26

Cuando llegaron a la oficina, Jack y Anna fueron recibidos como estrellas. Mientras Anna entraba en el vestíbulo por los tornos de acceso, alguien gritó en mitad del bullicio matutino:

—¡Ahí está!

Todo el vestíbulo se giró hacia ella.

—¡Ey, Anna! —exclamó un abogado que le resultaba vagamente familiar, de la sección del tribunal del distrito. Nunca antes habían hablado—. ¿Cómo estás?

—Bien —respondió con cautela y caminando hacia los ascensores.

—Bien por ti, bien por haber venido hoy —dijo una secretaria que llevaba una bolsa del McDonald’s.

—Eeeh, gracias.

Se giró hacia Jack, preguntándose cómo se había enterado todo el mundo. Él se encogió de hombros. Subieron en el ascensor y él la acompañó hasta su despacho con actitud protectora. Grace ya estaba allí echando un vistazo al periódico que tenía sobre la mesa. Cuando Anna entró, se levantó corriendo.

—Oye, ¿me puedes dar un autógrafo? —Saltó por encima de las carpetas tiradas por el suelo y le dio a Anna un fuerte abrazo—. ¡Cuánto me alegro de que estés bien! —le susurró.

—¿Cómo te has enterado? —le preguntó Anna cuando Grace la soltó.

—Eres famosa.

Grace señaló la primera plana de la edición local del Washington Post que tenía en la mesa.

—«Fiscal federal atacada en su casa» —dijo leyendo el titular. Anna lo cogió asombrada. Jack estaba tras ella y lo vieron juntos. Mientras Jack leía el periódico por encima de su hombro, Grace se fijó en lo cerca que estaban y enarcó las cejas.

El Post tenía una foto de la casa de Anna con la foto del archivo policial de D’marco y la del anuario de Derecho de ella. El artículo contaba los puntos más relevantes, cómo había escapado D’marco de la ambulancia, cómo había entrado en su casa y cómo lo habían atrapado antes de que nadie resultara herido. Sin embargo, el periódico no mencionaba que la primera caballería que había llegado galopando había sido el grupo de Jack, formado por polis fuera de servicio. Tiró el periódico en la mesa de Grace.

—Fue rápido —dijo.

—Y no es de extrañar —respondió Jack—. Había mucha actividad en los radares de la poli. Es una noticia local de las grandes. Hay asesinatos cada semana, pero una huida de la cárcel con ataque a un fiscal solo pasa cada montón de años. —Miró el reloj—. Tengo que estar pronto en los juzgados. —Se giró hacia Anna—. Esta mañana se le comunicarán a D’marco los nuevos cargos que se le imputan. Huida, asalto, allanamiento de morada, etcétera, etcétera.

—¿Debería ir yo también?

—Solo si estás preparada. Habrá prensa. —Al verla sacudir la cabeza, añadió—: Entonces quédate aquí. Está claro que no te asignarán el nuevo caso… tú eres la víctima.

—De acuerdo.

—Y ahora, quiero que hoy te lo tomes con calma. No hagas nada más estresante que editar declaraciones de testigos. Grace, asegúrate de que se relaja.

—No estoy segura de que eso sea posible —respondió Grace—, pero lo intentaré.

Jack sonrió y se marchó.

Ceremoniosamente, Grace le abrió camino apartando pilas de papel y zapatos Jimmy Choo, y Anna se sentó agradecida en su silla. Su compañera se moría por conocer los detalles, así que le contó todo lo que había pasado la noche anterior. Mientras, su amiga dejaba escapar exclamaciones del tipo «ooh» y «aah» durante la historia. Sonaba mucho mejor al contarla de lo que había sentido al vivirla, y en ese momento Anna se dio cuenta de que tenía su primera gran batallita que relatar.

—Así que —concluyó—, después de que todo se solucionara, me quedé preguntándome si el agente Green podría ser el padre del hijo de Laprea.

—Chica, ese poli es un mujeriego —dijo Grace—. No me sorprendería que les hubiera tirado los tejos a Laprea y a su madre. —Anna se sintió alentada por el hecho de que Grace no pensara que estaba loca por sospechar de Green—. Pero no te estás centrando en la parte más interesante de la historia. Has sido una damisela en apuros moderna, con la diferencia de que tu Príncipe Encantador llegó para salvarte montado en taxi.

