La rebelión de los escribas

La tranquila Borsippa se vio un día conmovida, precisamente aquél en que se celebraba la festividad estudiantil de la custodia del Libro de los Destinos. Ese día no había clases. A media mañana, los estudiantes entraban en procesión en la Ezida y en ceremonia religiosa custodiaban el Libro de Nabu mientras el sumo pontífice recitaba los 333 versículos referentes a la invención de la escritura. Pero aquel día, al amanecer, los borsippenses madrugadores vieron con estupor que en la barda del templo de Marduk aparecían varias inscripciones irreverentes:

Marduk, ve a tu casa de Babilonia.

Borsippa es la ciudad santa de Nabu.

Marduk, traidor a Anu, usurpador de Borsippa.

Manduram, sacerdote de Marduk, hizo llamar a Donadús, investigador urbano, para que viera con sus propios ojos las inscripciones y procediera a hacer las pesquisas que condujeran a la captura de los blasfemos.

La situación de Manduram en Borsippa era bastante incómoda, a causa de la popularidad y prestigio de que gozaba el clero de Nabu. Por esto mismo, un tanto susceptible, puso el asunto en manos de las autoridades. En un caso así, aunque a primera vista pareciera insólito, Donadús sabía a qué atenerse. No en vano se veía con frecuencia en líos y disputas de estudiantes, y estaba enterado de cómo pensaban muchos de ellos.

Comprobó que la pintura de las inscripciones todavía estaba fresca y supuso que los blasfemos habían pasado la noche en vigilia. Apretó las clavijas a prostitutas y taberneros del barrio de los Escándalos y obtuvo la suficiente información como para efectuar varios arrestos de sospechosos a la hora de la procesión. Los escolares se opusieron a semejante arbitrariedad. Surgió una pelea a la que pusieron fin soldados de la guardia armada de Nabu. El alférez de éstos no quiso que Donadús llevara a los estudiantes sin antes explicarle el motivo al regidor de la escuela. El investigador urbano subió al despacho de Beltarsiluma. En cuanto éste escuchó el relato de los hechos, resolvió con la mayor tranquilidad:

—Dices que las inscripciones aparecieron en la barda del templo.

—Sí, esclarecido Beltarsiluma.

—Lo que prueba la poca eficacia de tus servicios, pues cualquier irresponsable o malhechor puede hacer una fechoría en las primeras horas de la madrugada. Pero dejemos las cosas como están: suelta a esos mozos y no hagas caso del venerable Manduram, demasiado quisquilloso. Las inscripciones fueron hechas en el exterior del templo y eso no es nada grave, pues si ofendieron los sentimientos de aquellos curiosos que las vieron, no lesionaron la santidad del magnánimo Marduk.

Donadús sabía que Beltarsiluma era hombre de mucha sabiduría. Por lo menos eso se decía de él. Pero aquellas palabras un tanto enrevesadas encerraban una sutileza poco convincente.

—Me llevaré a los detenidos y los someteré a interrogatorio. Los que resulten culpables los pondré a disposición del bienquisto Urmilasar.

—Eso es lo que debes decirle a Manduram, pero no hacerlo. No hagas un lío gordo de una chanza de estudiantes. Si interviene Urmilasar complicas en el asunto al ejército. Y lo malo del ejército, al cual todos debemos honrosas glorias y respeto sin límite, es que cuando se moviliza no hay modo de pararlo hasta que estalla la guerra. Y a ti el gobernador te ha puesto para que mantengas el orden no para que provoques una guerra.

Donadús no convencido por Beltarsiluma, pero sin decírselo, salió de la escuela llevándose a los estudiantes. Poco después todos los escolares abandonaban la explanada de la Ezida para entrar alborotados, en tumulto, en el patio de la escuela.

