En la escuela de escribas

Borsippa es una ciudad tranquila. Desde tiempos remotos vivió al margen de las corrientes dinásticas que arrastran consigo las aguas turbias de la intriga política y las tumultuosas de la guerra civil. Su tranquilidad apenas es alterada por la vehemencia juvenil, pues como en ciudad escolar que es abundan las grescas de mozos, las polémicas de maestros y las controversias teológicas de sacerdotes. Es la ciudad santa de Nabu, hijo de Marduk, divinidad que inventó la escritura y se la dio a los hombres; Nabu, patrón de los escribas, señor de los estudiantes y protector de la inteligencia. La asamblea de los dioses le confió la guardia del Libro de los Destinos, en el que están inscritos los hechos y las peripecias de los dioses y de los mortales.

Borsippa venera a su dios sobre todos los demás dioses. Y como Nabu no es un dios analfabeto, virtud que lo distingue de las demás deidades, la devoción que inspira no es propicia a la superstición ni a la milagrería, sino, por el contrario, al estudio, al examen de los fenómenos y al lenguaje de la razón.

Borsippa es el asiento del templo mayor de Nabu, de la casa sacerdotal y, lo que la ha hecho más famosa, de su escuela de escribas. Este conjunto religioso e intelectual es conocido por la población con el nombre de Recinto de Nabu.

Y pegados a él, no dentro, se alzan la zigurat y el templo de Marduk. La cabeza visible de éste es un subvicario del pontífice de Marduk en Babilonia, mientras que la silla pontificia de Nabu se encuentra en Borsippa, en la sagrada Ezida, en la que se sienta el venerable Ishbira. Tal conjunto de construcciones señeras se reflejan en la tersa superficie del lago de Kari que el Éufrates nutre después de un largo y fatigoso curso. Las aguas entran turbias en una esclusa, donde se arremansan y posan. Después, limpias y cristalinas, pasan por una compuerta al lago.

De todas las ciudades del país, Borsippa es la que cuenta con un mayor y más complejo sistema de diques y canales, pues las crecidas otoñales del Éufrates llegan turbulentas y amenazadoras a las tierras bajas en que se halla asentada la ciudad. Un cordón de diques aísla a ésta de las periódicas inundaciones en los días en que las aguas rebasan el cauce del río. Como éstas arrastran lodo en exceso, las cuadrillas de peones trabajan sin descanso día y noche, a fin de dragar las esclusas de salida y mantener expedito el sistema de canales.

Cuando las aguas descienden, una espesa capa de lodo deja cubiertas las tierras desérticas de la margen derecha del río, poblada de cactáceas y cañizos. Este lodo impregnado de sal no es el más conveniente para el cultivo de los cereales, pero una vez seco —especialmente las partes que se traban con los cañizos—, ofrece un buen material para la construcción. No hay más que cortarlo en cubos para obtener los adobes. Cuando se trata de levantar una casa más sólida, los alarifes mezclan arcilla al lodo más húmedo sin desperdiciar la trabazón de los cañizos. Si uno de los diques que protegen las tierras de cultivo revienta, el suceso tiene caracteres de catástrofe económica, pues las huertas y campos de labor quedan dañados por el salitre. Los agricultores han de buscar nuevas tierras o dedicar las inundadas al cultivo de la palmera datilera. Mas como ésta abunda en el país, el dátil resulta escasamente rentable.

Esta mecánica fluvial depende en gran parte del sistema de diques y represas de la ciudad de Babilonia, y el de ésta, a su vez, del sistema de Sippar. Escalonadas las obras hidráulicas desde la alta a la baja Babilonia, no sólo dominan las riadas; las regulan y las hacen provechosas convirtiendo al país en uno de los graneros más ricos del mundo. Los viajeros curiosos que llegan a Babilonia se admiran de este portento de la ingeniería y se hacen lenguas del gran canal, construido durante el segundo patesado de Semíramis, que conduce parte de las aguas del Éufrates —tomadas poco antes de entrar en Babilonia—, hasta más abajo de Borsippa, donde el canal vuelve a verterlas en el cauce natural del río. La ciudad y muy especialmente el consejo de los varones de Borsippa se han visto muy aliviados de sus preocupaciones con la construcción de dicho canal, que permite dominar eficazmente las riadas y utilizar sus aguas más racionalmente. Grandes represas, donde se deposita el agua para el riego, además del lago, irrigan todo el año la campiña de la ciudad y de la región circundante, especialmente las tierras de entre ambos ríos.

