CAPÍTULO 32
El ascenso del capitán Trento
—Trento, dejémonos de estupideces. Quiero que me aclares ese rumor.
—Es eso…, solo un rumor.
El general Górcebal había citado al capitán Trento en su casa. Como general del ejército de Vestigia, disponía de una vivienda en el Primio, muy cercana a los palacios del rey.
—Si esto llega a oídos del rey, puedes tener problemas.
—¿Quién le va a dar crédito a semejante rumor?
—Pues el rey. No lo conoces. Le encantan estos temas. Si encima en este rumor está mezclado Remo, más aún. Desde que Remo saliera indemne de la condena a muerte, después de bañarse en agua hirviendo, te aseguro que el rey tiene muy en cuenta cualquier habladuría. Tendón es muy impresionable por las supersticiones…, los asuntos dudosos. Ahora Remo acaba de vencer a nuestros enemigos en Debindel. Te aseguro que cualquier historia, por deleznable que parezca y que verse sobre él, será investigada.
—Pero es que no pasó nada de lo que esos rumores afirman.
—Lo extraño es que me han llegado desde varias fuentes diferentes. «Trento fue curado milagrosamente de una herida fatal en el brazo después de verse con Remo, el que sobrevivió al agua hirviendo…». Esa información es demasiado golosa, capitán… «Le cortaron un brazo y ahora lo ha recuperado». ¿Cómo suena eso?
Górcebal le tenía aprecio. Habían sido camaradas en la Horda del Diablo. Eran prácticamente de la misma edad y, todos esos años en que habían sido compañeros, Trento y Górcebal siempre se habían respetado.
—Te aseguro que me ha llegado el rumor fundado de que te hirieron en combate y las historias sobre tu encuentro con Remo más difusas y menos creíbles afirman que te curó de un despiece. Me lo tomaría como una estupidez, Trento, pero también circulan otras habladurías sobre Remo. Mis hombres lo vieron luchar y lo califican con títulos superlativos, como si los dioses afirmaran sus pasos y empujaran sus brazos. Lamonien será recordada por ser una derrota humillante, sí, pero también por las proezas de ese hombre… Créeme, esto hay que taparlo. Ya hay malas lenguas que afirman que es un demonio o que está poseído. Te aseguro que nos gobierna un hombre capaz de creer semejantes tonterías y de complicarte la vida a ti y a todos los que estemos en relación con él. ¿Qué sucedió? ¿Es verdad que te curó el brazo?
—Está bien. Te voy a contar lo que pasó.
Górcebal se repanchingó en su asiento y miró al cielo como agradeciendo a los dioses escuchar esas palabras de Trento.
—Dime la maldita verdad, Trento.
—Tienes que ocultar este asunto, taparlo. Górcebal, no se trata de que Remo tenga poderes ni esté poseído…
—Cuéntamelo.
—Me hirieron. No me cortaron el brazo, eso es falso…
Trento mentía mal, pero este intento le estaba quedando muy clarificador, directo al grano y seguro de sí mismo. Górcebal estaba interesado en sus palabras y todavía no había torcido el gesto desechando lo que él narraba.
—Cuando mis hombres vieron cómo sangraba por el brazo, me pasaron a retaguardia. Era una herida seria. Tú me conoces, no me voy de la batalla por un arañazo. Perdía sangre y la cosa podía ponerse fea. Precisamente lo que no quería era perder el brazo.
—Insistes en que no te cortaron el brazo.
—No. La herida era muy profunda y puede que alguien pudiera pensar que me quedaría sin brazo. Ese alguien se lo contó a otro y así se creó ese rumor.
—Bien, yo te veo perfectamente curado de una herida que afirmas que era profunda y grave.
Trento apretó las mandíbulas antes de continuar con sus mentiras:
—Sí. Ahora viene la parte donde debes ser cauto. Es cierto que Remo me vio herido. Cuando al terminar la batalla regresó al campamento, yo estaba fatal. No se trataba de dolor, estoy hablando de que había perdido mucha sangre y los médicos no habían tenido tiempo de atenderme. Había tantas amputaciones y heridas complicadas que por un brazo nadie movía un músculo.
—Y Remo te ayudó… ¿Qué hizo?
