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Gobierno de manos limpias
―Amor, con Rodrigo hemos estado revisando tus últimas siete entrevistas de prensa y me parece (no sé qué pienses tú) que estás haciendo un énfasis muy notorio en el tema de la lucha contra la corrupción y no tanto sobre dos asuntos que interesan principalmente a la gente: el desempleo y el de la inseguridad ciudadana.
Alejandro Capdevila estaba, como todos los lunes por la tarde, reunido en su oficina privada, su “cuarto de guerra”, según él, con su mujer, su jefe de campaña, Oswaldo Rojas y, obviamente, Rodrigo Avilés, estratega de la campaña. A “Cap” le gustaba siempre iniciar los lunes con una reunión privada –privadísima- con las tres personas en las que tenía depositada una confianza total, reunión que se podía repetir, de ser necesaria, varias veces a los largo de la semana.
Rodrigo, luego de escuchar las palabras de Beatriz, dijo con tono fuerte:
―Efectivamente, Alejandro, tenemos que ir evolucionando en el discurso. La gente resiente el alto índice de desempleo, la economía es un desastre y cada vez les es más difícil llenar la canasta familiar. Tenemos que convencerles que sabremos cómo solucionar ese problema. Lo mismo en el tema de la seguridad. El ciudadano debe convencerse de que en tu gobierno podrá salir a las calles sin temor a ser asaltado, a que su casa sea robada o su hija violada. Esos dos temas son vitales, no tanto el de la lucha contra la corrupción. Ten en cuenta que esta última se ha convertido en algo casi natural, como si fuera parte de nuestra cultura.
―Hombre, la gente quiere que acabe la corruptela en el gobierno. ¡Ese también es un clamor popular!―, replicó el candidato con fuerza.
―Sí, pero no el principal―, contestó Rodrigo. ―Tenemos que estar claros en algo. Tu gobierno será un gobierno de manos limpias, sí, en el sentido de que tú no tolerarás corrupción, venga de donde venga. “Cero tolerancia a la corrupción”. De acuerdo. Pero eso no significa que podamos afirmar, y es precisamente lo que hemos estado haciendo, que el gobierno de Alejandro Capdevila estará totalmente libre de esa plaga, porque estaríamos mintiendo o haciendo una promesa de imposible cumplimiento.
―Explícate―, le pidió en tono serio el candidato.
―Alejandro, para gobernar el país necesitas, aproximadamente, unas mil personas para puestos importantes, y un número muchísimo mayor para cargos de segundo orden pero, de todas maneras, importantes, personas a las cuales, en su inmensa mayoría, no las conoces. Por ello, tienes que hacer un acto de fe: confiar en que sean honestas. La gran mayoría lo será (esperemos) pero siempre habrá alguien que no. Y en donde estén esas personas deshonestas habrá actos de corrupción. Ningún gobierno en el mundo está libre de esa lacra, porque ningún país en el mundo está gobernado por ángeles.
―Lo que dice Rodrigo es muy cierto, ―dijo Oswaldo Rojas. ―Hemos tomado todas las precauciones del mundo y empleado todos los filtros posibles antes de aceptar a la gente que nos ayuda en la campaña y, en previsión a nuestro triunfo hemos elaborado cuadros para todas las funciones de gobierno. Pero como dice Rodrigo, al final del día son miles de personas, si incluimos mandos medios. ¿Cómo podemos garantizar la integridad de todos?
―Sí, mi amor. Yo creo que el mensaje está enviado. Ahora, lo que hay que explicarle a la gente es cómo vamos a hacer para reducir el desempleo; para brindar acceso a la vivienda a ese cuarenta por ciento de la población que aún no la tiene; para aumentar el espectro de jóvenes con acceso a una educación de calidad; que tipo de atención se va a otorgar al campo para hacerlo más productivo y que la gente no emigre de él; y si se piensa incrementar el gasto estatal en investigación y desarrollo, a fin de que el país no quede rezagado en comparación con nuestros socios. En fin, Alejandro, hay tantos temas que desarrollar y que interesan a la gente que no podemos reducir el discurso a simplemente decir que vamos a ser honrados.
―O.K., fue mi turno de recibir una lección y la doy por aprendida. De acuerdo, empezaré por profundizar estos temas en mis próximas intervenciones. ¡Pero el lema de campaña “Gobierno de manos limpias” no me lo quita nadie! Y respecto a que no se puede garantizar la integridad de todos quienes conformen el futuro gobierno, pues habrá que hacer un esfuerzo. No podemos permitir que alguien después califique a mi gobierno como un festín de buitres. Bueno, muchachos, recuerden que, desde que se inicie, tan sólo tendremos sesenta días de campaña. Por favor, quiero tener una reunión con ustedes mañana, a partir de las doce del día, para ver todo lo referente a itinerarios de los viajes, financiamiento, formación de comisiones y temas sobre los que debo hacer hincapié, dependiendo de la localidad que visite. Quiero tenerlo todo, de ser posible en blanco y negro, a más tardar dentro de quince días. ¿De acuerdo?
―De acuerdo, ―respondió Rodrigo―. Personalmente, no necesito quince días. Para mañana, a las cuatro de la tarde, me comprometo a traer mi plan de trabajo para que lo conozcan todos y tú lo apruebes. Te pido que la reunión sea lo más reducida posible, en cuanto a concurrencia, porque no me gustaría que salgan a la luz pública temas de campaña que, por elemental estrategia, no deben ser conocidos.
―Así será. ¿Necesitamos, para esto, que venga alguien más que los aquí presentes? Obviamente, deben estar Martín Carrión, como Tesorero, y Luis Antonio Peña, como Coordinador de Movilizaciones.
―Me gustaría estar acompañado por Carlos Maldonado, ―dijo Oswaldo. ―El muchacho ha demostrado, no sólo ser muy inteligente y de gran criterio, sino que me parece que es leal a toda prueba. Sabe guardar la reserva y, además, te tiene no diría admiración, sino casi, casi, devoción. Él puede tomar nota de los compromisos a los que lleguemos y siempre es bueno escuchar, de rato en rato, lo que piensa la gente joven.
―Sabes que siempre confío en tu criterio, Oswaldo. Si Beatriz y Rodrigo no se oponen, trae a Carlos Maldonado contigo.
―Yo no tengo objeción alguna, ―dijo Beatriz.
―Si es así, yo tampoco, ―dijo Rodrigo.
―Estamos, entonces. Mañana, a las dos, los siete.
―Alejandro, otra cosa. Y es sobre un tema que no me gusta mucho hablar.
―Dime, ¿de qué se trata?
―De tu hermanito Bernardo y su alter ego Raymundo Granizo. Ahora resulta que son dos altos directivos de la campaña y andan haciendo ofrecimientos de cargos futuros a diestra y siniestra. Te pido, por favor, que hables con tu hermano a fin de que dejen estas actividades que, al final del día, lo único que nos pueden hacer es daño.
―No lo sabía, ―respondió “Cap” con tono muy serio. ― ¡Despreocúpate!, que de eso me encargo yo mismo.
Efectivamente, después que todos salieron, Alejandro marcó al teléfono celular de Bernardo, con quien tuvo un cruce de palabras muy fuerte y luego cerró, con la esperanza, no muy grande, de haber parado en seco las actividades ilegítimas de su hermano.