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Un encuentro inesperado
Como era viernes -nueve de la noche- la cafetería del hotel estaba realmente llena, con todas las mesas ocupadas por parejas o grupos de amigos que, al parecer, iban a empezar los festejos de fin de semana con una opípara cena, antes de dirigirse a alguna de las discotecas que abundan en ese sector de la ciudad. Emir Barro estaba comenzando a aburrirse y pensaba si, en vez de cubrir tanto las apariencias, no debía dirigirse directamente al bar gay que estaba a pocas cuadras del lugar, en donde tendría muchas posibilidades de hacer “un ligue” con alguno de los parroquianos. Pero él sabía que ese bar estaba en un sitio muy visible; era todavía muy temprano y cualquiera de los clientes del banco o, simplemente, alguien que lo conozca lo podría ver entrar. Y él prefería que tal cosa no ocurriera. Seguía en el “closet” y no tenía intención, al menos por ahora, de salir de él. Además, ya había conseguido antes armar ligues en esta misma cafetería y..., total,… ¡paciencia!,… apenas si eran las nueve de la noche.
Emir era un hombre de decisiones rápidas pero, al mismo tiempo, sabía medir riesgos. Y hoy se daba cuenta de que su rutina de vida debía cambiar. Había hecho algo temerario y, por lo tanto, debía tomar precauciones. Chantajear a una persona que estaba lavando dinero de un cártel de droga no era ningún chiste, y él lo sabía. Esa gente maneja sicarios con la misma habilidad con la que él manejaba los cubiertos en la comida. ¿Qué tal si había, ahora mismo, alguien siguiéndolo para eliminarlo? Bueno, tampoco era cuestión de ponerse paranoico pero sí de no tomar decisiones apresuradas; por ejemplo, esa noche, él había salido de “cacería”: debía ser consciente de su situación y no enredarse con el primero que apareciera, que bien podría ser alguien que atentara contra su vida. Su próximo “ligue” debía ser con alguien que él conociera o, si se tratara de un extraño, no debía hacerlo sino luego de analizar lo más concienzudamente el perfil y actitudes de ese extraño.
Saboreó lentamente el Martini que había ordenado momentos antes de sentarse ante la barra, cuando lo vio entrar. ¡Diablos, ese hombre es endiabladamente guapo!, pensó. Debía de ser un joven ejecutivo que trabajaba en alguna oficina cercana y que recién se desocupaba de su trabajo. Sí, era muy bien parecido. No debía tener más de veinticinco a treinta años; rubio, de pelo encrespado; de ojos, al parecer, verdes, aunque no podía asegurarlo; de cuerpo atlético y vestido elegantemente.
Ese joven, al descubrir con una rápida mirada que no había mesas libres, se dirigió a la barra y con voz varonil le pidió al cantinero:
―Un martini, por favor, que sea muy seco.
Puso su maletín en el suelo y se sentó, a una banqueta de distancia de donde estaba sentado Emir.
―Disculpe ―le dijo a Emir en tono amable; ―supongo que no hay cómo fumar aquí, ¿no es verdad? ¡En todo lado nos han convertido a los fumadores en parias!
Emir, maravillado de que ese joven tan atractivo le dirigiera la palabra al segundo de llegar, le respondió con una sonrisa:
―Efectivamente, no hay
cómo fumar. Yo solía salir para hacerlo afuera, cuando ya no
soportaba las ganas, pero, felizmente, hace dos años logré dejar el
vicio; ―extendiéndole la mano, se presentó: ―mi nombre es Emir
Barro, Subgerente de Inversiones del Banco
Americano.
―Un placer. Yo me llamo Juan Ponce, soy
colombiano, ejecutivo de la empresa Transparts y acabo de llegar de
Bogotá. Es mi primera visita a esta ciudad y a esta cafetería. Me
alegra encontrarme contigo Emir. Tal vez tú me puedas dar algunas
indicaciones de cómo pasarla bien en esta ciudad; voy a estar aquí
toda una semana ―le contestó el recién llegado con una sonrisa y en
un tono de voz suave y melodioso.
Por supuesto que sabría cómo hacerlo, pensó Emir; especialmente si su sexto sentido no le fallaba. Él tenía un don especial para descubrir cuando una persona era gay y algo le decía que estaba frente a una de ellas.
―Mira, me alegrará enormemente hacerlo ―le dijo mientras se cambiaba de puesto para sentarse a su lado. Al hacerlo, rozó casualmente con su mano la pierna de Juan sin que éste hiciera gesto de rechazo alguno.
Habían transcurrido casi dos horas desde que se inició el encuentro y habiendo consumido cuatro martinis cada uno, encantado de esta nueva situación, con súbita inspiración y sin acordarse de las disquisiciones en las que estuvo sumido antes de la llegada de su novel amigo, Emir le dijo:
―Oye Juan; ¿qué te parece si vamos a mi apartamento a conocernos mejor? Tengo en la refrigeradora un excelente vino blanco chileno que de seguro te va a gustar. Aquí, ya hemos picado algo y yo, francamente, ya no tengo hambre.
―Me parece fantástico. Seguro que vamos a iniciar una sólida amistad. De verdad, estoy muy contento con este encuentro ―replicó el joven colombiano.
Sin mayor preámbulo, abandonaron la cafetería del hotel y, al poco rato, los dos se encontraron instalados en el automóvil deportivo de Emir quien, con gestos seguros y una marcada sonrisa en su cara, enfiló el vehículo con dirección a su apartamento. Al entrar en el edificio, saludaron cordialmente al conserje, quien estaba muy entretenido mirando el capítulo del día de una serie muy exitosa sobre la vida del famoso narcotraficante al que llamaban “El señor de los cielos”, en una pequeña televisión colocada en una mesa, al lado de su mostrador, por lo que poca atención les prestó a su llegada.
Habían acabado dos botellas de vino e intercambiado miradas tiernas, aunque no habían hablado de sexo, cuando Emir dijo:
-Deben ser los traguitos consumidos, pero estoy acalorado. Creo que me sentaría muy bien una ducha.
―Yo estoy igual―, dijo Juan, ―me gustaría también tomar una ducha, si me lo permites.
―Ahora que somos amigos y queremos conocernos mejor, ¿qué tal si la tomamos juntos? ―murmuró despacio Emir, a lo que Juan respondió, dándole un beso en la mejilla.
―Me encanta la idea. Hagámoslo.
Juan abrió su maletín y ostensiblemente dejó allí su reloj y su billetera, mientras se despojaba lentamente de su ropa. Emir, apresurado, se había quitado ya la suya y se encaminó hacia el cuarto del baño tarareando una canción de amor.
Tuvieron relaciones bajo el agua. Cuando se secaban con las toallas, Emir pensaba que pocas veces se había encontrado con un amante tan fogoso como Juan. Su excitación había sido tal que ni siquiera se preocupó por asegurarse de que su compañero estuviera usando preservativo; ¡algo que siempre cuidaba! Entusiasmado por lo que había sucedido y por lo que podía suceder mientras durase la estadía de Juan en Quito, y dado que el vapor empañaba totalmente el vidrio del baño, no vio a Juan extraer de su maletín un delgado cordón de nylon. Mientras secaba con fuerza su cabello recibió un beso en la nuca y, súbitamente, sintió que algo le estaba apretando el cuello con tal fuerza que no podía respirar. Su visión se puso borrosa y, de pronto, sintió que la vida se escapaba de su cuerpo, al tiempo que su esfínter dejaba escapar orina.