28

De pie, con el ojo pegado a la mirilla, tuvo que admitir que una parte de ella siempre había esperado que Nick se presentara en su puerta para disculparse y decirle que la quería. Que para él significaba más que cualquier cliente o ideología. Que sentía haber elegido defender a D’marco en lugar de estar con ella. Tal vez si le decía esas cosas, podrían volver a estar juntos.

Pero si eso iba a suceder ahora, Nick Wagner se iba a topar con un comienzo muy decepcionante.

Estaba borracho. Muy borracho. Una mancha color ámbar ensuciaba su camisa, que llevaba medio sacada. Tenía la corbata torcida y los ojos abiertos a media asta. Se movía adelante y atrás, con una mano en el pomo para sujetarse y la otra sosteniendo una caja contra su pecho. Desconcertada y preocupada, Anna descorrió el pestillo. Un intenso olor a whisky la alcanzó en cuanto abrió la puerta. Se preguntó cómo era posible que Nick siguiera en pie.

—¡Nick! ¿Estás bien?

—Hola, Anna. —Tenía la cabeza ladeada; parecía como si le supusiera un gran esfuerzo mantenerla recta y fijar en ella sus ojos inyectados en sangre—. Te he traído esto.

Le dio la caja; era de Las empanadas de Julia. Ella no la cogió. Además de estar borracho, Nick no tenía buen aspecto en general. Tenía unos círculos de color azul claro bajo sus enrojecidos ojos, y ese brillo pícaro que siempre habían tenido había desaparecido. Su traje sastre le quedaba un poco suelto. Estaba perdiendo peso. Aun así, estaba tremendamente guapo; es más, su nueva delgadez hacía que sus mejillas parecieran más cinceladas y su barbilla un fuerte cuadrado esculpido. Eso, y una barba de un día, lo hacían parecer un chico malo de Hollywood. Se sintió físicamente atraída por él, como siempre que lo tenía cerca. Conscientemente, dio un paso atrás.

—¿Por qué has venido? —le preguntó. Demasiados pensamientos y emociones le recorrían la mente como para analizarlos todos: el dolor y la rabia persistentes por cómo había terminado la relación, asombro de verlo en su puerta, afecto al ver su pelo alborotado, nerviosismo por lo poco apropiada que era la vista, y una punzada de miedo por ver a un hombre muy borracho en su puerta. Desechó ese último pensamiento. Nick no era su padre. Por muy borracho que estuviera, sabía que no le haría daño.

—Te he dicho que tenía que verte. —Empezó a entrar en la casa, despacio, con los pasos prudentes y exagerados de los que están borrachísimos, pero sin vacilar, como si los últimos tres meses no hubieran pasado.

—No, Nick. Para. —Su voz fue suave, pero las manos que le puso en el pecho firmes. Lo echó atrás con delicadeza, hacia el rellano de asfalto, al otro lado de su puerta—. No creo que debas entrar ahora. Y cuando se te haya pasado la borrachera, tú también estarás de acuerdo. —Se puso unos zapatos y salió con él. Lo agarró del brazo e intentó subirlo por los tres escalones hasta la acera—. Voy a pedirte un taxi.

—No. —Se sentó en el escalón del medio. Anna le tiró del brazo, pero él no se movió.

—¡Vamos, Nick!

Unos cuantos viandantes pasaron por delante y se rieron. Las borracheras estaban muy vistas en Adams Morgan; los bares estaban a pocas manzanas de su casa. Suspiró y le soltó el brazo. Subió a la calle dejando unas leves huellas sobre la fina capa de nieve pulverulenta del suelo. Paró un taxi y le indicó al conductor que bajara la ventanilla.

—Hola. —Se inclinó para hablar con el conductor—. Necesito que lleve a mi amigo a casa. Vive a un par de manzanas de aquí, pero está un poco achispado. ¿Puede asegurarse de que llega de una pieza? —El conductor asintió y Anna volvió a la puerta, donde estaba el abogado defensor—. A ver, Nick, este taxista tan amable se va a asegurar de que llegues bien a casa.

Nick sacudió la cabeza, pero no movió ninguna otra parte del cuerpo.

—Venga, te tienes que ir. —Le tiró del brazo. Él seguía sentado.

