OCHO AÑOS ANTES

Eshonai acompañó a su madre a la tormenta.

Juntas salieron a la eléctrica oscuridad, Eshonai con un gran escudo de madera para resguardar del viento a su madre, que acunaba la brillante gema naranja. Las poderosas ráfagas de viento intentaban arrancar el escudo del brazo de Eshonai, y los vientospren pasaban volando, riendo.

Eshonai y su madre adelantaron a otros, distinguibles por las gemas parecidas que llevaban. Tenues destellos de luz en la tempestad. Como las almas de los muertos que se decía que vagaban en las tormentas, buscando gemas corazón que habitar.

Eshonai armonizó al Ritmo de los Terrores, marcado, cada tiempo perforándole la mente. No temía por sí misma, pero su madre estaba muy frágil en los últimos tiempos.

Aunque muchos de los demás se quedaron en campo abierto, Eshonai llevó a su madre al recoveco en la piedra que había elegido antes. Incluso allí, parecía que el golpeteo de la lluvia intentara atravesarle la piel. Los lluviaspren parecían danzar por encima del risco, meciéndose con la furiosa tempestad.

Eshonai se acuclilló al lado de su madre, incapaz de oír el ritmo que tarareaba Jaxlim. La luz de la gema, sin embargo, reveló una sonrisa en su rostro.

¿Una sonrisa?

—¡Me recuerda a cuando tu padre y yo salimos juntos! —gritó Jaxlim a Eshonai para hacerse oír en el fragor del viento—. ¡Decidimos no dejárselo al destino, no permitir que uno fuese aceptado y el otro no! Aún recuerdo los extraños sentimientos de pasión cuando cambié por primera vez. ¡Tienes demasiado miedo a eso, Eshonai! Comprenderás que quiero nietos.

—¿Tenemos que hablar de eso ahora? —preguntó Eshonai—. Sostén esa gema. ¡Adopta la nueva forma! Piensa en eso, no en la forma carnal.

Eso sí que sería bochornoso.

—A los vidaspren no les interesa la gente de mi edad —dijo su madre—. ¡Es solo que sienta bien estar aquí fuera otra vez! ¡Ya empezaba a pensar que me marchitaría sin más!

Se acurrucaron juntas contra la piedra y Eshonai usó su escudo como techo improvisado para guarecerlas de la lluvia. No estaba segura de cuánto tardaría en empezar la transformación. La propia Eshonai solo había adoptado una forma nueva en una ocasión, de niña, cuando su padre la había ayudado a obtener la forma de trabajo al llegarle el tiempo de los cambios.

Los niños no necesitaban una forma, ya eran vibrantes sin ellas. Pero si no adoptaban una forma al llegar a la pubertad, en su séptimo u octavo año, quedaban atrapados en la forma gris. Esa forma era, en esencia, una versión inferior de la forma carnal.

La tormenta estaba prolongándose mucho y a Eshonai empezó a dolerle el brazo de sostener el escudo en alto.

—¿Funciona? —preguntó a su madre.

—¡Aún no! No sé qué estado mental debo tener.

—¡Armoniza a un ritmo audaz! —exclamó Eshonai—. ¡Confianza o Emoción!

—¡Ya lo intento! Es…

Lo que siguiera diciendo su madre se perdió en el estruendo de un trueno que las embargó, haciendo vibrar las mismas piedras y que a Eshonai le castañearan los dientes. O quizá eso fuese por el frío. En general, el tiempo helado no la molestaba, y la forma de trabajo estaba bien adaptada a él, pero la lluvia gélida había calado a través de su abrigo aceitado y le resbalaba por la columna vertebral.

Armonizó a Resolución y mantuvo el escudo en su sitio. Estaba decidida a proteger a su madre. Jaxlim solía quejarse de que Eshonai era muy voluble, propensa a los caprichos, pero no era cierto. Su exploración era un trabajo difícil. Un trabajo valioso. Eshonai no era poco de fiar ni perezosa.

