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—Señorita Curtis, por favor, llame a su primer testigo —dijo la jueza.
Ya se habían hecho los alegatos iniciales, que siempre eran breves en un juicio sin jurado. En casos de delitos menores, en los que un juez decidía la culpabilidad del acusado, no había sitio para los grandes discursos de un juicio con jurado. Anna acababa de exponer los hechos y los cargos: D’marco estaba acusado por agresión y amenazas, la agresión del día siguiente a San Valentín, y de desacato por haber telefoneado a Laprea desde la cárcel. Nick se reservó su declaración inicial al preferir no mostrar sus intenciones aún.
—El Estado llama a Laprea Johnson —dijo Anna. Grace estaba sentada en la mesa de la acusación junto a ella. En ese momento constaba como asesora legal, aunque en realidad había ido para ofrecerle apoyo moral. Le lanzó a su amiga una alentadora sonrisa.
Laprea subió los escalones hasta el estrado de los testigos, levantó la mano derecha y juró decir la verdad. Anna le formuló las preguntas preliminares. Sí, Laprea conocía a un hombre llamado D’marco Davis. Era el padre de sus mellizos de cuatro años. Habían tenido una relación amorosa intermitente durante los últimos cinco años. Sí, podía ver al señor Davis en la sala. Sí, podía identificarlo: ahí estaba, sentado al lado de su abogado, con su mono naranja. Laprea lo miró fijamente cuando le pidieron que lo señalara. Se sonrieron. Anna debería haberse imaginado lo que sucedería a continuación.
—Señora Johnson, ¿sucedió algo fuera de lo común entre el señor Davis y usted la mañana siguiente al Día de San Valentín de este año?
—Sí.
—Por favor, describa lo que ocurrió.
Laprea se detuvo unos segundos antes de responder. Miró el micrófono que tenía delante. D’marco la observaba fijamente. Nick estaba anotando algo en su libreta.
—Bueno… teníamos planes para celebrar San Valentín la noche antes. Iba a sacarme por ahí, pero no apareció. Pensé que estaba con otra mujer, así que cuando vino a mi casa a la mañana siguiente, estaba muy enfadada. Nos pusimos a discutir. Agarré un cuchillo y le dije que lo iba a matar. Salió corriendo de la casa y lo perseguí con el cuchillo. Lo alcancé en el jardín delantero e intenté apuñalarlo. Ahí fue cuando me pegó para evitar que lo apuñalara. Me caí y me raspé la cara con el suelo.
Anna estaba ahí de pie, atónita. Aunque no se había esperado que cooperara de buen grado, lo que sí que no se había esperado era que Laprea mintiera. La observó. La joven era incapaz de mirarla a los ojos.
Miró a su alrededor para captar la reacción de todo el mundo. D’marco estaba recostado en la silla, intentando disimular su alegría. La juez no parecía muy sorprendida; esas cosas pasaban todo el tiempo en los casos de violencia doméstica. Grace se estremeció y sacudió la cabeza. Nick seguía escribiendo.
Anna se aclaró la voz. Tal vez aún pudiera salvar el caso. Tendría que impugnar el testimonio de su propia testigo.
—Señorita Johnson, ¿no nos dijo al agente Bradley Green y a mí, justo después del incidente, que no le había levantado la mano a D’marco?
—Me lo inventé porque estaba enfadadísima con D’marco. Estaba intentando vengarme porque creía que había estado con otra mujer. Les mentí.
Anna tomó aire profundamente. Esa respuesta no solo hundiría el caso, sino que contaminaría para siempre la credibilidad de Laprea. Si volvía a ser víctima de una agresión, un buen abogado defensor obtendría una copia de ese testimonio para demostrar que era una mentirosa confesa.
Anna cambió de táctica. No preguntaría más por la agresión, porque Laprea seguiría mintiendo, pero aún podía pillar a D’marco por el cargo de desacato.
—¿Ha estado el acusado en contacto con usted desde que entró en prisión por este caso?
Laprea la miró mientras pensaba en la pregunta. Había ciertos hechos que sabía que no podía obviar. Las llamadas de D’marco desde la cárcel estaban grabadas.
—Sí.
—¿Y ha intentado volver con usted?
—No es solo él. Los dos queremos que las cosas funcionen. Por nuestros hijos.
—Entonces, ¿quiere continuar su relación con el acusado?
—Sí.
—Lo ama.
Laprea miró a D’marco y sonrió.
—Sí.
—Y no quiere verlo entrar en prisión otra vez, ¿no es así?
—Así es.
