CAPÍTULO 28

El Lince

El joven Remo llegó a la ciudad de Batora con la firme intención de ganarse la vida como soldado del ejército de Vestigia, a la edad de trece años. Una espada de madera de fresno a su espalda, de la que colgaban los bultos de sus enseres, era su único equipaje. Una muda de ropa, un vaso de madera, un cuchillo y una bolsita con pocas monedas, inserto todo en una bolsa de piel de castor, recuerdo de su difunta madre.

Caminaba orgulloso examinando los estandartes en el asentamiento del ejército, donde se estaban realizando las pruebas de admisión a las distintas compañías militares. A Remo le fascinaban los militares. Tan solo los había visto en una ocasión de paso por su poblado, levantando truenos en las montañas, haciendo temblar el suelo a su paso, con esas armaduras relucientes y los estandartes bregando con el viento.

Ensimismado en la hilera de banderas, se percató de que otro joven parecía estar en mitad de una búsqueda semejante. Averiguó qué buscaba la Horda, porque en su mano portaba un pañuelo con la marca de la compañía.

—¿Buscamos juntos? Mi nombre es Remo.

—Me llamo Lorkun…, encantado de conocerte Remo.

El chico, espigado, poco más alto que él, aunque menos recio, caminaba silencioso arrastrando un petate mucho más voluminoso que el de Remo.

—¿Quieres pertenecer a la Horda?

—Sí —afirmó Remo.

—¿Qué edad tienes?

—¿Importa?

—Creo que el límite de aprendices es de quince años. Porque, tú no eres hijo de un noble… ¿Verdad? —Lorkun no preguntaba, retenía la risa…

—Me temo que no…, así que quince…, justo los que tengo yo —mintió Remo.

Ambos rieron.

Remo y Lorkun no tardaron mucho en descubrir el paradero de su estandarte favorito. Una pequeña aldea de tiendas de campaña decoraba el fondo de un campo de hierba fresca presidido por las banderas de la compañía. Dos hileras de voluntarios asediaban un tenderete de inscripción en las pruebas.

—¿A qué regimiento quieres pertenecer? —le preguntó Lorkun.

Remo desenvainó teatralmente su espada de madera.

—Quiero ser espadero de la Horda, ¿y tú?

—Llevo toda la vida preparándome para ser cuchillero…, tan solo la Horda del Diablo tiene una compañía específica de cuchilleros, son legendarios. El General Rosellón fundó la Horda del Diablo con esa compañía, es la facción fundadora.

—¿Has estado estudiando para esto? —preguntó con ironía. Remo jamás había lanzado cuchillos en su vida, y le pareció extrema la admiración que despertaba en su nuevo amigo.

Junto a ellos se hizo un alboroto. Los jóvenes acudieron al tumulto. Pudieron contemplar cómo venían camilleros portando heridos. Un enorme soldado se dirigió a la multitud.

—¡Esto no es un juego! ¡El que no quiera ser herido mejor que se apunte en las pruebas de otra compañía!

De pronto Remo se percató de que eran los más jóvenes.

—Cuéntame más cosas de la Horda… —solicitó Remo a Lorkun para no pensar en las circunstancias, tratando de apartar un nerviosismo que le comenzaba a provocar tembleque en las manos. Cada vez que pasaba junto a uno de aquellos soldados enormes, pertrechados de armadura, incluso los que iban simplemente con jubones de tachuelas metálicas, le producía una sensación odiosa de pequeñez.

—Bueno…, son consideradas fuerzas especiales… la élite. Cuando se requiere un asesino, una infiltración, un espía… suele salir de las filas de la Horda, y no te molestes…, pero es en los cuchilleros donde suelen reclutarse esos hombres. Los espaderos entran en combate en las batallas, pero no en esas misiones.

—Yo es que no he lanzado un cuchillo en mi vida…

En el mostrador apuntaron sus nombres y esperaron la charla de presentación de las pruebas.

—¡Bienvenidos a las pruebas de selección de la Horda del Diablo! Soy el maestre Gorcebal de los hacheros…, la Horda se divide en cuatro compañías, cada una administrada por un Capitán y todas ellas gobernadas por nuestro señor el General Rosellón. Los espaderos poneos aquí, los hacheros conmigo, los lanceros allí y los cuchilleros al fondo. Lo importante en estas pruebas es demostrar que tenéis cualidades por encima del resto como para pertenecer a nuestro batallón. Bienvenidos al infierno.

Remo se acercó a la fila de los espaderos para alistarse. El encargado de apuntar los nombres advirtió su juventud.