Quería que su madre lo viera. Eshonai sostuvo el escudo desafiando a la lluvia, desafiando al mismísimo Jinete de la Tormenta. Atrajo a su madre hacia ella para calentarla. No débil. Sólida. Fiable. Decidida.

La gema empezó a brillar con más intensidad en las manos de su madre. «Por fin», pensó Eshonai, moviéndose para dejar a su madre más espacio y que completara la transformación, el remodelado de su alma, la conexión definitiva entre un oyente y el propio Roshar.

Eshonai no debería haberse sorprendido cuando la luz emanó de la gema y al instante quedó absorbida, como el agua apresurándose a llenar un recipiente vacío, en su propia gema corazón. Pero se sorprendió. Eshonai dio un respingo mientras los ritmos se interrumpían y desaparecían, todos menos uno, un sonido abrumador que nunca había oído antes. Un tono majestuoso, firme. No un ritmo. Una nota pura.

Orgullosa, más sonora que el trueno. El sonido se convirtió en todo para ella mientras su anterior spren, un minúsculo gravitacionspren, salía expulsado de su gema corazón.

Con el tono puro de Honor atronando en sus oídos, soltó el escudo, que salió volando al cielo oscuro. La luz no debería haber entrado en Eshonai, pero en ese momento le dio igual. Aquella transformación era espléndida. En ella, una parte vital de los oyentes regresó a Eshonai.

Necesitaban más de lo que tenían. Necesitaban justo aquello.

Era… era lo correcto. Eshonai recibió el cambio con los brazos abiertos.

Mientras sucedía, tuvo la sensación de que todo Roshar se detenía para cantar la nota, perdida mucho tiempo atrás, de Honor.

Eshonai recuperó el conocimiento, tendida en un charco de agua de lluvia turbia de crem. A su lado se mecía un solo lluviaspren, su forma titilando, su ojo mirando arriba hacia las nubes, sus pequeños pies cruzándose y descruzándose.

Se incorporó y echó un vistazo a su ropa hecha jirones. Su madre había dejado a Eshonai en algún momento durante la tempestad, gritando que debía ponerse a cubierto. Eshonai había estado demasiado ensimismada con el tono y la nueva transformación para acompañarla.

Levantó la mano y encontró los dedos gruesos, carnosos, y un caparazón tan magnífico como la armadura de los humanos subiendo por el dorso de la mano y el brazo. Le cubría el cuerpo entero, de los pies a la cabeza. No tenía mechones de pelo, solo una pieza sólida de caparazón.

El cambio le había destrozado la camisa y el abrigo, dejándole solo la falda, que se había rasgado por la cintura y apenas se mantenía puesta. Eshonai se levantó y hasta ese acto tan sencillo le dio una sensación distinta a la de antes. Se notó propulsada hacia arriba por una fuerza inaudita. Tropezó y dio un respingo, armonizando a Asombro.

—¡Eshonai! —exclamó una voz desconocida.

Frunció el ceño al ver que una figura monstruosa con caparazón naranja rojizo pisaba unos escombros dejados por la tormenta. El hombren se había atado la ropa como había podido, a todas luces después de quedarse desvestido igual que ella. Eshonai armonizó a Diversión, aunque no era que le pareciera ridículo. Daba la impresión de que una figura tan dinámica y musculosa jamás podría resultar ridícula. Deseó que existiera un ritmo más majestuoso que Asombro. ¿Ella también tendría ese aspecto?

—Eshonai —dijo el hombren con su voz profunda—, ¿te lo puedes creer? ¡Me siento como si pudiera saltar y tocar las nubes!

No reconoció la voz… pero aquella pauta de piel jaspeada sí que le sonaba. Y los rasgos, aunque estuvieran cubiertos por un yelmo de caparazón, le recordaban a…

—¿Thude? —preguntó, y dio otro respingo—. ¡Mi voz!

—Lo sé —dijo él—. Si alguna vez has querido cantar los tonos bajos, Eshonai, ¡parece que hemos encontrado la forma perfecta para hacerlo!

