¿Quién es Ninurta-apla?
Ninurta-apla se disponía a salir rumbo a la oficina cuando llegó su mujer del mercado:
—¿A que no te imaginas lo que me pasó?
—Lo de ayer, lo de todos los días… Ya me lo contarás después, pues se me ha hecho tarde.
El marido sabía que Dinala no traía del mercado más que las noticias de siempre: «la manteca de cerdo se está poniendo por las nubes; ese miserable de Dadamuz sólo pone a la venta vino turbio y avinagrado, pues el bueno lo exporta; las placeras cada día son más groseras…».
—Vi a Sinamurra, la mujer de Malpasin…
—¿Y qué? —preguntó impaciente por irse Ninurta-apla.
—Me saludó. Me preguntó por ti y por la niña.
—¡Cuánta delicadeza!
—Pero no te vayas a imaginar que así de paso. Me detuvo a charlar. Me dijo que su marido había recibido una partida de pasta de pescado y que nos iba a mandar un trozo.
—Eso sí es raro.
Probablemente Malpasin tenía el propósito de hacer algún negocio de exportación. Fue lo que pensó Ninurta-apla mientras caminaba hacia palacio. Antes, cuando Malpasin era consejero de Almacenes, mercados y aduanas solía tener con ellos algunas atenciones. Generalmente les enviaba a casa comestibles y alguna tinajilla de aceite o de vino del bueno. Pero desde la crisis, ya no volvió a acordarse de ellos. Hasta llegaron al extremo de que la mujer de Malpasin le retirase el saludo a Dinala. Como si ellos hubiesen tenido algo que ver en el cambio de gobierno impuesto por Adadnirari a raíz del rompimiento político con su madre.
El motivo de la obsequiosidad de Sinamurra probablemente era el que se imaginaba el modesto funcionario: Malpasin pensaba entrar en el negocio de exportaciones. Y él, Ninurta-apla, era el jefe de la oficina del comercio exterior. Ser primo segundo de la patesi no le había servido más que para alcanzar este cargo mediocre. Y debía dar gracias a Semíramis.
Ninurta-apla entró en su oficina por la puerta de los almacenes. La habitación era oscura y sórdida. Nadie protestaba, quizá porque los mercaderes que acudían a tramitar sus asuntos tenían oficinas más cochambrosas. Excepto Dadamuz. Pero Dadamuz mandaba a un empleado a solventar esos menesteres. Ninurta-apla tenía un escriba a sus órdenes. Tan poco despierto que el jefe dudaba que tuviera el cordón y la tablilla de tal. Pero por lo menos, Kulsham le ayudaba en la rutina de anotar en las tablillas, cocerlas y archivarlas. Fuera de estas menudas labores, jefe y escriba no tenían mayor trabajo y distraían el ocio persiguiendo a las ratas, que en aquella parte de palacio proliferaban a expensas de los granos, queso y las pastas alimenticias que allí se almacenaban.
Esa mañana, Ninurta-apla tuvo motivos para sorprenderse también como su esposa. Pasó casualmente por el pasillo nada menos que el montero mayor Shagaratki y se asomó a la puerta:
—¡Qué sorpresa, bienquisto Ninurta-apla!
El funcionario se puso de pie al ver al primer ministro. Era la primera vez que le dirigía la palabra. Ninurta-apla, cohibido porque tan elevado personaje se detuviera ante el cuchitril, acertó a balbucir:
—Perdón, señor, yo no tengo tratamiento de bienquisto, sino de fiel…
—¡Cómo! —Fingió sorprenderse el montero mayor—. ¿Acaso tú no eres pariente de la señora?
—La señora y yo lo hemos olvidado —repuso humildemente.
—¡Marduk bendito! Yo se lo recordaré. ¿Y qué haces en este inmundo despacho?
—Trabajar —dijo Ninurta-apla sin mucha convicción.
Shagaratki gesticuló:
—¿Acaso se puede trabajar aquí? Hoy mismo ordenaré que dispongan una oficina más aireada y cómoda, con terraza a los jardines colgantes, que sea digna de ti.
