Capítulo 11

A Franco, la noticia del sumario mencionado por Antonio Suarez Tai lo tenía sin cuidado, esos informes se labraban informando hechos para que una junta de directores ejecutivos decretase si el sumariado merecía o no sanción, con la que podía llegar el despido a sus tareas, no le preocupaba en lo más mínimo, lo que realmente crispaba sus nervios era saber que Suarez Tai llevaría a cabo la investigación y, sin lugar a dudas, sería muy rigurosa para que la amonestación fuera la más severa posible.

Aún teniendo la sospecha que Eugenia pudo mentir con respecto a las actividades de Antonio, a Franco le molestaba que la joven supiera la verdad de su lamentable vida por otra persona, ella debería odiarlo en ese momento, no obstante, lo que más pertubaba su tranquilidad era la conjetura más aceptada por su razón que le martilleaba la consciencia afirmando que Eugenia no conocía la verdadera naturaleza de Antonio Suarez Tai y estaba viviendo con su verdadero enemigo.

Tenía que encontrarla, tenía que decirle la verdad, si ella decidía quedarse con Suarez Tai después de eso, allá ella, él seguiría con su vida lejos del país, pero si estaba atrapada por las conspiraciones de aquel sujeto y su injerencia le ayudaba a abrir los ojos, él estaría allí para respaldarla, protegerla, amarla… la última moción de su cabeza trabó el fluir de sus pensamientos como un dique en el cauce de un río, todas las demás palabras se atascaron allí. No amaba a Eugenia, sólo quería protegerla, cobijarla en sus brazos, quería que esos ojos celestes le iluminaran el camino y su sonrisa alegrara su vida, quería hijos con esa sonrisa, quería tenerla por siempre en su cama y besar ese cuerpo perfecto hasta caer muerto. No, no estaba enamorado de Eugenia. Estaba total y perdidamente cautivado y encantado por ella y presentía que ese encanto duraría toda la vida.

Al llegar a su casa después de la larga jornada en el hospital, colocó en la puerta de entrada a su departamento la nueva cerradura y un pasador de seguridad con una cadena bastante más gruesa que la habitual. Se tomó el tiempo necesario para dejar los soportes bien firmes e inspeccionó la escalera de servicio que pasaba cerca de la ventana de su habitación. Eugenia se llevó una de sus llaves y era una posibilidad que se la hubiese entregado o hablado de ella a Antonio. No le quedaba claro por qué ella dio sus datos a Suarez Tai, antes de irse de su casa casi había rogado que se mantuviera en el anonimato, le dio a entender que no quería que Antonio supiera de su existencia y a solo un día de la nueva convivencia, el novio aparece en su trabajo sabiendo mucho de su vida. Pensando en ello, llegó a la conclusión que Eugenia solo habló de la ayuda brindada pero nada dijo de la noche que pasaron juntos, eso debió guardárselo para ella, cosa que podía cambiar, dados los hechos, parecía que Eugenia era muy franca con su futuro esposo.

Otra cosa pasó por su cabeza: el día que hicieron el amor, ninguno de los dos tomó precauciones ante un posible embarazo. Ella no utilizó ningún dispositivo de prevención y si mantenía su control natal con pastillas, estaba seguro que no las traía consigo el día que se subió a su auto, por lo tanto, discontinuó el uso y de esa manera era poco efectivo el control. Su cara se llenó de una sonrisa sincera como no lo hacía muy seguido, por eso, la gratificación fue mayor. Más que nunca determinó que tenía que volver a ver a Eugenia. A Antonio podría mentirle acerca de la paternidad de un hijo concebido en esas fechas pero a él no. Tenía que encontrarla, tenía que verla y la única manera de llegar hasta ella era a través de Suarez Tai. Sabía mucho sobre esa familia, solo un poco de suerte y no tardaría en encontrar la casa que describió Antonio. Estaba seguro que daría con ella en poco tiempo y la balanza se equilibraría hacia ambos lados, el doctor Suarez Tai ya no sería el dueño de la verdad que escuchaba Eugenia todos los días.

