Una jaula de hierro creará un atractor, un fabrial que desplaza hacia sí mismo elementos concretos. Un fabrial de humo bien elaborado, por ejemplo, puede acumular el humo de un fuego y mantenerlo cerca de él.

Los nuevos descubrimientos nos llevan a creer que es posible crear un fabrial repulsor, pero aún no sabemos qué metal deberíamos utilizar para alcanzar ese logro.

Lección sobre mecánica de fabriales impartida por Navani Kholin

a la coalición de monarcas, Urithiru, jesevan de 1175

Deprisa, subid la escalera! —gritó Venli al Ritmo del Mando—. ¡La dama regresa!

Los sirvientes se apresuraron a remontar los peldaños de la torre. No necesitaban que Venli les diera órdenes, pero era lo que se esperaba de ella y Venli se había vuelto muy buena interpretando el papel. No los fustigó como podrían haber hecho otros —la mayoría de los shanay-im no aprobaban tales castigos físicos, por suerte—, pero sí que apartó a Vod del grupo y le alisó la camisa y el fajín. Él canturreó a Apreciación en agradecimiento mientras Venli lo empujaba detrás del resto.

Detrás de todos, Venli cogió su cetro y corrió escalera arriba. Los demás llevaban la forma de trabajo o la diestra, por lo que ella era muchísimo más alta en su forma emisaria.

Había distintos niveles que una persona podía ocupar en la cultura cantora. La gente normal, a la que llamaban sencillamente cantores o bien cantores comunes, llevaba formas ordinarias, como la forma de trabajo o la de guerra. Luego estaban las formas de poder, como la forma emisaria de Venli. Estaba un peldaño por encima en autoridad y fuerza, y requería albergar a un vacíospren en la gema corazón. Eso tenía una influencia en la mente, cambiaba la forma de percibir el mundo. A esos cantores los denominaban regios.

Más arriba en la jerarquía estaban los Fusionados. Almas antiguas ocupando cuerpos modernos, un proceso que extinguía por completo el alma del anfitrión. ¿Y por encima de ellos? Criaturas misteriosas como los tronadores y los Deshechos. Almas que se parecían más a spren que a personas. Venli aún no sabía mucho sobre ellos.

Servir a una Fusionada ya era bastante complicado. Se apresuró subiendo la escalera, giraba en una espiral vertiginosa en torno a la torre. Aquello no era una fortificación propiamente dicha, sino solo una columna de piedra con escalones de madera, poco más que una escalera hacia el cielo. El diseño le recordó a la alta columna de piedra que había en Narak.

En la cima de la aguja, entró en una sala que le daba vértigo. Abierta por dos caras, la estancia dominaba la grandiosa ciudad de Kholinar, y no había barandillas que impidieran a un trabajador descuidado caer treinta metros a las calles de la ciudad. Aunque el suelo era sólido, daba sensación de inestabilidad, como una torre de bloques con un remate demasiado grande que espera el inevitable pie de un niño.

Las tormentas deberían haber destruido aquellas torres con salas en la cima a las primeras de cambio. Pero su construcción había estado supervisada por los Fusionados, y de momento solo una de la hilera de veinte había caído derribada por una alta tormenta y los había obligado a reconstruirla. Los daños en las casas de debajo habían sido cuantiosos, claro, pero no tenía mucho sentido buscar la lógica en las costumbres de los Fusionados.

Venli se situó delante del grupo de sirvientes, sudando por el prolongado ascenso. Su forma de poder era alta y delgada, con mechas largas de color naranja rojizo y delicado caparazón a lo largo de los pómulos y en crestas sobre el dorso de las manos. No era armadura, sino más bien adorno. Aquella no era una forma para combatir; su objetivo era inspirar asombro… y proporcionarle el poder de traducir textos e idiomas.

Aunque Venli era regia, tenía un secreto guardado en lo más profundo de su gema corazón, una amiga que la escudaba de la influencia del vacíospren. Su spren Radiante, Timbre, vibró con suavidad, reconfortándola.