—¿Qué edad tienes chico?

La pregunta fatídica puso colorado a Remo.

—Quince años.

—Enséñame tu papiro.

Remo no tenía carta de nacimiento.

—Lo siento pero sin la carta no puedes alistarte.

—Pero señor, le aseguro que tengo quince años…

—Da igual lo que tú asegures hijo, mientras a mí me parezcas famélico y demasiado crío, mis intuiciones son mejores pruebas que tu palabra y no tienes la maldita carta… Así que vuelve cuando tengas barba.

Decepcionado, Remo se apartó de la fila. Vio a Lorkun en la de los cuchilleros, a punto de entregar sus credenciales. Corriendo se fue para allá.

—Lork, no tengo carta de nacimiento y dicen que no parezco de la edad… ayúdame.

—Vale, quédate conmigo.

Remo deseaba tanto entrar en la Horda que poco le importaba ahora si cuchillero o espadero. Deseaba entrar, sabía que era su destino y aceptaría ser limpiabotas si era necesario para alcanzar su meta. Tendría tiempo después de cambiar su suerte inicial.

—Carta de nacimiento… —pidió con voz cansina el soldado de los cuchilleros. El famoso Capitán Arkane lo acompañaba. Miraba a la cara de cuantos se inscribían.

Lorkun entregó su documento y quedó inscrito.

—Este es de mi aldea —comenzó a decir—, fuimos compañeros aprendices…

Con un gesto el Capitán le indicó que se largara.

—Carta de nacimiento…

—Señor no tengo la carta de nacimiento…, mi familia era muy humilde y mis padres murieron.

El soldado miró al Capitán. Arkane clavó sus ojos felinos en el muchacho. Remo lo miró fijamente.

—¿Por qué has cruzado la fila?

Remo enrojeció como un tomate. ¿Cómo era posible que el Capitán hubiese reparado en él, un joven de pobres vestiduras, carente de todo interés?

—Me pidieron la carta de nacimiento y no me aceptaron porque piensan que soy demasiado joven. No creen que tenga quince años.

—¿Y los tienes? —preguntó Arkane con sequedad.

Remo iba a mentirle. Sí, para eso había cruzado, para mentir en esa mesa ayudado por Lorkun. Sin embargo, cuando miró a los ojos de Arkane, quien le infundía un respeto casi místico, sintió el impulso de decir la verdad. Sintió que Arkane estaba deseando escuchar la verdad.

—No, no tengo quince años.

Remo nunca olvidaría lo que el Capitán diría en esos momentos después de estar un infinito tras otro ensimismado en el misterio de su mirada.

—Dejaré que hagas las pruebas porque has escogido bien a quien mentir y con quien confesarte.

Repartieron unas alforjas llenas de pedruscos y los hicieron correr por un bosque portando ese peso. Algunos avispados, en mitad del bosque, descargaron parcialmente su peso para fatigarse menos. El joven Remo se vio tentado a copiarlos pero finalmente prefirió no hacer trampa. Tenía la convicción de que la vida te hace pagar cuestiones como esa y, de nuevo, su intuición tuvo recompensa. Los tramposos acabaron convirtiéndose en los primeros eliminados, pues en el punto de encuentro los militares contaron piedra a piedra la carga que debían llevar. Todos poseían veinte piedras y no se admitían excusas para los que tenían menos piedras. No era una prueba de resistencia, sino de honradez.

Remo estaba exhausto, no había comido bien en los últimos días de viaje y allí nadie parecía dispuesto a concederles un mendrugo de pan. Le preguntó a Lorkun si tenía comida y este deslió de su cinto un pellejo que tenía manteca y carne seca.

—Chupa esto…, si lo masticas te dura menos.

Le hizo caso mientras los maestres se preparaban para la siguiente prueba. Un joven se ocuparía de darles instrucción de puntería.

—Es Selprum Omer… dicen que entró también con nuestra edad —comentaba Lorkun que parecía saberlo todo de la división—. Un niño prodigio.

—He oído que hay un infiltrado en las pruebas… Alguien que vino para ser espadero y que finalmente cambió de fila. ¿Puedo saber quién es?

Remo se levantó. Azorado pero convencido de que no debía ocultar la verdad. El joven maestre Selprum alcanzó varias piedrecitas, no más de cinco, y comenzó a jugar con ellas pasándoselas de una mano a otra.

—Bien os voy a explicar la importancia de la puntería con un ejemplo práctico. Y a ti… ¿Cuál es tu nombre? ¿Eres acaso un crío sin nombre?