Rejas en las ventanas, rejas en las puertas, hasta el ventiluz del baño tenía rejas. No podía salir por ningún lado. Quiso llamar a su cuñada Claudia para advertirle el descuido de Antonio, al dejar la puerta con llave después de la visita de esa mañana y descubrió que el aparato telefónico que Antonio trajo la noche anterior no tenía la ficha para conectar a la línea, era tan inútil como el aparato que Franco tenía en su departamento. Se sentía asfixiada, en el pequeño departamento que la alojó por quince días estuvo igual o más encerrada pero no sentía tal asfixia. Al marcharse Antonio, trató de entretenerse mirando televisión, solo funcionó mientras miraba un noticiario que informó sobre un enfrentamiento ocurrido el día anterior en un bar de la ciudad. El periodista comentaba que, por suerte, el subversivo fue abatido por las fuerzas del orden antes que pudiera disparar su arma y, acto seguido, mostraban un gran arma que parecía una metralleta tirada a un costado del hombre mayor muerto que quedó sentado con la cara apoyada en un diario. Después de esa noticia, todo el noticiero, dedicó el tiempo para hablar del mundial de fútbol que se desarrollaría en el país al año siguiente, eso la llevó a recordar a su padre y seguidamente, a su madre muerta.

Luego de volver a llorar la pérdida quiso salir al parque a tomar un poco de aire y se encontró con el encierro. Podía gritar llamado a su cuñada pero no quería parecer una loca. Al mediodía todo se solucionaría, la noche anterior su cuñada la acompañó hasta que se quedó dormida a muy altas horas de la madrugada y la invitó a almorzar al día siguiente. No faltaba mucho para el mediodía, esperaría que vinieran a rescatarla.

Al llegar la noche, Eugenia hervía de rabia. Estuvo todo el día encerrada dentro de la casa. La  hermana entregó a Antonio los dos juegos de llaves que abrían la puerta principal y los dos juegos  de la trasera y él no entregó el que, supuestamente, le pertenecía. Su cuñada tuvo que pasar la comida entre las rejas como a los presos y comió sola. Claudia quizo defender a su hermano diciendo que estaba tan alterado como ella por la muerte de su suegra. Eso excusaba el olvido ante los ojos de su hermana, las palabras de Claudia solo la enfurecieron más.

Si la relación entre ellos no avanzaba era por las objeciones que tenían sus padres con respecto a Antonio. Su padre no se puso muy feliz cuando ella reveló que finalmente comenzaron un noviazgo. Su madre no paraba de contar lo rudo y severo que era el padre de Antonio con su esposa y sus hijos, decía que en el tiempo que fueron vecinos, más de una vez, haciendo las compras diarias se encontró con la esposa de Cayetano Suarez Tai presentando heridas que casi curaban en sus ojos. Había períodos que no la veía por semanas enteras y cuando lo hacía siempre tenía alguna nueva herida.

Eugenia no dejó que esos relatos de los que ella no recordaba o  no llegó a reparar por la falta de atención de una niña de doce años, le intimidaran para continuar con una relación que en sus primeros dos meses fue todo color de rosa.

Eugenia y Antonio compartieron el barrio hasta sus doce años, él era tres años mayor pero a veces compartía los juegos que organizaban en la calle los chicos de la cuadra. Se reencontraron en la universidad año y medio atrás, dos meses antes del golpe de estado en el que las  fuerzas militares derrocaron al gobierno democrático de María Estela Martínez de Perón5 sucesora en la presidencia argentina de su esposo Juan Domingo Perón. Para Eugenia, el encuentro fue absolutamente casual, en época de vaciones, ella rondaba por la facultad de medicina para leer las carteleras y las novedades del nuevo año lectivo que comenzaría en abril y él estaba dando vueltas por los claustros vacíos en pleno enero. Él la reconoció  y se acercó a ella. Eugenía no fue tan rápida al momento de recordar a su vecino de infancia. Ese día, hablaron durante toda la tarde, ella habló de sus estudios en medicina y él anunció que se encontraba en ese lugar porque pensaba estudiar allí ese año. Los primeros años de la carrera los hizo en la Universidad Nacional de Córdoba, ciudad en la que vivió los últimos ocho años. Al iniciar las clases en el mes de abril,  coincidieron en las materias y horarios de ese año, Antonio fue acercándose cada vez más hasta que se transformó en una de las pocas personas con la que Eugenia tenía trato, además de su familia. Antonio era dulce, atento, simpático, muy apuesto, nada parecido a lo que fuera en la niñez, siempre estaba pendiente de ella y la llevaba a donde se le ocurría, compraba lo que se le antojaba y la llenaba de regalos. Siempre dispuesto a ayudar con cualquier tema que necesitaba en la universidad y, más de una vez, aprobó alguna materia solo con su ayuda. Era muy inteligente, jamás reprobaba una materia a pesar de las numerosas faltas que tenía a clases a las que no le importaba asistir, sin embargo, nunca faltó para llevarla hasta el centro educativo o pasarla a buscar a la salida. Eran pocos los momento que estaban separados, generalmente, solo en las mañanas cuando ella trabajaba en la oficina comercial de su padre, hasta allí iba a buscarla para almorzar juntos y, después, llevarla hasta la facultad de medicina en el centro de la ciudad. El viaje, solo de ida, representaba cuarenta minutos de manejo por calles angostas y algunas de tierra pero él lo hacía todos los días. Había jornadas que entraba a clases y otras que no pero la rutina con respecto a Eugenia era inquebrantable. Decía que en el hospital naval en el que hacía sus prácticas, compensaban sus inasistencias a clases y ella jamás dudó de las palabras de su amigo. Como hijo de militar, además de las prácticas médicas en el hospital naval, también trabajaba por las mañanas en tareas administrativas.