Venli escrutó el horizonte hasta que por fin distinguió unas siluetas que se aproximaban, como puntitos en el cielo. Aunque Venli había metido prisa a los demás, ninguno de ellos protestaría. No se cuestionaba a una regia y, además, preferirían que Venli les gritara a sufrir el castigo de una Fusionada. Leshwi era justa, pero no por eso moderaba su ira.

Al poco tiempo los shanay-im, Aquellos de los Cielos, llegaron volando a la ciudad. Solo a los más importantes de entre ellos se les concedían salas de torre como aquella, por lo que la mayoría de ellos descendió en dirección a alojamientos más convencionales en la ciudad en sí. Leshwi, en cambio, pertenecía a la élite de Odium. No era la más poderosa, pero sí gozaba de una posición muy elevada incluso en comparación con la mayoría de los Fusionados.

Una parte del favor de Leshwi se debía a su efectividad en la batalla, pero Venli sospechaba que otra parte equivalente procedía de haber conservado la cordura con el paso de los siglos. No podía decirse lo mismo de muchos otros, aunque los Celestiales habían resistido mejor que otras marcas de Fusionados. Las nueve variedades se llamaban «marcas» en su propio idioma, una palabra que evocaba el calor de un hierro al rojo vivo, aunque Venli no les había visto ninguna marca grabada en la piel.

Leshwi ralentizó su vuelo al acercarse y dejó que su ropa de viaje, en esa ocasión de brillantes blanco y rojo, ondeara al viento más de diez metros por debajo y por detrás de ella. Llevaba el pelo suelto. Separó los brazos a los lados cuando aterrizó y los sirvientes se adelantaron enseguida para abrir hebillas y quitarle las partes más largas de la cola. Otros le llevaron agua y fruta, inclinados mientras le tendían los cuencos.

Leshwi esperó a que le desengancharan sus atavíos antes de tomar el refrigerio. Miró a Venli, pero no hizo ningún sonido, por lo que ella se quedó donde estaba, erguida, sosteniendo su cetro. Ya hacía tiempo que había superado sus miedos iniciales a que descubrieran que era una farsante.

Cuando retiraron la larga cola de las vestimentas de Leshwi, otros sirvientes la ayudaron a quitarse el resto de la túnica. Unos pocos apartaron la mirada para no verla en su ropa interior suelta, pero a Leshwi no le importaban los cánones mortales de decoro. No tarareó ni una sola nota de Vergüenza, a pesar de que el cuerpo que se le había ofrecido en esa encarnación era el de un hombren.

Y en efecto, después de beber y dejar que la envolvieran con una lujosa túnica, Leshwi se sentó para que la atendiera el barbero, que le afeitó la cara al estilo de los humanos. Odiaba los bigotes, aunque los que le salieran al habitar un cuerpo de hombren fuesen suaves y ralos. Los Fusionados ejercían cierta medida de voluntad sobre sus formas: conservaban las pautas de la piel, por ejemplo, y a algunos les crecía caparazón con sus formas individuales. Sabiendo eso, era sencillo distinguir a un mismo Fusionado a lo largo de distintas encarnaciones.

Por supuesto, Venli tenía la ventaja de su capacidad para mirar en Shadesmar, que le revelaba de inmediato si alguien era Fusionado, regio o un cantor común. Venli se preocupaba mucho de no usar esa capacidad salvo en los lugares más secretos. Sería un desastre de increíble magnitud si alguien averiguaba que Venli, la Última Oyente, regia en forma emisaria, la Voz de la dama Leshwi, era una Caballera Radiante.

Un sonido vibró en su interior. Timbre podía leerle la mente, y Venli también podía interpretar las palabras y las intenciones de la pequeña spren a partir del latido de sus ritmos. En ese caso, Timbre quería que Venli reconociera no ser una Caballera Radiante. Todavía no, ya que solo había pronunciado el Primer Ideal. Le quedaba trabajo por delante si quería progresar.

Ella lo admitió en silencio. La inquietaba que Timbre latiera cuando había un Fusionado cerca. No había forma de saber qué cosas podrían delatarla.

