Yo empleo el método arnista para extraer luz tormentosa de una gema. Consiste en acercar varias gemas grandes y vacías a la gema infusa mientras el spren está examinándola. La luz tormentosa se ve absorbida poco a poco de una gema pequeña por otra de gran tamaño y el mismo tipo, y varias de ellas actuando en conjunción pueden extraer la luz bastante deprisa. La limitación de este método, por supuesto, estriba en que no solo implica adquirir una gema para el fabrial, sino también varias más grandes para absorber la luz tormentosa.

Por fuerza existen otros métodos, como demuestran los fabriales con gemas extremadamente grandes creados por el gremio Vriztl en Thaylenah. Si su majestad aceptara exponer mi solicitud al gremio, este secreto tendría una trascendencia vital para el desarrollo de la guerra.

Lección sobre mecánica de fabriales impartida por Navani Kholin

a la coalición de monarcas, Urithiru, jesevan de 1175

Cuando despertaron, Radiante se puso al mando de inmediato y evaluó la situación. Tenía la cabeza cubierta por un saco, así que nadie reparó en lo desorientada que estaba. No se movió ni un ápice para no delatarse ante sus captores. Por suerte, Shallan había fijado su tejido de luz de forma que mantuviera su rostro ilusorio incluso estando inconsciente.

Radiante no parecía estar atada, aunque alguien estaba cargando con ella al hombro. El hombre olía a chull. O quizá fuese el saco.

Su cuerpo había activado sus poderes, la había sanado y había hecho que despertara antes que si no los tuviera. A Radiante no le gustaban el subterfugio ni los fingimientos, pero confiaba en que Velo y Shallan supieran lo que hacían. Ella cumpliría con su parte: juzgar lo peligrosa que era su situación.

Parecía estar bien, aunque incómoda. Su cabeza no dejaba de rebotar contra la espalda del hombre, haciendo que cada paso le apretara el saco contra la cara. En el fondo de su ser, sintió la satisfacción de Velo. Habían estado a punto de dar por fracasada la misión. Era bueno saber que todo el trabajo que habían hecho no había sido en vano.

¿Dónde la estarían llevando? Al final ese había resultado ser uno de los mayores misterios, saber dónde celebraban los Hijos de Honor sus pequeñas reuniones. El equipo de Shallan había logrado infiltrar a un miembro en el grupo hacía meses, pero no había resultado ser una persona lo bastante importante para que le proporcionaran la información que necesitaban. Hacía falta un ojos claros.

Sospechaban que Ialai se había hecho con el control de la secta tras la muerte de Amaram. La facción de Ialai planeaba apoderarse de la Puerta Jurada del centro de las Llanuras Quebradas. Por desgracia, Radiante no podía demostrar nada de aquello, y no actuaría contra Ialai sin tener pruebas concluyentes. Dalinar mantenía esa misma actitud, sobre todo después de lo que había hecho Adolin al marido de Ialai.

Lástima que no encontrara la forma de acabar con los dos, pensó Velo.

Eso no habría estado bien, respondió Radiante con un pensamiento. Por aquel entonces Ialai no suponía una amenaza para él.

Shallan no estaba de acuerdo con ella y, por supuesto, Velo tampoco, así que Radiante no insistió. Con un poco de suerte, Patrón estaría siguiéndola a distancia, según sus instrucciones. Cuando el grupo se detuviera y comenzara la iniciación de Radiante en la secta, el spren traería a Adolin y sus soldados por si era necesario sacarla de allí.

Al cabo de un tiempo sus captores se detuvieron y unas manos rudas la bajaron del hombro. Cerró los ojos y se obligó a permanecer flácida mientras la dejaban en el suelo. Piedra mojada y resbaladiza, en algún lugar fresco. Le quitaron el saco y captó un olor acre. Como tardaba en moverse, alguien le vació un cubo de agua en la cabeza.

Había llegado el momento de que Velo tomara el control. Fingió despertar con un respingo, descartando su primera reacción instintiva, que era coger un puñal y cargarse a quienquiera que la hubiese empapado. Velo se secó los ojos con la manga de la mano segura y vio que estaba en un sitio frío y húmedo. Las plantas que había en las paredes de piedra se habían retraído con el ajetreo y el cielo era una grieta lejana en lo alto. Había muchas plantas gruesas y enredaderas en torno a las cuales flotaban vidaspren.

Estaba en un abismo. ¡Por el aliento de Kelek! ¿Cómo habían bajado a los abismos cargando con ella sin que nadie los viera?

A su alrededor había un grupo de personas ataviadas con túnicas negras, cada una sosteniendo en la palma de la mano un brillante broam de diamante. Parpadeó, deslumbrada. Los capuchones que llevaban parecían bastante más cómodos que su saco. Las túnicas tenían bordado el Doble Ojo del Todopoderoso, y Shallan tuvo un pensamiento fugaz sobre la costurera a la que hubieran contratado para hacer todo ese trabajo. ¿Qué le habrían dicho? «Pues sí, sí, queremos veinte túnicas idénticas y misteriosas, con antiguos símbolos arcanos cosidos. Son para… para fiestas.»

