba iluminó el agua oscura mientras le llenaba el yelmo, ahogándola. Se revolvió en la corriente y logró agarrar algo duro, un enorme peñasco alojado en el centro del abismo.

Con un fuerte tirón se izó fuera del agua. Unos pocos preciosos momentos después, su yelmo se vació y le permitió coger aire a bocanadas.

«Voy a morir», pensó con el Ritmo de la Destrucción aporreándole los oídos. El agua atronaba a su alrededor, salpicándole la armadura, y el relámpago se convulsionaba en el cielo de arriba. «Voy a morir… como esclava.»

No.

Un ascua en el interior de Eshonai cobró vida. La parte de sí misma que había reservado, la parte que se negaba a dejarse contener. La parte que había hecho que dejara escapar a Thude y a los demás. Era el núcleo de la persona que era Eshonai, esa persona que se había empecinado en abandonar los campamentos para explorar, esa persona que siempre había anhelado ver qué había al otro lado de la siguiente colina.

Esa persona que se negaba a dejarse capturar.

Entonces comenzó su segunda batalla.

Eshonai chilló, intentando desterrar el Ritmo de la Destrucción. ¡Si iba a morir allí, moriría siendo ella misma! Era una alta tormenta. En las altas tormentas, las transformaciones sobrevenían a todo el mundo, tanto a oyentes como a humanos. Dentro de una alta tormenta, la muerte caminaba de la mano con la salvación, cantando en armonía.

Eshonai empezó a invocar su hoja esquirlada, pero con un destello estrepitoso su peñasco se movió y perdió el agarre. El Ritmo del Pánico la gobernó un momento al verse sumergida de nuevo. Los relámpagos que refulgían arriba hacían que el agua pareciera resplandecer mientras arrojaba a Eshonai contra una pared del abismo y luego contra la otra.

«No Pánico. No tus ritmos.

»Te rechazo.

»Mi vida. Mi muerte.

»SERÉ LIBRE

En las profundidades del agua, Eshonai invocó y clavó en la pared del abismo su hoja esquirlada. Por algún motivo, le pareció oír su voz, muy lejos. ¿Chillando?

Se aferró a ella de todos modos, manteniéndose firme contra la corriente. Desterró todo ritmo, pero no podía respirar. La oscuridad empezó a cerrarse sobre ella. Sus pulmones dejaron de arder. Como si… como si todo fuese a salir bien…

Ahí. Un tono. Aquel tan extraño e inquietante que había oído al adoptar la forma de guerra. Parecía… uno de los tonos puros de Roshar. Emprendió un ritmo majestuoso. Entonces un segundo tono, caótico e iracundo, apareció junto al primero. Los dos fueron acercándose, cada vez más, hasta que se unieron de sopetón.

Se fundieron en una armonía, creando una canción que era tanto de Honor como de Odium. Una canción para una intérprete que supiera luchar, pero también para una soldado que quisiera deponer su espada. Eshonai encontró aquel tono mientras, en la negrura, una pequeña spren con forma de estrella fugaz aparecía por delante de ella.

Eshonai se tensó, se estiró, se ayudó con un brazo.

Su cabeza salió fuera del agua y el yelmo por fin se le vació. La crecida del río estaba remitiendo. Dio bocanadas de dulce aire, pero entonces su mano resbaló de la espada y volvió bajo un agua que se la llevó, aunque con menos fuerza que antes.

Armonizó a ese ritmo. Al Ritmo de la Guerra, el ritmo de las victorias y las derrotas. El ritmo de la vida en su final. A sus cadencias, Eshonai volvió a invocar su hoja esquirlada y la clavó con fuerza en el suelo para agarrarse a ella mientras el agua seguía perdiendo caudal.

No iba a morir. Sobreviviría. Era lo bastante fuerte. Su viaje no había terminado. Aún. No.

Se aferró, beligerante, hasta que el agua se redujo. Hasta que el peso de su armadura esquirlada bastó para resistir la corriente sin ningún esfuerzo por su parte, y Eshonai se derrumbó al fondo del abismo, su espalda contra la pared, el agua fluyendo sobre ella.

Se palpó el costado, donde la armadura esquirlada se había resquebrajado… igual que su cuerpo. Sangraba por un profundo corte allí y tenía el caparazón arrancado. Cada respiración llegaba como un revoltijo raído y húmedo, y saboreó la sangre.

Pero en su mente, recorrió en ciclo los ritmos de su infancia. Asombro. Confianza. Duelo. Determinación. Entonces Paz.

Eshonai había perdido la primera batalla.

Pero había ganado la segunda.

Y así, al Ritmo de la Victoria, cerró los ojos. Y se descubrió a sí misma flotando a la deriva en un lugar lleno de luz.

¿Qué es esto?, pensó Eshonai.

ESTABAS ALTAMENTE INVESTIDA CUANDO HAS MUERTO, dijo una voz. Retumbaba con el estruendo de mil tormentas que resonaron a través de ella. DE MODO QUE PERSISTES. DURANTE UN TIEMPO BREVE.