Teniendo eso en cuenta, se preocupó de no mirar a Dul ni a Mazish entre los sirvientes. No lo hizo hasta que llevaron al frente a la nueva recluta, una joven mujeren en forma de trabajo, con brillantes líneas de veta roja sobre una piel por lo demás negra. Venli canturreó a Indiferencia y fingió examinar a la recién llegada, cuyo nombre era Shumin, aunque ya se habían reunido varias veces en secreto.

Por último, Venli se acercó a Leshwi, que aún estaba afeitándose. Esperó a que la Fusionada reconociera su presencia, señal que le llegó cuando Leshwi tarareó a Satisfacción.

—Esta de aquí —dijo Venli, señalando a Shumin— ha sido hallada digna de servir. Vuestro cautormentas necesita una nueva ayudante.

El cautormentas se ocupaba de que las posesiones de Leshwi en la Alta Cámara estuvieran bien recogidas antes de cada tormenta y luego de volver a dejarlas donde habían estado.

Leshwi tarareó. Aunque fue solo una cadencia breve a Ansia, reveló mucho más a Venli. Cuanto más tiempo pasaba en forma emisaria, más notables se volvían sus capacidades. No solo podía hablar en cualquier idioma, sino que entendía por instinto lo que decía su ama con un mero tarareo. De hecho, la experiencia le recordaba de forma siniestra la manera en que comprendía a Timbre, aunque estaba segura de que esa capacidad no tenía nada que ver con su forma.

En todo caso, como Voz de Leshwi, el deber de Venli era expresar los deseos de la dama a los demás.

—La dama quiere saber —dijo Venli a Mofa— si esta recién llegada puede aceptar la altura de la cámara.

Señaló, y Shumin se acercó nerviosa al borde de la estancia, al límite de la caída. La cámara era tan espaciosa que, estando entre los muebles de la dama en su centro, era posible ignorar su enorme altura.

Venli llegó junto a Shumin con paso firme. Allí, al borde, no había fingimiento o negación posibles. Con los dedos de los pies en el borde, sintiendo el viento empujar desde atrás como para arrojarla al cielo sobre las calles soleadas… en fin, Venli no tenía un miedo particular a las alturas, pero una parte de ella anhelaba correr hasta el centro de la sala y abrazarse al suelo. La gente no estaba hecha para vivir tan alto. Aquellos eran los dominios de las nubes de tormenta y los truenos, no de los cantores.

Shumin se estremeció y atrajo unos pocos miedospren, pero se mantuvo firme. Sin embargo, tenía los ojos fijos hacia fuera, sin mirar ni un momento hacia abajo.

—Pasión —le susurró Venli a Determinación, uno de los viejos ritmos. Los ritmos puros de Roshar—. Recuerda que los Fusionados tienen las Pasiones en muy alta estima. Para conservar este puesto, deberás compensar el miedo con decisión.

Era la gran contradicción de servir a los Fusionados. No querían a niños temerosos que obedecían demasiado rápido, pero a la vez esperaban precisión en el servicio. Buscaban solo las voluntades más fuertes entre sus servidores, pero deseaban controlarlas y dominarlas.

Shumin canturreó al Ritmo del Viento y bajó la mirada hacia la ciudad. Venli la obligó a quedarse allí un incómodo minuto y luego canturreó, se volvió y regresó hacia el centro de la sala. Shumin la siguió con pasos apresurados, con sudor visible en la piel.

—Parece cohibida —dijo Leshwi a Venli, hablando en su antiguo idioma.

—Todos lo estamos al principio —respondió Venli—. Os servirá bien. ¿Cómo cantar con Pasión si nunca se tiene la oportunidad de aprender las canciones adecuadas?

Leshwi cogió la toalla del barbero y se limpió la cara antes de elegir una fruta del cuenco que le ofrecieron. La inspeccionó en busca de taras.

—Eres compasiva con ellos, a pesar de que intentas parecer rígida y severa. Veo la verdad en ti, Venli, Última Oyente.

«Si fuese el caso —pensó Venli—, a estas alturas sin duda ya estaría muerta.»

—Apruebo la compasión —dijo Leshwi—, siempre que no se imponga a Pasiones más dignas.

