33
Jack irrumpió en la sala de testigos, donde Rose Johnson, Ernie Jones y un puñado de agentes de policía estaban sentados en sillas contra la pared. Miró a su alrededor hasta que sus ojos se posaron en el agente Brad Green. Se lo quedó mirando un momento, lo suficiente para hacer que el policía viera su furia y tragara saliva con dificultad. Después, Jack se dirigió hacia el resto de presentes.
—Agente Fields —dijo tranquilamente, dirigiéndose a una joven con el uniforme de la Policía Metropolitana—. Tenemos hasta la una para almorzar. ¿Podría asegurarse de que la señora Johnson y el señor Jones encuentran un buen lugar para comer?
La policía asintió y se levantó con Rose y Ernie. Rose sonrió a Anna con gesto de extrañeza cuando la agente la acompañó al pasillo, donde un grupo de mujeres esperaban para envolverla en un cariñoso abrazo. Mientras la puerta se cerraba, Anna vio a Ernie apartado a un lado, con gesto vacilante, hasta que Rose alargó el brazo entre toda su gente y lo metió en el círculo.
Jack se dirigió al resto de policías.
—Están libres hasta las doce y cuarenta y cinco. —Clavó la mirada en Green—. Excepto usted. Y tú, McGee. Te necesito aquí para esto.
Cuando la habitación quedó vacía, Jack se giró hacia Green, que estaba sentado en una silla colocándose la corbata y estirándola sobre su barriga.
—Acabo de pronunciar mi alegato inicial —dijo lentamente. Fue la suavidad de su voz lo que alertó a Anna de lo furioso que estaba—. Le he dicho al jurado que eras un buen policía, un testigo neutral, un hombre que no tenía intereses en esta batalla. —Se detuvo—. ¿Es eso cierto?
—Por supuesto —respondió Green. En su rostro la expresión de miedo era claramente visible—. ¿Qué está pasando?
Jack le lanzó el informe con desdén. El policía lo miró con renuencia. No entendía muy bien qué decía, pero sí que entendía que era del laboratorio de ADN del FBI en Quantico y que tenía que ver con él, con Laprea Johnson y con el bebé.
—Creo… creo que necesito un abogado.
—¡Y tanto que necesitas un abogado! —bramó Jack—. ¡Nick Wagner está ahí fuera! ¡Puedes ir a buscarlo y en un mes te veré en el caso de los Estados Unidos contra el ex agente Bradley Green!
—Si hablo contigo, me acusarás de todos modos. —Fue como si se hubiera encogido en su asiento. Un rubor se extendió desde sus redondas mejillas hasta la raíz de su cortísimo pelo.
—Puede que sí, o puede que no. Pero te garantizo que si no me dices la verdad ahora mismo, estás acabado.
—¡No sabía que estaba embarazada! —Miró a Jack—. Hasta que oí lo de la autopsia.
—¡Era tu puto bebé!
—¡Podría haber sido de cualquiera!
—¡Cualquiera con tu ADN! ¡Estuviste acostándote con la jodida víctima!
Green bajó las manos y el informe de paternidad del FBI cayó al suelo. Jack se giró hacia McGee.
—Detective, quítele la pistola —ordenó.
McGee asintió, se levantó y fue hasta Green. Green lo miró impactado, pero no se movió.
—Brad, necesito tu arma —dijo McGee con tono de disculpa.
Green seguía sin reaccionar. McGee se desabrochó la chaqueta del traje y, deliberadamente, posó la mano sobre la pistola que tenía guardada en el costado.
Green se levantó de pronto y puso la mano sobre el arma. Posó la palma sobre la empuñadura mientras miraba a las otras tres personas que había en la sala. Anna recordó que Green había sido jugador de fútbol americano en la universidad. Ahora tenía pinta de querer hacerle un placaje… o disparar… a McGee. Oyó el suave clic cuando McGee abrió la funda de su pistola. Los dos policías se miraron con las manos posados en sus armas. Anna casi se esperaba que McGee dijera, en plan Clint Eastwood: «Anda, alégrame el día».
Green sacó su pistola lentamente y se la entregó a McGee. El detective asintió, soltó el cargador y se aseguró de que no hubiera balas en la recámara. Después se la guardó en la parte trasera de los pantalones. Anna exhaló y Jack comenzó a caminar de un lado a otro de la pequeña habitación.
—Vamos a darnos un minuto para decidir qué hacemos ahora. —Lo dijo más para sí que para los demás. Anna captó el agotamiento que saturaba su voz. Entendía el esfuerzo que le había supuesto prepararse para ese juicio: almorzar con comida para llevar del Clif Bars en su escritorio, quedarse trabajando cada noche hasta tarde después de meter a Olivia en la cama, con esa voluntad que le permitía seguir adelante y privarse de su propio sueño y descanso. Esa mañana lo que lo había hecho funcionar había sido la energía de exponer, por fin, ese caso ante el jurado. Pero los resultados de la prueba de paternidad habían perforado esa energía hasta llegar al fondo de su agotamiento. Miró el reloj y se rascó la nariz—. Tengo que comunicarle esto a la jueza y a Wagner. Está claro que ya no puedo contar con Green como testigo.
—Espera —dijo Anna hablando por primera vez. Entendía que la mente de Jack aún estaba puesta en el juicio, siguiendo el camino que él había estado pisando durante casi un año, pero había una cosa más que necesitaba saber—. Agente Green, ¿cuándo fue la última vez que habló con Laprea?
—¿En general?
—Sí.
Bajó la mirada al suelo y respondió con un susurro:
—La noche que murió.
