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Con Marina nunca pudimos comprar un cuadro para la casa. No nos podíamos poner de acuerdo. Lo que me gustaba a mí a ella no, y viceversa. Por ejemplo, el cuadro que está en la estación Baquedano, ella lo encuentra horrible.

—¿Quién va a querer tener a ese viejo feo en una pared de su casa?

A ella le gustan los cuadros con colores, paisajes con lagos, pero no cualquier paisaje.

—No me gustan los volcanes, las montañas sí, pero no los volcanes, me ponen nerviosa.

Total que lo único que hay colgando en las paredes del departamento es un calendario que me regalaron en la ferretería del barrio. El calendario está decorado con una pintura antigua de una cacería de zorros en Inglaterra.

—Me gustan los caballos —dijo ella, y colgó el calendario.

Siempre cuando veo un cuadro me pregunto en qué estaba pensando el pintor cuando lo hizo. Me imagino lo que venía antes, lo que viene después. Le invento historias a los que salen en la pintura que observo, como me pasa con el caballero del cuadro de la estación Baquedano.

Cuando la puerta de la cabaña se abrió y vi aparecer a Romina desde adentro, pensé en eso. Pensé que estaba viendo un cuadro.

Desnuda, envuelta en una frazada azul, a pies pelados. El pelo pegado a la cara, los pómulos moreteados, tiritando. La nieve que le cae sobre el pelo negro.

Da dos pasos, sin fijarse en que yo estoy a cuatro metros apuntándole a la cabeza. Solo observa el suelo concentrada en donde pone los pies. Cierra la puerta detrás de ella. Y yo, como en los cuadros, imagino la noche de horror que pasó adentro de la cabaña con los tres hombres borrachos.

Romina levanta lentamente la cabeza y me mira. Yo no he dejado de apuntarle. No se sorprende cuando me ve. Bajo el arma y trato de sonreírle, como para decirle que todo está bien, que llegué a salvarla. Pero no soy capaz. Romina, en cambio, levanta una mano y me muestra unas llaves. Luego me las tira. Yo las agarro en el aire. Son las llaves de la camioneta.

—Te vi por la ventana —dice susurrando y agrega en el mismo tono—: Sácame de aquí, por favor.

En ese momento dejó de nevar.