EL MANZANO SAGRADO

FATIMA

Había una vez un reino que se llamaba el reino del Manzano Sagrado, y el rey era viejo y estaba siempre de mal humor, sobre todo últimamente, porque no podía por nada del mundo cazar al pájaro que se comía las manzanas del manzano sagrado. Y el manzano era sagrado porque sólo podía comer sus manzanas el rey, nadie más de la familia real podía probarlas. Así que como el rey veía que no podía cazarlo él, porque tomaba unas medicinas que le hacían dormirse tan profundamente que se levantaba tardísimo todos los días, decidió un día hacerles a sus dos hijos una prueba, porque, como los dos tenían la misma edad y no podían reinar a la vez, el rey pensó que era la oportunidad de ver quién podía ser el sucesor. Así que los llamó a palacio, y los hijos se presentaron rápidamente, un poco asustados, porque pensaban que se trataba de alguna regañina. Y el rey les dijo:

—Hijos míos, ya va siendo hora de pensar en el nuevo heredero. Uno de vosotros tendrá que sustituirme, y tenemos que ver quién.

Los hijos se quedaron sin saber qué decir. Uno que quería ser rey, y era el favorito, y siempre había deseado ser el sucesor, informaba al rey de todas las travesuras que hacía el otro, quien más de una vez recibió castigos muy duros por su culpa. El rey, además, pensaba que éste no sería un buen heredero, porque era demasiado bondadoso, poco estricto, y que eso no convenía para el futuro del reino.

El malo preguntó:

—Entonces, ¿qué prueba es?

—Tenéis que cazar a ese maldito pájaro que viene todas las noches a comerse las manzanas de nuestro manzano sagrado.

El hijo malo gritó:

—¡Eso está hecho!, yo me ocupo de que no vuelva a cantar en la vida.

El otro preguntó:

—Y ¿cómo sabes que es un pájaro?

El rey contesto:

—Porque le oigo cantar, y cada día canta más fuerte. Quiero que empecéis esta misma noche, y quiero ver a ese pájaro vivo o muerto mañana mismo. Me lo voy a comer, y no va a quedar de él ni los huesos. ¡Vamos!, ¿a qué esperáis? Y tú —le dijo al malo—, no te vayas todavía que quiero hablar contigo.

Archivo Central de Melilla

El otro hermano, que entendió que quería hablar a solas, se despidió de su padre y se fue.

—Sabes que siempre he deseado que reines tú, así que como te gane tu hermano, te voy a mandar muy lejos de aquí, tan lejos que no volveré a verte nunca más.

—No te preocupes, sabes muy bien que él es un miedoso y un cobarde, así que no va a resistir pasar la noche a la intemperie. Ni siquiera va a querer participar.

Pero el hermano bueno, que sabía que estaban tramando algo, se las arregló para escuchar lo que estaban diciendo éstos. Y lo que le molestó no fue que su hermano fuese a ser rey, sino que hablaran así de él.

Así que el hermano malo tomó varias infusiones excitantes para no dormirse, y se puso a hacer la guardia. Y pasó un rato, y otro rato, y el pájaro no aparecía, y él se empezó a cansar y comenzó a entrarle sueño.

Y es que el pájaro no aparecía porque el hermano bueno se había escondido detrás de unos árboles antes de que llegara el otro con un saco lleno de gusanos, y los gusanos habían atraído la atención del pájaro, y cuando el pájaro estaba cerca de los gusanos, a punto de comérselos, de repente el hermano bueno salió de detrás del árbol, lo cogió, lo metió en un saco y se lo llevó a su casa.

Al día siguiente, el hermano malo no había pegado ojo y estaba desesperado, así que se fue a su casa, y su padre, que le estaba esperando, le dijo:

—Adelante, espero que me traigas buenas noticias.

Y el hijo, casi llorando, le contestó:

—No he podido cazar al pájaro.

El padre empezó entonces a gritar:

—¡Imbécil!, ¿qué has estado haciendo? ¿No ves que si lo caza tu hermano, hará de este el reino más cobarde de todos los reinos?

El hijo preguntó con mucho miedo:

—¿Y si no lo caza?

El padre volvió a gritar:

—¡Os mataré a los dos! ¿Cómo van a reinar dos inútiles como vosotros?

Y mientras tanto, el hermano bueno jugueteaba todos los días con el pájaro, hasta que se hizo muy amigo del animal, y un buen día le dijo:

—Escúchame. Un día te tendrás que ir muy, muy lejos de aquí, porque no quiero que caigas en manos de mi padre.

El pájaro contestó:

—¡Pero deberías entregarme a él!, es tu oportunidad para ser rey, yo sin embargo tengo una vida muy corta, y no soy útil para nada, y me da igual morirme de una forma u otra, antes o después.

—Pues yo daría lo que fuera por ser tú. Eres libre, te puedes ir, y sobrevivirás en cualquier parte del mundo.

Y como el pájaro no pudo convencer al chico, se despidió de él y se fue. Pero se marchó a casa de la hermana del chico, a quien le contó todo y le pidió ayuda. Y después de mucho pensar y pensar, el pájaro le dijo a la hermana:

—Ya sé lo que podéis hacer.

Ella preguntó:

—¿Se te ha ocurrido algo?

—Sí, ven conmigo y te lo voy contando por el camino.

Le preguntó ella:

—¿Por qué te arriesgas tanto por él?

El pájaro dijo:

—Él me salvó la vida. Ahora me toca a mí ayudarle.

Cuando llegaron al reino, encontraron al hermano bueno durmiendo debajo del manzano, y el ruido lo despertó y preguntó muy sorprendido:

—Pero ¿qué estáis haciendo aquí?, ¿estáis locos?

La hermana dijo:

—Vete a decirle a nuestro padre que fui yo quién se comía las manzanas. A mí no me va a comer cruda, que soy su hija. Y aunque sea todo lo malo que es, no va a matar a su propia hija, porque el pueblo lo odiaría.

Dijo el hermano:

—Pero no te va a creer. ¿No ves que él escucha cantos de pájaro?

—Por eso estoy yo aquí. Me esconderé en su bolsillo y cantaré al mismo tiempo que ella mueve los labios, y le dirá que aprendió a cantar.

Dijeron ellos dos:

—¡Qué buena idea!

Y eso fue lo que hicieron. Y su padre, aunque se avergonzó de su hija, sólo la castigó unos días, pero después con el hermano podía ver todos, todos los días a su amigo el pájaro, mientras que el malo estaba solo y triste. Hasta que un día el malo se acercó a ellos y les dijo:

—Ahora que sé que jamás seré rey, me gustaría por lo menos estar con vosotros y hacerme yo también amigo del pájaro.

Y contestaron los tres:

—Claro, ven con nosotros.

Y después de andar por aquí y por allí, me puse el calzado y se me rompió.

Alhucemas, 28 de abril de 2002