—No quiero irme a casa. —Se giró hacia el taxi y levantó la voz para que el conductor pudiera oírlo—. ¡Tengo ganas de vomitar!

Ella miró al taxista con gesto de impotencia, esperando que la ayudara a llevarlo al coche, pero el hombre sacudió la cabeza y arrancó. No quería en el asiento trasero a un tipo a punto de vomitar. Anna pataleó con frustración.

—¡Nick!

Él le agarró el brazo, intentando que se sentara a su lado, pero ella lo apartó. Se estaba congelando y no tenía ganas de jueguecitos. Muy bien, pensó, si Nick se quiere quedar aquí, que se quede. Ella no tenía por qué hacer nada. Pasó por delante de él, entró en casa y echó el cerrojo. Ya encontraría él el modo de volver a su casa.

Fue al baño. Se cepilló el pelo y se hizo una coleta. Se tomó su tiempo para lavarse los dientes y la cara. Se pasó el hilo dental y se enjuagó con colutorio. Se cortó las uñas de las manos y se echó crema hidratante en ellas. Cuando ya no quedaba nada que pudiera hacer antes de irse a la cama, fue a la puerta y se asomó por la mirilla.

Nick seguía sentado en los escalones con la caja de empanadas en el regazo. Tenía la cabeza apoyada contra el muro de ladrillo y los ojos cerrados. Unos cuantos copos de nieve se habían posado en su pelo, como azúcar glasé sobre un cupcake de chocolate. Anna sacudió la cabeza, preguntándose qué hacer. No podía dejarlo morir congelado ahí fuera, pero era demasiado grande como para poder obligarlo a marcharse a su casa. Intentó pensar en alguien a quien poder llamar para que la ayudara. ¿Grace? ¿Jack? El problema era que le preguntarían qué hacía el abogado defensor acampando en su puerta, y lo mismo diría la policía. Aún no le había contado a nadie lo de su relación con Nick, y no quería empezar así.

Lo mejor que podía hacer era meterlo dentro, hacer que se espabilara y después mandarlo a casa. Y haciendo como si ese razonamiento no estuviera influenciado por su deseo de oír el porqué de su visita, abrió la puerta y salió.

—Despierta, Nick —dijo zarandeándolo por los hombros—. ¡Nick!

Él abrió los ojos y se mostró desorientado por un momento. Miró a Anna a la cara y sonrió.

—Vamos. —Lo puso de pie—. Entra antes de que alguien te vea aquí.

Nick la siguió hasta dentro, ya no como una mula testaruda, sino como un cachorrito feliz y obediente. Dejó la caja de empanadas sobre la mesa junto a la puerta. Ella señaló el sofá rojo y él se dejó caer. Se apartó de él y se quedó frente al sofá, de pie, con los brazos cruzados.

—¿Por qué has venido?

Él echó la cabeza atrás contra el sofá y cerró los ojos.

—Me he pasado la mañana representando a un hombre que se ha escapado de la cárcel para agredir a mi novia. Quería asegurarme de que estabas bien.

—No soy tu novia —le contestó con brusquedad, aunque una parte traicionera de su corazón se llenó de emoción al oírle decirlo.

Nick abrió los ojos.

—Lo sé. —Intentó ponerse derecha la corbata, pero solo logró descentrarla aún más—. Estás preciosa —añadió dando palmaditas sobre el sofá, a su lado.

—Y tú estás como si Jim Beam te hubiera atacado. —Se sentó en el sillón que había frente al sofá.

—No, no me ha atacado. —Se rió con amargura—. Hemos sido buenos amigos desde que ha empezado el caso. He estado saliendo por ahí con él casi cada noche. Lo que más hago es hablarle de ti. No puedo dejar de pensar en ti, Anna. Ni en este caso. ¡Este puto caso!

Su rostro se contrajo con un dolor tan intenso que atravesó varias reconfortantes copas de whisky.

—No sabía que te hubiera afectado tanto —le dijo ella con cautela. No quería que nadie sufriera, pero sí que se sintió algo aliviada al ver así a Nick. Se había preguntado si tenía conciencia, si la muerte de Laprea significaba algo para él o si era solo una desagradable nota a pie de página en su libreta. En cierto modo, era bueno saber que sí que lo había afectado. Que era humano.

