25
Lo agarro de las solapas y lo azoto varias veces contra la pared. El Nuevo me mira con ojos desorbitados y no le salen las palabras.
—¡Habla, mierda! ¡De dónde sacaste esa llave!
Lo golpeo de nuevo, esta vez fuerte. Siento que se le doblan las canillas. Lo aprieto contra la pared del estacionamiento para que no se caiga.
—Esa llave se la mandó Jiménez —dice con un hilo de voz.
—¡Mentira!
Me baja la rabia y me empiezo a imaginar al Nuevo asfixiando a Jiménez camino al hospital. Lo empujo al suelo, queda en cuatro patas, le doy con todo una patada en la raja, se va de hocico al suelo, después se arrastra hasta la pared y levanta las manos pidiendo clemencia.
—Jiménez se la mandó, es verdad.
Estoy un poco descontrolado, me doy cuenta, porque de pronto tengo la pistola en la mano y lo estoy apuntando. Esta no era la idea que tenía cuando lo seguí el par de cuadras que hay entre el cuartel y el juzgado. Generalmente a esta hora mandan al Nuevo a entregar el avance de algunas causas a los fiscales. Me las arreglé para traerlo engañado hasta el estacionamiento y en cuanto bajamos al primer subterráneo le caí encima, pero se suponía que solo iba a hablarle, asustarlo un poco quizás, es que esta mierda que jalé me tiene el nervio tomado. Respiro. Me controlo y guardo el arma. El Nuevo está cada vez más aterrado.
—Hablé con su viuda, y ella no me dejó ningún sobre —digo pausadamente, tratando de parecer civilizado.
—Sí —dice él.
—Sí, ¿qué? —pregunto.
—Sí, señor —dice el muy estúpido. Estoy que lo agarro de nuevo para zamarrearlo, pero se pone a hablar rápido. Canta todo que da gusto—. Jiménez me dio la llave cuando íbamos camino al hospital. Me pidió que se la pasara a usted, pero me asusté, yo sé que a Jiménez lo están persiguiendo de Asuntos Internos por algo sucio. Todo el mundo lo sabe. Entonces me guardé la llave, no se la di. Pero cuando lo vi llegar a usted a la oficina el otro día, se me ocurrió lo del sobre. Incluso después lo seguí para explicarle, pero no me atreví. Estoy empezando mi carrera y no quiero involucrarme en nada de lo que ustedes están metidos. A mí me gusta este trabajo, no lo quiero perder…
—No te creo, rucio de mierda. Si estabas tan asustado por qué no te deshiciste de la llave —digo mientras lo zamarreo de nuevo.
—Yo soy evangélico, señor. Soy creyente. Era la última voluntad del finado, eso es sagrado para mí.
Lo suelto. Me impresiona un poco el Nuevo. No por lo religioso que es, sino por lo que está dispuesto a hacer por conservar la pega. ¿Fui yo así alguna vez? ¿Tuve esas ganas tremendas que tiene este cabro por ser tira? No me acuerdo. Lo ayudo a levantarse y recojo las carpetas que traía. Se las doy. A él aún no se le pasa el susto. Un auto que viene del tercer subterráneo nos ilumina brevemente y sigue su camino hacia la salida. El Nuevo trata de arreglarse el cuello de la camisa y acomodarse la corbata.
—Perdona. Estoy un poco nervioso con la muerte de Jiménez. Vamos a tomar algo.
—No, gracias, tengo que hacer. —No puedo culparlo, pero antes de que se vaya quiero el cuento completo.
—¿Te dijo algo más Jiménez? ¿De dónde es esta llave?
—No, yo pensé que usted sabía.
—No tengo idea y por lo demás no estuve metido en nada con Jiménez.
El Nuevo mueve la cabeza como diciendo que sí, pero se nota que no me cree. Tampoco me interesa convencerlo.
—Algo de «las pruebas» dijo. Algo de que tiene guardadas las pruebas, ¿usted no sabe nada?
Un brillito de ambición puedo ver en su mirada, las ganas de ganarse un ascenso que se disfrazan muy bien con su cara de tonto inexperto.
—¿Y si supiera? ¿Qué? ¿Te lo digo a ti o voy con Asuntos Internos directamente?
—No, nada que ver. «Vive y deja vivir», eso digo yo.
Me dieron ganas de volver a zamarrearlo, pero aún me queda una visita importante que hacer hoy día, así que lo dejé ir. Todos fuimos el Nuevo alguna vez, pero si yo fui como él, ya se me olvidó.