Odió que lo llamase «crío» delante de todos, estando su edad precisamente en entredicho.

—Me llamo Remo, hijo de Reco.

—Bien… —ahora Selprum alzó la voz—. Dadle a Remo una espada.

Un soldado se acercó con un arma magnífica, nada que ver con la espada de madera que Remo usaba para entrenarse. Le tendió el pomo y sintió con terror que pesaba más de lo que había imaginado cuando la sostuvo entre sus manos.

—Haremos una demostración sin precedentes…, una espada bien afilada contra mis pequeñas piedrecitas. ¿Qué me dices Remo? ¿Aceptas?

No estaba seguro de si debía aceptar. Estaba nervioso.

—Con esta espada puedo herirle, señor…

Remo lo decía sinceramente y esto hizo desternillarse de risa a todos los soldados que acudían para ver la ingeniosa prueba que Selprum estaba tramando. Al joven maestre las risas no lo animaron ni a sonreír siquiera…

—Si consigues herirme, me encargaré personalmente de que entres en la Horda sin pasar ninguna otra prueba. Arkane confía mucho en mi criterio y te aseguro que lo tendrá en…

Selprum detuvo su explicación porque el propio capitán Arkane se había acercado para contemplarlos. Su presencia envaraba los cuerpos de todos los militares que adquirían postura marcial de inmediato. El silencio con el que lo reverenciaban entusiasmó a Remo, que siempre había soñado con pertenecer a algo así, un grupo con esas reglas sagradas de respeto al superior.

—Chico. Si lo hieres…, estás dentro.

Las palabras de Arkane insuflaron valor en Remo, evitándole la sensación pesada en sus brazos.

Selprum comenzó a caminar describiendo un círculo amplio. Remo blandía su espada dudando si debía atacar. Se acercaba poco a poco cambiando de peso de una pierna a otra con rapidez, por si el maestre decidía lanzar una de sus piedras. Con una espada como aquella, a poca distancia no sería muy difícil herir a un hombre desarmado… Decidió atacar.

Se lanzó en carrera y de pronto sintió un ruido ensordecedor y seco. Un dolor intenso en su frente. Le temblaron las piernas. Selprum le había acertado con una de sus piedras en toda la cabeza. El dolor parecía insoportable, pero Remo más que nada sintió que la humillación podría matarlo, así que apretó los músculos y trató de levantarse. Selprum esta vez lo aguijoneó en el costado, después en una rodilla. Parecía divertirse. El dolor hizo a Remo perder su espada y agarrarse la rótula que le vibraba por el golpe. Entonces cayó en la cuenta de que Selprum andaba triunfal y distraído. ¿Cuántas piedras le quedaban? Miró sus manos y se percató de que solo disponía de dos proyectiles. ¿Podía soportar dos nuevas pedradas? Para cumplir su sueño estaba dispuesto a soportar mucho más que eso. Agarró la espada y se fue corriendo hacia Selprum. Este reaccionó tarde y ya no dispuso de distancia suficiente para herir a Remo pues él trazó un arco con la espada que casi le rebana el cuello y tuvo que esquivarlo concienzudamente. Remo sintió una pedrada en la espalda, pero esa no dolía. Se giró y volvió a embestir. Ahora Selprum lo esquivó por poco, echándose a un lado mientras él avanzaba con una estocada al vientre. El maestre le pegó un puñetazo en la cara y Remo pensó que se desmayaría; escuchó cómo la mandíbula crujía y temió que el militar se la hubiese destrozado. En el suelo, sin saber dónde estaba su espada recibió un puntapié en el costado.

—¡Puerco malnacido, pensabas trincharme! —gritó Selprum enloquecido mientras le arreaba otro puntapié. Remo se revolvió y sintió una pedrada de nuevo en la frente. Esta fue brutal. Ensordecedora y muy dolorosa, nubló el entendimiento de Remo, que perdió el equilibrio y quedó tendido en el suelo fangoso.

Mientras tanto Selprum recuperó una de sus piedrecitas y se dispuso a lanzarla contra el alumno desmayado. Lorkun, que estaba viendo todo esto alarmado se preguntó si alguien lo impediría. Pero el mismísimo capitán Arkane parecía impasible ante el sufrimiento de su nuevo amigo. Sintió un impulso nacer muy de dentro.

—Te vas a enterar… —decía Selprum apuntando para apedrear la cabeza de Remo. De repente perdió la postura y se le cayó la piedra de la mano. Gritó de dolor—. ¡Ah! ¿Qué demonios?

