CAPÍTULO 12
Fantasear con la esperanza
Esa noche, Sala siguió el consejo de Éder y Ablúfeo y se marchó pronto a dormir. Los sonidos de la isla la mantuvieron despierta bastante rato después de que se tendiera en el catre. Pese a que su barco estaba bastante alejado de la zona del Pórtico de los Mares, la música animada y los sonidos de la gente divirtiéndose zumbaban lejos como telón de fondo para otros ruidos más cercanos. Las cantinas del propio puerto por las noches se convertían en lupanares y su alboroto crecía conforme se iba diluyendo el de los bailes y festines.
Acostada en su camarote, no podía írsele de la cabeza aquella mujer cabizbaja, con sus cabellos sucios, como dos cortinas gastadas ocultando parte de sus ojos cerrados. Intentaba recordarla mejor. Se concentraba en dibujar el rostro oculto tras la melena. Sala ansiaba tenerla a buen recaudo. Ansiaba lograr que el plan de Granblu funcionase. Había algo en ella que deseaba el reencuentro entre Remo y Lania. No porque ella no lo fuese a sufrir, sino porque se imaginaba que por una vez Remo tendría que demostrarse inmensamente agradecido con ella. Sí, fantaseaba incluso con esa conversación que tendrían, de forma privada, los dos, donde ella le diría:
—Remo, yo no he hecho nada más que lo que creía más justo. No podíamos avisarte y Lania corría el peligro de volver a perderse, así que tomé la decisión que seguro habrías tomado tú.
Más o menos eran esas las palabras que ella pensaba decirle a Remo. Su fantasía se desarrollaba y él contestaba:
—Sala, has encontrado a Lania… ¡Has hecho lo que durante tantos años no pude hacer yo! Estoy en deuda contigo…
Eso pensaba que podía ser factible dentro del carácter del hombre. Que replicase así, algo sin mucha emoción, pero sincero.
—Remo, tú sabes… Mírame, por ti yo haría cualquier cosa. Quiero que tengas presente, de aquí hasta el último día de tu vida, que yo… Remo, yo por ti daría mi vida. Yo te amo, Remo, hijo de Reco. Actué pensando que era lo mejor para la persona que más amo.
Esta parte la imaginaba así, aunque sabía que esas palabras igual sonaban un poco grandilocuentes, constituían demasiado sentimiento para hablar con su Remo. Pero ella anhelaba poder decirle alguna vez algo así a Remo y que él mostrara sentimientos; que se afectasen su cara, sus ojos; que la abrazara y vibrase dentro de su pecho el corazón. Soñaba con un «yo también te amo».
—Remo, espero que seas feliz con Lania.
No. No deseaba que fuera feliz con ella. No lo deseaba. Pero mentiría. Mentiría para que Remo se llevase de ella una imagen impoluta, para que si, por una gracia de los dioses, la convivencia entre Lania y Remo se volvía una cárcel para él; un reencuentro extraño después de tantos años… Dos personas separadas por estragos de la vida podían no tener ya mucho en común… Entonces tal vez Remo volviera a pensar en ella. Sala albergaba una esperanza, una pequeña esperanza que alimentaba en la puerta de los sueños cada noche. La esperanza de que sucediera esto:
—Sala…
—¿Remo? ¿Qué haces ahí tan tarde? Pasa.
Ella se lo imaginaba visitándola en la pensión Múfler a altas horas de la madrugada. Una noche de viento silbante. Ella, preocupada por las ventanas del salón de la chimenea, bajaría a comprobar los postigos y alguien llamaría a la puerta. Después de preguntarle y de la sorpresa, lo llevaría a su dormitorio y entonces él hablaría de esta forma.
—Sala…, Lania y yo…, esto no funciona. Le he dicho que venía a Venteria a resolver algunos asuntos con la milicia, pero la verdad es que necesitaba alejarme.
—Bueno, es normal después de tanto tiempo sin veros.
Sí, pensaba actuar de una forma limpia, sin confesarle a Remo que para ella sería una gran noticia el que no le fuera bien con Lania. Se permitiría el lujo incluso de ponerse en su lugar y abogar por la paciencia, como si ella deseara que Remo y Lania fueran felices.
—Sala, siento que no puedo tener una vida nueva con ella. Está distinta, o acaso soy yo el que es distinto. He pensado darle mis tierras y la casa, que se quede allí para poder empezar de nuevo con algo bueno entre las manos. Sin más dolor… Pero siento que yo no me puedo quedar allí con ella.
A Sala se le confundían siempre en ese momento sus fantasías con lágrimas, pero ella no lloraba en su imaginación. Luchaba por no mostrar alegría delante de Remo, no deseaba que él pensara mal de ella.
—Remo, lamento mucho lo que cuentas. ¿Y adónde irás?
—No lo sé…
Ella entonces sabía que él no iba a pedirle que se fuese con él, jamás lo haría el hombre que ella conocía, siempre tan inaccesible.
—¿Sabes…?, yo estoy un poco harta de esta ciudad, de la tensión que se vive aquí, la guerra. Me gustaría apartarme de todo esto. Igual podría acompañarte. ¡Vámonos, Remo, vayámonos lejos de aquí a inventarnos otro porvenir!
Remo, de esta forma suave, quizá… ¡era su fantasía, tenía que aceptar!
—Siempre y cuando no me agobies con mucha palabrería, con mil preguntas sobre cuándo llegamos…
Ese era el tipo de broma que él haría de ella para decir que sí. Sala lo sabía muy bien y estaría encantada de soportarlo, si acaso aquel desenlace se diera. Mil bromas y mil pesadillas juntas podían solucionarse si permanecían juntos.
—Remo, quédate esta noche conmigo.
Está claro que ella ponía mucho de su parte en esta situación imaginada, pero ¡por todos los dioses!, también podía salir alguna vez en la vida una cosa bien, ¿no? Eso se preguntaba Sala, que ahora imaginaba besos, caricias, mientras estrangulaba la almohada y suspiraba suplicándoles a los dioses que le dieran otra oportunidad, otra para estar con Remo para siempre.
Imaginando, imaginando, Sala se quedó dormida. Al día siguiente no recordaba lo que había soñado y deseaba pensar que había sido un sueño hermoso donde ella y Remo vivían juntos y funcionaba.