La población de Borsippa vive de la burocracia de los templos, de la artesanía, la metalurgia suntuaria en manos de los caldeos y del hospedaje y comercio de los estudiantes. La escuela sólo tiene un reducido cupo de celdas que ocupan los hijos de altos dignatarios de Babilonia. Los demás se hospedan en casas particulares. Esta convivencia beneficia a los borsippenses, que se familiarizan con el tráfico intelectual, con el espíritu cívico y con la inquietud humanística de los estudiantes.

No es de extrañar que tan pacífica ciudad cuente con una guarnición de mil quinientos hombres. Sus sesenta mil habitantes jamás dieron ningún disgusto al trono de Babilonia. Tampoco tiene que defenderse de un enemigo del exterior, pues para contener las revueltas de la provincia del Mar está la guarnición de Umma, más al sur.

La guarnición de Borsippa se halla bajo el mando de un gobernador militar, general de poco relieve, muy adicto a la dinastía, a veces ligado a ella por lazos de parentesco, y preferentemente nativo de la ciudad o sus feudos. Por esto, no es el gobernador sino el investigador urbano el que tiene más trabajo, incluso mayor significación social, pues los estudiantes son mozos vehementes que en la calle olvidan el cálamo de Nabu y resuelven sus diferencias a golpes.

El palacio del Gobierno, con hermosa terraza a la explanada, mira también al lago, pero en el lado opuesto al recinto de Nabu. El barrio de las licencias se llama de los Escándalos, porque son los estudiantes los que lo frecuentan y hacen próspero negocio de prostíbulos, tabernas y casas de usura.

Para los templos, propietarios de la mayoría de las tierras de la comarca, Borsippa es rica. La bien construida red de diques, canales y acequias hacen fértil y jugosa su tierra. Sembradíos y pastos en abundancia. La siembra, según el juicio popular se multiplica cuatrocientas veces. Tal cálculo es mermado prudentemente por los técnicos agrícolas de la escuela de escribas, que reducen las cosechas a una proporción diez veces menor. Pero hacer hasta tres recolectas en el año es cosa corriente en Borsippa.

Los estudiantes entran en clase a la hora prima, en el momento en que los rayos del sol iluminan la séptima plataforma de la zigurat, y salen a la hora sexta o mediodía, cuando el sol pasa sobre el orificio de la bóveda de la Ezida e ilumina el cálamo de Nabu.

Tiene que ser muy pobre el estudiante para no servirse de un paje. Y se tiene a gala que, si es esclavo, no sea alquilado en el patio de uno de los templos, sino nacido en la propia casa. Esto tiene un inconveniente, pues el de alquiler se alimenta y duerme en el patio de esclavos del templo a que pertenece, mientras que el de casa vive en el mismo hospedaje que su joven amo. Uno de los menesteres del paje de los estudiantes es tenerle listas y húmedas las tablillas de arcilla en que hará sus ejercicios en el aula. Debe cuidar también del aseo, de la ropa y de otros menesteres que alivien las preocupaciones de su amo.

La Garza llegó a media mañana al muelle de Borsippa, engalanado y lleno de gente. Semíramis, su hijo y el corto séquito que los acompañaba fueron recibidos por Beltarsiluma.

Aunque a éste, por el orden de las prioridades de la etiqueta, no le correspondía ser el primero en saludar a la patesi, las autoridades militares, civiles y religiosas habían acordado en atención a su vieja amistad con la soberana que fuera él quien cambiara el primer saludo. Todos prefirieron declinar este honor por el temor que les causaba la patesi y también por no aparecer ante el pueblo como excesivamente obsequiosos.

Seguían a Beltarsiluma el trío de los poderes: Urmilasar, gobernador militar; Ishbira, pontífice de Nabu, y Kuslan, presidente del consejo de la ciudad. Tras de éste, los seis varones de Borsippa, que no eran seis sino doce. Mas desde que el gobierno local amplió sus miembros, la institución de la varonía conservó por respeto a la tradición el número seis. Continuaban otros representantes de los templos mayores y organismos oficiales.

Del grupo que formaban los consejeros se adelantó Merodax que como escriba mayor de la comunidad local entregó a Semíramis una tablilla esmaltada con cantos de oro. Los consejeros provinciales tenían derecho a interpelar y demandar servicio o atención a los soberanos de Babilonia, pero debían hacerla por escrito, ya que les estaba prohibido por el protocolo dirigirse de viva voz al soberano.