Empezó a comerse la fruta y dio su veredicto con un rápido canturreo.

—Estás aceptada —tradujo Venli a Shumin—. Sirve con devoción y se te enseñará a pronunciar las palabras de los dioses y cantar los ritmos de pueblos perdidos.

Shumin canturreó su satisfacción y retrocedió para unirse a los demás. Venli cruzó la mirada con Dul, el cautormentas, que asintió antes de retirarse para ir a buscar el siguiente asunto del que debían hablar.

—Si me permitís la pregunta —dijo Venli, volviéndose hacia Leshwi—, ¿lo habéis matado en esta incursión?

No era necesario explicar a quién se refería. Leshwi estaba fascinada por los Corredores del Viento, y sobre todo por su líder, el joven que había forjado un grupo de Radiantes sin la guía de ningún dios o Heraldo.

Leshwi terminó de comerse la fruta antes de responder.

—Estaba allí. Y su spren también, aunque ella no se ha mostrado a mí. Hemos luchado. Sin resultado concluyente. Pero temo que quizá no vuelva a tener ocasión de enfrentarme a él.

Venli canturreó a Ansia para indicar su curiosidad.

—Ha matado a Lezian, el Perseguidor.

—No conozco ese nombre —dijo Venli.

Con ese título, la criatura debía de ser un Fusionado. Como seres con miles de años de antigüedad, todos ellos tenían un acervo y una historia lo bastante largos como para llenar libros enteros. Los enfurecía que, en esa ocasión, nadie supiese quiénes eran.

Y en efecto, Leshwi respondió hablando a Mofa.

—Lo conocerás. Está recién despertado, pero siempre se las ingenia para colarse en los relatos y en las mentes de los mortales. Se enorgullece mucho de ello.

«¿Y los demás no lo hacéis?», pensó Venli, pero se abstuvo de decirlo. Leshwi valoraba la Pasión, pero los comentarios ingeniosos eran otra cosa muy distinta.

—¿Tienes algo más que requiera mi atención? —preguntó Leshwi.

—Solo otro asunto —dijo Venli, y señaló a Dul, que llegaba seguido de una mujer muy asustada. Era humana, delgada rozando la escualidez, con cejas largas y rizadas. Iba vestida con humilde ropa de trabajadora—. Me pedisteis encontrar un sastre capaz de experimentar con diseños nuevos. Esta mujer tuvo ese oficio en otro tiempo.

—Una humana —comentó Leshwi—. Qué curioso.

—Queríais al mejor —dijo Venli—. Nuestra gente está aprendiendo a destacar en muchas áreas, pero dominar algunas profesiones requiere mucho más tiempo que el año que hemos tenido. Si deseáis un sastre experto, tendrá que ser humano.

Leshwi se levantó y se alzó en el aire, dejando pender tras ella su lujosa túnica dorada y negra azabache. Canturreó un mensaje a Venli.

—La gran dama desea saber tu nombre —dijo ella.

—Yokska, excelencia —respondió la mujer, acobardada.

—¿Eras modista? —preguntó Venli ejerciendo de Voz de Leshwi.

—Sí, antes vestía a príncipes y ojos claros. Conozco… conozco las modas más actuales.

—Tus modas y tus ropas no serán adecuadas para un Fusionado —interpretó Venli—. Los diseños te serán desconocidos.

—Yo… vivo para servir —dijo Yokska.

Venli miró a Leshwi y supo al instante que la dama, por el tono en que canturreó, iba a rechazar a aquella sirviente. ¿Sería por las maneras de la mujer? ¿Demasiado servil? Quizá no estuviese lo bastante presentable, aunque Venli había optado por no vestir bien a Yokska, ya que eso podía ofender a los Fusionados.

—Una humana no servirá —dijo Leshwi—. Elevar a esta sería como afirmar que los nuestros no son lo bastante buenos. De todos modos, dile que se levante y me mire a los ojos. Cuánto cremlino hay entre esta gente.

—¿Podéis reprochárselo? Otros Fusionados apalean a los humanos que los miran a los ojos.