Toda esa atención y dedicación brindada por Antonio durante meses afianzó la relación de amistad que inevitable y, lentamente, se transformó en noviazgo desde hacía cinco meses. Antonio juraba y prometía que la amaba y lo haría toda la vida, por eso sufría esos ataques de celos posesivos que fueron los que comenzaron a erosionar la relación y desembocaron en la última pelea. En sus encuentros íntimos Antonio siempre era cariñoso y tranquilo,  a solas,  era muy dulce, su actitud cambiaba en presencia de otra gente y sobre todo si eran hombres.

Antes de saber que la relación de amistad de Eugenia y Antonio desembocó en una relación amorosa, su madre alentaba a Eugenia a salir con otros muchachos, a asistir a fiestas que organizaban los jóvenes para ganarse nuevas amistades y que pasara más tiempo con su amiga Paula, desde que Antonio entró en su vida, fue apartando gradualmente a su mejor amiga,  hasta que dejó de tener contacto con ella. En ocasiones, Eugenia aceptaba las palabras de su madre pero de una forma u otra terminaba con Antonio. Él siempre estaba allí, donde estaba ella.

 No pasaron más de cuatro meses de noviazgo cuando la actitud de Antonio comenzó a cambiar y las últimas semanas llegó a niveles impensados para Eugenia, pretendía que sus ojos estuvieran siempre mirándolo, eso terminó de fastidiar a Eugenia que rebalsó la copa con la última restricción rídicula oída en boca de Antonio, consideraba que su familia se confabuló en su contra para lo abandonara, ella debía alejarse de sus padres y hermana porque eran nocivos para la pareja. Eso provocó la discusión que terminó con el alejamiento que Eugenia quería dar el caracter de definitivo hasta el día del secuestro de su familia. En la pelea, en un arranque de cólera ella gritó que su madre tenía razón, él era muy posesivo y autoritario, no le dejaba espacio para ella. Advirtió que la relación no continuaría si él no volvía a ser el muchacho alegre y simpático que conoció meses atrás. Antonio se puso furioso con las palabras de Eugenia y después de despotricar barbaridades contra su familia que consideraba metiche, quizo tomarla por la fuerza.  Ellos estaban solos en la casa de Antonio y su madre llegó en ese preciso instante, Eugenia al ver la oportunidad de huir tomó sus cosas y se marchó. Durante semanas no lo había vuelto a ver ni respondió sus llamados telefónicos, hasta el día que se presentó en su casa pidiéndo ayuda. El receso invernal de las clases de facultad ayudó a evitarlo recluyéndose en su casa. Al recordar todo aquello, Eugenia se planteó por primera vez el hecho de buscar ayuda en Antonio y en su familia pero, pese a todo, también reconoció que nunca estaría más cerca de su propia familia. Su padre siempre decía que había que mantener a los amigos cerca y a los enemigos más cerca todavía, ella estaba obedeciendo ese viejo proverbio y muy pronto sabría quien era Antonio.

