Capítulo 21

Franco respiró aliviado al ver que de la camioneta Ford F100 color blanco, bajó un hombre alto, canoso y delgado, y... nadie más. Eugenia no participaba de ese viaje,  estaba seguro que eso se lo debía al abuelo.

Alberto Serrano y su padre se reencontraron en un abrazo muy emotivo en el que no faltaron las lágrimas de nadie. Antes que llegara el hombre mayor, el padre de Eugenia contó a sus compañeros de fuga, la pelea que tuvo con su padre diez años atrás y cómo desde esa discusión dejaron de hablarse y verse, hasta ese día. Después del largo abrazo, Alberto Serrano presentó a su padre al resto del grupo que se alojaría unos días en su casa y antes de abandonar el lugar, padre e hijo hablaron con Eugenia prometiendo regresar lo más rápido posible.

Tres horas y media después, Eugenia estaba hecha un basilisco, caminaba frenéticamente de un lado a otro y miraba el reloj cada diez segundos. Su nerviosismo opacó la felicidad que sentía una hora atrás y todos los fantasmas que esa mañana fueron ahuyentados por la buena nueva de su padre, reaparecieron más funestos y desesperantes. No paraba de imaginarse tétricas escenas en las que su padre, su abuelo y el resto de personas que viajaban con ellos eran emboscados por las fuerza policiales y asesinados a balazos en el mismo lugar. Su padre le dijo que escaparon, imaginaba que, quizá, cavando un túnel en la tierra que los policías encontraron y metiéndose llegaron hasta los prófugos en el momento que su abuelo estaba con ellos. Su imaginación durante la espera habría bastado para crear dos o tres películas de suspenso y terror. Escenas espantosas pasaban por su mente, estaba a punto de estallar, cuando escuchó la camioneta de su abuelo entrar al garaje de la casa. En menos de cinco segundos cubrió la larga distancia que la separaba del lugar y se quedó parada en la puerta esperando que bajaran de la camioneta. El primero en aparecer fue su padre.

Las lágrimas de Eugenia ya caían sin control antes que llegaran a la casa, duplicó su caudal al mirar a su padre frente a frente. Estaba muy flaco y demacrado, tenía innumerables cicatrices en la cara y no podía disimular la cojera, sin embargo, en la cara de Alberto Serrano se iluminaron sus ojos azules al verla.

Lloraron abrazados por más de diez minutos, no pronunciaban palabras, todo lo que querían decir, todo lo que necesitaban contar, lo expresaban con el abrazo apretado e interminable. Las otras personas se quedaron a un costado como testigos silenciosos de aquel reencuentro.

-Hija no sé si es casualidad, el destino, o, la mano de Dios que se entrometió en el infierno para tocar a un hombre -susurró todavía sollozando, a su hija que no lo soltaba - Quiero que mires a mis compañeros.

Eugenia secándose la cara e hipando, se dirigió hacia las personas que quedaron detrás de su padre, su vista empañada de lágrimas le impedía ver con claridad.

-¿Franco? -indagó y volvió a fregarse los ojos. Su visión seguía representándole la figura de Franco parado frente a ella.

-Soy yo, Eugenia.

-Este hombre me salvó la vida -aclaró su padre.

-A mi también -aseveró Eugenia y se abrazó a Franco. Él se había acercado a pocos centímetros de ella.

Eugenia recostó su mejilla en el pecho de Franco y dejó que la cubriera con sus brazos y se quedó allí sintiendo su calor. No quería moverse de ese lugar pero la voz de su abuelo, nombrándola suavemente, la sacó del trance.

-Creo que conoces a alguien más de este grupo -murmuró Franco en la oreja de Eugenia.

-¿Paula eres tú?

-¿Tan mal estoy?

-¡Paula! ¡Paula! ¡Paula! -repitió, mientras se arrojaba a sus brazos y el llanto volvía a abordarla.

-¡Perdón Paula, perdón!

-No hay nada que perdonar, lo que pasó no es tu culpa.

-Si lo es, todos me decían cómo era Antonio y yo no quería escuchar.

-Eugenia, no eres culpable de nada -rebatió Paula, la culpa que sentía su amiga.

