Capítulo 8

El calor ardiente no tardó en aparecer entre ellos y, volvió más ardiente que antes. Tomaron ese trocito de tiempo como un bálsamo para todas las tristezas. Entre palabras dulces y promesas obscenas Franco envolvió el cuerpo de Eugenia con su propio cuerpo. Su miembro plenamente erecto y deseoso de sumergirse en las suaves profundidades de la joven quedó al borde de la entrada del cuerpo que tenía debajo y se encabritaba ante la demora pero Franco soportaba su dulce tortura para conocer centímetro a centímetro la piel de Eugenia. No dejó un solo rincón sin lamer o acariciar, cada vez, estaba más seguro que Eugenia se había convertido en la persona más importante en su vida y ese descubrimiento le llevaba a la desesperación de querer tomarla entera y tenerla de esa manera para siempre. Nunca sintió tal posesión por una mujer ni un deseo tan dolorosamente desenfrenado.

Eugenia no se quedaba atrás en la pasión, el acto amoroso pasó a un nuevo estadio en ella. Estallaba de ganas de sentir las manos de Franco recorriendo su cuerpo y se lo hacía notar con gemidos y jadeos. Su cuerpo se transformó en un polvorín a punto de volar, Franco lo dinamitó con sus besos y caricias llevándolo a un punto incandescente cómo nunca antes había experimentado con ningún hombre. Nunca vivió una relación pasional tan intensa y nunca se entregó a ninguno antes de conocerlo en profundidad. Con Franco era todo distinto. El miedo, el peligro, la cercanía con el terror y la muerte quizás eran los detonantes de esa intensidad en sus sentimientos pero esa noche no dejaría pasar la oportunidad de aprovecharse de ellas. Si tenía que sufrir esas emociones al menos exprimiría la parte buena de ella y, tal vez, Franco tuviera razón después de todo, estar juntos abriría nuevas puertas a sus alternativas.

No volvió a pensar, Eugenia tomó la cabeza de Franco que se hallaba perdida entre sus piernas y lo arrastró hacia arriba, para conocer su sabor de los labios calientes y bien formados de Franco. Sus ojos claros se encontraron en aquel instante y Franco se sumergió en ella, al tiempo que Eugenia desplegaba sus piernas e introducía su lengua en Franco para saciarse de la unión de sus cuerpos. La penetración provocó que ambos gritaran de placer, se quedaron inmóviles durante segundos para disfrutar del acople perfecto entre ambos. Después de mirarse fijamente en esos segundos de quietud, reanudaron los besos y comenzó un lento movimiento de caderas que permitía el deslizar pausado y profundo de Franco dentro del cuerpo caliente que estaba amando.

-No podré soportar mucho -confesó con esfuerzo, al entrar profundamente en ella-. Te deseo demasiado.

-No creo que yo sí pueda -jadeó ella.

-¿Me deseas Eugenia? - preguntó con un sonido gutural sin dejar de moverse.

-Con todo el cuerpo -respondió alzando las caderas para recibirlo con más plenitud.

-Entonces tómame -balbuceó ya sin voz y sus embestidas se hicieron potentes.

La unión duró más de lo que los dos pudieron imaginar, sus cuerpos se negaban a terminar con aquel encuentro, cuando ya no soportaban la presión, ambos detenían sus frenéticos movimientos y se miraban a los ojos. El entendimiento fue mutuo y no necesitaron más que escuchar la respiración del otro para darse cuenta el momento preciso que debían detenerse para prolongar el placer que al estallar provocó un grito estremecido de Franco y lágrimas en los ojos de Eugenia que se dejó llevar por él a la cima más alta de todas sus pasiones.

Los besos siguieron después del gigantesco orgasmo que compartieron al mismo tiempo, Franco se bajó del cuerpo de Eugenia para darle espacio de recuperar mejor el aire pero no soltó su cuerpo del abrazó ni separó su boca del contacto con la de ella.

-Es increíble el sexo contigo…y nunca se lo dije a nadie. Jamás pasé de muy bueno -bromeó Franco después del comentario inicial, recuperando el respirar acompasado.

-Fue increíble -concedió ella y, verdaderamente, lo sentía así.

