13: Encuentro en el Rising Sun

Cornmarket era un centro comercial convertido en calle peatonal cerca de la avenida Royal. En esta calle estaba ubicado el mercado original de Belfast en la época en que la ciudad era poco más que una hilera de casas a lo largo del río Farset.

Cuando Dublín se estancó, Belfast prosperó gracias a la producción textil y a la industria pesada. Se instalaron elegantes bancos victorianos y empresas constructoras en torno al Ayuntamiento y para la Primera Guerra Mundial Belfast construía el quince por ciento de los barcos del Imperio Británico. Pero después de la separación del sur, en 1921, el desarrollo económico y la prosperidad se truncaron. En la Segunda Guerra Mundial la ciudad sufrió intensos bombardeos de la Luftwaffe y padeció un crecimiento anémico después del día de la victoria aliada. El golpe de gracia había tenido lugar en el período entre 1969 y 1975, cuando una epidemia de atentados del IRA prácticamente había borrado del mapa esa parte de la ciudad. Cientos de tiendas, oficinas y fábricas habían quedado reducidas a cenizas.

En 1976 las autoridades impidieron el tráfico de vehículos en el centro de la ciudad y obligaron a todos los civiles que entraban en Belfast a atravesar una serie de puestos de seguridad, donde se los cacheaba en busca de explosivos y les revisaban los bolsos por si tenían productos incendiarios. En ese momento las calles que rodeaban la avenida Royal estaban atestadas de agentes de policía y soldados, y aunque esto era extremadamente inconveniente para todos los implicados, había dado resultado, y ahora el centro de Belfast era, paradójicamente, uno de los lugares más seguros del mundo para ir de compras.

El café Rising Sun existía desde la década de 1890, cuando era una elegante sala de té. Sin embargo, el daño producido por el humo despedido por distintos incendios provocados en las cercanías y un feo reacondicionamiento realizado en 1982 le habían quitado gran parte de su coqueto encanto original. Los refinados reservados habían sido reemplazados por sillas y mesas de plástico. Habían arrancado las amplias baldosas negras y blancas, y habían cubierto el cemento desnudo de debajo con linóleo marrón.

Llegué temprano a mi encuentro con Mary Fitzpatrick, pero ella había llegado todavía más temprano. Cuando entré en el Rising Sun, una camarera me preguntó si yo era el señor Duffy.

Respondí afirmativamente y ella me escoltó hasta una sala privada en la parte trasera del café, donde, para mi sorpresa, descubrí que muchos de los rasgos Victorianos originales seguían intactos.

Mary estaba sentada a una mesa sobre la que había una tetera plateada.

La camarera me llevó hasta la mesa de Mary y luego se marchó.

—No sabía que existía esta sala —dije.

—Pocos lo saben. Yo conozco a Cameron, el propietario. Es un lugar bonito y tranquilo para encontrarse con alguien en el centro de la ciudad lejos de miradas indiscretas. Ninguno de nosotros se topará con algún viejo conocido.

—Supongo que no.

—Espero que no le contara a nadie nuestra reunión.

—No lo he hecho.

—¿Ni siquiera a su sargento?

—Ni siquiera —dije, y me serví té.

—Usted conoció a Dermot personalmente, ¿verdad, inspector Duffy?

No tenía sentido intentar engañarla.

—Sí, lo conocía.

—Y conocía a Orla también, ¿verdad? Orla, Fiona, todos los McCann.

—Sí, los conocía.

—E incluso conocía un poco a mi Annie, ¿sí?

—La conocía un poquito.

—Cuando se marchó, le pregunté a Annie por usted —dijo, mirándome con esos ojos oscuros y penetrantes.

—Ah, ¿sí?

—Ella lo recuerda bastante bien.

—¿Sí?

—Me dijo que usted, ella y Dermot acostumbraban a ir a conciertos en Belfast. Y una vez en Dublín.

—¿En serio?

—Dice que usted los llevó a los dos desde Derry porque tenía coche.

Eso, probablemente, era cierto. Se habían hecho un montón de conciertos de rock a finales de los sesenta y principios de los setenta.

—Me suena. En aquel entonces Dermot no sabía conducir, así que puede que yo lo llevara a un par de espectáculos.

—Pero por supuesto usted ya era policía en la época de la boda, y esa es la razón por la que nosotros no nos habíamos visto —añadió Mary.

—De todas maneras yo no era uno de los amigos más íntimos de Dermot. Y desde luego no lo culpo por no haberme invitado a su boda. No habría sido seguro.

Ella asintió y se quitó el abrigo. Llevaba un jersey sin mangas negro, vaqueros azules descoloridos y botas.

Me sirvió un poco más de té y se acordó de ofrecerme la azucarera.

La camarera apareció poco más tarde con una selección de tartas y pastas que dejó sobre la mesa.

—Sírvase —dijo Mary.

—Lo haré. Tienen muy buen aspecto.

Cogí un bollo y una rodaja de limón.

Ella buscó en su monedero y sacó un documento fotocopiado que colocó en la mesa, delante de sí. Me di cuenta de que era alguna clase de informe o expediente.

—¿Qué es eso? —pregunté.

—Cómase el bollo y se lo leeré.

—De acuerdo.

Abrió el expediente.

—De modo que usted se incorporó a la policía apenas salió de la Universidad de Queen y después de dos años en Enniskillen y South Tyrone pasó a ser investigador en Belfast. Allí le fue bien, lo ascendieron al rango de sargento y lo mandaron a la RUC de Carrickfergus. Resolvió unos cuantos casos y lo ascendieron a inspector. Pero luego se vio involucrado en el asunto del FBI y DeLorean y todo empezó a irle mal desde entonces, ¿verdad?