-Hija, ya nos sentaremos a hablar tranquilamente de lo ocurrido -calmó su padre, acariciándole la espalda-. Él es Daniel Hertz -dijo después, haciendo que Eugenia se voltee hacia quien todavía no había conocido-, otro de los hombres responsables  de que hoy estemos aquí.

Al anochecer, exhaustos de tanto comer, con el cuerpo y la ropa limpia y al tanto de todas las vivencias de las que fueron protagonistas cada uno de ellos, Eugenia descansaba entre su padre y su abuelo, y no dejaba de mirar a Franco. Tenía ojos cansados y, como todos los demás, estaba muy delgado, pero sus ojos azules parecían contentos y no dejaban de mirarla. Las tres personas que llegaron con él, sobre todo su padre, lo trataban como a un héroe. Todos contaron como Franco ideó el plan, coincidían en decir que podría haberse salvado solo, pero no lo hizo, primero salvó a Daniel y después entre los dos sacaron a su padre y a Paula del río, les hubiera gustado salvar a otros pero no pudieron hacerlo y se apreciaba el remordimiento que sentían Franco y Daniel por ese hecho.

Ninguno de los que conocían a Antonio se sorprendió cuando Eugenia narró lo que  vivió con él durante dos semanas, y su sospecha sobre la responsabilidad que tenía en los secuestros. Franco aportó lo que conocía del médico Suarez Tai, relató la obligada reunión que mantuvieron  y habló del supuesto sumario administrativo.

Durante la cena, quisieron informarse sobre el accidente del camión caído en el riachuelo y en ningún noticiario, de ningún canal, se hablaba del accidente. La noticia frívola que llenaba el contenido de la mayoría de los programas de televisión, era la presentación oficial de la pelota de fútbol que se usaría en el mundial a desarrollarse al año siguiente en el país. Personalidades y figuras del espectáculo local posaban junto a los jugadores de fútbol mostrando el balón ante las cámaras.

-Parece que dejamos de ser noticia -dijo Daniel, sentado ante el televisor muy cerca de Paula.

-Ayer, la noticia y las imágenes que mostraban causaron muchos disturbios y atentados de los grupos rebeldes -acotó Anselmo Serrano y los comentarios sobre las consecuencias del accidente del camión se extendieron hasta la madrugada.

La casa tenía más habitaciones que huéspedes, Franco y Daniel ayudaron al padre de Eugenia a instalarse en una de ellas cuando el sueño comenzó a bajarle los párpados, Paula y Eugenia decidieron dormir en la misma habitación, el abuelos las acompañó hasta el lugar y luego  indicó a los jóvenes el cuarto que podían compartir, bostezando se despidió hasta la mañana siguiente y se dirigió a su cuarto. Eugenia acompañó a Paula, esperó que se acostara y cuando parecía dormir salió a la galería, allí estaba Franco mirando el jardín descuidado de Anselmo desde la puerta trasera. Solos en la galería, Franco no dudó en tomar a Eugenia en un abrazo postergado.

-Nosotros debemos hablar seriamente, Eugenia.

-Tengo mucho para decirte, pero ahora debes descansar.

-Será la primera noche, en mucho tiempo, que descanso tranquilo sabiendo que estás tan cerca y a salvo.

-¿Te lastimaron mucho?

-Nada que un par de tus mimos no puedan curar.

-¿Qué estás proponiendo?

-Te lo diré después de  mantener esa conversación pendiente entre nosotros.

-Franco, eres un hombre increíble. Antonio me contó sobre tu trabajo, pensé lo peor de ti. Creí que eras como él, pero no tardé mucho en darme cuenta que no lo eras. Revisé en mi memoria las palabras que decías mientras me protegías, sin tener idea de quién era yo y de dónde había salido y descubrí que no eras como la bestia de Antonio. Él me tuvo encerrada y amenazada, no pude volver contigo.

-¿Cómo fue que hablaste sobre mí?

-Nunca hablé de ti. Antonio fue a ver a mi abuela el día que regresé a tu casa y ella le habló de las notas pensando que era la persona que le ayudaba. En el correo le dieron el nombre del titular de la casilla de correos, lo demás te lo puedes imaginar.

-Estaba enojado contigo por ese hecho, pero ahora que lo aclaras las cosas cambian.

-¿Qué cosas cambian?

-Pensaba ir a dormir sin besarte, pero no lo haré.

