14: Lo que le ocurrió a Lizzie Fitzpatrick

Mary buscó en su bolso y sacó un paquete de Benson & Hedges. Me ofreció uno pero lo rechacé.

—La historia está toda en el expediente, pero si quiere le contaré los puntos principales.

—Por favor, hágalo.

—Mi marido regentaba un bar pequeñito en Ballykeel. Justo al final de la aldea. El Henry Joy McCracken.

—¿Ese nombre es homenaje al rebelde?

—Exacto. Todavía lo tenemos, pero Jim jamás volverá a abrirlo. Desde lo que le pasó a Lizzie.

Bebió un sorbo de té y encendió su cigarrillo.

—Lizzie y todas las chicas trabajaban allí de camareras de tanto en tanto, para ganar dinero para gastos personales. Y más tarde Lizzie se marchó a Inglaterra a estudiar derecho. Quería ser abogado, como los que aparecían en la televisión. Para defender a los débiles y todo eso, ¿sabe?

—Sí.

—Estudiaba en la Universidad de Warwick. Le iba muy bien. Volvía para las vacaciones y a veces trabajaba en el bar, pero también hacía prácticas en un despacho jurídico de Antrim, Mulvenna y Wright, una firma prestigiosa, así que no la veíamos mucho cuando volvía. De todas maneras, durante las navidades de 1980 estaba por aquí y se suponía que no iba a trabajar en el pub para nada…

Contuvo el llanto y movió la cabeza antes de continuar.

—En cualquier caso, fue el 27 de diciembre.

—¿El 27 de diciembre de 1980?

—Sí.

Escribí eso en mi libreta mientras Mary proseguía:

—Jim se encontraba en el hospital Royal Victoria de Belfast por una cirugía en la rodilla izquierda. Artritis, ¿sabe?

—Claro.

—Lo operaron esa misma tarde y quería cerrar el pub, pero Lizzie insistió en que ella podía encargarse. Accedí porque me di cuenta de que deseaba tener un poquito de responsabilidad. Yo había ido a Belfast a visitar a Jim, que se encontraba bien, y regresé a Baliykeel alrededor de las diez y media. La llamé al pub y le conté que su padre estaba bien. Ella se puso muy contenta de oírlo. Le pregunté si necesitaba ayuda en el pub y respondió que no hacía falta porque solo había tres clientes. Bueno, faltaba media hora para cerrar y no me pareció nada extraño.

—¿La policía consiguió localizar a los clientes?

—Oh, sí, la policía los encontró. «Hombres muy respetables», los tres. No eran de la zona. Todos eran de Belfast. Habían venido a pescar.

—¿Y luego qué ocurrió?

—Bueno, Lizzie no regresó a casa. Solo se tardan diez minutos en cerrar y caminar hasta nuestra casa desde el pub, así que a partir de las once y cuarto empecé a ponerme nerviosa.

—¿Qué hizo?

—No hice nada. Esperé. Pensé que tendría algún problema con las cerraduras o algo así.

—¿Y después qué pasó?

—Entonces, a las once y media, me llamó Harper McCullough. Me preguntó por la operación de Jim y después pidió hablar con Lizzie. Entonces le contesté que aún no la había visto. Él estaba bastante preocupado porque ella le había dicho que regresaría a las once y media como muy tarde.

—¿Quién es Harper McCullough?

—Harper era su novio. Un muchacho muy agradable. Protestante, fíjese, pero nos caía bien de todas maneras. Un amigo muy cercano de la familia.

—¿Dónde se encontraba él cuando mataron a Lizzie?

—Oh, en Belfast, en la cena anual de su club de rugby. Tenía que recibir un premio en nombre de su padre. Estuvo allí desde las nueve hasta las once y media, cuando me llamó.

—¿Y después qué pasó?

—Bueno, le dije a Harper que no tenía idea de dónde estaba Lizzie y él respondió que debía llamar a la policía y que él se dirigiría allí inmediatamente.

—¿Y llamó a la policía?

Ella negó con un gesto triste de la cabeza.

—Me puse el abrigo y fui hasta el pub para ver qué ocurría. Pues bien, efectivamente, estaba cerrado con llave y las luces estaban apagadas, pero no había señales de Lizzie. Así que me di cuenta de que algo andaba mal. En ese momento pensé que Lizzie había cerrado el pub y que le había ocurrido algo en el camino de regreso a casa.

—¿A qué distancia está el pub de su casa?

—Unos trescientos metros.

—¿Cruzando el pueblo?

—Podías ir cruzando el pueblo o coger un atajo por Love Lane, pero ella no usó ninguno de los dos caminos.

—¿Y qué hizo?

Mary apagó el cigarrillo y sacó un pañuelo del monedero. Se limpió los ojos e hizo un esfuerzo para contener las lágrimas. Se resistió al impulso de llorar. Estábamos en el Ulster, donde hasta los buenos católicos como ella se habían contagiado de la enfermedad protestante de reprimir las emociones.

—Fui a casa y llamé a Annie. Entonces todavía vivía en Derry, y me dijo que llamara a la policía de inmediato. Yo era un poco reacia a hacerlo porque habíamos tenido nuestras pequeñas diferencias de opiniones con la policía, como usted sabe.

Sí lo sabía. Yo había realizado mi propia investigación y había averiguado que los Fitzpatrick de Ballykeel eran una prominente familia republicana en el área de Antrim. Tal vez no participaban activamente en el IRA, pero sin duda se movían en círculos republicanos influyentes. Mary Fitzpatrick se había presentado como parlamentaria por los republicanos independientes a las elecciones de 1970 y conocía a muchas figuras importantes de aquella época.

