LA BESTIA DE LAS SIETE CABEZAS

KARIMA ALGANMI

Este era un hombre casado con dos mujeres que tenía un hijo casi de la misma edad con cada una. El marido murió, y entonces las dos mujeres siguieron bajo el mismo techo, cada una con su hijo. Al cabo de un tiempo murió una de ellas, y la otra se tuvo que quedar al cargo de los dos. Pero como aquello no le gustaba nada, nada, trataba muy mal al que no era su propio hijo, y así un día y otro día y otro hasta que el hijastro se hartó de los maltratos de su madre y decidió irse y construir su futuro muy, muy lejos.

Así que al día siguiente emprendió un viaje, pero sin rumbo fijo, sin saber adónde ir. Y por el camino se encontró con una paloma que estaba en el nido con sus crías, y se quedó un rato observándola, y cuando la estaba mirando vio que la madre se iba a por comida y que una serpiente empezaba a acercarse lentamente a comerse a las crías. Así que rápidamente cogió una piedra y de un golpe aplastó la cabeza a la serpiente.

Llegó la paloma y vio lo que había pasado. Pero no sabía cómo recompensar al muchacho, así que lo que hizo fue arrancarse una pluma y regalársela, y le dijo:

—Toma esta pluma, llévala siempre contigo, te dará mucha suerte.

Y el muchacho contestó:

—Muchas gracias. Me acompañará siempre, vaya donde vaya.

Y el muchacho emprendió de nuevo su camino. Y así, caminando, caminando, vio a un pescador hablando con un amigo y con una red al lado con un pez dentro. Así que el muchacho aprovechó que el pescador estaba entretenido para cortar la red y liberar al pez. Y el pez se quitó una escama y se la regaló de recompensa, y le dijo:

—Toma esta escama, llévala siempre contigo, te dará mucha suerte.

Entonces, el muchacho guardó bien la escama y se puso a caminar y a caminar por el camino hasta que llegó cerca de una aldea. Vio un lago y se acercó, y a la orilla había una muchacha sentada, y no pudo resistirse y le preguntó:

—Buenos días, ¿qué haces aquí sentada?

—En este lago vive un monstruo que sale todos los días, y estoy aquí para ser sacrificada. Todos los días los habitantes de la aldea le tenemos que ofrecer un plato de cuscús y una persona. Porque si no lo hacemos, viene a la aldea. Yo soy la hija del rey, y hoy le tocaba a mi padre ofrecerme al monstruo para que me coma.

Pero el chico tenía mucha, mucha hambre, así que se comió el plato de cuscús.

Y la chica le gritó:

—¡¿Por qué has hecho eso?! ¿No ves que el cuscús era para el monstruo y ahora cuando venga y no lo encuentre va a masacrar toda la aldea?

Pero el chico se sentó y echó la cabeza suavemente encima de las piernas de la joven, e intentó descansar, y le dijo:

—Voy a dormir un rato con tus piernas de almohada. Despiértame cuando veas salir al monstruo de las siete cabezas.

Y se quedó dormido.

Llegó el monstruo y la chica no quería despertar al joven, pero estaba tan, tan asustada que empezó a llorar y una de las lágrimas fue a caer en la cara del joven y lo despertó, y el joven se levantó entonces rápidamente pata acabar con el monstruo. Se levantó de un gran salto y con la espada en la mano le cortó una a una las siete cabezas, y al final le clavó la espada en todo el corazón, y allí se quedó el monstruo muerto, con la espada clavada.

El muchacho dejó a la chica en el lago, se adentró en la ciudad y entró en una mezquita a dormir.

Al día siguiente, el rey mandó a su esclavo a recoger los restos de su hija y cuando el esclavo vio al monstruo muerto, desenvainó la espada y la mojó entera, entera, en la sangre del animal para hacer creer al rey que había sido él quien lo había matado. Pero la joven, que estaba allí, dijo que no era verdad. Gritó:

—¡No!, ¡mientes!, ¡no fuiste tú el que mató al monstruo!

Dijo el rey:

—Menos mal que todavía queda gente valiente.

Y seguidamente convocó a todo el pueblo y les anunció lo siguiente:

—Casaré a mi hija con el que sea capaz de sacarle la espada al monstruo.

Lo intentaron estos y aquellos, muchos, pero nadie podía. Y cuando ya no quedaba casi nadie por probar, alguien dijo que había llegado un chico nuevo a la aldea que se había pasado todo el día en la mezquita, y que probablemente había sido él el autor de la hazaña.