Franco tomó la cara de Eugenia con ambas manos y suavemente apoyó su boca sobre la de ella. Eugenia extendió los brazos alrededor de su cuello y pegó su cuerpo cuan largo era al cuerpo de Franco.

-No podía morir sin volver a hacer esto - susurró Franco pegado a su boca.

Eugenia sonrió y él profundizó el beso, una lengua intrépida que no se condecía con la debilidad del resto del cuerpo de Franco, invadió la boca de Eugenia que salió a su encuentro dándole la bienvenida con un jadeo de placer. Sin saber cómo, al retomar la consciencia después del beso, estaban pegados contra la pared intentando arrancarse la ropa mutuamente, ella sonrió y levantó la cara para interrumpir el beso que estaba descontrolándose.

-Tenía miedo - jadeó Franco, besándole el lóbulo de la oreja.

-Habrá sido horrible -jadeó ella, disfrutando de los besos y acariciándole la espalda.

-No, no tenía miedo de lo que pasó. Tenía miedo de haberme enamorado y hacer locuras por una mujer que no me quería. Que se fue con otro.

-Desde que te conocí, nunca hubo otro -confesó Eugenia-. Yo también tuve mucho miedo cuando dejé la casa de Antonio, no era miedo a la noche o a la policía. Era el mismo miedo que sentías tú. Por momentos, pensaba que cometía una locura por un hombre que no sabía si abriría la puerta al verme, sin embargo, la atracción que me arrastraba hacia ti era más fuerte que el miedo.

-Desde el instante que te miré a los ojos supe que me traerías muchos, muchos problemas - Franco hablaba en susurros sin dejar de besarla - Valdrá la pena tenerlos si tu eres el premio por superarlos ¿Ya te lo había dicho antes, no?

Eugenia lo tomó de la cara y volvió a besarlo. Sus manos se aferraron a los cabellos largos de Franco y lo apresaron con fuerza contra su boca, en un beso cargado de desesperación y pasión.

-Será mejor que nos separemos ahora o te haré el amor aquí mismo -apenas pudo decir Franco, obligando a su cuerpo a separarse del de Eugenia.

-Ve a dormir, tienes que recuperarte.

-Mi mayor tortura era creer que seguías con Antonio y que nadie conseguiría decirte qué clase de tipo es. En la llamada que hizo tu padre, al nombrarte se curaron todas mis heridas, se me pasó el cansancio y hasta olvidé el hambre que sentía.

-Lamento tanto todo lo que sufriste desde que aparecí en tu vida, no lo merecías. No sé si te merezco Franco.

-No sé si yo te merezco a ti o tu a mí, solo sé que te amo y eras el impulso que me obligaba a seguir cuando las fuerzas me abandonaban, mi tarea no estaba cumplida si no te rescataba de las manos de Antonio.

-Te amo Franco, pase lo que pase, te amo.

Franco besó el puente de su nariz, le dio varios besos pequeños en la cicatriz convertida en una fina línea blanca que le atravesaba la mejilla y luego besó sobre cada uno de los ojos.

Se despidieron alejándose tomados de la mano hasta que sus dedos ya no llegaban a tocarse. Eugenia entró a la habitación y se quedó apoyada en la puerta cerrada, sus problemas no se acababan pero su padre y Franco regresaron. Estaba segura que entre los tres rescatarían a Emilia. Franco estaba allí, salvó a su padre, a Paula y además la amaba. Todo se solucionaría pronto, podía sentirlo en la piel. Dejó la puerta para llegar hasta la cama y sentía la respiración pausada y tranquila de Paula, estaba profundamente dormida. Le abría gustado conversar un rato con ella para volver a pedir perdón por lo que hizo Antonio por el simple hecho de ser su amiga, pero tendría que dejarlo para el día siguiente. Se acostó pensando exclusivamente, en todo lo que esa noche dijo Franco, dio varias vueltas en la cama y, veinte minutos después, se levantó para ir hasta la habitación de él.

-Iba a buscarte -dijo Franco, en la puerta de su dormitorio. Al salir se encontró con Eugenia que estaba a punto de entrar-. La vida es muy corta y cualquier hijo de puta te la puede acortar aún más. No quiero perder el tiempo.

-Yo tampoco -concedió Eugenia y se arrimó a él

-¿Dormirás conmigo Eugenia?

