OMAR Y MAGHRIRA

MAHJOUBA

Este era un hombre que se había ido de viaje y había dejado a sus dos hijos, Omar y Maghrira, a cargo de su mujer. Omar se dedicaba a pastorear las cabras y Maghrira a las tareas de la casa.

Un día, la madrastra se levantó y dijo a Maghrira que la acompañara a por leña. Se llevó a la niña muy, muy lejos, la ató con una cuerda a un árbol, y la dejó que ni tocaba suelo ni tocaba cielo. Cuando Omar llegó por la noche de cuidar el rebaño, le preguntó a la madrastra:

—¿Y Maghrira?

—Se ha muerto. Así que la tiré a las chumberas.

Al día siguiente, Omar se fue a pastorear, se sentó en una toca y una cabra se alejó mucho de él, se subió a una montaña y se puso a balar, y cada vez que balaba, él contestaba cantando:

Calma, calma, cabra de Maghrira.

Y la cabra respondía:

¿De qué Maghrira, hermano Omar, si ya no hay,

si mis huesos y mi carne están cortados por una cuerda,

mi cara rota por el sol, y mis ojos picoteados por los buitres?

Aquella cabra se quedaba siempre en el mismo sitio cuando salía al campo; y como ni bebía ni comía, estaba a punto de morirse.

Al cabo del tiempo, regresó el padre del viaje y lo primero que hizo fue preguntar:

—¿Y Maghrira?

Y en ese momento la madrastra empezó a decir <gimoteando>:

—Ay, pobrecilla, se ha muerto…, con la compañía que me hacía…, pregúntale a tu hijo…, le di un buen entierro…

Al día siguiente, el padre se fue con el hijo de pastoreo, y como se dio cuenta de lo delgada que estaba una de las cabras, preguntó:

—¿Pero qué le pasa a la cabra de Maghrira que está tan flaca?

—Desde que se murió nuestra Maghrira, no se queda con el rebaño, se va a lo alto y se pasa allí todo el tiempo, y cuando le digo:

Calma, calma, cabra de Maghrira.

Ella me responde:

¿De qué Maghrira, hermano Omar, si ya no hay,

si mis huesos y mi carne están cortados por una cuerda,

mi cara rota por el sol, y mis ojos picoteados por los buitres?

Al día siguiente, otra vez salieron el padre y el hijo a pastorear. Se sentaron y la cabra, pim pam pim pam pim pam, se fue y cuando llegó al sitio de siempre, beeeee, y Omar le dijo otra vez:

Calma, calma, cabra de Maghrira.

Y la cabra contestó:

¿De qué Maghrira, hermano Omar, si ya no hay,

si mis huesos y mi carne están cortados por una cuerda,

mi aira rota por el sol, y mis ojos picoteados por los buitres?

Entonces el padre fue adonde estaba la cabra y descubrió allí a la hija atada a un árbol. Se acercó y le preguntó:

—¿Quién te ha puesto ahí, Maghrira?

Y ésta contestó:

—Mi tía[19].

El padre la desató y la bajó muy despacito. Estaba casi sin vida. Al atardecer, cuando llegaron de vuelta a casa, el padre escondió a la hija en la habitación de invitados y le dijo a la mujer:

—¿Sabes qué te digo? Degüella a una gallina pequeña, que traigo a un invitado que no está bien de salud, no tiene dientes y sólo puede comer sopas de pan.

Entonces la mujer degolló una gallina, el padre dio de comer a la hija, luego se acercó a su mujer y le dijo:

—Cuéntame de nuevo cómo murió Maghrira.

Y ella contestó <gimoteando>:

—A y, ay, no la podré olvidar jamás…, con la compañía que me hacía…

Y el marido, sin dejarla hablar más, le dijo:

—Acompáñame a la habitación de invitados.

Cuando llegaron a la habitación, Maghrira estaba allí sentada. Y el padre le dijo:

—Explícame ahora todo lo que te ha hecho ésta.

—Se levantó un día y dijo «vamos a por leña». Me llevó a un árbol, me ató y me abandonó allí.

El padre le preguntó [a la hija]:

—¿De qué quieres que la usemos?

—De silla, para subirme a ella cada vez que tenga que meter el pan en el horno.

Y después de andar por aquí y por allí, me puse el calzado y se me rompió.

Alhucemas, 6 de agosto de 2002