EL ANILLO MÁGICO

RAHMA

Este era un rey que se iba a un viaje muy, muy largo, así que, antes de irse, le dijo a sus hijos:

—Me voy. Os quedaréis solos durante mucho tiempo. Totalmente solos. Todo lo que hay aquí es vuestro y podéis usado. Pero este cofre —dijo señalando a una gran caja de madera— no quiero que lo toquéis para nada, ¿entendido?

Todos asintieron con la cabeza.

Se fue el padre y a los pocos días uno de los hijos no pudo resistir la curiosidad de ver qué había en el cofre, así que, sin hacer caso a los hermanos, que insistían en que no lo tocara para nada, lo abrió. Dentro del cofre había una gallina. Y el que lo había abierto dijo:

—Vaya, tanto insistir y al final no hay más que una gallina. Pues vamos a venderla.

Se fueron al mercado a venderla y llegó un señor que la compró en seguida. Había algo en él que llamaba la atención. El caso es que llegó a su casa [con la gallina] y llamó muy eufórico a su mujer:

—¡Abre!, ¡abre la puerta, querida, que hoy te traigo «el reino»!

—¿Qué reino me traes?

—Ya lo verás, pero lo primero es matar esta gallina.

Y en vez de hacerlo él, mandó a un vecino suyo que lo hiciera:

—Toma, sacrifícala en seguida y mándamela cuando acabes.

La mató, la metió en una olla y se la llevó al que la había comprado. Éste le dio unas monedas y le dijo que se fuera, y rápidamente puso la gallina a hervir con un ansia tan enorme, tan enorme, que él mismo no sabía por qué. Llamó a su mujer y empezaron a comer, y cuando estaban a punto de terminar, en el último trozo que les quedaba, él se dio cuenta de que había algo duro, como de metal. Se lo sacó [de la boca] y vio que era un anillo. Era un anillo grande y tenía un brillo que cegaba los ojos y que casi lo hipnotizó. Se dio cuenta de que era un anillo especial, es más, se había dado cuenta desde que se acercó al crío que vendía aquella gallina que algo misterioso le gritaba desde dentro y le animaba a comprarla. Su mujer, al verlo así, le tuvo que dar un codazo para que se espabilara:

—¿Qué te pasa?, ¿te ha sentado mal el pollo?

—¿Eh? No, no… sólo estaba pensando… Bueno, te lo voy a decir: creo que este pollo nos va a sacar de la pobreza, que vamos a ser ricos.

Y la mujer dijo:

—Sí, seguro que te ha sentado mal el pollo.

Pero el hombre dijo enseñándole el anillo a la mujer:

—Mira, creo que es un anillo mágico.

Cuando la mujer lo cogió, se dio cuenta de que el anillo giraba y emitía un brillo muy extraño.

Ruadi - 1944, Villa Sanjurjo (Alhucemas). Clásica actividad comercial de hombres y mujeres rifeños en el zoco del Had de Ruadi (domingo de Ruadi). (Archivo Plácido Rubio Alfaro, Málaga).

El hombre pidió mirando al anillo:

—¡Quiero una casa tan grande o más que la del rey!

Y por la mañana temprano, a la hora del primer rezo, el imán empezó a llamar a los creyentes:

—Alá es gran… Caramba, pero ¡qué grande es aquella casa!

El rey, que se quedó muy sorprendido al escuchar aquella forma tan rara de llamar al rezo, salió en busca del imán:

—¿Qué diablos te pasa?, ¿qué manera es esa de llamar a la oración?

—Perdonad, mi señor. Pero cuando me he asomado allí arriba a rezar, he visto de repente una casa enorme, más grande que la suya. Estoy seguro de que ayer no estaba. Ha aparecido de repente.

El rey fue rápidamente a buscar en su cofre y vio que la gallina había desaparecido. Entonces supo que el anillo estaba en manos del propietario de la gran casa. Enseguida pensó cómo llegar hasta él. Preguntó a los hijos si había entrado alguien extraño en la casa o si alguno de ellos había tocado el cofre, y todos dijeron que no, que ni había entrado nadie ni ellos habían tocado el cofre. Nadie quería delatar al hermano que había abierto el cofre.

Creyéndose lo que le habían dicho sus hijos, el rey salió a la calle en busca del propietario de la casa, pues tenía que recuperar el anillo a toda costa. El hijo, viendo que el padre estaba muy preocupado por el anillo, lo fue siguiendo a todas partes. El rey se disfrazó de vendedor de perlas y collares y cuando llegó al lado de la casa donde iba, vio a una mujer asomándose por la ventana y la invitó a bajar para que le comprara algo. Y el rey se dio cuenta de que la mujer tenía el anillo en el dedo.

Dijo el rey:

—¡Qué anillo más bonito tienes!, si me lo das te entregaré a cambio todo lo que quieras.

—No, no puedo dártelo. Es un anillo especial.

—Pero si me lo das haré que se vayan todos los malos espíritus que hay en la casa. Esta casa apareció tan de repente porque la han construido los demonios, así, de la noche a la mañana.

Y la mujer le preguntó:

—¿Cómo sabes que apareció de repente, acaso eres un brujo?

—Sí, más o menos. Si quieres, puedo hacer que se transforme en la casa que era antes, y así os podréis deshacer de los demonios.

Dijo ella:

—Aquí no hay demonios.

Cuando el rey miró otra vez los dedos de la mujer, el anillo ya no estaba, seguramente se lo había guardado para que no se lo quitara. Y el rey preguntó:

—¿Dónde está el anillo?

Y ella mintió:

—¡Oh, Dios mío, tú me lo has quitado mientras hablabas conmigo!

—No, yo no te he quitado nada. Si quieres, regístrame, o mejor vamos a registrarnos.

—De acuerdo, pero con las manos y los pies bien atados.

La mujer fue a buscar cuerda y aprovechó para meterse el anillo en la boca. Al volver, ató al desconocido de pies y manos y, sabiendo que no iba a encontrar nada, empezó a registrarle.

—Ahora me toca a mí —le dijo el hombre.

Hizo lo mismo, buscó en los bolsillos de su vestido y no encontró nada, pero de repente se escuchó un ruido: alguien llamaba a la puerta, era su hijo, el que había abierto el cofre.

—He sido yo padre, yo abrí el cofre, y ahora vengo a ayudarte, he visto cómo la mujer se metía el anillo en la boca.

Entre los dos, el padre y el hijo, le sacaron el anillo y se fueron. Y así el «reino» volvió otra vez a su sitio.

Y después de andar por aquí y por allí, me puse el calzado y se me rompió.

Alhucemas, 31 de julio de 2002