Acostados frente a frente, él le acomodaba el cabello y ella le acariciaba la mejilla. El pelo de Franco se pegaba a su cara por el sudor y ella lo despegaba con suavidad para llevárselo hacia atrás.

-¿Me recordarás en dos días? -interrogó Eugenia con parsimonia.

-No, te tendré conmigo.

-¿Qué nos hubiese ocurrido de conocernos en circunstancias menos traumáticas? ¿Habríamos terminado en una cama? -siguió ella con su indagatoria, sin hacer caso a la afirmación de Franco.

-Claro que sí. No hubiese tardado tanto en tenerte aquí.

-No lo creo. No te hubieras fijado en mí.

-Imposible mujer, eres demasiado bella como para que un hombre no se fije en ti ¿Y tú? ¿Me habrías mirado?

-Seguramente con mucho disimulo. Eres guapo.

-¿Sólo guapo?

-Apuesto.

-Va mejorando.

-¿Me habrías seducido a pesar de estar con mi novio?

-Es lo que hice ¿no?

-Hablo con él presente, en una fiesta por ejemplo.

-Sí, no tengo muchos reparos cuando la dama en cuestión es buen premio. Sólo respeto a las mujeres de mis amigos, que por otra parte, no tengo.

-¿No tienes amigos?

-Mi nuevo trabajo es muy absorbente.

-¿No tienes amigos en el trabajo?

-No es un ámbito para hacer amigos.

-¡Pero es un hospital! Debe haber gente buena trabajando allí.

-No todo es lo que parece nena.

-Es triste no tener amigos.

-Pensaba hacerlos cuando estuviera lejos.

-Y yo arruiné tus planes.

-Tú no arruinaste nada -afirmó categóricamente, reafirmando sus palabras con un beso apasionado - Eres muy dulce, estaría saboreándote toda la vida.

-Me habría gustado mucho conocerte en otro momento.

-No importan los momentos Eugenia, lo importante es que estamos juntos.

-No puedo pensar en nosotros, solo en mi familia.

-Lo haremos juntos. Tengo que confesarte algo, no te enojes porque no te lo he dicho antes.

-¿Qué sabes?- preguntó ella sobresaltándose, interrumpiendo las palabras de Franco.

El no tuvo más remedio que sentarse también en la cama para tener los ojos a la altura de Eugenia que esperaba la respuesta.

-Tu hermana está en Banfield, está…bien -hizo una pausa antes de pronunciar el estado de Emilia que según las condiciones en las que se encontraban los demás, estaba protegida.

-¿En el centro de detención de la calle Vernet?

-¿Lo conoces?

-Mi padre habló varias veces de ese lugar, siempre decía que habría que quemarlo ¿Cómo lo averiguaste?

-Un médico amigo me dio el dato.

-¿La vio?

-Sí, la atendió hace dos días. Me dijo que se encuentra bien y es la protegida de Bergés, el que se encarga de las embarazadas.

-¿Cómo se llama tu amigo?

Franco dudó en darle el nombre pero conociendo el destino del doctor Torres, no le parecía mal dar su nombre.

-Torres, el doctor Juan Torres.

-Dijiste que no tenías amigos en el trabajo.

-Desde que te conocí, comencé a conversar con varias personas. No es amigo pero sabiendo que en ocasiones acompaña a Bergés, me acerqué bastaste estos últimos días.

-¿Te dijo algo más?

-No.

-El centro está muy cerca de aquí -conjeturó pensativa.

-Ni siquiera imagines acercarte a ese lugar ¿Entendiste Eugenia? -rugió Franco, tomándole con fuerza de los brazos para enfrentarla a él.

Ella lo miró sorprendida de la reacción violenta que asaltó a Franco y él al darse cuenta con la fuerza que tomó sus brazos la soltó para abrazarla.

-Prométeme que no te acercarás. No, no. Prométeme que no idearás ningún alocado plan para obtener información de tu hermana -rogó con la boca entre sus cabellos. La tomó de la cara para quedar con la nariz pegada a la de ella.

-Todo lo haremos juntos Eugenia ¡promételo!

-No puedo, me iré en unas horas.

-No te irás.

-Franco, el padre de Antonio, es militar él podrá hacer algo, será más fácil sabiendo dónde está Emilia. Él la conoce, conoce a mis padres y sabe que no andamos en nada raro -dijo, intentando hacer ver a Franco el beneficio de irse con Antonio.