—Górcebal, ten cuidado de cómo usas esta información. Si como dices el rey siente fascinación por temas esotéricos y toda esa palabrería absurda… Remo me curó de forma milagrosa.
El general ahora se levantó de su silla.
—¿Cómo? Por los dioses, Trento, ¡¿cómo lo hizo?!
La decisión de Trento había sido contar la verdad a medias. Era lo que podía satisfacer a Górcebal y lo que podía provocar que el asunto se muriese ahí, sin que llegase a conocimiento del rey.
—Desde que Remo venciera en Debindel, cualquier noticia que lleva su nombre es crucial. Si me pregunta el rey sobre estos rumores, quiero decirle la verdad. Trento, ¿cómo lo hizo?
—Mira, es complicado. No recuerdo bien… Fue con una especie de conjuro y unas hierbas. Me cerró la herida sosteniéndome el brazo. Empujó la carne para que se cerrase la raja y que los contornos de la herida mordieran esas hierbas. Previamente las había tratado, no sé cómo; pronunció algunas palabras extrañas y después esas hierbas me abrasaron por dentro. Cuando amaneció, la herida estaba totalmente cicatrizada. Pero lo más extraño es que, si ahora me quito la vestimenta, ya no tengo ni marca.
—Ni siquiera te cosió.
—Nada.
—Mierda, Trento, ¿quién demonios se va a creer eso? ¿Hierbas mágicas?
—Es la verdad, o al menos así es como lo recuerdo. Remo ha viajado por los confines del mundo, puede que aprendiera remedios que nosotros desconocemos.
Górcebal asintió. Se lo había creído. Trento se temía que lo atosigara con más preguntas, pero el general cambió de tema después de hacerle una advertencia:
—Trento, la versión final que diremos a todo el que pregunte es que te curó Remo. Te cosió y vendó con unas hierbas especiales que había conseguido en sus viajes y cualquier resto de herida desapareció gracias a esa moltura que preparó con las hierbas. Nada de palabras susurradas ni cosas fuera de lo que un escéptico aceptaría.
Trento asintió agradeciendo a Górcebal su posicionamiento. Ahora el general se levantó de la butaca y se acercó a un armario. Sacó dos pipas y le tendió una a Trento. Uno de sus criados trajo tabaco y especias, y los mezcló sobre una servilleta de seda.
—No te he traído aquí simplemente para preguntarte por el asunto de Remo. Has sobrevivido a Lamonien, querido Trento… —Górcebal procedió a encenderse la pipa y tardó en continuar hablando—. Si todas esas polémicas se acallan, estás bien posicionado para subir de escalafón. ¿Te gustaría dar instrucción a nuevos maestres? Te hablo de doble de paga y más responsabilidad. Te hablo de ser capitán de primer grado, el paso previo a ser general.
Trento fumó la pipa y se fue a casa con la ilusión de haber solucionado dos cosas al mismo tiempo. Se silenciarían esos rumores poco convenientes sobre su brazo y, además, acababa de ser ascendido.
Así, en Venteria, Trento se dedicó a la instrucción de una importante camada de nuevos maestres. Comandaba a capitanes de alta graduación y a sus doscientos hombres correspondientes que habían sido recién ascendidos al grado de maestre. Dada su vasta experiencia en todo tipo de combates y misiones con la Horda, y siendo uno de los pocos capitanes supervivientes a Lamonien, era una buena ocupación para él. Se había convertido en un capitán de capitanes, el grado que precedía al de general.
Sus entrenamientos se impartían fuera de la ciudad, en los campos adyacentes a las murallas. Mientras sus chicos realizaban maniobras, a Trento le gustaba volverse y contemplar desde los vados inmensos la imagen de la urbe emergiendo del mar dorado que semejaban los campos de trigo y cebada ya recolectados. El espacio y la distancia se le confundían. Para lograr ver la ciudad completa debía alejarse demasiado de las murallas, así que normalmente se conformaba con la contemplación del sesgo que le quedaba justo enfrente. Descendía su mirada desde la cumbre coronada por los palacios reales, a veces oculta por nubes en la cima del monte Primio, fundidos en la distancia con las construcciones imponentes de la acrópolis que, desde allí, parecía una de esas maquetas que se mostraban en los palacios del rey. Descendía su mirada por los arrabales y barrios que se mezclaban en la lejanía, atravesados por algunos hitos sobresalientes, como estatuas de algunas plazas elevadas, o los obeliscos cercanos al estadio de las banderas, los altares y las columnas de mosaico de la plaza del gran mercado, la puerta de la Victoria que homenajeaba la Unificación. Atrás quedaban ya, demasiado solapadas por la bruma y los humos de la vida en la urbe, las otras tres elevaciones de terreno en Venteria. Solo se distinguía un poco la silueta de la prisión de Ultemar y el perfil de los grandes puentes.