—¿Y haría cualquier cosa por ayudarlo a librarse de estos cargos?
—No mentiría.
Grace sacudió la cabeza; Anna no tenía que haber hecho esa pregunta.
—Señorita Johnson, el acusado la llamó desde prisión hace aproximadamente un mes, ¿correcto? —Anna estaba formulando preguntas capciosas, que solían estar prohibidas durante el interrogatorio directo, pero Nick no estaba protestando. Las cosas le estaban marchando demasiado bien a la defensa.
—Así es.
—¿Y ese día hablaron durante varios minutos, no es así?
—Sí.
Anna abrió el fichero del caso y buscó entre los papeles hasta encontrar el sobre que contenía la grabación de la llamada desde la cárcel. Le temblaban las manos cuando introdujo el casete en el magnetófono y pulsó el botón de Play.
A D’marco pareció hacerle mucha gracia oírse diciendo «Ey, nena». La jueza lo miró mientras su voz grabada intentaba abrirse camino hasta el corazón de Laprea. En la cinta, Laprea sonaba ambivalente. Desde el estrado de los testigos miraba a su novio con ternura mientras sus promesas de amor y devoción salían del magnetófono como con un ronroneo.
Anna apagó la cinta antes de llegar a la parte en la que Rose lo desafiaba. Eso no era relevante.
—Señorita Johnson, a petición suya se procedió a tramitar una orden de alejamiento contra el acusado, ¿no es así? —le preguntó alzando una copia de la orden para que Laprea pudiera ver que de esa no iba a librarse.
—Sí, es cierto.
Anna leyó los papeles.
—¿Y esa orden decía que no podía ponerse en contacto con usted «de ningún modo», correcto?
—Eso decía, sí. Pero lo cierto es que quería que pudiera llamarme. Lo echaba de menos, así que visité a D’marco en la cárcel y le dije que habían retirado la orden. No fue culpa suya. Fue culpa mía.
Anna se sintió como si la hubieran golpeado y dejado sin aire. Miró a Grace, impotente. Las dos sabían que el testimonio de Laprea no era cierto, pero ahora no había forma de refutarlo. Grace movió la mano en dirección horizontal: «corta». Cada vez que Laprea abría la boca, la cosa empeoraba.
—No hay más preguntas —dijo y se sentó abatida.
La defensa no hizo contrainterrogatorio. ¿Para qué? Todo lo que podían haber querido que dijera Laprea había salido durante las propias preguntas de la acusación.
Anna intentó salvar el juicio, pero fue un esfuerzo en vano. El testimonio de Laprea había destruido toda oportunidad de una condena. Anna llamó a testificar al agente Green, pero él no podía decir si Laprea había sacado o no un cuchillo. Aunque sí que pudo testificar que le había contado una historia distinta el día que había sufrido las agresiones, no sabía de primera mano lo que había sucedido en realidad.
Sin más testigos a los que llamar, Anna concluyó la presentación de sus pruebas. Antes de que Nick pudiera siquiera empezar con la suya, la jueza los interrumpió. No era necesario que la defensa llamara a ningún testigo. La acusación no podía cubrir su carga probatoria. No había pruebas para contradecir el testimonio de Laprea Johnson. Basándose en eso, la agresión fue en defensa propia, no hubo amenazas, y el acusado no tuvo la mens rea, la intención, de vulnerar la orden de alejamiento, porque creía que había sido rescindida.
Anna asintió, abatida. Esa clase de resolución era habitual en un juicio sin jurado, en los que el caso lo decidía un juez y no un jurado. Después de oír todas las pruebas del Estado, la jueza Spiegel había concluido, y con razón, tal como Anna tuvo que admitir, que no podía ganar. El tribunal aún tenía que juzgar tres juicios más ese día, así que ese terminaba ahí.
—Por lo tanto —concluyó la jueza Spiegel—, encuentro al acusado no culpable de los cargos de que se lo acusa. —La jueza miró a Anna—. Está claro que el testimonio de hoy de la señorita Johnson no se corresponde con lo que usted cree que es la verdad, pero no me deja alternativa. Alguacil, por favor, devuélvale al acusado sus pertenencias y déjelo libre de inmediato.
Anna se echó agua fría en el cuello y se miró en el espejo del baño. Cálmate, Curtis. No se permitiría llorar, pero necesitaba un minuto para tranquilizarse. Se metió en el único cubículo en el que funcionaba el pestillo y se sentó en el retrete, completamente vestida. Apoyó los codos en las rodillas y la cabeza en las manos. Con lo lejos que había llegado, con su formación, todo el tiempo que había estado preparándose para estar en una situación en la que por fin pudiera ayudar… y seguía sin poder hacer nada.
