CAPÍTULO 45

La petición de Lorkun

—Sala, ¿puedes aceptar un consejo…?

—Sí, de ti más que de nadie.

Estaban a solas, después del desayuno. Lorkun había explicado a Birgenio que se marchaban. El bibliotecario se afligió. Lo harían en secreto. Lorkun lamentaba no continuar al frente de la labor de curación. Estaba realmente apesadumbrado por este tema. Nila le había advertido que no era una opción instruir a un sustituto en esas artes. Lo que había aprendido Lorkun era solo para él y para quien hubiera pasado las pruebas del templo de Azalea. Confiaba en que al menos los militares lograsen contener la maldición y que no supusiera su marcha motivo de desesperanza. Trento comandaba ahora trabajos esperanzadores en los que se habilitaban edificios provistos de rejas y habitaciones con grilletes para albergar a más contaminados. Una de las pocas ventajas que tenía la epidemia de silachs en comparación a otras enfermedades era precisamente que no era menester alimentar a los noctilos. Vivían en hambre y sed de propagar su veneno, pero no morían de sed o inanición. Así que la prioridad era buscar lugares seguros para guardarlos mientras Lorkun regresaba. En parte estas noticias aliviaron a Lorkun.

Sala había manifestado que ella debía partir cuanto antes a Debindel. Por diferentes motivos, ambos deseaban encontrarse con Remo.

—¿Y ese consejo? —insistió Sala, que veía a Lorkun atascado en un pensamiento.

—Sala, necesitamos a Remo.

Ella abrió mucho los ojos. No parecía comprender lo que Lorkun intentaba decirle.

—Por eso deseas ir a Debindel.

—Sí.

—Bien…

—Sala, creo que Remo tiene mucho que ver con esta misión que se nos ha encomendado. Cuanto más amplío mi conocimiento, más seguro estoy de eso. Lo que te voy a pedir creo que es algo complicado.

—¿No era un consejo? —preguntó con ironía—. Pide lo que quieras, Detroy.

Sala alzó un poco sus hombros esperando esa petición. Lorkun parecía dudar. No hablaba.

—No necesito que tú también seas misterioso con tus palabras. Dime directamente qué te preocupa.

—Sala, no digas a nadie lo que me has contado. Creo que es mejor que nadie sepa lo de Lania. Al menos por el momento.

—No se lo he dicho a nadie.

Era cierto. Había tenido ocasión de hablar con Trento y no había soltado ni palabra. La razón era sencilla: no deseaba ver alegría en sus ojos. No deseaba pensar que, al fin y al cabo, Trento, Lorkun y en general todos los amigos de Remo habían compartido con Lania incluso más tiempo que ella. No deseaba ver cómo se posicionaban en contra o a favor de ese reencuentro. Lorkun había sido muy comedido y aun así la había herido al mostrarse satisfecho por el hallazgo. Sabía que no tenía derecho a ocultarlo mucho más, pero lo que le pidió Lorkun la pilló por sorpresa.

—Sala, sobre todo me refiero a Remo… Te lo pido por favor. No le digas a Remo que has encontrado a Lania. Tengo mis motivos.

Sala puso la misma cara que cuando alguna vez alguien la había abofeteado.

—Lorkun, ¿estás loco? ¿Cómo me pides algo así? ¿Sabes bien lo que estás diciendo?

—Sí. Estoy diciendo que ocultes a Remo el hallazgo de Lania…

—No puedo hacer eso… No me puedes pedir eso.

Lorkun parecía muy preparado a la oposición que mostraba ella.

—Sala, tú sabes tan bien como yo que, si a Remo le dices que Lania está en Aligua, él… —Lorkun dudaba de cómo decir lo que siguió en sus palabras. Finalmente fue directo—: Sala, él se irá con Lania y ya no habrá guerra, no existirá causa alguna que lo haga regresar con nosotros para terminar esta misión.

Sala comprendió por fin la intención de Lorkun.

—Pero no puedo hacer algo tan horrible… ¡Ha estado años buscándola! Yo misma en su lugar me mataría a mí misma si me ocultase algo así.

La construcción de su planteamiento era totalmente acertada; de locos, pero acertada.

—¡Piensa un poco, Sala! No se trata de ocultárselo para siempre. Bien saben los dioses que yo deseo ese encuentro… Yo deseo que termine la tortura que ha transformado a mi querido amigo en un extraño malhumorado.

Sala sintió una herida escocerle junto al corazón, como si este le dijera: «¿Qué esperabas?». Lorkun también deseaba que Remo volviese con Lania.

—Lorkun, bien saben los dioses que por mí esa mujer podría haber muerto y que yo, por los dioses, no sentiría pena.

No era cierto. Ella era la estúpida que sí que le tendría pena, la imbécil que no aceptaba la petición de Lorkun de mentir y disfrutar un poco más de la ignorancia de Remo.

—Solo te pido que esperes hasta que encontremos la Puerta Dorada.

—¿Y si pasa algo? ¿Y si no la encontramos?

—Confía en mí.

—Confío en ti, pero pregúntate esto: ¿qué pasará cuando, después de que realicemos esa misión, se entere de que le hemos le ocultado adrede que Lania está viva?

Lorkun cerró su ojo. Sufría.

—Llevas razón. Sé que nos odiará.

