CAPÍTULO 9

La pedida

Las visitas a Tondrián se sucedieron cada vez con más frecuencia. Contemplar cómo poco a poco el genio y la inteligencia de su amigo se restauraban llenaba de satisfacción a Tomei.

—Querido amigo, me alegra mucho ver que estás cogiendo peso.

—Bueno, tampoco quiero acabar grueso como uno de esos cerdos cebados para las fiestas.

Tomei disfrutaba de muchísimos privilegios en el castillo y lograba estar a solas con él con una simple orden a los centinelas de cerrar las puertas mientras lo visitaba. No parecía que Blecsáder hubiera hecho nada por perjudicar su decisión de trasladar a Tondrián y Tomei se sentía fuerte como un general. Pronto los temas comenzaron a volverse más profundos conforme su amigo recuperaba energías y se percibía ya que su inteligencia mordaz había retornado. Tomei terminó por abrir su corazón a Tondrián. Le habló con franqueza de sus inquietudes:

—Me equivoqué. Me equivoqué con lord Corvian. Maldición, me equivoqué.

Tondrián asintió.

—Si hubieras visto aquella batalla… Usaron una estrategia que ideé yo mismo, Tondrián. ¡Yo comandé ese ejército al planificar la batalla! Y fue un despropósito. Una masacre. No duermo desde aquel día. Pero, amigo, si fuera simplemente eso…

—Todas las batallas son crueles.

Le agradó mucho que Tondrián no lo condenara, que incluso fuera condescendiente con esas palabras.

—No, Tondrián, aquí están pasando más cosas. Ese brujo, Bramán, mueve los hilos de algo mucho más terrible. ¿Recuerdas aquel incidente en la inauguración, cuando aquella bestia, aquel demonio, destrozó la carpa?

Tondrián asintió.

—Eso fue resultado de algún experimento. Bramán sirve a fuerzas oscuras. Tiene poderes siniestros y mucha influencia en Rosellón.

Tondrián palideció.

—Hay algo todavía más oscuro, Tondrián, pero ya te lo contaré en otra ocasión. Creo que ya es suficiente por hoy.

No estaba seguro de revelar de golpe todas las cosas que daban sombra a su corazón y prefirió no hablarle todavía de los silachs, de esas granjas abominables que se escondían en las minas. Le daba escalofríos siempre que recordaba a aquellas bestias hacinadas. Tampoco le hablaría aún de la inesperada y antinatural juventud de Rosellón Corvian. Ese era un hecho que a Tomei lo aterraba en particular, sobre todo por el poco caso que las gentes parecían prestarle. Era como si Rosellón tuviera cierta facultad para obnubilar el juicio de quienes le rodeaban. Él mismo, en su presencia rejuvenecida, acabó por aceptarlo e incluso detestar íntimamente la posibilidad de volver a ver a Rosellón viejo y decrépito. Sintió el poder de atracción que emanaba de esa juventud nueva y radiante. De la noche a la mañana, después de una ausencia bastante extraña, tras la batalla de Lamonien, Rosellón había logrado recuperar la juventud. ¿Es que no era suficientemente aterrador como para que las órdenes religiosas lo condenaran? ¿Acaso no se le debía acusar de brujo, de nigromante, seductor de sombras?

—Creo que debo hacer algo —sugirió Tomei—. Debo hacer algo para compensar todo lo malo que ya hice.

—Será muy peligroso, Tomei. Rosellón fue muy inteligente al atraerte a su causa de la forma en que lo hizo. Tú y Fenerbel estáis más comprometidos si cabe porque vuestras familias están con vosotros.

—Si al menos te tuviera a mi lado… Pero estás aquí preso. Todo lo que está pasando es demasiado para mí. ¡Qué bien lo planeó Loebles en aquel incendio!

—Su vida era mejor. Creo que fue una decisión equivocada. Ahora, después de mi reclusión, que casi me cuesta el juicio, creo que mi visión está en una perspectiva distinta y puedo razonar sin el acomodo de la vida segura que me respaldaba antes. Creo, Tomei, que te exigí demasiado. No es fácil el equilibrio que tú debes cuidar.

Las palabras de su amigo le infundían felicidad. Las respiraba como perfume. Pero no se acomodó en la comprensión.

—Sin embargo, Tomei, tú estás en una situación de privilegio. Si lo piensas, puedes hacer cosas mejores que un simple incendio.

Tondrián de repente volvía a su natural rebeldía. Estaba totalmente curado, de eso estaba seguro.

—Eres poderoso en Agarión…

Sintió las brasas de la justicia sopladas en su barriga. Deseaba tomar ese camino peligroso. Lo deseaba al menos allí, sentado con Tondrián, cuando ya apreciaba que las cicatrices de los golpes prácticamente habían desaparecido en el rostro de su amigo.

—Seguiremos hablando, Tondrián.

—Seguiremos hablando, querido Tomei. Hoy dormiré con esperanza gracias a ti.

Estaba contento. La sensación era parecida a cuando en su juventud recibía los primeros proyectos, los encargos que lo confirmaron como arquitecto. Deseaba luchar en la sombra, urdir y crear una resistencia útil contra Rosellón, aunque no tenía ni la más remota idea de cómo hacerlo. En los pasillos saludó con buen humor a varios capitanes, así que dominó su euforia conspirativa y se dispuso a fingir delante de todos y delante de su propia familia que todo seguía exactamente igual en su interior. Hasta que se topó por los pasillos con el general Sebla.

—Mi querido Tomei, desearía hablar con vos siempre que no os importune y tengáis tiempo para recibirme.

Su tono era muy afectivo y ceremonioso.