—¿Qué es lo que está leyéndome exactamente? ¿Mi archivo de personal?

—No se preocupe por eso. El año pasado supuestamente atropelló a un muchachito con un Land Rover que usted conducía, solo que no era usted quien conducía, ¿verdad?

—¿Cómo sabe todo esto?

—Usted pidió la baja. Y quedó fuera del cuerpo.

—Sí.

—Lo que me lleva a la conclusión de que su reincorporación es obra de una agencia externa. Y esa agencia externa solo podría ser el MI5 o tal vez alguna división de inteligencia dentro de Scotland Yard. ¿Y por qué habrían de hacer algo así?

No dije nada.

—Creo que lo reincorporaron con el único propósito de encontrar a mi errante yerno —concluyó.

—No puedo confirmar ni negar nada de eso.

—No esperaba que lo hiciera.

Sorbí el té. Se había vuelto demasiado fuerte y tenía sabor amargo, incluso con el azúcar.

—Entonces ahora sabemos qué terreno pisa cada uno, ¿verdad? —dijo.

—Bueno, usted sabe de mí, pero yo no entiendo por qué quería verme.

—Usted es un tipo interesante, Duffy. No se presenta muy bien. Se menosprecia. Me parece que cree que la razón por la que el MI5 lo reclutó para buscar a Dermot es ese vínculo personal. Porque usted tenía una relación previa con él. Conoce a Dermot y a su clan y cree que eso es lo que lo hace especial.

—Continúe.

Ella sonrió.

—Pero esa no es la única razón por la que lo necesitaban. El MI5 lo reclutó porque usted es hábil. Y eso es lo que lo hace especial. Usted es hábil en su oficio, Duffy, por eso lo necesitan. Por eso yo también lo necesito.

—Es halagador oírle decir eso, pero el MI5, si es que realmente se trata del MI5, tiene gente brillante en cantidad más que suficiente, confíe…

Ella levantó la mano para interrumpirme.

—Empecemos. Cuando conocía a Annie, ella nunca lo llevó a nuestra casa de Ballykeel, ¿o sí?

—No. No lo creo.

—Y usted no acudió a la boda, de modo que jamás llegó a conocer a Lizzie ni a Vanessa…

—No.

—Vanessa es mi hija mayor. Es médico en Canadá. En Montreal. Está casada con otro médico. Tienen un niñito, mi único nieto. Le pusieron el nombre de Pierre. Yo lo llamo Peter.

—Muy bonito. ¿Va allí a menudo?

—He estado una vez. Fue suficiente. A Jim no le gusta viajar en avión.

Cerró el expediente que tenía sobre mí, lo rompió cuidadosamente en pedacitos y puso los restos en el cubo de basura más cercano.

—Se supone que Montreal es un lugar encantador —dije, para mantener la conversación, cuando ella volvió a la mesa.

No prestó atención a mis palabras.

—Supuestamente no puedes tener un hijo favorito, ¿verdad?

—No lo sé. Soy hijo único y no tengo niños.

Ella volvió a buscar en su bolso y me entregó una fotografía tamaño carné de una chica alta, pensativa y atractiva de cabello pelirrojo. Llevaba un uniforme de hockey hierba y estaba de pie delante de una portería.

—Puede conservarla —dijo.

—¿Para qué?

A continuación me pasó una carpeta marrón cerrada con dos gruesas gomas elásticas.

—¿Qué es esto? —pregunté.

—Es una copia del informe de la RUC sobre el asesinato de mi hija Lizzie. Era la más joven. La niña de mis ojos, en cierta manera. Supongo que no debería decirlo pero es así. Era muy divertida y muy dulce. No había una pizca de maldad en todo su cuerpo. Merecía más que esto.

—¿Su hija fue asesinada?

—Está todo allí. No es el expediente completo, pero estoy segura de que usted puede conseguirlo fácilmente. No quería mirar todas las fotografías truculentas y el informe de la autopsia, pero esto debería ser más que suficiente para saber básicamente lo que ocurrió.

Saqué las gomas elásticas y abrí la carpeta.

—Ya es lo que llaman un caso cerrado —continuó Mary—. Jamás descubrieron quién lo hizo y el investigador a cargo fue asignado a otras tareas hace ya mucho tiempo. Hace dos años contraté a un detective privado, pero él tampoco consiguió nada y me aconsejó que lo olvidara.

—¿De qué va todo esto, señora Fitzpatrick?

—De la muerte de Lizzie, inspector Duffy. Está enterrada en el cementerio de Arghall, en Toome. Mi hija más pequeña asesinada, con el cuello roto, por persona o personas desconocidas.

—¿Cuándo ocurrió esto?

—En diciembre se cumplirán cuatro años.

—¿Y la RUC no tiene ninguna pista?

—¿Pistas? Bueno, había tres hombres en el bar, tres sospechosos, por así decirlo, pero no había pruebas. Ninguna. Creo que la mató uno de ellos y que los otros dos lo encubrieron. Necesito saber cuál de ellos lo hizo. Y necesito pruebas. Necesito una satisfacción. Eso no la devolverá a la vida. Nada lo hará, pero la ley, la ley antigua, la ley Brehon, me autoriza a elegir el castigo. Me permite saldar esa cuenta pendiente.

Ella me agarró la mano y la apretó con fuerza.

La miré fijamente. Sus ojos eran feroces y su pelo color escarlata se tensaba en las horquillas que lo mantenían en su sitio.

—¿Me comprende, inspector?

—No lo sé. Está diciéndome… Déjeme asegurarme de que estamos hablando de la misma cosa, señora Fitzpatrick. Si encuentro al asesino de su hija y le doy pruebas suficientes de la participación de esta persona, entonces usted… usted…

—Le entregaré a Dermot McCann —dijo con una sonrisa fría.