La tablilla no contenía ninguna petición especial. Se trataba de un memorial en que los seis varones de Borsippa en nombre de la población reiteraban a Semíramis su agradecimiento por la construcción del Gran Canal, obra realizada bajo la dirección de Mino de Tacro y que ponía a la ciudad al abrigo de las periódicas inundaciones. El Gran Canal abría una enorme compuerta en las afueras de Babilonia, al norte, y en las épocas de riada, principalmente en la crecida otoñal del Éufrates, tomaba las tres cuartas partes del caudal del río. A través de la estepa y siguiendo paralelo a la margen derecha del Éufrates, el canal llevaba el agua hasta un beru más abajo del barrio de Kari, al sur de Borsippa. En ese lugar el canal volvía a verter sus aguas en la cuenca natural del Éufrates.

Semíramis pasó revista a la guardia de Nabu y a tres escuadrones de la guarnición de la plaza. Después, en el carro de Ishtar y siempre acompañada de su séquito se dirigió al Recinto, como se llamaba al conjunto de edificios que componían la Ezida (casa de la Fidelidad) o templo de Nabu; la casa del pontífice, la de los sacerdotes, la escuela de escribas con sus dependencias docentes para el alumnado, la cámara de los sesenta escribas, y el mesón donde se alojaban los alumnos internos. Lo llamaban Recinto de Nabu para diferenciarlo del kirhu o barrio religioso, colindante con él, y donde se levantaban los templos mayores de Marduk y de Ishtar, así como la zigurat o torre de los astrólogos. Separado de estos dos núcleos religiosos y algo alejado se encontraba el kirlw del Poderío.

Sobre una plataforma amurallada, a semejanza de los palacios reales asirios, se levantaba el palacio del Gobierno, almacenes de tributos, cuarteles y dependencias administrativas.

Después de las ofrendas que Semíramis y Tiglatpileser hicieron al dios Nabu en la Ezida, Agarán, que los acompañaba, se alejó del séquito y volvió a La Garza. Beltarsiluma acompañó a la patesi, a su hijo, a Melinke y a Nanadira a las habitaciones que se les había destinado. El niño se quedó con Melinke distribuyendo sus cosas en la celda y Semíramis, que quería hablar con el regidor Beltarsiluma, le acompañó al despacho.

—Te encuentro cambiada, señora.

—Pero no envejecida.

—No. Continúas igual. Empiezo a preguntarme si Ishtar será de verdad una realidad celeste y no una ilusión humana.

—No blasfemes, Beltarsiluma.

—Señora, toda Borsippa es una blasfemia —replicó el regidor ofreciéndole asiento.

—Deberás cuidar de que ella no toque ni dañe a mi hijo.

—Claro que cuidaré, pero no estoy seguro de evitarlo. La blasfemia a que me refiero no va en el corazón ni sale de los labios. Tampoco es iracunda. Se filtra cautelosa en la mente. Hasta ahora parece ser que el hombre no encuentra el camino de la sabiduría si no es por la vía de la blasfemia.

—Siempre igual, Beltarsiluma. Pero dime ¿en qué me encuentras cambiada?

—Has mejorado. No te diré que en lo físico… Tienes otro gesto, otra expresión, otro brillo en los ojos. Como si tu corazón fuera capaz de amar. Lástima que tu criado Beltarsiluma haya llegado tarde a esta cita.

—No refines tus galanterías, Beltar.

—Vivo entre estudiantes, señora, lo más selecto y prometedor del país. Mañana serán monteros mayores, sumos sacerdotes, mayordomos, grandes guerreros, en suma, las cabezas prepotentes de la nación… Mas antes de llegar a esa convencional situación, son sencilla y escuetamente estudiantes, juventud, generosidad, futuro.

—¿Qué amor ves en mi cara, Beltarsiluma?

—¡Qué vanidosa eres, señora! Aunque no creo que me ganes. Necesitamos siempre ser el centro de atracción. Lo he observado entre los estudiantes: cuando van atrasados en sus estudios o su mediocridad provoca la indiferencia de los demás, se enferman. No sé de qué arte se valen para atraer a los edimmu. De alguna manera esos mozos tienen que levantarse de su mediocridad, y hacer que magos, brujos y médicos les presten atención, se interesen por su padecimiento. Por eso la palabrería de la magia que aquí se les enseña, sirve por lo menos para levantarles el ánimo y verse así fortificados con el interés de los demás… Yo no sé, señora, qué clase de amor hay en tu expresión. ¿Acaso Pil?