Leshwi canturreó a Furia y Venli imitó su tono. Al oírlo, Leshwi sonrió.

—Es un problema que tienen los míos —reconoció Leshwi—. Las nueve marcas no tienen las mismas expectativas respecto a los humanos. Pero aun así, ella no puede ser mi modista. Ya hay demasiados comentarios y preguntas sobre el ascenso de un humano al título de Aquel Que Acalla. No pienso amontonar más combustible para quienes pretenden demostrar que somos blandos. Guárdate tu compasión oculta para los tuyos, Voz. Pero puedes permitir que ella adiestre a un cantor en forma artística, para que aprenda de su pericia.

Venli agachó la cabeza, canturreando a Sumisión. Habría estado satisfecha con cualquier resultado, ya que aquello era sobre todo una prueba para averiguar qué opinaba su dama de los humanos. Leshwi hablaba tan a menudo de los Corredores del Viento que Venli tenía curiosidad por saber si simpatizaría con un humano de menor posición.

—Mis tareas están cumplidas —dijo Leshwi—. Voy a meditar. Vacía la Alta Cámara y ocúpate de que la nueva sirviente reciba una formación adecuada.

Se elevó por un agujero en el techo, buscando las nubes.

Venli dio un golpe con su cetro en el suelo de madera y los demás sirvientes empezaron a marcharse escalera abajo. Varios de ellos ayudaron a la mujer humana.

Venli hizo que Shumin esperara. Cuando todo el mundo se hubo ido, llevó a la recién llegada por la larga y curva escalera hasta su propia habitación, el puesto de guardia por el que había que pasar para llegar a los peldaños. El puesto de Venli era, casi literalmente, la puerta que debía superar quien quisiera dirigirse a Leshwi.

Dul estaba esperándolas junto a la trampilla que cerraba el paso a la escalera de arriba. Shumin hizo ademán de hablar, pero Venli la acalló con un gesto y esperaron hasta que Dul cerró la escotilla y las cortinas de las ventanas. Mazish regresó de vigilar fuera y cerró la puerta tras ella. Dul y Mazish estaban casados. No eran antaño-compañeros, como lo habrían llamado los oyentes, sino casados. Habían insistido en hacerlo después de que se restauraran sus mentes; habían sido compañeros el tiempo que estuvieron esclavizados por los humanos y habían adoptado las costumbres alezi.

Venli tenía muchísimo trabajo que hacer. Debía contrarrestar el adoctrinamiento de los Fusionados y, además, ayudar a los cantores a rechazar las tradiciones de quienes los habían esclavizado. Pero un cremlino no renunciaba a su caparazón hasta haberse hecho demasiado grande para él, y Venli confiaba en que sus consejos terminarían animándolos a renunciar por iniciativa propia a los lastres de las sociedades tanto Fusionada como humana.

—Ya puedes hablar —dijo Venli a Shumin. Cambió su ritmo al de la Confianza, uno de los ritmos antiguos. Los verdaderos ritmos, los que no estaban corrompidos por el toque de Odium.

—¡Padre Tormenta! —exclamó Shumin, volviéndose hacia Dul y Mazish—. Qué difícil ha sido. ¡No me dijisteis que casi iba a empujarme por el borde!

—Ya te advertimos de que sería duro —dijo Dul a Reprimenda.

—Bueno, creo que por lo demás lo he hecho bastante bien —dijo Shumin mirando a Venli—. ¿Verdad? Brillante, ¿qué te ha parecido a ti?

El cambio de actitud en la mujeren asqueó a Venli. Qué… humana era. Desde sus reniegos hasta los gestos que hacía al hablar. Pero claro, era improbable que los más leales a los Fusionados se unieran a Venli. Tendría que trabajar con lo que hubiera disponible.

—Me preocupa que hayas estado demasiado cohibida —dijo Venli—. Los Fusionados no quieren debilidad, y yo tampoco. Nuestra organización se compone de personas lo bastante fuertes para resistir toda cadena y en algún momento liberarse de ella.

