16
Estaban todos sentados en el salón de Rose; Anna a su lado en el sofá, y Jack y el agente Brad Green en sillones a ambos lados de la mesita de café. Jack le había pedido a Green que los acompañara en lugar de McGee después de decirle a Anna que tal vez Rose se sentiría más cómoda con un agente al que ya conocía. Y tenía razón. Rose los había recibido amablemente, pero se había mostrado especialmente feliz de ver a Green, al que había saludado con un gran abrazo, y le había indicado que se sentara en el sillón reclinable, obviamente, el mejor asiento de la casa. Después había sacado un álbum y se había sentado al lado de Anna en el sofá para enseñarle fotos de Laprea de pequeña: Laprea buscando huevos de Pascua en el jardín de Sherry; Laprea con un vestido rosa chillón en su baile del colegio ante un fondo de tela pintado; Laprea en el hospital después de haber dado a luz a los mellizos.
Green cambió de postura en el sillón y Rose alzó la vista.
—Lo siento, chicos, me he puesto a hablar y ni me he dado cuenta. Imagino que os apetecerá algo de beber con el calor que hace. Hay limonada en la nevera. Brad, ya sabes dónde están los vasos, ¿verdad? ¿Puedes traer cuatro y la limonada?
Green asintió y fue a la cocina, claramente aliviado de que le hubieran asignado esa tarea. Rose se giró hacia Jack.
—Es un buen agente. Siempre se está preocupando por nosotros y pasa por aquí para asegurarse de que toda va bien.
Jack asintió.
—El agente Green es un excelente policía.
—Creció por aquí, ¿verdad? —preguntó Rose.
—Bueno, yo no diría «por aquí» —respondió Jack sonriendo irónicamente; Anna recordó que Jack sí que había crecido en ese barrio—. Creo que el agente Green creció en las afueras, ¿tal vez Silver Spring? Jugó en el equipo de fútbol americano de la Universidad de Maryland durante un año o así.
Rose se inclinó hacia delante, interesada.
—¿En serio?
—Sí, era el lanzador cuando yo estaba en último curso.
—Seguro que era bueno.
—Era muy bueno. Recuerdo cuando marcó el punto que nos hizo ganar contra la Universidad de Virginia en los últimos segundos. El equipo lo sacó a hombros. Después de aquello fue una especie de celebridad local. Hasta que se lesionó el ligamento cruzado anterior, creo. Ahí terminó su carrera.
—Mmm —murmuró Rose mirando hacia la cocina y sonriendo. Estaba claro que le atraída la idea de que Green fuera un as del deporte.
Anna siguió la mirada de Rose y vio a Green moviéndose por la cocina. Ahora no parecía un héroe del fútbol americano. Aunque aún tenía unos brillantes ojos azules y una buena cantidad de pelo castaño claro, que llevaba muy corto, también tenía una barriguilla que se le pegaba a la camisa del uniforme y su rosado rostro se veía cada vez más regordete bajo una capa de grasa que iba en aumento. El tiempo le había pasado factura. Anna se imaginaba lo duro que debía de haber sido para él verse perdiendo de pronto su estatus de atleta, y cómo ser poli habría llenado, posiblemente, parte de ese vacío. El uniforme de la Policía Metropolitana no podía resultar tan esplendoroso como las camisetas del equipo de los Terrapin, pero sí que despertaba la atención y el respeto de muchas mujeres, además de darle beneficios en las tiendas y negocios por donde patrullaba. Lo más probable era que hubiera sido un estudiante mediocre, pensó Anna, perdido en el enorme campus una vez dejó de ser jugador de fútbol, pero como agente de policía podía seguir siendo un héroe local.
Jack desvió la conversación hacia el tema que habían ido a tratar.
—Me gustaría hablar con usted sobre nuestra investigación. Anna y yo seguiremos todas las pistas posibles, y nos gustaría que se presentara ante el Gran Jurado la semana que viene.
—Haré lo que haga falta por ayudar —dijo nerviosa—. ¿Creen que podrán coger a D’marco pronto?
—La policía está haciendo todo lo que puede.
Al oír eso, D’marco, aún agachado, sonrió. Podía oír al agente abriendo la nevera al otra lado del muro. Les indicó a los niños que siguieran jugando con sus cochecitos, ya que no quería que su silencio llamara la atención de Rose.
—Id a jugar —susurró—. Yo os miro.
Dentro, Jack estaba explicando el papel de Rose en el caso.
—Necesitaremos que indique la hora a la que Laprea se marchó de casa la noche en la que la mataron, y adónde se dirigía.
