Prólogo

 


Carolina Castro ya había decidido su futuro: casarse con Moisés Arzuaga. Su prometido tenía fortuna y era un caballero. Sabía que podía llegar a vivir dignamente con él, pero… ¿dónde quedaba la pasión?. Nunca se preocupó por eso, lo primordial era conseguir una buena situación y un esposo amable y dedicado a ella.

Sin embargo, después de tener aquella alterada discusión con el condenado Máximo Castell, sus convicciones tambalearon.

“-¡Sois un… un…!

-Un hombre que os mantendría caliente mucho mejor que ese esmirriado prometido elegido por vuestro tío”.

Él había provocado su furia, sí, pero también había conseguido despertar una duda que la estaban desestabilizando. Porque ella, la altanera y orgullosa señorita Castro que creía odiar a ese libertino, empezaba a pensar si no serían ciertas sus palabras. Imaginarse entre sus brazos y disfrutar de su boca la arrastraba a replantearse su boda. Una y otra vez se decía que no cambiaría su decisión… Una y otra vez volvía a recordar sus caricias…

 

Carol no podía estarse quieta.

   Había intentado calmarse. Necesitaba tener los nervios templados para afrontar la visita de aquella noche. Porque de ella dependía, seguramente, su futuro. Pero era imposible. Una y otra vez retumbaba en su cabeza su acalorado y ¿por qué no decirlo? sensual  enfrentamiento con el hombre que la irritaba y atraía a partes iguales: Máximo Castell.

   Sin embargo, ella era un Castro de pies a cabeza, se debía a su familia y no estaba dispuesta a dejarse amedrentar por aquel… aquel… A pesar de intentar olvidar el encuentro, el desafío de sus palabras regresaba una y otra vez a ella.

-Sí, voy a casarme con don Moisés de Arzuaga –le había respondido, muy ufana, pagada de sí misma-.

-¿Vuestro tío no ha podido encontrar para vos un viejo menos decrépito?

   El de Arzuaga no era viejo, ni mucho menos, aunque sí era cierto que rayaba ya los cuarenta y cinco años. Pero de ahí a llamarlo decrépito, iba un mundo. Así que se le enfrentó, las manos en la cintura.

-¿Alguien más joven?

-Por ejemplo.

-¿Y más arrogante?

-También.

-E incluso… algo sarcástico.

-¿Por qué no?

-Aunque no tenga fortuna.

-El dinero no lo es todo –se defendió él-.

-Pero lo es la posición.

-Un título. Tampoco es importante.

-Y ¿qué es lo importante para vos, señor Castell?

-La mutua atracción, supongo.

-¡Qué tontería! Mi madre decía que el amor llega con la convivencia y el señor de Arzuaga es un buen hombre.

-Y tiene dinero.

-Sí.

-Y un título.

-También –le pagó con su mismo comentario-.

-Creo que sois una malcriada y merecéis una buena zurra.

-¿De vos? –se burló ella-.

-No me tentéis…

-Si me pone una mano encima, mi tío le hará despellejar.

-¿No tenéis agallas para hacerlo vos misma?

-Una dama no se mancha las manos en esos asuntos.

-No, claro. Se las mancha coqueteando con un viejo que ya chochea.

-Sois un… un…

-Un hombre que os mantendría caliente mucho mejor que ese esmirriado prometido elegido por vuestro tío.

-Además, fatuo –se encrespó Carol, enrojeciendo-.

-Realista.

-He visto el modo en que os miran todas las mozas de la casa. Eso, sin duda, os ha hecho subir los humos.

-Es probable. Pero sé hasta dónde llegan mis habilidades, mocosa.

-¡Habilidades! ¿Llama habilidad a ir pavoneándose con esos calzones ajustados y embaucar a cualquier tonta que no vea más allá de unos buenos músculos y una cara bonita?

   Máximo se echó a reír con ganas.

-Así que… ahora tengo buenos músculos y le parezco atractivo.

-¡Yo no he dicho eso!

-Entonces he escuchado mal.

-¡Sin duda alguna! Dije que… que…

-Que os gustan mis músculos y mi cara –zanjó él-.

-¡No!

-Sí.

-¡Sois insufrible! –estalló, dando media vuelta para alejarse-.

   Una mano grande y tostada la retuvo por el brazo obligándola a volverse.

-Deberíais darme una oportunidad, princesa. Puede que me encontréis hasta interesante –la picó-.

-Lo dudo mucho.

-¿Queréis una demostración?

-¿De vuestras supuestas habilidades?

-Casualmente.

-Fanfarrón y engreído.

-Debo admitirlo.

-Impertinente.

-En ocasiones

-Alguien debería apearos de vuestra suficiencia.

-¿Vos?

-Es muy posible, porque…

   No pudo continuar. Unos brazos de hierro ciñeron su cintura y se encontró pegada a él.  Como un ave de presa, la boca de Max descendió sobre la suya atrapándola. Ni le dio tiempo a reaccionar o defenderse. Claro que al instante siguiente se encontraba abandonada a la experta caricia. Los labios dibujaron florituras en su boca. Bebieron su néctar, la agasajaron, la mimaron. Pero sobre todo, la dejaron sin fuerzas para oponérsele.

   Notando que ella era gelatina entre sus brazos, Max la soltó y ella se tambaleó, los ojos nublados por el deseo, sin saber bien lo que había sucedido.

-¿Te ha quedado suficientemente demostrado, mocosa?

   Carol recuperó de golpe el control de sí misma. Por sus ojos violetas pasó un relámpago de furia. Alzó la mano y cruzó el cetrino rostro con tanta fuerza como pudo. Después, elevando el mentón como bastión de defensa, le dio la espalda y caminó rauda hacia la mansión.

Tras ella, la risa masculina la mortificó.

 

Carol se sintió afligida. ¿Cómo podía haber ardido su piel en deseo por aquel tosco y atrayente hombre? Ella misma no lograba entenderlo, mientras caminaba pisando con dureza el suelo.

Debía ser sincera, se había sentido débil y flácida entre los brazos fuertes y duros de Max. Como si aquel hombre anestesiara su cintura con sus brazos, como si aquel rozamiento que había dibujado en sus labios hubiera dejado alguna especie de huella sobre ellos con una fragancia masculina.

Realmente debía estar loca, aquel hombre la hacía desesperar. Su mirada de desdén la hacía vacilar, aunque siempre ella intentaba ser fuerte. Era increíble cómo la fuerza de ésta emanaba, pero cómo pronto se cortaba cuando él se acercaba de aquel modo.

Le había dicho muy segura que se casaría con Arzuaga, y estaba convencida de no vacilar.

 

Carol se volteó para ver si Máximo le seguía los pasos, pero no estaba allí.

Segura, llegó a la mansión, sin mirar de nuevo por si aquel canalla la seguía.

Caminó deprisa y avergonzada  hacia su alcoba, unos pisos más arriba, donde entró cerrando tras de sí.

El amplio lecho era tan atrayente que no pudo más que tumbarse sobre él, cansada y exhausta tras aquella conversación con Max.

-Ese hombre saca lo peor de mí- dijo Carol en voz alta recostándose en el lecho.

De pronto escucho la tintineante y femenina voz que se hacía eco en la habitación:

-¿Qué hombre?

Carol se sobresaltó, y dio un pequeño bote sobre la cama, levantándose rápidamente.

Cuando observó de quien se trataba, Carol suspiró aliviada.

-Eres tú, prima… - dijo cogiendo algo de aire a la vez que se ponía bien el cabello -Me has sobresaltado -había sentido de pronto el corazón en la garganta pero dejó ver una sonrisa.

-Siento haberte asustado, Carol. Sabes que no era mi intención. Iba a llamar pero ya que hablabas de un hombre… -insinuó curiosa.

-Oh, realmente no me refería a nadie en especial, Sabrina- mintió Carol mientras dejaba los ojos en blanco, pues obviamente estaba pensando en Máximo.

-Lo que tú digas Carol, pero yo sé que te referías a alguien. Mi padre ha hecho mucho por ti -  le dijo Sabrina mientras se acercaba a su prima y le acomodaba el vestido que Carol llevaba puesto, de un satén limpio y brillante - Te ha buscado un buen hombre, lo suficiente adinerado como para poderte complacer. ¿Qué más necesitas? Bien dicho que puede que aquel hombre le saque su peor cara. Pero no es nada más y nada menos que Don  Moisés de Arzuaga. No debes temer nada. Él te complacerá, ya lo verás… - dijo segura -. Eres como una hermana para mí Carol, nunca dejaría que tuvieras una mala elección- le dijo Sabrina con una sonrisa que le fue devuelta, aunque con menos ánimo.

-No dudo de ello, Sabrina-

-Le haré saber que estas bien. Baja en cuanto puedas al salón, Carol.- le dijo por ultimo antes de cerrar la puerta de la alcoba y marcharse, dejando en la  habitación un perfume femenino y fuerte sobre el aire.

Sabrina era sin duda una muchacha encantadora, más joven que Carol, pero como se podía ver muy conocedora de todo lo familiar, y lo de “buen augurio”. No era para nada una joven rebelde y emprendedora. En cambio, Carol pensaba que tampoco lo era. Se iba a casar e iba a tener una buena posición….

Las palabras de Max parecían resonar sobre su pensante y agitada mente: “Un hombre que os mantendría caliente mucho mejor que ese esmirriado prometido elegido por vuestro tío.”

Carol movió la cabeza intentándose quitar aquellas palabras de la mente.

No podía dejarse guiar por el deseo, sino por lo que parecía ser lo mejor, porque tenía miedo de ser víctima de las emociones.

Las emociones eran extrañas, y el deseo y la atracción eran realmente igual de extrañas e imprevisibles, nunca sabía dónde conducirían si se dejara arrastrar por ellas. Pero Máximo le hacía hervir la sangre de tantas maneras diferentes que podía sentir de pronto que se posaba sobre sus finas mejillas.

Intentó no pensar más en aquello. Debía bajar al salón principal, pero de pronto escuchó un ruido realmente  extraño. Un silbido fuerte, que procedía de la oscuridad, en el exterior.

Carol intentó ignorar aquella llamada, pero los silbidos se hicieron imparables.

Carol se asomó a la venta de su alcoba, bajó la vista y observó que, de entre las sombras, emergía un hombre.

 Sí, Máximo permanecía de pie e hizo de nuevo aquel silbido.

-¡Quiere parar!- exclamó Carol, intentando no elevar mucho la voz -¿Qué hace aquí?-

Max rió fuertemente, era impresionante cómo a pesar de la noche su sonrisa blanca se hacía tan brillante y visible:

-¿Qué creéis? ¿Pensó que nuestra conversación podía acabar de aquel modo?- preguntó.

-Si, la conversación entre usted y yo terminó, señorcito Castell. Así que, con vuestro premiso…- dijo intentando volver de nuevo al interior, pero Máximo exclamo:

-¡No! Tengo una sorpresa para vos.

-No me agradan las sorpresas y más si viene de usted- le dijo ella.

-Oh, es muy maleducada para el nivel en el que está. Sólo será un instante, juro que no perderá un solo segundo más, sólo déjeme darle mi sorpresa…

Su voz masculina era rompedora incluso en las más frías noches, y cuando lo escuchó no pudo resistir una gran  curiosidad.

-No me gusta recibir sorpresas de un engreído como usted, pero pienso darle una oportunidad, siento una inmensa curiosidad- le dijo Carol, intentando evitar en vano no parecer altamente emocionada.

Tampoco pudo evitar que sus ojos violetas se entrecerraran en señal de la desconfianza que le inspiraban las palabras de Máximo Castell. Sopesó sus opciones durante unos instantes y lo observó, meditabunda, a través de la ventana abierta de la alcoba. 

   No necesitaba más divagaciones, se reprendió enseguida.

Estaba convencida de estar  ante una vil trampa. Ese hombre trataba de conducirla hacia la perdición. Estaba en juego su compromiso con el honrado e intachable Moisés de Arzuaga  y no sólo eso, sino también el buen nombre de la familia Castro.

   No estaba dispuesta a arrastrarlo por el lodo por alguien  tan réprobo como Castell.

   Aun siendo tan atractivo como era, aun cuando el sabor de sus labios seguía impreso en los propios, aun cuando su mera presencia bastaba para que el corazón hiciera extrañas cabriolas en el pecho y las piernas le temblaran, no se rendiría en ese duelo de voluntades.

   ¡Carol Castro era una oponente a temer e iba a demostrárselo!

   Apretó los dedos sobre la repisa de la ventana hasta hacerlos palidecer. Sus ojos buscaron los azules de Máximo Castell -incluso a esa distancia podía ver el brillo pícaro que desprendían- y decidió que a ese juego podían jugar los dos.

   -Señor, lo que me pedís es sumamente peligroso. Mi reputación quedaría en entredicho si fuese sorprendida con un hombre tan viril y apuesto como vos, bajo la ventana de mi alcoba al anochecer... -pestañeó repetidas veces con falsa timidez, pero no tuvo que fingir el arrobo que tiñó sus pálidas mejillas ante la escrutadora mirada de Max-. Sabéis que soy una mujer comprometida. ¡Mi prometido está a punto de llegar! -exclamó-. Marchaos, os lo ruego.

   La risa ronca de Castell le nubló los sentidos durante un momento, mientras veía cómo el muy desfachatado escalaba con agilidad la celosía, que ascendía desde el porche de la mansión hasta su ventana. El hombre exhibía un buen físico pues, con suma facilidad, llegó a su altura sin inmutarse.

   El contacto de la piel masculina volvió a aturdirla, tal como sucediera esa tarde al estar entre sus brazos. El muy osado le rozó el dorso de la mano con los nudillos.  Un cosquilleo le retrepó por los dedos, luego por el brazo. El roce era suave e incitante; su aliento cálido le acarició el oído mientras, con el rostro a escasos milímetros del suyo, susurró:

   -Arriesgaos, Carol. La recompensa será muy dulce, os lo garantizo.

   Las dudas duraron tanto como el lapso entre un latido del corazón y el siguiente.

   -Está bien, señor, me rindo ante vos -retrocedió un paso evitando tan peligrosa proximidad-. Bajaré al jardín, pero dadme unos minutos para recomponer mi apariencia -bajó la mirada, azorada.

   -No necesitáis mejorar algo que no puede perfeccionarse -la reconvino zalamero.

   - Insisto, por favor... -el rubor en sus mejillas se intensificó.

   -Si me  lo pedís así, no puedo negarme -añadió, llevándose la mano a los labios para besar los fríos y temblorosos dedos.

   Luego desapareció de la ventana, volvió a bajar por la celosía hasta caer con la agilidad de un gato en el exuberante jardín de los Castro.

   Aunque el gesto de Max había pretendido ser galante, no seductor, a Carol le había costado un esfuerzo titánico no ceder a él. Su fuerza de voluntad se resquebrajaba y él lo sabía; se reflejaba en las promesas que escondían esos ojos negros.

   Los labios masculinos esbozaron una sarcástica y arrogante sonrisa cuando la vio reaparecer poco después, envuelta en sedas blancas, con la esplendorosa cabellera castaña rodeándola como un halo. Bajo el cielo oscuro resaltaba como la más hermosa de las criaturas. Embelesado, la vio levantar los brazos.

   - Señor, soy una dama y una Castro. De ningún modo puedo consentir que me obsequiéis con nada sin hacer lo mismo.

    El ceñido corpiño del vestido al que había prendido una flor se tensó, la plenitud de los pechos resaltaba aún más bajo la tela. El seductor  movimiento atrapó la mirada del hombre que no reparó en nada más hasta  que fue demasiado tarde.

   Un balde de agua helada cayó sobre él, empapándole desde la punta del pelo hasta los pies.

   -¡Aaaah! -se quejó sacudiendo la cabeza-. Ahora sí, tengo las calzas bien ajustadas, mocosa -rezongó mientras la risa cristalina de Carol resonaba sobre su gallarda y mojada estampa y, prudente, se amparaba en la seguridad de su alcoba.

   El tiempo apremiaba. Aún debía prepararse para recibir a su prometido, Moisés de Arzuaga y, nadie, ni siquiera Máximo Castell iba a impedirlo.

En la soledad de su finca Máximo pensaba en lo sucedido esa noche....no podía evitar sentir admiración por la forma en que ella se había burlado de él, pero no le había servido de nada: ni cien cubos del agua más helada serían capaces de apagar el ardor que Carol Castro despertaba en él.

La conocía de toda la vida, ya que Pedro Castro, su tío y tutor, poseía una finca lindante con la suya, y en cuanto ella cumplió quince años se le hizo evidente la clase de beldad que llegaría a ser. Pronto empezó a encontrar a todas las mujeres con las que se topaba insignificantes en comparación con la joven y en cuanto ella creció un poco más se dio cuenta de que cada vez pensaba más en ella hasta que llegó el día en que admitió para sí mismo que se casaría con Carol Castro o no lo haría con nadie.

El problema era que, a pesar de contar con una extensa finca, “Buenavista”, no podía competir en riquezas con ninguno de los pretendientes que había tenido Carol y conociendo la ambición de Pedro Castro sabía que jamás lo aceptaría a él como futuro esposo de su sobrina, pero prometerla a ese.....ese vejestorio, que le llevaba más de veinte años,  por muy marqués que fuese, ya era demasiado....y esa estúpida chiquilla parecía tan conforme con el destino que la esperaba, como si ella hubiese nacido para algo distinto que para estar entre sus brazos, ¿acaso no sabía que el matrimonio era para siempre?

Siguió cavilando sobre la forma de impedir el enlace pero ninguna solución acudía a su mente y a la vez que el tiempo con el que contaba disminuía su desesperación aumentaba... ¿qué podía hacer para evitar perder a la única mujer que realmente le interesaba?

Carol terminó de bajar las escaleras, respiró hondo, se alisó unas arrugas imaginarias del vestido y encaminó sus pasos hacia el salón donde la esperaban su tío y su prometido.

Al verla entrar su tío se puso de pie.

-Ah! ya estás aquí...nuestro querido Arzuaga comenzaba a impacientarse-dijo su tío con una sonrisa en los labios.

El aludido también se puso en pie.

-Permitidme que os diga que estáis muy bella esta noche- dijo acercándose a Carol y besándole la mano con delicadeza.

-Gracias sois muy amable- Carol no pudo evitar pensar que el roce de aquellos finos labios sobre sus dedos no le provocaba el mismo efecto que los cálidos labios de aquel truhán...

¿Pero qué estaba haciendo? ¿Cómo podía estar pensando en otro cuando era su prometido el que la estaba besando?

Mientras tomaba asiento, tampoco pudo dejar de notar la diferencia física que existía entre los dos hombres, la verdad que Arzuaga, aunque no era un viejo decrépito como Max había dicho, distaba mucho de ser un hombre fornido y bien formado como Máximo.

No es que fuera un hombre mal parecido, al contrario, tenía una suave expresión y unos modales impecables... entonces ¿por qué no podía dejar de pensar en Max y en sus palabras? Sacudió ligeramente la cabeza para sacarse todas aquellas tonterías de la cabeza, este hombre era su prometido y sería un buen esposo, estaba segura de ello. Si no su tío nunca lo hubiera escogido como posible candidato.

-Carol… ¡Carol!

   Carol se sobresaltó ante el inquietante tono de voz de su tío, dudando, avergonzada, del tiempo que había estado absorta en sus pensamientos.

-¡Oh, discúlpame, tío! Pero con la llegada de don Moisés no he podido evitar acordarme de todas las gestiones que han de quedar arregladas antes de la boda. -Trató de convencerles para explicar su aturdimiento.

-No te inquietes, querida. Todavía faltan dos semanas. Lo más importante ahora es que escuches a tu prometido, ha venido para decirte algo.

   Carol se inquietó. ¿La habría visto besándose con Max? ¡Oh, por dios, ese canalla le iba a arruinar la vida!

-Carolina, tengo el honor de invitarle a la fiesta que celebrará el duque de Hierbabuena en su palacete de las afueras. Sebastián es un gran amigo mío y ha tenido la cortesía de invitarnos para poder disfrutar de su compañía y de la de importantes señores de la ciudad.

-¡Pero eso es estupendo! –Respiró aliviada al no haber oído el apellido Castell en ninguna de las palabras.- En cuanto me acerque a la ciudad encargaré que me preparen un vestido para la ocasión.

-Hay un pequeño inconveniente.- respondió temeroso don Moisés.- La fiesta es en dos días.

-¿Dos días? ¿Sólo dos días? No podré encontrar un vestido apropiado en tan poco tiempo.

-La premura de la fecha se explica por la repentina llegada de doña Elena, hermana del duque de Hierbabuena. Ésta ha estado viviendo en Inglaterra durante dos años y ha decidido volver a pasar un tiempo con su familia. No te preocupes, Carolina, estarás hermosa con cualquier vestido que decidas llevar. –Carol no estaba convencida de esa afirmación. Dos días era muy poco tiempo.- ¡Ah! Se me olvidaba. El duque nos exige una condición para asistir. Como es un baile de disfraces, es obligatorio llevar puesta una máscara.

Don Moisés de Arzuaga y Carolina de Castro, acompañada ésta por su prima Sabrina, llegaron una cálida mañana de sábado al palacete de Don Sebastián, duque de Hierbabuena.

Carol no había visto jamás un lugar tan hermoso como aquel y eso que sólo había alcanzado a observar sólo una parte del gran palacete.

El ambiente del lugar reflejaba el trajín que conlleva los preparativos previos de una fiesta. Muchísimos criados andaban de aquí para allá colocando flores, limpiando la porcelana y subiendo maletas.

En todo ese bullicio, apareció Don Sebastián para dar la bienvenida a los recién llegados.

-Querido Moisés, que alegría verte – dijo el duque- No sabes lo que me complace que hayas aceptado mi invitación y que nos acompañes, a Elena y a mí, en la fiesta de máscaras de esta noche.

 - No podía faltar a una invitación hecha por mi viejo y querido amigo – dijo Moisés- ¿Y Elena?

 -   Se encuentra en su alcoba en estos momentos. No se encontraba muy bien esta mañana y ha decidido descansar unas horas. Por favor disculpa, que no esté aquí para darte la bienvenida.

-   Pero ¿es algo grave…? -dijo Moisés.

-   No, no es nada importante, sólo es un leve dolor de cabeza, no te preocupes. Esta noche estará como nueva y podréis hablar como en los viejos tiempos.

Elena y Moisés habían sido muy amigos desde la infancia, más que amigos eran confidentes, hasta que Elena se marchó a Inglaterra sin ninguna explicación y no había vuelto a saber nada de ella hasta ahora, dos años después.

-   Sebastián, quiero presentarte a mi prometida, la Señorita Carol Castro y a su prima, la señorita Sabrina Castro- dijo Moisés.

-   Bienvenidas a mi casa, señoritas. Debo decir, que siempre me complace ver rostros sumamente bellos – dijo Sebastián de forma pícara.

-Encantada don Sebastián, y gracias por el cumplido.  Moisés me ha hablado mucho de usted- dijo Carol-

-   Por favor llámeme sólo Sebastián. Espero que todo lo que le haya dicho Moisés sean cosas buenas – dijo sonriendo a su amigo

-   Por supuesto Sebastián- dijo Carol tímidamente.

-   Tiene una casa muy bonita señor – dijo Sabrina.

-   Me alegro que le guste señorita, pero aún no ha visto lo más hermoso que hay en esta casa – dijo Sebastián con una radiante sonrisa

 -   Pues estamos ansiosas por verlo, verdad Carol- contestó Sabrina.

 -   No hay ninguna prisa señoritas, todo a su tiempo. Después de este largo viaje, será mejor que suban a sus habitaciones y descansen un poco, ya que esta noche deben lucir radiantes en mi fiesta, ¿no les parece?

 -   Si señor – contestaron Carol y Sabrina al unísono.

 -   Así me gusta- dijo Sebastián- Mientas tanto, Moisés y yo, nos vamos a ir a la biblioteca a tomarnos una buen coñac y a hablar de unos asuntos que tenemos pendientes.

El cuarto que habían asignado a las primas, era espacioso y estaba decorado con gusto.

Carol miró la gran cama que debería compartir con Sabrina.

-Deberíamos intentar dormir un rato, antes de...-comenzó a decir Carol.

Pero Sabrina se paseaba inquieta por la estancia, mirándolo todo.

-No sé cómo puedes pensar en dormir yo estoy tan emocionada, que creo que no podría pegar ojo.

Carol sonrió.

-Yo también estoy emocionada, pero creo que será mejor intentar descansar, o lo más probable, es que esta noche caigamos rendidas de agotamiento antes de que termine la velada.

-Tienes razón- dijo Sabrina pensativa- Tú siempre tan previsora; es lo que me gusta de ti, que siempre sabes que es lo que se debe hacer, eres una mujer tan sensata.

Carol elevó una de sus delicadas cejas y miró a su prima.

-¿Tú crees?- ella no se consideraba muy sensata, sobre todo si pensaba en como se había dejado besar por Máximo.

Sintió un cosquilleo en la boca del estómago, al recordar la calidez de aquellos labios sobre los suyos.

Sacudió ligeramente la cabeza;... ¿sensata? en esos momentos no lo parecía.

Ayudó a Sabrina a desprenderse del vestido y ésta a su vez la ayudó a ella. Las jóvenes se metieron en la cama.

Permanecieron calladas unos momentos, hasta que Sabrina rompió el silencio.

-¿A qué crees que se refería Don Sebastián, cuando dijo que había algo más hermoso en la casa?-dijo intrigada.

-No tengo ni la menor idea. Supongo que al salón preparado para la fiesta de esta noche o incluso a los jardines... quien sabe...ahora intenta descansar.

Volvieron a quedarse en silencio.

Carol sonrió ligeramente, cuando al poco rato sintió la respiración acompasada y regular de Sabrina.

Para ella no sería tan fácil. Tenía demasiadas cosas en la cabeza. El baile de esa noche, su próxima boda...tan sólo faltaban dos semanas, quedaban tantos detalles y también estaba... ¡OH DIOS MIO!, pensó irritada, ¿por qué no se podía sacar de la cabeza a ese canalla?

No entendía por qué mientras pensaba en todo lo que tenía pendiente por hacer, tenía que aparecer Máximo, él no era un asusto pendiente ¿o sí lo era?

Desesperada y enojada consigo misma se dio la vuelta y apretó los ojos para intentar dormir. Sería mejor que estar pensando en lo que no debía.

Poco a poco el sueño también la fue venciendo a ella.

Se dejó llevar por la agradable sensación, mientras en su mente se dibujaban unos sonrientes ojos azules. Un suspiro se escapó de sus labios mientras el sueño la atrapaba por completo.

Por fin había llegado la noche.  Carol estaba sola cerca de uno de los ventanales del salón, contemplando como las parejas giraban vertiginosamente al ritmo de la música.  Había llegado allí con Sabrina pero ésta se había ausentado un momento con la escusa de necesitar refrescarse un poco.  Y allí estaba ella, ataviada en un precioso vestido burdeos y esperando sin nada de emoción la llegada de su prometido.  Al poco, entre las parejas que giraban al ritmo de un vals apareció éste, con la máscara negra que le había informado que iba a llevar.

-Buenas noches -le saludó ella intentado aportar a sus palabras más entusiasmo del que sentía.

Pero él no le contestó, se limitó a ofrecerle una mano.  Y cuando ella le acercó la suya, la tomó posesivamente y la arrastró al salón del baile.  Ellos nunca habían bailado antes.  Carol imaginaba que él sería tan comedido en el baile como en el resto de sus pasiones.  Sin embargo, esa mano ceñida a su espalda, esos ojos que se clavaban en los suyos, ese modo de hacerla girar que le robaba el aliento...  ¿sería posible que estuviera tan equivocada con respecto a su prometido?

-Bailas muy bien -le comentó emocionada

Él seguía en silencio.

-¿Por qué no me contestas?, ¿ocurre algo?

Él la apretó más fuertemente contra sí.  E inclinó sus labios contra la sensible piel de la oreja de Carol.

Y deposito un leve beso.  Seguidamente, comenzó a dirigirla hacia el balcón.  Ella, confundida y agradada porque su prometido era capaz de acelerar su corazón, lo siguió arrobada, sin importarle el qué dirán si alguien los veía.  Pues, al fin y al cabo, se iban a casar en dos semanas.

La brisa fresca nocturna despejó algo su cabeza.  Se lo quedó mirando.  ¿No era algo más alto y fuerte de lo que lo recordaba?  Entonces él se inclinó sobre ella, reclamando su boca.  Y justo cuando iba a besarla ella cayó en la cuenta del color de sus ojos.  Azules.  Sobresaltada le quitó la máscara.  Era él.  Habría soltado un grito y vuelto huyendo al salón.  Pero el alocado latir de su corazón la hizo despertase.  Había sido un sueño.  Pero todavía parecía estar viendo esos ojos burlones y posesivos, el casi roce de esos labios, el eco de esa risa que de seguro estaba sonando en los salones de su sueño.

Cuando por fin abrió los ojos, comprobó que seguía en la habitación y que Sabrina ya estaba preparándose para la fiesta.

-Carol, venga, date prisa o no terminaremos nunca. No quiero ser la última en aparecer.

-Sí, ya voy- todavía se sentía un poco aturdida por el sueño que acababa de tener, ese maldito Máximo...

Comenzó a ponerse el precioso vestido color burdeos que había escogido para la ocasión.

-Es una pena no haber dispuesto de más tiempo, me hubiera gustado tener un vestido nuevo- dijo Sabrina un poco contrariada.

-Con ese estás preciosa.

-Gracias, Carol, eres muy amable.

La muchacha que las estaba ayudando, hizo un trabajo sorprendente con sus cabellos, unos recogidos complicados y muy elegantes.

Ambas se miraron en el espejo.

-Estamos preciosas, verdad Carol.- El tono de Sabrina era de pura dicha.

-Sí, estamos muy bien.

Ya se podía sentir el ajetreo de los invitados en el piso de abajo y el correteo de los sirvientes por el pasillo, ultimando los últimos detalles en la preparación del resto de invitados, que como ellas se alojaban en la casa.

-Bueno creo que será mejor que bajemos, no me gustaría hacer esperar a Moisés.

Se pusieron sus máscaras y se encaminaron hacia la escalera.

Desde arriba pudieron ver a Moisés que las esperaba, todavía no se había puesto su máscara, para que lo identificaran.

Al verlo allí de pie con la máscara negra en las manos, Carol no pudo evitar acordarse del turbador sueño de esa tarde.

Sacudió ligeramente la cabeza, para librarse de aquellos pensamientos y poniendo su mejor sonrisa bajó las escaleras en dirección a su prometido.

Al verlas, Moisés se acercó a la escalera y le tendió la mano a Sabrina.

-Estáis encantadoras.

-Sois muy amable Moisés, también se os ve muy elegante, ¿pero no deberíais poneros ya la máscara?- dijo Carol sin dejar de sonreír.

-Tienes razón, querida- y acto seguid se colocó el antifaz.

-Si me acompañáis hay algunas personas que me gustaría presentarte.

Carol posó la mano en el brazo que Moisés le ofrecía y Sabrina caminó a su lado.

Se adentraron en el bullicioso salón, y se dirigieron hacia un grupo de personas que charlaban muy animadas.

-Señores, buenas noches.-Dijo Moisés al llegar al grupo- Me complace presentarles a mi prometida la señorita Castro y esta es su encantadora prima.

Las jóvenes hicieron una leve inclinación de cabeza a modo de saludo.

-Dos jóvenes encantadoras, Arzuaga, viejo bribón, has tardado en decidirte, pero ahora entiendo porque.

Carol sintió que los colores subían a sus mejillas, pero procuró sonreír con naturalidad.

Moisés estaba presentando a los componentes del grupo, cuando se sintió una ligera conmoción en el salón.

Carol giró la cabeza para ver qué era lo que sucedía. Don Sebastián acababa de entrar en el salón y de su brazo iba la mujer más hermosa que Carol hubiera visto jamás. Su cabello, extremadamente rubio estaba recogido con maestría sobre su cabeza, dejando que unos tirabuzones cayeran graciosamente a los lados de la cara, una cara que ere un ovalo perfecto, de piel blanca y aterciopelada, sus ojos de un azul muy claro, recorrían la sala mirando a todos los presentes, sus labios pequeños y llenos mostraban una sonrisa adorable, que hacía que todos los hombres presentes en la sala no le pudieran quitar la vista de encima. Su cuerpo era esbelto y se movía con gracia.

Vio que se encaminaban hacia donde ellos se encontraban, miró a su prometido con la intención de preguntarle si aquella era la hermana de Don Sebastián, pero Moisés también estaba absorto contemplando a la bella mujer.

-Buenas noches queridos amigos- dijo Don Sebastián- aunque la mayoría ya la conocen, quiero presentarles a mi querida hermana, Elvira, ha estado fuera muchos años y ahora por fin a decidido volver y quedarse.

Todos festejaron la noticia y saludaron a la mujer.

Al verla más de cerca Carol se dio cuenta de que no era tan joven como se había imaginado al verla, pero de todas formas era una mujer muy hermosa.

-Mira querida, aquí esta nuestro buen amigo Moisés.

Moisés cogió la mano de Elvira y con un delicado gesto se la llevó a los labios.

-Es un placer volver a veros después de tantos años.

-El placer es mío, veo que estáis igual que siempre.- Moisés hizo una pequeña inclinación de cabeza y cogiendo la mano de Carol dijo- Quiero presentaros a mi prometida, Carol Castro.

-Es un placer conoceros- dijo Carol.

-El placer es mío querida, tenía ganas de conocer a la mujer que por fin había conseguido atrapar a nuestro querido amigo.

Carol forzó una sonrisa.

Don Sebastián se acercó a su hermana y cogiéndola por el codo dijo muy orgulloso- Ven como en esta casa había algo más hermoso todavía. Sé que es amor de hermano, pero no lo puedo evitar.

-Oh! Sebastián eres imposible, siempre haces que me sonroje.

Todos los presentes sonrieron ante el desenfadado comentario. Todos menos Carol, Había algo en aquella mujer que no le terminaba de convencer.

La orquesta estaba tocando desde hacía rato.

-Querida, ¿no te importará que te robe a tu prometido durante un rato, verdad? Me encantaría bailar contigo esta pieza, por los viejos tiempos.

Carol creyó ver un brillo especial en aquellos cristalinos ojos al decir aquellas palabras.

-Por supuesto- dijo Carol mirando a Moisés- no hay ningún problema.

Moisés cogió la mano de Carol, se la besó suavemente y dijo- Gracias querida.-Se giró hacia Elvira y ofreciéndole el brazo dijo- Vamos entonces.