—Sí, Pil. No tengo por qué decirte cuánto te lo recomiendo.

—¿Y qué piensas hacer de él?

—Lo que él quiera hacer de sí mismo.

—¡Te desconozco, señora! ¿Desde cuándo este respeto por tu prójimo?

—El prójimo ahora es mi hijo.

—También lo es Adadnirari. E intentaste por todos los medios hacer de él un rey a tu modo.

—Me equivoqué.

—No te equivocaste. Tu error fue haber abandonado el campo. De lo contrario, ahora estarías sentada en el trono de Asiria y yo seguiría siendo tu más fiel y eficaz valido.

—¿Por qué te licenció Adadnirari?

—Ya te lo dije en Babilonia. Me motejaba de viejo. La verdad, señora, es que Adadnirari, sea dicho con todo respeto, no es muy despierto de inteligencia, no nos engañemos. Sólo una mujer de tu talento puede soportar a un hombre de mi sabiduría. Adadnirari se encuentra más cómodo al lado de gente anodina o brutal como Gelmas, Dinakalla y toda la caterva de cortesanos. Se sentía molesto de tenerme a su lado. Sabía que yo enjuiciaba su conducta y que desaprobaba la mayoría de sus decisiones.

—¿Y qué situación tienes aquí?

—Excelente. No olvidan que durante muchos años fui un dictador ejemplar; que bajo mi gobierno tanto Asiria como Babilonia vivieron en prosperidad, cosa que ahora no sucede. Mientras me dejaste gobernar, ambos pueblos conocieron la prosperidad, a pesar de las reformas fiscal y religiosa que hicimos. Hoy, para vivir, Asiria tiene que volver a sus guerras, a sus saqueos, a sus pillajes. Y la gente se muere de hambre. Es para convenir que el esfuerzo que se invierte en la paz reditúa más saneados beneficios que el que se emplea en la guerra. Pero volvamos a tu hijo. ¿No has advertido en él ninguna inclinación?

—Ninguna. Me parece un niño sensible, blando de corazón. Ya te dije que en ningún momento intentaré torcer su voluntad. Me disgustaría, sin embargo, que sintiera afición por el sacerdocio. Y si no es sacerdote, ¿qué otra cosa puede ser sino rey?

—Bueno, puede ser muchas cosas, señora. Puede ser un viajero curioso, un sabio, incluso un poeta.

—Ni lo pienses, Beltarsiluma. Tú procura despertarle la afición y el gusto por el trono.

—Tiene herederos por delante.

—Pero ninguno de ellos cuenta con Semíramis.

—¿Cómo anda en letras? Esos sacerdotes de Asur son muy santurrones y poco lúcidos para la enseñanza.

—Sabe leer y escribir. Escribe con torpeza y no conoce muchos signos legales. Le han enseñado todas las abreviaturas de carácter religioso, pero no en acadio sino en lengua sumeria.

—¿Y de memoria…?

—Bien. Recita todo el poema de la creación… Ya le conocerás, Beltar. Estuvimos viviendo juntos estos últimos días. Le he observado con mucha atención. Creo que es inteligente.

—¿Sabe su padre que ha venido aquí?

—Su padre ya no sabrá nada si el divino Enlil no le da ojos para verlo.

Beltarsiluma notó que las palabras de Semíramis estaban veladas por la pena.

—¡Cómo es posible! Era todavía joven…

—Sí, pero… —no continuó. Semíramis se mordió el labio.

—Lo siento, señora. De verdad. ¿Cuándo murió?

—Lo enterramos hace una semana.

El regidor dio unos pasos en actitud cavilosa:

—Comprendo tu aflicción… Sí, sí, la comprendo. ¿Y sabes por qué? Siempre que surgía el tema del vagabundo, tú hablabas con evasivas. En esa actitud se me antojó descubrir un extremado recato por tu parte, como si quisieras apartar a Dungui de los demás, de la vida e incluso del mundo; como si temieras que un mal juicio o un concepto erróneo sobre él pudiera lastimarlo…

—Si ése es tu criterio ¿por qué ahora me hablas de él?

—No sé… Quizá quisiera encontrar una frase de consuelo que fuera eficaz y justa. No es corriente ver a la mujer más encumbrada de un país enamorada del hombre más humilde… Te confieso, señora, que a mí ese hombre no me despertaba ningún interés. Su modestia y sencillez me parecían insultantes… Sin embargo, reconozco que fue digno de tu amor, de la adhesión tan callada de tu corazón.