¿Investida?, pensó Eshonai.

ERAS RADIANTE AL MORIR. NO HAS PODIDO PRONUNCIAR LAS PALABRAS ESTANDO BAJO EL AGUA, PERO LAS HE ACEPTADO DE TODAS FORMAS. ¿CÓMO CREES QUE HAS SOBREVIVIDO TANTO TIEMPO SIN RESPIRAR?

Flotaba.

Entonces… ¿esto es mi alma?

ALGUNOS LO LLAMARÍAN ASÍ, dijo el Jinete de la Tormenta. OTROS LO LLAMARÍAN UN SPREN FORMADO POR EL PODER QUE HAS DEJADO, GRABADO CON TUS RECUERDOS. SEA COMO SEA, ESTO ES EL FINAL. PASARÁS PRONTO A LA ETERNIDAD, Y NI SIQUIERA YO PUEDO VER LO QUE HAY MÁS ALLÁ.

¿Cuánto tiempo?

MINUTOS. NO HORAS.

Eshonai no tenía ojos que cerrar, pero se relajó en la luz. Flotando. Podía oír los ritmos. Todos ellos a la vez, con canciones de acompañamiento.

¿Qué ha significado, entonces?, preguntó mientras esperaba. La vida.

EL SIGNIFICADO PERTENECE A LOS MORTALES, dijo el Jinete. NO PERTENECE A LAS TORMENTAS.

Qué triste.

¿LO ES?, preguntó él. YO LO CONSIDERARÍA ALENTADOR. LOS MORTALES BUSCAN EL SIGNIFICADO, ASÍ QUE ES ADECUADO QUE LO CREEN. TÚ ERES QUIEN DECIDE LO QUE SIGNIFICÓ, ESHONAI. LO QUE TÚ SIGNIFICASTE.

Si decido yo, entonces fracasé, pensó ella. Entregué a mi pueblo al enemigo. Morí sola, derrotada. Traicioné el regalo de mis antepasados. Soy una vergüenza para todos los oyentes que vinieron antes que yo.

YO DIRÍA LO CONTRARIO, respondió el Jinete. AL FINAL, TOMASTE LA MISMA DECISIÓN QUE TUS ANCESTROS. RENUNCIASTE AL PODER POR LA LIBERTAD. CONOCES A ESOS OYENTES DE LA ANTIGÜEDAD COMO POCOS LO HAN HECHO NUNCA, NI LO HARÁN JAMÁS.

Eso dio paz a Eshonai mientras sentía que su esencia empezaba a estirarse. Como si se moviera hacia algo distante.

Gracias, dijo Eshonai al Jinete.

YO NO HE HECHO NADA. TE HE VISTO CAER Y NO LO HE IMPEDIDO.

La lluvia no puede detener la masacre, dijo ella, desvaneciéndose. Pero lava el mundo después de todos modos. Gracias.

PODRÍA HABER HECHO MÁS, replicó el Jinete. QUIZÁ DEBERÍA HABERLO HECHO.

Es… es suficiente…

NO, dijo él. PUEDO HACERTE UN ÚLTIMO REGALO.

Eshonai dejó de estirarse y en vez de eso se vio atraída hacia algo poderoso. No tenía ojos, pero de pronto tenía una consciencia, la de la tormenta. Se había convertido en la tormenta. Sintió el retumbar de cada trueno como el latido de su corazón.

OBSERVA, dijo el Jinete. QUERÍAS SABER LO QUE HABÍA TRAS LA SIGUIENTE COLUMNA. VAS A VERLAS TODAS.

Eshonai se alzó con él, envolviendo la tierra, volando sobre ella. Su lluvia bañó todas y cada una de las colinas, y el Jinete le permitió ver el mundo con los ojos de un dios. Allá donde el viento soplara, estaba ella. Todo lo que la lluvia tocaba, ella lo sentía. Todo lo que el relámpago revelaba, ella lo sabía.

Voló durante lo que le pareció una eternidad, sustentada por la misma esencia del Jinete. Vio a humanos en su infinita variedad. Vio a los parshmenios cautivos, pero vio también la esperanza de su libertad. Vio criaturas, plantas, abismos, montañas, nieves… pasó por todo ello. Por todo.

El mundo entero. Lo vio. Cada pequeño fragmento formaba parte de los ritmos. El mundo era los ritmos. Y Eshonai, durante aquel viaje trascendente, comprendió cómo encajaba todo junto.

Era maravilloso.

Cuando el Jinete completó su paso, exhausto y renqueante al llegar al océano más allá de Shinovar, Eshonai sintió que la soltaba. Se desvaneció, pero esa vez sintió que su alma vibraba. Comprendía los ritmos como no podía hacerlo nadie sin haber visto el mundo como lo había visto ella.

ADIÓS, ESHONAI, dijo el Jinete de la Tormenta. ADIÓS, RADIANTE.

Rebosante de canciones, Eshonai se permitió pasar a las eternidades, emocionada por descubrir qué le esperaba al otro lado.

El ritmo de la guerra. El Archivo de las Tormentas IV
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