La mujer posó con gracia felina su mano sobre el brazo de Moisés y se encaminaron hacia la pista de baile.

Don Sebastián estaba hablando con otro invitado y en ese momento un joven vino a pedir ese baile a Sabrina, que miró dubitativa a su prima, ésta asintió y vio como la pareja también se alejaba.

Suspiró y se giró a mirar por el enorme ventanal que estaba su espalda y que daba a los jardines.

 Hacía una noche preciosa. Una luna grande y brillante iluminaba los almendros del jardín cuya flor anunciaba desde hace tiempo la llegada de la primavera. Un débil rumor procedía de una fuente donde el agua emanaba del cántaro de una sirena abrigada por los enormes brazos de un imponente tritón. Una brisa suave hacía que los tulipanes se mecieran emulando los movimientos del mar.

   Mientras tanto, inquietos pies se movían incesantes por todo el salón al son de un alegre ritmo. Las risas sonaban por encima de coloridas plumas y máscaras que denotaban el carácter festivo de un baile de disfraces. Era el ambiente idóneo para conversar, reencontrarse con viejos conocidos o presentarse en sociedad. La ocasión ideal para que el libertinaje y los escarceos amorosos pudieran disfrutarse con la discreción que una máscara otorga. Todos los invitados gozaban de la fiesta. Todos, menos Carol.

   Ahogada por unos angustiosos sentimientos, la joven decidió buscar la tranquilidad del jardín. Ansiaba  que el aire fresco la calmase. Necesitaba poner en orden sus pensamientos. No estaba preparada para casarse en 10 días. No sin amor. No quería convertirse en una de esas mujeres amargadas por un tortuoso matrimonio, donde el marido las despreciaba mientras no estaba ocupado calentando la cama de alguna más joven. Don Moisés parecía un hombre apacible y respetuoso pero, no, ella no le amaba.

-Vaya, vaya, ¿pero qué tenemos aquí? Santo cielo, no veía una figura tan magnífica desde hace varias décadas.

  Sobresaltada, Carol se dio cuenta de que se encontraba al lado de un fornido hombre en cuya presencia no había reparado tras salir aturdida del salón.

-No me mires así, monada. No voy a hacerte daño. Sólo quiero disfrutar un rato de tu compañía. -El hombre vestido con un traje de pana negro y una máscara turquesa se acomodó al lado de la joven.

Una extraña fragancia se coló por las pequeñas fosas nasales de Carol. ¡Un olor repugnante! La hermosa joven le miró sorprendida por su descaro cuando se percató de que el desconocido posó una callosa mano en su rodilla. Indignada, ésta se levantó para insultarle cuando el hombre desveló una amarillenta sonrisa donde se notaba que le faltaban varias piezas dentales. ¡Pero qué tipo más asqueroso!

-Discúlpeme caballero, pero me he demorado mucho aquí fuera. Mi prometido -dijo enfáticamente para amedrentarle- estará buscándome desesperadamente.

-Oh, no te preocupes. No hay varón ahí dentro que no esté ahora mismo ocupado con alguna mujerzuela.

   ¡Será descarado! Carol pensó que lo mejor era hacer oídos sordos y volver a la fiesta, pues nadie sabía que se encontraba en el jardín. El hombre, viendo la intención de la joven, la agarró por la muñeca y la atrajo hacia su regazo. No estaba dispuesto a desperdiciar la oportunidad de probar los gruesos labios que esa muchacha exhibía con orgullo.

-Pero, ¿está usted loco? ¿Qué está haciendo? ¡Suélteme ahora mismo! Como se entere Don Sebastián, el gran amigo de mi prometido, creo que le quitará las ganas de volver a asistir a una fiesta durante mucho tiempo. -dijo entrecortadamente mientras forcejeaba con aquel tipo que mostró tener verdadera fuerza.

-Ven aquí, monada. No sabes lo que me hace tu mirada. No temas, suelo ser muy cuidadoso con las mujeres. -Tras decir esto, el desconocido estiró de Carol y tras sujetarla plantó sus finos labios sobre los de ella. Su callosa mano apretaba la cabeza de la joven para conseguir que ésta abriera sus labios y poder probar el calor de su boca. Carol, sin embargo, lo que hizo fue morderle desesperadamente en el labio inferior con la única intención de poder huir de ese insistente y maloliente miserable.

   Tras un horrible quejido, ésta quedó libre de los grandes brazos de su oponente y salió corriendo hacia el salón. Asfixiada, más por temor que por el esfuerzo físico, corría sin cesar en busca de compañía, cuando de repente sintió un punzante dolor en la cabeza. La callosa mano la había agarrado del pelo y sin piedad la estaba llevando de vuelta al banco de piedra.

-¡Déjeme en paz! -chilló desesperada Carol.- ¡Me está haciendo daño!

   El desconocido la sujetó por los hombros haciéndole que le mirara. Unos ojos oscuros la observaban a través de la máscara. Unos ojos nublados que hicieron que Carol temblara en su interior. ¡Oh dios mío, cómo había sido tan tonta de salir sola al jardín!

-Ah, pequeña, esta noche vamos a disfrutar mucho los dos. Ya verás. -una desagradable mueca se dibujó en los finos labios del hombre.

-¡Suélteme, por favor! No diré nada a nadie, ¡pero suélteme! -Carol comenzó a forcejear con todas sus fuerzas mientras varias lágrimas le rodaban por las mejillas.

   Aquel hombre, emocionado por su inminente éxito, asió el tirante del vestido de Carol e intentó deslizarlo por su brazo. Ésta, aterrorizada por lo que estaba a punto de suceder, pataleó y gritó hasta hacerse daño en la garganta.

-¡Suéltame, desgraciado! -le escupió.

-Ya has oído a la señorita. –Una voz ronca surgió a pocos metros de ellos.

-¿Pero qué diablos…? ¡Vuelve a la fiesta y déjanos en paz! -se cabreó el ansioso hombre por la inesperada interrupción.

-La señorita quiere que la sueltes. -insistió la misteriosa voz, esta vez con un tono más impaciente.

   Carol se giró para agradecer ese bendito paréntesis. El hombre que hablaba se encontraba apoyado en un rincón oscuro mientras mantenía los brazos cruzados. Debía vestir un traje oscuro y una máscara oscura porque no podía distinguirse las formas de su cuerpo. Sólo se podían discernir dos intensos ojos azules.

-¡Vete al cuerno! -maldijo el asqueroso hombre mientras que intentaba arrastrar a Carol hacia un lugar más retirado.

   Un movimiento rasgó el aire haciendo que el asqueroso hombre aullara de dolor. Una enorme herida cruzaba el dorso de su mano derecha y empezaba a sangrar. El látigo que el hombre del rincón sostenía había golpeado la mano de aquel miserable.

-Maldito, hijo de… ¡Esto no va a quedar así! ¡Le juro que me las pagará! -rugió el hombre asqueroso mientras se alejaba despotricando herido tanto en su mano como en su ego.

-¡Oh, gracias, señor! -una aliviada Carol lloraba por la emoción- No sabe cómo acaba de ayudarme. No sabe lo que acaba de hacer por mí. Estaré eternamente agradecida, señor.

-No se preocupe. No me debe nada. -el hombre se disponía a salir de la oscuridad del rincón para poder conversar con Carol- Yo…

-¡Carolina! ¡Gracias a Dios que estás bien! -don Moisés irrumpió con un gran gesto de preocupación y cogió por las manos a Carol- Hemos oído gritos en el jardín y al no encontrarte en el baile he pensado lo peor. ¿Qué ha ocurrido?

   Carol se giró hacia la oscuridad del rincón. Tenía que terminar de agradecerle a ese oportuno salvador el haberla ayudado. ¿Pero dónde había ido? No había nadie en aquel lugar. Aquel misterioso hombre de ojos azules se había ido. 

 

Acompañaron a Carol al interior de la casa, donde se había formado un pequeño revuelo entre los invitados, que curiosos querían enterarse de lo que había sucedido.

-No ha pasado nada- dijo el anfitrión -Que siga la fiesta por favor- hizo una señal a los músicos y éstos comenzaron a tocar de nuevo.

Poco a poco la gente comenzó a disfrutar del baile, olvidándose del incidente.

-¿Seguro que te encuentras bien querida?- dijo Arzuaga con cara de preocupación.

-Sí, pero creo que ahora preferiría retirarme a mi cuarto, si no te importa.

-Como quieras- dijo, mientras depositaba un suave beso en su mano enguantada.

-Te acompaño- dijo su prima.

-No hace falta que dejes la fiesta por mi culpa.

-Insisto- dijo la joven tajante.

-Está bien. Si me disculpan- mirando a sus anfitriones- siento lo sucedido.

-Por favor señorita Castro, no ha sido culpa suya, debería ser yo el que me disculpara, no sé como ese individuo ha podido...

-No importa, de verdad, sólo ha sido un susto- esbozó una sonrisa- buenas noches a todos.

-Buenas noches, querida.

Las dos jóvenes se encaminaron al piso de arriba.

-¿Seguro que estás bien?

-Sí, sólo que ya no tengo ánimos para seguir entre la gente y no quiero estropearos la fiesta. Y tú, vuelve ahí abajo y disfruta.

-Está bien, pero...

-No insistas, estoy bien, ya lo he dicho, sólo fue un susto- sonrió para tranquilizarla, de dio un empujoncito hacia la escalera y la despidió con un gesto de la mano- venga, ve a divertirte.

-Está bien- no muy convencida volvió a bajar las escaleras.

Carol cerró la puerta tras de sí y dejó escapar un suspiro.

Todavía le temblaban las piernas. Se sentó en una silla que había junto a la ventana y contempló, pensativa, las estrellas.

En el salón todo el mundo se divertía. Entre las múltiples parejas que bailaban alegremente se encontaban Arzuaga y la bella anfitriona.

-Cambia esa cara, por favor- dijo ella con una dulce sonrisa.

-Lo siento, me ha preocupado lo ocurrido con Carol.

-Pero no ha pasado nada grave -dijo como restándole importancia al asunto- gracias a dios- añadió, no quería que se notara lo poco que le importaba aquella joven.

-Sí, es cierto- miró a su compañera de baile y sonrió.

Animada por su expresión dijo con voz dulce y medida.

-Te he extrañado todos estos años.

Él la miró a los preciosos ojos azules y no pudo evitar el ligero tono de reproche en su voz al decir- Fuiste tú la que decidió alejarse.

-¡Oh! entonces era joven e inexperta, me sentía tan insegura...

-Podrías habérmelo dicho, en vez de desaparecer.

-Sabes que estaba loca por ti..., pero tu declaración me asustó, pensé que sería mejor dejar pasar el tiempo para aclararme las ideas.

-Has tardado mucho en aclararlas- había resentimiento en su voz.

-Si hubieras ido tras de mi...

-¿Era eso lo que pretendías? ¿Que corriera de tras de ti como un perrito faldero?

-No te enfades, no quiero que nuestro reencuentro sea desagradable- le dedicó una de sus mejores sonrisas.

-Has sido tú la que ha sacado el tema- dijo todavía un poco dolido.

-Lo sé, pero sólo quería que supieras que durante todos estos años no he podido olvidarme de ti... -lo miró a los ojos y poco a poco bajó la vista hacia sus labios-... ni de tus besos.

Carol se derrumbó en su cama llorando, pensaba que iba a ser ultrajada por culpa de ese horrible hombre que se le había acercado en el jardín.

-¡Dios Mío! ¡Si no hubiera sido por ese desconocido, no sé qué habría sido de mí!-Susurró enjuagándose las lagrimas que caían por sus mejillas.

En ese mismo instante oyó un crujido en un rincón de la habitación y dirigió su mirada hacia ese lugar.

-¿Quién anda ahí?-Preguntó, pues aunque no estaban encendidas las luces de la habitación entraba un poco de luz gracias al balcón.

Como nadie contestaba y ella no pensaba que fuera una joven miedosa se acercó a la figura recortada por la luz de la luna justo en el momento en el cual se iba corriendo por el balcón y bajando al jardín. Fue corriendo al balcón para saber quién era esa persona que estaba en su habitación. En ese mismo instante su prima entró en la habitación.

-¿Estás bien Carol?-le preguntó mirándola.-Sí- le contestó Carol. ¿Qué hora es?

-Son las dos de la madrugad, Carol, la verdad es que pensé que te encontraría dormida ya- le dijo su prima.

-Sí, la verdad es que estaba a punto de hacerlo-contestó Carol. Vamos a dormir.

Se ayudaron mutuamente a desvestirse y se acostaron. Carol tuvo una pesadilla en la que veía a un hombre desgarrándola la ropa y a otro hombre que con un látigo la ayudaba, en ese mismo momento se despertó y caminó hacia la terraza sin hacer ruido pues no quería despertar a su prima.

Ahí se dio cuenta de que un sobre descansaba en un rincón del balcón, lo abrió con el corazón en un puño y leyó lo siguiente:

"Carol, espero de todo corazón que estés bien y me alegro de haber llegado a tiempo para que ese hombre...no quiero ni pensarlo. Espero que pronto nos veamos y me cuentes como te sientes.    Atentamente, Max.

Así que había sido él.......Dios mío.

“¿Qué cómo me siento?” Carol no hacía que dar vueltas por la habitación haciéndose una y otra vez esa pregunta… y debatiéndose entre el agradecimiento y la negación…

Por qué él… ahora sí iba a mostrarse engreído como si no lo fuera ya poco. Y seguramente hasta volvería a intentar embaucarla para que le diera las gracias, pero no él no se iba a conformar con un “gracias”, no y Carol lo sabía.

Después de dar unas cuantas vueltas por la habitación el sueño empezó a apoderarse de ella.

-Debo intentar dormir, mañana necesitaré muchas fuerzas para enfrentarme a él, ¿quién se ha creído que es? Primero me besa en el jardín, luego se mete en mis sueños y ahora esto… Se va a enterar de quién es Carolina Castro.

Se fue a acostar ajena a que su prima estaba despierta en la cama y la había estado observando y escuchando.

Unas habitaciones más allá estaba Moisés dando vueltas por la habitación casi con las mismas cosas en la cabeza que su prometida. Debía continuar adelante con este matrimonio que no solo le garantizaría descendencia, al fin y al cabo Carol era aún muy joven o debía darle una oportunidad a la mujer que había amado todos estos años y con la que posiblemente no tendría el heredero que tanto anhelaba. Pero… ¿cómo podría hacerle esto a Carol? Posiblemente la destrozaría pero por otro lado era demasiado hermosa como para no encontrar a otro hombre adecuado para ella…

Claro que no sería lo mismo con su tío debería enfrentarse a su furia. No, no podía hacerlo debía seguir adelante con los planes de boda, sí eso era lo correcto.

Moisés se asomó a la ventana y miró hacia la ventana de Carol, el jardín estaba iluminado con la luz de la luna y pudo ver claramente entre las sombras la figura de un hombre mirando hacia la ventana de ella.

No quería ni pensar, que era el malandrín que la ataco. Debería protegerla, pensó poniéndose en guardia enseguida, en vez de estar con la angustia y las dudas que poblaban su sentir. Se quedo un rato largo observando, hasta que el hombre desapareció en la penumbra de la noche. ¡Dios!, que tormento, sus pensamientos volvían a Elvira una y otra vez, no era buen indicio para el inicio de su vida conyugal. Pensar en Elvira le cambiaba el talante,  aun recordaba el sabor de sus labios, esa mujer era algo difícil de olvidar, ¿habría tenido algún amante durante su largo viaje?  ¿Por qué se atormentaba por algo que no podría cambiar? Carol, tan bella, llena de vida, exudaba pasión por cada uno de sus poros, porque en el momento en que apareció Elvira, fue como si ella no existiera. Arrastro sus dudas con él a la cama y trato de dormir.

Los pensamientos de Max  hacia el vejestorio ese no eran nada caritativos-¿Cómo podía dejarla sola?- Susurraba furioso- reconozco que es una mujer valiente, capaz de ponerle cara a cualquier situación, pero hay peligros  que no puede evitar ¿que hubiera sucedido si no hubiera estado ahí para protegerla?-“Hijo de mala madre”- repetía sin cesar. Si fuera mi prometida no me despegaría de su lado ni un maldito minuto. Si eso ocurrió en un simple baile, no se quería imaginar cuando ya estuviera casada, ¿Quién la protegería? es más no podía ni imaginarla casada, lo enfermaba pensar que ese vejete la fuera a besar y acariciar, que pariera sus hijos. Tengo que hacer algo, esta incertidumbre me está volviendo loco, ella será mía y de nadie más, se juro con un fervor ciego, producto de su amor. Se devolvió por un caminito de piedra y se perdió en la noche.

Carol se levantó sobresaltada, no por el susto de la noche anterior, si no por la oportunidad que estaba perdiendo de disfrutar más de la casa del Duque. Era una mujer práctica y no iba a dejar que ese incidente le arruinara el resto de la estadía ¡No señor! No quería pensar en el ataque o en la actuación de Max, si sobretodo no quería pensar en él, no quería que nada le delatara el talante de su corazón.

-Sabrina, muchacha, despierta, se ha hecho tarde y debemos arreglarnos, deben estar esperándonos en el comedor- corría por toda la habitación como gallina desplumada.

Sabrina la miraba con el ceño fruncido.

-Ya tranquilízate, nos esperaran – se sentó en la cama estirándose y observando con curiosidad a su prima.

-Que tienes- le pregunto Carol- me miras como si hubiera bailado desnuda alrededor de tu cama.

-Querida prima sabes que siempre he admirado tu sensatez. “Otra vez la maldita sensatez”- gimió Carol interiormente, esta muchacha no sabe de lo que habla.

-Por favor, dime que era la letanía de anoche- Carol no pudo evitar sonrojarse y apretando con sus manos el vestido que pensaba llevar, le espeto- No se dé que hablas, soñaste seguramente.

-Yo creo que no, ¿Amas a Max?- la miro fijamente a la cara buscando algún indicio en su semblante.

-Que más quisiera, ese tunante- la miro ofendida- pero sería mi perdición.

-No contestaste mi pregunta- Sabrina no le quitaba la vista de encima- es más guapo que Don Moisés- “No necesitas decírmelo” pensaba Carol consternada.

-Sabrina, por favor, esa es una base muy pobre para cimentar una unión en la que la belleza debe ser lo de menos.

-Siempre ha tenido debilidad por ti, la forma en que te mira cuando entras a una habitación.

-¡Por Dios! Es que te pusiste de acuerdo con él- la cogió por los hombros estrujándola- contesta.

-No- le respondió contrita.

-Disculpa- le contesto Carol, soltándola enseguida.

-Tienes razón, estoy equivocada en mis apreciaciones, ven te ayudo con el corsé.

Veinte minutos después, bajaban por la escalera para dirigirse al salón, un sirviente las escolto hasta el comedor, donde varias personas ya estaban reunidas. Localizo a Don Moisés, al lado de la belleza de la noche anterior, doña Elvira, que lo miraba con una caída de ojos calculada y un escote poco apropiado para la mañana.

-Señorita Castro, me alegra verla totalmente restablecida- le dijo Elvira zalamera.

-Buenos días a todos- se acercó a su prometido que se sonrojó, como si lo hubieran pillado en falta. Sabrina saludo tímidamente y se dirigió a la mesa de las viandas.

“Esa mujer es una coqueta”, pensó enseguida Carol, desviando la mirada de uno a otro intrigada.

-Querida- le ofreció el brazo don Moisés, restableciéndose enseguida de su sonrojo- veo que lo ocurrido anoche, no dejo huellas en tu hermoso semblante.

Elvira la miro con rabia disimulada. “Vaya, vaya”, tengo una rival, y se llevó a la mano a la boca para evitar proferir una carcajada. “Esto está bueno” se reprendió a sí misma- por andar pensando en unos ojos picaros y besos a escondidas, me quieren birlar el novio antes de la boda- pensaba mientras miraba a don Moisés.

En ese momento entro en el comedor el Duque de Hierbabuena, con “Oh no, le voy a retorcer el cuello” pensaba furiosa mientras Max Castell entraba muy orondo con el Duque, vio la mirada interesada de Elvira y quiso arrancarle los ojos con las uñas y eso que él no había tenido ni una mirada de caridad hacia ella, solo tenía ojos para Carol. Se sintió más furiosa todavía por su reacción, así no había reaccionado cuando encontró a don Moisés con la cara casi enterrada en el pecho de dicha mujer.

El duque se acercó a ellos con su acompañante, dio un cálido beso en la mejilla de su hermana y sonriendo dijo -Buenos días a todos, señoritas, espero que hayan pasado buena noche. ¿Cómo se encuentra hoy señorita Castro? Deseo de todo corazón que el incidente de ayer no perjudique su estancia en mi casa y le permita disfrutar de todo lo que tenemos preparado para hoy.

-No se preocupe, estoy bien- no podía dejar de sentir la mirada de Max sobre ella, eso la estaba poniendo nerviosa- y sin querer ser impertinente ¿con qué nos va a deleitar hoy?

-¡Ah! querida, me alegra que me haga esa pregunta, pero primero quiero presentarles a mi buen amigo Máximo...

-Ya lo conocemos -fue la rápida respuesta de Carol, al instante se arrepintió de haber abierto la boca.

-Sí, seguramente, no lo había pensado. Entonces ya que todo el mundo parece estar listo y ya nos conocemos todos creo que es hora de partir, los coches nos esperan. He organizado una pequeña comida campestre, con juegos al aire libre, creo que será divertido, ¿qué les parece? -dijo el hombre entusiasmado, esperando que la idea tuviera el mismo efecto sobre sus invitados.

-Es una idea estupenda querido hermano -dijo Elvira sonriendo de aquella forma tan encantadora que ningún hombre podía resistir.

Ninguno a excepción de Max, que no había mirado ni una sola vez en su dirección, eso hizo que el corazón de Carol palpitara alocado dentro de su pecho, se reprendió a sí misma, aquel hombre no era su prometido y no era lo que le convenía, que importaba que fuera el hombre más apuesto que ella hubiera conocido, que importaba que sus besos la hicieran sentir que podría alcanzar las estrellas con la mano, que importaba nada... estaba prometida a otro hombre.

En ese momento don Moisés la cogía del brazo para acompañarla hacia el exterior de la casa, no pudo evitar una mueca de fastidio cuando Elvira se precipito a cogerse del brazo de Max. Pero lo más sorprendente fue notar como la mano de don Moisés se crispaba sobre su brazo, Caro lo miró de reojo y pudo ver la expresión crispada de su rostro, frunció ligeramente el ceño, ¿qué significaba aquello?, ¿qué era lo que tanto parecía molestar a su prometido? la sola presencia de Max, o el hecho de que se fuera con la señorita Hierbabuena.

Los invitados se instalaron en los coches que ya los esperaban, todos reían y charlaban muy animados. La promesa de un día de campo había emocionado a todo el mundo, el duque sonreía triunfal al ver la buena acogida que su idea había tenido.

Cuando llegaron a su destino, todo estaba preparado, los criados se habían encargado de extender mantas sobre el césped, para las señoras, y algún que otro banco para las damas de más edad que no podrían sentarse en el suelo.

Las canastas con la comida estaban ordenadas sobre una gran mesa donde más tarde se dispondrían las viandas para deleite de todos.

Los invitados se encaminaron hacia la zona que se había dispuesto para los juegos, todo el mundo se entusiasmó y las más jóvenes dieron palmas emocionadas cuando alguien sugirió el juego de "la gallinita ciega".

Carol y Sabrina se mezclaron con el resto de los invitados, uno de los caballeros se ofreció para ser el primero en hacer de gallinita. Las mujeres aplaudieron encantadas, todo el mundo reía y disfrutaba. El joven tenía los ojos vendados y comenzó a corretear detrás de sus presas, que gritaban y corrían de un lado a otro para evitar ser atrapadas.

Carol también se sumó a la alegría del resto y se movía con agilidad evitando ser atrapada, se sobresaltó al sentir que la cogían por la cintura y la apartaban ligeramente del grupo.

Al girarse vio los preciosos ojos de Max.

-¿Qué se supone que estás haciendo? -dijo en tono enfadado- pensé que estarías pegado a las faldas de la señorita Hierbabuena.

-¡Uuumm! son celos eso que detecto en tu voz -dijo Max con una arrebatadora sonrisa.

-No seas impertinente, ¿por qué debería de sentir celos? soy una mujer que está a punto de casarse.

-Lo sé, me lo dices constantemente cada vez que estamos juntos -dijo pesaroso- lo que no se si lo haces para informarme o para recordártelo a ti misma.

Carol lo fulminó con la mirada, ese hombre era insufrible, como lo odiaba.

-No tenemos nada de qué hablar -dijo intentando alejarse de Máximo, pero él se lo impidió cogiéndola del brazo.

-Pues yo creo que sí... no puedo entender que haces con ese mequetrefe, que además sólo parece tener ojos para la señorita...

-¡BASTA YA!, siempre tenemos la misma conversación, ya me resulta aburrido... -lo miró a los ojos, aquellos ojos que la hacían temblar con sólo verlos-.... no te das cuenta de que no hay nada que hacer?, me voy a casar y ya está...-en su voz había un atisbo de duda, esa duda que la carcomía desde hacía unos días.

-¿Estás segura de qué es la mejor decisión?, no te lo volveré a preguntar - la miró con intensidad, haciendo que sus piernas parecieran débiles- si me dices que sí, desapareceré de tu vida para siempre.

Carol respiraba con dificultad, no podía apartar la vista de aquellos penetrantes ojos y en su cabeza daba vueltas una idea -no volver a ver Max- no podía ser, como no iba a volver a verlo él era... unas lágrimas asomaron a sus ojos y su mano subió hasta sus labios, cada vez le costaba más respirar, retrocedió un par de pasos, liberó su brazo de la mano de Max y se giró para irse.

-Carol -intentó detenerla, pero la joven se alejaba hacia una pequeña arboleda.

-Déjala -La voz de Sabrina sobresaltó a Max.

-¿Nos estabas espiando?- dijo un poco enfadado.

-No...- se encogió de hombros- sólo me preocupo por mi prima.

-Sí, perdona -se mesó el cabello- creo que deberías ir a buscarla, no parece que se encuentre muy bien.

-¿Por qué será? -dijo con ironía la joven.

-Sí, supongo que el responsable soy yo -suspiró- pero es que...

Sabrina levantó la mano para detenerlo -No me cuentes tu vida Max, no es a mí a quien tienes que convencer.

-Pero ella no me escucha.

-¿Le has hablado con franqueza, con el corazón o sólo te has dedicado a fanfarronear y a meterte con su prometido...?

-Yo no...

-Max, nos conocemos desde siempre, sé de sobra como eres -sonrió- y me pareces un bribón adorable, pero Carol ahora necesita otra cosa.

Diciendo esto se fue tras su prima y dejó a Max pensativo -quizás la joven tenía razón, el nunca le había expresado con palabras todo lo que ella significaba para él, aunque sería muy sencillo, ella era todo, era lo único que en esta vida tenía sentido para él, si ella le faltaba estaba seguro de que no podría seguir viviendo, no sin ella.

Máximo se alejo por un camino opuesto, no estaba de buen ánimo para reuniones. Necesitaba aire fresco y pensar.

De todas formas algo había sacado claro de su encuentro, Carol sentía algo por él, pero era tan obstinada, que antes se comería la lengua a decirle que lo amaba- sonrió pensativo- No iba a dejar de verla, le hablaría de sus sentimientos. Sabrina la conocía habían vivido juntas toda la vida y acataría de buena gana sus concejos, pero no iba a dejar interviniera en contra de él.

En otra parte del jardín Don Moisés caminaba con Elvira que lo iba alejando más de la gente, hasta entrar a un pequeño jardín cerrado. Se sentaron en un banco hablando de banalidades, cuando lo que ambos querían era hacer otra cosa, ahora que estaban solos.

-Elvira, creo que debemos volver- le decía el hombre con voz estrangulada y con ganas de besarla. Elvira no era ninguna tonta y así jugara sucio tendría a Don Moisés de vuelta en su vida.

-¿Me tienes miedo Moisés?- lo miro fijamente a los ojos.

-Tengo miedo a lo que siento, cuando estoy a tu lado, que es diferente- le miraba la boca- soy un hombre comprometido.

-No me importa, quiero algo de tu tiempo para mi, te necesito- lo miraba anhelante.

-Ojala hubieras dicho eso hace diez años- le espeto indignado de pronto- sabes cómo me sentí por tu partida, ninguna de las otras mujeres en mi vida han logrado opacar tu recuerdo.

-Se que cometí muchos errores, pero estoy aquí para repararlos, mi amor, por favor, démonos otra oportunidad.

-¿Estás loca? Que parte no has entendido, me voy a casar- Y en ese momento Elvira atrapo su boca en un beso sensual, él le respondió enseguida, se besaron con pasión, se saborearon como cuando se ha dejado de probar algo durante mucho tiempo y después no  se quisiera soltar. Don moisés introdujo la lengua en su boca, en un beso sin final, trataba de terminarlo, pero se repetía  “Una última vez, por favor” y empezaba nuevamente. Al final su razón primo sobre sus instintos y finalizo el beso con respiración entrecortada.

-Esto no puede volver a ocurrir- exclamo avergonzado.

-Oh si, querido ya lo creo que si- y sonriendo satisfecha se alejo por el camino, dejando a Don Moisés con el alma revuelta.

Cuando Carol, se reunió nuevamente con el grupo, ya estaba de ánimo más calmado. El duque  la intercepto.

-Vi que cruzaba unas palabras con Max ¿La estaba molestando?- Le pregunto curioso, pues para él no estaba pasando desapercibido todo lo que estaba ocurriendo a su alrededor. La mirada de ternero degollado, de Don Moisés hacia su hermana y luego la disputa de enamorados de este par.

-No, como se le ocurre, lo que pasa es que él y yo nos conocemos desde niños y siempre hemos  reñido como hermanos -le soltó Carol angustiada, de que él hubiera percibido otra cosa.   

-Entiendo, espero siga disfrutando- y se alejo de ella para reunirse con los demás, “Pero qué diablos está pasando aquí”   La mirada de Max no era la mirada de un hermano, eso era seguro.

La reunión siguió y en un momento dado, Elvira se acerco a Carol.

-Oh querida, ese prometido tuyo es todo un galán- la miraba fijamente para observar cualquier reacción, que le pudiera indicar que estaba molesta. Elvira estaba preocupada, había vuelto a casa por Don Moisés y se lo encontraba comprometido con esta muchachita que lejos estaba de hacerlo feliz, ella lo conocía lo amaba y aunque tuvo que alejarse tanto tiempo, sabía que él era el hombre para ella.

 

En todos aquellos años Elvira intentó con todas sus fuerzas olvidar a Moisés. Dos o tres caballeros que consiguieron acercarse a ella en todo este tiempo, no pudieron borrar el precioso recuerdo de aquellos besos ardientes y abrazos que sólo Moisés sabía ofrecerle. Había perdido diez años de su vida, había huido de lo que tenía en su alma. ¿Por qué? Tenía miedo que sólo el amor de ella no era suficiente. No estaba segura de que Moisés sentía lo mismo por ella, por eso se había ido, pero no pudo olvidarse de aquellos brazos fuertes y de aquella fragancia masculina que la atormentaba siempre que se acercaba a él.

Volvió decidida recuperar todo lo que había perdido y en cambio ¿que había encontrado? Un hombre comprometido con una joven de ojos castaños, alegre y llena de vida que dentro de muy poco tiempo se convertiría en la Sra. Arzuaga. Ese debería ser su sitio. Representaba un gran reto competir con aquella belleza llena de vitalidad. No le quedaba nada más que volver a despertar en Moisés antiguas chispas de amor, así hubiera tenido la posibilidad de ocupar el sitio de aquella exuberante preciosa. El tiempo no corría a su favor, se tenía que dar prisa, pero no quería forzar a Moisés más de la cuenta. Se dio cuenta que entre ellos no había amor, no era nada más que un compromiso. Resultaba que Moisés era todo un caballero y aquel compromiso era palabra de honor para él. El instinto de mujer le decía que todavía tenía un poco de suerte, había visto en sus ojos brillantes una pequeña llama de pasión con la que antiguamente la besaba y la estrechaba contra su poderoso pecho. Sólo tenía que avivar un poco aquella brasa que había en el fondo de sus ojos para tenerle otra vez en sus brazos y hacerle pensar  en su compromiso.

¿Y si podía conseguir posponer unas semanas la boda? Una idea brillante le pasó por la mente.

A toda prisa buscó a su hermano, a Don Sebastián. Se acercó a él y le dijo a su oído.

-Buena idea, Elvira. Me gusta. Voy a dar orden que prepare todo para mañana.- dijo este sonriéndole.

Moisés se había acercado a su prometida. Carol estaba sentada sobre una manta junto con su prima Sabrina. Las dos llevaban sombreros de seda para alejar los rayos del sol de sus delicadas pieles. Moisés trajo una de las cestas y se sentó al lado de su querida Carol.

-Es muy guapa Elvira.- dijo Sabrina mirando de reojo a Moisés.

Quería sorprender algún gesto que delatara sus sentimientos. Y lo consiguió. Moisés se sobresaltó al oír el cumplido sobre la que, hace diez años le había robado el corazón.

-Sí, es muy guapa.- dijo él sin mirar la cara de su interlocutora.

Aquella tardanza en contestar la hizo a Carol levantar la mirada de su plato y posar sus ojos en su futuro marido. Frunció el entrecejo. Ella se sentía culpable de sus sentimientos que empezaban a brotar en su corazón para Max y su prometido desenterraba antiguas emociones. No dijo nada.

Carol tenía ahora en que pensar, necesitaba poner en orden sus prioridades y más decidir lo que estaba bien para ella. Daba igual lo que había planeado su tío para ella, el matrimonio era una cosa sería y para toda la vida.

Al día siguiente, Don Sebastián había reunido a toda la gente en el enorme salón de su mansión. Todo el mundo había desayunado y esperaba con ansia la sorpresa que el anfitrión había preparado para ellos.

-Queridos amigos, quiero informaros que para hoy tenemos preparadas varias actividades que seguramente os va a encantar. Vamos a dar un paseo a caballo en la finca y después se están preparando unos concursos de equitación para los más atrevidos de ustedes.

Mientras su hermano anunciaba el programa para aquel día, Elvira se encontraba en los establos cortando las correas del caballo que será destinado a Moisés. No quería que le pase algo fuerte, pero si algo que le mantenga unas semanas en la cama y retrasar la boda. Quería tener tiempo para actuar.