Se revolvió como buscando a un espíritu y encontró a Lorkun levantado entre los angustiados candidatos. Jadeante. Supo que había sido él. Lorkun le había acertado con una piedra para impedir que rematase a Remo.

—¿Tú me has lanzado la piedra?

—Remo no puede defenderse…

Selprum se llevó la mano al cinto y extrajo un cuchillo.

—Calma… Sel, el chico tiene razón.

Era el capitán quien intervenía ahora. Remo volvía en sí reanimado por sus palabras.

—Remo ha aprendido la lección. Todos la han aprendido. Los cuchillos son armas muy peligrosas a la distancia adecuada, ni las lanzas, ni las espadas, ni las hachas nos proporcionan su versatilidad ni su rapidez. Ni siquiera las flechas, pues un arquero necesita más preparación para realizar un disparo eficaz.

Hubo silencio. Arkane ayudó a Remo a levantarse.

—Si superas las pruebas de resistencia estás dentro. No te preocupes por la puntería ahora. Has demostrado valor.

Selprum puso mala cara ante la decisión de Arkane.

—Gracias —susurró Remo que no podía ocultar su alegría mientras recogía con su mano la sangre que le goteaba por la barbilla. La última pedrada le había abierto una herida en la frente.

—Capitán y…, ¿qué hacemos con el gallardo defensor de Remo? —preguntó de forma burlona Selprum.

—Acertaste en la mano de Selprum… ¿por casualidad? —preguntó Arkane.

—No.

Ahora volvieron las risas de los soldados.

—Vaya… parece que este chico también quiere aprobar antes de tiempo.

—Si vences a Selprum en un reto de puntería…, por supuesto estarás también dentro de la compañía de cuchilleros.

Dispusieron dos dianas a una distancia de quince metros. Demasiado lejos para lanzadores inexpertos. Se lanzarían cinco cuchillos a esa distancia. Después pasarían a los blancos móviles construidos de forma rudimentaria, como péndulos en estructuras de madera.

Selprum poseía una puntería endiablada. De los cinco cuchillos tan solo uno se desvió un poco del punto rojo central de la diana. Sus cuchillos silbaron y alguno estuvo a punto de atravesar la madera.

—Mejora eso…

Lorkun se tomó su tiempo para colocarse. Remo supuso que sentía la presión de sus nervios. «Llevo toda la vida preparándome…» recordaba que había dicho. Deseaba que Lorkun consiguiese al menos colocar un par de cuchillos en el punto rojo, por lo menos para que lo respetasen los demás. Para un arquero diestro aquella prueba no supondría mucha dificultad, pero con los cuchillos era distinto. Estaba demasiado lejos. Además Remo dudaba que de los brazos delgados de Lorkun pudiera salir fuerza suficiente como para alcanzar la diana con tiento para dirigir bien.

Lorkun lanzó el primer cuchillo, que trazó en el aire bastante parábola. Parecía que pasaría muy alto, por encima, o que tanta parábola daría con el filo en tierra antes de la diana. Pero el cuchillo acabó posado como por arte de magia en el justo centro del punto rojo.

—¡Madre mía! ¿Habéis visto eso?

Remo no sabía si había sido casualidad. De hecho el lanzamiento no había contraído el cuerpo de Lorkun arrugándole el semblante o haciéndole padecer un esfuerzo muy patente. Lorkun parecía haber lanzado una pluma, pausadamente. Volvió a lanzar y su segundo lanzamiento eliminó las dudas de quien pudiese pensar en la casualidad. Otra diana. De nuevo lanzó y otra diana más. Ahora cambió su forma de lanzar y lo tiró muy ladeado. Remo pensó que ese lo fallaba, pero la divina punta que se revolvía en el aire girando y girando adquirió un efecto que dio como resultado alojarse justo en el punto derecho de la diana, que comenzaba a estar saturada de acero. Después hizo un lanzamiento exactamente gemelo pero en la izquierda y la última daga fue a incorporarse en la parte izquierda del punto rojo.

Los aplausos y los vítores no cesaron. Había mejorado los lanzamientos de Selprum.

Lorkun en las dianas móviles perdió su ventaja con Selprum que hizo la máxima puntuación, así que, finalmente Lorkun había empatado.

—A partir de hoy, Lorkun, puedes considerarte cuchillero de la Horda…, siempre que pases las pruebas físicas… Serás conocido como «el Lince». Te adiestraremos para que esa puntería no se pierda cuando tengas frente a ti enemigos de carne y hueso.