El primer ministro no quiso excederse. Saludó y continuó su camino. La pestilencia que aún quedaba de la hoguera de Shusteramón le hizo toser. Ninurta-apla no podía imaginarse qué asunto tendría que solventar el bienquisto Shagaratki en los malolientes almacenes. Desde el día anterior despedían una insoportable fetidez que irritaba las fosas nasales y escocía la garganta.
El escriba Kulsham conjeturó que aquella visita del montero mayor era indicio de un cambio favorable. Y a partir del mediodía las conjeturas tomaron visos de hechos ciertos. Cinco tartanes que jamás habían pisado la oficina se presentaron con diverso pretexto para tener ocasión de hablar unas palabras con el oscuro funcionario. Dos de ellos querían averiguar de dónde partía la fetidez que hacía insoportable la estancia en palacio.
Mientras tanto, Semíramis resolvía el conflicto provocado por Shusteramón al modo «monumental», dejándose llevar por su manía. Comentaba con Addasin:
—Si el humo se filtra por los muros de los almacenes, quiere decirse que con las inmundicias que tienen en el patio hicieron una hoguera…
—La hoguera deben de haberla hecho en la alberca vieja.
—Pues vamos a resolver el problema de una vez…
—¿Cómo, señora?
—Ordena que echen abajo la puerta de hierro; si es necesario destruyendo el muro. A Shusteramón y sus ayudantes se les encierra en las mazmorras. Se les levanta el régimen de castigo por lo que a alimentación se refiere. Y continuarán percibiendo su salario. Voy a demostrarle a Shusteramón que me puedo pasar sin su tratamiento. Y mientras tanto, se derribará toda esa ala de palacio. Se construirán nuevos almacenes y nueva torre.
Les daremos un nuevo obrador más amplio con terraza al canal. En el primer piso se instalarán sus habitaciones, las de Shusteramón y Belnabu, también con terrazas al canal. En el patio se ordenará un jardín y en los sótanos y alberca se dispondrá la obra necesaria para que allí estén los hornos, fogones y todo lo propio para la cocción de plantas y otras materias; así como para los almacenes de algas y yerba de Gilgamesh. Entre el obrador y mis habitaciones habrá que construir un salón en el cual yo pueda recibir a Shusteramón sin necesidad de entrar en el obrador, siempre apestoso. Que Mino de Tacro haga los planos y uno de sus ayudantes realice la obra…
—¿Puedo hablar, señora?
—Habla, Addasin.
—¿Y de dónde sacamos el oro para semejante obra?
—Dadamuz nos hará un préstamo.
—¿Con qué garantía?
—La de mi nombre es suficiente. Pero si le parece poco, dile que enajeno por los años que sea necesario las cosechas de los viñedos de Marduk de Borsippa…
—Me dijiste que esos viñedos los reclamaban los escribas de la escuela de Nabu.
—Sí, pero la reclamación quedará en suspenso mucho tiempo todavía…
Asomó un paje anunciando la presencia del bienquisto Shagaratki.
—Vendrá a protestar de la pestilencia… —anticipó Addasin.
—¡Qué pesado! Quítatelo de encima. Dile que la pestilencia de ayer tarde me produjo una terrible jaqueca que me tiene en cama.
Pasó la pestilencia, se tiró el muro del patio y Shusteramón y su personal médico fueron encerrados en inmundas mazmorras. Las obras se iniciaron en el ala sur del palacio, y Ninurta-apla y su escriba continuaron en la misma habitación, ahora más inhóspita, pues en ella entraban el ruido y el polvo del derribo de los viejos muros.
Nadie volvió a acordarse de ellos. Los rumores de la corte eran promovidos por diversos aires, y el que traía el rumor de la tarde barría con el de la mañana.
—Es una insensatez pensar que la señora va a abdicar. ¿A quién se le ha ocurrido semejante patraña?
—Todo el mundo lo dice.
—Si fuera a abdicar ¿habría encargado al arquitecto Mino esa red gigantesca de calzadas…?
—Desde luego que no.
—¿Y las obras que se están haciendo en los almacenes del palacio?