—Me dijo que iba a casa de D’marco —respondió en voz baja.
Jack asintió y siguió haciendo preguntas sobre aquella noche. A pesar de su sufrimiento, Rose fue clara y concisa, y recordó fácilmente los detalles.
—Sé que es duro hablar de esto —dijo Jack—. Pero lo está haciendo genial. Va a ser un testigo formidable.
—Puede que también le pidamos que hable de las otras veces que D’marco agredió a Laprea —añadió Anna—. Hay una gran probabilidad de que las agresiones anteriores puedan admitirse en el juicio.
—Hubo muchas —respondió Rose sacudiendo la cabeza—. Siempre temí que llegara a pasar esto. No sé por qué esa chiquilla no podía estar lejos de ese hombre. Bueno, probablemente por la misma razón por la que yo no podía estar lejos de su padre.
—Si no le molesta la pregunta, ¿cómo era su padre? —preguntó Anna.
—Muy parecido a D’marco. Entraba y salía de la cárcel. Era encantador cuando quería serlo y cruel cuando bebía. Me pegaba, y a veces delante de Laprea. Ahora está en la cárcel, no saldrá hasta el 2020 o así.
Anna asintió al oír esa historia que le resultaba tan familiar. Green salió de la cocina con un cartón de limonada y cuatro vasos de plástico llenos de hielo. Los dejó sobre la mesita de café. Rose la sirvió y le pasó un vaso a Anna, que dio un sorbo y le formuló la siguiente pregunta. No había forma de hacerlo con delicadeza.
—Señora Johnson, ¿sabe si Laprea estaba saliendo con alguien más además de D’marco?
En el porche, D’marco se incorporó y se preparó para oír. Por eso había ido hasta allí, para hacerles a los mellizos esa misma pregunta. Podía llevarse el premio gordo.
—No, no lo sé —respondió Rose al pasarles los vasos a Jack y a Green. En el porche, D’marco se apoyó contra el muro de ladrillo con frustración—. Aunque tampoco me lo habría contado. ¿Por qué lo pregunta?
Anna se detuvo y miró a Jack. Alguien tenía que decirle que Laprea estaba embarazada, pero ella temía hacerlo. ¡Pobre Rose! Un golpe tras otro. Sin embargo, tenía que saberlo. Jack asintió: Anna era la mejor persona para darle la noticia.
—Laprea estaba embarazada de dieciséis semanas cuando murió —dijo con delicadeza—. Es imposible que D’marco fuera el padre.
Rose abrió los ojos de par en par y se le quedó la mano paralizada, con el cartón de limonada en el aire.
—¡Ay, Dios mío! —exclamó finalmente, soltando el cartón sobre la mesa. Se le llenaron los ojos de lágrimas. Anna le dio un apretón en el brazo.
En el porche, D’marco miraba al infinito, impactado. Los mellizos, que no estaban prestando atención a lo que se estaba diciendo dentro, jugaban con sus coches. Se dirigió a Dameka.
—Peque —le dijo con delicadeza—, ¿sabes si mami tenía algún amigo?
Dameka dejó de mover el coche y lo miró nerviosa. Sabía que en su casa hablar de otros hombres solo generaba problemas. Sacudió la cabeza en silencio y D’montrae hizo lo mismo.
Dentro, Rose se estaba secando los ojos con un pañuelo de papel.
—¿Pueden realizar una prueba de paternidad para descubrir quién es el padre? —preguntó.
—No es tan simple —explicó Jack—. Los científicos no pueden encontrar el ADN del feto y determinar quién era el padre sin más. Tienen que comparar el del niño con el del presunto padre. Le pediremos al FBI que determine los perfiles de Laprea y del niño, y después los pasaremos por el CODIS, una base de datos nacional de los perfiles de ADN de delincuentes convictos. Si el padre del niño está metido en el CODIS, nos notificarán si existe coincidencia. Pero si no lo está, entonces el ADN no nos dirá nada hasta que tengamos un padre potencial al que realizar la prueba.
—Entiendo.
—¿Cómo están los mellizos? —preguntó Anna para evitar que la pobre mujer siguiera pensando en el nieto que nunca conocería.
—Están bien. No estoy segura de que entiendan que no va a volver.
—Tienen mucha suerte de tenerla a usted —añadió Anna con voz suave.
—Les diré que pasen —dijo Rose girándose hacia la ventana de la cocina—. ¡Dameka! ¡D’montrae! ¡Niños, pasad!