—Estoy preparada —respondió Shumin—. ¿Cuándo atacaremos a los Fusionados? Con cada tormenta temo que seré la siguiente, que alguna alma Fusionada de las que esperan terminará expulsando mi mente a patadas y dominándome.

No funcionaba así. Venli había presenciado la transformación; de hecho, habían estado a punto de tomarla a ella. Acoger el alma de un Fusionado en el cuerpo tenía un componente de aceptación.

La aceptación, sin embargo, era difícil de definir. Cuando alguien adoptaba una forma regia, Odium se infiltraba en su mente. Las formas nuevas, con sus ritmos nuevos, alteraban su manera de comportarse, su forma de ver el mundo. Incluso a los cantores comunes se los adoctrinaba con ahínco, diciéndoles una y otra vez que sacrificarse era un enorme privilegio.

Había sido eso, al final, lo que hizo decidir a Venli que tenía que intentar reconstruir su pueblo. Los Fusionados y los humanos… tenían cierta equivalencia. Ambos pretendían eliminar las mentes de las personas normales. Ambos estaban interesados solo en la conveniencia de un cuerpo útil, sin la «carga» añadida de las personalidades, los deseos y los sueños.

Venli estaba decidida a no hacer lo mismo. Aceptaría a quienes acudiesen a ella. Si quería que cambiaran, les mostraría una forma mejor de hacer las cosas. Había sido una sugerencia de Timbre. Voluntad. Intención. Los principios cardinales de lo que fuese en lo que estaba transformándose la propia Venli.

Eran unos sentimientos extraños en alguien que una vez, con una sonrisa en la cara, había llevado la muerte y la esclavitud a su pueblo. Pero que así fuese. Hizo un gesto con la cabeza a sus amigos, que retrocedieron para vigilar las puertas. Venli indicó a Shumin que se sentara con ella en la mesita que había contra la pared, alejada de las ventanas.

Antes de hablar, Venli buscó espías. Absorbió una pizca de luz del vacío de una esfera que llevaba en el bolsillo. Venli podía usar los dos tipos de luz, la extraña luz del vacío que proporcionaba Odium y la antigua luz tormentosa de Honor. Por lo que decía Timbre, aquello era algo nuevo y lo que fuera que Venli estaba haciendo no se había hecho antes jamás.

Eshonai se habría emocionado por esa idea, de modo que Venli intentaba extraer fuerzas de los recuerdos de su hermana. Usando esa luz del vacío, escrutó en Shadesmar, el Reino Cognitivo. Timbre latió a Preocupación. Solo habían probado en una ocasión su otro poder, la capacidad de moldear la piedra, y al hacerlo habían atraído a secretospren. Eran una clase de spren especializados que volaban por la ciudad, vigilando en busca de señales de Caballeros Radiantes usando sus poderes.

Venli había podido escapar de esos secretospren sin revelar sus capacidades, pero había sido por poco. Mientras hubiera secretospren cerca, Venli no podría practicar con sus poderes en toda su extensión. Pero por suerte ese otro poder, el de mirar en Shadesmar, no era tan estridente.

Utilizándolo, vislumbró un mundo superpuesto al físico. Ese segundo mundo se componía de un océano de cuentas, un extraño sol demasiado lejano en un cielo negro y unas luces que flotaban. Una por cada alma. Las almas de los Fusionados eran llamas oscuras que palpitaban como corazones. Practicando con cautela, Venli también había aprendido a distinguir qué spren había vinculado un cantor común para que le proporcionara su forma.

Algunos vacíospren podían ocultarse a ojos de todos menos de quienes ellos quisieran que los viesen, pero ninguno podía esconderse de Venli, que veía sus rastros en Shadesmar. Se aseguró de que no había ninguno cerca y de que Shumin no fuese una de los mavset-im, los Fusionados capaces de imitar el aspecto físico de otros. Incluso los demás Fusionados parecían recelar de los mavset-im, Aquellos de las Máscaras.

La esencia de Shumin era como Venli había esperado: un alma de cantora común vinculada a un pequeño gravitacionspren que le confería la forma de trabajo.