Moisés cogió el brazo delicado de su futura prometida que junto con su prima Sabrina se dirigían hacia los establos. Allí, unos lacayos preparaban los caballos que servirían para pasear a los invitados.

Elvira se encontraba cerca de Don Sebastián y seguían de cerca el buen funcionamiento de las actividades que ella misma había propuesto. También se encargaba que todos los invitados sean atendidos según se acercaban a los establos.

Moisés les observó y todo su grupo se acercó a Elvira. Ella miró las listas y le dio a Moisés los números de los caballos que los tres tenían que montar: 22,23 24.

-¿Carol, querida, te gusta el paseo?

-Sí, mucho. ¿Por qué preguntas? ¿A ti no te gusta?

-No mucho. No estoy hecho para el campo. Me gusta cabalgar de vez en cuanto, pero no podría vivir aquí.

-Pues yo disfruto con la naturaleza. -dijo visiblemente decepcionada por no compartir con ella el gusto por el campo.- Me encanta escuchar el canto del viento entre las altas hierbas del campo, adoro el aroma de las flores silvestres. ¿Cómo no puede gustarte todo esto?

-Simplemente porque estoy hecho para la ciudad, para el alboroto de la calle, allí hay vida, todo se mueve se consume y se fabrica. Aquí todo parece estancado, deprimente, yo me aburro en este sitio si tengo que permanecer mucho tiempo. Querida mía, pronto tendrás que despedirte de este lugar. En cuanto nos casemos nos mudamos a la ciudad. Aquí vamos a venir de vez en cuando.

A Carol se le puso un nudo en la garganta. Era tan diferente de Moisés y obligarla a renunciar a su tranquila vida de provincia para estar aguantando la aglomeración de una ciudad, la ponía enferma, le daban ganas de llorar.

Moisés la miraba de reojo, se dio cuenta de que no le gustaba la idea y como si le leyera el pensamiento, le dijo:

-Ya te acostumbrarás a tu nueva vida.

¿Porqué no te puedes tú acostumbrar con la vida del pueblo?- pensó ella. Claro tú eres el hombre, el señor y el que manda.

Sus pensamientos volaban hacia la finca de Max. A este sí que le gustaba la naturaleza. Desde que se quedó con la finca había hecho un montón de arreglos, estaba muy orgulloso de su propiedad.

Detrás de ellos venían Elvira y Sebastián.

-Vamos a ver quien llega el primero a la casa de verano.-dijo Elvira riéndose.

Esa casa se hallaba a unos tres kilómetros y el terreno no era exactamente liso, para no decir que los viejos árboles que había por toda la superficie de la finca dificultaban más el desplazamiento.

-Vamos.-contestó Moisés impulsando su caballo a correr más de lo que era capaz pobre animal.

Carol y Sabrina no tenían ganas de sudar, así que se quedaron atrás con Sebastián a charlar sobre los preparativos de la boda.

Elvira corría delante y Moisés intentaba con todas sus fuerzas, mejor dicho con todas las fuerzas de su caballo a seguirla de cerca.

 De repente, las correas se soltaron y el caballo notándose suelto tiró con fuerza a Moisés que aterrizó a unos cuantos metros más adelante. Se dio un fuerte golpe en la cabeza y una de sus piernas tenía una postura antinatural. Elvira miró atrás y viendo que está sola se dio la vuelta. Bajó rápidamente al lado de Moisés.

-¿Qué he hecho? ¡Mi amor, contéstame!- dijo ella sujetando la cabeza de Moisés. ¡Un médico, llamad un médico!

Sebastián y las dos señoritas se acercaron deprisa. Carol saltó del caballo asustada.

Entre los invitados se encontraba el doctor Sánchez que enseguida acudió al lugar y examinando a Moisés dijo:

-Tengo que atenderle a la finca. Tiene rota la pierna derecha y se ha dado un buen golpe en la cabeza. Le voy a curar la herida e inmovilizarle la pierna. Me temo que no habrá boda hasta dentro de dos meses.

-Está descansando. Le he curado las heridas y le he inmovilizado la pierna rota. -dijo el médico.-Pueden entrar si quieren.- anunció él a todos los amigos ahí presentes que esperaban noticias sobre el accidentado.

Moisés, tumbado en la cama de la habitación que le fue designada, descansaba rodeado por un montón de almohadones. Bajo el efecto de las medicinas que el médico le había administrado, no sentía dolor alguno, pero aun así necesitaba descansar.

La primera que entró a verle fue Carol. Pasó tímidamente y se acercó a la cama mirándole.

-¿Estás bien?- preguntó ella viendo que los ojos de Moisés no estaban cerrados.

-La boda se pospone. No se sabe cuánto tiempo.- dijo él sin contestarle directamente a su pregunta.

-No pienses en esto.- dijo ella contestando a su preocupación.

En realidad no era preocupación lo que sentía Moisés. Algo le decía que esa boda iba a demorarse al infinito. Su rostro implacable lo confirmaba, pero Carol lo que vio en sus ojos era desanimo.

-Te dejo descansar. ¿Quieres ver a alguien?- preguntó ella susurrando.

-Dile por favor a Elvira que pase.

Carol abrió los ojos sorprendida por la petición, pero no comentó el deseo de su novio. Avisó a Elvira que Moisés quería verla.

-Lo siento mucho mi amor. -dijo ella nada más entrar. Me duele tanto verte sufriendo.- dijo ella amargada por el aspecto de su amado.

El daño causado era mucho más grande que ella hubiera deseado, pero se alegraba que Moisés estaba con vida y la asquerosa boda no iba a celebrarse.

-Me voy a casar pronto, Elvira. No me llames mi amor. Hace tiempo que no oigo esas palabras de la boca de alguien.

En aquel momento se dio cuenta de que Carol nunca le había llamado así, y posiblemente nunca lo hará. Para ella nunca será su amor. Miraba con ternura la cara preocupada de Elvira y sus ojos invadidos de lágrimas. Los ojos de Carol no reflejaban lo mismo. Se preguntaba si no estaba equivocado con la boda. El regreso repentino de Elvira y el interés que le mostraba le dio por pensar. En estos momentos tenía tiempo suficiente para aclararse las ideas.

En un principio iba a pedirle a Sebastián que le traslade a su mansión para que su médico le cuide, pero esto significaría estar lejos de Elvira. Quería comprobar sus sentimientos y los de ella, estar seguro por lo menos para sí mismo de que se equivocaba con la boda.

-Para mí siempre serás mi amor. - dijo ella haciendo caso omiso de su empeño en casarse.- Descansa, tienes que recuperar fuerzas. Voy a mandar que te traigan una sopa caliente.

Moisés se quedó bajo el cuidado de Sebastián y su hermana que mandaban al médico todos los días a examinarle.

-Creo que dentro de un mes y medio podrá bajar de la cama y empezar a caminar con dos muletas, hasta entonces reposo total en la cama.- dijo él con autoridad.

Carol canceló las pruebas para el vestido de novia ya que Moisés no concebía la idea de casarse con muletas.

Había salido de compras en la ciudad con su prima Sabrina. Estaban delante de una tienda de vestidos franceses y en el escaparate se podían admirar multitud de sombreros elegantes. Las dos miraban las bellezas expuestas cuando Sabrina se dio cuenta que delante de ellas se encontraba un hombre bien apuesto. Max las miraba esperando que le presten atención. Carol giró la cabeza.

-¿Qué haces aquí?- peguntó ella sorprendida.

-Lo mismo digo.-contestó él. Te he visto saliendo de la tienda de vestidos de novias. ¿Ya no te casas?- preguntó Max con una sonrisa pícara en la cara.

-´Sí, me voy a casar, pero se demora la boda por el accidente.

-Ya lo veremos.- dijo él más para sí mismo. He hecho unos cambios en la finca, me gustaría que los vieras, si puedes.

Sabrina había entrado en la tienda de vestidos para darles más intimidad. Había notado el cambio producido en su prima al ver a Max, aquella alegría que se podía leer en sus ojos al verle, no era sorpresa, era más bien alivio. Desde que han vuelto a casa no se habían encontrado y Carol iba todos los días a la mansión de Sebastián para visitar a Moisés.

-¿Qué me respondes?

-¿A qué tengo que responder? -contestó con otra pregunta, aunque sabía de sobra a que se refería Max.

-¿Aceptas mi invitación?, tú y Sabrina podríais venir a pasar la tarde un día de esta semana, te prometo que será divertido y veras las reformas que he hecho, creo que también te gustarán -se le notaba orgulloso de sus logros.

Carol no quería quitarle la ilusión, pero antes de darse cuenta las palabras ya brotaban de sus labios

-No veo por qué deberían gustarme, ni importarme tus malditas reformas -se hubiera mordido la lengua si con ello no hubiera demostrado a Max que no había sido su intención ser tan brusca y grosera, pero algo en aquel hombre la impulsaba a reaccionar así, a pesar de que cada vez que lo veía podía sentir como los latidos de su corazón se aceleraban.

Max no se dejó amedrentar por el caustico comentario de la joven -Eso es un sí -la deslumbrante sonrisa la desarmó por completo.

-Eres, eres...

-¿El qué tesoro? -dijo con voz melosa cerca de su oreja.

-No me llames así, yo no soy tu tesoro -le costaba respirar con el tan cerca, solo era capaz de percibir su fragancia, pero por lo demás era como si el aire se negara a entrar en sus pulmones, sólo su olor, ese maravillosos olor.

-De acuerdo, pero prométeme que pasado mañana vendréis a pasar la tarde conmigo -la expresión seria que había aparecido en su rostro confundió a Carol, era muy extraño verlo así, por lo general siempre se mostraba cínico y desenfadado, incluso irritado en alguna ocasión, pero aquella seriedad...

-De acuerdo -pronunció las palabras, pero no estaba muy convencida de que aquello fuera lo correcto, ¿qué diría Moisés si se enteraba?

-Estupendo, entonces os espero, ahora -hizo una exagerada reverencia- si me disculpas seguiré mi camino y te dejaré para que continúes con tus compras.

Carol no pudo disimular la sonrisa que afloraba en sus labios -Eres un bufón.

-Un bufón que te ha hecho sonreír -tomó la delicada mano de Carol entre las suyas y acercándosela a los labios depositó un dulce beso en ella- Con eso me doy por satisfecho... de momento.

Dejándola sorprendida, se giró y desapareció entre el gentío que inundaba la calle.

Todavía podía sentir el calor de los labios en su mano, acarició con la otra el lugar donde Max la había besado.

Así la encontró Sabrina cuando salió del establecimiento.

-¿Qué te pasa? pareces ida.

-¿Qué? -miró a su prima como si la viera por primera vez, sacudió ligeramente la cabeza para despejar aquella extraña sensación que Max había provocado en ella - Nada, pasado mañana pasaremos la tarde en la hacienda de  Max, quiere mostrarnos no se qué cosa -movió la mano quitándole importancia al asunto y continuó caminando calle abajo.

Sabrina se quedó con la boca abierta por unos segundos, tras los cuales corrió a reunirse con ella.

-¿Como que vamos a la hacienda de Max?

-Es lo que has oído ¿no?, pues es lo que haremos y no hay más que hablar.

Sabrina se encogió de hombros y continuó caminando junto a Carol.

Elvira abrió lentamente la puerta de la alcoba de Moisés. Estaba dormido. Entró con pasos de gato para no despertarle y se acercó a la cama. Adoraba a aquel hombre con su rostro serio pero a la vez melancólico que sólo delante de ella se mostraba tierno y dulce. Adoraba aquellos labios carnosos que tanto anhelaba saborear. Deseaba con todo su cuerpo que los brazos fuertes de Moisés estén alrededor de su cuerpo, sentir su virilidad a la que antes no quiso ceder.

Se tumbó al lado de él en la cama, acariciando su frente. Moisés se despertó, Elvira le puso su fino dedo sobre los labios para silenciar aquella boca en la que deseaba tanto perderse.

Moisés la miraba con aquellos ojos llenos de deseo contenido y levantó la manta que le cubría de cintura para abajo.

Elvira bajo de la cama entiendo aquella invitación, se quitó el pesado vestido y quedándose sólo con unos pantaloncitos y el corsé se sentó otra vez al borde de la cama. Se dio la vuelta para que Moisés la ayude a quitarse las prendas que le quedaban. Moisés sonreía con ternura.

-No entiendo como podéis soportar tanta ropa encima y con los pequeños cuerpos que tenéis tiene que ser una tortura.

-Y cuando piensas que toso esto es para que os guste a vosotros.- contestó ella después de librarse del estrecho corsé.

Se metió en su cama y se fundió entre los abrazos de su adorado Moisés.

Sintió como las manos grandes y fuertes de su amado recorrían su espalda, acariciando cada centímetro de su piel, haciéndola  estremecer bajo sus dedos.

Cuanto tiempo deseando ese encuentro, cuantos años perdidos por un capricho tonto de niña consentida, pero ahora, por fin se entregaría a él en cuerpo y alma.

Con delicadeza, Moisés la hizo tumbarse de espaldas sobre el colchón, la miró unos segundos, deleitándose con la belleza de aquella mujer a la que nunca había dejado de amar.

Posó los labios sobre los de ella y mientras sus manos acariciaban su cintura, sus caderas, su lengua se introducía en su boca, como un preludio de la que vendría después.

Se entregaron con la pasión reprimida durante años.

El beso cada vez era más exigente, más apasionado, las lenguas mantenían una lucha antigua y ritual que los elevó a las cotas más altas del deseo.

Las delicadas manos de Elvira se enredaron en los cabellos de Moisés, acercándolo más a ella, lo quería cerca, muy cerca, dentro de ella.

Sintió una mano que descendía por su pierna, mientras los labios resbalaban por su cuello, dejando un rastro de pasión bajaron hasta los pechos, sintió la lengua acariciando uno de sus pezones.

Arqueó la espalda como respuesta al contacto y un gemido de placer escapó de sus labios.

Un gemido por parte de Moisés la hizo recordar la fractura de su pierna.

-Te has hecho daño -dijo con voz ahogada por el deseo.

-No importa, ahora no voy a detenerme -volvió a atrapar el pecho con la boca y lo saboreó como si estuviera hambriento.

-Espera por favor -dijo entre jadeos, lo apartó un poco de ella -no te pido que te detengas -lo empujó hacia atrás y fue ella la que se colocó sobre él- déjame hacer a mí -y una provocadora sonrisa curvó sus labios, lo que provocó que la entrepierna de Moisés se endureciera aun más.

Con manos expertas lo acarició, lo tentó y lo provocó hasta llevarlo al límite. Acercó sus pechos a la boca de él. No se hizo de rogar y cogiéndolos entre sus manos, los chupó y mordisqueó hasta que los gemidos de Elvira llenaron la habitación.

Colocándola a horcajadas sobre su erecto miembro la hizo descender y en el último momento con una fuerte envestida se hundió dentro de ella.

Elvira arqueó la espalda y se abandonó al frenesí que aquella penetración le había provocado. Cabalgó sobre Moisés como si de una amazona salvaje se tratara. Con las manos en sus caderas Moisés, la ayudaba en sus frenéticos movimientos,

subiendo y bajando, retorciéndose, enterrándolo hasta lo más hondo de su cuerpo.

La presión en aumento sobre sus nalgas la avisó de que Moisés estaba listo para derramarse dentro de ella, mantuvo el ritmo y también se abandonó a la sensación de tenerlo dentro, de sentirlo suyo, porque era suyo, aquel pensamiento fue el detonante de un orgasmo como nunca jamás había tenido.

Un sonido gutural escapó de la garganta de Moisés, un bramido casi animal que llegó junto con la liberación.

Elvira, agotada se desplomó sobre él.

-Dime ahora que te vas a casar con Carol -desafió la mujer, muy segura de sí misma.

-Empezaba a creer que me estas evitando o que me tienes miedo.-dijo Max viendo a Carol y a su prima acercándose a la mansión.

Las dos señoritas caminaban sobre la gravilla hacia la entrada principal. El carruaje las había dejado lejos y el resto del camino hasta la entrada le tenía que hacer a pie. Max se encontraba en el jardín delantero de la casa. Justo en aquel momento estaba cortando unas cuantas rosas para ponerlas en un florero del salón. Había elegido unas rosas rojas preciosas.

-No te tengo miedo y tampoco te estoy evitando.-contestó Carol algo irritada.

-Pasad señoritas, tomemos un refresco antes de enseñaros las reformas que he hecho en mi finca. Enseguida bajará mi primo, el señor Héctor de Bypas, me gustaría presentarles. Iremos juntos.- dijo él con énfasis sin tomar en cuenta la respuesta de Carol.

-No me acuerdo haber oído ese nombre. -dijo Sabrina con algo de curiosidad en su voz.

-Vive en el norte del país, por eso no se ve mucho por la capital, llevamos mucho tiempo sin vernos y decidió hacerme una visita. Es todo un caballero, os va a encantar.

Carol pensaba que en realidad Max quería aprovecharse de la visita de su primo para presentarle a Sabrina y quitársela del medio. Sabía que sin ella no podía visitarle, una señorita de la alta sociedad no podía estar sola en compañía de un caballero y tenía que hacer para poder estar solo con ella. Por una parte le gustaba esa estrategia y quería averiguar si sus pensamientos se confirmaban.

Estaban todos sentados en el enorme salón de la casa y Max les ofreció limonada fresca. El sol calentaba con fuerza y la  necesidad de tomar algo fresco era muy grande. La puerta del salón se abrió y entró un señor alto y fornido, de pelo rubio.

-Buenos días, querido primo. -dijo Héctor.

-Buenos días, Héctor. Ven. Te quiero presentar a estas amigas que han tenido la amabilidad de visitarnos esta mañana. Se trata de la señorita Carol y su prima Sabrina. Nos conocemos desde la infancia y somos vecinos.

A Max no se le ocurrió la idea de mencionar que su amiga Carol en realidad estaba comprometida, o mejor dicho, a punto de casarse con Moisés.

Héctor se acercó a las señoritas e inclinándose elegantemente se presentó ante ellas: Héctor de Bypas, a sus servicios.

 

-¿Podemos ir ya? - preguntó Carol.

-Cuando quieren señoritas.-contestó Max.

Max se puso de pie y le tendió su mano a Carol para ayudarla a levantarse. Lo mismo hizo Héctor con Sabrina.

Los cuatro jóvenes se dirigían por el jardín trasero hacia los establos. Detrás de la casa, Max tenía un jardín mucho más hermoso que el de delante. Era todo una alfombra de césped salpicada de flores multicolores y árboles ornamentales. Carol se quedó sorprendida ante tanta  belleza natural. Bajó la mirada pensando en la sombría ciudad en la que la quería llevar Moisés, con sus calles gises llenas de polvo.

Max vio que su cara cobró un tono triste pero no se atrevió a preguntar.

Héctor y Sabrina se quedaron atrás. Sabrina no le quitaba el ojo de encima al muy hermoso primo de Max.

Carol y Max llegaron los primeros a los establos. Max abrió las puertas grandes para permitir a Carol que pasase. Dentro, más al fondo en un grande espacio había unos cuantos ponis recién traídos de Inglaterra.

Caro se quedo con la boca abierta, acariciando a uno de ellos.

-Son maravillosos. Me encantan.- dijo ella con ternura.

-Pueden ser tuyos si lo aceptas.-le contestó Max.

-Max, ¿por qué me haces esto? Sabes que dentro de poco me voy a casar con Moisés.- contestó ella.

-Esto se puede cambiar. Algo me dice que Moisés no lo tiene muy claro, lo de la boda. Recuerda que está en compañía de su ex novia y él no es tan insensible a sus atenciones. A lo mejor me equivoco pero ya te darás cuenta. Yo te esperaré.- dijo él besándole tiernamente la mano. Carol no le contestó.

-Moisés te va a quitar todas las cosas hermosas de la vida. ¿Estarás feliz en una casa de la ciudad, lejos de la naturaleza de la vida?

-Es mejor así, es como deben de seguir las cosas.- contestó ella por fin.

-Las cosas deben de seguir así.- dijo Max y cogiéndola entre sus fuertes brazos le beso sus labios.

Carol no opuso resistencia y Max la beso otra vez, más fuerte, más sensual. Carol se quedó flácida entre sus brazos.

-Yo te quiero Carol, siempre te quise. Lo único que no me atreví a decírtelo por tu temperamento tan rebelde y extrovertido. Creía que me ibas a rechazar, y cuando me enteré que te vas a casar con Moisés me quería morir. A lo mejor todavía no es demasiado tarde.

Carol se quedo sin poder sacar ninguna palabra ante tanta sinceridad. No esperaba escuchar aquella declaración por parte de Max.

Carol tenía el corazón hecho añicos. Aquella declaración de Max cambio mucho su opinión sobre él y también su intención de casarse. No había hecho ningún comentario acerca de la estancia de Moisés en la finca de Sebastián aunque su corazón le decía que había algún motivo oculto por permanecer ahí.

Había decidido esa mañana hacer una visita a la finca y ver como esta su querido novio. Caminando sobre la gravilla en dirección a la mansión, oía unas risitas del jardín. En vez de dirigirse hacia la casa, cambio de dirección hacia el jardín donde un grupo de arbustos bastante altos cubrían la vista. Se acercó más y sus ojos se abrían cada vez más, lo que veían no era real. Moisés tumbado sobre una cama ligera de jardín sujetaba con delicadeza la cabeza rubia de Elvira. Hablaban y se divertían como unos adolescentes, pero la postura de aquellos dos no era nada formal. De repente, Moisés se agachó y le dio un beso suave en los labios rosados de Elvira. Carol se quedó sin aliento y llena de amargura. Quería salir de detrás de los arbustos pero sus pies no se querían mover. Recobró el aliento y con una mirada fulminante entró en el jardín. Elvira saltó de pie asustada y Moisés intentaba desesperadamente a ponerse de pie.

-Siéntate, querido mío.- dijo Carol con voz firme.-Te vas a hacer daño en tu intento de parecer honesto. ¿Me has engañado desde el primer momento o desde que regresó tu ex novia?- preguntó ella fulminándole con la mirada.

Moisés intentó disculparse con un balbuceo ridículo. Elvira aterrorizada y avergonzada salió disparada en dirección a la mansión.

-Creo que te das cuenta que ya no puede haber ninguna boda, ¿no?- continuó Carol con desdén.- Esperaré tus disculpas ante mí y ante mi tío lo más pronto posible.

Carol llego a su casa muy disgustada. Irrumpió en la sala donde su tío estaba tratando de leer un periódico.

-Tío, no habrá boda- le dijo Carole mirándolo seriamente.

-¿Pero de que hablas muchacha?- soltó su tío sorprendido.

-Lo que oyes, no habrá boda, los afectos de don Moisés están por otro camino.

-Eso no puede ser posible ¿Qué pasó?- la miraba sorprendido, pues pensaba que si no había boda sería por la terquedad de ella y no porque Moisés faltara a su palabra.

-Está enamorado de Elvira la hermana del Duque.

-Pensé que ibas a estar inconsolable, lo estas tomando muy bien.

-Tío, por favor, tú sabes que yo no lo amaba, si me casaba era por mejorar mi posición.

-Lo siento, entonces es lo mejor- adujó convencido.

En ese momento irrumpió Max en el salón saludándolos  alegremente.

-Buenas a todos, hace un día precioso, deberíamos salir- lo dijo invitando también al tío de la chica.

-No hijo, gracias, no estoy de ánimo para paseos, ve tú si quieres distraerte- rehusó señalando a Carole y conminándola a salir de paseo, con su primo, si el tío supiera de sus sentimientos no habría accedido fácilmente, sin embargo  como recordando algo les dijo

-Lleven a Sabrina.

-Está bien- contesto Carole más tranquila de tener acompañante para la salida, no confiaba ya en sus sentimientos, ni en sus acciones al estar cerca de él. No encontraron a Sabrina por ningún lado.

-Podemos ir nosotros solos ¿Es que no confías en mi?- la miró Max con su risa, que era una perdición para ella.

Max no podía creer su buena suerte.

-No, no confío en ti ni por asomo- le espetó Carole. Pero si tenía que ser honesta consigo misma, no confiaba en ella misma, ese era el problema.

-Vamos, preciosa- le dijo con ternura- no pasara nada que no queramos que pase.

-Está bien- soltó ella algo resignada.-

Carole  y Max salieron por el jardín lleno de flores y arbustos recorrieron un caminito que los llevó a un claro, Max iba preparado con una manta y una cesta para picnic, escogieron una lugar debajo de una árbol, extendieron la manta y Carole revisó la cesta, sacando una botella de vino, unas manzanas y queso colocándolo en un plato, con la pericia de una mujer organizada, Max observaba cada movimiento le gustaba la armonía de sus actos.

-Eres tan hermosa- le dijo acercando su mano para colocar un mechón de su cabello que se había soltado de su moña. Carole se sonrojo y a él le parecía más adorable que nunca. Observaba su boca turgente que se moría por besar, la línea final de su cuello y algo más abajo “Contrólate”  se reprendió para sí poco convencido.

-No te creo a cuantas le habrás dicho lo mismo- le soltó ella.

-Se que no eres la primera, pero déjame decirte que esto que siento por ti nunca lo había sentido por nadie- llevo la mano derecha a su corazón- te lo juro por la tumba de mis padres.

-Te creo- le contesto emocionada.

Carole le pasó un plato una manzana y un pedazo de queso, Max sirvió dos copas de vino, ella tomo un pequeño sorbo observándolo.

-¿Tú no comes? – inquirió preocupado.

-No tengo hambre- le contesto ella nerviosa de pronto. Tenía una piedra en el estomago.

Max la miro fijamente, soltó el plato, y se acerco lentamente sin asustarla, le beso la mejilla, la frente, atrapó el lóbulo de su oreja lo besó y lo mordisqueo, enterró la nariz en su cuello.

-Me encanta tu aroma- le decía oliéndole el cuello.

-Es solo agua de lavanda- le dijo ella con un suspiro entrecortado.

-No me refiero a tu aroma de mujer, me tiene loco- le dijo con voz ronca y sensual. A Carole se le pusieron los pelos de punta y un escalofrió la recorrió entera.

Max atrapó su boca en un beso fiero y sensual, al gemir ella introdujo la lengua, en un movimiento que imitaba el acto del amor, como sería estar dentro de ella, pensaba enardecido por su respuesta pues le devolvía el beso con ardor. Como la deseaba, bajo a su cuello y siguió bajando en una lluvia de besos que le arrancaba gemidos y suspiros, al colocar las manos en sus pechos, se tensó enseguida, Max volvió a su boca en un beso exigente que le hizo olvidar todo, él empezó a  acariciarle sus pechos y poco a poco le aflojo los cordones del jubón, le soltó los lazos de la combinación, y tomo posesión de los pechos con sus manos, “Que preciosos eran” lo más bello que había tocado nunca, poco a poco fue bajando hasta llevar su mirada hasta ellos los observó a gusto, los acariciaba tan llenos, tan suaves y esos pezones erguidos de un color rosado que deseaban ser besados y chupados a conciencia. Poco a poco acerco sus labios a los pezones, Carole al sentir su aliento, se sintió perdida en su deseo, Max los beso y chupo a conciencia y con reverencia, Carole gemía y suspiraba, sintiendo su vientre prendido en fuego, esto era amor, pasión, deseo, pensaba ella, nunca había sentido un deseo tan grande por ningún hombre, lo amaba con locura. Max quería perderse en la lujuria que le despertaba está hermosa mujer, quería levantarle su falda saborearle su centro, perderse en su aroma, enterrarse en ella, pero no podía, tenía que recuperar el control, no era el momento ni el lugar, poco a poco se separó de ella, cuando Carole volvió a la realidad, se sintió llena de vergüenza. Se acomodó el jubón y la combinación, Max se sintió enfermo al verla cubrirse sus hermosos pechos. Sin decir palabra, se dirigió hacia la casa, Max la alcanzo rato después

-Carole, mi amor cásate conmigo, te lo suplico- le decía con toda la vulnerabilidad de su mirada.

-Max acabó de terminar un compromiso en la mañana, no puedo simplemente aparecerme en la tarde con novio nuevo, ¿Qué diría eso de mi?- le espetó indignada.

-No me importa- la agarró de ambos brazos y le dijo desesperado- te amo, te necesito a mi lado, cada día, cada hora, cada minuto, quiero fundirme en ti, quiero que seas mi mujer.

-Hasta pronto Max- camino hasta la casa con el ánimo pesaroso, sabía que con Max no se andaría con contemplaciones, era fuerte, recio y no se dejaría manejar como Moisés de eso estaba segura, pero por eso lo amaba.

Max la observó yendo hacia la casa, la dejaría tranquila  no quería que le rehuyera y se marcho.

A la mañana siguiente Héctor de Bypas, llegó a la hacienda preguntando por la Srta. Sabrina.

Desde que su primo se la había presentado no había podido dejar de pensar en ella. Era tan hermosa… Esos cabellos cobrizos lo atraían sobremanera y deseaba tocarlos y sentir su suavidad bajo sus dedos, le hacía recordar a una diosa de Botticelli.

-Buenos días, soy el Sr. Bypas, ¿se encuentra la Sta. Sabrina?- preguntó al mayordomo que lo atendía en el recibidor.

-Si Sr. Bypas, se encuentra en el saloncito desayunando con su prima. Si espera un momento, la avisaré de su visita.

-Muchas gracias. . dijo Héctor.

El mayordomo tocó la puerta y entró en la salita tras escuchar una delicada voz que le decía “adelante”.

-Sta. Castro, el joven Sr. Bypas pregunta por usted.

-¿Quién, Jefry? – dijo Carol

-El Sr. Héctor Bypas. Pero pregunta por la Srta. Sabrina Castro, no por usted Srta.

-¿Por mi? – dijo Sabrina ruborizándose.

-Si Srta. Está en el recibidor, ¿quiere que le haga pasar?

-Claro Jefry - dijo Carol sonriendo – dile que entre y que le invitamos a desayunar con nosotras.

-¡No!  – dijo exaltada Sabrina –  Jefry, condúzcalo a la biblioteca y dígale que en breves momentos lo recibiré allí

-Muy bien Srta. Castro- Dijo el mayordomo y cerró la puerta tras de sí.

Carol miraba sorprendida a su prima ya que no entendía muy bien aquella reacción suya:

-¿Sabrina, te pasa algo? ¿Por qué no has querido que Héctor desayunara con nosotras?

-No, no es eso, Carol. Es que quiero subir a mi habitación un momento a arreglarme el cabello y cambiarme el vestido antes de presentarme ante él, no estoy adecuadamente vestida para recibir visitas.

-Pero que dices Sabrina! Estás guapísima, y ese vestido es precioso.

-Por favor Carol… Hazme un favor. Ve a la biblioteca y entretenlo mientras subo a la habitación y me acicalo un poco. Por favor…

-Está bien Sabrina- dijo disimulando una sonrisilla tras la servilleta- iré a la biblioteca y le diré que te has tenido que ausentar un momento y que enseguida te reunirás con él, no te preocupes… ¿Tienes algo que contarme? – preguntó con ojos pícaros.

-No, no- dijo sobresaltada- No es nada de verdad…- y salió apresurada hasta su habitación.

Carol la conocía muy bien como para que su prima la engañara. Sabía que ese comportamiento suyo reflejaba lo mucho que ese hombre la perturbaba. Fuera como fuera la cosa, ella siempre estaría dispuesta a ayudar a su prima Sabrina, a la que quería como fuera su hermana.

Sabrina, cerró la puerta de su habitación tras de sí, y se quedó un momento con la espalda pegada a la puerta respirando con dificultad.

-Ha venido… y ha preguntado por mí… - dijo Sabrina con una radiante sonrisa.

Desde que los presentaran el otro día en la finca de Max, no había podido dejar de pensar en él- Dios! Era tan apuesto…alto, de hombros anchos y caderas estrechas, ese pelo rubio ondulado que invitaba a acariciarlo, esos labios hechos para pecar…Y era tan encantador! Ella le gustaba pensar que era como Héctor, el príncipe troyano, uno de los personajes de su libro favorito, la Ilíada.

Nerviosa, mandó a llamar a una de las chicas del servicio para que la ayudase a arreglarse. En quince minutos se encontraba lista y maravillosa para ir al encuentro de Héctor…

Carol estaba en la biblioteca, hablando con el apuesto joven, cuando se abrió la puerta y entro Sabrina.

"Si, es tan hermosa como recordaba", pensó Héctor mirándola arrobado.

-Sabrina, es un placer volver a verte- le dijo acercándose a ella tomando su mano y llevándola a los labios.

-El placer es mío- le dijo ruborizada y nerviosa, sintió un estremecimiento, al depositar él su boca en su mano.

Carol los miraba curiosamente, "Vaya, vaya, con mi prima" y se alegro por ella, se merecía la felicidad.

-Bien voy a ordenar algo ya vuelvo- salió rápidamente de la biblioteca, su tío había salido temprano, tendrían un tiempo para charlar y conocerse, pensó Carol satisfecha. Al quedarse solos, Sabrina algo nerviosa se dirigió al sofá y lo conmino a sentarse al lado de ella.

-Estás muy bella Sabrina- le dijo emocionado.

-Gracias- le respondió ella con timidez.

-No he dejado de pensar en ti- al ver la mirada de ella le dijo- perdona mi atrevimiento.

-No ni más faltaba, no es ningún atrevimiento, yo también he pensado en ti.-No se iba a andar con monsergas a estas horas de la vida, el amor no había sido muy generoso con ella, aprovecharía la oportunidad que le daba la vida.

-¿Quieres salir a dar un paseo?

-No, aquí estoy bien- le soltó  ruborizada, no quería perder la oportunidad de ser besada y en el jardín a la vista de todos los sirvientes sería imposible.

Héctor la miraba curioso y sorprendido, deseaba besarla y ella enviaba todas las señales. Sabrina se levanto del sofá y camino hacia la ventana, estaba avergonzada de su audacia, Héctor la siguió. La tomo por la cintura, le dio la vuelta y la miró acariciando su cabello, era tan suave.

-Tenía ganas de hacer esto - le acarició el cabello y fue deslizando un dedo al contorno de su cara acerco los labios a su mejilla, al lóbulo de su oreja, la beso con ternura, Sabrina apenas podía respirar, eran tantas las sensaciones, al apoderarse de su boca, sabía que algo importante iba a ocurrir entre este hermoso hombre y ella. Héctor se sorprendía por su dulzura y se embriagó en su suavidad, ella abrió poco a poco los labios para él y esa tímida vacilación lo enardeció, profundizo el beso, entrando en su boca, probando cada uno de los rincones, sabía a dulce  a especias y a mujer, se dio cuenta el momento exacto en que Sabrina se le rindió, y le empezó a devolver el beso con pasión, jugueteaba con su lengua pegándose a él. Héctor en ese momento se prometió que esa mujer sería suya, que le haría el amor, hasta saciar el deseo que lo consumía.

