LA MUJER VACA
MAHJOUBA
Este era un hombre casado con dos mujeres que tenía dos hijos con cada una de ellas. Un día, las dos mujeres fueron a buscar agua al pozo. Y cuando estaban de camino, pasaron por una pradera que les llamó mucho, mucho la atención porque estaba llena de muchísimos árboles frutales, de muchísimos cereales, y de distintas verduras. Una de ellas dijo a la otra:
—¡Qué paisaje tan bonito!
Y la otra dijo con pena:
—Sí, si pudiéramos pasar y comer lo que quisiéramos…
—Se me ocurre una idea. Te voy poner una cuerda al cuello, te voy a pegar con mi cinturón y te vas a transformar en una vaca, entonces te podrás meter en la pradera. Y cuando hayas comido hasta que no puedas más, soltaré la cuerda, te pegaré con mi cinturón y ya verás cómo te vuelves otra vez tú. Luego tú harás lo mismo conmigo.
Y eso fue lo que hicieron. Pero la mujer nunca desató a la vaca ni le pegó para transformarla de nuevo en una persona, sino que se la llevó así, de vuelta a casa, y cuando llegó los hijos fueron rápidamente a su encuentro:
Y todos preguntaron:
—¿Dónde está nuestra madre?
Ella contestó:
—¿De qué madre me habláis? ¡Ésta es vuestra madre!
Y ellos se quedaron tiesos. Pensaron que aquella mujer estaba loca y esperaban verla aparecer de un momento a otro. Pero la mujer les contó la historia… a medias, porque añadió:
—… y cuando hice lo mismo para convertirla en persona, por mucho que le pegaba, no pasó nada.
La mujer vaca no hacía más que mugir y mugir, y sus pobres hijitos no se separaban de ella ni un momento.
Y así llegó un día en que el padre se quiso deshacer de la vaca, y decidió venderla.
La mujer le dijo:
—No, no la vendas. Mejor la sacrificaremos.
Pero el marido no le hizo caso y dijo que iba a venderla en el zoco. Sin embargo antes de que éste se fuera con la vaca hacia el zoco, la mujer salió de la casa y empezó a gritar fuertemente:
¡Oh, Dios! ¡Oh, humanos!
Esa vaca no se puede vender,
sólo sacrificar.
El marido, al escuchar aquello, se asustó y volvió rápidamente a su casa. Pero su mujer, que había corrido más, ya estaba allí y le preguntó:
—¿Qué te ha pasado que vuelves tan pronto?
—No sé, pero he oído una voz muy rara por el camino que me dice que no debo vender la vaca, que es mejor que la sacrifique.
—Ya te lo había advertido yo, no sé por qué nunca me haces caso.
Así que esperó al siguiente día de zoco y emprendió de nuevo el camino con la vaca. Y cuando iba por la mitad del camino, otra vez la mujer escondida entre los montes empezó a gritar:
¡Oh, Dios! ¡Oh, humanos!
Esa vaca no se puede vender,
sólo sacrificar.
Así que otra vez se volvió él a su casa asustado, y la mujer ya lo estaba esperando:
—¿Por qué insistes tanto? ¡Vamos a sacrificarla de una vez!
Pero el marido esperó, y cuando llegó nuevamente el día del zoco, condujo a la vaca por tercera vez con intención de venderla. La mujer otra vez se le adelantó y gritó esta vez con más fuerza:
¡Oh, Dios! ¡Oh, humanos!
Esa vaca no se puede vender,
sólo sacrificar.
Así que el marido volvió a su casa y sacrificó a la vaca.
La mujer avisó a sus hijos de que cada vez que vieran un hueso de la vaca, lo guardaran, porque quería enterrarlos todos en el mismo lugar. Pasaron los días y en el sitio donde enterraron los huesos creció por sí solo un panal de rica miel, y los hijos de la mujer vaca se acercaban todas las mañanas a comer tan sabroso y buen alimento, y cuanta más miel comían más guapos y saludables se volvían, hasta que un día la madrastra les preguntó:
—¿De qué os alimentáis últimamente que tenéis tan buen aspecto?
Uno de los hijos de la mujer vaca contestó:
—Vamos al río todos los días y comemos ranas.
—Pues a partir de mañana os ordeno que llevéis también a mi hija.
Y eso fue lo que hicieron: al día siguiente se fueron con la hermanastra a coger ranas. Cuando la niña quiso cazar una, le saltó a la cara y la dejó tuerta. Y volvieron a casa, y cuando llegaron, la madre se llevó una desagradable sorpresa al ver que su hija estaba medio ciega:
—¡Os voy a matar!, ¡sois unos bastardos!, ¿qué le habéis hecho a mi niña?
Pero uno de los niños le contestó:
—Nuestra hermana no sabía cazar ranas, así que en vez de esperar a que le enseñáramos, se fue encima de una que le arrancó el ojo.
—Pues mañana quiero que os la llevéis de nuevo y le enseñáis cómo se cazan y se comen ranas.
Al día siguiente se llevaron a la chica al río, que estaba <exagerando> lleeeno de ranas. Le hicieron a la niña que se acercara a la orilla sola, y en un momento resbaló y se cayó al agua, y nunca más volvió a salir. La madre, al ver que no llegaba con ellos dos, se puso a gritar:
—Pero ¡¿y mi hija?!
Y lo que contestó uno de los hermanos fue:
—Le gustaban tanto las ranas que se volvió una de ellas.
Y entonces, lo único que pensó la mujer fue que Dios era grande y que le había hecho pagar el daño que había causado a la madre de aquellos dos niños.
Y después de andar por aquí y por allí, me puse el calzado y se me rompió.
Alhucemas, 31 de Julio de 2002