-¿Militar?

-Es coronel del regimiento de infantería en la Tablada.

-¿Cómo dijiste que era su apellido?

-Suarez Tai. Es el coronel Cayetano Suarez Tai -informó el nombre completo- ¿Lo conoces?

-No -negó categóricamente, más por el disgusto que le causaba ese nombre que por una revisión mental negativa- Familias conocidas. Veo que la relación iba viento en popa.

-Nos conocemos hace más veinte años. Éramos familias vecinas antes que nos mudáramos de la ciudad. Con Antonio volvimos a encontrarnos en la universidad y se renovó la amistad.

-Y otras cosas… ¿Fueron novios de chicos?

-¡No! Era un enclenque. Parecía un fideo.

-Parece que han cambiado tus gustos.

-Él ha cambiado ¡No quiero hablar de Antonio! Es un hombre bueno -concluyó y se levantó de la cama arrojando los cobertores parte sobre Franco y parte en el piso.

-¿Lo dejarás?

-No sé qué haré con mi vida -gritó, levantando las partes del cobertor caídas hacia al piso de un solo lado de la cama para recuperar la ropa que quedó debajo.

-No te presionaré. Solo recuerda lo que acabamos de vivir cuando estés con él.

-Ayúdame a buscar mi ropa, van a ser las siete de la mañana, hora de irme. Antonio debe estar arañando las paredes con mi desaparición.

-Antes de irte, desayunaremos.

-Bien doctor será como usted diga pero ayúdeme a buscar mi ropa por favor.

Sin ganas, Franco se levantó de la cama. Antes que Eugenia pudiera verlo tenía puesto el pantalón y la polera, de un solo manotazo levantó las sábanas y edredones que colgaban y debajo aparecieron las prendas íntimas que Eugenia no podía encontrar. Tomando toda la ropa en un bulto Eugenia corrió al cuarto de baño.

-¿Trabajas hoy? -preguntó desde el baño, con el agua de la ducha de fondo.

-No.

-¿Irás a ver a Pablo? -indagó gritando.

-Sí -respondió Franco desde la cocina.

No hubo más conversación mientras Eugenia se bañaba y Franco preparaba café para el desayuno. Al salir intercambiaron posiciones, él entró a ducharse y ella revolvió la pequeña alacena que se encontraba en una pared sobre del escurridor plástico de platos y encontró algunos paquetes con restos de biscochos salados y algunas galletitas dulces. Después se paró unos minutos frente al calefactor que largaba aire caliente para secarse el pelo y antes que saliera Franco de ducharse, sirvió dos tazas grandes de café que cortó con un chorro de leche y se sentó a esperarlo. Ella sabía que no demoraba más de diez minutos en el baño.

En silencio, Franco se acomodó frente a Eugenia, el pelo no había escurrido del todo y pequeñas gotas eran absorbidas por el buzo jogging de algodón frisado que se puso arriba de una camiseta.

-Ya no verás mi ropa íntima colgada en tu baño. Tengo que disculparme por eso pero no tenía otro lugar donde dejarlas secar.

-No te preocupes, me agradaba verlas.

-Estaré sola en el departamento del hermano de Antonio -aclaró.

-Estaba pensando que podría hablar con tu amigo Antonio, puedo darle los datos que obtuve de tu hermana y de otra gente de la que me habló Torres para que se los lleve a su padre y, además, advertirle que si te toca un solo pelo es hombre muerto.

-No es bueno amenazar a la gente que uno pretende que lo ayude y yo necesito la ayuda de Antonio.

-Si es tu amigo te puede ayudar sin mantenerte encerrada en un departamento.

Eugenia comenzó a reír, eso era justamente lo que Franco hizo hasta esa noche.

-Ríete, de cualquier manera solo bromeaba.

-Franco, será mejor que Antonio no sepa que eras tú quien me ocultó hasta hoy.

-No interferiré en tu pareja, no te preocupes.

-No me interesa la pareja. Eso es lo que quiero evitar, que se desvíe la atención de lo realmente importante.

