Los años oscuros

Semíramis volvió a Babilonia moralmente derrotada. Con la iniciativa de abandonar la campaña de Egipto perdió una buena parte del prestigio que gozaba en el ejército. Y Gelmas, que en una campaña militar no entendía otros desenlaces que no fueran la victoria o la derrota, se sintió defraudado con la negociación. Las razones que la señora aducía para justificar aquella renuncia difícilmente las comprendía, y poco a poco se sintió atraído por Adadnirari que, contra lo que podía esperar después del desafortunado sitio de Damasco, parecía tomarle gusto al ejercicio de las armas.

Adadnirari, de paso por Samaria, reunió a los jefes militares y les habló de la necesidad de consolidar el reino heredado de su padre. Planteó unas operaciones militares de cierta importancia cuyo objetivo sería contener para siempre al Urartu, someter a los pueblos parsua, zammua y, una vez consolidadas estas conquistas, lanzarse contra el Elam. Siempre con la intención de desprestigiar a su madre, dijo en aquella reunión, a la que Semíramis no asistió, que la conquista de Egipto resultaba una ambición tan descabellada como ridícula, puesto que no podían olvidar que las fronteras de Asiria se encontraban constantemente bajo la amenaza y la subversión de las naciones vecinas.

—La misma conquista del Indo y el sostenimiento de guarniciones en toda su ruta es una insensatez. Asiria domina a una porción de tribus salvajes que no nos reportan el menor beneficio ni crédito. La planta de Gilgamesh no tiene ninguna salida en el mercado. Y el marfil que allí obtenemos no podemos venderlo sino a través de Tiro, y los síndicos imponen un precio que no cubre el costo del sostenimiento de las guarniciones.

Otras razones más expuso Adadnirari para hacer comprender a sus militares que los planes guerreros de Asiria debían limitarse a campañas más modestas y más útiles, «pues resulta una estúpida osadía pelear lejos de nuestra nación cuando no hemos podido dar firmeza y perdurabilidad a las fronteras de la misma».

Adadnirari en aquella junta desposeyó a su madre de toda autoridad en el ejército y afirmó que la política llevada a cabo durante la regencia de su minoría de edad había sido caprichosa, quimérica y ruinosa; que se minó el poder de muchas instituciones y que, por el contrario, individuos poco calificados con Asur, dóciles servidores de Marduk, manejaban los destinos de los dos países con gran ascenso de Babilonia y perjuicio de Asiria.

—El fracaso de este remedo de campaña que hemos hecho contra Egipto, me ha abierto los ojos. Estoy dispuesto a acabar con esta serie de anomalías. Por lo tanto, señores, no nos detendremos en Babilonia; dejaremos ahí sólo una guarnición propia de un Estado vasallo, y seguiremos a Kalah. En Kalah nos detendremos poco tiempo. Durante el viaje estudiaremos la campaña contra el Urartu, de modo de estabilizar el reino de Asiria tal como lo dejó mi abuelo el glorioso Salmanasar, y tal como procuró mantenerlo mi llorado padre Shamshiadad.

No fue por Gelmas sino por Hurimasin que Semíramis se enteró de las decisiones de su hijo. La reina dijo algo que su antiguo escudero no esperaba:

—Es probable que el señor esté en lo cierto. Lo único que os pido a todos los que me habéis servido tan fielmente es que prestéis la misma obediencia y lealtad al rey de Asiria.

Semíramis estaba llena de confusiones. Pero quizá lo que más le agobiaba era el pliegue que le había quedado en el vientre después de haber dado a luz. De paso por Babilonia, después de haber salido de Kalah con la tropa de Nergal, tuvo una entrevista con Shusteramón, quien le dijo que no se preocupara, que músculos y piel volverían a su estado anterior en cuanto pasaran unas semanas. «Tampoco ahora dispones de tiempo para que yo corrija ese defecto». El pliegue parecía ir en aumento y esta evidencia originaba aprensiones y sospechas sobre otros indicios de pérdida de lozanía que creía observar en su persona. Bien era cierto que durante su estancia en el monte Hermon no tuvo tiempo de seguir con la escrupulosidad habitual los consejos de Shusteramón y la aplicación de sus productos.

Esta preocupación a la que se agregaba el sentimiento maternal por el hijo que había dado a luz en Arbelas, le provocaban desgana por los asuntos del gobierno. También Sunga era motivo de desazón. Parecía que los sentimientos femeninos que durante varios años había logrado dominar y relegar a fuerza de voluntad, surgían ahora de la sombra de su naturaleza para hacerse presentes y perturbarla con sus exigencias.

Una jornada antes de llegar a Babilonia, Gelmas, por instrucciones de Adadnirari, le puso al corriente de la situación: se había enviado un emisario a Dirkomas para que desguarneciera las fortificaciones del río Karion, a fin de recuperar la tropa dejada en aquellas tierras y que sería necesaria para las campañas contra los pueblos vecinos de Asiria; le dijo también que era decisión del rey abandonar la ruta del Indo, pues ciertos productos de la región que interesaban a Semíramis podían obtenerse en un tráfico regular de caravanas mercatorias.