Anna sintió cómo se le encendieron las mejillas.

—Bueno… —Grace la miró con picardía—. ¿Y qué tal van las cosas con Jack?

—Bien. —Aunque no podía controlar la sangre que fluía hasta sus mejillas, sí que pudo adoptar un tono de voz neutral—. Es un abogado excelente.

—Eso ya lo sé, cariño. Lo que te estoy preguntado es: ¿Qué tal van las cosas con Jack?

—De acuerdo, señorita Metomentodo. Ya que quieres saberlo…

—¿Sí? —Grace se inclinó hacia delante.

—No está pasando nada.

—¡Anda, venga! Un soltero guapo, una soltera preciosa, pasan horas juntos, y… ¿nada?

—No.

—¿Porque es tu jefe?

—¡Sí, porque es mi jefe! ¿Es que no has visto el vídeo sobre el acoso sexual? Es un supervisor. Ni siquiera se me permite hacerle un regalo de más de diez dólares.

—En realidad él no es tu jefe —la corrigió Grace—. Es Carla. Evaluaciones, ascensos, todo eso pasa por Carla. ¿No?

—Pues… es verdad.

—No tiene ninguna autoridad de supervisión sobre ti.

—Mmm… puede que tengas razón.

—Claro que la tengo. Aunque ahora es posible que las hermanas te pongan un poco verde por haber retirado del mercado a un buen hombre negro. Pero no será para tanto, creo. Y yo puedo echarte un cable con eso.

—Bueno, ¡ya basta de hacer de casamentera! —protestó Anna riéndose—. No olvides que soy la víctima de un crimen. Estoy traumatizada. Necesito una mascarilla de algas y un masaje sueco, no un interrogatorio sobre mi vida amorosa.

—¡Esa es mi chica! —dijo Grace orgullosa; había sido ella la que había introducido a Anna en el mundo de las mascarillas de algas.

Levantó el teléfono, marcó el número que se sabía de memoria y pidió una cita en el Red Door Spa para las dos ese fin de semana. Cuando colgó, le pasó a Anna un pósit con su cita anotada.

—Pero si pasa algo, cuéntamelo —le dijo Grace—. Personalmente, me encantaría que pasara algo; Jack y tú sois dos de las mejores personas que conozco.

—Gracias.

En ese momento Anna quiso con locura a su amiga.

A las nueve en punto, Grace tuvo que marcharse al juzgado y ella se quedó sentada y mirando su despacho vacío. Era la primera vez que se quedaba sola de verdad desde que D’marco había entrado a la fuerza en su casa, y se sintió menos nerviosa de lo que se había imaginado. Estar en casa de Jack la noche anterior la había ayudado a calmarse.

Sacó algunas declaraciones de testigos y un rotulador negro grueso. Tacharía las direcciones de las casas de los testigos, así como algún dato personal antes de entregarle los papeles a la defensa. Editar esa clase de documentos era importante a la hora de proteger a los testigos, pero era un trabajo mecánico. Sabía que Jack se lo había mandado hacer para darle un respiro.

Sin embargo, no podía concentrarse en el trabajo. Su mente no dejaba de pensar en las palabras de D’marco y en el agente Green. No paraba de darle vueltas al tema.

Y así, después de leer el mismo informe policial tres veces sin llegar a procesarlo, decidió que se pondría a investigar un poco. No podía tener nada de malo hacerlo.

Se levantó y cerró la puerta sin hacer ruido. Solo tardó unos minutos en encontrar el teléfono del laboratorio de ADN del FBI en la intranet del Departamento de Justicia. Una enérgica voz femenina respondió. Anna le explicó que era fiscal y que necesitaba hablar con una analista de ADN. Le pasaron a otra línea donde respondió un hombre con un tono de voz nasal.

—Hola —comenzó a decir Anna, y se detuvo. Nunca antes había trabajado con pruebas de ADN; eran demasiado caras y complicadas de usar en casos de delitos menores. No estaba segura de por dónde empezar—. Tengo un caso para el que necesito descubrir quién es el padre de un niño. Más bien, el padre de un feto, un feto abortado. ¿Cómo podría hacerlo?

