MAHJOUBA

Nació hace sesenta y cuatro años en Ruadi, una pequeña aldea a 40 Km. de Alhucemas, que abandonó cuando era muy pequeña para trasladarse con sus padres a Tetuán, donde falleció su madre. Luego residió en Ceuta, donde pasó nueve años. Su padre se casó en segundas nupcias. Tuvo once hermanos. Volvió a Ruadi y allí se casó. Después de casarse se fue a vivir a Tánger con su marido e hijos, donde residió dos años trabajando en casas de judíos. Su marido se quedó sin trabajo, de modo que regresaron al pueblo natal, Ruadi, a labrar las tierras. Su marido la abandonó con sus once hijos para casarse con otra mujer hace veinte años. Junto con sus hijos, ya mayores, se fue a Alhucemas a buscar trabajo. Desde entonces hasta hoy ha residido en dicha ciudad. Es analfabeta y no ha recibido ninguna educación.

Actualmente, vive en el barrio de Mirador con una de las hijas y dos hijos, uno de los cuales se vio obligado, por la falta de trabajo en el Rif, a atravesar el Estrecho en patera; según él mismo, vive de milagro, pues cuando iban a mitad de camino empeoró el tiempo y de no haber sido porque un barco británico los recogió antes de naufragar, no nos habría podido contar su historia.

Mahjouba recuerda bien que aprendió los cuentos de sus abuelas y de su madre. Recuerda igualmente que ya de mayor se juntaba con las amigas y se ponían a contar cuentos entre ellas. Nos confesó que no contaba cuentos desde hacía «muchos años, no sé cuántos», aunque en las sesiones no se la vio titubear.

Las sesiones se celebraron siempre en lugares que ella misma eligió, que no fueron otros que el cuarto de estar de Rahma y el suyo propio. En la primera de ellas dio muestras de un nerviosismo —probablemente debido a la presencia de su marido y a la falta de confianza en nosotros— que desapareció en las siguientes; las tomas de ese día fueron desechadas. Las siguientes sesiones se desarrollaron en su casa en un ambiente más distendido cada vez. La última de ellas se realizó por entero en presencia de su hija, Zoubida y Gabriel, todos sentados en la esterilla de su cuarto de estar, muertos de calor, descalzos y tomando té. Su maneta de contar es teatral, pues articula gestos corporales, entonaciones, pausas, música (en algunos de los poemas) y gestos faciales constantemente. Fue notable cómo en cada sesión el primer cuento resultaba siempre menos teatral que los siguientes, cómo iba entrando en esa especie de trance cada vez más, hasta el punto de contar, a veces, cuentos seguidos, casi sin interrupción ninguna entre ellos.