Venli paró de usar sus poderes. Sabía que podía trasladarse a ese extraño mundo si lo deseaba, pero Timbre la había advertido de que era un lugar peligroso para los mortales y resultaba difícil regresar una vez se estaba allí del todo. Por el momento, a Venli le bastaba con mirar.

—Debes saber lo que somos —dijo Venli a Shumin—, y lo que no somos. No pretendemos derrocar a los Fusionados.

—Pero…

—No somos una rebelión —insistió Venli—. Somos un grupo de objetores a quienes no nos gustan las opciones que nos ofrecieron. ¿Opresión Fusionada o tiranía humana? ¿El dios del odio o el dios en teoría honorable que nos abandonó a la esclavitud? No aceptamos a ninguno de los dos. Somos los oyentes. Lo rechazaremos todo, incluso nuestras mismas formas si es necesario, para alcanzar la libertad.

»Cuando contemos con los números suficientes, abandonaremos la ciudad y viajaremos a algún lugar donde nadie pueda molestarnos. Nos mantendremos neutrales en los conflictos entre humanos y Fusionados. Nuestro único objetivo es hallar un sitio donde podamos prosperar por nuestra cuenta. Una sociedad propia. Un gobierno propio. Unas normas propias.

—Pero… —dijo Shumin—. Pero no van a dejar que nos marchemos sin más, ¿verdad? ¿Qué lugar seguro existe lejos de todos los demás? ¿Existe siquiera ese lugar?

Eran buenas preguntas. Venli canturreó a Malestar, pero hacia sí misma, no hacia Shumin. Cuando sus antepasados habían roto sus ataduras en un acto definitivo de valentía y sacrificio, había sido hacia el final de las guerras entre humanos y cantores. Los oyentes pudieron escapar en plena confusión, como un cabo suelto que nadie se acordó de atar.

Aquello era distinto. Venli sabía que lo era. Se inclinó hacia delante.

—Ahora mismo tenemos dos planes. El primero consiste en buscar a Fusionados comprensivos y convencerlos de que merecemos este privilegio. Ellos respetan la Pasión y el coraje.

—Sí, ya, pero… —Shumin levantó los hombros en un gesto humano. Qué natural le salió—. Respetar la Pasión es algo muy muy distinto a dejar que alguien se crezca con ellos. Los Fusionados parecen bastante intolerantes cuando alguien les lleva la contraria de verdad.

—Cometes un error —dijo Venli a Reprimenda—. Das por hecho que todos los Fusionados piensan igual.

—Son siervos inmortales de un dios terrible.

—Y siguen siendo personas. Cada cual con sus distintos sentimientos, ideas y objetivos. Conservo la esperanza de que algunos verán la valía de lo que estamos planeando.

Era una esperanza frágil, reconoció Venli para sus adentros. Timbre latió en su interior, de acuerdo con ella. Pero el caso era que la alta dama Leshwi… parecía respetar a sus enemigos. Podía ser cruel, y podía ser despiadada, pero también podía ser razonable.

Leshwi decía que la conquista de Roshar estaba llevándose a cabo en nombre del pueblo cantor. Quizá Venli pudiera utilizar un lenguaje parecido para exponer su plan de una nueva nación oyente.

Por desgracia, Venli también temía que los Fusionados llevaran tanto tiempo librando sus guerras que, por mucho que se les llenara la boca hablando de devolver el mundo a los cantores, ya no considerasen la libertad como su objetivo. Para muchos de ellos, aquella guerra era por venganza: destruir a sus enemigos, demostrando de una vez por todas qué bando tenía la razón. Por tanto, si Leshwi, que se contaba entre los más cuerdos y empáticos de los Fusionados, resultaba imposible de convencer, solo les quedaría una opción. Huir y esconderse. Los antepasados de Venli habían mostrado ese valor. Ella no estaba tan segura, cuando se sinceraba consigo misma, de poseer la misma fuerza moral.

Shumin jugueteaba distraída con su pelo, en vez de canturrear a una emoción como habría hecho una oyente. ¿Sería aquella forma de retorcerse el pelo una señal de aburrimiento, quizá la forma humana de canturrear a Escepticismo?

