EL ERIZO Y LA SERPIENTE

MAHJOUBA

Esto era uno que yendo por un camino vio una serpiente, y como llovía mucho la cogió y se la metió en la capucha [de la chilaba]. Y así siguió andando y andando hasta que salió el sol, y entonces la serpiente se calentó, salió de la capucha, se le enroscó alrededor del cuello y con la cabeza de cara al hombre, ssssss, le sacó la lengua.

—Hay que ver, serpiente, yo que te he salvado la vida…

Y dijo la serpiente:

—¿Quién te dijo que me cogieras de donde estaba?

—Lo hice porque vi que tenías mucho frío.

—Pues deberías haberme dejado allí.

Para ver cómo solucionar el conflicto, fueron a contárselo al león, al tigre y a muchos animales más, pero ninguno se lo solucionó. Y la serpiente dijo de repente:

—¡Falta el erizo!

Mandaron a buscar al erizo y cuando llegó, la serpiente empezó a contárselo todo [desde la rama de un árbol], pero a las pocas frases el erizo le cortó diciendo:

—Alto ahí, alto ahí, que yo juzgo desde la tierra, no desde el cielo, ¿eh? Así que ya estás bajando para hablar conmigo.

Y la serpiente, de repente, ssssssss, bajó hasta el suelo, y el erizo se dirigió al hombre, y le preguntó:

—¿Tienes a mano algún mazo de mortero?

Y le hizo señas para que arreara con el mazo a la serpiente. Así que ¡zas!, le dio en la cabeza y la mató. Y el hombre le preguntó al erizo:

—Y tú, ¿cómo te llamas?

Y el erizo le contestó:

—¿Yo? Yo soy el erizo, claro.

Y el hombre le dijo:

—Pues ya tengo cena.

Y el erizo le contestó:

—Conmigo no te iba a bastar. Pero puedo llevarte donde están mis ocho crías, la madre nueve y yo diez.

Y el hombre le contestó:

—¿Y dónde están?

—Ahí, en la madriguera.

Así que el erizo hizo como que lo llevaba a por sus crías. Pero en realidad lo condujo a la madriguera de unas serpientes que él conocía. Y cuando llegaron, le dijo que metiera la mano y cogiera lo primero que tocara. Y cuando estaba metiendo la mano, ¡pum!, apareció una serpiente, le mordió en la mano y, zas, allí se quedó el hombre hecho chamusquina.

Y es que, al que tenga negra la cabeza, no hay que ayudarle, sino castigarle.

Y después de andar por aquí y por allí, me puse el calzado y se me rompió.

Alhucemas, 6 de agosto de 2002