Al cabo de unos minutos se abrió la puerta del baño y Anna oyó el familiar taconeo de unos zapatos de diseño.
—¿Anna? —preguntó Grace, preocupada.
—Ahora mismo salgo —respondió, intentando sonar alegre. Tiró de la cadena para que pareciera que había estado haciendo diligencias propias de un baño. Salió e intentó sonreír a Grace—. Qué desastre, ¿eh?
—Un desastre absoluto —contestó Grace con tono compasivo—. Pero tengo que reconocerle a tu víctima que ha sido un testimonio exculpatorio muy inteligente. Alguien la ha estado asesorando. —Le apretó el brazo—. ¿Estás bien?
—Sí, estoy bien. —Por ahí las mujeres estaban hechas de acero; no admitiría que había entrado al baño porque estaba demasiado disgustada como para quedarse en la sala del tribunal. Fue hacia la puerta.
—Bien, pero hazme un favor y arréglate el pelo antes de salir de aquí.
Anna se detuvo para mirarse al espejo. No le extrañaba no haber podido engañar a Grace. De la cola de caballo le salían puntiagudos mechones de pelo, y en la frente tenía las dos marcas rojas que se le habían hecho al apoyarse en las manos. Se quitó el coletero y se sacudió el pelo. Grace hablaba mientras ella se rehacía la coleta.
—Sabes que esto no ha sido culpa tuya. —El tono de voz de Grace resultó muy reconfortante—. El ochenta por ciento de las víctimas de violencia doméstica han vuelto con sus parejas para cuando se celebra el juicio y se retractan de su testimonio.
Anna asintió con desaliento. Tendría que habérselo visto venir.
Se miró al espejo una última vez. Tenía el pelo arreglado, pero no podía hacer nada con las marcas rosas de su frente; parecía un novillo al que acababan de descornar. Se giró hacia Grace con las manos levantadas.
—Estás genial —le mintió su amiga con tono reconfortante.
Volvieron a la sala del tribunal, donde aún tenían que ocuparse de los tres juicios restantes.
—En algunos barrios se considera todo un mérito que una mujer mienta por su novio para demostrarle cuánto lo quiere —le dijo Grace mientras caminaban—. Una vez Laprea decidió hacerlo, ya no había nada que pudieras hacer tú. Quería que lo soltaran.
—Pues no es lo que querrá la próxima vez que la utilice como saco de boxeo.
Nick iba por el pasillo esbozando una sonrisa de victoria. Genial, pensó Anna, ahora podré ver cómo se regodea. Pero cuando la vio, su sonrisa se esfumó. Se acercó y se quedó delante de ella como un colegial a punto de entregarle una manzana a su profesora.
—Has hecho un buen trabajo —le dijo—. Hacen falta agallas para seguir adelante con una víctima que se está retractando. La mayoría de los fiscales habrían desestimado el caso sin intentarlo siquiera.
—Gracias —le dijo y siguió caminando. No estaba segura de qué era peor, si Nick regodeándose o Nick siendo educado. De cualquier modo, ahora mismo no podía hablar con él.
Cuando Anna y Grace llegaron al vestíbulo, Anna pudo ver a Laprea por fuera de la entrada acristalada, en la plaza situada frente a los juzgados. Se quedó paralizada. D’marco, con aspecto muy relajado y seguro de sí mismo, estaba saliendo por la puerta lateral por la que soltaban a los presos. Llevaba la misma ropa que el día que lo habían arrestado: una cazadora negra de North Face, pantalones anchos y botas Timberland. Anna vio unas manchas oscuras en sus vaqueros: era sangre seca de la cara de Laprea. Pero ella no pareció fijarse. Sonrió cuando el padre de sus hijos se le acercó. Él la abrazó durante un largo rato mientras le acariciaba el pelo trenzado.
Grace sacudió la cabeza.
—Pobre chica. El círculo de violencia continúa. Odio decirlo, pero la próxima vez lo pillarás.
—Solo espero que la próxima vez no sea demasiado tarde. —Anna se quedó mirando a la pareja mientras por la cabeza se le pasaban los peores escenarios posibles—. Debería haber encontrado el modo de protegerla.
Laprea y D’marco se giraron y echaron a caminar hacia el metro, él rodeándola por los hombros, y ella abrazándolo por la cintura. Hacían una bonita pareja. Ella le dirigió una mirada de esperanza; él miró su diminuta figura con ternura y gratitud. Fue la última vez que Anna vería a Laprea Johnson con vida.