Estos rumores y comentarios se originaban en la corte y no trascendían a la calle. Expresaban la inquietud de una minoría de personas, mientras que en plazas y mercados los comentarios eran más agrios y reflejaban el malestar que se sentía en todo el país. En lo que un asirio y babilonio se ponían de acuerdo era en comentar severamente el mal gobierno y la inmoralidad administrativa.
Las opiniones variaban al fijar al responsable de la situación, pues unos, los asirios, señalaban a Semíramis, a su continua y desvergonzada injerencia en los asuntos de Estado, y otros a Adadnirari por no dejar a su madre gobernar. De las críticas reprobatorias no se salvaba el clero del cual se decía que en vez de servir a los dioses y velar por el bienestar del pueblo, se había entregado cobardemente al poder de la dinastía.
No faltaba gente que añorase los tiempos de Beltarsiluma, bajo cuya dirección los dos países habían conocido una época de prosperidad. Ahora, bajo Adadnirari, Asiria llevaba una existencia mediocre. Se creyó que al sacudirse la tutela de su madre, volvería a encauzar a los dos países por los seguros y estables senderos abiertos por Shamshiadad, pero a los diez años de reinado efectivo, los frutos logrados eran tan poco satisfactorios que la decepción y el desánimo cundían en todas las capas sociales de ambos países. «Mientras viva Semíramis su hijo Adadnirari gobernará con timidez», se decía en Asiria. Y en Babilonia: «Semíramis llevó nuestras fronteras al Indo y a Egipto; ahora con Adadnirari se necesita salvoconducto para ir al barrio de Synka».
En la corte de Babilonia volvieron a circular los rumores de abdicación. Los seis varones del Consejo estaban en vilo, temerosos de perder las sustanciosas consejerías. La aviesa sagacidad de algún tartán propaló:
—La patesi abdica porque Adadnirari, que no tiene un arillo de cobre, pretende subastar muy en secreto la silla de Babilonia, y con mayor razón los sellos de consejeros. Está en tratos con Nabushumaishkun, del País del Mar, que le ofrece treinta biltu de oro.
Tal rumor parecía confirmarlo la noticia de que el rey y el grueso del ejército se hallaban en Umma, cerca del límite provincial del País del Mar.
La población de la costa, al socaire de la soberanía nacional siempre amagada cuando no estrangulada por Asiria, había obtenido de hecho una cierta autonomía, nunca legalizada. En cuanto Babilonia caía bajo el vasallaje de Asiria, el País del Mar se insubordinaba. No era un desatino propalar el propósito de Adadnirari de vender una autonomía efectiva al caudillo Nabushumaishkun, mozo que ladinamente llevaba en su nombre una invocación a Nabu.
Mas esta especie duró poco también. Un día se supo que la patesi había llamado a Dadamuz, que fuera su montero mayor, y a Babilosin, justicia del rey. Los recibió separadamente y compartió con ellos durante media mañana. De estas entrevistas la gente conjeturó que la patesi no había quedado satisfecha, pues al mediodía salió correo para Borsippa pidiendo la inmediata presencia de Beltarsiluma.
—El sucesor de la señora, será su viejo valido Beltarsiluma.
—No. La patesi llamó a Beltarsiluma para ver si puede contar con la guarnición de Borsippa…
—¡Absurdo! La guarnición de Borsippa sería impotente para oponerse al ejército real.
—Beltarsiluma políticamente está acabado.
—Beltarsiluma será montero mayor en el nuevo Consejo.
—La señora llamó a Beltarsiluma para que le asesore en su programa de obras públicas.
A la caída de la tarde se hizo pública en el Patio de los Oidores una tablilla real en la que se comunicaba que la patesi había sostenido consultas con los bienquistos Dadamuz y Babilosin para tratar sobre la situación del país.
A la corte le fue muy difícil esclarecer el embrollo político.
Un indicio, al parecer cierto, de lo que iba a ocurrir, se registró en la modesta casa de Ninurta-apla. Al día siguiente de las consultas, Dinala abrió la puerta para recibir a un mensajero del acaudalado Dadamuz que le enviaba un gran suministro de víveres de lo más exquisito que podía adquirirse en los mercados de la ciudad.