El analista le explicó que tendría que enviar muestras del feto, de la madre y del presunto padre al laboratorio del FBI. Ellos determinarían el perfil de ADN de los tres y después se compararían, y entonces el FBI podría decir, casi con certeza, si ese hombre era el padre.

—El FBI ya determinó el ADN de la madre y del feto —le explicó Anna.

—Si todavía tenemos el perfil de la madre y del niño, entonces solo necesitaríamos una muestra del supuesto padre.

—¿Una muestra de sangre?

—No. Las pruebas de paternidad antes se hacían con sangre, pero hoy en día solo necesitamos un hisopado bucal.

—¿Qué es eso?

—Es la forma fina de decir que tienes que pasar un bastoncillo de algodón por el interior de las mejillas para recoger saliva. Si tenemos la saliva del hombre, tenemos su ADN.

—¿Y cuánto tarda el proceso?

—Tenemos mucho trabajo atrasado. Diría que de tres a cuatro meses.

A Anna le pareció demasiado. En CSI daba la impresión de que lo hacían mucho más rápido.

Anna le dio las gracias al analista y colgó. Se recostó en su silla y miró por la ventana, mordisqueando el extremo de su boli mientras pensaba. ¿Cómo podía conseguir un hisopado bucal de Green sin una orden? Valoró las posibilidades y ninguna le pareció muy creíble. Después, se sacó el boli de la boca y lo sostuvo frente a su cara, girándolo entre los dedos mientras lo miraba. Una pátina de baba brillaba sobre el capuchón.

Se le había ocurrido una idea. Levantó el teléfono de nuevo.

Una hora después estaba esperando en una pequeña mesa del Firehook Bakery. La cafetería estaba a medio camino entre su despacho y los juzgados, un punto de encuentro perfecto. Sin embargo, la espera estaba dándole tiempo para replantearse el plan. ¿De verdad iba a hacerlo? No violaba los derechos de ese hombre, pero era un poco rastrero y nada propio de gente que, supuestamente, estaba en el mismo equipo. Era un tipo agradable. Aun así, no le haría ningún daño físico y él solo llegaría a enterarse si de verdad había hecho algo malo. Se sintió algo reconfortada por el hecho de que Grace estuviera de acuerdo en que sus sospechas eran razonables.

Le sonó el móvil y reconoció el número con sorpresa. Era Nick. No la había llamado desde que había empezado ese caso y, por supuesto, ahora mismo no podía hablar con él. Dejó que saltara el contestador. Pero entonces, mientras seguía esperando, no pudo contener la curiosidad y marcó el número del buzón de voz.

La voz de Nick sonó abatida.

—«Hola, Anna. Acabo de salir de la comparecencia de D’marco. Me he enterado de todo lo que pasó anoche. Lo siento mucho. —Se le quebró la voz—. Joder, lo siento muchísimo. Ahora voy al Irish Times. ¿Vienes? Por favor, deja que me disculpe en persona».

No tuvo tiempo de procesar el mensaje de Nick, lo único que alcanzó a hacer fue anotarse mentalmente dónde dijo que estaría (en el Irish Times, un restaurante y pub al final de la calle en la que se encontraban los juzgados) porque justo en ese momento vio a Green llegando a la cafetería. Se guardó el teléfono en el bolso y sintió una punzada de culpabilidad al ver al agente. ¿De verdad lo iba a hacer? Se levantó y se puso a la cola para pedir las bebidas. Pronto lo descubriría.

Acababa de llegar a la caja cuando Green abrió la puerta, dejando entrar tras él una ráfaga del frío aire de noviembre.

—Hola, agente Green —le gritó, sorprendida de lo natural que le había salido la voz—. ¿Un café?

—No, gracias —respondió él. En ese momento Anna cayó en que tenía tanto café gratis siendo poli que su ofrecimiento no lo había tentado nada.

—No puedo beber sola —le dijo intentando no sonar desesperada—. ¿Qué le apetece?

Él se encogió de hombros.

—Uno pequeño.

Pidió dos cafés pequeños y cuando le pasó al agente uno de los calientes vasos de papel, se sintió como la bruja dándole la manzana envenenada a Blancanieves. Él le dio las gracias y se lo llevó a la mesita donde estaban las servilletas, el azúcar y demás. Se echó dos sobres de sacarina y un montón de leche desnatada. Anna se preguntó si intentaba perder peso.