-Quiero dormir contigo.

-Mañana hablaré con tu padre y tu abuelo, pediré perdón por la indiscreción pero hoy no puedo dejarte en la otra habitación -al terminar de hablar le enlazó la cintura y la pegó todavía más a él y retrocedieron hacia el interior de una habitación vacía y cerraron la puerta.

No dijeron nada más. Solos en la habitación a oscuras, se liberaron rápidamente de sus ropas para abrazarse desnudos, así se quedaron sintiendo el latido del corazón del otro por varios minutos, de pie y sin sentir frío. No se tocaban con las manos, solo se abrazaban y compartían el calor de sus cuerpos.

Franco fue el primero en abandonar el abrazo para bajar la cabeza y lamer el pezón erecto que se pegaba a su piel antes de chuparlo con fuerza, la boca de Franco no se detuvo mucho tiempo en un mismo lugar, lamió y besó cada centímetro de la piel blanca y suave de Eugenia, hasta que llegó a su centro de placer y allí se regodeó de su sabor, su lengua indiscreta recorrió cada pliegue y cada hueco que encontró con metódicos movimientos que no dejaba que ningún rincón quedara sin su húmeda caricia, sus dedos se sumaron a la lengua para abrir y acariciar en los sitios que su lengua necesitaba ayuda. Eugenia se revolvía de placer y se le aflojaban las piernas al sentir y ver a Franco arrodillado, hurgando con la lengua y las manos su entrepierna, no podía hacer otra cosa que suspirar extasiada y acariciarle los cabellos. A punto de llegar al orgasmo lo apartó y lo llevó hasta la cama. Comenzó su turno de exploración. Jamás Eugenia deseó besar el cuerpo de un hombre tan desesperadamente como deseaba hacerlo con Franco, se relamía los labios pensando en el sabor que encontraría en su erguido miembro y demoró el momento de todo lo que su voluntad resistió. Besó y acarició con lágrimas en los ojos cada herida infringida, no podía verlas pero sentía las marcas bajo sus manos. Franco le hacía olvidar la angustia que las marcas encontradas despertaban en ella, estirando las manos para sostener sus pechos y acariciar el pezón con el pulgar. Al final del recorrido de su lengua encontró el miembro erecto y expectante, lo besó con dulzura antes de perder toda cordura y Franco la arrebatara de su presa antes de eyacular. La locura desatada en Eugenia no se calmó con el alejamiento y se montó a horcajadas para meterse en su mojado centro la presa que Franco arrancó de su boca. En pocas, frenéticas y profundas acometidas los dos liberaron el orgasmo contenido. Al finalizar, Eugenia apoyó la cara en el pecho de Franco y poco tiempo después de la liberación del placer, sintió la respiración tranquila y pausada que indicaba que él también se quedó profundamente dormido. Se habría quedado con él a no ser por la pequeña cama, el cuarto en el que se metieron contaba con dos camas de una plaza, en esa pequeña cama apenas cabían los dos y ella quería dejarlo descansar tranquilo. Eugenia, decidió que si se trataba de dormir en camas separadas era lo mismo si lo hacía en su habitación y, de paso, se ahorraría el bochorno del día después.

Con una sonrisa en los labios que no podía contener, entró despacio para no despertar a Paula, se sentó en la cama en la que dormiría y cuando sus ojos se acostumbraron a la penumbra de esa habitación, quiso mirar a su amiga y descubrió que la cama estaba vacía. Se acostó y esperó el regreso de Paula que, seguramente, fue al baño. Después de un tiempo de espera prudencial, se levantó para ir a buscarla, no quería pensar que nada malo había sucedido, así que intentó poner su mente en blanco antes de salir a buscarla, recorrió el baño, la cocina, el comedor, salió al patio a pesar del frío y no la halló.

De nuevo en la casa, solo se le ocurrió ir a la habitación de Daniel Hertz, con cautela abrió la puerta y se quedó esperando a que su vista se aclimatara. Envidió verlos dormir abrazados, allí podrían estar Franco y ella si Daniel no se apresuraba a lanzarse dentro de la habitación y hubiera elegido el cuarto de camas chicas. Sacudió la cabeza en gesto de reproche hacia sus pensamientos, sonrió ante la pareja y les deseo buenas noches, casi en silencio.