Se las prometían muy felices Remo y Lorkun, pero las pruebas de resistencia pronto les aguarían la fiesta…

—Más importante que la destreza con las armas; más importante que la misma inteligencia; para un soldado en el campo de batalla le será útil su capacidad para aguantar, soportar el dolor y vencerlo, aceptar una herida, la pérdida de un miembro…, bienvenidos a la prueba de resistencia que decidirá realmente las ganas que tenéis de entrar en esta sagrada orden militar.

Dicho esto el capitán se marchó dejándolos allí colgados.

Los músculos le dolían y sentía las cuerdas como argollas de metal clavándose en su piel. La lluvia al principio sofocó el dolor con su aliento frío sobre el cuerpo, y ahora su constancia gélida provocaba una tiritera imposible de sofocar. La prueba era inhumana para un chico tan joven y el Maestre Gorcebal estaba a punto de detenerla. El Capitán Arkane miraba a los candidatos sin atisbo de compasión.

—Mi señor, han pasado una noche así…, el chico, el chico no puede más.

—¿Y por qué no abandona?

—Está loco, o ha perdido la capacidad de razonar…, no quiero ser responsable de la muerte de un chico tan joven…

Lorkun había abandonado antes de media noche y lloraba desconsolado en una arboleda cercana. Remo lo miraba angustiado prometiéndose que él no lloraría. Su vida había sido tan dura hasta ese día que no consentiría que el dolor físico lo apartase de su objetivo. Arkane se había acercado en tres ocasiones a revistar quién había resistido y quién había abandonado. Remo estuvo a punto de echarse atrás cuando el dolor era insoportable…, pero la aparición de Arkane le hizo enmudecer. Como si derrotarse frente al capitán fuese una humillación, Remo se prometió que apenas se fuese el capitán, suplicaría que lo bajasen de las cuerdas. Arkane tardó mucho en irse. Remo no podía más, creía incluso que desfallecería.

—Señor… yo… —comenzó a decir Remo tratando de llamar la atención del maestre instructor, pero su voz era apenas audible. Quería que lo bajaran ya.

—¡Está bien, la prueba ha finalizado!

Estuvo tres días recuperándose en la enfermería con los músculos vendados. Se le pasaron volando porque Lorkun no paraba de visitarlo. Remo estaba feliz pese al sufrimiento. Su amigo sin embargo aún tenía mucha incertidumbre porque no había superado la prueba. Tenía la esperanza de que finalmente lo admitieran gracias a su demostración de puntería.

—Muchachos, fuera os están esperando —dijo el Maestre Trento que irrumpió en la cabaña que compartían junto al asentamiento militar.

Una comitiva de figuras encapuchadas portaba antorchas en semicírculo alrededor de la entrada de la tienda de los aspirantes. Remo sintió desconfianza.

—Es el ritual de iniciación —explicó Lorkun junto a Remo.

Las antorchas señalaron primero a Remo y después a Lorkun, que no pudo reprimir un pequeño grito de alegría pese a lo ceremonial que se mostraban aquellos encapuchados. Fueron conducidos en carromato. Reinaba el silencio. La noche era clara y la luz de la luna plateaba la silueta del camino. Compartían carro con otros aspirantes que callaban como si el destino de sus vidas fuese a revelarse esa noche. Remo así lo sentía.

Bajaron del carro y siguieron a la comitiva hacia una cueva que se abría en el pie de una loma. La entrada estaba iluminada por dos pebeteros con fuego blanquecino propio de los polvos de símil.

—Entrad solos.

Tanto se rodeaba de misterio el ritual que Remo llegó a sospechar que fuese otra prueba más. Pero la tranquilidad de Lorkun le hacía sentir bien. Dentro de la gruta se escuchaba una música pausada de arpa y un hermoso cántico anidado en gargantas femeninas. Era un coro constante que hacía de gaseoso contrapunto al tono del arpa. Bellísimas mujeres los recibieron en una sala amplia. Los rodearon y pausadamente los despojaron de sus vestimentas. Remo estaba azorado en presencia de aquellas mujeres. Su corazón latía fuerte. Una chica bellísima, agarró su muñeca y tiró de él hasta conducirlo a una sala pequeña.

—Arrodíllate en esa alfombra y relaja tus brazos —susurró la mujer mientras se sentaba en un cojín a la espalda de Remo—. Eres muy joven. Me esforzaré contigo, debes de ser especial.

Él obedeció y enseguida comprendió el propósito de aquella ceremonia. Una caricia en su espalda precedió dulcemente a un rasguño constante y doloroso propio de los tatuajes de aguja fina. Remo sonrió pese al dolor. El tatuaje de la Horda lo convertía en soldado del ejército de Vestigia.