A las diez de la noche, la cerradura hizo ruido y ella saltó de la cama en la que se encontraba leyendo una revista vieja. Antes que Antonio terminara de entrar, estaba parada frente a la puerta.

-Dame las llaves de las puertas ahora mismo.

-Lo he olvidado ¿Por qué estás tan enojada? ¿Adónde irías después de todo? ¿O tenías ganas de visitar nuevamente a tu amigo el médico?

-¡Ese hombre no es mi amigo! -despotricó furiosa-. Y me hubiera gustado salir a tomar un poco de aire al parque por ejemplo, o a comer con tu hermana ó ¡adónde fuera que quisiese ir!

-Estás muy alterada Eugenia -dijo Antonio con calma-. Ha sido un descuido, no volverá a pasar.

-¡Claro que no volverá a pasar! Dame esas llaves ahora.

-Tengo que sacarlas del llavero están todas juntas.

-Sácalas.

-Lo haré -concedió Antonio, recuperando la calma al detectar el rencor con el que Eugenia desechó la relación con el médico-. Déjame entrar, deseo sentarme. Caminé como no lo he hecho en siglos, estoy muy cansado.

Eugenia lo dejó entrar, lo siguió hasta las sillas que estaban en la cocina, allí él se sentó y habló con una sonrisa.

-No hay un beso de bienvenida para mí.

-No, me has dejado encerrada todo el día igual que a un preso y a esta hora creí que ya no vendrías por aquí.

-No exageres Eugenia, tienes todo lo que necesitas aquí y, además, podías llamar a Claudia si necesitabas algo.

-¿Con qué? ¿Con esto? -preguntó caminando hasta el teléfono y alzándolo para que notara la falta de conexión.

-No lo puedo creer, olvidé ponerle el cable -se lamentó con un gesto que parecía sincero para Eugenia.

-Estás muy olvidadizo Antonio, olvidaste alguna otra cosa importante hoy.

-No, caminé por todo el maldito regimiento de La Tablada buscando a mi padre, parecía evadirme a propósito. No estaba en ninguna de las oficinas que me indicaban pero, después de todo, pude hablar con él sobre tu familia. Está dispuesto a ayudarte y también a tramitar la orden de anulación de tu detención.

-¿Él hará eso? -preguntó soltando el aparato y volviendo cerca de Antonio.

-Si, lo hará, solo es cuestión de días.

-¿Por qué no puede ser mañana mismo? Puede aclarar que nos conoce y sabe que no somos subversivos.

-Es un trámite burocrático que tiene que cumplir a raja tabla, no puede hacerlo de otra manera, lo podrían acusar de conspiración o traición.

-¿Qué hay de mi madre? ¿Quién será el responsable de su muerte? ¿Qué hicieron con ella?

-Eugenia, tienes que esperar a que mi padre haga los papeleos pertinentes, pero es mi deber advertirte que no te hagas ilusiones con ese tema, olvídate de encontrar culpable por la muerte de tu madre, ella sufrió un ataque al corazón.

-¡Los culpables son los que dieron la orden de secuestrarla, los que se la llevaron de su casa y también los que pretendían torturarla! ¡Todos son culpables! ¡No digas que no hay culpables de su muerte! -gritó y se dejó caer en la silla que estaba frente Antonio, presa de un ataque de llanto.

-Lo siento Eugenia, pero es la verdad, si pudiera cambiarla para que estés bien lo haría.

-Tú siempre tan servicial conmigo, seguro que lo harías para darme el gusto.

-Claro que sí -dijo y se paró para abrazarla.

Ella se dejó abrazar y apoyó su cara en el pecho de Antonio, él la acariciaba y hablaba suave para que recuperara la tranquilidad.

-Es muy probable que Emilia sea la primera en ser liberada, sabemos certeramente adónde está, eso ayuda en la causa.

-¿Sabes algo de su esposo?

-No.

-¿Qué habrá hecho Pablo todos estos días?

-Tu abuela dice que no pudo verlo ni una sola vez. En su casa no está o no atiende las llamadas. Intentó llamando al trabajoy contestaron que estaba con licencia médica.

-Desgraciado. No me extraña que fuera sí. No sé que le vio mi hermana a ese hombre -criticó Eugenia a su cuñado con el que no se llevaba bien, no le gustaba que dejara a Emilia tanto tiempo sola con la excusa del trabajo.

