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—Cuando te fuiste del barrio, mi mamá todavía no pololeaba. Fue después cuando se enganchó con ÉL. Yo tenía como trece años, aunque me veía más chica. Siempre he representado menos. ¿Qué edad me echái? ¿Veintitrés? No, viste, tengo veintisiete. Es que tengo cara de niña y soy delgadita. «Delgadina», me decía mi mamá. A ÉL en cambio tú no lo conociste, tú ya te habías ido, ÉL llegó después. Primero mi mamá me dijo que era un amigo, pero caché altiro que era su pololo. Al final, mi mamá me contó la firme. Yo me puse contenta al principio. ÉL se fue a vivir con nosotras. Llevó todas sus cosas, tenía una tele grande que se llevaron a la pieza de ellos, así que me pusieron la tele chica en mi pieza. Parecía que todo iba a ser para mejor. A ÉL le gustaba comer cosas ricas. Ahora el refrigerador estaba lleno de comida. Tenía un autito chico en el que salíamos los domingos. Una vez fuimos para Farellones, pero al autito se le calentó el motor y empezó a echar humo. Tuvimos que quedarnos a una orilla del camino, pero yo estaba contenta porque igual conocí la nieve.

»Es bien fome no tener papá. Y Él era lo más parecido a un papá que yo podía tener. Me gustaba cuando salíamos los tres juntos porque pensaba que la gente de lejos nos veía y decía: ahí va un papá, una mamá y una hija. ÉL parecía bueno, y entendía que mi mamá lo quisiera, porque ella no sabía nada. Yo no me atrevía a contarle.

»La primera vez que ÉL me tocó quedé helada. Mi mamá había ido a la feria. ÉL estaba en la pieza viendo tele, me dijo que me acostara al lado, me tomó la mano y se comenzó a poner cariñoso. Yo la tonta no sospechaba nada; es que en ese tiempo era inocente, jugaba con muñecas todavía.

»Después de ese día trataba de no quedarme nunca sola en la casa. Me metí en un grupo en la parroquia para poder inventarle a mi mamá que tenía que salir, claro que yo no iba nunca. Me quedaba dando vueltas en la calle hasta que veía llegar a mi mamá. Pero fue para peor porque hablaron con el cura y cacharon que no iba para allá, entonces me castigaron y no podía salir. Pero igual me las ingeniaba, por ejemplo me encerraba en el baño, o me ponía a vomitar cuando ÉL se acercaba, eso le daba asco. Lo malo fue que mi mamá encontró un trabajo de noche en un minimarket. Traté de darle la pelea al sueño, pero tarde o temprano me quedaba dormida. Cuando me despertaba, ÉL me tenía puesta su cuestión en la cara. O me estaba bajando los calzones. Me tenía amenazada de que si hablaba con alguien, ÉL le iba a decir a la mamá que yo lo había buscado y que yo era una puta y puras cosas así.

Lloraba todas las noches y en el colegio me empezó a ir supermal. Mi mamá me retaba y me sacaba en cara todo el sacrificio que hacía por mí, y a mí más me daba miedo que ella supiera. De verdad que me trataba de concentrar y poner atención en clase, pero no había caso. También me fui quedando sin amigas. Como no hablaba con nadie, hablaba conmigo misma, entonces en mi cabeza estaban todo el tiempo dos voces discutiendo. Y me peleaba conmigo misma, inventaba cosas, planeaba asesinatos.

Un día armé una mochila y me llevé la plata que mi mamá guardaba adentro de unas botas viejas que tenía en el ropero. Me fui al metro y me bajé en la estación Pajaritos. Salí a la calle y me tomé un bus a la playa. No tenía ni idea adónde iba. Finalmente llegué a Viña. Me bajé en el terminal y me puse a caminar con mi bolsito. Me compré unas golosinas y no estuvo mal al principio. Me sentía como en un paseo. Caminé hasta el mar y paseé por la orilla. En la tarde me dio hambre, pero conocí a unos gringos que andaban viajando en una casa rodante. Me convidaron comida y fumamos mariguana. Yo no fumaba, pero la conocía porque en el barrio casi todos fumaban. Lo malo es que en la noche los gringos partieron camino al norte en su casa rodante y yo me quedé sola.

No sabía qué cresta hacer. Una carabinera me pilló llorando en un banco de la plaza y me preguntó si estaba perdida. Me asusté y traté de arrancar. Me agarraron y me llevaron a la comisaría. Figuraba en una lista de personas perdidas. Me iban a mandar para Santiago. Pero la carabinera que me pilló me comenzó a conversar y me fue sacando cosas que no sé cómo le conté. Se ve que ella tenía sicología y que estaba acostumbrada a tratar a niñitas como yo. La cosa es que interpusieron un recurso de no sé qué cosa y ahí empezó un calvario grande.

Me encerraron en un centro de puras niñitas abandonadas. La comida era mala y las cabras eran peleadoras. La tía tomaba copete a escondidas y una de las niñas más grande me corría mano. A los pocos días me llevaron al hospital de Viña y un doctor me hizo desnudarme y me examinó la vagina, el poto, todo. Resulta que tenía lesiones y le pusieron un juicio a ÉL.

