CAPÍTULO 43

La deducción de Nila

Lorkun se había sentido incómodo cuando Nila lo había visto abrazando a Sala. No era algo que lo inquietase, pero desde luego percibió en la mujer como una luz que se apagaba cuando llegó a la carrera y los vio abrazados y gritó para anunciar el fruto de sus investigaciones.

—Veréis, no sé si lo que voy a decir es una estupidez. La verdad es que tal vez lo sea, pero estamos hablando de la época de Pasonte. Tiempos anteriores incluso a los leforanos, tiempos muy primitivos. ¿Cierto?

—Tiempo de mugrones, sí.

Sala no tenía ni idea sobre quién hablaban. Sí que recordaba una conversación mantenida en la habitación de la pensión Múfler donde apareció mencionada la Puerta Dorada por aquella visión de la guardiana que había salvado a Remo. Se fijó en Nila, la sacerdotisa del dios Kermes. Era similar en algunos aspectos a Lania, aunque su juventud la hacía más inocente, con esa aura sacra que despedía su voz templada en los cánticos y las oraciones. Hablaba con un acento peculiar pero muy hermoso, como alargando el final de algunas palabras.

—Si mal no me ha informado Birgenio, los caballos se domaron mucho después. Los primeros domadores de caballos son posteriores incluso a la aparición de algunas ciudadelas primitivas. Los mugrones evidentemente no domaron a esos animales… Y los barcos son posteriores a la primera doma de caballos…

—No comprendo adónde quieres ir a parar.

—Según este libro, Pasonte tardó varios días en viajar al lugar elegido por los dioses para su último viaje que, sino me equivoco, debía ser el que lo llevase a La Puerta Dorada. Ese lugar, aunque no lo diga textualmente este libro, debió de ser su último destino. Pues bien, Pasonte en ese tiempo residía en Vestigia.

—¿Cómo sabes eso?

—Porque las primeras generaciones realizaban rituales con unas frutas. Les cambiaban frutas a los mugrones. El mito de Pasonte habla de que hizo amistad con recolectores de… fresas.

—¡Eso es Mesolia!

—¡Claro que sí!

—No lo entiendo… —dijo Sala—. Hay fresas por todo el mundo.

—Sí…, pero no en aquella época. Las fresas son un cultivo autóctono de Mesolia. Después los comerciantes las expandieron por todo el mundo. Pero al principio de los principios, eran frutas prohibidas y muy escasas. Su color hizo que durante muchos años fueran consideradas sangre vegetal.

—Son originarias de Mesolia. Pero no entiendo la deducción.

—Está claro, si Pasonte vivía en Mesolia, tierra de fresas, y en estos libros se habla de trueques con frutas y se menciona a las fresas, ¡Pasonte vivió en Vestigia! Cuando era anciano, según la literalidad del texto, viajó varios días hasta el lugar elegido por los dioses para su último viaje… No dicen nada más. Sabemos que no tenían caballos. Sabemos que estaba en Mesolia. No existían los barcos…, está claro, ¿no?

—La Puerta Dorada está en Vestigia —dijo Sala resolutiva, con el tono de quien acaba de sumarse a la tesis de otro sin reservas.

—No sé, Nila —respondió Lorkun—, es una conjetura extraída de un texto transcrito de varias leyendas, no estoy muy seguro de que sea una pista.

—Tú has tenido acceso a la versión más original; dijiste que en el templo de Huidón se explicaba el mito…

—Preguntaré al sumo sacerdote.

—Hay veces que no hay que realizar grandes viajes para encontrar lo que uno está buscando. En ocasiones lo tenemos delante de nuestras narices.

—Aunque lleves razón, Vestigia es grande…

—Podemos descartar el sur —dijo Sala en apoyo de Nila—. El sur no está a varios días de Mesolia. Varios son más de tres. Os aseguro que en el sur no hay prácticamente nada interesante. Estuvimos juntos allí. ¿Recuerdas la Ciénaga Nublada, Lorkun?