Ninurta-apla ya había salido de casa. Al llegar a palacio, se vio sorprendido con la presencia del intendente Gurma que le esperaba a la puerta de los almacenes para saludarle.
El funcionario sospechó ser objeto de una burla en la que participaba también su prima Semíramis. Porque rumores habían corrido, y muchos, y en no pocos de ellos se mencionaba su nombre como sucesor de la señora. Mas creérselo era seguir el juego de las burlas, pues su prima, según le había informado Kulsham, había hablado con Dadamuz, Babilosin y otros personajes y estaba a la espera de la llegada de Beltarsiluma. Era lógico pensar que si él tuviera formalmente que ver en aquel enredo, habría sido el primer consultado.
En cuanto se sentó a la mesa, el escriba le dijo:
—Toda la gente está alborotada, jefe. Tú serás rey y Beltarsiluma tu montero mayor…
—No digas estupideces y ponte a trabajar.
—Supongo que cuando te coronen me harás algo importante…
—Te mandaré a la escuela de Marduk para que termines de aprender a escribir…
—Para ser un tartán de primera clase estoy lo suficientemente preparado. Me gustaría que me nombraras inspector de mercados. Es un cargo en el que uno puede enriquecerse rápidamente. Ya sabes que el inspector de mercados pasa el cincuenta por ciento de las exacciones al montero mayor, y éste da un tercio al rey.
—Si un día yo fuera rey, estúpido, lo primero que haría sería barrer los granujas y logreros de la administración.
—Con esas ideas, jefe, no llegarás al trono. La señora si te da la corona será a cambio de una fuerte suma. ¿O en qué país crees que vivimos? Y si tú no tienes un cobre ¿de dónde vas a sacar el dinero sino del tesoro de Marduk? ¿Y cómo lo pagarás si no es con los untos de los consejeros? ¿Y los consejeros de dónde van a sacar el unto si les impides que extorsionen a los inspectores? ¿Y los inspectores de dónde obtendrán la plata sino de las exacciones a los contribuyentes?
Los contribuyentes con puerta pública se las arreglan subiendo el precio de las mercancías y de los servicios. Ése, jefe, es el tinglado de la administración pública, que sirve para aplicarlo tanto al comercio, como a la artesanía y a la industria. Y también al clero y al ejército.
—Desde luego que si a mí me hicieran rey, te apartaría de mi lado.
—Para tomar a otro sinvergüenza que no te sería fiel como yo.
La conversación fue interrumpida por Gurma, el intendente, que vino a comunicarles que dentro de una hora serían trasladados a una dependencia de la planta alta:
—Es muy hermosa y aireada. Entra la luz a raudales y tiene pebeteros que queman resinas aromáticas todo el día…
—¿Y hay estanterías para colocar las tablillas?
—No. ¡Ni falta que hacen! La oficina continuará aquí.
—¿Y qué voy a hacer arriba?
—Pues… lo que se te ocurra, bienquisto Ninurta-apla. Si te aburres, cae muy cerca la escalera del harén… Por cierto, tengo que sugerirle a Belinti que lo renueve… Mi hija, que es un primor de quince años, está ansiosa por entrar en el harén…
—¿Belinti? ¡Pero si Belinti dejó hace años de ser el eunuco mayor…!
—Vuelve, vuelve… A palacio vendrán muchas caras conocidas.
—¿Y yo qué voy a hacer?
—Supongo que nada o casi nada. Bien. Con tu licencia, bienquisto Ninurta-apla, me retiro. Ya sabes que estoy siempre a tus órdenes en la intendencia.
Cuando se quedaron solos, el escriba se lanzó a la mesa del jefe:
—¿Lo ves, cabezota? ¿Crees que sigue siendo una broma?
—Te repito que te pongas a trabajar. ¡Qué pesadilla si lo que dicen fuera cierto!
Mientras tanto, el árabe Agarán, por otro nombre Magarasur, recibía instrucciones para un servicio confidencial.
—Se encuentra en Umma. No es necesario que le pidas audiencia. Lo mejor es que le expliques a Hurimasin cuál es mi propósito.