Allí vociferaron exigiendo la presencia de Beltarsiluma, creyendo que había dado su aquiescencia al investigador urbano para que se llevase a los detenidos. Beltarsiluma se asomó al balconcillo de la regiduría y escuchó la protesta estudiantil. Pidió silencio y dijo que había hecho ver al investigador urbano que las inscripciones no tenían carácter blasfematorio, sino simplemente burlón, y que debía soltar a los detenidos:

—Yo creo que Donadús los lleva al cuartelillo para cumplir el trámite y dejar satisfecho al venerable Manduram que, aunque sea con excesivo celo, está en su deber denunciar el agravio… —mas como Beltarsiluma no quería desaprovechar la ocasión que se le ofrecía, agregó—: Desde luego es intolerable que un individuo como Donadús viole la santidad del templo de Nabu. A su debido tiempo, el pontífice Ishbira exigirá una reparación del sacrilegio.

Los estudiantes aclamaron a Beltarsiluma. La realidad era que Donadús había entrado en la explanada de la Ezida pero sin violar ni mucho menos el templo. Dada la impopularidad que entre los estudiantes tenía Donadús la tergiversación del regidor enardeció los ánimos. Y la procesión, aunque con retraso, se efectuó. Los estudiantes entraron en el templo gritando loas de desagravio a Nabu sapientísimo. Beltarsiluma había encendido una pequeña tea. Se hubiera apagado ella sola si nadie le hubiese aplicado combustible. No fue precisamente Donadús quien lo hizo, pues como investigador urbano se limitó a atender la demanda del gran sacerdote de Marduk. El error partió de Urmilasar, jefe militar, que al ser enterado de lo ocurrido envió una fuerza de cien hombres a proteger el templo de Marduk, sentando así gratuitamente que el recinto sagrado estaba peligrosamente amenazado. Tras de este despliegue de tropa, que los estudiantes tomaron como un desafío, Urmilasar apremió a Donadús ordenándole que apurase la investigación.

La tranquila, confiada Borsippa vivió un día de incertidumbre. Por si esto fuera poco, miembros de la secta siervos de Anu, que no perdían ocasión de zaherir al dios nacional y motejarle de usurpador del trono celestial, salieron a la calle, y en plazas y mercados lanzaron encendidas prédicas. En otras ocasiones estos sermones resultaban completamente inofensivos, pero ahora, coreados y alentados por los estudiantes, conmovieron y excitaron a la gente. Al caer de la tarde se pregonó que los autores de las inscripciones blasfematorias habían confesado su culpa y que el tribunal de Marduk los condenaba a un mes de trabajos expiatorios en los huertos del dios, finca que se hallaba entonces en las actividades de la vendimia. La sentencia, además de rigurosa, iba condimentada con exceso de pimienta, pues Marduk tenía en Borsippa la exclusividad del cultivo de los viñedos usurpados a Nabu. Los estudiantes consideraban vejatorio este privilegio, que, por otra parte, les hacía pagar más caro el vino.

Sin embargo, la sentencia fue acogida pasivamente por los escolares y la población dio por concluido el conflicto. Mas lo que nadie supo fue que los estudiantes tendenciosamente aconsejados por Beltarsiluma, que, como político dimitido derivaba su resentimiento a crear dificultades al régimen, les incitó a integrar una cámara de desagravio a Nabu, creando así el primer comité estudiantil en la historia de Babilonia:

«Obrad por vuestra cuenta teniendo muy presente la alta misión de desagravio que vais a cumplir. Y no involucréis en vuestra acción ni al sacerdocio ni al profesorado, ni tampoco a los sesenta escribas de Nabu, pues con ello daríais un carácter trascendental y grave al conflicto». Que era lo que estaba deseando Beltarsiluma. Por eso les recordó que si querían dar importancia y relieve a su acción tendrían que comprometer en ella a las autoridades eclesiásticas y escolares. Así el movimiento adquiriría la suficiente resonancia para reactivar a la opinión pública del país. Instigada ésta, el conflicto estudiantil se convertiría en problema político, posiblemente en rebelión ciudadana que se propagara de Borsippa a Babilonia y de Babilonia a Asiria. El disgusto y el desánimo cundían por todas partes. La dualidad del mando, —Adadnirari por un lado y Semíramis por otro—, no había fortificado el poder. No se sentía el peso de la autoridad emanado de la institución de la obediencia, sino las molestias de las arbitrariedades que creaba la irresponsabilidad y una administración corrompida, venal, que cobraba crecidos intereses a cada uno de los dos bandos.