—Sí, claro.

—Pues no veo yo que haya otra salida: Pasonte viajó varios días hacia el norte.

—Aun aceptando eso…, sigue sin ser muy concreto, la verdad. Pero es un gran paso, Nila. Una deducción brillante.

Mantuvieron la charla hasta que oscureció. Entonces a Sala se le cerraban los ojos y suplicó por un catre. Para dormir la ubicaron en la misma habitación de Nila. No llevaba consigo pertenencia alguna más que un pequeño petate. Nila le prestó una túnica y salió del cuarto antes de que ella se desvistiera. La sacerdotisa se fue por la puertecilla que comunicaba con la celda de Lorkun para seguir investigando a la luz de los velones. A Lorkun le agradó mucho su compañía.

—Lorkun, estamos cerca, lo presiento; y por ahora mis presentimientos han sido acertados.

—Repasemos todo lo que tenemos.

Lorkun ya le había contado a Nila en varias ocasiones todo lo que había sucedido con Remo y la advertencia de la guardiana en el agua hirviendo. Repitió la frase que la guardiana dijo a Remo como para recapitular: «No podré protegerte fuera del agua. El Espectro se ha despertado, aléjate de él. Busca la Puerta Dorada cuando todo se vuelva oscuridad».

—El Espectro…, Lasartes…, cuando todo… oscuridad. Quizá solo es visible de noche.

—Después está lo del templo de Azalea.

—Eso no debes contármelo…

—Nila, creo que me vendría muy bien tu capacidad deductiva, tu sagacidad.

—No me vas a convencer. No puedo olvidar todavía que el mayor de mis pecados fue acompañarte aquel día a la sala secreta. Debí negarme. No quieras que me sienta aún más culpable.

—Nila, si no hubieras estado conmigo, bien saben los dioses que ese lugar hubiera sido inspiración para nuestros enemigos, porque yo no hubiera sido capaz de sobrevivir solo. Me aportaste serenidad…

Lorkun recordó mentalmente la estrofa esculpida después del literal del Pacto de las Cinco Montañas: «Resuelve la entrada y la salida, el dónde y el cómo ha de abrirse la Puerta Dorada para visitar el oráculo, donde tendrás voz entre voces, luz de luces, fuerza y viento, para enfrentar tu vida y tu muerte, y quedar en equilibrio en la contemplación de los dioses».

—Aquí, en Venteria, en el templo antiguo, también había otra pista y bastará con que seas discreta, con que no la reveles a nadie, porque no me ha prohibido el sumo sacerdote reproducirla ni tampoco tuve que pasar pruebas especiales ni nada parecido para obtenerla.

Nila asintió incapaz de negarle nada más.

—«Si quieres tener voz para ellos, demuestra en el camino que eres digno: el oráculo de Estépal es el viento y la luz, voz entre voces para el Todo Invisible».

—Ese texto no alude a la Puerta Dorada.

Vino el silencio. Los dilemas planteados y los enigmas puestos encima de la mesa socavaron sus ganas de charlar. Al cabo del rato, Nila rompió la paz de los velones.

—Hay algo que no entiendo… Si la guardiana ha ayudado a Remo en varias ocasiones, ¿por qué no le ha dicho exactamente dónde buscar? Habría sido más fácil.

—Bueno, siendo justos, sí que le dijo que tenía que ir a la Puerta Dorada… «cuando todo se vuelva oscuridad». Creo que lo tenemos delante de nuestros ojos y no somos capaces de entender bien estos mensajes.

Lorkun se echó atrás en su butaca y Nila fue a tumbarse en la cama con el libro entre las manos.

—La verdad es que es un privilegio que Ziben Electerian se haya presentado en los sueños de Remo. Que lo haya salvado de la muerte…

Lorkun hablaba en voz alta, pero dirigía sus palabras tratando de pensar.

—Los dioses nos están ayudando. Estoy convencida de que lo vamos a conseguir.