En el arranque de ira provocada por el desempeño de su cuñado con respecto al tema de los secuestros, se desprendió de los brazos de Antonio y se puso de pie.

-¿Viste a mi abuela?

-No tuve tiempo. Trabajé en la mañana, estuve con mi padre en la tarde y luego pasé por la facultad -mintió.

-Lo siento Antonio, estuviste todo el día haciendo cosas y yo te recibo de esa manera.

-Sin lamentos -interrumpió Antonio, pasándole las llaves que había desprendido del llavero que las contenía-. Toma, aquí tienes tus llaves. Y ya mismo voy por el cable del teléfono.

Antonio volvía a ser el hombre contenedor, tranquilo y complaciente. El que le daba todo lo que ella quería y la contenía en sus malos momentos con una actitud tranquila que aplacaba su furia. Era el que ponía lógica a su ansiedad para serenarla. Eso era Antonio, la cuota lógica que le faltaba a su vida. Para él todo tenía una explicación, un método, un orden, un por qué y un cómo. Junto a él, jamás viviría una experiencia mágica o esotérica, le encontraría la explicación al enigma y lo expondría con tanta seguridad que acabaría con el misterio de lo que fuera. Ni hablar de ver un espectáculo de magia, con Antonio al lado, la magia no existía. En principio, eso divertía a Eugenia, era gracioso descubrir ciertas cosas pero con el correr de los meses, había ocasiones que le sacaba de las casillas con sus explicaciones. Ella quería creer en la mística.

Todo era contradicción ese día para Eugenia, de a ratos se convencía que Antonio y su padre eran la única salida a su problema y de a ratos se reprochaba la estupidez cometida al caer nuevamente en manos de ese hombre.

-¿Estás más tranquila ahora?

-Sí. Me gustaría llamar a mi abuela.

-Todavía no puedes. Eugenia debe ser paciente, solo es cuestión de horas.

-Está bien, será como tú digas.

-¿Cenaste? -preguntó saliéndose de tema.

-Preparé unas croquetas con la carne picada y las verduras que había en la heladera ¿Tienes hambre?

-No, comí unos sándwiches de carne por el camino. Paula preguntó por ti, está muy preocupada porque no sabe nada de ti hace semanas y quiere verte.

-¿Qué le has dicho?

-Dije que tu familia tuvo que viajar al interior por un familiar enfermo.

-¿Te creyó?

-Claro ¿Por qué no habría de hacerlo?

-Olvidaba lo persuasivos que eres -emitió con sarcasmo.

-Necesitas un sofá para la sala. Es incómodo estar sentado en la silla todo el tiempo.

-No te tomes más molestias Antonio. Si todo sale como tú dices, en horas, voy a dejar de ser una prófuga e iré a casa de mi abuela.

Antonio no dijo nada pero se le borró la sonrisa amable de la cara. Eugenia lo notó y quiso cambiar de tema.

-¿Qué han visto hoy en clase?

-¿Por qué quieres abandonarme Eugenia?

-No quiero abandonarte Antonio ¿Por qué dices eso? ¡Quiero estar con mi abuela! Me necesita tanto como yo a ella. Acaba de perder a su hija y yo a mi madre.

-Lo hago todo por ti y, sin embargo, siempre me dejas a un lado.

-Ya hemos tenido esta conversación y te repetiré lo mismo. Eres importante para mí pero no eres la única persona en mi vida.

-Si lo pidieras, dejaría todo y a todos para estar sólo contigo. Te amo Eugenia.

-No es cierto, no dejarías de ver a tu madre, a tu padre o tus hermanos por un capricho mío.

-Si lo pidieras, lo haría. No es un capricho lo que siento por ti, quiero que te cases conmigo para poder vivir juntos.

-Antonio necesito tiempo, quiero recibirme primero y después pensar en una familia.

-No discutamos -imploró Antonio, levantando una mano para poner alto a una discusión que ya mantuvieron el día que se distanciaron-. Me parece bien que quieras acompañar a tu abuela.

-Gracias por entender -dijo y lo abrazó para demostrarle su gratitud.

-Me quedaré contigo esta noche -aseveró Antonio y antes que ella rechazara su compañía agregó-. Sólo quiero acompañarte, dormiré en la silla de ser necesario.

