29
Deben ser las siete y media de la tarde cuando llego al departamento. La ropa de trabajo de Marina está tirada en un rincón de la pieza. Desde el baño llega el sonido de la ducha. Pongo mi celular a cargar y me tiro de espalda en la cama. Ni siquiera me saco la chaqueta, ni la sobaquera, ni el arma, ni los zapatos. Me imagino a Marina en la ducha, el baño lleno de vapor y esta imagen me calma un poco. Qué día de mierda. Se me están cerrando los ojos, no me resisto, me dejo ir y entro sin sobresalto al mundo de los sueños acompañado del ruido del agua en el baño.
Cuando despierto, Marina está desnuda,con la toalla en la cabeza. Las puertas del clóset están abiertas de par en par y ella mira su ropa en silencio, sin moverse.
Por unos segundos, no sé cuántos, el cuerpo no me obedece y aunque tengo los ojos abiertos no puedo mover ni un dedo. Marina escoge unos calzones, se los pone y vuelve a quedarse mirando el clóset. Logro por fin moverme, tengo el cuerpo acalambrado. Ella se gira.
—Hola —dice, después elige unos sostenes y se sigue vistiendo.
—¿Cómo estás?
—Agotada. —Toma unos blue jeans.
—Acuéstate entonces —digo. Ella se sube los blue jeans y veo cómo sus piernas se van enfundando en la tela azul, cómo desaparece su calzón…
—No puedo, me llamaron para un trabajo.
Marina atiende también a particulares en domicilio. En la clínica se consigue morfina y la revende a las familias de enfermos terminales. La pueden llamar a cualquier hora, generalmente son pacientes críticos, al borde de la muerte a los que solo les queda la morfina para aliviar el sufrimiento.
—¿No puedes mandar a una colega? Acabas de salir de un turno doble. —Marina toma una polera y se la pone. Se mira en el espejo de la puerta del clóset, se la saca y busca otra—. No vas a aguantar sin dormir algo —insisto.
—Ya me tomé un Mentix. —Son unas pastillas que Marina toma a veces. Le quitan el sueño por completo. Marina encuentra finalmente una polera que le gusta y se pone un chaleco de lana grueso que le queda enorme—. Además necesito la plata —dice mientras se pone unas zapatillas y comienza a abrocharse los cordones—. Quiero arrendar un departamento.
Me recorre un escalofrió por la espalda. Me levanto despacio y voy hacia el clóset. Me paro junto a ella. Espero que termine de abrocharse los cordones. Ella se levanta y se mira, ahora vestida, al espejo del clóset. Está linda con ese chaleco enorme, con esas mangas donde apenas se asoman los dedos.
—Me di cuenta de que no dormiste aquí anoche, no soy tonta. —Se da vuelta y no hay sombra ni de pena ni de rabia en su mirada. Son esas pastillas que la ponen así, puro cerebro despierto, sangre fría—. Para qué nos engañamos, esto no da para más.
La escucho salir y caminar por el pasillo. Siento la campanilla del ascensor, después el ruido de la puerta, después silencio.