Eshonai miró alrededor y vio a otros varios oyentes con poderosa armadura, de pie y armonizados a Asombro. Habría más de una docena. Aunque Venli les había proporcionado un par de docenas de gemas, parecía que no todos los voluntarios habían adoptado la forma nueva. No era de extrañar. Llevaría tiempo y práctica determinar el estado mental adecuado.

—¿Vosotros también os habéis quedado abrumados? —preguntó Dianil, que llegaba hacia ellos dando zancadas. La voz de la mujeren sonaba tan grave como la de Eshonai, pero aquel bucle de veta negra en el ceño era distintivo—. Yo he sentido una necesidad imperiosa de alzarme en la tormenta y disfrutar del tono.

—Hay canciones sobre los primeros que adoptaron la forma de trabajo —dijo Eshonai—. Creo que mencionan una experiencia parecida: una efusión de poder, un tono asombroso que pertenecía por completo a Cultivación.

—Los tonos de Roshar —dijo Thude— nos dan la bienvenida a casa.

Se reunieron los doce y, aunque Eshonai conocía a unos mejor que a otros, pareció haber una… conexión instantánea entre ellos. Una camaradería. Se turnaron para saltar, compitiendo a ver quién llegaba más alto, cantando a Alegría, alocados como un puñado de niños con un juguete nuevo. Eshonai levantó una roca, la arrojó y vio cómo recorría una distancia increíble. Incluso atrajo un glorispren, con colas que fluían y largas alas.

Mientras los demás buscaban sus propias rocas para intentar superar su lanzamiento, Eshonai oyó un sonido incongruente. ¿Los tambores? Sí, eran los tambores de guerra. Había una incursión en la ciudad.

Los demás se congregaron a su alrededor, canturreando a Confusión. ¿Alguna de las otras familias estaba atacando? ¿Justo en esos momentos?

Eshonai tuvo ganas de echarse a reír.

—¿Es que están locos? —preguntó Thude.

—No saben lo que hemos hecho —dijo Eshonai, mirando a su alrededor por la extensión plana de roca fuera de la ciudad donde habían salido a la alta tormenta. Muchos otros oyentes habían esperado hasta entonces para abandonar el resguardo de las grietas en el suelo.

Sus mejores guerreros, en cambio, se habrían quedado en la ciudad, refugiados en las pequeñas y fuertes estructuras. No era tan raro que una familia conquistara una ciudad justo después de una tormenta. Era de los mejores momentos para atacar, si se lograba reunir las tropas lo bastante rápido.

—Esto será divertido —dijo Melu a Emoción.

—No sé si es la manera adecuada de pensar en ello —dijo Eshonai, aunque sentía la misma ansia. Un deseo de lanzarse a la carga—. Pero… si podemos llegar antes de que terminen los alardes…

Los otros empezaron a armonizar a Diversión o a Emoción, con amplias sonrisas en la cara. Eshonai abrió el paso, sin escuchar las llamadas de quienes salían del refugio para tormentas. Había un asunto más urgente que atender.

Al acercarse a la ciudad, Eshonai vio a la familia rival congregada fuera de las puertas, alzando sus lanzas y gritando desafíos y pullas. Iban vestidos de blanco, por supuesto. Era la forma de saber que estaba produciéndose un ataque, no una solicitud de comercio o alguna otra interacción.

Dado que aún seguían los alardes, la verdadera batalla no había comenzado. Eshonai había participado en varios combates por ciudades durante los años que había pasado su familia intentando reclamar una, y siempre habían sido unos asuntos muy feos. El peor había dejado más de una docena de muertos en cada bando.

Bueno, ese día iban a ver lo que…

Dejó de andar y levantó una mano para detener a los demás. La obedecieron, aunque una parte de Eshonai se preguntó por qué había decidido ponerse al mando. Parecía lo natural.

Habían estado yendo hacia una hendidura en la muralla que rodeaba la ciudad. Ese muro habría sido grandioso en otros tiempos, pero solo quedaban meros atisbos de su antigua majestad. La mayoría de él estaba bajo y desgastado, dividido por amplios huecos.