«No. Los dioses están muy ajenos a los problemas que tenemos»: eso fue lo que pensó para sus adentros Lorkun. Pero no se lo dijo a Nila. Ahora más que nunca se sentía tentado a contarle a ella el contenido del Pacto de las Cinco Montañas.

—¡Dioses! —gritó Lorkun.

Nila dio un respingo y rápidamente se incorporó, soltó el libro y fue a sentarse de nuevo en la otra butaca.

—¡Remo es la clave!

—Explícate.

—Hay algo que no te he contado sobre mi amigo Remo.

Los secretos empezaban a estorbar demasiado a Lorkun. Con palabras aceleradas, Lorkun explicó a Nila la naturaleza mágica de la piedra que su amigo había recibido precisamente de Ziben en la isla de Lorna. No fue fácil resumirlo y las preguntas de Nila no se hicieron esperar. Cuando se quedó satisfecha sobre esta novedad, continuaron el hilo sobre lo que Lorkun intentaba decirle.

—Ahora sí que entiendo que lo esté ayudando… —comentaba Nila, en pie, con uno de los libros sobre Pasonte entre las manos—. ¡Dioses, Remo ha visto la isla de Lorna!

—No es el único. Trento también estuvo allí.

Nila estaba tan asombrada que parecía estar viendo un milagro. Se agarró el amuleto dorado que tenía siempre guardado en el pequeño escote. Pronunció una oración sencilla a Kermes.

—¿Pero qué tiene que ver esa piedra con la puerta?

—Nada. Pero, al mismo tiempo, parece explicar una parte de lo que leímos en Azalea.

—¡No lo digas en voz alta Lorkun!

Lorkun apretó los labios pero en su corazón se bombeó sangre al ritmo de estas palabras: «Tendrás voz entre voces, luz de luces, fuerza y viento, para enfrentar tu vida y tu muerte, y quedar en equilibrio en la contemplación de los dioses».

—Solo te diré que en ese texto se hablaba de enfrentar la vida y la muerte. ¡La piedra concede a Remo la capacidad de enfrentar su vida y su muerte!

—¿Crees que se refiere a eso?

—Está claro que si la Puerta Dorada se construyó para atravesar la limitación mortal que tenemos aquí, cualquiera no podrá traspasarla.

—Quieres decir…

—¡Necesitamos a Remo! Es más, creo que esa frase es un mapa, una guía que nos puede indicar dónde está ubicada la Puerta Dorada. Remo es la clave de todo. Precisamente él es quien ha estado recibiendo la ayuda de la guardiana: ella lo eligió a él para esta búsqueda porque sabe que puede tener éxito. No eligió a alguien erudito o religioso, se presentó en los sueños de un hombre escéptico, sin más creencias que la potencia de un acero en su brazo, valiente, pero alejado de las plegarias… ¿Por qué?

—Porque tiene la piedra.

—¡Tiene que ser eso! Nila, confía en mí. No hay ningún misterio. Remo es la respuesta a todo. Desde el momento en que la guardiana le entregó la piedra de poder, lo convirtió en el único ser humano que puede vencer a la muerte, y por lo tanto es él quien debe cruzar la Puerta Dorada. Tiene la piedra. Los dioses amparan este destino. Ellos permitieron a Remo ir a Lorna. La guardiana ha protegido a Remo más de una vez. Ha vencido a la muerte en más de una ocasión… ¡Cientos de veces, diría yo! ¡Es él quien deberá pasar la Puerta Dorada y deberá conseguir llegar hasta el oráculo de Estépal!

—Pero, Lorkun, seguimos sin saber dónde se encuentra la Puerta Dorada.

—Debemos descubrirlo.

—¿Y cómo lo vamos a resolver?

—Con la persona que conozco que más ha viajado a todo lo ancho de los mares, quien se ha recorrido Vestigia de arriba abajo… Todos los caminos nos llevan a Remo. ¡Por eso la guardiana le ha estado ayudando! ¡Estoy seguro!