La ocasión era propicia. El clero llano de Marduk hostilizaba al clero llano de Asur. Ambos mantenían una actitud nacionalista a ultranza. Pero los sacerdotes de Asur tenían la ventaja de que su dios ascendía en la devoción popular, mientras que Marduk, en Babilonia, se veía cada vez más disminuido por el prestigio y devoción crecientes que despertaba Nabu. Por esta circunstancia, Beltarsiluma veía la probabilidad de una revolución contra la dinastía en la que el clero se mantuviera apático y neutral. No era aventurado pensar que los sumos pontífices de los dioses más representativos y poderosos en la conciencia del pueblo, estuvieran ya deseosos de sacudirse la tutela de Semíramis.

Beltarsiluma no perdonaba que el rey y la patesi le hubiesen dejado al margen durante la crisis que trajo el nuevo régimen impuesto por Semíramis. Pero como simple ciudadano asirio tenía motivos para justificar una acción revolucionaria. Los dos países se precipitaban por la pendiente de la decadencia.

En la noche de aquel día, poco después de cenar, en el rato de tertulia que hacían sacerdotes y profesores antes del retiro, Beltarsiluma comentó con palabras y tono de indignación los sucesos del día. Algunos de los contertulios opinaron que no había que dar excesiva importancia a los hechos, pues pasados unos días los estudiantes serían indultados, criterio que, al parecer, mantenía también el venerable Ishbira, sumo pontífice de Nabu.

Mukinapli había estudiado administración en la escuela de escribas. Su padre había sido intendente de los huertos de Marduk y a su muerte el hijo heredó el cargo, sólo que en grado más inferior: capataz de los esclavos destinados al trabajo del campo.

Aquella mañana, como de costumbre, poco antes del amanecer, los reclutó y pasó revista en el patio. Una vez que los ciento cincuenta hombres tomaron el desayuno les dio la orden de marcha. Y todos, reunidos en cuadrillas, se fueron a la vendimia. Mas al llegar a la entrada del huerto, Mukinapli, que montaba un onagro, no se detuvo. Continuó por la linde camino adelante. Las cuadrillas siguieron al capataz. Ninguno de los trabajadores osó preguntarle por qué entraban en los huertos de Nabu. Ni tampoco por qué éstos estaban custodiados por escolares armados de picas, arcos y ondas.

Recibieron a los esclavos con aclamaciones de triunfo. Mukinapli, no se sabe por qué secretas razones, puso su voluntad al servicio de los estudiantes. Instruyó a los trabajadores en las faenas que debían realizar y los distribuyó por el huerto. Poco después, enterado el intendente de Marduk de lo que pasaba, envió a dos capataces a reclamar la devolución de las cuadrillas. Mukinapli y los estudiantes rechazaron la reclamación diciéndoles que mientras los escolares retenidos en los viñedos de Marduk no fueran puestos en libertad, los ciento cincuenta esclavos trabajarían para Nabu.

La tea encendida por Beltarsiluma encontró nuevo combustible. Manduram envió a Urmilasar un emisario denunciando que Marduk había sido víctima de un robo sacrílego; que ese mismo día mandaría correo al pontífice de Babilonia y que esperaba poder decirle que los culpables habían sido debidamente castigados.

Urmilasar despachó un contingente de doscientos hombres a los huertos de Nabu con orden de rescatar a los esclavos y devolverlos a Marduk. Mas los oficiales que mandaban la tropa apenas si lograron pronunciar las primeras palabras de las órdenes del general, cuando se vieron agredidos por una tupida pedrea. La tropa, prudentemente, amagó, pero los estudiantes, dispuestos a desagraviar a su dios, no cejaron. En las manos mozas había armas. No se supo de quien partió la iniciativa: las saetas rasgaron el aire y algunas se clavaron en los soldados. La contestación fue inmediata y enseguida ambos bandos contendientes se enfrentaron en lucha armada.