Finalizo el beso, con un ligero mordisco carnal en el labio superior.

Se miraron sorprendidos, Héctor por la pasión que está mujer le inspiraba en un solo beso y Sabrina por su audacia, aún no lo podía creer.

 En esas los sorprendió Carol, que venía con el mayordomo y un servicio de té.

Héctor se separó rápidamente de Sabrina y ésta muy sonrojada, tanto por el beso como por la llegada de Carol, se volvió de cara a la ventana.

Carol carraspeó y ordenó al mayordomo dejar el servicio del té sobre una mesita auxiliar junto a los sofás -Ahí está bien, gracias. Puede retirarse.

El mayordomo hizo una reverencia  y salió discretamente de la estancia.

-Señor Bypas ¿Le apetece una taza de té? nosotras ya hemos desayunado, pero quizás a usted le apetezca.

-Sí, gracias -Se encaminó hacia el lugar donde había estado sentado con Sabrina.

-Sabrina ¿Te apetece un poquito de té? -el tono de voz de Carol no demostraba ningún tipo de emoción, por lo que Sabrina no sabía a qué atenerse con ella. Seguramente estaría sorprendida, pero... y si estaba enfadada con ella por aquella indiscreción?

Aunque así le estaba agradecida por no demostrar su opinión ante Héctor, se sentiría muy avergonzada si su prima la reprendiera ante él.

-Sí, gracias Carol -se giró y miró a su prima a los ojos. Se sorprendió del extraño brillo que vio en ellos. Despacio se acercó y tomó la taza que Carol le ofreció.

-¿Y cómo es que se le ha ocurrido pasar a visitarnos a estas horas, señor? -preguntó con una sonrisa en los labios, mientras se servía un té para ella.

-Bueno...-tenía que pensar algo rápidamente, la verdad que no era una hora muy apropiada para las visitas, a no ser que se tuviera un motivo -Quería invitarlas a la fiesta que daremos este sábado en casa de mi primo Max -casi podía escuchar los gritos de Max cuando le contara lo que acababa de hacer, tendría que asegurarle que el correría con todos los gastos, ya que Max no estaba muy boyante económicamente y menos después de las reformas de los establos.

-Una fiesta -la dulce voz de Sabrina sonó emocionada- ¿Crees que mi padre nos dejará ir? -se veía angustiada.

-No veo por qué no -aunque no estaba del todo segura que fuera muy apropiado que ella asistiera, después de acabar con su compromiso tan recientemente, la gente podría murmurar y no le gustaría que el nombre Castro estuviera en boca de todos.

-Será una reunión pequeña, claro, no una gran fiesta -aclaró Héctor al ver la duda en los ojos de Carol.

-¿Y qué se celebra? si no es mucho preguntar señor -la sonrisa que le dedicó parecía encantadora, pero Héctor pensó que aquella mujer era una bruja, no entendía por qué Max estaba tan loco por ella.

Carol creía saber el porqué de todo aquello y aunque no le gustaba ser mala, en ocasiones disfrutaba siéndolo un poquito, no pasaría nada porque el señor Bypas sufriera un poquito por su atrevimiento, aunque en el fondo se sentía muy feliz por su prima, Sabrina, la dulce Sabrina, solo esperaba que las intenciones de ese hombre fueran sinceras y no terminara partiéndole el corazón.

-¡Aaah! se celebra... -se estrujó el cerebro- bueno pues la mejora de las cuadras de Max... -Carol enarcó una ceja, aquella reforma estaba dando para mucho-...y que me han ofrecido un despacho de pasante aquí, en una firma muy prestigiosa -dijo orgulloso, más por la ocurrencia que por la noticia, ya que si era verdad que le habían ofrecido aquel puesto, todavía no había decidido aceptarlo, estaba claro que ahora tendría que hacerlo, aunque no le importaba, ahora que había conocido a Sabrina no le disgustaba la idea de permanecer en aquel lugar.

-¿Eso quiere decir que se va a quedar aquí? -no pudo disimular su emoción.

-Eso parece -dijo Carol contenta por su prima -pues entonces supongo que no tendremos más remedio que asistir a esa pequeña fiesta señor Bypas. Habrá que convencer a tu padre, aunque no creo que nos cueste mucho trabajo.

Carol sabía que su tío no podía resistirse a los pedidos de su adorada hija.

-Entonces las esperamos -se puso en pie- gracias por el té señorita Castro.

Las muchachas lo imitaron poniéndose en pie a su vez.

-Le acompaño a la puerta -dijo Sabrina.

-Que tenga buen día señorita Castro -Héctor hizo una ligera reverencia en dirección a Carol, despidiéndose de ella.

-Lo mismo digo señor Bypas -y los vio salir y sonrió para sí misma.

-¿Es que te has vuelto loco? -Max se paseaba furioso de un lado a otro del salón- ¡¿Una fiesta?!

Héctor lo miraba sin decir palabra, había esperado esa reacción, en cuanto se calmara un poco le explicaría todo.

-¿Me quieres decir de dónde voy a sacar el dinero para una fiesta? -levanto una mano para detener a su primo antes de que dijera nada- Déjalo, no te molestes. ¿En qué diablos estarías pensando? -podía sentir como la rabia y la frustración le recorrían el cuerpo como dos venenos igual de potentes, calentándole la sangre y las ideas. Se frotó la cara con las manos, intentando despejarse y pensar con un poco de claridad- Es evidente que tendré que enviarles una nota, suspendiendo la fiesta -ahora hablaba solo, se había olvidado de Héctor, que seguía sentado observándolo, entre divertido y aburrido.

Héctor se levantó y se sirvió una copa de licor, a pesar de lo temprano de la hora, pero no le vendría mal y a Max tampoco, con lo que sirvió otra para su primo y se la puso en la mano sin que aparentemente éste se diera cuenta, pero apuró su contenido como si lo hubiera esperado con ansia.

Torció ligeramente el gesto al darse cuenta de que se había tomado una copa de coñac de un trago.

Levantó una ceja y fulminó a Héctor con la mirada.

-¿Has terminado...? -dio un pequeño sorbo a su licor.

-Debería degollarte por esto.

-Tal vez, pero si me dejas hablar podré explicártelo.

Max se mesó la espesa cabellera y se dejó caer , con gesto cansado, en uno de los sillones.

Héctor le narró cómo había sentido la necesidad de visitar a la joven señorita Castro, como habían sido sorprendidos por Carol y cómo ésta le había interrogado por el motivo de su visita, azorado por la situación -No encontré otra excusa mejor- dijo encogiéndose de hombros.

Max casi sentía ganas de reír, su primo se había dejado enredar por unas jovencitas...-O sea, que ahora, además de ofrecer una fiesta que no puedo pagar, tú tendrás que aceptar el puesto que ibas a rechazar, si no sintiera tantas ganas de darte una patada en el culo, te aseguro que estaría muerto de la risa.

-La verdad que me merezco esa patada, pero no debes agobiarte, no me has dejado terminar, la fiesta correrá de mi cuenta, ya que ha sido mi idea y además se celebra mi contratación -puso los ojos en blanco y Max esbozó una sonrisa torcida- Y con respecto a eso... tampoco me disgusta tanto la idea.

Max miró a su primo con la ceja levantada -¡Ah! ¿No?

-No, porque eso significa que me quedaré aquí y que estaré más cerca de la señorita Castro.

Ahora sí que Max estaba sorprendido -Me estás diciendo que estás interesado en Sabrina??

-Sí -fue la simple respuesta del joven.

-Cuando te pedí que la entretuvieras para darme tiempo con Carol, no imaginé...

-Pues ya ves, la muchacha me interesa.

-Sólo espero que hables en serio -su rostro se torno un tanto amenazador- no me gustaría que jugaras con los sentimientos de la muchacha, la conozco desde siempre y es una joven encantadora.

-No hace falta que la protejas de mi, primo. ¿Es ella la que te preocupa o es la otra señorita Castro a la que temes perder si yo no me porto bien con la prima? -una sonrisa cínica afloró en los labios de Héctor.

-Héctor, no juegues conmigo, nos conocemos bien y sabes que no te permitiré...

-Puedes estar tranquilo muchacho, Sabrina está a salvo en mis manos, aunque te resulte difícil de creer, esa joven me ha cautivado.

-Sírveme otra copa de coñac -dijo tendiéndole la copa- creo que esto sí se merece un trago... tú el mayor crápula de la cuidad enamorado de una joven de campo -volvió a apurar el contenido de la copa- No sé lo que saldrá de todo esto.

Observó a su primo que le sonreía divertido.

Moisés Arzuaga se había comportado como un cretino. Si bien era cierto que amaba a Elvira, las cosas podría haberlas hecho de diferente manera.

-¡ella es joven! - se quejó la mujer con un  gracioso mohín.

-Si.- asintió Moisés.- Por eso debo hablar con ella y explicarla.- Se pasó las manos por la cabeza, pensativo.-

-Debe entender que nos amamos.

Moisés la observó con fijeza durante unos segundos. Deseaba casarse con aquella mujer, la amaba por encima de todo. Pero no debía olvidar que en ese momento el apellido Castro estaba en boca de todos, por su culpa.

Él, Moisés de Arzuaga, libertino e infiel. ¿Donde quedaba su honor?

Tomó las diminutas manos de Elvira entre las suyas.

-Me duele saber lo que la gente piense de ti. ¿Eres consciente del papel tan importante que has jugado en este asunto?. Tampoco puedo olvidar que he avergonzado a Carol.- se frotó la sien intentando despejar el profundo dolor de cabeza.

-¿Y qué piensas hacer?

-Imagino que unas disculpas públicas a la familia.

-¿Estás seguro?

Moisés asintió; era lo menos que podía hacer por Carol. Por Carol, por Elvira y por él.

Cuando Sebastián ingresó en la sala como una exhalación, Moisés levantó la vista sobresaltado.

-lamento haberos sorprendido- se disculpó.- Me acabo de enterar de algo horrible.

-¿De qué se trata, buen amigo?.- Moisés le palmeó el brazo.

-Las cinchas del animal que montaste fueron cortadas.

-¿cómo es posible?. - Moisés se estiró.

-Me han informado ahora. Encontraron el arnés escondido junto a las caballerizas. Ya han avisado al alguacil y vendrá de un momento a otro.

-será mejor que me retire a mi dormitorio.- Elvira cubrió la boca con su mano fingiendo un bostezo.- informarme de todo ,por favor.

Tanto Sebastián como Moisés apenas la prestaron atención y pronto se adentraron en una larga conversación atiborrada de simples conjeturas. ¿Quién querría verlo herido? ¿O muerto?. Ya iba siendo hora de regresar a su hogar y poner su vida en orden.

Desde que llegara Elvira, todo su mundo había dado un giro espectacular.

Elvira observó el jardín desde la ventana de su alcoba. ¿Podrían averiguar que ella provocó el accidente?. Volvió a pasear por la desgastada alfombra. Si se lo confesaba a Moisés. ¿Cuál sería su reacción?. ¡No!. Podría haberlo matado, era cierto, su intención nunca había sido esa, pero ¿la creerían?. Moisés. ¿La creería?.

Rompió a llorar, nerviosa y asustada. Debía aprender a controlar sus impulsos, sin embargo con Moisés era siempre así, no pensaba en las consecuencias. Le amaba. Le quería para sí. ¿ Que era una egoísta?. Cierto. Tanto tiempo alejada de él, la habían convertido en alguien muy posesiva, casi insensible.

-No puede saberlo.- negó en un susurro.

Una brisa de aire fresco llevó el aroma de los tulipanes hasta ella. El día brillaba, los pájaros cantaban alegres.

 

-Sabrina, tu padre tiene razón.- Carol rodeó los hombros de su prima.- Acabo de romper un compromiso y no puedo acudir a la fiesta como si no hubiera pasado nada. Se supone que debería estar apenada por cómo han sucedido las cosas.

-¡ Pero no los estás!.- insistió la otra.

-No. no lo estoy.- admitió Carol.- Pero eso no quita que me hayan humillado. Creo que pasará un tiempo antes de asistir algún baile.

-Y ¿qué pasa con Máximo?

Carol se mordió el labio inferior pensativa. Max le había declarado su amor, había abierto su corazón. ¿Podría acaso ser tan frívola de entregarse a él, después de haber estado a punto de entregarse a otro?

Max, no era un segundo plato. No podía correr a esconderse en sus brazos por más que lo deseara. Ni siquiera estaba segura de querer analizar sus sentimientos.

¡ Por Dios! ¡ Acababa de romper su compromiso! Necesitaba tiempo para pensar y no podría hacerlo estando el hombre tan cerca de ella.

-Carol.- llamó Sabrina.-¿qué pasa con Máximo?.- repitió.

-No lo sé.- respondió pesarosa. Tomó asiento en la ancha cama adoselada.- Necesito saber que él está seguro de lo que siente hacía mi. Demostrarle que si algún día, en un futuro, estoy con él, no es porque me hayan rechazado, o porque tema convertirme en una vieja solterona. Si no que será porque lo amo,- miró a Sabrina que la observaba preocupada.- ¿entiendes lo que quiero decir?

-supongo que tienes razón.- admitió.- ¿quieres que me quede aquí contigo?.

-¡Ni loca!.- exclamó.- ¿qué pasaría con el señor Bypas?. No quiero que me vea como la prima mala o perversa.- bromeó intentando levantar el ánimo.- pero tú, Sabrina, deberás presentarte bella y elegante. Más que ninguna de las demás mujeres.- acarició la suave mejilla de su prima con ternura.- Héctor Bypas se casará contigo o, de lo contrario ...-fingió una sonrisa maliciosa.- Lo arrojaremos al lago con muchas piedras atadas a su cuerpo.

-¡No!.- rió Sabrina.- ¡no haríamos eso!

-claro que no.- curvó los labios divertida.- más le vale que te pida matrimonio.

Sabrina mostró una enorme y bonita sonrisa antes de despedirse,

El semblante de Carol cambio cuando se halló sola.

Tras la marcha de Sabrina, Carol fue a la biblioteca y cogió un libro sin apenas fijarse en título, con la intención de salir al jardín y leer un poco. Siguiendo el camino de tulipanes en flor y el embriagante perfume del jazmín de Madagascar, se dirigió al cenador que estaba en medio de almendros y cerezos, ocultando su posición de los curiosos. Se sentó en un mullido cojín y tapándose los hombros con su chal de cachemir, intentó, sin lograrlo, concentrarse en la lectura. Pero no podía. Una y otra vez venía a su mente los momentos que había vivido en los días pasado. Su cabeza daba mil vueltas y sentía que todo era un caos. Una mezcla de frustrantes sentimientos ahogaban su corazón y temía no poder librarse así como así de ellos. ¿ Por qué Max provocaba esas ansias que se le arremolinaban en la boca del estómago? ¿Cómo iba a lograr aclarar su mente si sólo con pensar en el último beso, miles de mariposas se instalaban en su pecho, cortándole la respiración. Moisés nunca provocó más que suaves y tiernas sensaciones con sus besos, pero Max...  - Suspiró soñadora recordando esos labios masculinos rozándola.

Apenas oyó los pasos que se acercaban sigilosamente, tan ensimismada estaba en sus ensoñaciones.

Tan sólo pudo atisbar una mano enguantada y un olor nauseabundo, antes de recibir un golpe tras la nuca y caer en una negra oscuridad que la envolvió en un silencio absoluto.

Elvira respiró hondo y descendió la escalinata con lentitud, a sabiendas que tres pares de ojos la observaban con atención. Su labio inferior, tembló ligeramente, al ver al alguacil con su llamativo uniforme azul y rojo. Le saludó con una radiante sonrisa. No había llegado al último escalón y Sebastián ya estaba allí para recibirla..

-¿Han descubierto al culpable? - susurró nerviosa.

-No. Aún no hay nada querida. Te voy a presentar a Don Rodrigo Cortéz, nuestro alguacil.

-Es un gusto conocerlo, señor. - Cortéz parecía ser un tipo agradable.

-El gusto es más mío, créalo, y si me permite decirlo es usted la mujer más bella que conozco.

Elvira se sonrojó ligeramente y camino junto a Moisés . El hombre sostuvo su mano con cariño y se sintió segura.

-entonces, ¿no se sabe nada?.- preguntó aparentando cierta tranquilidad, cuando en el fondo los nervios roían su estomago.

-Pensamos que la persona que provocó mi accidente, fue el mismo personaje que atacó a la señorita Castro en el baile.- explicó Moisés.

-¡Muy cierto!.- exclamó con una mezcla de alivio. -Pero ¿ saben quien fue?

-Lamentablemente, aún es muy pronto para saberlo. En este momento me proponía visitar a la dama en cuestión. Intentaré conseguir una descripción exacta.

-Cierto y, ahora que dice ... aquella noche del baile, después de lo ocurrido, vi a alguien merodear por el jardín. -Moisés ,agitó la mano restando importancia..- no creo que eso sirva de mucho.

Carol abrió los ojos lentamente, sintiendo que miles de agujas, pinchaban sus ojos. Parpadeó desorientada, mirando a su alrededor intentando reconocer el lugar, donde se hallaba. Pero le era totalmente desconocido.

Se encontraba en una habitación, si se le podía llamar así, sin ventanas. Tan sólo una rendija de luz se colaba por las grietas de la pared de madera. El suelo estaba cubierto de polvo y restos de lo que parecía haber siso un roedor.

Carol se estremeció asustada. Estaba tumbada en un camastro, que había conocido tiempos mejores y del colchón sobresalía paja maloliente que le raspaba la mejilla. Sintió unos pasos que se acercaban y cerró los ojos, simulando estar aún dormida, bajo los efectos del golpe.

La puerta se abrió con un chirrido y uno pasos se acercaron a donde ella se encontraba.

Durante un minuto se mantuvo en silencio y Carol creyó que se iría de nuevo, pero entonces una risa áspera resonó en el cuarto vacío.

-¿ Crees que con los ojos cerrados vas a escapar de mí, zorrita? No te has la dormida, que no me engañas.

Carol abrió los ojos aterrorizada y miró la espantosa cara sin dientes que se reía de ella.

En un principio se quedó aturdida, sin reconocerle, pero en cuanto se acercó más a ella y vio sus manos, supo quién era.

¡Era el hombre que la había intentado violar la noche de la fiesta!

¿Qué quiere de mí?

-¡Vaya, vaya, si parece que sabemos hablar y todo!

-Dígame qué quiere?-repitió Carol, ya bastante asustada.

-Sé que eres la sobrina de Sebastián Castro. Y también sé, que tiene bastante dinero, que me vendría muy bien. Jajaja...

-Pe...pero usted... no pretenderá...

-Ah, sí zorrita, mientras llega la respuesta del mensajito que le acabo de mandar a tu tío, tu y yo pasaremos un rato divertido.

Carol le miró horrorizada y tras un momento de angustia, aliviada, cayó en una suave inconsciencia.

La chaqueta negra resaltaba sus anchas espaldas. Máximo era un hombre guapo e inconsciente de la reacción que provocaba en las féminas que se deshacían con verlo. Allí, en la puerta principal de la finca, erguido y cuadrado sobre los talones, recibía a los invitados con cortesía. Flotaba en el ambiente las suaves y acordes notas de una guitarra española, mezclado con el aroma de las rosas rojas que lucían majestuosas, brillando bajo la luz de la luna. La suave brisa arrastraba hasta allí, retazos de conversaciones, interrumpidas ocasionalmente con alguna que otra carcajada.

Con impaciencia Max, se tiró del cuello de su camisa blanca. La mayoría de los invitados habían llegado ya, o lo hacían en aquel momento. Por fin distinguió el carruaje de Don Castro. Tomó aliento. Deseaba ver a Carol. Solo pensar en ella, los latidos de su corazón alcanzaban velocidades vertiginosas. Era la mujer de su vida, de eso no tenía ninguna duda. En su fuero interno se hallaba encantado con la ruptura. Pero ella. ¿Había algún sentimiento que la uniera con Arzuaga?. Amarlo, seguro que no. Conocía a Carol demasiado bien. Se hubiera cansado de la vida en la ciudad. No hubiera soportado la aglomeración. Pero tampoco quería que la ruptura supusiera algún dolor para ella.

Héctor se adelantó al cochero y abrió la portezuela del vehículo. Max, con las manos cruzadas tras la espalda, espero con ansia a que la bella dama descendiera. Su desilusión fue obvia cuando Pedro Castro y su encantadora hija caminaron hacía él.

-Buenas noches Don Pedro.- inclinó la cabeza a modo de saludo.- Sabrina, es un placer tenerte aquí. Noto con pesar que no te acompaña Carol. ¿ Ha sucedido algo?

-Nada que  no sea del dominio público. - explicó Don Pedro.

Max percibió cierto tono de resentimiento.

-Sí. Ha sido una sorpresa para todos. Pero, su sobrina ¿está bien?.

-Ella es muy fuerte Max.- le dijo Sabrina.- está un poco confundida, pero es lo normal dada las circunstancias.

-Lo entiendo. - Max apretó los puños contra su cuerpo.

-Don Castro, Don Castro.

Un mozo montado a caballo se detuvo cerca de ellos, de un salto se deslizo hasta el suelo. Max lo reconoció como un empleado de Don Pedro.

El joven, jadeante, le entregó una misiva a su patrón.

-Se han llevado a Carol.- susurró Don Pedro perdiendo el color de su cara.

Max sintió que el alma se le iba en un aliento .... Que decía aquel hombre!!!

Quien ? Vieron quién era? Dime qué pasó? Agarrándolo por las solapas de su camisa- El pobre hombre no podía contestar le corto la respiración aquella furia en su voz y mirada...

pasaron unos segundos y Max al ver que aquel no respondía lo sacudió - Respóndeme......

El mozo estiro a como pudo su brazo y entrego la misiva a Max y este mirando con ojos perdidos y abiertos como platos solo atino a leer y diciendo palabrotas paseo pensativo de un lado a otro.....

Los demás  a su alrededor expectantes esperaban su respuesta... que decía??

Por fin  Don Pedro rompió el silencio y dijo: Diablos muchacho di de una vez que piden por mi sobrina?.

Max miró a Don Pedro y dijo: Espero solo que este mal nacido cumpla su promesa de lo contrario no habrá poder en el mundo que me detenga para esparcir su cuerpo por todo lado.

Diciendo esto tiro sobre el pecho de Don Pedro la misiva y camino directo a los establos....

Carol prestó especial atención a cualquier sonido que delatara la presencia de su

secuestrador. La luz de la luna se filtraba por la multitud de grietas que tenía la habitación.

Aterrada, recorrió la estancia tanteando las paredes. Golpeando con los nudillos en busca de algún hueco que pudiera abrir, deteniéndose cuando creía escuchar algo.

Dinero. Ese hombre solo busca dinero- se repetía una y otra vez con el corazón agitado. Don Pedro pagaría lo que hiciese falta y esta pesadilla acabaría de un momento a otro.

Sentía un fuerte dolor de cabeza. Allí donde el canalla la había golpeado. La boca estaba seca y el cabello revuelto caía enredado sobre su espalda.

Era demasiada oscuridad como para ver algo con nitidez.

Volvió a tomar asiento sobre el camastro con todos los sentidos alertas. Necesitaba estar preparada para cuando el hombre regresara.

Una y otra vez acudió a su mente el recuerdo de Max. Temió no volver a verlo nunca más. No volver a sentir ese cosquilleo en la boca del estomago cuando el bribón sonreía, ni el calor de su burlona mirada azul, los labios ardientes y excitantes...

Gimió en su interior. Unos ligeros golpecitos y arañazos en la madera hicieron que también elevará las piernas sobre el viejo colchón. Aborrecía a los roedores. No era miedo, pero si una sensación de profundo asco.

El calor era intenso, agobiante, pegajoso. Llevaba toda la tarde sin comer nada y su estomago emitía suaves gruñidos de advertencia. Necesitaba beber aunque solo se mojara los labios. La debilidad se iba apoderando de ella, alojándose en cada músculo de su cuerpo. Si Don Pedro no se apresuraba con el rescate, posiblemente acabaría irremediablemente deshidratada.

Jinete y caballo, ocultos entre las sombras de unos altos arbustos, pasaron desapercibidos por los dos malhechores que en silencio, descansaban junto a unas ascuas mal apagadas.

Unos ojos fríos de un azul mortal escudriñaron la escena con interés. Algo más alejado, las ruinas de una cabaña se recortaban a la luz de la luna. ¿Estaría Carol allí?

Max desenrolló el látigo de nueve colas y palmeo la cabeza del animal instándole a guardar silencio.

Tan solo el siseo de una ligera brisa sobre los arbustos y algún grillo cantando en la noche, rompían el silencio que reinaba en la colina.

         " CASTRO. SI SIGUE LAS INSTRUCIONES VOLVERÁ A VER A SU SOBRINA CON VIDA. CUANDO DESPUNTE EL SOL ACUDA A LA COLINA DE RIO. LLEVARÉ A LA CHICA A LA CABAÑA ABANDONADA. VEREMOS CUANTO PAGA POR ELLA. RECUERDE, CUANDO DESPUNTE EL SOL."

Recordó el maldito mensaje. Frustrado por no tener la certeza de que Carol se hallara oculta en las ruinas, decidió esperar pacientemente.

La paciencia siempre había sido lo suyo. Sus pensamientos volaron a Carol. No recordó cuando había dejado de considerarla una mocosa. Solo sabía que el amor que sentía por ella, era más grande que todo el universo junto, que vivía y amaba por ella, que en silencio rogaba como un niño a punto de echarse a llorar. No podía perderla en aquel momento ni en ningún otro, porque el mismo moriría, porque una vida sin Carol... Evocó los ardientes ojos violetas cargados de pasión tras su primer beso, su cuerpo perfecto y sensual, la burbujeante risa cristalina...

Por su mente pasaron mil imágenes y la angustia lleno su corazón. La necesitaba y la sed de venganza se acrecentaba a cada instante que pasaba.

En la cabaña, el secuestrador comía un trozo de pan y bebía de una jarra de vino aguado, mientras esperaba que llegara el amanecer. Pensaba cobrar un buen dinero por la zorrita y matar al tío, y después de violarla a ella, gastarse los cuartos en la posada El Sombrero Rojo, donde servían el mejor whisky de la ciudad.

Estaba deleitándose en sus pensamientos, ya casi saboreando el sabor del escocés, cuando de pronto, la vieja puerta se separó de los goznes de un golpe. Un hombre apareció en el umbral y casi ni sintió el movimiento del látigo. Un ardor acudió a su cara mugrienta y un dolor lacerante lo hizo aullar de dolor. No le dio tiempo a responder. Después siguieron una serie de puñetazos en todo el cuerpo que lo hicieron caer al suelo. Cuando Max terminó de golpearlo, el secuestrador era un amasijo de carne encogido y gruñendo.

-Espero que nunca más se te ocurra tocar a la familia Castro. Si valoras tu vida ni la mirarás a la cara cuando salgamos.

 Abrió la puerta del otro cuarto y halló a Carol acurrucada, doblada sobre sí misma.

-Carol- susurró arrodillándose junto a ella.

Ella levantó la cabeza sorprendida y le miró con los ojos llenos de lágrimas.

-No llores amor, ya estoy aquí.

-Sabía que vendrías a buscarme.

-Aunque hubiera tenido que remover cielo y tierra, te hubiera encontrado.

La cogió en brazos y salió de la cabaña sin mirar si el secuestrador se había levantado del suelo. Allí seguía, quieto, por si acaso a aquel hombre le daba por volver a utilizar el látigo.

Max se detuvo delante de la cabaña y contempló el sol, que tímidamente empezaba a asomarse en el horizonte. Miró hacia abajo y unos ojos castaños iluminados por unas cristalinas lágrimas le sonreían agradecidos.

Carol sintió la mano de Max sobre su talle, con mucha suavidad y ternura la condujo

hacia un grupo de árboles, donde esperaba, atado, su caballo.

La sentó sobre la grupa del equino y con la agilidad de un felino se montó tras ella. La rodeó con sus brazos y espoleó al caballo para que iniciara la marcha.

Carol se recostó contra el amplio y fuerte pecho del hombre que por segunda vez le había salvado la vida y quien sabe que más, rescatándola de aquel ser ruin y repugnante.

-¿En qué piensas?- preguntó intrigado Max.

-En que es la segunda vez que me libras de ese... hombre.

-¿Era el mismo que te atacó en la fiesta? -preguntó incrédulo, en ninguna de las ocasiones se había parado a identificar al malhechor, la rabia de saberla en peligro lo cegaba hasta el extremo de no ver más allá de la venganza.

-Sí, estoy segura, no podría haber olvidado un rostro tan detestable como el suyo -Max pudo sentir como un escalofrío la recorría.

-Bueno, ahora ya todo ha terminado. En cuanto lleguemos a casa de tú tío volveré con el alguacil...

-Pero ¿y si se va?- una nota de terror marcó su pregunta.

Max esbozó una malévola sonrisa -Me temo que ese no podrá llegar muy lejos, no por el momento.

Aliviada por saber que aquel hombre no volvería a molestarla, volvió a recostarse contra Max y suspiró satisfecha.

-Carol...

-¿Mmmm?

-Me gustaría saber cómo te sientes.

-Ahora bien, gracias a ti -mirándolo de nuevo a los ojos le dedicó una tierna sonrisa.

-No me refería a eso... -dudó, no sabía si realmente quería conocer la respuesta- me refiero a lo de la ruptura de tu compromiso.

-¡Ah!, te seré sincera...

-Eso me gustaría.

-Me siento liberada, sí, no me mires con esa cara -una carcajada divertida y cristalina brotó de su garganta- creo que en el fondo, nunca deseé esa boda. Es cierto que Moisés no me desagradaba y me parecía un buen hombre, pero no lo amaba. Ahora puedo ver las cosas con más claridad y es evidente que lo hacía por mi tío, se que él quiere lo mejor para mí, pero esa boda hubiera sido un error.

-Te lo dije desde el principio -fanfarroneó él.

-Eres insufrible lo sabes.

-Sí, y te encanta, eso también lo sé.

Carol volvió a reír, aquel hombre era imposible.

-¿Nunca puedes hablar en serio? -la pregunta no sonó muy convencida, ya que ella misma no podía dejar de sonreír.

-Claro que lo puedo hacer, pero cuando te tengo cerca algo me incita a provocarte.

-Eres un asno -intentó simular enfado.

-Ves, me encanta cuando te enojas, estás más hermosa que en ningún otro momento, por eso no lo puedo remediar.

Carol, clavó sus pupilas en la mirada azul -¿De verdad te parezco hermosa?

-¿De verdad me estás pidiendo que responda esa pregunta? -contestó.

-Moisés también decía que era hermosa y un montón de palabras bonitas... al final todo eran mentiras.

-No me compares con él, yo no sabría expresarte con palabras lo que siento por ti, lo que me haces sentir cuando te tengo cerca, no, yo no te diré palabras bonitas y vacías de contenido, yo te demostraré mi amor por ti con hechos. Tan solo dime una cosa.

-¿Qué? -estaba tremendamente emocionada, sin decir ninguna palabra de amor, Max la había hecho sentir la mujer más especial del mundo.

-¿Qué sientes por mi? Necesito saberlo, tengo que tener algo a lo que asirme para seguir adelante... y ahora estoy hablando totalmente en serio.

Carol sentía un nudo en la garganta que amenazaba con ahogarla, no podía hablar, pero en cambio subió su delicada mano hasta la mejilla perfectamente rasurada de Max, lo acarició con toda la ternura de la que fue capaz, se estiró hacia él y le entregó sus labios.

Max no dudó ni un segundo, respondió al beso con toda la pasión y el deseo contenidos durante tanto tiempo, la estrechó más contra su cuerpo y disfrutó de la suavidad de su boca.

Aquellos besos robados era de todo lo que disponía, pero de momento se conformaría con ellos.

Cuando por fin se separaron, jadeantes y excitados por la pasión que acababan de compartir, se miraron a los ojos durante unos segundos. Max sonrió satisfecho y abrazándola de nuevo contra su cuerpo dijo -Era todo lo que necesitaba saber.

 

Tío ¿vas a la finca de Max? - Carol dio un salto en el último escalón y corrió hacía Don Pedro que se disponía a salir por la puerta.

-Hoy le llegan unos caballos y quiere saber mi opinión - asintió henchido de orgullo.

-¿Sí? ¿Puedo acompañarte? -ya estaba recogiendo un sombrero de paja con cintas verdes. Su sencillo vestido era también verde.

-Yo diría que el caballero en cuestión ha pasado esta mañana por aquí, como las tres últimas mañanas -se encogió de hombros y se hizo a un lado para dejar salir a la joven-. ¿Sabrina no viene?

-Salió a la ciudad con el señor Bypas -apoyó su mano en el antebrazo del hombre.

Don Pedro la observó pestañeando con fuerza.

-¿Crees que es lo correcto?

-Tío, no te preocupes. Además, no iban solos. Sabrina se llevó a Lucy como acompañante. Ya sabes que es muy sensata -lo tranquilizó. Ella misma no estaba muy convencida de la sensatez de Sabrina, menos mal que Héctor era un hombre bastante previsor y con fines honorables.

Se acomodaron en el carruaje bajo una tarde soleada.

-Esto ... Carol... -Don Pedro se revolvió en su asiento buscando una postura cómoda -.Máximo Castell y tú ... ¿Te pedirá matrimonio?

Carol enrojeció y el anciano palmeo su mano con afecto.

-¿crees que no me he dado cuenta de lo que os pasa a los dos? -la estudió con una sonrisa.

Carol le dio un rápido beso en la mejilla. Por el rabillo del ojo, a través de la ventana, vio como la finca Buenavista se alzaba elegante sobre los verdes campos. Los limoneros y los naranjos se hallaban en flor. Pensó en lo fácil que sería vivir allí. Max estaba orgulloso de su finca y en verdad era perfecta, ni muy grande ni muy pequeña.

-Queremos hacer las cosas bien, tío. Seguramente Max te pida mi mano antes de anunciar ningún compromiso.

-Como debe de ser. ¿Estás segura? Hace poco Don Moisés...

-Nunca he estado tan segura en mi vida.

-Te quiero tanto como a mi hija. Deseo lo mejor para ambas y Máximo me parece una muy buena elección.

Carol sonrió dichosa. No había sido nunca tan feliz. Max le había entregado su corazón y ella se encargaría de cuidarlo, amarlo y protegerlo.