—Dungui fue como un sueño dividido en muchos retazos, sin despertares amargos o decepcionantes. Nunca me buscó, y nuestros encuentros reavivaban, como si lo inaugurasen, mi amor hacia él. Era humilde, pobre, mas lo poseía todo, y gozaba del mundo y su naturaleza como un soberano absoluto. Nunca hicimos de nuestras relaciones una costumbre, por eso la viudez en que me ha dejado es distinta y más dolorosa. Lo he llorado y lo lloraré siempre que me acuerde de su voz… ¡Qué cruel e injusta es la muerte, Beltar! Sobre todo cuando ella llega sin aviso, cautelosa, empuñando el cuchillo de la traición.

—La muerte siempre es injusta, señora…

—Mas no tanto cuando mata a una edad avanzada.

—¿Acaso sabemos cuándo es la edad de rendir la jornada?

—Cuando el fardo de la vida agobia nuestros hombros, Beltar… —Tras de una pausa, Semíramis cambió de tema—: No hablemos más. No hay palabras de consuelo. Ahora sólo me interesa nuestro hijo. ¿Sabes que vine a Borsippa con un poco de prevención? A mi tío el rey le oí hablar mal de la escuela. La consideraba un foco de disolución.

—Los estudiantes son siempre revolucionarios, pero en cuanto salen con el cordón de escribas se convierten en los hombres más conservadores.

Beltarsiluma se interesó por saber qué régimen quería la patesi que se le diera a su hijo. Semíramis le explicó que Pil debía educarse como los demás estudiantes, sin ningún privilegio especial, pero que él, como regidor de la escuela, no olvidase que Pil era un príncipe. Luego le precisó que facilitara al niño todo lo que quisiera, siempre que fuera una cosa noble o digna. «Si toma afición al alumno más pobre no lo separes de él; pero procura que se acerque también al más inteligente. Quiero que las virtudes se asienten en su corazón y no sólo en su cabeza. Procura sacarlo de la rutina y que si repite la tarea la haga con la curiosidad y el entusiasmo de un nuevo trabajo. Enséñale que la obediencia es la más hermosa de las virtudes siempre que ella sea humildad del corazón y no dictado de la voluntad. Su padre, Beltar, tenía un desmesurado amor a la libertad, pero al mismo tiempo era dócil servidor de la conciencia que le dictaba rigurosa disciplina. Me gustaría que en Pil florecieran estas dos virtudes emparejadas». Otras prudentes recomendaciones hizo la patesi a su viejo preceptor, cosa que animó a Beltarsiluma a pensar que pasaría mucho tiempo antes de que Babilonia volviera a tener una mujer de las cualidades de Semíramis.

—¿Piensas pernoctar hoy en Borsippa?

—No. No tengo humor. Regresaré hoy mismo a Babilonia.

—¿Me permites un consejo, señora? Le será penoso a Tiglatpileser separarse de la blandura de tus brazos para entrar en el rigor de la escuela. Mi parecer es que te quedes, y que mañana salgáis los dos a recorrer la ciudad. Este paseo nunca se le olvidará a Pil, y será un recuerdo hermoso para toda la vida. Entrará de mejor grado en la escuela. Yo podría acompañaros, pero sugiero que visitéis la ciudad los dos solos. Aquí no hay peligro de ninguna clase. Sin embargo, el investigador urbano puede seguiros a distancia para intervenir en caso de cualquier molesto incidente.

—Seguiré tu consejo, Beltar.

Cuando volvieron a las habitaciones de Tiglatpileser, el niño ya vestía la túnica de estudiante y llevaba el cordón distintivo de la escuela.

Beltarsiluma les invitó a dar una vuelta por las aulas, la casa de los sacerdotes y el templo. Esto sirvió para que el regidor se diera cuenta del grado de conocimientos que tenía Tiglatpileser.

El príncipe conocía todas las sílabas, pero sólo en el significado que tenían como palabra para designar una cosa. Debía iniciar la tarea más difícil y que requería un largo y complicado aprendizaje: conocer las sílabas no como palabras, sino como sonidos, y comenzar a distinguir en los textos cuándo tenían función de sonido o de palabra. Por otra parte, los signos convencionales de la escritura y las abreviaturas eran muy importantes en las ciencias físicas, principalmente en la astrología y en la medicina. Cada actividad poseía sus abreviaturas y algunas que se usaban indistintamente en una u otra materia, tenían significados distintos. La lista de signos legales, administrativos, matemáticos, era mucho más extensa que la de los signos religiosos; porque éstos, heredados de los sumerios, habían permanecido inalterables y sin ampliación, tal como se mantenían en las leyendas y las escrituras sagradas; pero los textos administrativos, judiciales, mercantiles y aquellos que trataban de artesanías, industrias y agricultura, que constituían la aportación más activa al idioma, continuamente se veían ampliados con nuevas abreviaturas que entraban anárquicamente en la escritura, según la vía más o menos culta que los condujera a ella.