Obligándose a interpretar al personaje, Velo alzó unos ojos maravillados y confusos antes de retroceder asustada contra la pared del abismo, espantando a un cremlino de oscura coloración púrpura.

Un hombre de la primera fila fue el primero en hablar, con voz profunda y resonante.

—Chanasha Hasareh, tienes un nombre magnífico y respetable. En honor al legado de Chanaranach’Elin, la Heraldo del Hombre Corriente. ¿De verdad anhelas el regreso de los Heraldos?

—Eh… —Velo alzó la mano para escudarse de la luz de las esferas—. ¿Qué es esto? ¿Qué está pasando?

«¿Y cuál de vosotros es Ialai Sadeas?»

—Somos los Hijos de Honor —dijo otra persona. Mujer en esa ocasión, pero no Ialai—. Es nuestro juramento y nuestro deber sagrado favorecer el regreso de los Heraldos, el regreso de las tormentas y el regreso de nuestro dios, el Todopoderoso.

—Yo… —Velo se lamió los labios—. No lo entiendo.

—Lo harás —dijo la primera voz—. Hemos estado observándote, y concluimos que tu pasión es digna. ¿Deseas derrocar al falso rey, al Espina Negra, y que el reino vuelva como debe a los altos príncipes? ¿Deseas que la justicia del Todopoderoso caiga sobre los malvados?

—Por supuesto —respondió Velo.

—Excelente —dijo la mujer—. Nuestra fe en ti era acertada.

Velo estaba bastante segura de que se trataba de Ulina, una mujer del círculo interno de Ialai. Había empezado siendo una escriba ojos claros poco importante, pero estaba medrando con gran rapidez en la nueva dinámica del poder en los campamentos de guerra.

Por desgracia, si Ulina estaba allí, era improbable que también estuviera Ialai. La alta princesa acostumbraba a enviar a Ulina para hacer las cosas que no le apetecían a ella. Lo cual indicaba que Velo había fracasado al menos en uno de sus objetivos: no había logrado que «Chanasha» pareciera lo bastante importante para merecer una atención especial.

—Nosotros somos quienes provocaron el regreso de los Radiantes —dijo el hombre—. ¿No te has preguntado por qué aparecieron? ¿Por qué está ocurriendo todo esto, la tormenta eterna, el despertar de los parshmenios? Nosotros lo orquestamos todo. Nosotros somos los grandes arquitectos del futuro de Roshar.

A Patrón le habría encantado esa mentira. A Velo le supo a poco. Una buena mentira, una de las deliciosas, tenía que insinuar la oculta grandeza de secretos aún más recónditos. Sin embargo, aquella era el embuste tabernero de un borracho muy venido a menos, tratando de suscitar la suficiente lástima para que alguien le invitara a una copa. Despertaba más pena que interés.

Mraize les había hablado de ese grupo y sus esfuerzos para hacer que regresaran los Heraldos, que en realidad nunca habían desaparecido. Gavilar los había manipulado y había aprovechado los recursos y el fanatismo de la secta para sus propios intereses. Durante esa breve época, habían movido muchos hilos en el mundo.

Pero gran parte de esa gloria había decaído cuando murió el antiguo rey, y Amaram había dilapidado la que quedaba. Aquellos restos dispersos no eran arquitectos de ningún futuro. Eran un cabo suelto, y hasta Radiante coincidía en que aquella tarea, encomendada tanto por Dalinar como por Mraize en secreto, era digna. Había llegado el momento de acabar con los Hijos de Honor de una vez por todas.

Velo alzó la mirada hacia los sectarios, manteniendo un cuidadoso equilibrio entre aparentar cautela y adularlos.

—Los Radiantes. ¿Sois Radiantes?

—Somos algo más grandioso —dijo el hombre—. Pero antes de que te revelemos más, debes ser iniciada.

—Agradezco cualquier oportunidad de servir —les aseguró Velo—, pero esto… es muy repentino. ¿Cómo sé que no sois agentes del falso rey tendiendo una trampa a personas como yo?

—Todo quedará claro a su debido tiempo —dijo la mujer.

—¿Y si insisto en que necesito pruebas? —preguntó Velo.

Las figuras se miraron entre ellas. Velo tenía la sensación de que no habían encontrado demasiada resistencia en sus anteriores reclutamientos.

—Nosotros servimos a la legítima reina de Alezkar —dijo por fin la mujer.

—¿Ialai? —preguntó Velo con un hilo de voz—. ¿Está aquí?

—Antes, la iniciación —dijo el hombre, haciendo un gesto a otros dos encapuchados.

Se acercaron ambos a Velo. Uno era un hombre alto cuya túnica le llegaba solo a media pantorrilla. Se pasó de brusco al cogerla por los brazos e izarla para luego volver a colocarla en el suelo de rodillas.

«Acuérdate de este», pensó Velo mientras el otro encapuchado sacaba un dispositivo resplandeciente de un saco negro. El fabrial tenía incrustados dos brillantes granates y mostraba una serie de complicados bucles de alambre.