Trento sonreía mientras sus ojos seguían el vuelo de algunos pájaros diminutos, cotejados con otros que volaban más cerca, todos ellos sin poder acariciar el fondo de piedra azulado y grisáceo, calcáreo en los perfiles que tocaba directamente el sol y que cercaban a la oscuridad plana, como de lona, de los muros y fachadas de las edificaciones de Venteria que estaban en las partes en sombra.
—¡Es hermosa la ciudad que defendemos! —les decía a sus alumnos, a los que siempre, después del castigo físico, obligaba a volverse para admirar como él la gran urbe. Estaba convencido de que el amor a Vestigia; a su capital, Venteria; a sus gentes y a la forma de vida que se llevaba bajo la corona polémica de Tendón constituía una táctica militar más poderosa que un movimiento certero de pelotones. Él ponía su granito de arena para construir el carácter temerario y honesto que se requiere de un buen soldado. Así que esos maestres del ejército que aprendían con él debían trasladar a sus hombres ese amor y respeto por lo que tenían.
—Esta ciudad jamás ha sido tomada. Rosellón lo sabe, y nosotros lograremos que permanezca así, inexpugnable.
Una noche, después de una de esas jornadas extenuantes para sus subordinados y fatigosas para su espíritu, en sus aposentos, al llegar a su pasillo, en la segunda planta de la residencia a la que se había mudado en el Primio, descubrió que alguien había venido a visitarlo.
—Hola, capitán. Siento venir así…
Geneas era un buen maestre, joven y atento a todas sus explicaciones y muy habilidoso en el manejo de los tiempos en el combate cuerpo a cuerpo.
—Geneas, no es una buena noche para venir a verme. Estoy cansado.
—Mi capitán, no estoy aquí por esos asuntos mundanos que podrían haberse tratado mañana o en cualquier otro momento. Necesito mostraros algo, algo que he recibido y que necesito que veáis.
Trento lo hizo pasar y lo sentó en su butaca preferida. Estaba deseando que el muchacho se desahogara pronto. Deseaba dormir un poco. Pese a todo, fue cortés.
—¿Quieres whisky? Es casero, lo preparan cerca de aquí.
—No creo que sea buena idea. Me afecta mucho el alcohol.
—Bueno, yo beberé si no te importa. También me afecta el alcohol, pero me hace más comprensivo a estas horas.
Su alumno demostró una carencia radical de sentido del humor. Ni siquiera sonrió. Trento estaba a poco de echarlo de mala manera haciendo valer su rango… hasta que escuchó lo que Geneas tenía que decirle.
—Antes de que me enviaran a vuestro pelotón de instrucción, yo pertenecía a otro destacamento… No sabía qué hacer.
—Dispara, hijo.
Trento bebió un buen golpe de licor.
—Bien, resulta que trabajaba en lo que se suele llamar Destacamento de Información.
—Espías. Imagino que sabrás que yo pertenecía a la Horda del Diablo.
—Sí, mi señor.
—Antes de que se preparase esa división de la que me hablas, éramos los cuchilleros del capitán Arkane los que hacíamos labores parecidas para el ejército. Informadores, infiltraciones…, de todo.
—Bueno, yo tenía entendido que la Horda era un cuerpo de más acción. Nosotros simplemente realizamos espionaje. Intentamos no llamar la atención del enemigo y prestamos oídos a lo que los posibles informadores tras las líneas enemigas tengan a bien en informarnos.
—Imagino que se te daba bien.
—Sí, pero no tenía un futuro claro en ese destacamento. Pedí un traslado cuando eliminaron a mi contacto en Agarión. Ha sido un cuerpo formado sin demasiada preparación y disponíamos de mucha incertidumbre. Cuando se cortó la comunicación con mi contacto, como le he dicho, pedí el traslado.