Allí había una silueta moviéndose en la sombra. Parecía siniestra, peligrosa… pero entonces Venli salió a la luz y les hizo gestos para que avanzaran. ¿Cómo había podido llegar a la ciudad tan deprisa?

Eshonai se acercó y Venli la recorrió de arriba abajo con una mirada lenta, deliberada. Los tambores sonaban de fondo, instando a Eshonai a avanzar. Pero aquella mirada en los ojos de su hermana…

—Así que ha funcionado —dijo Venli—. Loadas sean las antiguas tormentas. Tienes buen aspecto, hermana. Bien fuerte y lista para servir.

—Esto no es quien soy —replicó Eshonai, señalando su forma—. Pero hay una cierta… emoción en llevarla.

—Ve a ver a Sharefel —dijo Venli—. Te está esperando.

—Los tambores… —empezó a protestar Eshonai.

—El enemigo aún seguirá aullando insultos un rato —dijo Venli—. Ve a ver a Sharefel.

Sharefel. El portador de esquirlada de la familia. Al conquistar aquella ciudad, por tradición la familia derrotada había entregado las esquirlas de la ciudad para que la familia de Eshonai las protegiera y las empleara.

—Venli —dijo Eshonai—, no utilizamos las esquirlas contra otros oyentes. Son solo para las cacerías.

—Ay, hermana —repuso Venli a Diversión, pasando a su lado para observar a Thude y los demás—. Si queremos tener una mínima esperanza de resistir ante los humanos, cuando inevitablemente se vuelvan contra nosotros, debemos estar preparados para blandir las armas con las que se nos bendijo.

Eshonai quiso armonizar a Reprimenda al oír la sugerencia, pero recordó las cosas que le había dicho Dalinar Kholin. Si los oyentes no estaban unidos, serían presa fácil.

—Quiero pelear —dijo Melu a Emoción, con un expectaspren rebotando por detrás de ella como un largo banderín conectado a una esfera redonda.

—Creo que deberíamos intentar no matar a nadie —propuso Thude a Consideración—. Con esta forma… me parece que sería injusto.

—Portad las esquirlas —los apremió Venli—. Mostradles los peligros de acercarse a nosotros exigiendo batalla.

Eshonai pasó enérgica al lado de su hermana y los demás la siguieron. Venli también fue tras ellos. Eshonai no tenía intención de utilizar las esquirlas contra su propio pueblo, pero quizá hubiera algún propósito en visitar a Sharefel. Recorrió la ciudad, dejando atrás charcos llenos de crem y enredaderas que se extendían desde los rocabrotes para lamer la humedad.

La choza del portador de esquirlada estaba junto a la muralla frontal, cerca de los tambores. Era una de las estructuras más resistentes de la ciudad y siempre estaba bien mantenida. Ese día la puerta estaba abierta. Eshonai cruzó el umbral.

—Ah… —dijo una voz suave al Ritmo de lo Perdido—. Conque es verdad. Volvemos a tener guerreros.

Eshonai se adelantó y encontró al anciano oyente en su asiento, con su piel sobre todo negra bañada por la luz que entraba por la puerta. Sintiendo que era lo apropiado, aun sin saber muy bien por qué, Eshonai se arrodilló ante él.

—Largo tiempo he cantado las viejas canciones —dijo Sharefel—, soñando con este día. Siempre pensé que sería yo quien la encontraría. ¿Cuál es el spren?

—Dolorspren —dijo Eshonai.

—Huyen de las tormentas.

—Los capturamos —dijo Eshonai mientras otros dos oyentes en forma de guerra entraban en la estancia, con peligrosas siluetas—. Utilizando un método humano.

—Ah… —dijo él—. La probaré yo mismo, entonces, con la próxima tormenta. Pero esta es una nueva era y merece un nuevo portador de esquirlada. ¿Quién de vosotros aceptará mis esquirlas? ¿Quién de vosotros puede soportar esa carga, y esa gloria?