—¡Sí, Lorkun, nos odiará y tendrá todo el derecho a odiarnos, en especial a mí!

—Escúchame, solo escúchame.

Sala serenó su respiración.

—Sala, hay una invasión de silachs en Venteria. Somos incapaces de contenerla. Rosellón Corvian va a destrozarnos. Posee un aliado aún más poderoso que esas criaturas. Lasartes, uno de los Tres Espectros Elementales, destrozó el templo de Nila. Te hablo de que destruyó el templo como si fuese de arena y mató a Mialco, probablemente el ser humano que albergaba más poder y conocimiento en este mundo oscuro. Esta guerra está perdida. La Vestigia que conocemos se volverá oscura. ¿Qué pasaría si tú y Remo y Lania y yo mismo acabamos transformados en silachs? ¿Qué sucederá si dejamos que Rosellón tenga el trono y su locura conceda más parcelas a las fuerzas oscuras que invoca? Ese hombre es imprevisible y camina en la adoración de fuerzas malévolas.

Sala comprendía a Lorkun, pero se resistía a su petición.

—Tal vez podamos convencer a Remo de que, una vez que esté con Lania, tras ese reencuentro, nos ayude. Será cuestión de esperarlo unos días.

—Sí. Es cierto. Lo conoces muy bien… —Lorkun usaba la ironía de forma exagerada. Desde luego no iba con su personalidad y esto acentuaba el retintín en sus palabras—: cuando recupere a Lania después de más de trece o catorce años de torturada ausencia, la dejará tranquilamente en una pensión para irse a correr aventuras con sus buenos amigos. ¡Sala! Remo no se arriesgará a perderla otra vez. Ni se arriesgará a que ella nos acompañe en una misión que estoy seguro que será peligrosa. Remo se marchará y tal vez no vuelvas a verlo.

La ansiedad la sofocó. El adiós definitivo a Remo. Logró dominarse. Mentir a Remo seguía siendo algo terrible.

—Tal vez no le necesitas para hallar la Puerta Dorada. Dejemos que viva sin estragos, dejemos que tenga la recompensa que tanto ha buscado durante años. Yo iré contigo donde sea. Te aseguro que para mí lo que queda después de esto es una soledad amarga.

Lorkun ahora cambió el semblante.

—Sala, siento mucho todo esto. No debería pedirte algo así. Sé además que este tema te afecta muy directamente.

—¡Pues sí, Lorkun, me afecta!

—Pero sin Remo no habrá esperanza para Lania, ni para ti, ni para mí, ni para Vestigia. ¡Piensa! Ziben Electerian ha intercedido por Remo desde hace tiempo ya. Lo ayudó con aquel sueño premonitorio, ¿recuerdas? ¿Acaso se apareció en tus sueños, Sala, o te sacó a ti de una olla de agua hirviendo? No. La guardiana se apareció a Remo y le dijo que buscara la Puerta Dorada y él no puede seguir ignorando esa responsabilidad en esta guerra suicida. Debemos conseguir que cumpla con su destino. La guardiana se lo ha encomendado a él porque debe de ser él quien cruce esa puerta.

—Lo pensaré… ¡Lo pensaré, maldita sea!

Eso fue todo.

Trento se quedó, Lorkun le dijo que su labor conteniendo la maldición era más importante, no estaba tan al tanto de los acontecimientos como lo estaba Sala, así que el capitán no comprendía muy bien la naturaleza del viaje que deseaban emprender. Trento debía tratar de salvar a todas las víctimas que pudiera custodiándolas en las celdas nuevas. El capitán agradeció que Lorkun lo dispensara del viaje, porque evidentemente no podría irse de Venteria sin desertar y, aunque estaba dispuesto a seguir a Lorkun de buena gana para reencontrarse con Remo, eso le costaría su carrera militar, que había mejorado sustancialmente en los últimos tiempos.

Sala no contestó a Lorkun hasta que se detuvieron en la segunda noche de viaje, en una fonda, en la jornada previa a la que se supone que sería su llegada a Debindel. Durante todo el viaje Sala había enmudecido. Lorkun y Nila charlaban poco, pero evidentemente el carácter vivaracho y parlanchín de la mujer, ahora acallado, preocupaba a Lorkun.

—Lo haré, Lorkun. Confío en ti y en la sabiduría que tantas veces me has demostrado. Lo haré y espero por los dioses que, cuando descubra la verdad, intercedan por mí, porque estoy segura de que me va a maldecir hasta en los antepasados.

Nila parecía no saber muy bien de qué hablaban. Ella sí que demostraba una admirable incondicionalidad a la hora de secundar a Lorkun. Sala los miraba con cierta envidia, con un punto de ternura y melancolía. Eran dos almas gemelas que tenían prohibida su unión, pero ambos intentaban llenarse con la mera compañía del otro.

—Lorkun, esa chica te mira como si fueras tú, y no Kermes, el adorado.

—No blasfemes, Sala.

—A estas alturas no me hables de blasfemia.

Sonrieron con cierta distancia, como si el pacto al que habían llegado no satisficiera a ninguna de las partes y los convirtiera en algo distanciado de esas personas que eran amigas. Lorkun la había llevado hasta el límite. Sala sufría internamente, se preguntaba si realmente Lorkun la había «obligado» a mentir o si era ella la que, por dentro, estaba encantadísima de guardarse un tiempo la gran noticia de Lania.