—Harper volvió del club de rugby alrededor de las doce menos cuarto loco de preocupación, la policía llegó poco después desde Antrim y todos fuimos a buscar a Lizzie. Después de la medianoche uno de los policías apuntó su linterna hacia el interior del pub y le pareció ver un cuerpo tumbado en el suelo. No podíamos entrar, por supuesto, porque la llave la tenía Lizzie, así que tuvieron que derribar la puerta con un ariete. Y entonces la encontramos. Tumbada en el suelo, muerta. Hecha un ovillo, con el pelo en la cara. ¡Dios mío, nunca podré olvidar esa imagen! ¡Quise ir a abrazarla y hacer que volviera a vivir, pero no me dejaron tocarla!

Mary encendió otro cigarrillo y le puse la mano en el hombro. Ella cayó de rodillas y yo hice la señal de la cruz a su lado y juntos dijimos «Dios y María y Patricio».

Bebió un sorbo de té frío y continuó su relato.

—Al principio todos creíamos que había sido por causas naturales, porque un crimen no tenía sentido. El pub estaba cerrado desde dentro. Había barrotes de hierro en las ventanas, los cerrojos estaban echados en las puertas delantera y trasera. Ambas puertas estaban cerradas con llave, y ella la tenía en el bolsillo.

—¿Pero no fue por causas naturales?

—No. Había una bombilla estropeada encima de la barra y ella tenía otra, nueva y rota, en la mano. Todo el mundo supuso que se había subido a la barra para cambiar la bombilla, se había resbalado, había caído y se había roto el cuello. Bueno, eso es lo que pensaron los idiotas de la policía que estaban en el lugar. Pero al día siguiente el patólogo del hospital de Antrim, un tal doctor Kent, le dijo a la policía que todo parecía muy sospechoso. Él hizo la autopsia y no le encajaban ni las vértebras rotas del cuello ni la herida de la cabeza. Y posteriormente, durante la investigación judicial, el doctor Kent declaró que ese cuello roto no podía haberse producido como consecuencia de una caída desde la barra.

—¿Y cómo podía haberse producido?

—Él pensaba que una persona desconocida le había dado un golpe en la cabeza y le había partido el cuello. La policía no estaba para nada de acuerdo, pero él se mostró tan categórico que el juez de instrucción no tuvo más remedio que dejar el caso abierto.

—¿La policía abrió una investigación por homicidio?

—Pero poco entusiasta, en el mejor de los casos. Yo me daba cuenta de que ellos no creían que había sido un asesinato. El sitio estaba cerrado con llave, ella tenía una bombilla rota en la mano. Caso cerrado.

—Por supuesto entrevistaron a los hombres que estuvieron en el bar esa noche…

—Oh, sí. Está todo en el informe. Todos declararon la misma historia. Dicen que Lizzie los echó a las once en punto. Uno de ellos, un hombre llamado Phil, tenía su coche aparcado en la aldea. Fueron caminando hasta el coche y luego se marcharon a Belfast.

—¿Qué pensó la policía de ese testimonio?

—La policía lo creyó.

Me froté el mentón y reflexioné sobre la situación.

—¿No había nadie más en el bar?

—No.

—¿Hay alguna otra manera de entrar?

—No. Hay una puerta delantera y otra trasera, y ambas estaban cerradas con llave y cerrojo.

—¿Y las ventanas?

—Las ventanas están cubiertas de barrotes de hierro forjado.

—¿Se pueden quitar?

—No. La policía los revisó de todas maneras. Estaban completamente intactos.

—¿Alguien podría deslizarse entre ellos?

—La abertura es demasiado estrecha incluso para un niño.

Me recliné en el asiento y hojeé el informe de la policía. Era detallado y estaba bien hecho. El oficial a cargo de la investigación, un tal inspector Beggs, glosaba las evidencias en su conclusión. No estaba para nada convencido de que se hubiera cometido un crimen.

—Es difícil —dije.

Ella hizo un gesto de asentimiento y lanzó una delgada línea de humo azul.

—¿Usted está segura de que la mataron? —pregunté.

—Lo sé en los huesos.

—Estudiaré el caso, pero no puedo prometerle nada.

Ella asintió y se incorporó.

—Cuando venga a mi casa no mencione a Dermot en ningún momento. Dígales a Annie y a Jim que está investigando la muerte de Lizzie. Ya les he dicho que usted vino a verme una vez. De esa manera logré traer a colación su nombre ante Annie. Inspector Duffy, si usted les pregunta sobre Dermot, no van a decirle nada y eso lo arruinará todo. ¿Me entiende?

—Sí.

—¡No pregunte sobre Dermot!

—No lo haré.

—Y cuando llegue el momento, si cumple su parte del trato, yo cumpliré la mía.

—¿Cómo podrá averiguar dónde está?

—Oh, no se preocupe por eso. Tengo mis métodos. Mis contactos.

—¿Realmente entregaría al marido de su hija?

—Exmarido. Yo cumplo con mi palabra, Duffy. Si usted hace esto por mí, le daré a Dermot McCann.

—Debería decirle algo… No soy un asesino. Quiero arrestarlo, pero tal vez Dermot no se entregue con facilidad…

—Le diré dónde está. Lo que ocurra luego queda entre usted y él.

—Puedo prometerle que si depende en algo de mí, le daré la oportunidad de que se rinda.

—Muy bien. —Me ofreció su mano y la estreché.

—¿Y si necesito ponerme en contacto con usted puedo ir a su casa? —le pregunté.

—Y si yo necesito ponerme en contacto con usted le escribiré.

—Probablemente esa sea la mejor política si están pinchando sus teléfonos.

—Buen día, inspector.

Salió de la parte de atrás del café y pasó a la sala principal. Guardé los expedientes en mi maletín, esperé un intervalo prudencial y seguí sus pasos.