Por si ésta fuera pequeña complejidad existían varios silabarios de significación distinta, si bien los más usuales eran el de Borsippa, el de Nippur y el de Agade. Este último tenía el prestigio de ser el clásico, el de la lengua akkadia y contenía el mayor número de signos pertenecientes al léxico jurídico, palatino e internacional, mientras que el de Nippur por su gran riqueza teológica y filosófica gozaba fama de ser el silabario culto por excelencia. Era el silabario de los escribas velados de Enlil, que estudiaban los grandes misterios del universo. Por su lado, el silabario de Borsippa contenía signos y abreviaturas de los otros dos, con significados más actualizados y comunes. Y como era el oficial de la escuela de Nabu de donde salían los escribas que luego se diseminaban por todo el territorio, resultó ser el más moderno y difundido, el que contaba con mayor número de significados para las ciencias y las artes, la artesanía, la industria y el comercio.

Era en los silabarios donde se estrellaban los estudiantes. Y aunque muchos acudían a la escuela de Nabu con la intención de estudiar hasta lograr el título superior de tercer grado con el cual podían aspirar a ser escribas de palacio, de la ciudad o a llegar al alto sacerdocio, se quedaban en el primer grado, bueno para ocupar un puesto en el almacén de un templo o asistir con sus conocimientos a algún mercader. Con el segundo grado se entraba en el sacerdocio para cubrir los oficios menores del culto; y sólo con el tercer grado podía llegarse como escriba a la corte, al observatorio de la zigurat, a la cámara sacerdotal, a escriba público e incluso a intendente del ejército.

Obtenido el tercer grado, la ascensión cerca del rey o del gran sacerdote quedaba sujeta a las dotes personales, en las que no se omitían ni el servilismo ni la capacidad de intriga. Y la realidad demostraba que no se necesitaba haberse quemado las pestañas descifrando tablillas sumerias y encalleciendo los sesos aprendiendo signos y más signos cuneiformes para llegar a ser montero del rey, eunuco mayor del harén, varón del consejo real o tesorero.

Como Beltarsiluma viera que Semíramis se interesaba por el programa de estudios y por la complejidad de éstos, se aventuró a decirle que nuevas corrientes, no revolucionarias, sino aireadoras, refrescaban las aulas de la escuela. Que el profesorado se había reunido en varias ocasiones para estudiar la conveniencia de uniformar la escritura haciéndola exclusivamente alfabética:

—Pero esta reforma será difícil llevarla a cabo, pues aunque el sacerdocio de Nabu la apoyara, encontraría la oposición del alto clero de los demás templos, especialmente de los de Marduk, en Babilonia, y Asur, en Asiria.

Semíramis no respiró. Se sintió aludida, aunque Beltarsiluma no pronunció el nombre de Ishtar. Se limitó a continuar escuchando a su expreceptor. El regidor preguntó a Tiglatpileser:

—¿En qué materia has aprendido a escribir?

—En arcilla tierna.

—Sí, lo suponía. Un escriba debe saber también la artesanía de su profesión: manejar el buril para escribir en metal, el cincel para esculpir en la piedra, el punzón para tallar los signos en la madera; y aunque a ti se te exima del aprendizaje de estas modalidades, tendrás que aprender a manejar el cálamo y a escribir sobre papiro, pergamino y cuero. El cálamo es dócil instrumento cuando los dedos se adiestran a manejarlo.Pero un escriba, Pil, debe tener gusto y amor por el oficio de la escritura y escribir en hermosos caracteres, claros, uniformes, distribuir bien las líneas y cuidar que la tablilla no lleve incisiones superfluas o el papiro o el pergamino borrones de tinta.Cuando de niño vine de Kalah a estudiar a Borsippa, me impresionó mucho el archivo de tablillas del maestro de lengua sumeria. No sólo les daba un baño de esmalte. En los cantos las distinguía con un color especial: las de tema religioso tenían el canto dorado, las que trataban de astrología, plateado, las históricas y épicas, rojo, y así sucesivamente, identificando por el color la materia. Yo tengo buenos ejemplares antiguos en casa. Algún día tendrás oportunidad de verlos.Y aquí, en el archivo de la escuela, te encontrarás también piezas preciosas, aunque algo maltratadas por el uso constante que se hace de ellas. No podemos evitar que los estudiantes con pujos de erudición tengan acceso a esas tablillas antiguas, aunque haya versiones bastante exactas en tablillas corrientes. Existe una controversia sobre ciertos signos arcaicos que algunos eruditos afirman que tienen un significado distinto al que les damos hoy. Además del sumerio y de nuestro clásico acadio, tendrás que estudiar también el arameo. En fin, ya te irás dando cuenta de lo que se tarda en aprender algo que sólo sirve para decir lo mismo que han dicho los seres que nos precedieron.