—Si debemos huir —dijo Venli—, no nos faltarán recursos.

—Disculpa si no las tengo todas conmigo, brillante —replicó Shumin—. Invocaron a unos monstruos de piedra que eran más altos que la tormentosa muralla de la ciudad. Tienen regios y Fusionados. Yo creo que nuestra única esperanza es que la ciudad se vuelva contra ellos en bloque.

—Nosotros también tenemos a una regia —dijo Venli, señalándose a sí misma—. Hay un vacíospren en mi gema corazón, Shumin, pero he aprendido a contenerlo y a apresarlo. Me concede poderes, como la capacidad de ver en Shadesmar y comprobar si hay algún spren cerca espiándonos.

—Poderes regios… —dijo Shumin, mirando a los otros presentes en la habitación—. ¿Y… podría tenerlos yo también? ¿Sin rendir mi voluntad a Odium?

—Es posible —respondió Venli—. Cuando haya perfeccionado el proceso para que otros puedan ponerlo en práctica.

Timbre latió dentro de ella, reprobadora. La pequeña spren quería que Venli dijese la verdad completa: que era Radiante. Pero aún no era el momento. Venli quería asegurarse de que podría ofrecer a otros lo que ella tenía antes de revelar lo que era. Necesitaba confirmar que había otros spren como Timbre dispuestos a vincularse con ellos, y tenía que preparar a sus amigos para el recorrido.

—Hace mucho tiempo —explicó Venli a Shumin—, los cantores eran aliados de los spren. Entonces llegaron los humanos y las guerras empezaron. Los acontecimientos de aquellos días se perdieron para todos salvo para los Fusionados… pero de todos modos, sabemos que al final los spren escogieron a los humanos.

»Llegó un momento en que los humanos traicionaron a los spren. Los mataron. Algunos spren han decidido concederles una segunda oportunidad, pero otros… Bueno, ha contactado conmigo un spren que representa a todo un pueblo de Shadesmar. Ellos comprenden que quizá nosotros merezcamos una segunda oportunidad más que los humanos.

—¿Qué significa eso? —preguntó Shumin.

—Que no estaremos del todo sin aliados, cuando decidamos actuar —dijo Venli—. Nuestro objetivo último es encontrar un lugar en el que podamos escapar del gobierno y las leyes de otra gente. Un lugar en el que podamos ser lo que deseemos y rechazar los papeles que se nos han impuesto.

—Me apunto —dijo Shumin—. Eso suena a tormentosa delicia, brillante. Quizá… quizá si tenemos formas de poder que no estén concedidas por Odium, el enemigo de verdad nos dejará tranquilos.

Podía pasar eso o que Odium ordenara a sus esbirros exterminar del planeta a Venli y su facción.

Timbre latió, diciendo que no había gran obra que pudiera lograrse sin riesgo. A Venli no le gustaba nada que dijera cosas como aquella. Le recordaba lo peligrosos que estaban siendo sus actos. Absorbió un poco de luz para comprobar Shadesmar de nuevo. No vio que nada la espiara, así que…

Una llama oscura y palpitante estaba descendiendo desde arriba.

Leshwi.

Venli se puso en pie de un salto y su silla cayó de golpe contra el suelo. Dul y Mazish repararon en su apremio, enderezaron la espalda y miraron a su alrededor, intentando decidir qué hacer.

—¡Abrid las cortinas! —ordenó Venli—. ¡Deprisa! ¡Para que ella no vea nada raro!

Despejaron las ventanas mientras la escotilla traqueteaba. La dama Leshwi, resplandeciente en sus ropajes dorados y negros, entró flotando justo por encima de los peldaños. Casi nunca bajaba hasta allí. ¿Qué estaría ocurriendo?

Timbre tembló dentro de Venli. Las habían descubierto. Tenía que significar que iban a…

—Prepárate, Última Oyente —dijo Leshwi al Ritmo de la Agonía—. Está pasando algo. Algo peligroso. Temo que la guerra esté a punto de dar un gran vuelco.

El ritmo de la guerra. El Archivo de las Tormentas IV
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