-Se hará como tú quieras cariño pero no me pidas que abandone el asunto o que te abandone a ti. He trabajado y soportado a personas que no te imaginas el repudio que me causan para conseguir información y, estoy seguro, que dentro de poco tiempo confirmaré dónde se encuentran tus padres.

-¿Confirmar? ¿Sabes algo, aunque sea vano?

La poderosa necesidad de mantenerse cerca de Eugenia y que ella no lo desechase de su vida le llevó a cometer el error que controlaba no cometer desde la noche anterior, finalmente habló de los padres. No quería mentirle, más sabiendo que su amigo Antonio fácilmente podría confirmar o desmentir sus dichos con una sola llamada telefónica, si era real que pretendía ayudarla. Por otro lado, el dato de la madre, era muy desgarrador para soltarlo sin tener una información más segura. En el centro de detención, tal vez, los tipos de la guardia además del castigo físico utilizan el mental y, cómo no podían tocar a Emilia era posible que los tormentos infringidos fueran verbales, era una conjetura válida para no poder confiar en lo que sabía Emilia, quién no dijo de dónde sacó la información. Sin embargo, el dato de Fletcher tenía que ser real, la mujer de la que habló el hombre murió como afirmó pero él no pudo decirle cómo se llamaba. Serrano era un apellido común y sin más coincidencias que el apellido y que la mujer estaba con su esposo en el campo de Arana, tampoco era suficiente. Un dato más, sólo con un dato más, que uniera a la mujer asesinada con la madre de Eugenia y podría darle la triste y desolada noticia que acabaría con la entereza de la muchacha y él ya no estaría a su lado para consolarla.

-Sólo escuché que algunos detenidos la misma noche que se llevaron a tus padres, fueron llevados al campo Arana.

-Eso ya lo sabía.

-Por eso, falta confirmar si ellos continúan allí.

-Cuando el padre de Antonio regrese del servicio podrá averígualo en pocas horas.

-¿Tan seguras estás de la ayuda de esa gente? ¿Cuánto tiempo pasó desde la última vez que su padre vio al tuyo? ¿O que su madre tomó mate con la tuya?

-No sé si alguna vez se habrán cruzado después de que nos mudamos, pero eso nada tiene que ver. Suarez Tai me conoce, es buena gente.

-Nadie lo niega pero yo te pregunto si ese hombre estará dispuesto a confesar que tiene relaciones con personas sospechadas de conspirar contra el régimen. Por algo se llevaron a tu familia ¿no? es al menos sospechosa de subversión.

-¡El padre de Antonio me ayudará! -afirmó con seguridad, sin dejar que los dichos de Franco socavaran su confianza.

Antonio, Antonio, Antonio, ese nombre lo irritaba. Franco se levantó de la mesa para no mostrar su disgusto a Eugenia que seguía hablando de las gentilezas de Antonio y su familia y confiaba ciegamente en ellos. El tipo quizás fuera buena persona pero él comenzaba a odiarlo. Eugenia estaba tan convencida que ese hombre persuadiría a su padre militar a que se jugara la carrera por ayudar a viejos vecinos que hacer cualquier intento por cambiar su creencia solo le equivaldría a alejarse más de ella.

-¿El hermano de Antonio… -dijo y casi se atragantó al nombrarlo-, está de viaje? Dijiste que te quedarías sola en el departamento de su propiedad.

-Antonio tiene dos hermanos mayores que son militares, los dos están en el servicio de Marina y pasan muchos días fuera de su hogar.

-¡También son de las Fuerzas Armadas! -exclamó girando sorprendido hacia Eugenia que seguía sentada comiendo galletitas.

Franco tenía un ejército contra el que luchar, nunca se lo hubiera imaginado. Con esa nueva información sentía más temor que nunca por Eugenia. Nada la podría salvar de un destino triste, si esas personas en la que ella tanto confiaba no la ayudaban y además hacían cumplir la orden de detención.

Una sola cosa lo tranquilizaba de aquella cuestión, si la familia de su amigo la llevaba detenida para que averigüen sus antecedentes y, después, dejarla libre de toda incriminación, al menos no estaría en manos de Migues, ni de Minicucci.

Eugenia dejó en una libreta negra que estaba al lado del aparato telefónico sin línea, la dirección y el número de teléfono de la casa de Antonio y la de su hermano. También anotó del aparato el número que tenía escrito en el frente y Franco dio unos nombres para que se los pasara al padre de Antonio.

