CAPÍTULO 33
Separados en el puerto
Cuando el barco maniobró, cuando se ataron las amarras en la dársena del puerto de Mesolia, después de mil zarandeos, de pelear contra un viento de costado que torcía la dirección para embocar el puerto, Sala pudo por fin descender a tierra firme. En cada uno de los pasos que supo equilibrar en la pasarela de madera que evacuaba a los tripulantes al muelle percibió que algo estaba a punto de conectarse en su interior. Un nerviosismo antiguo la vino a visitar en sus primeros pasos fuera del navío. Era la sensación de regreso al hogar, junto a otra más profunda y menos esperanzadora.
Estaban en Vestigia, con Lania.
Las manos le temblaban un poco. Como si sus pies pisaran zancos delgados, las rodillas no la sostenían de forma adecuada y segura. Notaba el vaivén del barco en tierra firme, igual que en la isla de los Tres Cuernos. No albergaba desde luego la sensación de alivio que ella había soñado tantas veces. En ella, los pensamientos estaban amortajados por una única preocupación, algo que venía presintiendo desde el inicio del viaje.
En ese instante en el que ella estiraba las piernas por turnos, Lania, ligera, sin casi provocar sonido en la madera, descendió del barco siguiéndola. Aunque Sala viniera acompañándola durante toda la travesía, verla allí en el puerto conectaba su mente y su corazón y sentía un miedo atroz al futuro más inmediato.
A Sala le sorprendió un poco la falta de apasionamiento que mostró la mujer al descender al puerto. Cuando se cruzaron sus miradas, incluso dibujó una sonrisa; después permaneció otra vez con una mueca indiferente, como recién despierta. Ella construía en su imaginación la tortuosa existencia que Lania había tenido que sufrir para que, ahora, después de saberse de nuevo libre y en casa, no gritase y saltara de alegría, sobre todo ante la perspectiva de darle a Remo la mayor sorpresa de su vida, la más rotunda felicidad que debiera hacer que se le saltaran las lágrimas y tuvieran que sostenerla entre varios para no caer… Lania, hermosa e infalible, caminó por el puerto siguiendo a Sala a una distancia prudente, perseguidas ambas por Azira.
Sala no la comprendía. Encontraba un motivo que la exasperó nada más dibujarse en su cabeza: era tan enigmática como Remo. Sí, porque tampoco había llegado jamás a descubrir los pensamientos de él y esa cualidad común, esa insondable característica, hacía que los celos de Sala ardieran por dentro ahora más violentamente. Ahora que Lania estaba pisando Vestigia, presentía que se iba a arrepentir de cuanto había hecho por encontrarla, ahora más que nunca.
Caminó más deprisa para dejarla atrás. Notaba un hormigueo incómodo en las piernas, una presión en el pecho. No deseaba llegar a la cuadra de los carruajes, no deseaba alquilar uno ni emprender el viaje a Venteria. ¿Por qué no pasar una noche en Mesolia? ¿Por qué no una semana? Necesitaba más tiempo, un tiempo que no tenía.