—¡Tienes que estar de coña, joder! —Jack cerró los puños y se acercó al agente—. ¡Llevamos meses investigando este caso! Elaboramos una cronología con cada minuto de la noche en la que la asesinaron ¡y te quedaste ahí sentado sin decir nada!
Green se apoyó contra la pared mientras Jack le gritaba a la cara. Estaban a escasos centímetros de distancia.
—No podía contarlo, me habrían despedido. Lo siento, Jack, pero no pensé que importara. Construiste bien el caso sin mi ayuda.
—¡Cobarde! ¡Eso es obstrucción a la justicia!
—Jack, por favor. —Anna le puso una mano en el brazo. Él miró la mano y después se miró los puños. Asintió, abrió las manos y se apartó a la otra esquina de la habitación. Anna se giró hacia Green y le indicó que se sentara. Él se dejó caer en una silla y apoyó la cabeza en las manos. Anna se sentó a su lado.
—Agente Green —dijo con voz suave—. Cuéntenos qué pasó. Creo que será mejor que nos lo cuente todo.
Él respiró hondo y exhaló profundamente, un suspiro que casi pareció de alivio.
—No fue algo tan malo como pueda parecer ahora. Estaba intentando ayudarla. Después de aquella agresión de San Valentín, iba a comprobar cómo estaban su familia y ella, y a veces almorzaba donde trabajaba y charlaba con ella. Davis estaba en la cárcel a espera de juicio, y ella agradecía que alguien se pasara a verla. Una noche en la que ella iba a salir del trabajo casi a la misma hora a la que yo iba a marcharme a casa, me ofrecí a llevarla en coche. Una cosa llevó a la otra.
Parecía tanto avergonzado como un poco orgulloso de su conquista.
—¿Cuánto duró su relación? —preguntó Anna.
—Solo estuvimos juntos unas cuantas veces. Nunca llegó a ser nada serio. Quiero decir, estuvimos hablando sobre adónde llegaría todo, pero yo no estaba listo para nada serio. Supongo que tuvimos esa charla aproximadamente una semana antes del primer juicio. —Arrugó la nariz—. Espero que no condicionara su testimonio.
Por supuesto que condicionó su testimonio, pensó Anna. Pero contuvo su rabia y se concentró en obtener la información que necesitaba.
—¿Supo algo de ella después de aquel juicio?
—No, creo que había vuelto con Davis. La siguiente vez que supe de ella fue la noche que murió.
—¿Qué pasó?
—Yo estaba de guardia, patrullando, y me llamó al móvil desde una cabina. Estaba histérica. Me dijo que D’marco le había vuelto a pegar, que esta vez estaba preparada para que lo procesaran «con todo el peso de la ley», y que podía ir a arrestarlo. Le dije: «Lo siento». Ya sabe, por lo de su testimonio de la última vez. Por haber mentido y todo eso. Le dije que sería complicado volver a acusarlo basándose solo en su palabra, que nadie la creería. Que no iba a arrestarlo por un caso que fracasaría estrepitosamente en cuanto volviera con él otra vez. Le dije que si quería que lo arrestaran, que llamara al 911, y que se ocuparan ellos.
—Mmm —murmuró Anna indicándole que continuara.
—Volvió a llamar una hora más tarde. De haber sabido que era ella, no habría respondido, pero lo hizo desde un número que no reconocía. Supongo que desde la casa de Davis. Estaba histérica otra vez. Seguía con su matraca, diciéndome que quería que fuera y lo detuviera. Esa vez ni siquiera estaba escuchándola. Le dije que había una persecución y que todas las unidades disponibles se encontraban en busca de dos hombres armados que acababan de robar en el Circle B. Estaba conduciendo por un callejón, llevaba los focos encendidos e intentaba ver si había alguien escondido detrás de los contenedores de basura. Volví a decirle que no arrestaría a D’marco Davis. Y me dijo algo como «No, no me estás escuchando». Y tenía razón, no la estaba escuchando. Justo en ese momento, un tipo que encajaba con la descripción de uno de los sospechosos salió corriendo de detrás de un contenedor y empecé a perseguirlo con el coche. Le dije que llamara al 911 y solté el teléfono para poder conducir. Joder, a lo mejor hasta ya me había colgado ella antes de que le dijera eso. No sé… estaba en mitad de una persecución. Y esa fue la última vez que supe de ella.
»¡No pensé que fuera a matarla! —miró a Anna esperanzado, como si por haberlo contado todo fuera a quedar absuelto de sus anteriores errores—. Quería contarlo, pero ¿cómo iba a hacerlo? Me suspenderían de mi cargo por haber tenido una relación con ella. Pero nunca he mentido a nadie ni me he negado a responder preguntas. Sinceramente, no pensé que fuera a suponer un problema para este caso. Que me llamara no cambia lo que le hizo Davis.
—¿Cogiste a ese tío? —le preguntó Jack con tono sereno desde el otro lado de la pequeña habitación.
—¿Qué tío?
—El atracador del Circle B. Al que estabas buscando.
—Ah… no.
—¿Comunicaste por radio tu ubicación?
—Creo que no.
—¿Hiciste un informe del caso?
—No.
—¿Hay algo que pueda apoyar tu historia?
—¿Qué…? ¿Qué quieres decir?
McGee habló y su profunda voz resonó en el pecho de Anna.
—Brad, creo que lo que este hombre intenta averiguar es si tú mataste a Laprea Johnson.
Green lo miró, miró a Jack, que lo observaba con expresión de furia, y a Anna, que sacudió la cabeza. Ni podía ayudarlo… ni quería. El rostro de Green se fundió en una expresión de claro terror.
Se levantó, tembloroso.
—No, creo… creo que necesito un abogado.
Esperó a que alguien lo contradijera, pero recibió un silencio absoluto. Salió corriendo de la habitación.