LAS TRES AMIGAS
MAHJOUBA
Estas eran tres chicas muy amigas entre sí. Siempre, siempre estaban juntas, y juntas iban a todas partes.
Un buen día que se levantaron muy temprano para ir a buscar leña, empezaron a andar hasta que llegaron cerca de una casa que tenía un inmenso huerto con todo tipo de cereales, árboles frutales y de todo. Cuando estaban ya mucho más cerca del huerto empezaron a hablar en voz alta, mientras cogían la leña, y así una de ellas se puso a gritar:
—Si el dueño del huerto se casa conmigo, le haré un cuscús con sólo un grano de sémola.
Y otra gritó:
—Pues si se casa conmigo, le haré una chilaba con una sola madeja de lana.
Y la tercera gritó:
—Pues si lo hace conmigo le daré un hijo que tendrá de oro el dedo gordo del pie.
Mientras tanto, el dueño del huerto lo oyó todo.
Pasaron los días y el buen hombre las pidió a las tres en matrimonio. Y se casó con ellas y las puso a prueba para ver si hacían lo que le habían prometido. A la primera le dio un grano de sémola y le dijo:
—Toma, prepáranos el cuscús.
Ella le contestó:
—Pero si no puedo hacer un cuscús con un solo grano de sémola.
Luego se dirigió a la segunda, le dio una madeja de lana y le dijo:
—Toma la lana. Ahora hazme la chilaba que me prometiste.
La segunda tampoco fue capaz de hacerle una chilaba con una sola madeja de lana tal como le había prometido.
Ahora sólo faltaba la que le había prometido darle un hijo con el dedo gordo del pie de oro. Fueron pasando los días y se quedó embarazada. Y cuando llegó el día del parto, las dos amigas no la dejaron sola ni un momento. Dio a luz y tuvo un hijo guapísimo y con un dedo del pie de oro. Las dos amigas no pudieron contener su rabia y su envidia:
Una de las amigas dijo:
—¿Qué vamos a hacer ahora? Como ella ha cumplido su palabra, la va a querer más que a nosotras.
La otra respondió:
—No te preocupes. Ya estoy pensando en lo que vamos a hacer.
Al rato, mientras la madre dormía, cogieron al bebé, le quitaron un dedo y se lo metieron a la madre en la boca. Al niño se lo llevaron al corral y lo tiraron a la perra.
La madre se despertó al rato con toda la boca llena de sangre, no sabía lo que le había pasado. Empezó a buscar a su bebé, pero no lo encontraba por ningún lado. Mientras, ellas empezaron a gritar:
—¡Es un monstruo!, ¡se ha comido a su hijo!
La madre de la criatura se puso a gritar sin parar:
—¡Dios mío!, ¡me he comido a mi bebé cuando estaba dormida!, ¡me he comido a mi bebé durante el sueño!, ¡no me acuerdo de nada!, ¡cómo he podido hacer esto!
Mientras tanto, las otras dos corrieron a avisar al marido:
—Mira lo que ha hecho este monstruo: se ha comido al bebé recién nacido, todavía tiene restos de sangre en la boca.
La madre no dejaba de llorar y de gritar:
—¡No sé lo que ha podido pasar! ¡Os prometo que no me acuerdo de nada!
Y el marido chillaba:
—Eres peor que un animal, ¡te has comido a tu propio hijo!
Y ella gritaba:
—¡No me acuerdo de nada!, ¿qué le ha pasado a mi bebé?
El marido le ordenó entonces:
—A partir de ahora serás como un animal, te trataremos como un animal, dormirás, comerás con los animales y encima cuidarás de todos ellos.
Las otras dos no dejaban de gritarle:
—¡Eres un verdadero monstruo!, ¡has devorado a tu hijo!
Mientras tanto, la perra se llevó al bebé y lo abandonó en la orilla de la playa justo cuando pasaba un pescador con su barca. Éste lo vio todo, así que cogió al bebé y lo adoptaron él y su mujer.
El niño tuvo suerte porque cayó en manos de una familia que pudo criarlo, incluso mandarle a una escuela coránica. Pero los amigos del barrio no dejaban de decirle que él no era de allí, sino que su padre lo había traído de muy lejos. Hasta que un día la madre se dio cuenta de que llevaba muchos días triste:
—Hijo mío, ¿te pasa algo?, ¿por qué estás así de triste?