—De acuerdo, acompáñame; iba camino del patio de maestres.

Sebla tardó en empezar a hablar. Parecía elegir bien las palabras.

—¿Sabíais que fui el capitán más joven de la historia de la Horda del Diablo? Fui discípulo directo del Ilustre Selprum Ómer en el destacamento de los cuchilleros. Con solo dieciséis años ya tenía buen nivel de combate y lanzaba cuchillos con precisión.

—Conocí a Selprum y estuve en su entierro. Debió de ser un gran hombre.

—Lo era, desde luego que sí.

—¿Cómo murió?

—Un antiguo compañero de la Horda, llamado Remo, le tendió una emboscada en una región inhóspita al sur de Vestigia. Yo estuve en aquella incursión. Ese Remo es muy hábil.

—Ese Remo…, ¿ese Remo es el de…?

—Sí, el que sobrevivió al agua hirviendo, el mismo al que se refieren ciertos rumores sobre la batalla de Lamonien. Se está convirtiendo en un símbolo en el otro bando. Ahora dicen que está en Debindel, ¿sabéis? Yo lo detuve en Belgarén, cuando se le juzgó por asesinato. Lo llevé ante la justicia atravesando el Désel.

Tomei reflexionó sobre lo mucho que le hubiera gustado poder hablar con ese Remo, enemigo natural de Selprum y, por ende, de lord Rosellón Corvian.

—¿De eso me querías hablar?

—No. Veréis, creo que mi posición es bastante buena en el ejército.

—Desde luego, has ascendido a general.

—Sí, el más…

—El más joven, sí, lo sé.

—Veréis, yo no vengo de alta cuna, pero ya gano suficiente como para montar una casa en el campo, con tierras; Rosellón me ha dado algunas en el linde con Lamonien. En las llanuras más fértiles. Lo que intento deciros con torpeza es que deseo pedir la mano de vuestra hija.

No era algo inesperado para Tomei. Durante días había escuchado el nombre de Sebla en boca de sus mujeres. No era sorprendente, pero sí grave y aterrador para un padre que desea lo mejor para su hija. Se detuvo el paseo. Tomei miró a los ojos de aquel guerrero fiero como si fuera un simple esclavo que limpia cuadras o un lijador en los hornos de las cocinas.

—Mi hija es muy joven.

—Zubilda ya es una mujer, aunque a mis ojos, como a los vuestros, no lo sea. Zubilda no es un ser de este mundo. Su belleza es un mensaje y la finalidad de su matrimonio no debe ser otra que la de proteger su luz. ¿Quién mejor que alguien que es capaz de contemplarla, de notar esa radiante iluminación, para guardarla y confinar su vida en un pasaje seguro lleno de dicha?

Lo había dicho todo seguido, de memoria.

—Deberías haber sido poeta, Sebla —dijo Tomei, sorprendido por las palabras del general—. Pero eres militar. ¿De qué familia vienes?

Tomei sabía lo que se hacía al preguntar por su linaje.

—Mi señor, os lo acabo de decir. Al igual que vos, no ostento título nobiliario, aunque ya he sido distinguido por…

—Sé que has sido nombrado general, conozco tus méritos, pero, como pretendes mi mayor tesoro, será mi franqueza directa y aplastante. Sebla, no creo que merezcas a Zubilda. Mi posición en esta nueva corte me permitiría casarla con un noble y tú no lo eres. Sí, sé que te han nombrado general y que después de esta contienda seguro que te entregarán tierras y hasta una buena hacienda de labor. Pero Sebla, no nos engañemos: tu título militar no lo firma el rey, lo firma una rebelión, una revuelta, y el estar ayudando a lord Rosellón Corvian.

Tomei sabía de lo atrevido de sus palabras. Sebla podía tomarlas como sediciosas y plantear ante Rosellón una seria cuestión de confianza.

—Mi señor, sé lo que valgo. Todo cuanto soy lo fabriqué con mis manos.

—¿No sería que las manos de otros te fabricaron a ti? Eres un hombre leal y fiel con tu señor, ese es todo tu mérito. Tienes que ser consecuente con eso. Para una hija, un padre no entiende de ideologías; lo que no desea es que se case con un militar que puede dejarla viuda después de esta guerra.

Tomei se concentró intentando ser cruel y provocar un desencuentro:

—No eres nadie, Sebla; eres el típico hombre que muere en el campo de batalla.

—Vuestras palabras me cortan el alma, pero son una invitación a demostrar que lo que pretendéis para vuestra hija yo puedo dárselo. Me ganaré un nombre digno de ser recordado. Conseguiré que vuestra voz tiemble delante de quien voy a llegar a ser. Entonces me entregaréis a vuestra hija y seremos una familia, y jamás recordaremos las palabras que acabáis de usar para despreciarme.

Ahora sintió Tomei cierta satisfacción. Ganaba tiempo. Sebla parecía tenerle en mucha estima y no iba a enfrentarse a él. Estaba aceptando la negativa, aunque no daba su brazo a torcer y se mostraba herido y fiero.

—No dudo de que seas un buen hombre, pero un padre busca lo mejor para su hija y creo que puedo casarla mejor —insistió Tomei.

—Me asombra que alguien humanista como vos, cuando se habla de su hija, plantee las mismas dudas que un noble. Sobre todo porque esa alta cuna que pretendéis no es la que os vio crecer a vos.

Tomei disimuló una sonrisa ante la habilidad dialéctica de Sebla, que ya por haber dicho eso le caía bien. Pero se recompuso de inmediato. ¡Zubilda no podía casarse con un general de Rosellón!

—Es demasiado joven —zanjó y reinició su camino dejando al general con la réplica en la boca.