El vehículo se detuvo ante la puerta principal de Buenavista.

Carol suspiró aliviada al entrar en la sala más fresca de la casa, un sitio amplio y acogedor decorado con un gusto fino e impecable. Aceptó con ganas una limonada fría, e iba por el segundo vaso cuando apareció Max con prisas y sorprendido por su presencia.

-Lamento mucho la demora. Don Pedro -le saludó. Tomó la diminuta mano de Carol entre las suyas.

Al verlo tan alto y gallardo, Carol sofocó el impulso de beber de sus labios ante la presencia del tío. Evitó deliberadamente la divertida mirada de Max.

-Me alegra que hayas venido -El hombre ofreció su brazo a la joven, quien colocó la mano en el ángulo de su codo.

-Estas muy hermosa -susurró junto a su oído acariciándola suavemente con los ojos.

Carol no pudo evitar el estallido de placer que sus palabras la hicieron sentir y esbozó una tímida sonrisa.

-Si le parece bien, Don Pedro, me gustaría mostrarle los caballos y unos encantadores ponis que su sobrina ya ha tenido el placer de ver -inclinó la cabeza hacía Carol-. Espero que disfruten.

Los tres pasaron una tarde muy agradable. Carol se entretuvo con el divertido humor de Max y con las repetitivas anécdotas de su tío.

Los animales eran una preciosidad. Un par de caballos andaluces "pura raza española", con sus crines largas y colgantes, ojos vivaces y porte orgulloso,

-¡Son una maravilla! -Carol acarició el fuerte cuello de uno de ellos.

-En unos días llegará la yegua -miró a la joven con un brillo especial -. ¿Sabías que no se doman ni se montan?

Carol se ruborizó de pies a cabeza.

-Son especiales para la cría -explicó burlonamente.

Don Pedro se adelantó para observar a los ponis que se hallaban en el fondo del establo, dejando momentáneamente a la pareja un poco de intimidad.

-Estoy deseando besarte -murmuró Max inclinándose levemente junto al rostro de la muchacha, sin llegar a tocarla.

Ella también sentía esa necesidad. El decoro no se lo permitía.

-¿Te apetece esta noche un paseo bajo la luz de la luna? - siguió hostigándola.

Carol le miró con amor y sus ojos brillaron de deseo contenido.

-No me tientes Max -le advirtió burlona.

-Cobarde.

-¡Ja!.

-Iré. Deja la ventana abierta, amor.

-¡No te atreverás! -rió.

Max observo al anciano por el rabillo del ojo y en unos segundos robó un ligero beso a la joven con la promesa escrita en su mirada azul.

-Lo haré.

Cayó a todo lo largo de su cuerpo sobre su cama tan suave y olorosa a rosas, estiro sus brazos a toda su extensión, suspiro hondamente llenando sus pulmones de aire y su mente de recuerdos tan dulces y placenteros que su pecho le parecía pequeño en aquel momento.

_ ¿Qué haces? ¿En qué piensas? -preguntó Sabrina entrecerrando sus ojos maliciosamente y con una sonrisa de oreja a oreja.

Carol se incorporó y observó a su prima tan hermosa y radiante y pensó: "Definitivamente le sienta bien el amor y ese vestido. ¿Dónde lo habrá conseguido?". Notó que ella seguía esperando su respuesta y dijo:

-En lo hermosa que es la vida, en especial cuando estás enamorada -. Y las dos sonrieron soltando toda su dicha porque sí. A  las dos las flechas de Cupido las había alcanzado y no querían que esas sensaciones tan hermosas pasaran.

Esa tarde la había pasado muy bien cerca de Max y pensaba cada vez más en la posibilidad de dejar la ventana abierta, pero el miedo la asaltaba cada vez que pensaba en ello. ¿Y si sólo era pasión y no amor?

Pensando en eso y mucho más decidió darse un baño; la haría relajarse y pensaría luego ya con mente más despejada en toda las decisiones a tomar. Se desnudó con paciencia  y sumergiéndose en la tina, sintiendo que el agua tibia la calmaba, no pudo evitar pensar en él y sonreía sin querer.

Ya terminándose de vestir mucho, más descansada, notó lo tarde que era, tal vez la cena ya estaría lista y su estómago le confirmó que no había probado bocado hacía mucho.

Se dirigió a la puerta cuando sintió unos brazos fuertes asiéndola de la cintura. En un primer momento se sorprendió, pero el aroma era inconfundible y volviéndose se encontró con unos ojos tan hermosos que la miraban traspasándola y sentía que él podía adivinar cada palabra que ella pensará.

-Temí, por un momento, que no dejarás la ventana abierta.

Max sonreía  sensualmente al decir esas palabras.

Ella no la había cerrado tal vez inconscientemente pero, esa duda… ¿Si él sólo la desea o.....?

Max adivinando sus dudas, la soltó lentamente y casi dolorosamente para él, se sentó al borde de la cama y la miró. A la tenue luz se veía hermosa como nunca y teniéndola tan cerca tuvo que esforzarse mucho para no volver a abrazarla. Con paciencia, decidió que primero quitaría cada duda que ella tuviera y así cuando por fin se unieran en uno solo sería sin dudas ni miedos.

Carol sintió como poco a poco Max la soltaba y sintió un vacío; sólo deseaba que siguiera abrazándola, se dio la vuelta y le vio sentado en su cama.

-"¡Oh Dios! ¡Qué hermoso es!”, pensó. Su cuerpo se dibujaba perfectamente bajo su camisa, cada músculo era perfectamente definido. No pudo evitar emitir  un suspiro y que sus ojos lo recorrieran lentamente observándolo sin vergüenza ni pudor.

Sólo se dio cuenta de que se había acercado tan rápidamente, que casi toma por sorpresa a Max, lo abrazó y besó con tanta pasión, que Max, por unos segundos, no reaccionó. Pero sólo fueron unos segundos, porque sus manos volaron a su cuerpo, al principio sin control y después, con estudiado camino, como si lo hubiera recorrido otras veces.

Aquel cuarto ardía, sentía que la pasión la quemaba notando sus manos recorriéndola con tanta ternura y pasión a la vez... La enloquecía... No pensó... Simplemente se entregó.... 

Carol lanzó un gemido y abrió los labios para él al notar el roce de los suyos. Envolvió el cuello de Max con su brazo entrelazando los dedos en el cabello del hombre. El beso fue dulce, suave, embriagador. Carol, con los ojos cerrados, se aferró a él, llenándose con el placer de sentirlo y a un tiempo deseando algo más.

Max acarició suavemente los estrechos hombros para, de improviso, posar la mano en el seno de la joven.

Carol dejó de respirar.

Nunca nadie la había tocado de esa manera. Sentía el calor en su rostro y el ardor allí donde Max había colocado su mano.

La mano de Max sobre su pecho era escandalosamente  excitante y a ella le encantaba.

Él también contuvo la respiración. Volvieron a brillar sus ojos azules al tiempo que tomaba la cara de la muchacha entre sus manos para volver a saborear sus labios.

Las manos de Carol comenzaron a moverse de manera inexperta, descubriendo un músculo aquí, una diminuta cicatriz allá. Sintiendo bajo sus dedos la piel de Max, el calor del hombre.

El cuerpo de Carol vibró cuando sintió como el vestido desaparecía entre las sombras, seguido por las enaguas.

La joven no hizo ningún intento por detenerlo. Le deseaba tanto como él a ella. La tibia dulzura de aquella boca caliente recorriendo su cuello, mordisqueando el lóbulo de su oreja borraron de su mente todas las dudas que pudiera tener. Aquél no era el momento para pensar en lo correcto puesto que su cuerpo gritaba excitado bajo las delicadas caricias de su amante.

A pesar de las sombras podía ver el amplio pecho de Max, bien formado, bien definido.

Con manos trémulas, Carol lo desnudó arrojando las ropas al suelo, junto a las suyas.

Le sonrió con timidez cuando vio que Max la estudiaba con atención. Instintivamente Carol quiso cubrirse los pechos. Max la tomó las manos  elevándolas hacia arriba y con ternura la hizo descender sobre la cama tendiéndola de espaldas. Ella, una vez liberada, se volvió a aferrar al cabello de Max atrayendo sus labios de nuevo. Adoraba aquel cuerpo musculoso que la hacía sentir infinitas explosiones dentro de ella.

Max trataba de contenerse. Estaba  duro como una roca, listo para derramar su esencia. Luchaba por su autocontrol, dejándose acariciar por las manos suaves y tímidas de la muchacha que, con curiosidad, recorrían cada centímetro de su piel. Se movió contra ella y las pasiones se desataron con ansiedad. Cuando la miró a los ojos no encontró temor ni resquicios de duda alguna. Vio una pasión ardiente, una ternura infinita. La hizo suya despertando un erotismo que jamás había soñado que existiera, fundiéndose ambos como si pertenecieran a un solo cuerpo, susurrando intimas palabras de amor. Descubriendo la gloria al rozar el cielo con la punta de los dedos. Ese instante en que la mente abandona el cuerpo dejando de existir para saciar una necesidad imperante.

Satisfechos y jadeantes descansaron uno junto al otro.

-Tengo que regresar a la ciudad -dijo Moisés, mientras acariciaba distraído la pierna desnuda que reposaba sobre sus muslos.

-¿Tan pronto? -la lastimosa voz de Elvira hizo sonreír a Moisés. En ocasiones, a pesar de su madurez, se comportaba como una niña consentida.

-Mi amor, ya no tengo excusa para permanecer más tiempo en la finca de tu hermano. Además tengo asuntos que atender y que no pueden esperar.

-Está bien... Pero pediré a mi hermano que nosotros también nos traslademos a nuestra casa de la ciudad, así podremos seguir viéndonos -la idea pareció entusiasmarla, ya que ahora sonreía feliz.

-No sé si eso será buena idea. La noticia de la ruptura de mi compromiso con la señorita Castro ha de estar en boca de todos... Que yo haya permanecido aquí por tanto tiempo tampoco habla mucho en nuestro favor, y si ahora regresamos juntos las habladurías serán terribles. No quiero que nada ensucie tu nombre -le acarició el rostro con adoración-. Basta con que sea el mío el que sea vapuleado durante una temporada.

-Pero... –él posó su dedo índice sobre los labios que hacía un momento había estado besando y no la dejó continuar.

-No insistas, si no yo mismo le rogaré a tu hermano que no te deje regresar a la ciudad.

Enfadada y frustrada por no conseguir lo que quería se levantó de la cama y desnuda como estaba se paseó furiosa por la habitación.

-Te crees que soy como esa niñata con la que te ibas a casar, pero a mí no se me puede manejar con amenazas, soy una mujer adulta.

-Esa niñata como tú la llamas, nos ha hecho un gran favor no divulgando la situación en que nos encontró, le debes que tu reputación esté a salvo. Si ella hubiera querido, nadie más te dirigiría la palabra -Moisés también había sacado el carácter. Era un hombre tranquilo, pero cuando la ocasión lo requería sabía ponerse en su lugar. Y sospechaba que junto a Elvira, tendría que hacerlo muy a menudo.

La mujer echaba fuego por la mirada que le dirigió:

-Pues si tan buena es, quédate con ella.

Se disponía a coger sus ropas para abandonar la habitación, pero Moisés la detuvo, sosteniéndola por un brazo.

La hizo darse la vuelta y cogiéndola por la cintura con una mano y posando la otra en la nuca la acercó a él para devorarle la boca.

Tras unos segundos de forcejeo, Elvira se rindió entregándose con pasión y desenfreno.

Saciados nuevamente, Moisés preguntó:

-¿Todavía piensas que debería quedarme con ella en vez de contigo?

Elvira rió encantada.

-No tontito, pero prométeme que encontrarás una solución a nuestro problema, ahora que te tengo no puede prescindir de ti.

La mañana había amanecido con la sombra de varías nubes grisáceas que por momentos se oscurecían a pasos agigantados.

Un fuerte viento se deslizaba desde las colinas y rugía entre el grupo de árboles que bordeaban el río.

Una tormenta así no era propia de la época y para prevenir, Héctor y Max encerraron a los animales y aseguraron puertas y ventanas.

No podían evitar mirar al cielo preocupados y vigilar la dirección del viento con atención.

La finca de los Castro y Buenavista tenían una buena perspectiva, ambas edificadas en terrenos altos. Sin embargo, existía una hacienda perteneciente a la viuda Doña Marina, situada junto al ensanche del río, en la que los peones trabajaban sin descanso recogiendo el ganado.

Una fina llovizna comenzó a regar los campos y todas las preocupaciones se centraron  en el caudal de las aguas.

El primer rayo rasgó el firmamento en dos. El trueno llego poco después desde las montañas.

Max terminó de colocar unos postes caídos antes que el viento arrancara el resto.

Héctor había ido a vigilar, de nuevo, que los establos estuviesen seguros. Los caballos, nerviosos, golpeaban el suelo con sus cascos provocando un alboroto ensordecedor a pesar de estar todos separados entre sí. Los caballos andaluces no estaban acostumbrados al encierro, eran animales que vivían en semi libertad.

Las paredes del edificio eran macizas y resistentes.

Max llegó hasta el establo cuando la lluvia arreciaba con fuerza. Retirándose la capucha del impermeable para sacudirla del agua, recogió uno de los látigos que se hallaba colgado sobre una de las paredes, junto con arneses y palas.

-Voy acercarme a casa de la viuda -gritó Max sobre su hombro para que Héctor pudiera oírlo-. Me voy a llevar un par de hombres. Si hay algún problema házmelo saber.

Héctor se acercó a él para ayudarle a preparar su montura.

-¿Pasarás por la finca de Castro?

-No. Don Pedro sabe apañárselas bien. Para más seguridad envía a algún peón, pero que no se demore en el regreso, creo que la viuda va a necesitar mucha ayuda y algún milagro divino.

Un nuevo relámpago cruzó el cielo iluminando las caballerizas por los ventanucos superiores.

-Mantenme informado, Máx -Héctor palmeó la cabeza del animal y entregó las riendas al hombre que acababa de montar.

Max cabalgó junto a dos de los hombres encargados de cuidar las reses.

La lluvia, ahora cayendo con furia, cubría el valle de una densa niebla. El agua chorreaba por sus impermeables y golpeaba contra los rostros impidiendo ver con claridad.

La tormenta solo había empezado y en la hacienda de la viuda todo era un caos tremendo.

La rama de un gigantesco roble había caído sobre el cobertizo, destrozando éste y, además, el granero donde guardaban toda la cosecha.

Trabajadores e incluso personal doméstico se afanaban por salvar toda la mercancía posible trasladándola al salón de la casa.

-Max, te agradezco que hayas venido -dijo Doña Marina deteniéndose unos minutos para tomar aliento-. Esta tormenta va a ser mi ruina.

-¿Muchos desperfectos?

La viuda asintió con la cabeza y caminó hacia unos sacos de grano para apilarlos de modo que no impidieran el paso. Max la echó una mano y envió a sus hombres afuera a ayudar en lo posible.

-El río crece por momentos. La verja del corral salió volando hace un rato. Cuando el río se desborde se llevará varios edificios -La mujer se sacudió las manos en la abullonada falda sin preocuparse si se manchaba o no-. Los hombres de Don Pedro ya están en camino...

Don Pedro de Castro, empapado de pies a cabeza, ingresó en la sala discutiendo sobre su hombro con alguien que lo seguía:

-¡Te quedas en la casa! Ayuda por aquí si es eso lo que quieres -se topó con la mirada de Max y le hizo un gesto ladeado con la cabeza.

Max se terminó de girar y la sangre subió repentinamente a su rostro cuando descubrió a Carol vestida con ropas de hombre.

Se acercó a ella con la mirada de un gato salvaje.

-He venido ayudar -explicó ella elevando el mentón -. Marina, digo, Doña Marina es buena amiga.

-¡Estás loca! -siseó- Obedece a tu tío y no salgas de la casa.

Carol lo retuvo del brazo obligándole a mirarla.

-Max por favor. No pongas tu vida en peligro, el río est...

-No lo haré Carol -Max suavizó su expresión-. Pide que te den unos guantes antes de cargar cualquier saco.

-De acuerdo señor, lo que usted diga.

Por fin arrancó una sonrisa al hombre.

Max, ante la inminente crecida del río temía lo peor. Intentaba buscar otra solución a  los sacos, porque sabía que ésto sólo retrasaría que el agua llegara a los campos pero no conseguiría pararla. Se le ocurrió una idea y decidió ir en busca de Héctor.

-¿Dónde vas Max? -Le preguntó Carol, acalorada por el esfuerzo.

-Voy en busca de Héctor, se me ha ocurrido una cosa.

-¿Qué cosa, Max?

-En la parte alta de la Finca de los Méndez se estrecha el río, si vamos hasta allí y podemos taponarlo, el agua no llegará a nuestras cosechas y podremos salvarlas.

-¡No, Max! Esa zona del río es muy peligrosa, no vayas por favor…. –pidió Carol angustiada.

-Tengo que ir Carol, es la única posibilidad que tenemos para salvar nuestras cosechas, nuestras casas y nuestro ganado, ¿no lo entiendes? Tus tierras están a salvo, pero las mías y las de muchas otras personas no. -dijo Max con urgencia.

-Por favor Max, no vayas, tengo un mal presentimiento, no vayas, es muy peligroso…

-No te preocupes mi amor, no me pasará nada -Y tras decir eso, le dio un rápido beso en los labios y montó en su caballo.

-Max… -musitó Carol viéndole alejarse hasta que la lluvia y la oscuridad lo hicieron desaparecer a sus ojos.

El Sr. Castro vio que Max dejaba la finca y preguntó a su sobrina por que lo hacía. Ella le comentó todo el asunto y el Sr. Castro le dijo que no se preocupara, que Max sabía cuidarse sólo. A pesar de sus ánimos, un presentimiento decía a Carol que algo ocurriría…

Tras poner todos los sacos en la orilla del río y resguardar en ganado de la lluvia, el Sr. Castro decidió que todo el mundo se pusiera a buen recaudo de la lluvia y del posible desbordamiento del río, no quería que nadie sufriera ningún daño. Como la lluvia era muy fuerte, era imposible llegar a la finca del Sr. Castro para guarecerse, ya que ésta se encontraba bastante alejada, así que todos decidieron esperar a que pasara la tormenta dentro del refugio que Doña Marina tenía en el sótano de su casa.

Max llegó a su casa a duras penas, ya que la tormenta cada vez era peor. Héctor salió a su encuentro y tras pedirle que lo acompañara, ambos salieron con sus caballos hacia la finca Méndez.

Una vez allí, Max le explicó su plan:

-Héctor, ¿Te acuerdas donde se estrecha el río, verdad?

-Por supuesto, hemos ido alguna a ese tramo del río cuando éramos pequeños para cruzarlo de una orilla a otra. Es la zona más estrecha para cruzarlo, pero también la más peligrosa.

-Si, ya lo sé, aun recuerdo como nuestros padres, al enterarse de nuestras acciones en esa zona del río, nos castigaban. Pero tengo una idea que podría funcionar… - dijo Max esperanzado.

-¿El qué, Max? – preguntó su amigo con impaciencia.

-Justo en ese tramo, en una de las orillas, está la gran roca negra, ¿la recuerdas?

-Claro,  cómo podría olvidarla –asintió Héctor, empapado hasta los huesos.

-Pues haremos palanca y conseguiremos que caiga justo en la zona estrecha del río, ésto parará las grandes masas de agua que caen desde el nacimiento, detendrá el cauce y no se desbordará en nuestras tierras.

-Max, estás loco, eso es muy peligroso, si lo hacemos algunos de los dos podría ser arrastrado por la fuerza de la roca y caer al agua, y sabes que en esa zona existen muchos remolinos y sería difícil salir del río –dijo con gran preocupación Héctor.

-Tenemos que intentarlo, es la única oportunidad que tengo para salvar lo que tanto tiempo me ha costado conseguir, si no el desbordamiento del río me dejará sin nada – dijo Max con voz desgarrada.

-Ok, lo intentaremos, pero si vemos que la cosa se complica y se pone muy peligrosa lo dejaremos - accedió Héctor.

-De acuerdo, amigo- contestó Max.

La lluvia no daba tregua y cada vez caía con más fuerza.  Ambos amigos consiguieron una gran viga de madera que ayudaría hacer de palanca para arrojar la roca al agua. Apenas se veía y la lluvia no ayudaba en nada.

Los dos hombres se encontraban metiendo la viga debajo de la roca y estaban a punto de empezar a empujar hacia abajo.

-Héctor, a la de tres, con todas nuestras fuerzas, ¿de acuerdo?

-Ok, Max.

-Uno… dos… ¡Tres!

Ambos empujaban con todas sus fuerzas y la roca empezó a moverse. Pero era muy pesada y tuvieron que parar para descansar unos minutos.

-Es muy pesada Max y muy peligroso también, no creo que valga la pena poner en peligro nuestras vidas.

-Para mi vale la pena, Héctor. Entiendo que no quieras hacerlo, si lo prefieres puedes marcharte y yo continuaré solo… -dijo Max con tristeza.

-No te abandonaré, amigo- aseguró Héctor con decisión.

-Probemos otra vez. Una… dos… ¡Tres! -gritó Max con todas sus fuerzas.

 La roca se movió del todo y cayó al río, taponando justo el cauce y deteniendo la bajada del agua.

-¡Lo hemos conseguido! –gritó Héctor con gran alegría.

Héctor miró hacia el lado donde se encontraba su amigo, pero no estaba…

-¡Max! ¿Dónde estás? –se desesperó  Héctor, tras observar cómo Max intentaba salir de un remolino de agua.

-¡Dios!, ¡has caído al agua!. ¡Max!, ¡sujétate a la viga! –insistía Héctor y le colocaba la viga para que se agarrase.

Tras unos minutos de intentos fallidos, Max desapareció en la corriente.

 

Media hora después, Héctor llegó a la finca de Doña Marina. Ya había dejado de llover y todos estaban fuera de la casa.

-Héctor, el río no se ha desbordado. Es más, el cauce se estabilizó hace un rato -dijo el Sr. Castro con gran alegría.

-¿Dónde está Max? –preguntó alarmada Carol -. Estaba contigo, ¿no?

-Fuimos a la finca del Sr. Méndez para parar el cauce del agua que venía desde arriba y salvar las tierras. Estábamos haciendo palanca en la gran roca negra y ésta cedió y cayó al río parando la masa de agua. Yo no quería hacerlo. Era muy peligroso. Se lo dije… –explicaba Héctor con lágrimas en los ojos.

-¿Qué ha pasado Héctor? -Carol apenas tenía voz,  imaginándose lo peor.

-Cayó al agua y no pude salvarlo. Lo siento Sabrina, debí impedirle que hiciéramos esa locura, era muy arriesgado,  pero él no cedía… Lo siento… -murmuró Héctor cayendo de rodillas al suelo, derrumbándose en lágrimas.

-Max… -dijo Carol en un susurro y cayó al suelo desmayada.

Cuando Carol recuperó la consciencia se encontró rodeada por varios pares de ojos asustados que la contemplaban.

¿Qué pasaba? ¿Por qué la miraban de aquella manera? Trató de incorporarse, pero las manos de su tío la detuvieron.

-Despacio, tómatelo con calma -la preocupación en la voz del hombre y el dolor en los ojos de Héctor Bypas la devolvieron a la cruda realidad.

-¡Max! Dios mío, le dije que no fuera, sabía que algo malo iba a suceder, pero no me escuchó -las lágrimas corrían  por su rostro-. Él nunca me escucha.

Apartó las manos de su tío, que aún la sostenían y con la fuerza que imprime la desesperación se puso en pie y comenzó a dar órdenes a diestro y siniestro.

-¿Qué pretendes? -Héctor estaba confundido.

-¿Tú qué crees? Voy a salir a buscarlo, lo que no entiendo es cómo no se les ha ocurrido a ninguno todavía -ignorando las protestas de su tío salió de la casa para encaminarse al lugar donde se encontraban los agotados trabajadores.

Héctor corría tras ella.

-Es una locura, no lo encontraremos, yo mismo vi cómo el río se lo tragaba...

-¡NOOO! -grito Carol- No quiero oír nada que no sean sugerencias para ir en busca de tu primo. Sí hace falta recorreré el río entero, me beberé su agua si con ello encuentro a Max. No te consentiré que vuelvas a decir que ha desaparecido o que está muerto, lo creeré cuando lo vea con mis propios ojos, antes no.

Ante el discurso emocionado de la joven, los hombres reaccionaron de inmediato y se pusieron manos a la obra para organizar una partida de rescate.

Héctor, sorprendido igualmente por el coraje y la fuerza de aquella frágil mujer, se unió a los hombres no sin antes decir:

-Max tiene suerte, eres una mujer sorprendente, aunque creo que él ya lo sabe.

La tarea no fue fácil. El terreno estaba anegado y la ribera del río era un lodazal que ralentizaba en extremo los movimientos de los hombres.

Provistos de faroles, antorchas y todo aquello que les proporcionara un poco de luz, continuaron la búsqueda durante horas.

Carol no se quedó sentada esperando, ella encabezaba el grupo, llamando a gritos a Max, con la esperanza de que estuviera en alguno de los márgenes del río, y fuera capaz de oír su llamada.

Tras infructuosas horas de búsqueda, los hombres estaban exhaustos. Carol, afónica, había dejado de gritar hacía rato.

Héctor la retuvo del brazo.

-Carol, es inútil, los hombre ya no pueden más.

-No -pero ya no había fuerza ni pasión en su negativa. Se sentía igual de agotada que el resto, pero se negaba a abandonar, no podía dejar a Max allí, ella sabía que tenía que estar vivo, en algún lugar.

-Regresemos a casa, tenemos que descansar y más tarde organizaremos otra partida de búsqueda, con hombres más descansados; ahora estamos agotándonos sin sentido.

-¿Me prometes que seguiremos buscando? -las lágrimas volvían a resbalar por sus mejillas.

-Te lo prometo, pero ahora volvamos a casa.

Carol asintió derrotada, ya no tenía fuerzas y se dejó llevar por el primo de su amado Max.

El destino no  podía ser tan cruel, ahora que por fin había descubierto la felicidad, ahora que ella y Max tenían una posibilidad de futuro... ¡NO!, se negaba a aceptar la muerte de Max, no descansaría hasta que lo viera, vivo... o muerto. Si por desgracia era lo segundo, el cuerpo tendría que estar en algún lugar y estaba dispuesta a recuperarlo.  Un escalofrío le recorrió la espalda al darse cuenta del camino que estaban tomando sus pensamientos. La idea de que Max pudiera estar muerto comenzaba a abrirse paso en su cabeza.

¡No Dios mío! No permitas que esté muerto -volvió a rogar por milésima vez.

-¿Ocurre algo, Sebastián? -la somnolienta voz de Elvira flotó escaleras abajo.

-Me ha informado que Máximo desapareció en el río durante la tormenta. El alguacil Cortéz se dirige allí con sus oficiales, nos uniremos en la búsqueda.

-¡Cuanto lo lamento! -Elvira descendió los escalones ajustándose el cinturón de la bata -¿Puedo hacer yo algo?

-Será mejor que regreses a la cama. Aún falta para que amanezca -contestó acercándose a ella para besarla en la frente.

-Ya no creo que pueda dormir -negó agitando sus largos cabellos -. Menos mal que Moisés se marchó mucho antes que se desatara la tormenta. Tal vez pueda preparar un par de cajones de alimentos y enviarlos a Buenavista.

Sebastián ya salía por la puerta cuando se volvió a ella.

-Envíalo a la hacienda de la viuda Doña Marina. Allí es donde hace más falta de momento.

-¿Vendrás a comer?

-No tengo la menor idea. Sólo espero que Máximo aparezca. Elvira, no te preocupes por mí, te mantendré informada.

La mujer lo vio salir. Conocía bastante bien a su hermano y sabía que estaba ansioso por encontrar a su amigo.

A través del ventanal observó el grupo que se alejaba portando antorchas.

Sabrina entró en la sala con gesto cansado y ojos enrojecidos. Las primeras luces del

alba se filtraron por las ventanas. Acababa de dejar a Carol dormida en el piso superior y aunque ella misma estuviera agotada no quería permitirse el lujo de descansar, entre otras cosas, se lo había prometido a Carol. Estaría atenta a toda la información que llegara sobre Máx.

Encontró a Héctor inclinado hacía la ventana con las manos sobre un antiquísimo aparador de caoba.

-¿Por qué no descansas tú también? -le preguntó con voz suave, acercándose a él.

-Me marcho otra vez -suspiró el hombre -. Ahora que comienza a clarear tendremos más posibilidades.

Sabrina asintió. No pensaba detenerlo. No, cuando él se sentía culpable de lo ocurrido por permitir a Max llevar un plan tan descabellado. ¡ Qué importaban las tierras y las casas! Era una vida humana. Era la vida de su primo. No le detendría sabiendo que Héctor sufría tanto.

La joven le rodeó la cintura con ambos brazos y enterró el rostro en su pecho. Héctor la observó con cariño y acarició sus cabellos.

-Vamos a encontrarle -se convenció. Apretó a Sabrina más contra él. Ni siquiera le preocupó el hecho de hallarse solos en una sala, o que Don Pedro o cualquier otro habitante de la casa los pudiera ver fundidos en aquel abrazo -. Cuando termine esta pesadilla anunciaré nuestro compromiso.

Sabrina elevó la cara hacía él, y una solitaria lágrima resbaló por su mejilla. Héctor rozó los labios de la joven con los suyos en una leve caricia.

Sabrina sollozó. No tenía derecho a saberse tan dichosa cuando su querida prima deseaba morirse. Sus hombros se agitaron con la fuerza del llanto y Héctor no pudo más que seguir abrazándola.


Carol se despertó sobresaltada. Su corazón latía descompasado. La habitación se hallaba en penumbras y el silencio era sobrecogedor.

Envuelta en un largo camisón blanco salió al corredor y descendió las escaleras. Un murmullo de voces suaves llegó desde la puerta entreabierta del despacho de su tío.

Observó como Héctor abrazaba protectoramente a su prima. Sus ojos se toparon con los del hombre. Ella también necesitaba un abrazo, una broma burlona junto a su oído, una pícara sonrisa tentándola, unos ojos azules con la promesa de una larga y fructífera vida.

Carol se giró y muy despacio regresó a su alcoba. Ella necesitaba a Max.

Su cabeza se golpeó con violencia contra una roca cubierta de musgo y un fuerte dolor creció en su cerebro. En un intento por salvar su vida, se aferró con fuerza a los arbustos de la orilla luchando contra la corriente. Sentía una total oscuridad apoderándose de su mente y era consciente de que en cualquier momento perdería el sentido.

Era fuerte y jamás se había dado por vencido en nada. El impermeable se enrollaba en sus piernas impidiendo cualquier posible movimiento. El agua y el barro penetraba en sus botas añadiéndole un peso extra a su cuerpo.

En el mismo momento en que las sombras lo envolvieron, sus manos se rindieron y su cuerpo inerte dejó de luchar. El río tenía hambre y él era el alimento.

 

-¡Mamá, mamá! -un niño de dorados cabellos saltaba como un colibrí junto a la ancha orilla del lago, tirando piedras para ver como se hundían con un  "CHOP". Vio con emoción infantil un gran bulto gris que las aguas deslizaban con suavidad hacía él -¡Mamá! ¿Qué es eso?

Una mujer joven extendió varias prendas recién lavadas sobre una ancha y lisa roca. Ocultando el sol con la mano, observó aquello que había llamado la atención del niño.

-Debe ser un animal muerto -le avisó-, no te acerques.

 

Cobró conciencia de sí con una confusión total y absoluta. Su memoria, un extenso vacío lleno de oscuridad. Era como intentar salir de un pozo sin fondo, donde a lo lejos hay débiles rayos de luz, pero de algún modo inalcanzables.

Luchó por librarse del sueño y el aturdimiento. Sentía los parpados pesados, la visión borrosa. El dolor de cabeza era increíble, palpitante, lacerante. Parpadeó con la necesidad de enfocar la vista; no podía recordar el lugar donde se hallaba, ni qué le había podido suceder.

Con fiebre y desconcertado se rindió de nuevo a los brazos de Morfeo. Vagó en las oscuras profundidades de los sueños, convirtiendo los días en noche, despertando tan solo para beber agua. La fiebre subió repentinamente y volvió a descender.

-Comenzaba a pensar que no quería despertar. Soy el doctor Salazar.

El enfermo abrió la boca para hablar, pero tenía las cuerdas vocales tan inflamadas que sólo produjo gemidos roncos e inarticulados. Tenía la boca seca y pegajosa, la lengua áspera y torpe. El dolor de cabeza había disminuido considerablemente, aún así, necesitaba descansar los ojos con frecuencia.

-¿Cómo se encuentra? -preguntó el doctor con amabilidad.

El paciente arqueó las cejas estudiando la pequeña habitación de origen humilde. La cama amplia y de sabanas frescas y una desvencijada mecedora junto a la chimenea eran los únicos muebles del lugar. Unas desgastadas cortinas, mal colgadas, cubrían la ventana.

-¿Dónde estoy?

-Sufrió un accidente -explicó el doctor-. Lo hallaron en el lago.

-No puedo recordarlo -sintió un pinchazo que le atravesaba la cabeza haciéndole encogerse de dolor.

-No se preocupe. Descanse y poco a poco recordará todo.

Su cuerpo estaba dolorido y cansado. Notaba las manos entumecidas, las piernas pesadas.

En lo  más profundo de su mente creyó vislumbrar unos hermosos ojos violetas y una larga cabellera castaña. La imagen se perdió también entre las sombras. El paciente volvió a cerrar los ojos perdiéndose de nuevo en el abismo.

Los días pasaban y la salud volvía poco a poco a su cuerpo, pero su mente seguía siendo

un pozo sin fondo, tan sólo en contadas ocasiones el brillo de aquellos ojos violetas lo acompañaba. Pero ya no sabía qué pensar, aquella magnífica visión podría ser producto de la fiebre y no un recuerdo real.

La mujer que lo había encontrado en el lago, María, tampoco sabía decirle nada que lo ayudara a salir de aquella oscuridad. Tan sólo que unos días atrás a su aparición había llovido torrencialmente y río arriba se habían producido grandes pérdidas materiales por lo que había podido averiguar. Aquello tampoco le servía de gran ayuda, aunque podría ser que él hubiera estado allí cuando el río se desbordaba. Pero cualquier intento por su parte de tratar de recordar algo, terminaba con un terrible dolor de cabeza.