Las fuerzas de Urmilasar eran lo suficientemente crecidas para reducir a los estudiantes, pero nuevos grupos de éstos, ya aleccionados por las voces que la cámara de desagravio había hecho circular la noche anterior, acometieron por la retaguardia a los soldados. La tropa quedó entre dos líneas atacantes. La que venía de la ciudad, propiamente de la escuela, era muy numerosa y a ella se agregaban nuevos estudiantes. Durante dos horas se peleó en los huertos de Nabu. La impericia guerrera de los escolares y la prudencia de los oficiales de Urmilasar no evitaron una jornada sangrienta. Cuando el jefe de la tropa pidió nuevos refuerzos habían caído más de cuarenta hombres entre soldados y estudiantes, de los cuales cinco perdieron la vida.

Urmilasar, dándose cuenta de la situación y de la gravedad de los sucesos, estimó conveniente entrevistarse con el pontífice de Nabu y el regidor antes de tomar medidas extremas.

Ishbira se mostró alarmado del cariz que tomaban los acontecimientos y Beltarsiluma expuso que la culpa no era de los estudiantes sino de las autoridades. Y con gran desfachatez recriminó a Urmilasar:

—Si tú no intervienes en esta diferencia, el conflicto se hubiera arreglado sin verter una sola gota de sangre, en una conferencia de las dos cámaras sacerdotales… —y con astucia, tratando de establecer una motivación política de los hechos, agregó—: Los estudiantes no han pretendido en ningún momento enfrentar a la clase pensante del país a la dinastía, a pesar de que les sobran motivos, ni siquiera oponer el sapientísimo Nabu al magnánimo y poderoso Marduk. Las inscripciones en el barda del templo tenían un carácter grosero y burlón, quizás un poco irreverente pero jamás sacrílego. Mas aun en este caso, lo procedente habría sido que Manduram reclamase al venerable Ishbira el debido castigo de los infractores…

—No eran sacerdotes los ofensores, esclarecido Beltarsiluma, sino estudiantes, laicos, que como tales caían bajo tu jurisdicción.

—Pues con mucha más razón. Yo no hubiera sido tan indulgente como la cámara sacerdotal de Marduk y habría castigado severamente a los culpables. Este castigo del regidor no lo hubieran considerado vejatorio, sino justo. Lo vejatorio es que tú, bienquisto Urmilasar, hayas profanado con la tropa la santa explanada de la Ezida.

—La explanada de la Ezida no es santa, es un lugar público.

Beltarsiluma miró de arriba abajo al gobernador. Después, sonriendo condescendiente, comentó:

—Con semejante ignorancia no me extraña que hayas obrado como lo has hecho. La explanada de la Ezida es un lugar público, de acuerdo, pero en los días de fiesta religiosa, y ayer lo era, es santo. Cuando los estudiantes se disponían a entrar devotamente en el templo fueron importunados y agredidos por Donadús, y luego avasallados por tu tropa. Yo, en tu lugar, y bien sabe el venerable Ishbira, que nos escucha, que soy enemigo de inmiscuirme en jurisdicciones ajenas, retiraría a los soldados y dejaría que el pleito de los ciento cincuenta esclavos lo resolvieran los templos interesados.

—No he venido aquí a que me aconsejes ni a que me instruyas sobre las facultades inherentes a mi mando, que las conozco perfectamente; he venido para que tú, esclarecido Beltarsiluma, valiéndote de la influencia que tienes sobre los estudiantes, les hagas entrar en razón y abandonen su actitud de rebeldía. Me he enterado que ha habido cinco muertos. Mientras los jueces dictaminan a quién corresponde la competencia para entender de este asunto, cumpliré con mi deber manteniendo el orden y restituyendo los esclavos al templo de Marduk.