Shallan estaba muy orgullosa de aquel diseño. Y aunque a Velo al principio le había parecido un poco ostentoso, tenía que reconocer que era lo adecuado para ese grupo. Parecían confiar en él sin fisuras cuando lo apuntaron hacia ella y pulsaron unos botones. Los granates se oscurecieron y la persona que estaba utilizándolo proclamó:

—No lleva ninguna ilusión.

Venderles aquel aparato había sido divertido y delicioso. Disfrazada de mística, Velo había utilizado el dispositivo para «desenmascarar» a otro de sus Tejedores de Luz en un engaño meticulosamente planeado. Después Velo les había cobrado el doble de lo que pretendía Shallan, y ese precio exagerado había tenido como único efecto que los Hijos creyeran incluso más en su poder. Que el Todopoderoso los bendijera.

—¡Vamos a iniciarte! —exclamó el hombre—. Jura que ayudarás a restaurar a los Heraldos, la iglesia y al Todopoderoso.

—Lo juro —dijo Velo.

—Jura que servirás a los Hijos de Honor y defenderás su obra sagrada.

—Lo juro.

—Jura lealtad a la verdadera reina de Alezkar, Ialai Sadeas.

—La juro.

—Jura que no sirves a los falsos spren que se inclinan ante Dalinar Kholin.

—Lo juro.

—¿Lo ves? —dijo la mujer, mirando a un compañero suyo—. Si hubiera sido una Radiante, no podría haber jurado en falso.

«Ay, dulce y suave brisa —pensó Velo—. Bendita inocencia. No todos somos Forjadores de Vínculos o cosas por el estilo.» Para los Corredores del Viento o los Rompedores del Cielo quizá fuese un problema ir dejando caer por ahí promesas falsas, pero la orden de Shallan se cimentaba precisamente en la idea de que todo el mundo mentía, sobre todo a sí mismos.

Ella no podía incumplir un juramento hecho a su spren sin afrontar las consecuencias. Pero ¿a aquella panda de despojos humanos? Lo haría sin dudarlo ni un momento, aunque Radiante sí que expresó cierta insatisfacción.

—Levántate, hija de Honor —dijo el hombre—. Ahora debemos cubrirte la cabeza de nuevo y devolverte al lugar del que te tomamos. Mas no temas: uno de nosotros se pondrá en contacto contigo pronto para darte más instrucciones y entrenamiento.

—Esperad —dijo Velo—. La reina Ialai. Tengo que verla para demostrarme a mí misma a quién sirvo.

—Quizá termines ganándote ese privilegio —repuso la mujer en tono engreído—. Sírvenos bien y obtendrás mayores recompensas.

Estupendo. Velo se mentalizó para lo que significaba aquello: aún más tiempo en esos campamentos de guerra, haciéndose pasar por una quisquillosa ojos claros, ascendiendo despacio y con cautela dentro del grupo. Sonaba espantoso.

Por desgracia, Dalinar estaba preocupado de verdad por la creciente influencia de Ialai. Aquella pequeña secta quizá fuese chabacana y sobreactuada, pero no les convenía permitir que una presencia militar creciera a sus anchas. No podían arriesgarse a otro incidente como la traición de Amaram, que había costado miles de vidas.

Además, Mraize consideraba peligrosa a Ialai. Eso ya era suficiente indicación para Velo de que había que derribar a esa mujer. De modo que tendría que seguir trabajando en ello, y en consecuencia también tendrían que buscar más formas de colar a Adolin en la zona para que pasara tiempo con Shallan. La pobre chica se marchitaba si no recibía la adecuada atención amorosa.

Por su bien, Velo hizo otro intento.

—No sé si es sabio esperar tanto —dijo a los demás mientras el hombre alto se disponía a ponerle de nuevo el saco—. Deberíais saber que tengo contactos en el círculo interno de Dalinar Kholin. Puedo proporcionaros información sobre sus planes, si tengo el incentivo correcto.

—Para eso ya habrá tiempo —respondió la mujer—. Más adelante.

—¿No queréis saber lo que planea?

—Ya lo sabemos —dijo el hombre con una risita—. Tenemos una fuente mucho más próxima a él que tú.

Un momento.

Un momento.

Shallan se alertó. ¿Tenían a alguien cerca de Dalinar? Quizá estuvieran mintiendo, pero… ¿podía arriesgarse?

Tenemos que hacer algo, pensó. Si Ialai tenía a algún agente en el círculo íntimo de Dalinar, podría constituir una amenaza mortal. Ya no tenían tiempo para que Velo siguiera infiltrándose poco a poco hasta llegar a la cima. Tenían que saber quién era ese espía ya mismo.

Velo retrocedió, cediendo el control a Shallan. Radiante sabía luchar y Velo sabía mentir. Pero si necesitaban resolver un problema deprisa, era el turno de Shallan.

—Esperad —dijo Shallan, levantándose y apartando las manos del hombre que intentaba encasquetarle el saco en la cabeza—. No soy quien vosotros creéis.

El ritmo de la guerra. El Archivo de las Tormentas IV
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