Tuvo claro que no deseaba ver el reencuentro. Era algo parecido a su rechazo a las acelgas, odiaba las malditas acelgas sin dudarlo, y fue una aversión así, visceral e instintiva, lo que le produjo la idea de estar presente cuando Remo viera a Lania por primera vez. Sala tenía muy claro que no quería ver eso. Granblu y los demás estaban deseando que sucediera. Todos apreciaban a Remo y tenían especial morbo en contemplarlo emocionado. «Ese, cuando te vea, te lleva a una posada y no paráis hasta que salga el sol…», lindezas como esa había tenido que soportar en boca de Ablúfeo que, pese a los codazos de su hermana, no ponía cuidado en sus palabras. Ver cómo Remo se emocionaba, ver cómo la besaba, simplemente con el cuidado o delicadeza que gastase en esa mujer, aunque fuese en un gesto sencillo como besarle la mano, era demasiado para quien había cruzado mares por amor. Porque ella lo había hecho todo por amor… Sala percibía que su mente entraba en ese paraje, en un lugar peligroso donde veía su vida como una espectadora que no puede alterar el destino, solo verlo pasar, y sufría. Le dolía por dentro, le dolía tanto que podía llorar. Llevaba conteniéndose mucho tiempo. En el barco, en su camarote, el mareo le aliviaba de esos pensamientos. Ver a Lania pisar el puerto de Mesolia fue algo radical, algo como estar entrenando banalmente para una competición de arco y sentir la diferencia, sentir lo distinto que era el día de la competición. Ella había perdido esa competición de antemano. Había estado entrenando a su rival. Las metáforas que se le ocurrían la hacían reír…, pero la risa no evitaba un dolor intenso. Un nudo intragable apretaba en su gaznate, como si hubiera engordado la nuez; respiraba a trompicones. Remo…, su querido e imposible Remo; Remo el testarudo, Remo el antipático, Remo el odioso, Remo el cruel y miserable, Remo… el niño grande, Remo el silencioso, Remo el de corazón de piedra, que se guardaba su sufrimiento y el de aquellos que lo rodeaban; Remo el caballero que la había llevado a cabalgar, Remo el fiero, que peleó por ella como un loco para que no la lastimaran en Sumetra… Remo besándola en la poza de Belgarén, haciendo el amor.
—No puedo seguir con esto… —susurró.
Un abismo… La vida sin Remo era lo que le tocaba vivir después del viaje y las peripecias. Nadie la esperaba. Ahora no tendría más que el destierro de la vida de él y el consuelo lejano y difuso de haber actuado correctamente. Sala no podía por menos que ver injusto aquel desenlace. Porque lo amaba. Porque él no la amaría ya.
—¿Qué tienes, niña? —preguntó el dependiente del contratista de viajes.
—Perdón…, necesitamos un carruaje para varios viajeros —respondió Sala.
La hermana de Granblu se había empeñado en viajar con ellos, así que Granblu, que ocupaba el espacio de dos, Lania, Azira y ella sumaban cinco plazas. A Éder le buscarían acomodo en Mesolia, para curar bien sus heridas. Ablúfeo se estaba encargando de ello.
—¿No prefieren nuestro servicio de diligencias? A Venteria hay buenas ofertas.
—Pues quiero una plaza para Venteria y un carruaje para cuatro, aparte, para ir a Debindel.
—Uff, allí las cosas se están poniendo feas… La guerra se recrudece.
—¿Qué ha sucedido?
—Según las noticias que cantan en la plaza, Debindel ha rechazado a las tropas de Rosellón Corvian. Se preparan para intentar aguantar un asedio en el invierno.
Se alegró muchísimo de escuchar aquello. Remo y los suyos habían obtenido la primera victoria sobre las tropas de Rosellón. Aun así, no iba a cambiar de opinión. Compró su billete para Venteria y esperó a hablar con Ablúfeo para que eligieran ellos el carro que más les gustase.
Ella no iría con los demás. Escuchar «Venteria» le agradó demasiado. Ir con Tena, contarle a la casera todo su viaje y sus problemas, y escuchar las clásicas bravuconadas de la señora Múfler («Ese Remo nunca me gustó, niña»)… Sí, eso era mejor que contemplar el reencuentro.
De regreso, encontró a Granblu en la posta notarial. El gigantesco marinero negro sobresalía en la hilera de pescadores y viajeros que esperaban turno para pagar el amarre y declarar en la aduana.
—¿Y Éder?
—Han subido abordo para inspeccionarlo, lo tienen que llevar a la ciudad. Necesitará reposo y cuidados. Buenas hierbas.
Sala no tenía ganas de seguir allí. Pensó despedirse de ellos con rapidez, subir al barco, juntar sus cuatro enseres supervivientes a todo el viaje y marcharse a la parada de los carruajes a esperar sola la primera diligencia con dirección a Venteria. Ya había comprado el billete.
Dejó a Granblu esperando en la fila y se dirigió a la dársena donde estaba el amarre. Se encontró con Azira de camino.
—¿Has visto a Lania? —preguntó la mujer.
Sus ojos intensos se clavaron en Sala, como si ella la tuviera escondida en alguna parte.
—Yo me adelanté para lo del transporte… Venía detrás de mí, con vosotros.
