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Video conferencia

 

Eran las diez horas de una mañana radiante, de esas que sólo Quito tiene, en donde un cielo azul intenso daba marco a las torres blancas de las iglesias coloniales; cuando en la sala de video conferencias de la Unidad de Lucha Contra el Crimen Organizado, dio comienzo a una reunión virtual, en donde la una parte estaba situada en la capital ecuatoriana y la otra en la capital colombiana. Los participantes eran, por el lado policial, los mismos que en la video conferencia anterior. En esta ocasión, lo extraño era la presencia de tres civiles: dos hombres y una mujer, en la parte ecuatoriana.

Luego  de los saludos de rigor, Ramiro decidió hacer las presentaciones respectivas:

―Jairo, como habrás notado, aparte de mi equipo estoy acompañado por un amigo que tú conoces, Gabriel Sánchez, y por dos personas más que han jugado un papel fundamental en esta investigación, también amigos míos: Carlos Maldonado y María Esther Cárdenas.

Había, a propósito, mencionado al último el nombre de María Esther, dado que Jairo fue quien dirigió en Colombia la destrucción del cártel de los hermanos Girales, que en la práctica, manejaba el amante belga de María Esther, y quien con sus informes permitió a la Policía francesa que lo eliminaran y la detuvieran a ella. Dicho en otras palabras, el Teniente Coronel Jairo Londoño sabía perfectamente quién era María Esther Cárdenas.

No pasó desapercibido el gesto de sorpresa de Jairo al escuchar el nombre de María Esther, a la que personalmente no conocía, pero se limitó a decir: “Buen día con todos”, y pasó a comentar los resultados obtenidos en Colombia sobre la investigación: la manera en que no sólo se comprobó la identidad del famoso “Don José”, sino también la de su hermano y socio, y que, en efecto y fuera de toda duda, la famosa voz desconocida en la grabación de la conversación de Oswaldo Rojas con un tercero era la de él.

―La ironía en todo esto es que Diego Ernesto Pizano Vélez, “Don José”, ordena que una vez que Gustavo Camposano, alias “Mortiño”, cumpliera su “trabajo” con Emir Barro, se lo liquidara porque éste había descubierto su identidad. Cuando supo que, luego de muerto, Mortiño había cumplido con su propósito de desenmascararlo, ¡casi muere de infarto!

―Jairo, soy Gabriel. Dime, ¿Pizano aceptó haberse reunido con Rojas? ¿Supo “Don José” en algún momento con quién se entrevistó?

―Por supuesto, Gabriel. Él no iba a entrevistarse con alguien sin saber exactamente de quién se trataba. Y es de suponer que Rojas habría sabido que “Don José” debía de haber hecho las averiguaciones consiguientes, cuando él solicitó la entrevista. El que actuaba en desventaja era Rojas, toda vez que él jamás supo la verdadera identidad de “Don José”.

―Jairo, te voy a pedir el favor de que me envíes las declaraciones de Pizano, notariadas y apostilladas, a fin de poderlas presentar al Fiscal ―dijo  Ramiro.

―Me he adelantado a tu pedido, amigo. A más tardar mañana las estarás recibiendo vía DHL.

―Mil gracias.

―De nada. Pedí esta video conferencia porque quería darme el gusto de presentarles a “Don José”. Miren ustedes este corto video de su detención.

La pantalla mostró las imágenes de un hombre blanco, no mal parecido, de un metro setenta y cinco de estatura aproximadamente, de abundante cabellera y poblado bigote negro, que, con una mirada de terror, caminaba esposado y flanqueado por dos guardias armados. Atrás iba otro individuo de facciones parecidas, aunque más bajo de estatura y de contextura más ancha, que ocultaba sus ojos tras unas gafas obscuras.

―Dos “valientes” hombres que mandaban asesinar por encargo y que, supongo, se desmayarían al ver qué les sale sangre de la nariz ―fue el comentario que surgió de los labios de Carlos.

―No estás descaminado, amigo. Son un par de cobardes sin escrúpulos, a quienes, al parecer, les puede esperar la cárcel de por vida en los Estados Unidos, pues acaban de pedir su extradición, en vista de que se los acusa de haber ordenado la muerte de dos agentes encubiertos de la DEA, a petición del Cártel de Cali.

―Bueno, mi querido  amigo, otra vez, con la colaboración de ustedes, podemos solucionar este caso que nos tenía frustrados. Ya te enterarás por la prensa del escándalo político que se va a armar por estas tierras.

―Seguro. Ramiro. En media hora te llamo por teléfono, que necesito hablar contigo reservadamente sobre otro tema.

―De acuerdo, espero tu llamada. Y mil gracias por todo.

 

 

Todos se habían ya retirado. Ramiro estaba sentado frente a un informe que le acababan de presentar sobre un supuesto caso  de lavado de activos y con un marcador amarrillo en la mano iba subrayando aquello que le parecía de mayor interés. Estaba concentrado en este documento cuando el timbre del teléfono lo sacó de su trabajo. Era Jairo, quien, apenas iniciada la conversación preguntó:

―Oye, ¿esa María Esther Cárdenas que estaba presente en la video conferencia, ¿es la misma del caso de los hermanos Girales y su geniecito belga?

―Jajá. ¡Sabía que te iba a picar la curiosidad! Sí, es la misma. Cumplió dos años de cárcel;  se rehabilitó por completo. Gabriel, que nunca dejó de amarla, la perdonó y hoy están de nuevo juntos y no me extrañaría que haya matrimonio pronto. Y con Gabriel y este muchacho Carlos Maldonado forman un equipo de investigadores aficionados que ya los quisiera tener de planta en la Policía.

―Bueno, mi Mayor, discúlpame por haberte llamado sólo por esto, pero tenía que satisfacer mi curiosidad. Eso era todo lo que quería preguntarte. Te mando un fuerte abrazo.

―Otro para ti, chao.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Festín de buitres
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