El grupo se quedó callado. No todas las familias tenían portadores de esquirlada. Había solo ocho conjuntos completos entre todos los oyentes. Aquellos que dominaban las ocho ciudades adecuadas recibían su bendición, para blandirlas solo en cacerías de grancaparazones. Eran acontecimientos muy poco frecuentes, en los que varias familias se aliaban para recolectar una gema corazón que les permitiera cultivar y luego darse un festín con la bestia abatida.

Pero aquello… ya no parecía el futuro que esperaba a sus esquirlas. «Si los humanos averiguan que las tenemos —pensó Eshonai—, sí que habrá guerra.»

—Dame a mí las esquirlas —dijo Melu a Emoción.

Dio un paso adelante, pero Thude le puso una mano en el peto de caparazón como para contenerla. Melu canturreó a Traición, y él a Irritación. Un desafío por parte de ambos.

Aquello podía ponerse feo muy deprisa.

—¡No! —exclamó Eshonai—. No, ninguno de nosotros las tomará. Ninguno estamos preparados. —Miró al anciano portador de esquirlada—. Quédatelas tú. Con armadura esquirlada, eres tan firme como cualquier guerrero, Sharefel. Solo te pido que te alces hoy junto a nosotros.

Los tambores dejaron de sonar.

—No empuñaré la hoja esquirlada contra otros oyentes —dijo Sharefel a Escepticismo.

—No será necesario —respondió Eshonai—. Nuestro objetivo hoy no es ganar una batalla, sino prometer un nuevo principio.

Poco tiempo después salieron de la ciudad. En otros tiempos debió de haber portones en aquella abertura, pero los oyentes no podían crear maravillas de madera a esa escala. Todavía no.

La batalla había empezado ya, aunque aún no había llegado al combate próximo. Los guerreros de la familia de Eshonai se adelantarían y arrojarían sus lanzas, y la otra familia esquivaría. Luego la familia atacante devolvería las lanzas. Si daban a alguien, ese bando podía retirarse y renunciar a la batalla. Si no, en algún momento un bando se abalanzaría contra el otro.

Había spren de todos los tipos atraídos por el acontecimiento, merodeando o flotando por el perímetro. Los arqueros de la familia de Eshonai se mantenían atrás como demostración de fuerza, pero no utilizarían sus armas allí. Los arcos eran demasiado mortíferos, y demasiado precisos, para usarlos con el objetivo de herir a otros.

Pero… sí había ocurrido alguna vez, por desgracia, que en el fragor de la pelea se hubieran roto las tradiciones. Batallas normales convertidas en horripilantes masacres. Eshonai nunca había participado en ninguna de ellas, pero había visto las consecuencias que tenían en su infancia, al pasar cerca de un asalto fallido a otra ciudad.

Ese día ambos bandos se detuvieron al ver salir a los oyentes en forma de guerra, acompañados por un portador de esquirlada completo en su brillante armadura. La familia de Eshonai les abrió paso, canturreando a Asombro o a Emoción.

Eshonai recogió una lanza y varios otros la imitaron. Llegaron hasta el centro del campo. La familia rival retrocedió a toda prisa, sus guerreros cubriendo la retirada con sus lanzas. Por las posturas que tenían, y por los pocos canturreos que Eshonai pudo distinguir, estaban aterrorizados.

—Hemos hallado la forma de guerra —gritó Eshonai a Alegría. Un ritmo amistoso, no uno enfurecido—. Venid, uníos a nosotros. Entrad en nuestra ciudad, vivamos juntos. Compartiremos nuestro conocimiento con vosotros.

Los otros retrocedieron más. Uno de ellos gritó, a Reprimenda:

—¡Nos dominaréis! Nos convertiréis en esclavos. Ya no seremos nuestra propia familia.

—¡Somos todos una sola familia! —exclamó Eshonai—. ¿Teméis que os esclavicen? ¿Visteis a esos pobres en forma esclava que tenían los humanos? ¿Visteis aquellas armaduras, aquellas armas? ¿Visteis la rica ropa de los humanos, los carros que creaban?