—¿Abiertamente?
—Sí, sin ocultarle el nombre de mi sucesor… Hurimasin, que a pesar de hallarse a su servicio me sigue siendo fiel, reflexionará unas horas. Es lo bastante inteligente para, después, resolverse a decírselo al rey. Comprenderá que si yo te he enviado es precisamente para que mi hijo se entere.
—La misión puede costarme la vida, señora. Tu bien amado hijo en un arrebato de cólera…
—Lo tendrá, sin duda; pero antes de hacerte daño querrá oír de tus labios toda la verdad. Y es entonces cuando le dirás que has ido a Umma personalmente para invitarle de mi parte a la coronación.
—¿Y cuál será su reacción?
—Una de dos: o saca la espada y te corta la cabeza o suelta una carcajada. Es una preciosa ocasión para poner en juego tu ingenio y lograr que mi hijo sufra un ataque de hilaridad. Cuando se le pase e intente matarte, tú ya debes estar lejos de Umma…
—¡Qué fácil lo pones!
—No te quejes, Agarán. Hasta ahora los servicios confidenciales que me has prestado han sido juego de niños. Demuéstrame que eres tan agudo como te creo…
—Y eso de la patesi…
—Ya te lo he explicado. Mi hijo tiene que entender que desde el día de la coronación, el título de la patesi no será un arcaicismo, sino un poder supremo, y que el monarca de Asiria deberá obediencia a la patesi.
—¿No crees que el general Gelmas sería la persona más indicada para revelarle tu propósito al rey?
—¡No, Agarán! Atente a lo que te ordeno. No hay que involucrar a Gelmas en este asunto. Me conviene mantenerlo libre de cualquier sospecha de Adadnirari. Puede serme útil en caso de grave necesidad.
—Y concluida mi misión en Umma sigo hasta el País del Mar.
—Sí. Toma el tiempo que sea necesario. Quiero una información detallada sobre la situación.
—La fecha de la coronación será…
—En la víspera octava del escrutinio de Asur. Supongo que para entonces ya estarás de vuelta. Necesito que estés al lado del sumo pontífice Nadinaje y del guarda-astros mayor de la zigurat. Mas para esta segunda fase, ya te daré instrucciones.
En palacio era difícil guardar secreto sobre la dirección que llevaban correos o heraldos, a no ser que se tomaran precauciones y a la salida de la ciudad se hicieran rodeos. Pero en el caso de Agarán, la patesi no quería disimular sus movimientos.
Poco después que el árabe saliera con su escolta a Umma, todo el personal de la casa real se enteró de que el escriba Magarasur iba a Umma a entrevistarse con Adadnirari.
Nuevos rumores corrieron por la corte; más halagüeños para los miembros del Consejo: la designación del nuevo rey sería hecha de acuerdo con Adadnirari, y éste, a fin de continuar dominando la política babilonia, obligaría al nuevo monarca a reinar asistido de los mismos consejeros adictos a Asiria.
Pero ya nadie dudaba de la abdicación de la patesi. Muy cerca de las dependencias de ésta, alarifes, decoradores, restauradores habilitaban las dependencias destinadas al nuevo soberano. Como se le suponía casado y con familia era natural que se le procurasen más habitaciones de aquellas que hasta entonces había necesitado la patesi.
Addasin vigilaba los trabajos. Muebles que habían permanecido almacenados u olvidados en salas clausuradas salieron a la luz. Y del guardarropa palatino, de donde se tomaban los vestidos con que se retribuía parte de los honorarios de los consejeros, jefes militares y tartanes, salió un crecido surtido de suntuosa vestimenta. No faltaron en esta mudanza, los enseres de aseo, de aderezo personal tanto para el rey como para su esposa, así como los ricos pomos de marfil, vidrio y oro conteniendo cremas, aceites aromáticos, cosméticos.
Este despliegue de riqueza acabó por hacer desechar la idea de que el sucesor de la patesi sería Ninurta-apla. La señora se había valido de tal individuo para distraer la curiosidad de la gente y mantener oculta la identidad del nuevo soberano. Todos los consejeros y funcionarios que conocieron en aquellos días a Ninurta-apla convinieron en que un individuo tan pusilánime, tan carente de carácter y de personalidad no podía ser rey.