Semíramis oyó serenamente, sin indignarse, estas resoluciones de su hijo que venían a rectificar la política imperialista sostenida por ella, pero lo que no dejó de sorprender a Gelmas fue ver que la señora no manifestase ninguna oposición al cometido más espinoso que le había encargado el rey: anunciarle su casamiento formal con Sunga y el reconocimiento del pequeño Salmanasar como príncipe heredero. Semíramis sólo comentó:

—De Sunga estoy segura de que será buena esposa, aunque no esté a la altura de un rey de Asiria. Dudo de mi hijo, que no sé si sabrá ser esposo de una babilonia.

Gelmas se extrañó de que Semíramis cediese sumisamente a las decisiones del rey, abdicando de la autoridad, del poder y del prestigio que tan esforzadamente había alcanzado. Supuso que Marduk o Ishtar habían castigado a Semíramis por contravenir algún divino mandato, cerrándole los oídos —las entradas naturales del entendimiento— y aherrojándole el corazón para que no se rebelara. Comprendió que el brillante reinado de Semíramis había concluido. Pensó también si los egipcios, que tenían tan potentes dioses, no la habrían hechizado. De cualquier modo, la realidad era que Semíramis había dejado de ser la cabeza suprema, y que él, como militar, debía ponerse incondicionalmente al servicio del rey.

—¿No tienes nada que decir, señora?

—Nada, Gelmas. Solamente darte el espíritu de Ishtar por lo cumplida y fielmente que me has servido. Igual que fuiste para mí, selo para el rey.

Al día siguiente, cuando el ejército asirio entró en Babilonia, en el muro de los pregones se dieron los tres vítores por Semíramis como patesi. La población no comprendió lo que había pasado. Sólo días después vino a enterarse de que el gobierno había sido totalmente removido, que la ciudad y sus feudos se regían de nuevo por un consejo de seis varones adictos a Asiria y que Semíramis aceptaba sin protesta y con blandura de corazón quedar reducida a reina vasalla.

De esta revolución pacífica sólo se salvó el personal de palacio y un funcionario, Gabu, que volvió a su cargo de investigador urbano.

Poetas y escribas, cantantes y músicos volvieron a distraer el ocio de la patesi. Empezaron entonces los años oscuros de Semíramis, de los cuales los escribas de palacio no habrían de dejar constancia en las tablillas de arcilla.

En las venas de Adadnirari la sangre asiria venció a la babilonia. El hijo siguió los pasos de su padre y parecía recorrer el mismo sendero abierto en las tierras de ambos ríos por la cola candente de una estrella nómada: los años se sucedían y las glorias de Asiria se renovaban en continuas, a veces monótonas campañas sangrientas y crueles contra el Urartu, contra los pueblos mittani, persua y zammua, contra el reino elamita, contra Damasco. Aleppo, Biblos, Tiro y Sidón padecieron sitios y pillajes. Murió Hazael, aliado de su hijo, sin volver a ceñirse la corona. Ben Adad, a pesar de las protestas de amistad de Asiria, volvió a ver su ciudad sitiada, pero con la ayuda de Yavé y el sostén moral que le daba Tursyna, con quien casó, pudo mantener la independencia de su patria.

Las tierras de Asiria y Babilonia se llenaron de piedras y lápidas conmemorativas que registraban las hazañas gloriosas de Adadnirari. Beltarsiluma, el poderoso valido de Semíramis, cayó en desgracia ante los ojos del rey. Se refugió en la corte de la patesi. Semíramis lo restituyó a la regiduría de la Escuela de Escribas de Borsippa. Adadnirari podía vetar esta merced de la reina, pero considerando a Beltarsiluma demasiado viejo se desentendió del asunto.

Birtai, el compañero de escuela del rey, se convirtió en un brillante general. Muerto Asarmelke, Gelmas pasó a sustituirle en las funciones administrativas del ejército, sin abandonar el mando de tropa. Murieron consejeros del trono, crecieron sus hijos, se subastaron sellos de consejerías, y los jóvenes, siempre pertenecientes a las mismas familias, ocuparon los cargos que dejaban sus mayores. Asiria para vivir continuaba manteniendo la guerra como su principal fuente de riqueza.

Durante los periodos de estabilidad fronteriza, Adadnirari ofreció su ejército al mejor postor. Y durante años peleó en defensa de países vasallos o en contra de ellos, de acuerdo con la cuantía del alquiler.

En el seno de la familia real también se produjeron acontecimientos: Sunga trajo al mundo dos niños más, separados por tres años, que fueron presentados por su padre a Asur y entraron en la línea sucesoria del trono. El primero de ellos, de nombre Asurdan, recibió una mirada benevolente del dios en el escrutinio de los astrólogos, virtud que no le tocó a su hermano Asurnirari.