El niño le dijo a Beltarsiluma que el venerable Nadinaje le había destinado preceptores que no sólo conocían las abreviaturas de la escritura sacerdotal sino también los signos empleados en la correspondencia, mandatos y ejecutorias reales.

—¿Los sabes todos?

—Todos menos los de la etiqueta palaciega, que Nadinaje consideró que los aprendería en la corte.

—Pues tienes un buen trecho recorrido. Porque en ese capítulo real hay más de cuatrocientas abreviaturas.

—Cuatrocientas setenta y ocho —precisó Pil.

Terminaron el recorrido en el templo de la Ezida. Shamshiadad había hecho un importante legado al templo de Nabu en Kalah, y éste, por corresponder a la casa madre del dios, envió a Borsippa una reproducción en oro del simbólico Libro de los Destinos, cuyo original sumerio se guardaba en la casa sacerdotal.

—Éste es un obsequio del rey Shamshiadad.

Como Semíramis desconfiaba siempre de la buena intención de Beltarsiluma, aclaró a Pil:

—Shamshiadad era tu tío.

Poco después se presentó un sacerdote a comunicar a Semíramis que el venerable Ishbira la recibiría en audiencia una hora más tarde. Semíramis interrogó con una mirada a Beltarsiluma y éste movió la cabeza afirmativamente. Cuando el sacerdote se fue, aclaró:

—Es lo usual en el protocolo de la Ezida. No olvides, señora, que él salió a recibirte y puso su cabeza bajo tu pie.

En las ciudades asirias Semíramis podía salir a la calle sin séquito, llevando un escudero o una doncella de compañía, pero en Babilonia, por más grande, también porque así lo ordenaba la etiqueta palatina, debía ir debidamente custodiada por un séquito de lanceros. Quizá por esto un rey de Babilonia no tenía necesidad de salir de palacio, pues la calle con sus mercaderes, sus espectáculos y todo aquello que agrada y adula a un soberano, acudía a los aposentos reales.

En Borsippa la conducta de las autoridades y de la población extrañó a Semíramis. Salió a visitar la ciudad en compañía de Tiglatpileser, sin séquito, tal como se lo había aconsejado Beltarsiluma, pero las calles y calzadas por las que transitaban ofrecían un aspecto desolador: ni un alma. Nadie parecía sentir la menor curiosidad por verlos. Enseguida se dio cuenta de que aquel vacío lo habían hecho los servicios de seguridad, al mando de un tal Donadús, investigador urbano.

Cuando bordearon el palacio del Gobierno para entrar en la calzada que conducía al Aula de las caravanas, a mitad de camino del barrio de Kari, en la orilla extrema del lago, vieron que los soldados de la guarnición hacían vigilancia a todo lo largo de la calzada.

En el Aula de las caravanas fueron recibidos por un grupo de síndicos. Las transacciones y actividades comerciales habían sido suspendidas aquel día. La patesi se irritó, pero no profirió palabra de disgusto. Visitó el monumental conjunto de este centro comercial y se detuvo a contemplar en el muro de uno de los edificios la imagen en cerámica esmaltada de la diosa Tashmetum, esposa de Nabu, la obra de arte más famosa de Borsippa.

Como sintiera curiosidad por acercarse al barrio de Kari y visitar los tribunales y el Consejo de los seis varones, así como el akitu o capilla del Año nuevo, un oficial le dijo que la visita a tales lugares no había sido prevista y que, por lo tanto, no era aconsejable; que a la puerta del barrio se reunían los jueces, pero que los seis varones de Borsippa lo hacían en su residencia de la plaza de Hammurabi.