Azira dijo que no en un gesto.
—Tal vez haya regresado al barco.
Sí, Lania había regresado al barco. Eso lo supieron después de inspeccionar los camarotes. Cuando llegaron a la goleta, Solandino les indicó que la mujer había vuelto al navío, pero que, tal y como, subió volvió a bajarse. Lania, al parecer, tenía prisa. Revisaron su camarote y no detectaron nada extraño. Ella no tenía pertenencias.
—¡Me falta dinero! —gritó Sala.
Lania había robado al menos veinte monedas de oro.
Bajaron de la embarcación y comenzaron a seguirle la pista. Lania corrió por las dársenas. Tropezó con un marinero de un barco de pesca que había atracado cerca del suyo, por eso supieron la dirección en la que se había sido. Sala y Azira preguntaron a muchos transeúntes por la chica rubia, con pinta de artista, según la describió acertadamente Azira, que consiguió con esa imagen centrar a los que la habían visto.
—Sí, una muchacha vestida de celeste y con una cobija color vino…, con pinta de artista, de esas que tocan el arpa… Tenía mucha prisa. Fue hacia la dársena de los navíos grandes.
En esa parte del puerto un gran bullicio recibió la investigación de las dos mujeres. Un par de grandes veleros partían en ese momento y otros, atracados en el muelle gigantesco, estaban a punto de hacerlo. El voceo era constante entre marinos, mercaderes, aduaneros y vigilantes; los estibadores reclamaban su espacio para realizar su trabajo mientras muchos pasajeros no respetaban su zona de embarque.
Sala estaba cada vez más preocupada. No se trataba del dinero que había sustraído sin pedir permiso, asunto que ella no se atrevía todavía a calificarlo como robo. Podía haberle quitado todo el oro que le quedaba y no lo hizo. Le cabreaba la actitud de Lania. ¿Qué demonios estaba haciendo? Por un momento pensó que se había asustado por alguna razón. Hasta que escuchó la protesta de varios marineros a uno de los soldados que estaban desmantelando el cordaje y la pasarela donde habían cargado el último barco que acababa de partir:
—¡Nosotros también teníamos dinero!
—¡Es un ultraje, esa moza ha subido al barco saltándose el control! ¡Le pagó a ese de ahí! ¡Vimos que le pagó!
Cabreados por no haber logrado embarcar, despotricaban.
—¡Lo siento, pero habéis llegado tarde!
Sala logró hacerse escuchar. Les preguntó directamente si la chica que había subido al barco era rubia, si iba envuelta en una capa color vino… Los tipos la recordaban muy bien:
—La muy golfa se saltó el control. No dejaban ya subir a nadie. La semana que viene me esperan en Aligua y no he podido subir al barco. ¿Ahora qué hago yo? Mis socios me cobrarán cada día de retraso. ¡Esa fulana le pagó a ese soldado, ese fue quien la dejó subir!
Costó bastante más hacer hablar al soldado. Pero cuando Granblu llegó persiguiendo el rumor que les habían soplado los marineros, siguiendo seguramente la estela de preguntas que su hermana y Sala habían sembrado en todo el puerto, el tipo se allanó. Su presencia era persuasiva.
—Sí, me dijo que debía subir al barco. Es una cocinera de Jor del señor de la ciudad. Dijo que había perdido toda la mercancía que su señor le había encargado por culpa de unos bandidos y que deseaba regresar cuanto antes a Aligua para poder dar detalles del suceso y que no la castigaran. Tenía oro de su señor y no me pareció que mintiera.
—Mil gracias…
—¿Cuándo sale el próximo barco a Aligua? —preguntó Sala.
—En una semana, si los vientos son propicios. Les recomiendo madrugar el día del embarco para que no se den estas situaciones incómodas.
Sala no pudo evitar insultarla.
—Esa zorra nos va a alterar los planes.
—Nada de barcos… ¡Yo tengo un barco! —espetó Granblu cuando se alejaban del puesto de guardia.
Sala tenía el corazón galopando. Caminaron todos en silencio de regreso al embarcadero. Los marinos ya habían plegado todo el velamen y se dedicaban a enrollar las cordadas.