Tuve que contarle el cuento a un montón de gente. Me acuerdo de que a un abogado se le paró mientras le contaba y me volvía a preguntar cosas y detalles asquerosos que yo tenía que contarle. Muchas veces me arrepentí de haberme escapado y pensé que estaba mejor en mi casa, porque me empezaron a llevar de un lado a otro y vuelta a repetir lo mismo. Después, en el juicio, delante de montón de gente, no podía levantar los ojos. Mostraron fotos que me sacaron en el hospital y lloraba de vergüenza y lo único que quería era irme lejos. Mi mamá testificó en contra mía. Lloraba a moco tendido. Dijo que inventaba cosas. ÉL lloró en el juicio y dijo que me quería como a una hija. Al cura lo pusieron de testigo y dijo que yo andaba metida con los cabros malos del barrio. No sé por qué dijo eso, era mentira. Todos mis amigos eran cabros buenos. Después me soltaron y volví a mi casa. ÉL no me volvió a tocar, pero le agarró odio a mi mamá. Yo no entiendo por qué si ella lo defendió a ÉL. Pero parece que la tenía amenazada y por eso mi mamá tuvo que decir lo que dijo. Le sacaba la cresta. Finalmente mi mamá le contó todo a una asistente social. Y vuelta a abrirse el caso. De nuevo volver a lo mismo. De nuevo a mostrar las fotos. Yo me enfermé grave de los pulmones porque estaba tan delgada que no tenía defensas, dijo el doctor. Estuve un mes internada en el hospital Calvo Mackenna. El mejor tiempo que pasé fue ese mes en el hospital porque no tuve que ir al juicio ni me iban a preguntar cosas asquerosas los abogados. Las enfermeras eran como ángeles de buenas. Al final mi mamá ganó y él se fue preso. Estuvo como seis meses en la cárcel y después que salió comenzó con amenazas a mi mamá. Lo que pasó es que ella estaba embarazada de él cuando empezó el juicio. Después con los años supe que ella trató de abortar dos veces, pero no le resultó. Mi hermanita, la Francisca, quería nacer nomás. Y nació. Yo la amo más que a todas las cosas de este mundo y no sabe lo que he tenido que hacer por protegerla. ÉL amenaza a mi mamá y le dice que a la Francisca le va a hacer lo mismo que me hizo a mí. Muchos años vivimos escapando de ÉL. Probamos de todo para que nos dejara tranquilas. Una vez mi mamá pidió un crédito con la tarjeta del supermercado y le pasó la plata, pero al rato ÉL estaba molestándola de nuevo. Ese fue un error grande, pero el peor error fue que nunca le contamos la verdad a mi hermana. Entonces ella siempre quiso conocer a su papá y no entendía que no podía acercarse a ÉL. Una vez mi mamá llegó atrasada a buscar a la Francisca a la escuela y resulta que nos enteramos de que ella le dijo a todas las tías que estaba muy contenta porque la iba a pasar a buscar su papá. Un hombre se la había llevado en un taxi.

Mi mamá lloraba, se golpeaba las manos contra la mesa hasta que le salía sangre. Yo no sabía qué hacer. Ya habíamos ido a la policía y ellos habían elevado la solicitud a un juez, pero justo era fin de semana largo y nadie tenía ganas de hacer algo. A nadie le importa el dolor ajeno, yo lo entiendo, todos tienen sus propios dolores, para qué además sufrir por otros.

Finalmente, ÉL llamó a mi mamá. Cuando volví a la casa, ella estaba como loca, me explicó el asunto, me dijo que si yo iba a verlo a ÉL, ÉL iba a soltar a mi hermana.

Tuve que ir nomás. ÉL cumplió su palabra y soltó a mi hermanita. A mí en cambio me encerró en una pieza, me tuvo tres días sin pan ni agua. Cuando me ponía a llorar o gritaba, ÉL entraba y me pegaba con una toalla mojada. Aprendí a quedarme callada y a llorar para adentro. Al tercer día le rogaba que me hiciera lo que él quisiera, me tiraba a sus pies y le lamía los zapatos. Entonces me sacó de ahí y me metió a una tina con agua caliente. Estaba tan débil que apenas podía moverme. Después me sentó a la mesa de la cocina y me dio un plato hondo de leche tibia y azúcar. Me tiré arriba del plato como un perro, entonces ÉL puso su cuestión en el plato y yo tuve que seguir comiendo. Esto duró como una semana. Ese fue solo el principio. Después de la semana como que se aburrió de trajinarme, de darme vuelta al revés y al derecho. Me decía que ya no le gustaba, que me prefería cuando era chica, inocente. Que ahora parecía una perra ganosa.

Desde entonces que me obliga a hacer cosas, no solo con ÉL, sino que con otras personas. Traté de salir de esto con gente que me ofreció ayuda, pero ÉL se dio cuenta y ahora me amenazó que me va a dejar toda marcada, que no me van a querer ni para trapear el piso. Y a mí una sola idea me da vueltas por la cabeza. Yo lo voy a matar. Algunas veces lo he seguido por la calle llevando un cuchillo cartonero en el bolsillo. Pero nunca he podido. Hasta que te vi ahí, en la conferencia. Él es tira, pensé, a él no le va a costar.