Trento se sorprendió de que hablase el muchacho con tanta naturalidad sobre un contacto nada menos que en Agarión.
—¿Y?
—Establecimos un correo especial, que me enviaban a una taberna aquí, en Venteria, todo paralelo a la notaría, sin registro alguno, ilegal, para que no pudieran contraespionar nuestros enemigos.
—De acuerdo…
—Pues el caso es que sé de buena tinta que capturaron a mi hombre allí, en Agarión. No tengo idea de qué fue de él. Los mensajes se interrumpieron y otros contactos nos hablaron de la captura de mi hombre. Este trabajo es muy ingrato. Sabes que ese hombre se está jugando la vida y no puedes ofrecerle protección. No te vale cualquiera, necesitas una persona que esté bien situada, que se pueda arrimar a los círculos de estrategia militar o de poder y que tenga suficiente amor por su rey y por su patria como para arriesgarlo todo.
Trento asintió con la cabeza apurando el vasito de whisky.
—Pues bien, casi por rutina me acerqué esta misma noche a la taberna. No por trabajo, sino por el bistec de carne con papas pochadas que cobran a trece cobres.
—¡Brindo por eso! —gritó desmedidamente Trento volcando en su vasito otro palo de whisky.
—He recibido un mensaje, como los de entonces, proveniente de la misma fuente. Es un mensaje que ha venido por el mismo cauce, aunque de sobra sé que no es del mismo informador. Ha usado el mismo canal de información, no sé si me estoy explicando…
—Vaya…, ¿y por qué vienes aquí? ¿Por qué no informas a tus superiores? Me refiero a tus jefes anteriores en el Destacamento de Información.
—Capitán, el mensaje es… desconcertante, y tengo miedo de no saber manejarlo.
—Pero, hijo, yo de esas cosas no sé, ahora mismo soy instructor.
—La verdad es que no me fío de ninguno de mis compañeros ni de mis superiores en el Destacamento de Información. Ya le advertí que mi contacto anterior fue eliminado y siempre sospeché que en mi Departamento teníamos algún topo y que por su culpa se destapase todo. Muchas noches las he pasado en vela por estos asuntos.
Trento asintió. El muchacho estaba realmente preocupado. Alargó su mano y dejó sobre la mesita en la que Trento había posado la botella de whisky una nota ridícula en tamaño. Se rizó enseguida, pues era un pequeño trozo de papiro que debía de estar enrollado y seguramente fue sujeto por un cordel.
Trento leyó el mensaje.
—¡Maldición, como esto sea un malentendido…, te aseguro que elegiste mal el día!
—No es una confusión. Creo que las palabras están elegidas para enviar un mensaje muy directo y sincero. Alguien se ha jugado la vida, su posición, todo lo que tiene en Agarión, para enviarme esto.
—Se refiere a un hombre muy poderoso. Está por encima de nuestras posibilidades…
—La fuente es fiable. Por lo menos lo era… Ese noble ha sido investigado muchas veces bajo la sospecha de traición incluso antes de la guerra. Ese mensaje tiene visos de ser totalmente cierto…
Trento leyó en voz baja pero audible.
Hay un plan para matar al rey perpetrado por
lord Perielter Decorio. Traidor.
—A primera hora de avisos te quiero en la puerta de comercio del palacio del rey.
—Allí estaré. Gracias por ayudarme, señor… Creo que esto es importante…
Trento despertó al alba y comprobó que no le quedaba agua para calentar. Bajó la escalera y fue al baño común de la vivienda. Allí saludó a los que madrugaron más que él y pidió a los esclavos del servicio que le subieran un barreño. No tuvo tiempo de calentarla. Se lavó con agua fría y se vistió con su traje nuevo, de terciopelo azul marino, con botones negro azabache y capa corta, de piel. Se había recortado la barba hacía dos días, así que presentaba el mejor aspecto que podía ofrecer con sus medios: cambiar de casa, comprar muebles y ropa…, ser ascendido era más costoso de lo que había imaginado. Todavía no podía permitirse una de esas residencias con jardín y fuentes, pero había logrado ser admitido en una residencia para capitanes y políticos.