Además de la frustración provocada por la pérdida de memoria, estaba la inactividad. Es cierto que procuraba ayudar a la mujer en todas las tareas que le era posible, pero sentía que le faltaba algo, como si su cuerpo quisiera enviarle una señal indicativa de que en su vida el ejercicio y el continuo movimiento fueran algo habitual.

Al final del día se dejaba caer sobre el catre del pequeño Juan, que ahora dormía con su madre, agotado mentalmente y permitía ser arrastrado por multitud de sueños confusos que no lo conducían a ningún lado, ya que al despertar apenas recordaba nada de éstos, tan sólo la desazón que le producían.

-María, le estoy muy agradecido por todo lo que ha hecho por mí.

-No es nada, señor.

-No le restes importancia a lo que has hecho, otros en tu lugar quizás me hubieran dejado morir.

María se santiguó horrorizada por las palabras del hombre.

-No sería de buenos cristianos negar ayuda a alguien que se encuentra desvalido.

María vio como el hombre sonreía, lo hacía pocas veces, aunque la verdad es que no tenía muchos motivos para hacerlo con mayor frecuencia.

-Eres una santa -al instante su rostro se volvió a tornar serio, como era habitual en él-. He estado pensando que no puede seguir aquí eternamente, necesito buscar respuestas a las preguntas que me rondan por la cabeza día y noche; además, no quiero seguir ocasionándote más gastos -notó como la mujer se ponía ligeramente colorada ante la mención de su pobre situación-. Disculpa, no era mi intención ofenderte, ya te he dicho que te estoy tremendamente agradecido.

-Esta bien, no tiene por qué disculparse, es la realidad -dijo encogiéndose de hombros.

Él asintió para luego continuar hablando:

-He decidido subir río arriba, quizás alguien pueda decirme algo sobre mi identidad o quizás yo mismo recuerde algo al remontar el río.

-Es una buena idea, aunque a Juan le dará mucha pena que se vaya, le ha cogido mucho cariño.

-Y yo a él -un amago de sonrisa se perfiló en sus labios-. No te preocupes, tendréis noticias mías. De una cosa puedo estar seguro, por muy irónico que pueda sonar: yo no me olvido de los favores que se me hacen.

María se tapó la boca con las manos, encallecidas por el duro trabajo, para disimular la risita divertida que las palabras del hombre le habían provocado.

Suspiró, puso los ojos en blanco y también se rio.

-Sí, lo se, suena tan ridículo… Pero es lo que siento aquí dentro -se llevó la mano al pecho, a la altura del corazón.

 

Carol agitó las riendas de Medianoche y con una ligera presión sobre el lomo del animal hizo que arañara el aire con las patas delanteras antes de iniciar una loca y frenética carrera hacía ninguna parte. No importaba el sitio ni el lugar, el único deseo era poder evadirse, dejar la mente en blanco, no pensar en nada. Sentir que la fuerza del viento le arrancaba las lágrimas. Quería correr más deprisa, como si con ello pudiera atravesar la barrera del tiempo. Deseaba desandar el camino, volver atrás. ¡Qué efímera puede ser la felicidad! En un momento se tiene todo e instantes después ya no hay nada.

Llevaba varios días encerrada en casa, sedada la mayor parte del tiempo. Aún le quedaba toda la vida por delante, sin Max.

 ¿Sería cierto que algún día podría dejar de sentir ese profundo dolor? ¿Que cuándo lo recordara no sintiera como el corazón volviera a partirse de nuevo? ¡Qué vida más cruel y que espera más larga!.Algún día, en algún lugar del universo, volverían a verse y a tomarse de las manos. Volvería a sentir el roce de su piel, el calor de su cuerpo y el amor de su alma.

 Se encontraba seca o por lo menos debería de estarlo, sin embargo esa mañana había vislumbrado un pequeño atisbo de la felicidad que había compartido con el hombre que más había amado en el mundo, y al que nunca dejaría de amar. Tenía un leve retraso en el período. ¿Y si fuera cierto?  ¿Y si Max, sin saberlo, le había hecho el mejor regalo del mundo? Alguien a quién amar sin límites, a quién entregarle su vida en cuerpo y alma. Alguien con quién pasar el resto de su tediosa y aburrida vida. El bebé sería su salvación, su lucha contra la adversidad.

Carol se dio cuenta de su irresponsable cabalgada si eran ciertas sus sospechas. Con lentitud hizo que Medianoche aminorara el paso hasta detenerse por completo. Se apeó del animal y rompió a llorar desconsoladamente gritando el nombre de su amado al cielo.

 

Max, enojado con la mula, la dejó pastar en el prado mientras él dormitaba bajo la sombra de unos árboles. Al paso que llevaba todavía iba a tardar bastante en llegar a la ciudad. Quizá allí alguien pudiera darle alguna información importante o al menos lo reconocería, ya que él no lograba atesorar recuerdos de ninguna parte. Todo era completamente nuevo y desconocido.

Se preguntaba por su vida anterior. ¿Tenía familia, amigos, esposa? ¿A qué se dedicaba? Miró de reojo a la mula. Seguro que con animales así no había trabajado. La relación entre él y el bicho no era muy satisfactoria. Al contrario, no creía haber conocido nunca un animal tan cabezota.

De pronto, como por arte de magia, en su campo de visión apareció una fantástica amazona de largo cabello ondeando al viento, a lomos de una yegua negra como lo noche.

Max, que estaba recostado, se incorporó para quedar sentado y observar con total admiración como yegua y amazona se fundían en uno solo, cortando el viento. Había sucedido algo grave o la joven se estaba entrenando para alguna clase de competición, puesto que era de locos galopar de aquella manera.

Al igual que vino, la visión desapareció como si se tratara de un suspiro.

Max terminó de incorporarse y casi con desprecio observó a la mula antes de acercarse a ella. Montó muy despacio.

¡Milagro del cielo! El animal andaba. No desaprovechó la oportunidad para seguir su viaje. Por encima del hombro observó por  dónde había desaparecido la amazona, no quedaba ni una estela de polvo flotando en el camino. Cierto que la mujer lo había dejado intrigado. ¿Dónde iría tan aprisa? Con un encogimiento de hombros, continuó su camino.

 

-No estoy segura de querer ir- murmuró Carol, cubriéndose con una fina mantilla de encaje.

Héctor la tendió la mano para ayudarla a subir al carruaje. Sabrina y Don Pedro ya estaban acomodados en el interior.

Había llegado a la ciudad una nueva compañía de teatro que estaba causando sensación y todos, aunque desganados, necesitaban distraerse.

Las semanas tras la desaparición de Max habían sido muy duras y amargas. El cuerpo aún no se había encontrado, aunque el alguacil no había cejado en su empeño. Carol, con lentitud, comenzaba a salir de su encierro. El hecho de llevar a un hijo dentro de sí la obligaba a sacar fuerzas de donde no las tenía. Era cierto que se pasaba las noches en vela perdida en los recuerdos, pero por el día su mente se mantenía fría y serena, aparentando ante la familia una tranquilidad fingida. Llevaba el peso de la tragedia sobre sí.

Héctor tampoco estaba pleno. Se había hecho cargo de Buenavista, la propiedad de su primo, al principio con la esperanza de que él volviera en cualquier momento y después con el propósito de dejársela al futuro hijo de Carol.

La familia ya conocía el estado de la joven. El rumor aún no había salido de la finca de los Castro, pero en unos meses más, posiblemente sería la comidilla del valle y hasta de la ciudad.

Sebastián Hierbabuena había acudido varías noches a cenar, estando entre los amigos de Max no se le echaba tanto de menos, o eso preferían pensar.

-Será bueno que nos dé un poco el aire -insistió Sabrina con una sonrisa fingida -. Dicen que esta compañía es muy divertida y no se quedarán mucho tiempo en la ciudad.

-Además, sería muy feo darle plantón a Sebastián -Don Pedro golpeó ligeramente el suelo del vehículo con el bastón-. Ya habrá reservado mesa para cenar y los pases para la actuación -miró a Héctor que tomaba asiento frente a él, junto a Sabrina -. No creáis que a mí me apetece mucho ir. Me siento algo cansado.

Carol posó su mano en el brazo de su tío con una mirada compasiva.

-Estas semanas no has parado nada. Has pasado la mayor parte del tiempo junto a Marina -Carol vio como el hombre se sonrojaba ligeramente, y ella se sorprendió. ¡Por Dios! ¡Cómo no se había dado cuenta antes!

Don Pedro y la viuda doña Marina se conocían desde hacía muchos años. Carol jamás habría sospechado que pudiera existir cierto afecto entre ellos.

-Fueron muchos los destrozos -Don Pedro dejó caer la cabeza contra el respaldo del asiento-. Carol, si te sientes muy cansada, yo me retiraré contigo.

Carol sonrió, aunque ya no llegaba ese brillo especial a sus ojos violetas.

-Lo soportare tío.

-Mi padre tiene razón prima -Sabrina alisó en su falda una arruga imaginaria-. Y si la obra es aburrida, di que te quieres marchar y ya está.

-¡Lo que quieres es quedarte a solas con Héctor! -Carol soltó una ronca carcajada.

Héctor, divertido, disimuló observando el paisaje a través de la ventana. Las mejillas de Sabrina adquirieron un tono rosa fuerte. Don Pedro carraspeó a punto de atragantarse con su propia saliva.

La noche, en la medida de lo posible, prometía estar entretenida.

 

Carol y su familia llegaron al teatro, buscaron los asientos que tenían reservados y se prepararon para ver la actuación. Estaban todos en un palco que tenía muy buena perspectiva del escenario.

 -Desde aquí podremos ver con todo detalle cada escena que se reproduzca –dijo D. Pedro.

 -Si, papá –asintió Sabrina–. Estoy deseando que empiece la función, la gente comenta que es muy buena y que ha tenido mucho éxito en otras ciudades.

 -Bueno, ahora lo veremos- en ese momento las luces se apagaron y se levantó el telón.

Transcurrieron tres cuarto de hora y llegó el descanso. Todos salieron  para saludar a viejos amigos, comentar la función y tomar algo, menos Carol.

 -Vamos Carol,  te sentará bien tomar algo fresco -instó Sabrina.

 -Gracias prima, pero prefiero quedarme aquí sentada, no me apetece tomar nada ni saludar a nadie.

 -Pero ¿cómo te vas a quedar aquí sola? Me quedaré contigo…

 -No, Sabrina, por favor, no hace falta, y además Héctor te está esperando fuera. No te preocupes por mí, estoy bien.

Sabrina salió del palco dejando allí a su prima sentada y sola. La preocupaba dejarla así, ya que sabía que Carol no estaba pasando por un buen momento.

Carol estaba mirando cómo los trabajadores del teatro daban los últimos toques para preparar el segundo acto.  De repente vio a un hombre de espaldas  que llevaba en brazos parte del atrezzo; en ese momento se giró y Carol pudo verle la cara. La joven se puso pálida. “No puede ser…” Esos ojos…

 

 -¡¡¡Max!!! –gritó.

La gente que se encontraba en la sala se volvió a mirarla, pero Max ya no estaba allí.

 -¡¡¡Maaax!Eestoy aquí!!! – gritó de nuevo Carol.

 

Sabrina y su familia, al oírla, entraron en el palco y vieron a Carol muy nerviosa.

 

 - Carol ¿qué ocurre? ¿Qué te pasa? – pregunto su tío.

 - He visto a Max- dijo ella desesperada

 - Eso no puede ser, Carol – negó D. Pedro

 - ¡¡¡Si!!! ¡Lo he visto! ¡¡Y no me miréis todos como si estuviera loca!! – Carol salió corriendo de allí para dirigirse a la sala central y buscar a Max.

 - ¡¡¡Carol!!! ¡¡Vuelve!!- gritó su prima y todos salieron corriendo detrás de ella.

Carol  salió disparada escaleras abajo, chocando con toda persona se cruzaba En su camino y chillando el nombre de Max.

 - ¡¡¡Max!!! ¡Soy yo, Carol! ¿Dónde estás? – estaba frenética, corriendo de un lado para otro.

La gente la miraba como si estuviera poseída y nadie entendía su dolor. Su tío y su prima llegaron hasta ella e intentaron sujetarla.

 - Carol, basta ya. El segundo acto está a punto de empezar y todo el mundo te está mirando. Vámonos a casa – dijo D. Pedro.

 - Noooo. Tío,  acabo de ver a Max, trabaja para el teatro. Tengo que encontrarlo. ¡Soltadme! – intentó desasirse de su tío y de Héctor que la sujetaban.

 - Vamos Carol, te estás comportando como una lo…

 - No estoy loca.  Sé muy bien que le he visto- rebatió desesperada.

 - No quería llamarte así Carol, lo siento. Mira, haremos una cosa: saldremos y hablaremos con el director del teatro. Él nos dirá si trabaja aquí Max o no. Tranquilízate y salgamos fuera -dijo con suavidad su tío.

 - Está bien, buscaremos ahora mismo al director –se tranquilizó ella ligeramente.

-Eso no hará falta señorita, estoy aquí. Por favor vayamos a mi despacho, allí hablaremos con más tranquilidad –intervino el Sr. Gálvez, director del Teatro Central.

La familia Castro y el director del teatro se dirigieron a su oficina para poder hablar mejor del asunto.

-Por favor tomen asiento – ofreció el Sr. Gálvez  una vez entraron todos-. ¿Me pueden explicar todo el alboroto que se acaba de producir en mi teatro?

 - Sr.  Gálvez, hace un tiempo una persona muy querida por nosotros desapareció en el río. Nos hemos llevado semanas buscándole, pero no lo hemos encontrado aun. Hoy le acabo de ver en su teatro llevando parte del attrezzo al escenario- le comunicó Carol muy nerviosa.

 - ¿Cómo se llama el susodicho?

 - Se llama Máximo Castell.

 - Lo siento señorita, no hay nadie con ese nombre trabajando aquí. Yo mismo contrato a todas las personas y no tengo a nadie con ese nombre.

 - Sí, debe tenerlo. Haga memoria, mire entre sus papeles, pero Max esta aquí.

 - Puede ser que venga con la compañía de teatro y no sea empleado nuestro. Espere aquí, voy a llamar al gerente que lleva la función –comentó saliendo de la oficina.

Tras unos minutos de espera, el Sr. Gálvez apareció en el despacho acompañado de un hombre alto y con poco pelo.

 - Les presento al Sr. Villar, gerente de la representación. Pueden preguntarle lo que quieran.

 - Buenas noches Sr. Villar, Soy Carolina Castro y en su compañía trabaja un hombre llamado Máximo Castell y hace semanas que lo estoy buscando –se presentó la joven.

 - Lo siento señorita, pero no hay nadie llamado Máximo Castell trabajando para mí –respondió el sujeto.

 - Es imposible, le he visto hace unos minutos. En el escenario, subiendo cosas. ¡Era él!

 -Carol, no te alteres – la calmó su tío. Ya te han dicho que no trabaja aquí. Puedes haberte equivocado, el escenario no estaba bien iluminado y es posible cualquier confusión.

 - No. Lo he visto, era él… -lloraba Carol.

 - Señorita- dijo el Sr. Villar dirigiéndose a Carol -, hace meses que estamos reproduciendo esta función por diversas ciudades y conozco a todos mis empleados y no hay nadie llamado con ese nombre.

 - Muchas gracias caballeros -D. Pedro tendió la mano a los dos hombres-. Me llevo mi sobrina a casa para que descanse, siento todas las molestias ocasionadas.

La familia Castro llegó a casa media hora después  y todos estaban de acuerdo en que Carol tomase una tila para calmar sus nervios y se acostase a descansar. Carol, sin fuerza ninguna y con la mirada perdida, accedió si oponer resistencia.

Mientras, en el teatro, tras el final de la función, muchos actores y trabajadores comentaban lo que había ocurrido esa noche:

 - ¡Eh Miguel! Viste a la loca esa que salió a escena gritando como una energúmena- se reía un  muchacho llamado Samuel.

 - La vi de refilón, iba muy cargado de trastos que debía llevar detrás de escena- le contestó Max.

Max, al no recordar su nombre, se había inventado uno para poder trabajar en el teatro y seguir adelante con su vida. Ahora se llamaba Miguel Quintana.

 - Te lo perdiste Miguel, intentaron calmarla entre varios, pero hasta que no llegó el director no se marchó. Debe estar chiflada. Jajajaja- continuaba riéndose Samuel.

 - No deberías reírte de las desgracias ajenas,  me dio pena, se veía tan joven y bonita…- comentó Max y se fue de esa reunión de chismosos.

Cuando estuvo sólo estuvo recordando los ojos de la muchacha, unos ojos que le hacían sentir cosas extrañas en su corazón…

 

-Tengo que hacer algo con mi sobrina -Don Pedro entregó la copa de brandy a Héctor -. No soporto verla así. Es tan joven y tan bonita... Tiene una vida por delante. Tal vez necesite ayuda.

-Lo que ella tiene solo lo curará el tiempo -Héctor tomó asiento en un amplio sillón de piel y bebió un largo trago del dorado licor -. Carol no necesita ni médicos ni loqueros –apuntó.

-Lo sé -afirmó Don Pedro. Estaba muy cansado. Habían sido unas semanas agotadoras con las emociones a flor de piel.

La pérdida de Max, los destrozos producidos por la tormenta, el estado de Carol. Todo era un cúmulo de circunstancias que parecían girar en espiral sin dejar ninguna clase de escapatoria.

-Se me ocurre...-carraspeó Héctor dejando su copa en la mesita, nervioso de repente. Tomó aire y lo soltó con lentitud en un intento por calmarse -. Don Pedro, dadas las circunstancias, no veo el momento adecuado para hablar de este tema más que ahora. Deseo desposar a Sabrina. Amo a su hija y sé que ella me corresponde de igual manera...-levantó una mano para que Don Pedro no le interrumpiera - Tras la boda, querríamos hacer un largo viaje: Madrid, Barcelona, Paris, Roma. Para Sabrina y para mí sería un honor contar con la compañía de Carol. La mantendríamos entretenida y acallaríamos a las malas lenguas.

-¿Aceptaría Carol? -preguntó Don Pedro con ciertas dudas.

-Sabrina la convencerá. Estoy seguro.

-¿También estas seguro de querer desposar a mi pequeña?- Don Pedro no pudo evitar sonreír, a pesar de la tristeza que lo embargaba. Era cierto que Sabrina y Héctor estaban en plena juventud y, de no haber sido por la desgraciada tragedia, hubieran anunciado su compromiso hacía tiempo, igual que Carol y Máx.

-Tan seguro, que si no la hago mi esposa, me estaré arrepintiendo durante toda la eternidad por dejar marchar a lo más bello que ha pasado por mi vida -Su voz fue ronca, sincera.

Don Pedro se acercó a él y Héctor se apresuro a levantarse para colocarse a su altura.

 

Cuando Sabrina entró en la salita, se encontró a los dos hombres abrazándose afectuosamente.

-Carol se ha dormido -les avisó -, quizá hemos querido sacarla demasiado pronto de casa y aún no estaba preparada.

-Nunca estará preparada, querida, pero cuánto más pronto mejor -contestó su padre girándose hacia ella, con una dulce sonrisa -. ¡Ah Sabrina! Mi pequeña -la tomó una mano acercándola hacia Héctor -. Acaban de pedir tu mano.

Los ojos de Sabrina brillaron de un modo especial cuando se topó con la mirada de su prometido.

-¡Papá! -la muchacha abrazó a su padre con una fuerza inusitada, llenando la mejilla del hombre de multitud de besos.

-¡Ah! -gruñó Don Pedro - Hazle los arrumacos a él -señaló a Héctor -. Yo creo que me voy a retirar.

 

En cuanto Don Pedro abandonó la sala, Sabrina se lanzó a los brazos de su amado, que la esperaba con ansiedad. Carol logró sonreír. El sombrero de plumas que Sabrina se había puesto era horrible. La hizo una señal para que lo regresara junto a los demás sombreros.

-¿Tan feo es?- susurró Sabrina divertida, atenta a que la dependienta no escuchara.

-Mucho -comentó Carol cuando pasó a su lado para observar un abanico nacarado.

Sabrina ocultó con la mano una enorme sonrisa.

-¿Qué piensas? -Carol la miró con las cejas arqueadas.

-Nada, nada –mintió; sin embargo se acababa de imaginar su noche de bodas vistiendo tan solo un sombrero. ¿Qué pensaría Héctor?  Ahogó una carcajada y tomó a su prima del codo -Vámonos. Tenemos que pasar por la modista antes de regresar a casa.

La alegría de Sabrina era contagiosa.

 

Miguel Quintana tenía los brazos cruzados sobre el muro de  piedra, sobre los brazos descansaba el rostro, con la mirada perdida en las dos beldades que bajaban la calle.

Se había quedado allí espiando cuando las había visto entrar en la sombrerería. No había tenido muy buen ángulo, pero la sensación de creer reconocer a una de ellas era muy fuerte.

Había planeado acercarse y decirle:

-Perdone, ¿me conoce?

Claro, sin duda, ella le miraría como si fuera un loco. No tenía nada que perder y sí mucho que ganar.

Simulando estar paseando las siguió por la calle a una distancia prudente. También podía acercarse y preguntar por algún sitio en especial, de ese modo vería la reacción de la joven.

Las vio entrar en la modista. Era un local francés en un barrio bastante adinerado.

Pasaron los minutos y Miguel no hizo más que pasearse calle arriba y calle abajo, echando furtivas miradas al interior del local cada vez que pasaba por delante.

El sol comenzó a esconderse con lentitud y varios negocios de los alrededores comenzaron a echar el cierre.

Un carruaje negro se detuvo ante el local y para decepción de Miguel las beldades subieron a él con grandes paquetes en sus brazos.

Miguel observó el reloj de la torre. Iba a llegar tarde al teatro. El trabajo era bueno y estaba aceptablemente pagado. Volvería a intentarlo en otra ocasión.

 

Elvira paseaba sobre el empedrado suelo del patio cerrado cuando escuchó las voces de Sebastián y Moisés que se acercaban.

Estaba feliz de haberse trasladado a la ciudad.

No soportaba ni un minuto más en el campo, aunque por consideración hacia su hermano, había aguantado bastante.

No le había parecido muy sensato abandonarle, dejándole con la preocupación de la desaparición de su amigo Max y con todos los desperfectos que la tormenta había causado.

Por otra parte, aquellas semanas habían supuesto un total aburrimiento, un encierro pesaroso en la finca de Hierbabuena.

Sebastián apenas había aparecido por la casa. Y con la ausencia y lejanía de Moisés, había días en que se había desesperado ante tanta soledad.

De no haber sido Carolina Castro la ex prometida de su amante, quizá podrían haber podido intimar e iniciar una amistad. Sin embargo Elvira era demasiado celosa, y sólo pensar que Moisés había besado a la joven, y quién sabe que cosas más, se sentía furiosa.

Había coincidido en alguna ocasión con Sabrina Castro y su prometido. Una bonita y joven pareja, demasiado campestres para su gusto.

Ahora por fin, ya estaba instalada en su casa de la ciudad, a tan solo unos cientos de metros de la residencia de Arzuaga.

Sebastián regresaría en unos días al campo, aún debía ultimar algunos detalles.

-Cuánto me alegro de volver a admirar tanta belleza -Gorjeó Moisés acercándose a Elvira en cuanto la vio. Tomó las manos femeninas entre las suyas con un afectuoso apretón -. Te he extrañado mucho -susurró junto a su oído con ternura.

Elvira sonrió ampliamente, deseando con todas sus fuerzas lanzarse a su cuello.

La presencia de Sebastián y los sirvientes, el decoro y la educación, la impidieron actuar según dictaba su corazón, haciendo prevalecer su mente sobre todo lo demás.

-Quise venir antes, pero las cosas se complicaron -explicó regalándole una mirada ardiente y apasionada.

-Me explicó Sebastián - asintió Moisés apartándose ligeramente de ella para mirar al susodicho -. Lamento profundamente el no poder haberme acercado, pero he tenido algunos problemas en mis negocios...

-Espero que nada grave -Interrumpió Elvira con preocupación.

-Nada que no se haya podido solucionar -Moisés sonrió.

-Será mejor que yo me retire -informó Sebastián observando a la pareja distraídamente -. Aún debo hacer bastantes cosas. ¿Me disculpáis?

-Por su puesto, hermano - respondió Elvira feliz. No veía el momento de tener a Moisés para ella sola.

Moisés le despidió con una suave palmada en el hombro:

-Nos veremos en la cena. Espero que ambos acudáis- paseó la mirada de Sebastián a Elvira, para  acabar en Sebastián con las cejas arqueadas.

-¡Será un placer! -respondió Sebastián con una sonrisa ladeada.

 

Elvira observó a Moisés con adoración. Esa noche estaba sumamente atractivo, elegante con aquellas ropas en tonos cremas  y un hermoso chaleco de satén azul zafiro.

Moisés siempre había tenido un gusto impecable en lo relacionado a la moda.

Llevaba el cabello peinado hacia atrás confiriéndole un aire sobrio, el porte de la mismísima realeza.

La mujer, no sin cierto recelo, lo dejó conversar plácidamente con un conocido, sobre negocios.

Paseó la mirada por el vestíbulo del teatro. Elvira había necesitado estirar las piernas. Estaban en el último entreacto y la obra llegaba a su fin.

Era la última función ofrecida por la compañía ya que continuaban su gira por Europa.

Elvira no era amante del espectáculo, pero la fiesta de despedida era una de las más importantes con las que el teatro cerraba la temporada.

Con una mirada superficial recorrió las altas columnas barrocas, las arañas gigantes y luminosas que pendían del techo.

-Discúlpeme -avisó alguien que pretendía llegar a la entrada.

Elvira se apartó ligeramente, al girarse se topo con el hombre alto y fornido de mirada clara.

-¿Max? ¿Max? -La mano delgada de Elvira detuvo al hombre, que la miró extrañado - ¡ No lo puedo creer! ¡Eres tú! -agitó la cabeza confundida.

-Perdone. ¿Me conoce? -Miguel la estudió con atención, intentando que algo en su memoria le llevara el recuerdo de esta mujer.

-Máximo. ¿Qué ocurre? Todo este tiempo buscándote por la campiña y ... ¿Qué te ocurre? Soy Elvira Hierbabuena, la hermana de tu amigo Sebastián. ¿Acaso lo has olvidado?

-Mucho me temo que si, señora -La sonrió con un nuevo brillo en su mirada. ¿Sería cierto que esta dama le reconocía? Parecía estar muy segura.

-Elvira, querida -la llamó Moisés -. La función va a continuar.

Elvira tomó el brazo de Max con afecto y se apartó para que Moisés también lo viera.

-Ah señor Castell -le saludó con la cabeza -Me alegro volver a verlo. ¡Qué raro! Sebastián no comento que usted ya había aparecido.

Máximo Castell o Miguel Quintana, daba igual, estrechó la mano del caballero.

-¿Podría hablar con ustedes? Me gustaría contarles algo.

Elvira y Moisés, se miraron confundidos.

-Por su puesto, Max -asintió la mujer. Quizá la historia del hombre fuera más interesante que la representación.

 

Héctor observó a las yeguas con ojo crítico. Eran dos ejemplares hermosos.

Había sido una suerte que por fin llegase el envió. Era muy importante que él estuviera allí para recibirlo, antes que comenzaran los planes para la boda.

Don Pedro se había ofrecido a encargarse de Buenavista hasta que Carol estuviera preparada para asumir esa responsabilidad.

Algo para lo que nunca estaría preparada.

Ella no quería la finca. No la pertenecía por mucho que Max y ella se hubieran amado. ¿Cuánto había durado su felicidad? ¿El mismo tiempo que su amor en secreto?

Héctor ,en el fondo, sabía que Carol actuaba correctamente. Ni la ética ni la moral la hubiesen permitido nunca aceptar una propiedad de su amante, porque eso es lo que serian, a los ojos de todos.

En cuanto a su embarazo, se marcharían de viaje antes que comenzaran a notárselo. Regresaría viuda.

Era un plan fácil y posiblemente muy utilizado.

 Siempre habría alguna lengua viperina y mal pensada, pero eso Carol debía asumirlo.

Aún admirando a los animales, escuchó las ruedas de un carruaje.

Con una sonrisa, asintió al capataz y salió a recibir a los visitantes.

Se decepcionó al descubrir que no eran ninguno de los Castro, pero a veces hablar con Sebastián tampoco le venía mal.

Sebastián tenía fama de criar los mejores pura sangre ingleses y era un experto en este campo.

Esperó a que descendiera para tenderle la mano.

Sebastián le saludó con un fuerte apretón, lleno de alegría.

-Mira a quien te traigo -Se hizo a un lado, para que el hombre pudiera ver.

Los ojos de Héctor amenazaron con escapar de sus orbitas. ¡Era Max!

Con un grito de júbilo, apretó a su primo con un abrazo de oso.

Max, emocionado por el recibimiento, devolvió el abrazo intentando parecer afectuoso, pero es difícil disimular cuando el único recuerdo que tenía, o que creía tener, eran unos hermosos ojos violetas, teñidos de cariño.

No recordaba nada más y era como vivir en el mismo infierno.

Sus recuerdos no eran más que imágenes borrosas y voces confusas.

Acababa de ver como las lágrimas se agolpaban en los ojos de aquel desconocido. ¡Hubiera deseado corresponderle de la misma manera!

Max lo observó con atención y una sonrisa amable.

-¿Como estas? ¡No lo puedo creer! Pensamos que te habrías ahogado -Héctor le apoyó la mano en el hombro, le recorrió con la mirada y lo volvió abrazar -¡Esto es de locos! -hizo una pausa y borró la sonrisa de su boca, cambiándola por una extrañada mueca - ¿Por qué no volviste antes? ¿Qué pasó?

-Héctor -Sebastián lo tuvo que llamar dos veces para que dejara de hablar -. Max tiene amnesia.

Héctor asintió e iba a insistir con sus preguntas cuando asimiló la palabra en su cabeza:

-¿Amnesia? -miró a Sebastián con el ceño fruncido.

-No es algo muy normal pero...

-Perdona Sebastián. ¡Sé lo que es amnesia! -afirmó, incrédulo.

Se volvió hacía Max. Desde luego era el mismo a pesar de las ropas limpias y sencillas que llevaba.

-¿No… me… recuerdas? -se atrevió a preguntarle. Max negó y sonrió divertido.

Héctor había comenzado a separar la silabas para que comprendiera mejor.

-Entiende nuestra lengua perfectamente -rió Sebastián.

Héctor también sonrió. Extendió la mano y volvió a tomar a su primo por el hombro para empujarle con suavidad hacia la casa.

-Entonces vayamos dentro -Héctor sonrió feliz -tenemos mucho que hablar.

 

Carol se incorporó de la cama con lentitud, y aún sin poner los pies en el suelo, esperó, como todas las mañanas, a que pasara el ataque de náuseas matutinas.

Trató de pensar en otra cosa que no fuera lo mal que  llevaba el embarazo, sobre todo las primeras horas del día.

Respiró hondo varias veces, sintiendo la profunda sensación de asco subiendo por su garganta, apoderándose de su estómago.

Tembló y un sudor frío cubrió su frente de diminutas gotitas.

Cuando el feto esté realmente asentado, las náuseas desaparecerán -Había dicho el Doctor-. ¿Cuándo sería eso? A veces, no deseaba ni despertarse. Claro que otras veces eran las mismas náuseas las que la despertaban.

Observó la palangana de metal junto a su cama. Una precaución que había adoptado después de haber ensuciado la última vez la alfombra con un vómito.

Si estiraba mucho la mano y se inclinaba despacio, podría llegar a cogerla.

Optó por la segunda opción. Se lanzó de la cama y enterró el rostro en la palangana, boqueando.

Pasó rápido. Una vez que su cuerpo no tuvo más que echar, apartó la palangana y respiró con fuerza. El olor era mareante.

-¿Otra vez, Carol? -Sabrina corrió hacía ella, ayudándola a incorporarse.

-Estoy bien -Carol se limpió la boca-. ¡Es horrible prima! Espero que algún día cese este malestar.

-Se supone que no debes decirme que es horrible. ¡Me gustaría tanto tener hijos con Héctor!

-Dicen que no ocurre con todas las mujeres -la animó Carol con una sonrisa bastante apenada.

Escucharon el galope del caballo antes de ver aparecer al jinete.

Carol y Sabrina se acercaron a la ventana con curiosidad.

-¿Habrá pasado algo? -preguntó Sabrina, sacando medio cuerpo por la ventana para poder enterarse.

Carol la tomó por el brazo, con miedo a que venciera el cuerpo de su prima y se precipitara al vacío.

-¿Ves algo? -Inquirió Carol.

Sabrina volvió a su posición inicial y la miró pensativa antes de negar con la cabeza:

-Es un peón de Buenavista -Se giró rauda y se detuvo para tomar la palangana del suelo -.Voy a ver qué pasa.

-Vale -contestó Carol, pero Sabrina ya había salido de allí.

 

Sabrina entregó la palangana a la doncella que en ese instante se cruzó con ella en el corredor:

-Cuando puedas ve a la habitación de Carol para ayudarla.

La doncella asintió y giró para bajar la ancha escalera.

Sabrina la siguió con lentitud, llegaban voces y murmullos desde el despacho de su padre.

No era habitual en ella escuchar tras las puertas, de modo que con un pequeño empujón la abrió y se coló en el despacho.

Su padre la observó entre sorprendido y feliz.

-Buenos días papá -le saludó y miró al peón con una sonrisa que aparentaba ser tranquila -. Buenos días. ¿Ha ocurrido algo?

El hombre asintió sonriendo, mostrando una hilera de dientes algo amarillentos.

-El patrón está vivo. El señor Castell ha vuelto.

-¿Qué? -Sabrina no supo si había articulado la pregunta o por el contrario sólo lo había pensado.

Caminó hacía el sillón, tomando la mano que su padre la ofreció para ayudarla.

-¿Es eso cierto? -Sabrina miró a su padre y al peón, para terminar con los ojos clavados en su padre.

Don Pedro se encogió de hombros.

-El señor Héctor me envió para avisarles. El señor Castell llegó muy temprano junto con Sebastián Hierbabuena.

-¿Pero… está bien? -preguntó Don Pedro.

Con extrema precaución cerró la puerta del despacho.

-Yo le veo muy bien, Don Pedro. Una enfermedad lo mantuvo alejado de casa, pero ahora ha regresado.

Sabrina palmeó emocionada y se incorporó con una carcajada:

-Debo decírselo a Carol.

-Espera -la llamó Don Pedro deteniéndola - Espera Sabri -se giró hacía el hombre que sostenía un viejo sombrero de paja en las manos- ¿Por qué no avisó? ¿Qué clase de enfermedad le pudo retener tanto tiempo?