En el porche, los mellizos se quedaron quietos mirando a su padre y preguntándose qué hacer. D’marco los empujó hacia la puerta de la cocina.
—Pasad —susurró, intentando no dejarse llevar por el pánico—, pero no le digáis a vuestra abuela que estoy aquí. —Sostenía con fuerza el destornillador junto a su pierna.
Los mellizos entraron en la casa con indecisión. D’marco cerró los ojos un momento y apoyó la cabeza contra el muro de ladrillo. Unas gotas de sudor le cayeron desde la frente al interior del ojo. Sabía que debía salir corriendo, pero quería oír lo que el policía y los fiscales decían.
—Saludad a la señorita Curtis, al señor Bailey y al agente Green —les dijo a los mellizos cuando entraron en el salón. Dameka y D’montrae obedecieron mirando a los visitantes con timidez y saludándolos en voz baja mientras se acurrucaban junto a las piernas de Rose.
—Ey, tengo algo para vosotros —les dijo Green. Se sacó del bolsillo dos parches de colores con la insignia del Departamento de Policía Metropolitana. Se los mostró y los mellizos corrieron hacia él—. Tomad.
—¡Qué guay! —exclamó D’montrae cogiendo su parche.
—¡Hala! —gritó Dameka. Se giró hacia la parte trasera de la casa y corrió hacia la cocina—. ¡Papi, papi! ¡Mira lo que tengo!
Anna, Jack, Green y Rose se miraron impactados durante un segundo. ¿Papi? Al instante Green se puso de pie para cruzar el salón y tiró dos vasos de limonada de la mesita al pasar corriendo delante de Dameka.
Cuando abrió la puerta de la cocina, Anna pudo ver a D’marco atravesando el jardín de Rose como un corredor olímpico. Para cuando Green bajó corriendo los escalones del porche, D’marco ya estaba saltando por encima de la valla en dirección al callejón. Anna y Jack lo siguieron.
Green llegó a la valla justo cuando D’marco se metió en el Corolla. D’marco metió el destornillador en el contacto, intentando desesperadamente encontrar el punto justo. El coche arrancó. Green se detuvo unos metros delante del coche. Separó los pies, sacó su Glock y apuntó a la luna del Corolla.
—¡Alto! —gritó—. ¡Policía! ¡Salga del coche!
D’marco arrancó, agachó la cabeza y pisó a fondo. El Corolla salió disparado hacia el agente.
Green se mantuvo donde estaba, apretó el gatillo y lanzó varios disparos hacia el coche que se aproximaba. Cuatro disparos retumbaron por el callejón.
—¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum!
Anna y Jack, que habían llegado al césped, se agacharon. Los disparos rajaron la luna de D’marco, partiéndola en dos, y le pincharon una rueda. El coche empezó a dar bandazos. Pero ninguna bala alcanzó a D’marco, que seguía pisando el acelerador a fondo. Green saltó a un lado, apartándose del coche en el último momento.
El vehículo coleó al pasar junto a Green. Anna levantó la cabeza del suelo y vio horrorizada cómo el maletero del vehículo viraba hacia el agente. Un instante antes de que el maletero pudiera aplastarlo contra la valla de Rose, Green dio un salto hacia atrás, esquivando el vehículo. El chirrido del metal rascando metal perforó el aire, y la valla se combó formando una «V» encorvada. D’marco pisó el acelerador aún más a fondo y logró que el coche siguiera avanzando, aunque ahora estaba zigzagueando debido al neumático pinchado. Aceleró todo lo que pudo por el callejón.
—¡Joder! —exclamó Green. Con dificultad, saltó por encima de la valla torcida y cruzó el jardín de Rose corriendo hacia la casa—. ¡Llame al 911! —le gritó a Rose mientras los tres subían los escalones del porche y entraban en la casa. El agente se resbaló con la limonada y los cubitos de hielo que había tirados por el suelo de madera del salón, pero Jack alargó el brazo para sujetarlo y Green se mantuvo en pie.
Los tres salieron corriendo por la puerta hacia el coche patrulla de Green mientras Rose levantaba el teléfono de la cocina y marcaba el 911. Los niños se quedaron el uno pegado al otro en la cocina, mirando hacia las dos puertas, la trasera y la delantera, con los ojos como platos.
Green abrió el coche con el mando. Al instante de posar la mano sobre el tirador de la puerta del conductor, Jack ya estaba abriendo la del copiloto y Anna la trasera.
—¡Quédate aquí! —le gritó Jack a Anna, pero ella ya estaba sentándose cuando el agente arrancó.