—¿Por qué has de ser tú y no el venerable Ishbira?

El pontífice de Nabu se sorprendió:

—¿Yo? ¿Acaso pretendes que trate de convencer a los estudiantes? Los que estudian el sacerdocio no han salido de la escuela. Son los otros. Y tú, como regidor, debías ser quien interviniese.

Beltarsiluma adoptó una actitud casi jubilosa:

—¡Claro que intervendré! Pero quiero garantías. ¿Qué satisfacción les doy a los estudiantes que se sienten agraviados, que han visto cómo se ha blasfemado contra Nabu?

—La blasfemia ha sido contra Marduk, esclarecido Beltarsiluma —insistió Urmilasar.

—¡No hay modo de entenderse! Ya te dije que eso fue una broma. El agravio serio partió de ti que mandaste a Donadús y tu tropa a ultrajar el recinto de Nabu.

En el momento en que Urmilasar iba a replicar a Beltarsiluma, llegaron al despacho de éste voces airadas, gritos de protesta pidiendo la destitución del jefe militar.

Beltarsiluma, queriendo dejar constancia de su adhesión al régimen, salió a la terraza. Se dirigió a los manifestantes diciéndoles que él iría personalmente a los huertos de Nabu a aconsejar cordura a los estudiantes que tan gravemente habían sido ofendidos. Y que el bienquisto Urmilasar retiraría las tropas y pediría instrucciones a Babilonia.

—Es que yo no he prometido retirar las tropas —puntualizó el gobernador cuando Beltarsiluma regresó al interior.

—Algo tenía que decirles para que no sigan vociferando contra ti. Ahora lo de informar a la patesi creo que es elemental. La señora verá clara la situación y resolverá con su acostumbrado acierto.

Urmilasar salió del despacho de Beltarsiluma. Éste se volvió al sumo sacerdote, que durante la entrevista había permanecido perplejo y callado y le dijo que no se preocupara, que él hablaría a los estudiantes y después informaría a Semíramis.

Poco después, Beltarsiluma, con gran presencia de ánimo y dando ejemplo de valor cívico, se fue a la margen oriental del lago, atravesó las líneas de la tropa y se introdujo en el huerto de Nabu. Llamó a los estudiantes y les exhortó a que no atacasen más a los soldados y que retuvieran a los esclavos del templo de Marduk hasta que se hiciera justicia; que inmediatamente él enviaría correo a Babilonia informando a la patesi de todo lo ocurrido y pidiendo que interviniese rápidamente para reparar el agravio.

Urmilasar informó a la señora pidiendo instrucciones y a ser posible tropa, pues con la que contaba no creía poder sofocar la rebelión si los estudiantes lograban insubordinar a la población civil.

Beltarsiluma escribió a Semíramis una carta un tanto especiosa, en la que le relataba los hechos de acuerdo con su versión, y decía que lo peor de la intervención de Urmilasar había sido su falta de eficacia. «Un jefe militar más enérgico hubiera sofocado este brote de rebelión en el primer momento. Además, en los seis largos años que lleva en esta plaza no ha logrado captarse la simpatía ni la voluntad de la población. Es un hombre al que no negaré virtudes, pero que carece de la cultura necesaria para verse prestigiado en una ciudad como Borsippa de tan marcado carácter intelectual».

Beltarsiluma con esta carta pretendía obtener una de estas cosas: que Semíramis decidiera nombrado a él gobernador, o mandara un jefe militar de mano dura que agravara el conflicto. En este caso podría crearse una situación que aconsejara a Semíramis a pensar de nuevo en él como árbitro capaz de solucionar el conflicto. También que manteniéndolo al margen de una acción ejecutiva, Semíramis no supiera obrar con acierto y se encendiera la revolución que diera al traste con el régimen, abriendo el horizonte a una renovación de las instituciones tanto políticas como religiosas.