Después, con Franco pegada a sus talones metió en un bolso, todas las prendas y pertenecías que Franco regaló durante la estadía en su casa.

-No olvides el cepillo del baño. No utilizo cepillo y quedará mal si alguien ve uno de esos en el baño de un hombre soltero -dijo refiriéndose a un cepillo para cabellos, de cerdas finas y de un material ornamentado que simulaba al cristal, muy femenino, que le había obsequiado a su huésped.

-No lo olvidaré. Comienzas a preocuparte que puedan quedar rastros de haber vivido con una mujer -reaccionó ella y su sonrisa se borró de la cara.

-Tengo una reputación de mantener.

-No olvidaré nada que pueda incriminarte -vociferó disgustada.

-Cariño, si se van a ver cosas de mujer en mi casa, lo único que pretendo es que la mujer esté incluida en el paquete. Tú eres la que quiere marcharse -replicó Franco, al notar el disgusto de ella.

-Franco esto no es una separación -pudo decir Eugenia, después que el apelativo cariñoso con el que la nombraba Franco desde la madrugada dejó de provocarle estremecimientos. Con cada «cariño» que decía, ella se conmovía más.

-Lo es para mí.

-Seguiremos viéndonos.

-De eso puedes estar segura. No olvides nada. Tenemos que irnos.

Para ella también fue como si se tratase de una separación, no podía definir sus sensaciones pero un vacío llenó el estómago de Eugenia cuando vio a Franco, con su bolso al hombro, cerrar la puerta del departamento. Luego, le tomó la mano para bajar las escaleras y no se soltaron hasta llegar al auto, una vez allí Franco le tomó la cara con ambas manos para besarle los labios. A esa hora, mucha gente disfrutaba de los parques que rodeaban a los edificios pero no le importó que sus vecinos lo vieran con una mujer.

-Franco nos están mirando -habló entre dientes, con la boca de Franco cubriendo la suya.

-¿Y qué, cariño? No estamos haciendo nada malo…por desgracia -agregó y sonrió.

Los risueños ojos azules de Franco se encontraron con la transparencia de los ojos de Eugenia, el día amaneció a pleno sol, estaba muy claro y los ojos de Eugenia absorbían esa claridad. Franco abandonó la boca de la muchacha para besarle el puente de pálidas pecas que le surcaban de una mejilla a la otra.

-Algunas veces, me siento un pervertido, pareces una niña -susurró sin dejar de besarle las mejillas.

-Solo algunas veces.

-Si, en otras pareces una vieja chillona pero igual te deseo.

-Franco debemos irnos -solo pudo decir ella, cubierta de un sonrojo que iba de pies a cabeza.

Con mucha dificultad la soltó y subieron al auto. El viaje de cuarenta minutos fue silencioso. La ruta que accedía a la capital federal a las ocho y media de la mañana estaba congestionada de autos, camiones y colectivos que transportaba a la gente hasta su lugar de trabajo. Los dos perdían su mirada en el tráfico y se tragaban todas las palabras que querían decir.

Franco la dejó dos cuadras antes de llegar, la obligó a colocarse el sobretodo negro, a pesar que ella renegaba de hacerlo aludiendo a que el día estaba templado y era muy exagerado utilizar ese abrigo. Bajo protesta, después de recibir un rápido beso en los labios, se metió al taxi que haría el recorrido de dos cuadras que faltaban para llegar a la casa del hermano de Antonio, Franco no le permitió hacer lo que faltaba de recorrido caminando. No hubieron palabras de despedida, sólo un beso. Él siguió al taxi hasta que llegó al edificio y luego se quedó más de diez minutos allí con el auto estacionado. Antes de sucumbir al impulso de ir a rescatar a su princesa, se marchó del lugar. En el camino de regreso, pensaba en lo bien que se veía ese moderno edificio de palier amueblado, conserje y paneles de vidrios que dejaban ver todo eso que Franco codiciaba, a un costado de la mesa que usaba el conserje para inspeccionar a todos los visitantes, se veía la puerta del ascensor, nada de subir por escaleras. Imaginó el interior de los departamentos y no pudo menos que recrearlos muy amplios y luminosos, el estilo de hogar que iba en concordancia con Eugenia, ella se merecía un lugar como ese para vivir y no un oscuro y diminuto departamento en un edificio de monoblock alejado a casi una hora de la ciudad.