—Estoy triste porque la gente no deja de decirme que yo soy como un extranjero en este pueblo, que no he nacido aquí sino que mi padre me trajo de pequeño de otra aldea muy lejana. Tengo que saber la verdad, necesito que me lo cuentes todo.
Así que la madre le contó por fin toda la verdad.
—Madre, gracias por contármelo, a pesar de todo seguirás siendo mi madre siempre.
Al día siguiente lo preparó todo, cogió su caballo y partió a la que se suponía que era su aldea. Una vez allí, empezó a gritar:
—¡Necesito saber quién es la mujer que devoró a su hijo!
Algunos le respondían:
—Sí, hemos oído hablar de ella. Pero vive un poco lejos de aquí.
Arbaa de Taurit – Alhucemas – Boda rifeña – 1954.
(Archivo Plácido Rubio Alfaro, Málaga).
Entonces retomaba de nuevo el camino y volvía a gritar:
—¡Necesito saber quién es la mujer que devoró a su hijo!
Algunos le contestaban:
—Si sigues caminando un poco más encontrarás la aldea donde vive esa malvada mujer.
Siguió andando y gritando:
—¡Necesito saber quién es la mujer que devoró a su hijo!
Le respondió de pronto una voz:
—Esa mujer soy yo.
Él le preguntó:
—¿Te has comido a tu propio hijo?
—Sólo Dios sabe qué pasó.
Preguntó el chico:
—¿Dónde vives?
—Mi casa está justo allí enfrente, pero yo vivo con los animales y nunca me dejan entrar.
El chico se acercó a la puerta, llamó y le abrió el padre. Entonces el chico dijo:
—Buenos días, buen hombre, soy el invitado de Dios, y necesito hacer mis abluciones y mis rezos y descansar un poco[12].
El padre cruzó con él unas palabras y al darse cuenta de que era un hombre muy instruido en el Corán decidió invitarlo.
El marido le dijo a sus mujeres:
—Esta noche tenemos un invitado, preparad una buena cena.
Por la noche, cuando estaba todo preparado para cenar, el invitado pidió que llamaran a la mujer del corral. Una de las mujeres le dijo:
—No, ella no puede comer con nosotras, es una mujer sucia, se merece estar con los animales.
Él contestó:
—Aunque sea una mujer sucia no debe ser despreciada, es hija de Dios como nosotros.
Ya en la madrugada, pidió bastante agua para sus abluciones, la guardó y se la llevó a su madre:
—Toma, lávate bien y ponte ropa limpia.
Por la mañana, cuando las dos mujeres vieron lo limpia que estaba la tercera no se lo pudieron creer y empezaron a sospechar del invitado, así que se acercaron a él y le dijeron.
—No debes cuidar tanto de ella.
Él respondió:
—¿Por qué?, ¿porque se comió a su hijo?
El marido contestó:
—Sólo Dios lo sabrá.
—Entonces, si es Dios el que lo sabe todo, ¿cómo has podido permitir que la maltraten de esa forma?
El marido contestó otra vez:
—Sólo lo sabe Dios.
El chico dijo:
—Necesito que me expliques por qué la has tratado así.
El marido no supo qué contestar.
El muchacho dijo:
—Bien, si vieras al hijo que supuestamente ha devorado, lo reconocerías.
El hombre respondió:
—Sí, de oro tenía el dedo gordo del pie.
El chico se quitó los zapatos y le mostró al padre el dedo de oro.
La madre y el padre se pusieron a gritar:
—¡Dios mío! ¡Dios mío!, ¡si es mi hijo!
Se empezaron a abrazar sin parar, la madre no se explicaba lo que estaba pasando.
—Mamá, estas dos son las responsables de todo, y ahora dime cómo quieres vengarte de ellas.
—Hijo mío, sólo quiero que sufran como yo he sufrido. A partir de ahora serán ellas las que vivirán con los animales.
Y después de andar por aquí y por allí, me puse el calzado y se me rompió.
Alhucemas, 31 de agosto de 2002