»No podéis combatir contra eso. Yo no puedo combatir contra eso. Pero juntos, sí que podríamos. Hay decenas de miles de oyentes por todas las llanuras. Cuando regresen los humanos, mostrémosles una nación unida, no un puñado de tribus pendencieras. —Señaló hacia sus compañeros en forma de guerra y dejó que su mirada se entretuviese en Sharefel con su armadura esquirlada.

»No combatiremos hoy contra vosotros —afirmó Eshonai, mirando de nuevo a la familia enemiga—. Nadie de esta familia combatirá hoy contra vosotros. Pero si alguno de vosotros insiste, descubrirá en persona el auténtico poder de esta forma. Después iremos a hablar con la familia de las Canciones Vivas. Podéis elegir ser los primeros en incorporaros a nuestra nueva nación y que vuestra sabiduría se reconozca durante generaciones. O podéis quedaros para el final y volver humillados para suplicar que os aceptemos cuando nuestra unión esté casi completa.

Se llevó la lanza al hombro y la arrojó, sorprendiéndose a sí misma con la potencia del lanzamiento. El arma voló por encima de la familia rival y se perdió en la lejanía. Eshonai oyó a más de uno de ellos canturreando al Ritmo de los Terrores.

Asintió mirando a los demás, que la siguieron de vuelta a la ciudad. Algunos parecían molestos. Querían una batalla para poner a prueba sus capacidades. Eshonai nunca había conocido a oyentes sedientos de sangre, y no sentía que aquella nueva forma la hubiera cambiado tanto a ella, pero sí que tuvo que admitir que notaba una cierta ansia.

—Deberíamos entrenar —dijo a los demás—. Liberar un poco de nuestra agresividad.

—Suena maravilloso —respondió Thude.

—Siempre que podamos hacerlo delante de todos esos —dijo Melu a Irritación—. Quiero que comprendan con qué facilidad podría haberles partido los cráneos. —Miró a Eshonai—. Pero… has hecho bien. Me alegro de no haber tenido que descuartizar a nadie.

—¿Dónde has aprendido a dar discursos? —preguntó otro desde atrás—. ¿Aprendiste hablando con los árboles, allí fuera?

—No soy una ermitaña, Dolimid —dijo ella a Irritación—. Solo me gusta la idea de ser libre. De no estar restringida a un solo lugar. Mientras no sepamos lo que hay ahí fuera, es fácil que puedan sorprendernos. Dime, ¿estaríamos esforzándonos ahora por organizar a nuestro pueblo si nos hubiéramos dedicado a explorar nuestro entorno? Podríamos llevar generaciones preparándonos para enfrentarnos a los humanos, si no hubiéramos tenido tanto miedo.

Los otros canturrearon a Consuelo, comprendiéndolo. ¿Por qué había costado tanto a Eshonai convencer a la gente antes? ¿Aquella facilidad era por la conexión que sentía con aquellos oyentes, los primeros en forma de guerra?

Había mucho que aprender de aquella forma, mucho con lo que experimentar. Notó un brío en su paso. Tal vez la forma de guerra fuese mejor para explorar; podría saltar obstáculos y correr más deprisa. ¡Cuántas posibilidades había!

Entraron en la ciudad y los guerreros de su familia, los que habían estado arrojando sus lanzas fuera, los siguieron al trote, aceptando al instante la autoridad de la forma de guerra. Cuando pasaron junto a la choza de Sharefel, Eshonai vio a Venli de nuevo, acechando en la sombra. Aquella victoria era de ella, en cierto modo.

Eshonai debería haber ido a darle la enhorabuena, con toda seguridad, pero no lograba hacerse el ánimo. Venli no necesitaba más canciones que la alabaran. Ya tenía un ego bastante grande.

En lugar de eso, Eshonai llevó al grupo hasta el refugio para tormentas, de donde seguía saliendo el resto de su familia. Todos y cada uno de ellos merecían ver de cerca la nueva forma.

El ritmo de la guerra. El Archivo de las Tormentas IV
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