Contrariada, la patesi no se detuvo mucho en el Aula de las caravanas y regresó al barrio del Poderío. Presionada por la irritación entró con su hijo en palacio y pidió ser conducida a presencia del gobernador. Urmilasar, todo descompuesto, corrió a la mayordomía.

—¡Qué grata sorpresa, oh señora!

Semíramis vio que el general temblaba, que había perdido el color.

—¿Por qué razón no pudimos visitar el barrio de Kari?

—Por no lastimar tus ojos, señora. Es un barrio empinado, fatigoso y habitado por gente ruin. Los vecinos son individuos descarados, soeces…

—¿Y la población de Borsippa?

—Todo lo contrario, señora…

—¿Por qué, entonces, desde el recinto hasta aquí no hemos visto una sola alma?

—Precisamente por eso… Los seis varones de Borsippa pidieron a la cámara de los baru que no dieran vaticinio durante los días que tú, ¡oh señora!, estés en Borsippa. Sin los augurios de los baru no hay actividad posible…

Semíramis ironizó hasta el sarcasmo:

—Jamás pensé que la prosperidad de Borsippa fuera tanta como para permitirse el lujo de tan señalada cortesía. Así que mientras yo esté aquí nadie trabajará, nadie hará comercio, nadie visitará a sus parientes o amigos. Ni trasiegas de vinos y de aceite, ni torno de alfarero ni hilo en el telar. Pero supongo que comerán.

—Desde luego.

—¿Y tú les das el alimento?

—Señora…

—Basta de cortesía encubridora de miedos, bienquisto Urmilasar. Ordena que salgan inmediatamente los baru y que la población vuelva a su trabajo. Si tanto desconfían las autoridades del comportamiento del pueblo hacia mí, me quedaré sin conocer Borsippa.

—En realidad, lo importante de Borsippa ya lo conoces…

—No, Urmilasar. Me falta por conocer su karum, la plaza de Hammurabi donde se encuentra la vieja casa de Nabu. Mi hijo tenía interés en ver el silabario que el dios inventó y dio a los hombres. Y también el barrio de la Reina, el más antiguo.

Semíramis se despidió de Urmilasar. Éste insistió en acompañarla hasta la escuela de escribas, pero Semíramis rehusó. Sin embargo, Urmilasar, que temía haber cometido un error por excesivo celo salió detrás de la patesi seguido a su vez de dos oficiales. Tiglatpileser rompió a reír. Él iba de la mano de su madre y a unos cuantos pasos seguía Urmilasar con el brazo al pecho. Tras él venían los dos oficiales. Esta escena hubiera causado la hilaridad del público si en las calles hubiese habido alguien para verla.

Cuando Semíramis tuvo ocasión de protestar ante Beltarsiluma éste aparentó consternarse. Comentó:

—El bienquisto Urmilasar, a quien Ishtar colme de gracias, es un inepto. Es el gobernador menos adecuado para una ciudad como Borsippa, donde la sabiduría y la alegría de vivir se hermanan. Aquí se necesita un gobernador militar enérgico, fiel a la dinastía y que por su cultura y su don de gentes, por su civismo y su prestigio, se capte la simpatía, la confianza y fidelidad de la población. Urmilasar todavía no se ha enterado de que Borsippa es la ciudad santa de Nabu y que la población adora a la patesi de Babilonia…

Semíramis no hizo ningún comentario. Pensó que su expreceptor anhelaba ser nombrado gobernador militar de la ciudad, cargo que había tenido hacía años. Le salió al paso:

—La lástima es que tú, Beltar, ya gobernaste a la ciudad. No estaría bien reincidir.

—La lástima, señora, es que yo no cometa la vulgaridad de insistir, si no…

—Si no ¿qué?

—¿Sabes cuál es mi pensamiento…?

—Tu pensamiento es siempre tan tornadizo, Beltar… Los hechos son los que valen, y tú, mi viejo amigo, has perdido el gusto por la acción.

—¿No se me arrebató el derecho de obrar?

—¿Quién?

—Bien lo sabes. Yo era demasiado inteligente e incluso audaz para un rey como Adadnirari. Y para ti…

—No, Beltarsiluma. Yo he dejado de pensar en ti como hombre de gobierno. Tanto en Babilonia como en Asiria se está imponiendo un nuevo estilo político.

Beltarsiluma alzó los hombros:

—Probablemente tengas razón. Jamás actué en períodos de decadencia…

—Eres insolente, Beltar.

—La verdad cuando tiene que buscar tortuosos senderos para manifestarse concluye por saltar los obstáculos y ofrecerse brutal.