—¿Que si me ha afectado? —Se le quebró la voz—. Es lo único en lo que pienso. No me puedo creer que la cosa se haya desmadrado tanto. Que hayas estado en peligro. Si te pasara algo, jamás me lo podría perdonar.

Se tapó los ojos con una mano. Parecía como si no estuviera respirando.

—¿Nick? —le preguntó.

Cuando no se movió, ella se levantó y se acercó, algo insegura. Le apartó la mano de los ojos con delicadeza. Tenía el rostro retorcido en un gesto de pesar y los ojos brillantes por las lágrimas. Él le agarró las muñecas y la sentó en el sillón. La miró a los ojos como si le estuviera suplicando que lo ayudara.

—Sé que todo esto es culpa mía, Anna. No puedo seguir viviendo así.

Ella lo miró con pesar y después con esperanza. ¿Significaba eso que era consciente de que representar a D’marco no era la elección correcta para él? ¿Para los dos? ¿Que no lo iba a hacer más? ¿Iba a retirarse del caso, iba a elegirla a ella por encima de su cliente?

—Todo saldrá bien, Nick. —Le apretó las manos—. No es demasiado tarde. Sean cuales sean las elecciones que hayamos hecho en el pasado, no son irreversibles. Aún hay tiempo para hacer lo correcto.

—¿Lo prometes?

Nick le rodeó la cara con las manos y se acercó para besarla. Ella dio un salto atrás antes de que sus labios se rozaran, aunque no antes de sentir su cálido aliento con aroma a whisky sobre su cuello.

—Joder, Nick, no. —Se levantó corriendo del sofá—. Voy a prepararte un café —le dijo con tono enérgico—. Y después tendrás que irte.

Corrió a la cocina, sacó una bolsa de café del armario y le pidió a su corazón que se calmara. No estaba segura de con quién estaba más enfadada: si con Nick por intentar besarla, o consigo misma, por casi permitirle hacerlo. Consigo misma, decidió. Porque ella estaba sobria, no tenía excusas.

Mientras subía el café, se quedó en la cocina, de pie, todo lo alejada de Nick que su apartamento le permitía. Los sonidos del líquido al filtrarse casi ahogaron el zumbido de la sangre que se precipitaba por sus oídos. Cuando estuvo listo, sirvió una taza, respiró hondo y se la llevó a Nick.

Estaba dormido en el sofá, tirado sobre los cojines. Un suave ronquido salía de su boca. Ella dejó el café sobre la mesa y se arrodilló a su lado.

—Eh —le dijo tocándole los brazos. No se movió. Le sacudió los hombros enérgicamente—. ¡Nick!

Estaba grogui.

Anna se tomó un momento para mirarlo. Su rostro se había suavizado, por fin tenía placidez. Le apartó un mechón de pelo del ojo. Sus pestañas, oscuras y asombrosamente largas, rozaban sus mejillas dándole un aspecto angelical que no creía que mereciera. Observó su bello rostro dormido un rato. Estaba furiosa con él al mismo tiempo que lo deseaba.

Decidió no despertarlo y racionalizó su decisión: era su primera noche en el apartamento desde que D’marco había estado allí. Se sentía más segura con Nick en el sofá, por muy dormido que estuviera. Y, de todos modos, no tenía mucha elección, se dijo; estaba inconsciente.

Le quitó los zapatos y le subió las piernas al sofá. Nick soltó un suave gruñido.

—Colega, si crees que ahora te encuentras mal, espera a mañana —dijo al colocarle un cojín bajo la cabeza. Sus quejidos se redujeron a una respiración relajada y constante. Le echó una manta por encima y apagó las luces.

Fue a su dormitorio y se metió en la cama. Se tumbó de lado, mirando a la puerta, que había dejado un poco abierta. Oía el leve sonido de la respiración de Nick desde el salón. Exceptuando la distancia que había entre los dos, sonó como cuando dormían juntos, acurrucados el uno junto al cuerpo del otro. Añoraba esa sensación. Estaba tan cerca.

Miró la abertura de la puerta durante un buen rato. ¿Por qué?, se preguntó. Con todos los hombres que había en la ciudad, ¿por qué había tenido que enamorarse precisamente de ese?