—Bueno, ¿cómo está? —le preguntó él mientras removía el café. Su habitual sonrisa estaba teñida de preocupación.

—Bien, bien.

—Me he enterado de lo que pasó anoche. —Volvió a colocar la tapa negra en el vaso y le dio una palmadita en el hombro—. ¡Qué susto! Me alegro mucho de que esté bien.

—Gracias.

¡Ay, no, qué simpático estaba siendo! Eso la hacía sentirse más culpable todavía.

Anna señaló la pequeña mesa donde había estado sentada.

—¿Tiene un segundo? Le contaré lo de esas citaciones.

—Claro.

—Gracias por acceder a entregarlas —le dijo cuando se sentaron. Sacó cuatro carpetas con citaciones para cuatro casos distintos de delitos menores. Podía enviarlas por correo ordinario, pero no eran ejecutables a menos que el testigo las recibiera en mano. Cualquier agente podía entregarlas, pero esa era su excusa para llevar a Green hasta allí, y para que pusiera la boca en la tapa de ese vaso.

Sin embargo, Green no estaba bebiendo. Estaba mirando por la ventana a una auxiliar jurídica en minifalda que pasaba por delante de la cafetería. Anna intentaba no mirar su vaso. Tenía que beberse el café. Lo tendría allí hasta que lo hiciera. Empezó a hablarle sobre los testigos a quienes entregaría las citaciones.

—Este tipo trabaja por la noche —dijo pasándole una carpeta sobre la mesa—, así que tendrá que pillarlo a primera hora de la tarde. —Cogió otra—. Y esta mujer es muy mayor. Dele bastante tiempo para que vaya a abrir la puerta.

Green volvió la mirada hacia ella y rodeó el vaso de café con sus manos para calentárselas, aunque seguía sin beber. Anna intentó no moverse mucho mientras esperaba ansiosa a que el agente cogiera su vaso. Desesperada, le describió el sistema de entrada de un bloque de apartamentos. Green asintió, aunque no dio ni un sorbo. Ella le dijo que una de las casas tenía un perro que ladraría pero no mordería. Él murmuró algo sobre saber ocuparse de los perros, pero tampoco se llevó el café a los labios. Al final, Anna se quedó sin cosas que contarle.

Green miró el reloj y se levantó.

—De acuerdo, entendido. Le traeré los resguardos la semana que viene. Ahora tengo que irme. Tengo que estar en una vista preliminar que empieza enseguida.

Cogió las carpetas y su café y salió por la puerta. Anna se quedó recostada en la silla. Green se llevaba el café. Así no funcionaría. Su plan era una basura.

Al llegar a la puerta, el agente intentó abrirla a la vez que sujetaba las carpetas con las citaciones y el café, y los papeles se le empezaron a caer de los brazos. Suspiró y lo dejó todo sobre la mesita del azúcar. Colocó todos los papeles. Después cogió su vaso de café. Anna estaba mirándolo tan fijamente que parecía como si sus movimientos fueran a cámara lenta. Se llevó el vaso a la boca, posó los labios sobre la tapa de plástico, echó la cabeza atrás, y dio un sorbo. Después tiró el vaso casi lleno por la ranura de la papelera.

Anna prácticamente se levantó de un salto. Se obligó a esperar durante unos insoportables segundos hasta que Green recogió los papeles, salió y cruzó la calle en dirección a los juzgados. Después se acercó y se asomó a la ranura por donde Green había tirado su vaso de café. El receptáculo estaba lleno de basura. El café de Green estaba encima de todo, como a un centímetro por debajo de la abertura. Cogió una bolsa de papel de su bolso e, ignorando la cara de sorpresa de otro cliente, usó una servilleta para sacar el vaso de la papelera con mucho cuidado. Con la servilleta retiró la tapa, la metió en la bolsa de papel, cerró la bolsa enroscando el extremo, y se la guardó en el bolso.

Suspiró aliviada y salió corriendo por la puerta antes de que nadie pudiera preguntarle qué acababa de hacer. Llevaba una muestra del ADN de Green bien escondida en su bolso.