Entonces el rey ordenó que llamaran al muchacho y que lo llevaran a Palacio mientras la princesa se asomaba para ver si de verdad era él. Pero el chico, que no quería que lo reconociera la princesa, fue vestido con una chilaba con la capucha de tal forma que le cubría el rostro entero. Aun así la joven lo reconoció igual y se lo dijo rápidamente a su padre. Y el joven terminó casándose con la hija del rey. Pero las hermanas se reían de ella por haberse casado con un hombre común, y hacían comparaciones con sus pretendientes, que venían todos de buenas familias. Pero el rey, que sabía que el chico era muy valiente, cansado de que sus hijas se burlaran siempre de su hermana, decidió demostrarles que su yerno valía mucho, y propuso a todos los pretendientes lo siguiente:

—A ver quién de vosotros puede traerme el agua que cura el alma. Es un agua que está entre dos montañas a las que es difícil llegar. Tiene un color y un sabor que sólo un rey puede distinguir. Vosotros mismos tendréis que adivinar dónde se halla exactamente y traérmela.

Y el muchacho, aunque se reían de él, decidió ayudarles para que pudieran casarse con las hijas del rey, que era el deseo que tenían. Así que todos juntos emprendieron el camino en busca del agua que curaba el alma, y el muchacho les dijo a los pretendientes que les ayudaría si cada uno se cortaba un trozo del lóbulo de la oreja y se lo daba. Y eso fue lo que hicieron todos. Entonces el muchacho se separó de ellos, sacó la pluma que le había regalado la paloma a la que había ayudado contra la serpiente, y la paloma apareció volando rápidamente, se le posó en el hombro y se lo llevó por los aires hasta el manantial del agua. El muchacho cogió una buena cantidad de ella, y la repartió entre los pretendientes. Así que se presentaron al rey al día siguiente, y el rey se sorprendió de que hubieran terminado tan rápido pero no se quedó muy convencido del esfuerzo, así que les hizo otra prueba. Les dijo:

—Ahora me tenéis que traer una manzana cada uno, una manzana tomada de unas muy particulares que sólo se pueden encontrar siete mates adentro.

Uno de los pretendientes dijo con miedo:

—Pero necesitamos saber más de dónde están esas manzanas, con eso no basta, ¿qué siete mares debemos atravesar?

Y el rey contestó:

—No hace falta más información. Con eso es suficiente.

Así que se juntaron todos los pretendientes otra vez, y el muchacho se volvió a ofrecer a ayudarlos.

—Os volveré a ayudar pero con una condición: que cada uno de vosotros me dé una uña entera.

Y todos dijeron que sí. Y se fueron. Y cuando llegaron al mar, el muchacho sacó la escama que le había regalado el pez, y el pez acudió rápidamente e invitó al muchacho a que se le montara en el lomo, y lo llevó así a través de los siete mares donde crecían las manzanas, y así es cómo el muchacho las consiguió. Luego se despidió del pez y se fue a buscar a los pretendientes. Y les dio las manzanas.

Cuando llegaron a Palacio, las princesas estaban esperándoles, y al ver que todos traían manzanas, empezaron otra vez a burlarse de la hermana:

—¿Ves? Tu marido no es nada valiente, tampoco ha traído una manzana.

Y la muchacha se puso muy, muy triste.

Al día siguiente el rey los convocó a todos, y cada uno se presentó con una manzana.

Y dijo uno:

—Mi señor, aquí os traemos las manzanas, esperamos que sean las que buscabais. Pero, Majestad, decidnos, ¿cómo es que no ha puesto a prueba también a su yerno? ¿Será que sabía que no iba a conseguir nada?

Y el muchacho, al ver que se burlaban así de él, ya no pudo aguantar más y dijo:

—Veo que sois incapaces de reconocer qué pasó en realidad, así que delante de su Majestad os ordeno que os quitéis los turbantes y le expliquéis ahora mismo qué os ha pasado en la oreja, y que luego le enseñéis también los dedos.

Y entonces le contaron al rey todo lo que había pasado, y el rey los echó a todos de casa inmediatamente. Y desde entonces, todo el mundo aceptó al muchacho.

Y después de andar por aquí y por allí, me puse el calzado y se me rompió.

Alhucemas, 27 de abril de 2002