—¡Por todos los dioses, lo bien que trabajáis cuando se trata de dejar de trabajar! ¡A ver si ahora colocáis de nuevo los trapos en el mismo tiempo!
—¿Otra vez subir el trapo?
—Sí.
Buscaron una cantina, estaban cansados, sedientos. Solo cuando dieron cuenta de dos cervezas completas, con tres pechugas de pato asadas con guarnición de guisantes rojos, hablaron de lo que acababa de suceder.
—Lania se ha marchado. ¿Alguien entiende algo? —preguntó Granblu—. Partiremos de inmediato… Solandino acaba de regresar de la aduana. Tiene mala cara. Ha tenido que pedir favores para que nos devuelvan los impuestos que habíamos pagado.
—Yo no pienso ir tras ella —dijo Sala.
—¿Qué? ¡Podemos alcanzarla…! Esos barcos no navegan con diligencia. Los adelantaremos sin esfuerzo.
—Mira, cuando viniste a por mí, en Venteria, me la jugué. Todo era muy urgente, todo era demasiado extraño. Tuve que tomar una decisión rápida. Tuve que elegir. Fuimos a buscarla y la encontramos después de pasar muchos apuros. Se ha derramado sangre por ella… No sé ni me importan los motivos que tenga esa mujer para escapar de esa manera, pero no iré tras ella… Id vosotros. Mi obligación es otra.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó Granblu con muy mal semblante—. Estarás contenta…
Sala se puso lívida de enfado. Granblu se echó para atrás porque parecía a punto de abofetearlo.
—Mi obligación, pedazo de burro torpe, es ver a Remo y contarle lo sucedido. Eso es lo que voy a hacer.
Granblu abrió mucho los ojos y después asintió.
—Llevas razón. Tiene derecho a saberlo. Nosotros iremos tras ella. Esta vez no seremos tan condescendientes. Te juro que la trataré como a un rehén. No nos lleva tanta ventaja. Navegaremos sin descanso hasta alcanzarlos. Cuando desembarque, la cazaremos… ¡Lo juro por las Jerchas de las cuevas negras!
—¿Y Éder? ¿Lo vamos a dejar solo aquí?
Los tres se miraron. Sala tenía razón.
—Los voluntarios del puesto médico dicen que se curará.
—Esos no tienen ni idea. Tienen que trasladarlo a la ciudad. No podemos dejarlo solo.
—Podemos pedirle a Solandino que deje a Cascarrabias con él.
No era una idea muy alentadora para Sala, aunque el tipo lo había mantenido con vida.
—Creo que es mejor que yo me quede con él.
Azira fue totalmente firme al decirlo.
—Sala tiene razón, Éder se lo merece.
—Bien, yo pescaré a esa mujer… —afirmó Ablúfeo—. ¿Qué hago cuando la tenga en mi poder?
—Mátala —dijo Sala. Todos rieron—. Aligua es una ciudad bien comunicada por mar y por tierra. Creo que es mejor que, cuando la tengáis localizada, os quedéis allí. Llevaré a Remo. Ese será nuestro punto de encuentro. Me ha robado veinte monedas de oro. Puede coger más transportes allí, así que…
—No te preocupes, te juro que, cuando baje del barco, le pondré una soga al cuello y cadenas en los pies. ¡Ella se lo ha buscado!
Sala estaba totalmente satisfecha con aquella idea.
—De acuerdo. Os dejaré una anotación en la notaría principal de Aligua dando instrucciones para poder dar con nosotros y con ella. Por mucho que te retrases, por mucho que tardes, yo te indicaré en el poste notarial el paradero de Lania. Sacar a Remo de una guerra te va a costar bastante trabajo, no creas que será fácil. ¡Tengo ganas de ver a ese hijo de mala pantera!
Sala no deseaba verlo. Ser la portadora del milagro del regreso de Lania, y más después de lo que acababa de suceder, no le apetecía lo más mínimo. Regresó al puesto de carruajes.
—Si quieres ir a Venteria, hay un carro que sale en unos instantes. A Debindel no saldrá hasta pasado mañana.
Le vendría bien visitar a Tena y organizar un poco su regreso definitivo a la capital.
—Me voy en el primero.