Green se alejó de la acera, dejando unas marcas negras sobre el pavimento y olor a goma quemada en el aire. Anna estaba tirada sobre el asiento; tuvo que agarrarse a los barrotes que separaban los asientos delanteros del trasero para incorporarse.
Las sirenas del todoterreno tronaban mientras Green pedía refuerzos a gritos por la radio. Viró el coche en la esquina con la avenida Texas en dirección a la boca del callejón por el que había salido D’marco. Justo al doblar la esquina, Anna vio el coche de D’marco alejándose por la avenida, zigzagueando entre los cuatro carriles e intentando no perder el control del vehículo.
Green corría tras él. El coche de D’marco, que iba dando bandazos por la calle, abolló un coche aparcado en el lado derecho de la carretera antes de precipitarse hacia un todoterreno que iba hacia ellos por la izquierda. El Corolla giró a tiempo de esquivar el vehículo, pero entonces chocó contra otro aparcado a la derecha. Parecía como si estuviera jugando a los coches de choque.
Anna vio el rostro de Green mientras este manejaba el todoterreno esquivando los restos que el Corolla iba dejando a su paso. Su mirada era de extrema concentración… y de absoluta alegría. Las sirenas resonando, el coche disparado por la calle, otros agentes bramando por la radio que estaban de camino… ¡aquello le estaba encantando!
De pronto el Corolla se salió de la vía principal hacia una calle más pequeña. Green giró el volante para seguirlo. D’marco se saltó varias señales de Stop y volvió a girar. Estaba intentando perderlos en el laberinto de pequeñas calles, pero no era capaz de alcanzar suficiente velocidad con el coche tan perjudicado.
Cuando otro giro la hizo rodar por el asiento trasero, Anna fue a abrocharse el cinturón de seguridad, pero recordó que ahí atrás no había. Se agarró a los barrotes que tenía delante y por un instante se preguntó qué cojones hacía ahí. Era abogada, no policía; debería estar en casa de Rose llamando al 911 y esperando para hacer un informe policial. Sin embargo, ese pensamiento se evaporó cuando el coche de D’marco pareció empezar a alejarse de ellos.
—¡Más rápido! —le gritó a Green—. ¡Vamos, vamos!
Se estaban acercando a un complejo de viviendas de protección oficial; un puñado de niños con camisetas blancas estaban jugando a ambos lados de la calle. Cuando oyeron las sirenas, los más pequeños gritaron:
—¡Po-po! ¡Po-po!
Unos cuantos tiraron unas bolsas con cierre hermético al suelo y salieron corriendo en la otra dirección. Pero cuando vieron que el coche de policía estaba persiguiendo a otro coche, y que no pararía por ellos, se reunieron en la acera para mirar.
Al pasar por delante de los chavales, Green aminoró la marcha y Anna vio que los chicos estaban gritando, agitando los brazos y abucheándolos. Parecía que estaban animando a D’marco, y quedó confirmado cuando una lata de aluminio impactó contra la luna del coche patrulla.
—¡Que os jodan, polis de mierda! —gritó un chico.
Al momento un puñado de esos chicos comenzaron a arrojar cosas contra el coche de policía, piedras, botellas de cristal y otras porquerías. Fue como una pequeña tormenta de basura y tacos. Anna agachó la cabeza cuando una piedra impactó contra la ventanilla cerca de su cara, rompiendo el cristal. Green siguió conduciendo y los niños los siguieron.
Siguieron a D’marco durante unos cuantos giros más y, al momento, estaban volviendo por donde habían venido; la calle estaba a punto de terminarse en la intersección de la avenida Texas. Cuando D’marco llegó a la calle principal, intentó girar a la izquierda. Green viró el volante para seguirlo. Pero el destartalado coche de D’marco no pudo efectuar la cerrada curva y comenzó a dar vueltas en mitad de la intersección.
Green pisó el freno, pero no logró parar a tiempo. El coche patrulla chocó de lleno contra la puerta del conductor del Corolla formando una «T» con el vehículo y arrastrándolo hasta el lateral de la carretera, donde la acera lo frenó. Se oyó el chirrido de los dos coches abollándose el uno al otro.
Anna salió disparada hacia delante por el impacto. Su pecho y su cara golpearon contra la pantalla de metal y aterrizó entre el asiento y el suelo. Entonces se hizo la calma.
Estaba tirada en el suelo, aturdida y desorientada. El único sonido era el zumbido del motor. Con gran esfuerzo se incorporó. Le faltaba la respiración, pero no había resultado herida. Miró a los hombres en los asientos delanteros. Ninguno llevaba el cinturón de seguridad. Green estaba levantando la cabeza lentamente del volante y Jack tenía un corte sangrante sobre el ojo izquierdo.