Por su mente pasó la escena que protagonizó Carol el día que acudieron al teatro. ¿Sería posible que Carol lo viera realmente? De ser así, no parecía que estuviera enfermo en aquel momento.

-El patrón -miró a Don Pedro, repentinamente nervioso-… Ocurre que el señor Héctor... -tragó con dificultad- No quiere que... Dijo que se lo dijera sólo a usted.

-Aquí sólo estamos mi hija y yo, vamos, habla de una vez - Ordenó Don Pedro  con severidad.

-No tiene memoria.

-¿Qué? -gritó Sabrina - ¿Qué quieres decir con eso? ¿Se ha vuelto... loco?

-¡No! ¡No! Debido al golpe que se dio en la cabeza no recuerda nada.

Sabrina se volvió a dejar caer en el sillón.

Don Pedro apoyó las caderas en el escritorio.

Ambos conmocionados.

-¿Cómo le vamos a decir a Carol que se ha olvidado de ella? -Lloró Sabrina

 

-¿Decirme qué? ¿Quién se ha olvidado de mí? -dijo Carol entrando en el despacho de su tío.

Tres pares de ojos se volvieron hacia ella, mirándola como si se tratara de una aparición.

-¿Qué? -miró hacia atrás por encima de su hombro, por si era otro el motivo de aquellas miradas y luego se observó el vestido; no encontraba nada que mereciera aquellas miradas tensas.

-Pasa Carol -dijo su tío con voz queda-, siéntate.

Carol frunció el ceño, comenzaba a no gustarle nada toda aquella situación, pero ¿qué más podría suceder? No era capaz de imaginar ninguna otra desgracia.

Con paso tranquilo se acercó a uno de los sillones que había frente el escritorio de su tío.

Éste hizo una señal al hombre que retorcía nervioso el sombrero entre las manos, y con una torpe reverencia abandonó sin demora el despacho.

-¿Cómo te encuentras hoy querida? -la tranquilizadora sonrisa de su tío no la engañó en ningún momento.

-Sin rodeos, por favor. Creo que a estas alturas ya no son necesarios, si ha pasado algo quiero saberlo.

Sabrina y su padre se miraron durante unos instantes, el hombre asintió y fue su hija la que se acercó a su prima y agachándose ante ella y tomándole las manos entre las suyas comenzó a hablar.

-Carol... sé que has pasado por unos momentos muy duros últimamente -volvió a detenerse para tomar aire-. Tengo que decirte algo, pero quiero que estés tranquila -levantó la mano para silenciar a su prima-. No, espera... Lo que ha sucedido no es nada malo, al contrario, pero quiero que pienses en el bebé que llevas dentro y que te lo tomes con calma, sé que eres una mujer fuerte y lo has demostrado hasta ahora, por eso te pido un último esfuerzo -esperó a que Carol asintiera, podía notar la tensión en la muchacha, y la fuerza de voluntad que estaba empleando para controlar su respiración y tratar de mantener la calma.

Sabrina apretó las manos de Carol con mayor fuerza al decir:

-Max ha vuelto -inmediatamente todo el cuerpo de Carol se tensó. Sabrina siguió hablando rápidamente, antes de que Carol se desmayara o saliera corriendo en busca de su amado-. Lo ha traído a casa Moisés, lo encontró en la cuidad, por lo visto ha estado muy enfermo y el golpe en la cabeza le ha... le ha hecho perder la memoria.

La respiración de Carol ahora era agitada, apartó la mirada de su prima, que seguía cogiéndole las manos, la paseó por el despacho sin ver realmente lo que había dentro de él y una sonrisa comenzó a dibujarse en su cara poco a poco.

-Lo sabía, era él, os lo dije y no me quisisteis creer -dijo soltándose de su prima y poniéndose en pie, ayudando a Sabrina a levantarse a su vez.

-¿De qué estás hablando? -dijo Don Pedro confundido.

-En el teatro... era él...-se giró hacia la puerta- pero había perdido la memoria por eso cuando lo llamé no me respondió -se sentía feliz, eufórica, llena de vida nuevamente, él había vuelto- Tengo que ir a verle.

Ya estaba saliendo por la puerta cuando la voz de su tío la detuvo.

-No sé si será buena idea hija.

-¿Por qué? -dijo girándose, pero sin soltar el pomo de la puerta.

-No sabemos cómo reaccionará al verte, no recuerda nada, ni a ti, quizás...

No fue capaz de seguir. ¿Cómo explicarle a una mujer enamorada que el hombre de su vida la había olvidado y que cabía la posibilidad de que no recuperara la memoria? Y si así era… ¿Quién sabe si él volvería a sentir lo mismo por ella?

No hizo falta que expresara en voz alta sus dudas, Carol supo interpretar a la perfección su expresión compungida.

-Conseguiré que recuerde, Max volverá a amarme -su tono tajante y convencido no dejó dudas de que era lo que se proponía hacer y que lo conseguiría, por lo menos eso esperaban su tío y su prima, por su bien. Después de todo lo pasado, no soportaría ni un sólo golpe más a su amor.

 

Carol se miró por última vez en el espejo. Llevaba el cabello recogido sobre la coronilla y varios bucles castaños caían sobre sus hombros desnudos, acariciando levemente la piel.

El corpiño se ajustaba a sus senos que se habían hinchado debido al embarazo. A pesar de llevar casi cuatro meses de gestación, solo poseía una ligera e incipiente curva en su vientre.

La amplia falda de tonos azules caía pesadamente a su alrededor.

Hacía demasiado calor para llevar ese vestido, sin embargo era uno de sus preferidos y el escogido para volver a presentarse ante Max.

Si ya lo había enamorado una vez, lo volvería hacer de nuevo, aunque tuviera que actuar contra reloj, no quería casarse con un bombo contundente y sin poder apenas caminar del peso.

Se dio las últimas gotas de perfume sobre sus muñecas y descendió al vestíbulo.

Estaba nerviosa, pero conocía a Max, sabía lo que sentía, confiaba en él ciegamente... Confiaba en su suerte. ¡No estaba muerto!

Esas palabras eran suficientes para llenarla de esperanza y de dicha.

Sabrina descendió las escaleras tras de ella, a la carrera.

-Carol -la detuvo, posando su mano enguantada sobre el codo de la muchacha -. Yo voy a estar a tu lado en todo momento.

-No te preocupes Sabrina -la dedicó una amable sonrisa-. Sé que todo va a salir bien. Puede que no me recuerde... por ahora. Pero lo hará -la guiñó un ojo-, estoy segura.

-Lo volverás a enamorar -asintió la prima- ¡Estas preciosa!

-Y muy nerviosa también. Los labios no me paran de temblar y el corazón me late en la garganta -Se frotó las manos y recogió un pequeño bolsito para ajustarlo en su muñeca -. Espero no desmayarme -intentó reír.

-Si lo haces, le diré a Max que sólo te despertarías con un beso-. Bromeó Sabrina.

-Un beso de amor -asintió Carol con los ojos violetas brillando de emoción -. Como en los cuentos.

Sabrina la abrazó con fuerza y la sintió temblar.

Llevaban un rato abrazadas cuando Don Pedro, con su bastón de mango dorado, apareció en el vestíbulo y caminó hacia la puerta.

-¿Estáis preparadas?

Sabrina observó a Carol con las cejas arqueadas, y ésta asintió.

Ascendieron al vehículo en silencio, pero con la emoción dibujada en sus rostros.

Jamás les había parecido el trayecto tan largo como aquella tarde.

El sol comenzaba a esconderse discretamente y un ligero viento jugaba con las ramas de los árboles.

Carol deseaba primero hablar con Héctor. Necesitaba saber qué le habían contado a Max, y si le habían hablado de su relación.

Se revolvió en el asiento, al tiempo que sus ojos escapaban por la ventanilla. Ya podía ver Buenavista.

Don Pedro la cogió las dos manos con una suya y las apretó con afecto.

No hacían falta palabras para saber todo lo que pasaba por la mente de Carol, todos sus miedos, todas sus dudas.

Carol tomó una gran bocanada de aire, como si fuera un fruto que se coge de  cualquier planta, impregnándola de un valor fingido.

El vehículo atravesó la enorme puerta de hierro forjado y se detuvo ante la entrada principal.

Máximo se incorporó al escuchar la aldaba de la puerta, inconscientemente rozó la tela de su chaleco, aún sorprendido por la suavidad del tejido. Se estiró un poco el cuello de la camisa, nervioso, con la sensación de no poder respirar en condiciones. Suspiró. ¿Sería capaz de recordar a sus vecinos? Según Héctor les conocía desde siempre. Tampoco se hacía muchas ilusiones ya que ni siquiera recordaba a su primo y era el pariente más cercano que tenia.

Llegaron las voces desde el vestíbulo.

Max se inclinó ligeramente hacía adelante cuando vio el revuelo de la falda rosada. Sus ojos azules observaron los cabellos cobrizos recogidos en un complicado peinado. Sin duda era una joven muy hermosa.

Max sonrió y entonces la vio.

Era la mujer más hermosa que hubiera visto nunca, o por lo menos que recordase. Alta, con varios rizos castaños cayendo sobre sus hombros desnudos, cuerpo cimbreante, no extremadamente delgada como dictaba la moda.

Sus miradas se cruzaron y fue incapaz de apartar la suya de aquellos ojos violetas.

Con lentitud se acercó a ella, devorándola el rostro con descaro.

-Es Carolina Castro -la presentó Héctor, estudiando, como todos, la reacción de Max.

-Carolina -repitió en un murmullo, esperando que el nombre le dijera algo, pero algo en su mente le impedía acceder a los recuerdos. La tomó una mano y posó sus labios en los delgados dedos, demorándose más de lo normal.

-¿Me... Me recuerda?

La voz de la muchacha fue apenas audible.

-Lo lamento -aún sostenía su mano -, no. Sin embargo tengo la fuerte sensación de conocerla.

La hizo ruborizar, pudo ver sus mejillas teñirse de rosa y le divirtió.

Terminó de saludar a Sabrina, la prometida de Héctor y a Don Pedro.

Pasaron una tarde muy agradable, charlando de anécdotas acaecidas en la ciudad y sus contornos.

Durante unos momentos, Héctor aprovechó para enseñar los nuevos animales a don Pedro y su hija, de ese modo Max se encontró en una pequeña sala observando a la belleza de ojos violetas que sostenía un vaso de limonada con mano temblorosa.

-¿La pongo nerviosa, señorita Carolina? -preguntó tomando asiento junto a ella en el sofá.

-¡Por supuesto que no! -Sonrió.

 ¡Mentía! Max supo que mentía. Veía sus dedos temblorosos sobre el vaso. Su espalda totalmente tensa.

Con gracia felina, la retiró el vaso de la mano y lo dejó sobre la mesita del centro.

-Me gustaría recordarte, Carolina -Tomó la mano de la joven y la abrió la palma para acariciarla suavemente.

-¿Has... has hablado con Héctor? -se atrevió a preguntar Carol apartando la mano con un estremecimiento.

-De bastantes cosas -asintió-. Pero de nada en concreto.

La sintió soltar el aire que había retenido e hizo una mueca divertida:

-Sé que hay algo -continuó él. Se llevó una mano al corazón, con su mirada azul clavada en la joven-. Lo siento aquí dentro. Recuerdo sus ojos, a veces su sonrisa... -Max ladeó la cabeza para observar a la muchacha que acababa de bajar el rostro - ¿He dicho algo malo?

Cuando la muchacha lo miró de nuevo, vio brillar sus ojos con lágrimas aún no derramadas.

Max no supo por qué actuó de aquella manera, pero la abrazó cobijándola bajo sus brazos, acariciando la delgada espalda con ternura. Ella se adaptó a su cuerpo como si siempre hubiera pertenecido allí, a sus brazos, junto a él.

La dejó llorar aunque los sollozos parecían clavarse en su corazón provocándole un dolor amargo.

No entendía muy bien el por qué. Deseó preguntarla si realmente había existido algo entre ellos o por el contrario era fruto de su calenturienta imaginación, pero desde que la vio entrar en la casa, la había deseado. En el momento justo en que sus miradas se habían cruzado, él la había deseado.

 

Carol se dejó consolar por aquellos brazos tan conocidos y tal vez tan extraños en esos momentos. Sentía la necesidad de contarle quién era ella en su vida, lo que habían significado el uno para el otro tan sólo hacía unos meses. Pero qué pensaría él si se lo decía, tal vez no creyera ni una sola palabra, después de todo él no recordaba nada y quizás no se fiaría de lo que una desconocida, como era ella, le contara.

Un  poco más tranquila, se separó despacio de aquel poderoso pecho que con tanta ternura la había acogido. Clavó su mirada en los amados ojos azules y por unos instantes se perdió dentro de ellos, tratando de ver más allá, de descifrar el misterio que lo tenía sumido en la ignorancia de su pasado.

Con un suspiro apartó la mirada y terminó de separarse de él.

-Disculpe mi reacción -dijo mirándose las manos-, se me hace tan raro sentirme como una extraña ante usted.

-No se disculpe, puedo entenderla, para mí también es difícil enfrentarme a gente que no recuerdo y que sin embargo dicen conocerme; es sumamente frustrante, en ocasiones pienso que hubiera sido mejor que no me hubieran encontrado...

-¡No! -su negativa sonó excesivamente vehemente, lo que provocó que el color tiñera sus mejillas- No sabe el alivio que ha sido saber que estaba usted vivo después de todo este tiempo.

-No me ha dejado terminar -sonrió con aquella mueca burlona que tan bien conocía Carol, provocándole un maremágnum de sensaciones con las que pensó no podría luchar-. Iba a decir, que por otro lado me alegraba, ya que de esta manera la he conocido a usted.

Clavó su mirada en los ojos violeta que tanto tiempo le llevaban atormentando y pudo ver en ellos todo el fuego y la pasión que aquella mujer estaba tratando de contener.

De nuevo se acercó a ella.

-¿Quién eres? -la pregunta salió apenas susurrada de sus labios, pero atravesó a Carol como si de un ciclón se hubiera tratado.

-Soy su vecina -dijo con voz apagada y ahogada por la emoción que la embargaba.

-No -negó con la cabeza-. Puedo ver en tus ojos que hay más, algo que no me dices. Además, tus ojos...

-¿Qué? -una pequeña llama de esperanza se abrió camino en su corazón, quizás recordaba algo.

-Realmente son unos ejemplares magníficos -decía Don Pedro al entrar de nuevo en el salón, acompañado de Héctor y de Sabrina.

Max maldijo por lo bajo y se separó de Carol, pero ella no podía dejar de mirarlo. ¿Por qué no la había contestado?

Haciendo caso omiso de la presencia de su familia, posó la mano sobre el antebrazo de Max, éste la miró sorprendido por aquel gesto tan íntimo en presencia de otras personas. Pero podía sentir con qué naturalidad ella lo tocaba, como si estuviera habituada a hacerlo; una oleada de deseo le recorrió el cuerpo al pensar que tal vez aquella belleza y él...

-¿Qué me iba a decir de mis ojos? -la seriedad de su rostro evidenciaba la importancia que tenía para ella la pregunta.

-Nada, quizás es una tontería.

-No, por favor, dígamelo -insistió sin retirar la mano.

-Durante los días que estuve consumido por la fiebre, tan sólo recuerdo... sus ojos.

Carol se llevó la mano al pecho e inspiró profundamente.

-Sí, ahora estoy seguro de que eran sus ojos los que me persiguen desde entonces.

Todos permanecieron expectantes ante aquellas palabras, ¿sería eso un paso para que Max recuperara la memoria?

 

Max no podía separar su mirada de los ojos de Carol. En un lugar escondido de su memoria yacía algo, un recuerdo que le mantuvo vivo y que le dio fuerzas para luchar contra la corriente y sobrevivir. En todo el tiempo que estuvo moribundo, veía solo los preciosos ojos de su amada, aquellos trozos de amatista que brillaban y mantenían vivo su recuerdo.

Carol se sentía contenta de que su querido Max pudiera recordar por lo menos ésto y confiaba en que, a lo mejor, poco a poco, llegara a recuperar toda su memoria. En realidad se sentía capaz de empezar de cero si fuera necesario.

Toda aquella emoción la había agotado y también el embarazo hacia que su cuerpo no aguantara ese esfuerzo. Sabrina la cogió de los hombros, diciéndole:

-Necesitas descansar y tomar una infusión para relajarte.

Carol frunció el ceño negándose a separarse otra vez de su querido Max.

-Dale tiempo a asimilar y pensar, a lo mejor en algún rincón de su mente algo se habrá quedado y volverá a ser el de siempre.

Carlo asintió al final, tenía razón, en aquel momento lo que Max necesitaba era tranquilidad y que los demás tuvieran  paciencia con él.

-Tienes razón. Mejor nos retiramos y le dejamos un tiempo para pensar -dijo levantándose del sillón.

Las damas se dirigían hacia el carruaje, ahí las esperaban pacientemente Héctor y Don Pedro.

La familia Castro siguió visitando a Max constantemente durante los siguientes días. El viaje planeado de Héctor se había suspendido, dado el giro que han tomado los últimos acontecimientos. Todo parecía tomar un camino más o menos tranquilo y sin más emociones.

A la finca Buenavista habían llegado nuevos caballos de Inglaterra y Max y Héctor recibieron a los animales con entusiasmo. Todos los trabajadores ayudaban para que los preciosos animales fueran metidos en los establos. Max no se atrevía a cabalgar, aunque Héctor le había contado que era un excelente jinete.

De repente una de las yeguas se puso nerviosa y no quería obedecer y entrar en el establo. Se abrió camino entre los demás caballos y dando patadas rompió la fuerte puerta de madera. Salió al corral y libre de las ataduras empezó a correr por la finca saltando todos los muros con mucha agilidad.

Max subió encima del primer caballo y, sin pensarlo, corrió detrás de la yegua. Estaba a punto de cogerla cuando una rama grande de un árbol le golpeó en la cabeza tirándole al suelo.

Héctor había subido también sobre el lomo de otro caballo y venía detrás. Encontró a su primo lleno de sangre y polvo. Saltó rápido y cogió la cabeza de Max para poder apreciar mejor las heridas. Estaba semiinconsciente, gimiendo del dolor.

-Max, ¿estás bien? ¿Te duele algo?

-La cabeza, Héctor, me duele mucho la cabeza -contestó él medio aturdido.

-¿Me has llamado Héctor? -preguntó su primo estupefacto.

-Claro -contestó Max llevándose una mano a la cabeza.

-Es que desde que has vuelto, nunca me has llamado por mi nombre -dijo Héctor con alegría.

-¿Desde qué he vuelto de dónde? -preguntó Max todavía más aturdido.

-No importa, luego te lo explico. ¿Te duele algo más que la cabeza? -dijo palpándole todo el cuerpo.

-No, creo que no. Deja de hacerme cosquillas. Tenemos que coger aquella yegua.

 

-Sebastián, ¿Qué sabes de Max? -preguntó Elvira con fingida preocupación.

-No mucho -contestó él -. Al parecer ayer se había caído de un caballo y se había golpeado en la cabeza.

-¿Otra vez?- continuó ella riéndose.

-Sí, pero ha sido de buen augurio, ya que ha recuperado la memoria. Tiene muchos moratones y una brecha grande en la cabeza. Se curará, es fuerte -dijo medio riéndose.

Uno de los mayordomos entró en el precioso salón de la finca  anunciando la visita del alguacil.

-¡Vaya visita matutina!- exclamó Sebastián.

Se puso de pie al entrar el individuo saludando con elegancia.

-Bienvenido a mi casa, señor, ¿qué os trae tan temprano?- preguntó sonriendo.

La sonrisa se le murió pronto en los labios viendo la cara seria que éste traía.

-¿Hay algo sobre el caso de mi amigo, Moisés?- preguntó intuyendo algo.

-Sí -contestó el alguacil, secamente-. Uno de sus empleados vino a verme esta mañana para contarme algo y no le puedo explicar lo que me ha confesado porque tengo que hacer unas averiguaciones en sus establos, si me lo permite, por supuesto -dijo haciendo una reverencia corta.

-Claro que sí -contestó rápidamente Sebastián-, tengo mucho interés en que se resuelva este caso y que se sepa quién tuvo intención de matar a mi amigo Moisés.

-Nadie tuvo intención de matarle -dijo Elvira, y se tapó la boca con su mano, dándose cuenta de que había pensado en voz alta.

-¿Y tú qué sabes? -preguntó Sebastián irritado.

-Es una suposición, Moisés no tiene enemigos, ¿quién podía desearle la muerte? A lo mejor solo querría verle herido, digo yo -intentó ella disimular su emoción.

Sebastián y el alguacil la fijaban con sus miradas esperando que continuara, pero ella se quedo callada, había metido la pata bastante.

-Vámonos a los establos -dijo Sebastián, invitando al alguacil a seguirle -. Quédate aquí, Elvira, no tienes por qué venir con nosotros.

Elvira ya estaba muy alterada y preocupada, las piernas le temblaban y sabía que no tenía fuerzas para ir con ellos. ¿Quién diablos la había visto cuándo había cortado las correas? No había nadie en los establos, estaba segura de eso. Luego había escondido el cuchillo  en un lugar seguro para que nadie lo encontrara.

Sebastián y el alguacil entraron en los establos, éste último miro alrededor y siguiendo las instrucciones que su informador le había dado, se dirigió directamente hacia el sitio donde se suponía que debería estar el cuchillo. Estaba ahí. El alguacil lo cogió con un pañuelo para no dejar sus huellas. Lo iba a enviar a la ciudad para ser estudiado y para que se recogiera las huellas del que supuestamente lo había usado para cortar las correas.

-Le mantendré informado -dijo el alguacil contento por el descubrimiento.

-¿Así que ese era el cuchillo con el que se habían cortado las correas? -preguntó Sebastián sorprendido.

-Al parecer, sí. Vamos a ver de quién son las huellas- contestó con una leve sonrisa en los labios.

El informador le había contado quién había sido aquella persona, pero lo tenían que confirmar, las huellas y los restos de las correas que supuestamente se hallaban encima del cuchillo.

Carol se había retirado justo después de comer y aunque intentó dormir un poco sentía los nervios a flor de piel. Volver a ver a Max había sido algo increíble, escuchar su voz, sentir su fuerza, respirar su aroma.

Sentía que era como volver a empezar, el mundo les había dado una segunda oportunidad.

Carol confiaba ciegamente en que los recuerdos enterrados despertarían tarde o temprano. Pero en el caso de que tardaran, ella se había propuesto enamorarlo, seducirlo si era necesario. Usaría todas sus armas de mujer para reconquistar a su amado.

Explicarle lo del embarazo podría ser complicado. Desde luego eso llevaría su tiempo para entender.

Apoyó las manos sobre el tocador y observó su postura, que disimulaba su diminuto vientre. ¡Vale! Había descubierto eso, pero no podría caminar junto a Max como si tuviera joroba durante ¿días? ¿semanas?

Un rápido pero fugaz destello en el espejo, la hizo girarse con velocidad hacía la ventana. Le había parecido ver la sombra de algo.

Se detuvo unos segundos, antes de abrir las cristaleras.

El otoño había traído un viento bastante desagradable a la par que algo frío.

-Pensé que nunca abrirías -Max entró por la ventana y se frotó la frente vendada con dos dedos.

-¿Qué ha ocurrido? -Carol alzó una mano hacía él con el corazón agitado – Pero… ¿que ha pasado?

Max acortó el camino y fue hacía ella con una traviesa sonrisa y rodeó su cintura.

La joven se echo hacía atrás para poder observar el vendaje, pero se perdió en los ojos azules que la miraban cargados de ternura.

-¿Quieres ser mi esposa, Carolina Castro? -acarició los labios entreabiertos de la muchacha con los suyos, en un beso tan suave y tan desbastador al mismo tiempo, que la joven creyó desfallecer.

La confusión se reflejaba en su hermoso rostro. ¿Sería verdad? ¿Podría ser posible?

-Max… Yo... ¡Sí, claro que sí! Pero...

El hombre capturó su boca apasionadamente para luego descender sobre las mejillas y hundirse en el hueco de su cuello.

-No he olvidado pedírselo a tu tío. Creo que lo haré hoy -murmuró sin apartar la boca.

Carol rió. Rodeó su cuello y lo abrazó con toda la fuerza que pudo.

Max la tomó en vilo cogiéndola por debajo de las nalgas y giró con ella por la habitación.

-Juraría que estas más pesada. ¿Has engordado? -la dejó en el suelo para observarla detenidamente. Hubiera preferido desvestirla y comprobarlo con sus propias manos, pero... Su mirada se detuvo en el vientre.

Carol, nerviosamente se cubrió con las manos, mordiéndose el labio inferior en una traviesa mueca, elevó los ojos a él interrogantes.

 

Elvira estaba sentada en el banco de piedra, cerca de la fuente que derramaba sus aguas cristalinas sobre el pequeño estanque de peces anaranjados.

Su rostro, ceniciento, casi transparente. Sus hombros caídos.

Con manos temblorosas estrujaba un pañuelo bordado, destrozando el encaje de los bordes sin ser consciente de ello, con la mente ocupada en otro sitio y en otro lugar.

Había necesitado tiempo y sobre todo mucho valor para haber mandado llamar a Moisés.

Sollozó con un gemido angustioso. Tan sólo de la conversación que tuviera con él dependía su futuro. ¿Por qué tenía que ser todo tan complicado?

Se enderezó cuando escuchó los pasos tras su espalda.

Varias hojas secas giraron en una danza lenta y circular acompañadas por el viento, para detenerse súbitamente en un rincón del patio.

-Elvira -llamó Moisés en un murmullo, acercándose hasta ella.

La mujer lo observó con todo el dolor de su corazón reflejado en sus hermosos ojos. Le tendió una mano invitándole a sentarse junto a ella.

-Moisés necesito hablar...necesito que sepas la verdad para poder juzgarme.

Moisés apoyó sus manos sobre los hombros estrechos y la sintió temblar. Aquella mirada llena de congoja lo torturaba.

-¿Te encuentras mal, mi amor? ¿Ha sucedido...

Elvira le cubrió la boca con sus dedos delgados y le miró con toda la intensidad acumulada, con el amor que le profesaba y le guardaba.

-Es muy importante Moisés. Escúchame hasta el final, por favor, te lo suplico.

El hombre asintió. Haría lo que ella le pidiera sin dudarlo siquiera. Esa mujer era lo más precioso de su vida y la apoyaría en todo lo que fuera necesario. Solo pedía que no volviera apartarse de él.

-Cuando regresé a principio de primavera, lo único que pensaba era en verte, en volver a sentirte- sus ojos se empañaron al recordar -. Te habías prometido y estabas a punto de casarte...

-No sigas mi amor, todo eso quedó atrás.

-No -ella negó con la cabeza -. Te juro que no fue mi intención interponerme en tu relación -se limpió las lagrimas con el pañuelo -. Vi tu mirada y supe que aún seguías sintiendo por mí lo mismo que yo, por eso desee con todas mis fuerzas que sucediera algo que pudiera romper tu compromiso -se encogió de hombros y su voz tembló cargada de angustia. El valor se escurría de entre sus dedos y ella no debía permitirlo. No podía flaquear, aún no -. Solo quería ganar tiempo porque no se me ocurrió cómo romper aquel compromiso y tu inminente boda... Era tiempo lo único que necesitaba y sin embargo, por mi locura, por mis celos... -lloró con fuerza y ni siquiera la presión de los brazos amados sobre ella logró calmarla o consolarla -. Estuviste a punto de perder la vida por mi culpa, por mi egoísmo -le aferró las manos con un pánico nacido de la desesperación. Abrió la boca pensativa, ¿Como continuar? Bajó la cabeza avergonzada -. Yo corté las cinchas... yo provoqué tu accidente -terminó en un murmullo -. Nunca quise hacerte daño, ni siquiera pensé que podías morir...

-Y no lo hice. ¿Verdad? -tomó la delicada barbilla entre su mano y la obligó a mirarle a los ojos- No estoy muerto.

-¡Pero me comporté co...

-Nunca en mi vida me alegré tanto de romperme una pierna.

Elvira enfocó sus acuosos ojos en Moisés, éste la miraba burlón con una tierna sonrisa en los labios.

-Yo...- La mujer sollozó y tembló entre sus brazos a causa del llanto.

-Solo le diré algo, señora -aún seguía con aquella bonita y condescendiente sonrisa en sus labios -. Si piensa volver a atentar contra mi vida, asegúrese de no provocarme dolor- extendió la sonrisa en su rostro y se inclinó sobre ella-. Y nunca de cintura hacia abajo.

Elvira no supo si reía de felicidad o de alivio.

 

-Carol... -musitó Max en un hilo de voz.

Sus ojos se humedecieron por primera vez en mucho tiempo, tanto que ni siquiera era capaz de recordarlo.

Tragó con dificultad, emocionado hasta la locura.

Temblando de miedo, observó la prominente curva con adoración.

Todos los sentimientos le embargaron repentinamente.

El dolor fue el más fuerte y el más intenso, la sensación le ahogó.

¿Que habría sido de ella si...? No quiso pensarlo.

Pestañeó varias veces sin poder evitar que su mandíbula temblara acallando las repentinas ganas de llorar.

Miró el rostro de Carol y recordó el ayer con fuerza; su tacto, sus sonrisas, sus enfados.

Abrió la boca, quería hablar pero las palabras no llegaban a él. ¿Cuántas veces soñó con aquel momento?

Rozó la aterciopelada piel de la mejilla de Carol con dedos trémulos. ¡Cuánto la amaba!

No parecía ser la misma chiquilla que una noche le empapara en agua. Carol era más mujer, más madura.

Aspiró el aire casi con dificultad y la estrechó con fuerza entre sus brazos, incapaz de aflojar aquel abrazo por temor a perderla.

¡Necesitaba a aquella mujer! ¡Deseaba conocer al hijo de ambos!

Carol lo notó temblar y alzó la cabeza en busca de sus ojos. Por el rostro de Max descendió una brillante y solitaria lágrima.

-Te amo, Max -Ella logró elevar la mano y recoger la perfecta y redonda gotita cristalina que se evaporó entre las yemas de los dedos.

Él, la miró con tanta intensidad que Carol tuvo la sensación de querer ser devorada, sería capaz de comérsela a besos, estaba segura de ello.

Ambos se abrazaron. Nunca más la suerte les daría la espalda.

-Jamás pensé que pondrías tu mirada sobre mí, Carol, pero agradezco el día en que eso sucedió. Agradezc...

Carol lo beso con dulzura, con temor, con felicidad.

El hombre tenía la frente vendada, el pelo revuelto y una incipiente barba comenzaba a pintar su rostro, pero para ella, era el hombre más hermoso del mundo.

Max encerró la cara femenina entre sus grandes y curtidas manos. Estudió con atención los ojos, la frente lisa, las mejillas tersas y mil emociones se apegaron a su pecho llenándolo de orgullo.

-¡Un hijo! -dejó escapar el aire, que sin darse cuenta había retenido, junto con una sonrisa muy especial- Eso nos deja muy poco tiempo -informó divertido. Se arrodilló ante ella, rodeó su cintura y posó los labios sobre el vientre -. Os amo.

 

Carol y Max, descendieron la escalera evitando hacer cualquier ruido que llegara a delatar su presencia.

Llegando al último escalón, el ruido de ollas los sobresaltó. Aguantaron la respiración y se quedaron quietos, como estatuas.

Max miró a la mujer divertido, ella se cubrió la boca con la mano para no soltar la inminente carcajada que poco a poco comenzaba a formarse dentro de sí.

La escena estaba resultando de lo más divertida, a pesar de comportarse como niños.

Max se había negado a descender por la ventana y ella no podía permitir que le vieran bajando de su habitación. Todavía no.

El hombre cogió su mano con una ligera presión y a una señal, ambos se lanzaron hacia la entrada principal.

La puerta del despacho se abrió súbitamente y Carol empujó a Max por la puerta, echándole físicamente de casa, luego se giró con rapidez, al tiempo que Don Pedro sacaba la cabeza por la abertura del despacho. La miró extrañado:

-¿Qué haces? -preguntó, mirando en derredor absolutamente intrigado.

-Nada -se encogió de hombros y estiró las manos con las palmas abiertas hacia arriba -. Me pareció oír la puerta y he bajado a abrir.

Don Pedro asintió mirándola fijamente. No la creía, ella lo supo en el momento en que su tío, en vez de regresar al despacho, fue hacia ella.

Cruzó las manos tras la falda, nerviosa y le dedicó una amable sonrisa:

-¿Quieres algo, tío?

-Nada -negó él con la cabeza, cada vez más intrigado, observándola apoyado en el bastón y con la mirada extrañada sobre ella.

-Pues bueno -Soltó un suspiro. ¿Qué le pasaba a su tío? ¿Por qué la miraba de esa manera? - ¿Ocurre algo?- preguntó por fin.

-¿No vas abrir la puerta?

Miró a la puerta confusa, recordando de repente que acababa de echar a Max.

Abrió con fuerza, de un solo movimiento. Max estaba a punto de tocar y su expresión de pura perplejidad la hizo morderse la lengua para no soltar una carcajada.

-¡Máximo! -exclamó Don Pedro con alegría - Pasa, no te quedes ahí fuera que hace frío.

-Si, está empezando a llover -cruzó la entrada.

-¿Sí? -preguntó Don Pedro arqueando las cejas de nuevo -. Yo diría que lleva lloviendo más de dos horas.

Carol tosió ruidosamente, atragantándose con su propia saliva. Sintió la mano de Max acariciando su espalda con ternura mientras su tío llenaba un vaso de agua en su despacho.

Escuchó reír a Max junto a su cuello y ella deseó hacer lo mismo. Se aguantó todo lo que pudo. Bebió del vaso de su tío y por fin, con una alegre sonrisa y una mirada burlona, se retiró con urgencia hacia el aseo que compartía con Sabrina.

-Me gustaría mucho hablar con usted -Max miró al hombre de un modo más serio.

-Claro, siéntate hijo -Don Pedro le miró el vendaje que le cubría la frente -¿Que ha ocurrido?

-Nada grave, tan solo un accidente -aceptó una copa de brandy y tomó asiento.

Don Pedro se sentó tras su escritorio después de dejar el bastón apoyado contra el mueble.

-Bien, Max. Tú dirás. Ya sabes que cualquier cosa que necesites, aquí la tienes.

-Sí, lo sé. Don Pedro, con este nuevo accidente -señaló su vendaje-, he recordado todo de nuevo.