Concluyó que lo mejor fue no insistir para lograr que Eugenia se quedara con él. No obstante, no podía combatir el vacío que le corroía las entrañas. No podía evitar el miedo y muy a su pesar tampoco podía controlar los celos.

Franco aprovechó su viaje a la ciudad y se puso en contacto con el cuñado de Eugenia, si tenía suerte y no estaba trabajando, podrían encontrarse y conversar sobre la situación de su mujer y saber de los trámites que él estaba realizando para liberarla. Emilia con su esposo vivían en la ciudad, muy cerca de donde se encontraba el edificio del hermano de Antonio.

 El marido de Emilia no perdió tiempo en detalles cuando Franco se comunicó con él, solo le pidió media hora para llegar hasta al bar en el que encontrarían.

La celeridad y la preocupación que percibió desde el otro lado de la línea, no alarmaron a Franco, que no esperaba otra reacción de un marido ante el secuestro de su esposa. Sin dar mayores datos más que el de ser una persona allegada a la familia que tenía información sobre su mujer y su cuñada, sin revelar el estado de ninguna de ellas y sin dar señas particulares que lo identificasen a él, lo esperó en el bar convenido.

 Con pocas palabras Pablo explicó que se presentaría con uniforme de trabajo, se encontraría con él de camino a sus tareas diarias, por eso, Franco estaba atento a un hombre alto, de cabello oscuro que entraría al lugar vestido con el atuendo característico de los agentes de seguridad que trabajaban en la empresa: pullover azul oscuro, con hombreras y codos reforzados en cuero y en el pecho un triángulo con el símbolo de la empresa representado por una espada y un escudo y pantalón del mismo color.

Eligió una mesa para dos, alejada de la puerta principal pero que tenía una buena vista de todos los que entraban al lugar. Pasada la media hora solicitada por Pablo, Franco comenzó a impacientarse. Iban a ser las once de la mañana y el lugar no tenía muchos clientes, algunos dispersos en mesas distantes y sólo dos personas estaban solas, él y otro hombre más cerca de la entrada. Al notar aquel detalle se inquietó. No quería que el marido de Emilia lo reconociese antes de que él primero hiciera una buena inspección del hombre y, viendo las condiciones generales, no pasaría más que un par de segundos para que Pablo lo reconociera primero.

Pagó el café que había bebido y salió, necesitaba un cigarrillo para calmar la ansiedad surgida espontáneamente que le abrió un hoyo en el estómago. El auto  quedó estacionado en la acera de enfrente y desde allí tenía la misma visión que desde adentro del bar. Cincuenta minutos pasaron y no había entrado ni salido ningún hombre solo del lugar. El bar ocupaba una esquina y tenía dos puertas de acceso, una principal en la ochava y otra más pequeña en el lateral más largo.

Franco estaba frente a la entrada principal y podía ver, con alguna dificultad, la otra puerta. No estaba seguro de distinguir las facciones de Pablo si entraba por esa puerta pero estaría en condiciones de reconocer el uniforme descrito.

Su paciencia se agotaba y estaba a punto de abandonar el lugar, cuando una persona de características similares a las que describiera Pablo entró al bar por la puerta lateral, el uniformado observó el lugar y se dirigió directamente al hombre que se encontraba solo, de espaldas a la puerta y leyendo el periódico. Como especuló, solo reconocía el uniforme pero no podía apreciar el rostro del marido de Emilia.

Franco salió del auto para ingresar al bar por la puerta grande y concretar la reunión postergada, caminó dos pasos y se encontró con media docena de personas que huían despavoridas después de escuchar el detonar de un arma de fuego. No entendía nada y pasó entre el gentío para ver la espalda del uniformado que abandonaba el lugar por la misma puerta por la que había ingresado.

Los empleados de establecimiento corrieron hasta el hombre caído sobre el diario que estaba leyendo y, paradójicamente, quedó en la sección policiales, el membrete se podía leer todavía no había sido ganado por la sangre que manaba del orificio abierto por la bala en la sien de infortunado y se dispersaba con rapidez por el papel.