—¿Estás bien? —preguntó Jack girándose lentamente hacia ella.
—Sí. —Respiró hondo—. ¿Y vosotros?
Jack asintió y cerró los ojos.
Green sacudió la cabeza para despejarse y miró al Corolla que tenía delante. Mientras el agente intentaba centrar la mirada en el coche, D’marco salió de él como pudo y echó a caminar, cojeando, por la avenida Texas. Green maldijo, salió del coche de policía, se tambaleó por un momento, y fue renqueando tras el sospechoso.
D’marco miró atrás y echó a correr sin dejar de cojear. Jack resopló y salió del coche para seguir a Green. Anna intentó salir del asiento trasero pero estaba atrapada. Aporreó la ventanilla y Jack se giró y le abrió la puerta.
Bajó del coche y miró hacia la avenida Texas. D’marco y Green habían acelerado el paso y ahora corrían por la calle.
—¡Vamos! —le gritó ella a Jack, y comenzó a correr detrás de Green. Tras un instante de sorpresa, Jack salió disparado tras ella. D’marco Davis y el agente Green ya les sacaban dos manzanas de ventaja.
La calle tenía casas pequeñas a la izquierda y un boscoso parque a la derecha. Cuando D’marco corrió a la izquierda y tomó Ridge Road, Jack agarró a Anna del brazo y la llevó por el camino de entrada de una casa que tenían a su izquierda. Al final había una especie de sendero que se extendía entre los árboles que daban a la parte trasera de las casas. Anna jamás se habría fijado por sí sola.
El sendero se abría hacia los jardines traseros de algunas casas unifamiliares de Ridge Road. Anna y Jack corrieron hacia el lateral de una de ellas. Jack se detuvo y alargó el brazo indicándole a ella que parara también. Miró a su alrededor hasta que vio un par de cubos de basura de metal. Le quitó la tapadera a uno y le indicó a Anna que se pegara contra el muro para que D’marco no la viera cuando llegara corriendo por la derecha. A continuación, él recorrió el camino de entrada de la casa, ocultándose entre los coches ahí estacionados y, finalmente, se agachó detrás de un coche aparcado en la acera.
Anna aguzó el oído, pero solo captó los gritos de algunos niños que jugaban por la calle. Se preguntó si D’marco habría girado en otra dirección, pero entonces oyó el leve sonido de unas pisadas viniendo por la acera desde la derecha. Las pisadas se fueron volviendo cada vez más fuertes y más claras hasta que pudo oír la fuerte respiración de D’marco. Jack alzó la tapa del cubo hasta sus hombros, saltó a la acera y se preparó. D’marco se topó con el improvisado escudo con un fuerte golpe. Los dos cayeron al suelo en direcciones opuestas.
Green estaba unos metros por detrás de D’marco. Corrió hasta el hombre, que estaba tirado en el suelo, con el pie lo tumbó boca abajo y le clavó la rodilla en la espalda. Le colocó los brazos por detrás y le puso las esposas.
—Tienes derecho a guardar silencio, cabrón —le dijo con una sonrisa. No había duda de que el agente estaba disfrutando.
D’marco gruñó. Estaba agotado, herido y ahora bajo custodia policial.
Anna corrió hasta donde estaba Jack, que se estaba levantando del suelo. Extendió las manos para ayudarlo, pero él la ignoró. Se puso en pie… lentamente, pero sin ayuda.
—¿Estás herido? —preguntó.
—Sí, pero ha merecido la pena, ¿verdad? —respondió sonriendo y frotándose el hombro—. Por norma general un día emocionante en la oficina es cuando se atasca la impresora.
Ella se rió.
—¿Cómo te has fijado en ese camino de tierra?
—Antes vivía por aquí. Cuando era pequeño debí de coger ese atajo cientos de veces.
Por un momento se quedaron ahí, sonriéndose y asimilando la situación tan extraña en la que se encontraban: dos abogados sobre la acera, en mitad de una jornada de trabajo calurosa, un par de coches estrellados tras ellos y un delincuente en busca y captura esposado a sus pies.
Green seguía recitándole a D’marco la advertencia Miranda.
—Tiene derecho a un abogado. Si no puede permitirse uno…
—Conozco mis derechos —lo interrumpió D’marco escupiendo sangre en la acera—. Quiero a mi abogado. Nick Wagner.
—Ya, ya —respondió Anna mirándolo a los ojos—. Lo conocemos.