—Deseo ver al rey.
Dijo hasta doce veces esas palabras antes de poder acercarse, ya entrado el mediodía, a la posibilidad real de entrevistarse con él.
En una estancia cuadrada, donde destacaba una chimenea, el monarca y sus generales recibían documentos de ayudantes y se los pasaban de unos a otros arrimados a un extremo de una gran mesa rectangular presidida en su parte opuesta por el notario real, que era quien despachaba los documentos a los ayudantes para mostrarlos al rey y su oligarquía castrense. Entre otros consejeros, el más arrimado al sillón mullido del monarca era lord Decorio, que susurraba al rey directamente.
Trento fue anunciado por un portavoz del general Górcebal.
—Asunto de urgencia. Solicitado por el capitán Trento.
No hubo quien levantase la mirada. Todos siguieron con sus tareas, charlando y gastándose bromas mientras el capitán permanecía de pie. Estaba agobiado. Ver que precisamente lord Decorio estaba allí… Solo esperaba que el rey no le hiciese proclamar el tema de su urgencia allí mismo, en público.
Tendón levantó su vista hacia Trento, que quedó paralizado. El rey parecía a punto de hablarle directamente a él, no iba a enviar un emisario que le entregase una nota con órdenes o manifiestos; no, le iba a hablar como a cualquiera de aquella mesa de personalidades cuyo estatus en Vestigia superaba en mucho al que Trento podría soñar para toda su vida.
—Despacha tu urgencia, capitán.
—Solicito audiencia privada.
—Mira mi lista.
Un mozo escribano enseñó un rollo de papiro donde se suponía debía de estar anotada una larga lista de peticionarios que deseaban entrevistarse con Tendón.
—Es urgente.
—Esas también… Despacha.
Trento sudaba ya antes de sentir la presión de las palabras del rey.
—Un maestre a mi cargo me ha entregado en mano esta nota que es de sumo interés para nuestro sabio monarca.
El rey señaló un papiro que estaba revisando antes de que Trento hablara.
—¿Estos impuestos son correctos? —preguntó al notario real—. Me gustaría hablar con el comisario real que los autorizó.
Un destello de ira apareció en los ojos de Trento.
—¡Mi señor, está en juego el futuro de Vestigia en esta nota! —gritó lo más fuerte que pudo.
Ahora sí, todos los que estaban en la habitación, incluidas las esclavas que plegaban manteles en una esquina para ofrecer un aperitivo en un patio adjunto al salón, todos miraron a Trento. Su mirada se cruzó con la de Perielter Decorio y Trento no pudo evitar apartarla.
—Pues despáchalo… —contestó el rey.
—Debe ser en privado.
El rey amenazó a Trento. Le instó a que, si aquella nota no era suficientemente importante como para sacarlo de su trabajo ordinario, él dejaría de ser capitán del ejército. Se enfadó, pero decidió atenderlo. Lo que no esperaba Trento era que el rey hiciese levantar a todo el mundo. En lugar de trasladarse a otra sala, echó a todos, generales y nobles, consejeros y escribas, que le lanzaron miradas entre despectivas y suspicaces. Y mientras todos sus invitados se marchaban después de su orden para estar en privado con Trento, lo destituyó, señalando al general Górcebal antes de que saliera.
—Servirás como soldado de primera línea de combate, ni maestre…
Trento respiró hondo. Entregó la nota en mano, como le había prometido a su pupilo. Estaba aterrado por las palabras del monarca.
—¿Esto es todo? Capitán, recibo amenazas más imaginativas que esta todos los días.
—Mi señor, esta nota…
Trento le contó el origen de la misma: cómo su hombre de confianza lo había abordado en sus aposentos y le había revelado su anterior empleo. En ese momento cambió el semblante del rey. Lo miró a los ojos como escrutando entre maleza.
—Así que esta información nos viene de espías en Agarión…
—Eso me ha dicho mi contacto.
El rey tocó una campana y entró uno de sus mayordomos. Le dijo algo al oído:
—Siéntate…, voy a contrastar tu versión.
—Mi señor, precisamente me advirtió que…
—Tranquilo.