-¿Todo? -Se inclinó ligeramente sobre el escritorio observando a Max.

-Si, y es por eso que debo pedirle..., me gustaría pedirle...

-¡Vamos, caray! No es tan difícil.

-Tiene razón -Max soltó el aire retenido y sonrió más aliviado, como si acabaran de quitarle un peso de encima -. Deseo casarme con Carol. ¿Nos daría usted su aprobación?

-Max, tiene mi aprobación desde hace mucho tiempo -Se incorporó y rodeó el escritorio y Max recibió el entusiasmado abrazo del hombre-. ¿Como lo vais hacer? Me refiero que habrá cierta prisa -Don Pedro le observó.  ¿Sabría Max que iba a ser padre? -Bueno, mejor eso lo disponéis vosotros.

 

-El tiempo apremia, querida prima. ¿No querrás casarte cuando tu embarazo sea demasiado evidente para todos? -dijo Sabrina mientras se llevaba la taza de chocolate a los labios.

-No, tienes razón, aunque he de decir, que lo que piense la gente me tiene sin cuidado -hizo un gesto para acallar la protesta que su prima- pero, por respeto a ti a mi tío, estoy de acuerdo en que debemos celebrar las bodas lo antes posible.

-Me hace tanta ilusión que nos casemos el mismo día, y con primos -rió divertida-. Seremos familia por partida doble.

-Sí, quién nos lo hubiera dicho hace un año -su rostro se nubló ligeramente al recordar lo cerca que había estado de cometer el error más grande de su vida, de haberse casado con Moisés. Al final tendría que agradecerle a Elvira que hubiera aparecido en sus vidas para que todo fuera cancelado.

-¿En qué piensas?

-Nada -bebió un sorbo de su chocolate-, cosas sin importancia -trató de sonreír, pero sin mucho éxito.

-Ya, por eso se te ha quedado esa cara, te conozco demasiado bien para que trates de engañarme.

-No es nada, simplemente pensaba qué hubiera sido de mi vida de haberme casado con Moisés...

-¡Uuff! Mira en lo que se para a pensar ahora, con todo lo que tenemos que hacer y ella medita sobre su destino truncado -dijo con un toque de ironía en la voz-. Eso ya es agua pasada, ahora tu futuro es Max y ese bebé que llevas dentro.

-Tienes razón -dijo sonriendo, ahora sí, más animada-, ha sido un pequeño lapsus.

-Bien, así me gusta -dejó la taza sobre la mesita que tenía delante y poniéndose en pie dijo resuelta:- Creo que aún tenemos tiempo de ir a visitar a la modista.

-¿Ahora?

-¿Para qué retrasarlo más? Venga no seas perezosa -sin esperar más se encaminó hacia la puerta.

Carol no tuvo más remedio que dejar su taza y salir corriendo tras su prima.

-Creo que sería conveniente enviar una nota a nuestros prometidos invitándolos a cenar esta noche, así podremos concretar con ellos la fecha de la boda, todavía hay mucho por hacer y no contamos con demasiado tiempo.

-Me siento abrumada y todavía no hemos empezado -dijo Carol dejándose caer contra el respaldo de la calesa.

-No te preocupes, lo tengo todo pensado -dijo Sabrina con un deje de satisfacción y seguridad que sorprendió a Carol.

En ese momento se dio cuenta de que su prima ya no era una niña, sino una mujer segura de sí misma y enamorada, capaz de todo por conseguir lo que deseaba... casarse con su amor. Y sabía que la joven había tenido mucha paciencia al retrasar su boda por todo lo que había pasado y, sobre todo, por ella.

Tendría que agradecérselo siempre, había sido un gran apoyo en los peores momentos.

-Me alegro -dijo con una pícara sonrisa en los labios- porque creo que en mi estado no me va a resultar fácil corretear de un lugar a otro preparando todos los detalles.

-Ya -la miró de reojo-. Tienes suerte de que lo tengo todo pensado y que hay poca diferencia entre celebrar una boda a celebrar dos, que si no, ya te quería ver corriendo conmigo de un lujar a otro, como tú dices.

Ambas estallaron en carcajadas, ya que era evidente que Carol le estaba echando mucha cara al asunto para librarse de todo aquello.

Por ella, habría pedido a Max que la raptase y luego casarse en algún lugar intimo sin todo aquel jaleo. Pero sabía que no podía hacer eso, y pensándolo bien, tampoco quería que fuera de otra manera. Se suponía que aquel sería el día más especial de su vida y quería compartirlo con todos sus seres queridos.

-¿Vas a invitar a Moisés y a Elvira?

La pregunta de su prima la cogió por sorpresa.

-No lo sé -le miró con los ojos muy abiertos-, no lo había pensado.

 

 El mensajero tocó la puerta y el mayordomo presto lo recibió.

-Hola Juan, ¿cómo has estado? Hace tiempo que no vienes por acá.

Juan, un hombre más sencillo sólo dedicado a la entrega de paquetes y sobres sonrió y le dijo:

-Bueno, últimamente me envían a otros lugares pero adivina que traigo aquí -Y sonrió maliciosamente agitando su mano frente al mayordomo con un sobre blanco finamente impreso.

El mayordomo sonrió y pícaramente le dijo:

-jajaja. Juan yo sé que traes ahí- levanto su mentón y cruzó sus manos sobre el pecho dándose aires de entendido-. Es la invitación de bodas del señor Max y la señorita Carol, ¿no?

-¡Bah! A ustedes, la servidumbre no se les pasa nada - dijo Juan con tono pesaroso y entrego el sobre dirigido  al señor.

 

El mayordomo tocó la puerta de la biblioteca con suavidad y cuando una le dio su permiso, entró.

-Señor, le dejaron un sobre.

-Vaya, qué detallado, hace tiempo que no veo....-su expresión fue del deleite al asombro al ver de dónde provenía el sobre y se incorporó para verificar si estaba leyendo bien.

Moisés no lo creía, Carol lo estaba invitando a su boda que sería muy pronto viendo la fecha. Él se alegraba mucho por ella y un peso se le quitó de encima porque, a pesar de todo, la estimaba y la quería ver feliz y por todo lo que esa familia, y en especial Carol,  habían sufrido últimamente, se merecían por fin la felicidad completa. Salió de la biblioteca y buscó a Elvira que estaba en su habitación. Él también quería dar ese paso con la mujer que le quebró la pierna y todo por amor y, aunque se había alegrado de que todo sucediera de esa manera, no le gustaba acordarse de los días y noches de dolor que pasó sin poder hacer todo lo que  le gustaba.

Elvira estaba en su tocador, su mirada fija en su imagen en el espejo y pensaba cuándo Moisés se decidiría a pedirle matrimonio. No era que estuviera incómoda con la situación, disfrutaba sus noches apasionadas, pero como toda mujer, deseaba la confirmación de ese amor ante todos.

Repentinamente sintió que unos brazos la rodearon y salió de sus cavilaciones y se encontró unos ojos sonrientes que la miraban con amor y pasión.

-Hola Moisés, ¿qué haces?

-Bueno, además de abrazarte y desearte -una sonrisa pícara sobresalió -… ¿ves este sobre? ¿No te imaginas de quién es? -mientras decía esto ponía cara de intriga.

Elvira al ver la cara tan cómica que hacía no pudo más que echarse a reír y cuando se puso serio le dijo entre risas:

-Dime ¿de quién es? ¿Alguna fiesta de algún amigo?

Él se la entregó y espero a ver su reacción, y no fue de sorpresa, sólo sonrió y dijo:

-Me alegro, ya era hora.

-¿Sólo eso dirás? -La miraba extrañado, pensando que sería una sorpresa para ella.

-Oh amor, las chispas saltan entre ellos cuando están juntos, ¿no lo habías notado? Y un amor así de grande debe darse a conocer por todo lo alto, gritarse, y que todo mundo lo sepa, y que de él venga el mejor de los frutos, sus hijos.

“Ella está inspirada”, pensó Moisés.

-Bueno ¿qué dices? ¿Vamos?

-Claro que sí, debemos celebrarlo.

Entretanto, en los dominios de Max, todo era fiesta y gente va y gente viene....

-Todo debe ser perfecto para el mejor día de mi vida- pensaba Max-. ¡Cómo deseo que ya sea mi boda!

 

-Estás radiante -dijo Carol mirando a su prima.

-Lo dices en serio -se miraba nerviosa ante el espejo-. Crees que le gustará...

-Le encantará, deja ya de preocuparte, el vestido es maravilloso y te sienta de miedo, en cambio a mí... -se encogió de hombros divertida-. Han tenido que volver a ensancharme la cintura, ya le he dicho a la modista que la deje un poco más amplia, no estoy segura de que en estos dos días que faltan mi tripa no vuelva a crecer. Es un poco frustrante.

-Supongo que sí, la verdad es que es el mejor momento para celebrar la boda, aún no se te nota demasiado, tan sólo parece que has cogido unos kilos de más.

-De todas formas, la gente se dará cuenta cuando el bebé nazca...

-Bueno, pero para entonces ya serás una respetable señora casada.

-Sí -dijo con gesto soñador-, después de todo lo que ha pasado, se me hace imposible creer que por fin me voy a casar con Max.

Ayudó a Sabrina a quitarse el vestido.

-¿Ya habéis decidido donde estableceréis vuestra residencia? -preguntó con curiosidad.

-A mí me gustaría quedarme en casa, a fin de cuentas tú también te vas y me da pena dejar a papá solo, aunque, por otro lado, la idea de tener mi propia casa también me hace ilusión.

-Pues deberías decidirte, no tienes demasiado tiempo...

-No tengo prisa, después de volver del viaje por Europa, nos quedaremos una temporada en casa, después decidiremos si nos quedamos o buscamos una para nosotros solos -terminó de vestirse-. Tú no tienes ese problema ¿verdad? -dijo con una pícara sonrisa en los labios.

-No, no lo tengo -dijo sonriendo a su vez.

En el viaje de regreso a casa cada una iba sumida en sus propios pensamientos, por lo que hablaron más bien poco.

Carol pensaba en el momento en que se convertiría en la esposa de Max y por fin vivirían juntos para siempre. Le encantaba la casa de Max, era acogedora y estaba decorada con sencillez, pero con un gusto excelente. Tenía que reconocer que Max era un hombre de muchos talentos.

La radiante sonrisa que adornó su rostro era claro reflejo de la felicidad que sentía en esos momentos.

Poco, ya faltaba poco, tan sólo un par de días. Qué eran un par de días después del tiempo que ya habían perdido... Una eternidad, pensó resignada. Parecía que cuanto menos tiempo faltaba para la llegada del día más maravilloso de su vida, más lento pasaba el tiempo. Tendría que tomarse una tisana relajante o terminaría de los nervios y con ella todos los que la rodeaban.

¿Por qué  Max no se había fugado con ella? En esos momentos ya estarían casados...

Pero no..., en realidad ella quería todo aquello que su querida prima había organizado para ellas, era su gran día, el día que ambas serían entregadas a los hombres a los que amaban y sería maravilloso.

Sentada ante la ventana, vio que poco a poco el sol aparecía en el horizonte. Hacía horas

que estaba despierta e, incapaz de quedarse tendida en la cama, había optado por levantarse.

La casa comenzó a despertar, oía los sonidos provenientes de la cocina que llegaban a ella amortiguados por la distancia.

No tardarían mucho en presentarse con la bandeja del desayuno, el agua para el baño y todos los demás preparativos que esa mañana tendrían lugar, antes de salir de su cuarto para encaminarse a la hacienda de Max y convertirse definitivamente en su esposa.

Todavía no podía creérselo, ya había llegado el día, por fin. Los últimos días habían sido horribles, entre los detalles de última hora, de los que normalmente y gracias a Dios se hacía cargo Sabrina, y la tensión que se había ido acumulando en su cuerpo ante la expectativa de que algo malo volviera a suceder.

Había vivido tensa y alerta, esperando que en cualquier momento alguien entrara por la puerta para traer malas noticias, pero gracias al Cielo, no había sido así.

Se levantó de su asiento frente a la ventana y con una sonrisa en los labios se desperezó con un gesto exagerado.

Antes de que sus brazos volvieran a colgar a los lados de su cuerpo, Sabrina entró como una tromba en la habitación.

-Adelante, puedes pasar -dijo Carol con marcada ironía.

-Lo siento, es que estoy tan nerviosa.

El continuo movimiento de sus manos lo confirmaba.

-Supongo que es normal, yo llevo horas sentada a la ventana, esperando a que amaneciera.

-Necesito que me digas que todo va a salir bien...

-Pues claro que sí... Has trabajado mucho y todo está bajo control, nada podría salir mal -la empujó con suavidad hacia la puerta- Ahora, vuelve a tu cuarto, en unos momentos esta planta se convertirá en un auténtico caos y será mejor que cada una esté donde tiene que estar, para que a nadie le dé un ataque.

-Tienes razón -le dio un beso en la mejilla-, estoy más tranquila, gracias.

Caminó unos pasos por el pasillo y se volvió ligeramente.

-Nos vemos en unas horas.

Carol la vio desaparecer en su habitación. Echaría de menos a su prima. Era cierto que vivirían muy cerca la una de la otra, siempre y cuando se quedaran allí, pero extrañaría esa costumbre de entrar en su cuarto sin previo aviso, como un torbellino, y sus cosas y sus preguntas... Después de tantos años, era como una hermana pequeña para ella.

Suspiró y entró de nuevo en su habitación.

Antes de poder cerrar la puerta, alguien empujó desde el otro lado.

-El desayuno niña.

 

La hacienda de Máximo Castell lucía hermosa aquella mañana. El cielo había amanecido despejado, aunque su color fuera de un gris plata y los rayos de sol fueran incapaces de calentar nada.

Los invitados caminaban de un sitio a otro, en espera de que las novias hicieran su entrada.

Bonitos jarrones lucían sus mejores flores y en el ambiente flotaba la dulce fragancia de las rosas blancas y rojas que decoraban todas las estancias de la casa.

La alegría y el alboroto reinaban en Buenavista y sus alrededores. Los carruajes habían sido retirados de la entrada principal para despejar el camino.

En la cocina el ajetreo era constante y los deliciosos aromas de los asados y los postres ascendía hasta el vestíbulo provocando que todo el mundo sintiera la necesidad de hincar el diente a algo.

 No era costumbre ofrecer ninguna clase de refrigerio antes de la ceremonia, sin embargo a petición de Sabrina, varias bandejas repletas de canapés y tostadas, último grito de Francia, volaban por las salas con éxito, mientras los invitados comentaban la nueva tendencia y lo acogían con profundo fervor.

Una sala había sido habilitada como salón de baile, no era excesivamente grande por eso se habían abierto los ventanales para que la agradable música recorriera todas las estancias. De varias columnas colgaban cortinas de gasa en tonos rosas fucsias, amarillos fuertes y azules brillantes, imitando un pequeño arco-iris traído solo para los invitados.

Sabrina había hecho un trabajo espectacular. En el comedor, todas las largas mesas estaban decoradas con enormes centros de hojas secas y piñas, trabajados con delicadeza, sobre manteles de color crema de finísimos bordados celestes.

En un principio la preocupación había sido la falta de sillas, pero los vecinos más allegados se habían portado de manera maravillosa y les habían prestado los asientos.

El reverendo Miller observó la reciente capilla que habían instalado con admiración. Colocó dos enormes copas de plata sobre la base de un alto mueble y dobló con cuidado un par de servilletas. Todo estaba en perfecto orden y pulcramente limpio.

Era la primera vez que iba a celebrar una boda doble y con seguridad hablarían del evento durante muchísimo tiempo. Máximo le había pedido que no se enrollara mucho, siempre con educación. El reverendo le entendía perfectamente, pero era cristiano, y como buen cristiano tendría la ceremonia que se merecía y escucharía las palabras del señor. Además, Don Pedro le había pedido que tuviera unas palabras para los difuntos padres de Carolina Castro y eso es lo que haría.

Se sacudió el hábito con paciencia y volvió a caminar hasta la puerta para ver si el coche aparecía por fin. Las novias se estaban haciendo de rogar, de modo que regresó al altar y a escondidas se sirvió una buena medida del vino que guardaba para estas ocasiones.

Elvira Hierbabuena sonrió con ojos chispeantes a Moisés cuando este le entregó una copa de champagne.

-¿Qué? ¿Nunca has probado el champagne tan pronto?- Bromeó con ella.

-¡No! -contestó riendo - En todo caso después de comer y pocas veces.

-Pues no está tan mal -Moisés agitó la copa y el liquido burbujeante pareció bailar entre el fino cristal. Levantó la cabeza buscando algún camarero y cuando lo vio le llamó. Le susurró algo al oído. Volvió su vista divertida hacia Elvira.

-¿Qué? -Preguntó ella intrigada- ¿Que le has dicho?

-Ahora lo verás -Moisés le guiñó un ojo. El camarero se acercó a él con un cuenco de fresas rojas, jugosas -.Prueba una.

-Ya he probado las fresas -rió la mujer arqueando las cejas extrañada.

-Pero no con champagne -insistió él-, pruébalo. Es muy ... afrodisíaco.

Elvira lanzó una carcajada que llamó la atención de varias personas, entre ellos Sebastián que los observaba con placer.

La mujer tomó una fresa y con delicadeza la introdujo entre sus labios, lamiendo el fruto rojo y dulce, seguidamente bebió de su copa y miró expectante a Moisés.

-Está rico, pero no siento nada -susurró.

El hombre se pasó la lengua por los labios. Su deseo comenzó a crecer cuando vio los hermosos labios saboreando aquella fresa con tanta sensualidad; tanto, que creyó estallar. Acercó la cabeza junto al largo cuello de la mujer para musitar junto a su oído:

-No sentirás nada, pero yo estoy sufriendo sus efectos. ¿Crees que nos daría tiempo a perdernos un rato?

-¡Otra vez no!¡Ya he hecho que me peinen dos veces antes de venir -Le tomó la mano con cariño y se la pasó por la cintura -. Eres insaciable -su voz se había vuelto seductora y los ojos de Moisés brillaron de entusiasmo.

Un gran alboroto se formó en la entrada principal. Las novias ya habían llegado. Carol y Sabrina se bajaron del magnífico coche de caballos que las había llevado a la hacienda Hierbabuena.

 

Sabrina llevaba un vestido largo, de encaje blanco y unos pequeños brocados de color crema a la altura del pecho. En el pelo le colgaban  unos pequeños bucles rematados con unas cintas de color claro. Simplemente iba preciosa.

Carol, llevaba un vestido de color beige oscuro, de seda y con tul del mismo color. Llevaba el pelo suelto y un pequeño velo le caía hacia atrás. Se le notaba un poco el embarazo, pero no por ello la hacía aparecer menos hermosa, iba resplandeciente.

Las dos novias se acercaron al arco nupcial que las llevaría hacia el altar. Allí los novios esperaban expectantes a la llegada de sus futuras esposas. De repente sonó el himno nupcial y apareció Don Pedro con Sabrina y Carol, cada una agarrada a él por un brazo.

Max, no podía apartar la mirada de Carol, estaba preciosa. Tenía un nudo en la garganta de la emoción que sentía en ese momento, aún no podía creer que estuviera pasando. La miraba a los ojos,  y a través de ellos le decía lo mucho que la quería. Los ojos de Carol brillaban de felicidad y contenía las lágrimas.

Héctor, ensimismado, miraba a la bella Sabrina, y ésta le miraba a él con tal amor que no hacían falta palabras.

Cuando Don Pedro llegó al altar les dijo a ambos:

-Os entrego aquí a lo que más quiero en el mundo, a mi hija Sabrina y a mi sobrina Carol. Me hace muy feliz saber que van a estar en buenas manos.

Carol y Sabrina sonrieron y les dieron la mano a sus respectivos novios.

Todo lo que el reverendo decía en su sermón era sobre el amor, respeto y comprensión

que debían mantener en sus respectivos matrimonios, pero ellos solo tenían ojos y mente en sus parejas, cualquiera que los veía notaba que ellos estaban más que enamorados y más de una de las invitadas secaba una lágrima que se le escapaba, otras suspiros de amor y de envidia (de la buena) y algún que otro caballero miraba a su enamorada con ojos de “yo también quiero”, otros pensaban “tal vez me toque algún día a mí encontrar una esposa que me mire así”.

Entre éstos y aquéllos pensamientos transcurrió la boda.

Todos admiraban lo bien cuidada que estaba la propiedad y no había más que halagos y el dueño orgulloso se pavoneaba.

Mientras los novios disfrutaban como nunca de la fiesta. A Sabrina le había quedado todo a pedir de boca, desde la decoración a la música, pasando por la comida, exquisita.

-Mi amor escapémonos un rato, ¿síiii? -Max miraba a Carol con ojos de pasión y ésta no pudo más que sonreír sintiendo como el fuego de su ahora esposo lo sentía entre ellos.

-Amor mío, esperemos un rato más, es muy temprano todavía y sería muy descortés de nuestra parte desaparecer tan pronto, además deseo saludar a varios invitados que nos ayudaron a buscarte  y desde esos días no los he vuelto a ver. Después de eso prometo que me pedirás que te dejé descansar –y esto último hizo que Max  ardiera ante semejante promesa.

Desde el otro extremo, la otra pareja de novios estaba en lo mismo, ella que era muy temprano y él que desaparecieran ya de allí.

Y los dos novios quedaron solo con la promesa de una noche de bodas donde la pasión sería la única invitada.

 

No muy lejos, en el jardín, otra pareja también pensaba en la posibilidad de abandonar la fiesta, aunque en este caso ambos parecían estar de acuerdo en esfumarse discretamente.

-¿Crees que se darán cuenta si nos marchamos sin despedirnos? -preguntó Elvira disimulando una risilla traviesa.

En ocasiones parecía una niña, pero incluso ese rasgo infantil, a pesar de su edad, encantaba a Moisés.

-Supongo que todos están tan pendientes de los recién casados que nadie nos echará en falta.

-Pues entonces vayámonos -y apoyó su mano enguantada sobre el pecho de su amado, propinándole una ligera y prometedora caricia.

-No puedo más que rendirme ante la rotundidad de su orden, señora  -cogió la mano que aún continuaba sobre su pecho y se la acercó a los labios para besarla.

Elvira volvió a reír, pero ahora con una risa seductora y sensual.

Se giró y trató de emprender el camino de regreso a la casa, con un poco de suerte nadie los vería y podrían regresar.

Pero Moisés retuvo su mano impidiéndole avanzar. Enarcó una de sus delicadas cejas y lo miró interrogante.

-Espera... -Moisés pareció dudar antes de continuar- ...hay algo que quiero decirte.

Elvira ligeramente nerviosa contuvo la respiración.

-Sé que debería haberlo hecho antes, pero... no había encontrado el momento ideal. Quizás ahora tampoco lo sea, pero creo que ya está bien de retrasarlo...

Elvira cada vez se sentía más angustiada, ¿de qué estaba hablando Moisés? ¿Qué era lo que había estado retrasando?

-Habla de una vez, me estas poniendo nerviosa -dijo cortante y a la defensiva.

Moisés le acarició la cara y le dedicó una tierna sonrisa. Tan  mundana y a la vez tan ingenia, pensó. Esa mujer era así, la cara y la cruz, por eso la adoraba. Decidió continuar y no hacerla sufrir más.

-Elvira... -sacó un saquito de terciopelo rojo del bolsillo de su chaqueta, y manipulándolo con dedos ágiles extrajo un precioso anillo que tendió hacia la mujer a la vez que decía- ¿Me harías el honor de convertirte en mi esposa?

Elvira sintió un nudo en la garganta que le impedía hablar, sus ojos se nublaron con las lágrimas que amenazaban con salir, pero asintió con la cabeza tremendamente emocionada.

Moisés, que había vuelto a apoderarse de la mano de Elvira, introdujo la sortija en uno de sus finos dedos y volvió a besarlos con gesto delicado y reverente.

Ella le tendió los brazos alrededor del cuello y lo besó, demostrándole con la caricia todas las palabras que no había podido pronunciar.

Amaba a aquel hombre por encima de todas las cosas, a pesar de los años que habían pasado separados, nunca había dejado de amarlo y ahora iba a ser su esposa. Era tan feliz que sintió ganas de gritarlo a los cuatro vientos para que todos se enteraran.

Sin embargo no lo hizo, en su lugar tiró con decisión de Moisés y saliendo de la casa con toda la discreción de que fueron capaces, le dijo al subirse a la calesa.

-Vámonos a casa, nosotros también tenemos mucho que celebrar.

Moisés esbozó una sonrisa y azuzó a los caballos para que se pusieran en marcha. Estaba seguro de que su noche no iba a tener nada que envidiar a la de los recién casados.

 

Poco a poco todos los invitados se fueron retirando, dejando a su salida felicitaciones y deseos buenos a cada matrimonio.

Los sirvientes recogían todo…

Y los novios esperaban ansiosos a que sus respectivas novias dieran las últimas instrucciones para hacerles cumplir la promesa que horas antes habían hecho….

Sabrina solo con mirarlo se  sonrojaba y observarlo de verdad era un placer que pronto disfrutaría al máximo.

-Dime ¿cómo será? -Sus ojos se entornaron un poco y su cara roja evidenciaba la pena y sobre todo desconocimiento.

Sabrina no pudo más que sonreír y dijo:

-Es lo mejor que puede pasarle a una mujer después de un hijo.

Ella extrañada dijo:

-¡Estamos en las mismas! -esto lo dijo zapateando el suelo como si fuera una niña y arrugando la cara- Con eso no respondes a mi pregunta. Bueno seré más específica, ¿qué debo hacer?

Ahora sí que sacó carcajadas sonoras de su prima y ésta, cuando se calmó y pudo hablar sólo le dijo:

-Déjate llevar, es algo casi por instinto, al principio no sabes que hacer pero después tus manos vuelan, tus labios saben exactamente donde besar y por último todo tu cuerpo casi que actúa por cuenta propia.

Ante semejante explicación Sabrina quedo más tranquila pero aún así sus nervios estaban a flor de piel.

En el salón ambos novios solo atinaban a mirarse y sonreír pícaramente entre ellos.

Cada uno con sus pensamientos. Uno pensando de qué forma le haría el amor sin ser tan fuerte, por el bebé; el otro de qué forma hacerle el amor para que fuera una experiencia maravillosa para ambos,  teniendo en cuenta que Sabrina era virgen y él quería que esa noche fuera para ella imborrable de su memoria.

La sirvienta en cada habitación nupcial terminaba los últimos detalles que cada pareja había dicho que quería para ese día en sus habitaciones

Si, antes de la boda ellos habían llegado al acuerdo de hacerle una sorpresa al otro en la habitación para el día esperado y así no ser como los demás: cama, sexo y dormir.

 

Héctor, pensando en lo tensa que podía estar Sabrina, preparó una tina con agua caliente que despedía vapores aromáticos, pétalos de rosas alrededor de color rojo y amarillas, velas que despedían olor a canela y una cortina vaporosa del techo al suelo, bordadas de rosas rojas y amarillas, envolviendo la tina.

Él la esperaba ansioso, sólo con el pensamiento de hacer esa noche inolvidable….

Cuando Sabrina entró y se encontró con la escena casi lloró de alegría.

-Es….hermoso –atinó a decir, sin poder agregar algo más, pero la mirada que dedicó a su esposo dijo más que mil palabras.

Héctor al ver su expresión sonrió con satisfacción y dijo para sí: “Lo logré!”

-Señora –hizo una reverencia exagerada- su habitación esta lista -y su mirada la recorrió de una forma que ella se estremeció-. Pase y esta noche cuente con este servidor para lo que necesite -su mirada cargada de deseo le dijo a lo que se refería.

Ella no pudo más que sonreír.

Él tomándola de la mano la hizo pasar, cerró la puerta  y mientras ella cruzaba acariciaba sus hombros y espalda de manera provocativa y le susurro al oído:

-“Mi amor espero llenar cada expectativa que tengas para esta noche”

Sabrina ante aquellas palabras no pudo más que dar vuelta y colgarse de su cuello y besarlo con toda aquella pasión contenida, porque a pesar de todos los miedos que tenía, en el momento que pasó y vio lo que su esposo había preparado para ella, desparecieron por completo, dando paso  un fuego que le recorría el cuerpo y sentía que debía apagar.

Héctor, por un momento, se sorprendió de la respuesta tan ardiente de su “inexperta” esposa por que en la forma en que lo besaba y acariciaba no evidenciaba para nada ningún complejo. Siguió el camino que ella marcaba. Tan rápido como podía Sabrina quitaba la ropa a su esposo,  era tal el frenesí que no sabía exactamente qué hacía, sólo pensaba en sentir piel con piel, que sus manos hicieran un camino nuevo en su cuerpo y que al final le apagara ese fuego que le quemaba las entrañas.

Él también parecía poseído por esa pasión tan abrumadora y, al igual que ella, con rapidez arrancaba la ropa que caía al piso.

Una vez desnudos se tocaron con desesperación y sus bocas emprendieron una lucha por ver quién abarcaba más piel. Jadeantes y con la respiración entrecortada los dos sólo podían dar rienda suelta a todo lo que desean: fundirse uno en el otro.

Héctor  dejó que su mano viajara al centro de su ser y con paciencia tocó y sintió cómo ella ardía y estaba  más que preparada para él. Mientras la acariciaba y besaba fue buscando la posición correcta para hacerla suya.

Ella solo podía frotarse contra él e instintivamente se acomodaba para recibirle.

Podía sentir todo su miembro en la entrada de su sexo mientras  él  se  frotaba contra su vagina, como jugando, y ella solo se  acercaba más y más….

No podía más y solo le dijo:

-Hazme tuya, amor.

Héctor al escucharla empujó suavemente y tratando de controlarse fue entrando poco a poco. Ella, debajo de él, se estremecía de pasión y alzando su cadera terminó  la tarea. Por un instante se quedó quieta al sentir el dolor, pero la sensación desapareció casi enseguida dando paso al fuego que la quemaba. En cada embestida  sentía una renovada energía recorrerla y sólo ansiaba quedarse así, disfrutando, pero esa marea de sensaciones la llevaban y la traían del cielo,  y no pudieron alargarlo más.

Cansados y sudorosos se miraron y sonrieron felices de ver que todo lo soñado se había hecho realidad  y con creces.

-¡Oh Héctor! -Dijo Sabrina sobresaltada- Con todos los preparativos de la boda tanto nuestra como de Carol yo no preparé nada para ti, cómo habíamos dicho.

Él se rio al escucharla porque si ella pudiera sentir lo orgulloso que estaba de tenerla entre sus piernas, su cama y su vida sabría que ese es el mejor regalo.

-Mi amor –la acarició lentamente-. No sabes,  pero estoy  feliz de tenerte aquí junto a mí. ¿Qué mejor regalo? Por un momento, cuando paso lo de la desaparición y pérdida de memoria de Max, creí que ya no sería posible que fueras mi esposa en breve, cómo teníamos planeado, ¿lo recuerdas? -en ese momento le hablaba con el corazón, le decía sobre el miedo de perderla  y que nada saliera como tenían pensado. Le entristecía pero ahora estaba tan cerca que podía respirar su aire, tocar su piel y lo mejor: que de ese amor tendrían frutos hermosos.

Sabrina estaba tan feliz abrazada a él, sintiendo como la acariciaba lentamente, de arriba a  abajo,  que no pudo más que sonreírle , abrazarlo y provocarle nuevamente para que la hiciera suya. Mientras, por la ventana entraba tenuemente la luz de la luna. ¿Y la tina? Pues se enfrió el agua… Pero la cama era una hoguera…

 

Un poco más adelante en el mismo pasillo, Max y Carol, ajenos a lo que sucedía en el cuarto de sus primos, se desprendían de las ropas lentamente, ayudándose mutuamente a hacer desparecer las prendas de sus cuerpos.

La caída de cada una de ellas iba acompañada de una lluvia de besos y caricias, que comenzaba a inflamar el contenido deseo de la pareja.

Cuando Carol se quedó totalmente desnuda frente a su esposo, éste la observó maravillado.

-Eres preciosa.

-Max, si estoy gorda -dijo ruborizándose ligeramente.

-No digas tonterías, estas así porque llevas a mi hijo en tu interior y eso te convierte en la mujer más hermosa del mundo, además -se acercó y le acarició con delicadeza la incipiente barriguilla que comenzaba a tomar forma- todavía estas muy delgada, apenas se te nota.

La tierna caricia conmovió a la joven que acercándose, sin pudor, le tendió los brazos al cuello y ofreciéndole su boca dijo con la voz entrecortada:

-Te quiero más que a nada en este mundo Max, lo eres todo para mí.

-Lo sé preciosa -contestó atrayéndola hacia él con una sonrisa traviesa en los labios-, también yo te quiero más que a nada en el mundo.

No esperó más y devoró su boca con vehemencia. La respuesta de ella fue inmediata y lo igualó en intensidad al devolverle el beso.

Sin separarse ni un poquito, caminaron y giraron por la habitación hasta alcanzar la cama, donde casi se dejaron caer.

Brazos y piernas se entremezclaban con desorden en una lucha frenética por estar el uno junto al otro, por sentir cada pequeña porción de piel pegada a la del otro.

Con un suave y controlado movimiento Max colocó a Carol de espaldas al colchón y sin esperar, en el momento que ella se abrió para recibirlo, la penetró profundamente, provocando que de sus bocas escaparan gemidos ahogados de placer.

Se hundió en ella una y otra vez, sin pausa, con fuerza, dándole lo que le exigía, placer.

-¡Oh, Max! -exclamó a la vez que le clavaba las cuidadas uñas en la espalda y alcanzaba la culminación.

Max continuó moviéndose, cada vez más rápido, con mayor urgencia, sabiendo que su clímax no tardaría en llegar.

Estalló dentro de ella como si de fuegos de artificio se tratara. Agotado y satisfecho rodó hacia un costado directamente, para no dejarse caer sobre ella.

La atrajo hacia él y posando de nuevo la mano sobre su vientre, la besó en los labios, pero ahora con ternura y sin prisa.

-Te echaba de menos -dijo ella un tanto tímida.

Max rió con una risa ronca ante el comentario, para él haberse mantenido alejado de Carol hasta esa noche había sido una tortura.

-Pero ahora ya eres mía y nunca, nadie, podrá volver a separarnos.

-Prométemelo.

-Te lo prometo -respondió a la vez que sus manos volvían a recorrer el cuerpo esbelto de Carol.

La joven no tardó en captar el significado de aquellas caricias y con una risilla traviesa se unió al juego. 

Estaba amaneciendo, cuando por fin, totalmente agotados se quedaron dormidos uno en brazos del otro.