LA HERMANA PEQUEÑA
RAHMA
Este era un hombre que tenía siete hijas y que se disponía a partir de peregrinación a La Meca. Justo antes de irse, les dijo:
—Os dejo provisiones suficientes, así que no tenéis que abrir a nadie la puerta ni salir a la calle para nada.
Y pasaron unos días, hasta que llegó una mujer y empezó a llamar a la puerta:
—¡Abridme la puerta, abridme la puerta, que soy hermana de vuestra madre y traigo a mi hija para que la conozcáis!
Y una de las siete hijas dijo:
—No podemos abrir la puerta. Nuestro padre ha dicho que no abramos a nadie.
—¡Pero si soy vuestra tía! Si hubiera estado vuestro padre seguro que me habría abierto.
Así que abrieron la puerta y entró la tía con un cántaro de leche agria en la que había echado somníferos, y las invitó a todas a beber mientras les decía:
—Esta es mi hija, no es mi hijo; es mi hija, no mi hijo.
Y en cuanto se quedaron dormidas, empezaron a sacar todas las cosas de la casa hasta que la dejaron vacía. Luego, cuando se iban, al cerrar la madre la puerta, le cortó [sin querer] un dedo al hijo y se fueron.
Más tarde, cuando volvía el padre, este hijo fue a esperarle al camino y le dijo:
—Tu hija pequeña, me la vas a dar [en matrimonio].
Y el padre le contestó:
—Espera a que llegue a mi casa. Aún no sé cómo están mis hijas.
El padre llegó a su casa muy triste y una de las hijas le preguntó:
—Padre, ¿qué pasa que estás tan triste?
—Estoy triste porque voy a dar en matrimonio a tu hermana pequeña.
Y en esto la hermana pequeña, que había estado escuchando toda la conversación, preguntó al padre:
—Padre, ¿a quién me has dado en matrimonio?
Y el padre contestó:
—A uno que me estaba esperando en el camino.
—Pues si ya me has dado, ya me has dado.
El día de la boda, todas se dieron cuenta de que el novio [al que le faltaba un dedo] era el que había ido a su casa con la supuesta tía. Así que lo cogieron y lo achicharraron vivo.
La hermana pequeña se marchó entonces de su casa, se fue a ver a un carpintero, y le contó:
—Mi padre me dio en matrimonio y me pasó esto, esto y lo otro, y ahora quiero ocultarme para que nadie me reconozca por la calle.
Y el carpintero le hizo una caja con tal forma que ella podía andar [con la caja puesta] y hacer de todo. Pero sólo podía andar a gatas. Así que se puso a andar así, y en esto la vio una familia y la acogió a cambio de que cuidara los camellos. Y cada vez que se iba al campo con los camellos, se salía [de la caja], se quitaba aquello y se ponía a bailar y a cantar:
Pastad, pastad, camellos,
y miradme, miradme bien,
que si me ve vuestro dueño
no os dejará venir más a pastar.
Y los camellos se quedaban embobados, todos menos uno que estaba sordo. La familia se dio cuenta entonces que los camellos estaban muy, muy flacos, todos menos uno. Así que uno de los hijos decidió ir al día siguiente a vigilarla. Y vio cómo se quitaba aquello y se ponía a cantar Y le gustó tanto, que se fue corriendo a buscar a su madre y le dijo que se quería casar con la muchacha. La madre le contestó:
—¿Con un trozo de madera?
Se casaron. Y ella nunca salía de la caja de madera. Pero un día, sin darse cuenta de que su cuñado la estaba viendo, se la quitó, y el cuñado se quedó deslumbrado de lo bella que era, así que se fue rápidamente a buscar a su madre y le dijo:
—Madre, me voy a casar con la perra de casa.
—¿Pero cómo te vas a casar con la perra, hijo mío?
—Si mi hermano se ha casado con una madera que es pura luz, ¿por qué no me voy a casar yo con la perra, que tiene patas, cabeza…? Con esta me quiero casar yo.
<En tono de reproche>:
—¡Por favor!
—Pues me voy a casar con ella.
Se casaron y celebraron la boda, y cuando al día siguiente la esclava les llevó el desayuno se encontró al chico muerto.
Y después de andar por aquí y por allí, me puse el calzado y se me rompió.
Alhucemas, 6 de agosto de 2002