La interrupción de Tendón no dejó a Trento lugar para advertirle que su Departamento de Información estaba siendo espiado. Trento no se atrevió a romper el silencio que se creó entre los dos mientras esperaban. Pasó por la puerta un hombre delgado que Trento no había visto en su vida. Hizo una reverencia tan breve que más pareció un simple gesto.
—Trento, dime el nombre de tu informador.
—No sé si debo decirlo.
—Trento, este es el capitán Pese, de la División de Informadores…
—Conozco a otro con el mismo nombre.
El capitán Pese nada tenía que ver con Pese Glaner, ni en su aspecto físico ni en sus formas. El tipo era muy silencioso.
—Quiero saber si esta información es fiable, para eso dinos quién te entregó la nota.
—No creo que sea buena idea, confió en mí…
—El mensaje es de una delicadeza especial, Trento. Cumple mi orden y di quién te lo dio. ¡Necesito saberlo para darle el tratamiento adecuado a esa información! Ni siquiera voy a contarle a Pese el contenido de tu mensaje. Solo quién te lo entregó, para saber si es persona fiable.
El rey no se andaba con tonterías. Ocultaba el mensaje, pero no le daría el peso suficiente hasta que aquel tipo le confirmase que era fiable. En aquel pulso, Trento decidió que valía la pena arriesgarse.
—El mensaje me lo entregó Geneas.
Parecía que el tal Pese hasta ese momento disimulaba atención sin saber remotamente el motivo de haber sido llamado a presencia del rey. Al escuchar el nombre cambió su rostro. Asintió.
—Señor, no conozco la naturaleza del mensaje. Geneas era uno de mis hombres.
—No necesitas saber el contenido para decirme si puedo fiarme o no de lo que se diga.
—Geneas tuvo un informador directo en filas enemigas. Fue útil. Si ha usado este cauce para llegar al rey es porque piensa que el mensaje es de suma importancia y no se fía de nosotros, sus antiguos compañeros. Eso me apena en exceso y hace que me plantee si acaso nuestras filas están infiltradas. ¿Fiable? Sí, Geneas es fiable.
La sinceridad de Pese hizo que Trento confiara en él.
—Retírate.
Pese hizo, entonces sí, una reverencia esmerada a Trento y al rey y se marchó.
—La verdad es que no creía que lord Decorio pudiera ir tan lejos… Sé que pacta con Rosellón, sé que se escriben, pero también sé cómo son los nobles. Planificar mi asesinato es algo demasiado comprometido para él. ¡Ni siquiera entregó Debindel a nuestros adversarios! Su primo se alió con tu amigo, ese Remo, y plantó cara a los rebeldes.
Hubo silencio en el que el monarca parecía pensar con dificultad. A Trento le gustó en cierta forma que lo relacionara con Remo, aunque sabía los problemas que eso podía traerle.
—Este rey quiere agradecerte lo que has hecho.
El monarca rebuscó en la mesa atestada de papiros, mandos, tinteros y todo tipo de artilugios para realizar caligrafía y decoración de documentos. Extrajo un pequeño recorte horizontal y se lo dio a Trento.
Trento se sintió tan aliviado del resultado de su peripecia que el regalo para él fue algo accesorio. Era un pagaré por valor de cien monedas de oro. Desde luego le vendría de perlas para sobrevivir en la recargada tragicomedia de gastos en que se había internado a la hora de cambiar de residencia y llevar la vida que se le presupone a un capitán de alta graduación.
—Retírate, capitán, necesito tratar este asunto con delicadeza. Estoy agradecido por tus servicios.
Trento descendió los escalones que lo llevaron hasta los palacios inferiores, en dirección a los jardines y la salida. Seguía conservando el rango de capitán y estaba deseando cobrar el importe regalado por su majestad para compartirlo con Geneas.
En el salón, el rey volvió a recibir la visita de Pese.
—Entrégame copia de todos los mandos, cartas y palomas mensajeras que haya enviado lord Perielter Decorio en el transcurso de la revuelta. Quiero saber dónde ha estado cada vez que se ausentaba de Venteria.
—¿Puedo conocer el contenido de dicho mensaje? ¿Viene firmado?
—Pese…, haz estrictamente tu trabajo, no más preguntas. Nada de fisgar sobre el contacto de Trento. ¿Entendido?
—Entendido.