El intendente Gurma decidió deshacer el equívoco. Pidió audiencia a la señora, y ésta se la concedió de inmediato.
—¿Qué ocurre, Gurma?
—Un asunto de poca monta, pero que ha dado lugar a rumores que han creado una situación confusa en palacio.
—Habla, Gurma.
—Hay un empleado de ínfima categoría del que se dice que será, ¡oh, señora!, tu sucesor…
—¡Ah, sí! Un tal Ninurta-apla… Es algo pariente mío. Creo que Addasin me habló de él. Es divertido…
—Divertido, desde luego, pero la insistencia de los rumores crean una anomalía.
—Corrígela inmediatamente.
—A eso he venido. Si tú no tienes objeción que oponer, lo cesaré.
—¿Qué es lo que hace ese hombre?
—Perseguir a las ratas…
—Para eso, cualquier otro individuo sirve.
—Bueno, en realidad él está al frente de la oficina de comercio exterior.
—Despídelo sin contemplaciones. A fin de que no se quede sin pan recomiéndale al intendente del templo de Ishtar. No olvides que es mi pariente.
—Lo haré, señora. ¿Y a quién pongo en su lugar?
Gurma vio que la señora bajaba la cabeza. Enseguida, tras de reflexionar un instante, la agitó y dijo:
—A quien se te ocurra… —cambió de parecer— o no, no Gurma. Espero que esta tarde llegue el bienquisto Beltarsiluma. Se lo consultaré. Quizás él cuente con la persona idónea para ese cargo.
—No es cargo, señora.
—Beltarsiluma, que está muy interesado en el comercio exterior, estoy segura de que lo ascenderá a cargo. Y muy importante.
Gurma se despidió de la patesi. Al fin tenía la llave de la situación. Era lógico que para sucederla, la señora hubiese pensado en Beltarsiluma. Se fue a ver al montero mayor:
—Bienquisto Shagaratki: el nuevo rey será Beltarsiluma.
—¿Seguro?
—¡Segurísimo! La propia señora acaba de decírmelo.
—¿Y ese infeliz de Ninurta-apla?
—Me ha dicho que lo despida.
Shagaratki dudó. Beltarsiluma estaba acabado como hombre político. Bien era cierto que para ser rey de Babilonia no había otro hombre de su ejecutoria y prestigio. Además, asirio. Babilonizado, pero asirio. Lo de asirio se suavizaba con su procedencia de la escuela de Nabu de Borsippa.
—Se me hace difícil admitirlo, pero, no cabe duda de que no es un desatino. Sin embargo, te aconsejo que no propales la noticia. Es lógico pensar que si la señora piensa designar a Beltarsiluma, lo consulte antes con su hijo. De todas formas, hoy en la tarde tendremos noticias más ciertas —concluyó el montero mayor.
Gurma bajó a los almacenes. Allí estaban Ninurta-apla y su ayudante. Por segunda vez la promesa de un cambio de alojamiento se había quedado sin resolución.
—¡Conque sucesor de la excelsa patesi!
—Yo no he dicho tal cosa…
—Pero has guardado silencio a los rumores…
—No iba a abandonar el trabajo para ir desmintiéndolos por todo palacio…
—Pues te has quedado sin empleo… Así que deja esa mesa y lárgate. Espera en tu casa una notificación que recibirás del templo de Ishtar. Allí, en los almacenes, también hay ratas.
El intendente Gurma creyó haber dado fin a la broma sangrienta jugada a Ninurta-apla.
Cuando en la tarde Dadamuz se enteró por uno de sus empleados del cese de Ninurta-apla rió de buena gana. Y comentó con una de sus esposas: «Por lo menos mientras esté vacante no se morirá de hambre. Tiene gracia, mucha gracia». Dadamuz aludía al abundante surtido de víveres que le había obsequiado.
Luego se dispuso a vestirse para acudir a la puerta de Marduk a recibir a Beltarsiluma.