-No será necesario que te martirices de esa forma, podemos compartir la cama -repuso Eugenia sin dejar de sonreír-. Podemos mirar una película en la televisión y luego hablar hasta quedarnos dormidos como hacíamos cuando éramos amigos ¿recuerdas?

-Recuerdo que yo quedaba muy dolorido cuando tú te dormías. Yo no quería ser tu amigo.

-Vamos, podemos hacerlo -lo alentó ella.

Eugenia despertó depués Antonio había  marchado, le pidió que avisara cuando se iba pero él no lo hizo, la dejó dormir. Se sentía renovada esa mañana, seguramente, al regresar  informaría que ya no pesaba la captura sobre su cabeza y podría volver a moverse con libertad. Permaneció en la bañera, por más de una hora,  entre llanto y sentimiento de alivio porque pronto recuperaría  lo que quedaba de su familia, recordó la noche anterior. Antonio comenzó una tenue caricia sobre su espalda que ella sintió placentera pero cuando quiso extender su mano sobre su entrepierna, sintió rechazo. No lo demostró ni dijo lo que sentía, solo le tomó la mano y se la retuvo entre las suyas. Después, Antonio siguió con los besos y ocurrió lo mismo. No soportaba sentirlo sobre su cuerpo. Esos sentimientos eran nuevos para ella, nunca sentió tal rechazo por Antonio pero no lo podía controlar. Con una sonrisa y sin permitir que Antonio profundizara el beso se acurrucó en su pecho y fingió dormirse. Lo sintió respirar agitadamente por casi una hora, hasta que lo venció el cansancio y se quedó dormido. Ella permaneció despierta pensando en cuanto había deseado a Franco la única noche que pasaron juntos y se asustó ¿Cómo iba a continuar con Antonio si no podía tolerar que la tocara? Si se lo decía, él no la ayudaría con su familia y si callaba para continuar con su apoyo, se convertiría en una zorra. Tenía que ser sincera con él y decirle lo que estaba pasando, sin mencionar a Franco. Antonio era su amigo y entendería. Era solo cuestión de tiempo, como decía él muy a menudo, para que todo volviera casi a la normalidad y ella recuperara el deseo sexual… y su cabeza y su cuerpo tendrían el tiempo necesario  para olvidar a Franco. El médico se coló en sus pensamientos y ya no pudo dejar de pensar en él, decidió que esa misma noche, después de estar unas horas con su abuela, iría hasta la casa del médico para informarle que todo se estaba solucionando. No le pediría explicaciones por la mentira, durante la madrugada, después que Antonio se durmiera, pensó en él y la cantidad de veces que le oyó decir que su trabajo le ocasionaba graves problemas de conciencia por eso quería abandonarlo y la única manera que tenía de hacerlo era dejando el país. Ella no entendía la relación en ese momento pero, después que Antonio le dijera cual era su trabajo específico lo entendió. Iría a explicarle que no era necesario que se arriesgara por ella, Antonio estaba a punto de solucionar todo. Le daría las gracias, le depararía un buen viaje, prometería que rezaría para que se solucionaran sus problemas de consciencia y le desearía un pronto reencuentro con su familia. Con ello, Eugenia pensaba poner fin a ese enamoramiento pasajero y, en los días siguientes con Franco fuera de su vida, sabría si podía reiniciar una nueva relación con Antonio, o, a él también tendría que decirle adiós para siempre.

El ánimo de Eugenia transitaba terrenos sinuosos, tenía picos de alivio, pozos de angustias, llanos de reflexión y charcos de lágrimas. Después de bañarse, ordenar el cuarto, doblar la ropa que Antonio le compró preparándola para meter en un bolso y enjuagar algo de ropa prestada por  su cuñada en el lavabo de la cocina, comenzó su búsqueda.

Recordaba haberlas tomado y colocado en la mesa, pero allí no estaban. Deshizo y volvió a hacer el cuarto y tampoco estaban. Siempre le ocurrían esas cosas cuando no prestaba atención a lo que hacía, olvidaba dónde colocó o qué había hecho con algo. Terminó con la búsqueda en el cuarto y comenzó en la cocina. Su cabeza le gritaba lo que parecía más obvio pero se negaba a oírla, Antonio no podía haberla dejado encerrada otra vez ¿Qué excusa tendría esa noche? No, era ella y su falta de atención la que extraviaron momentáneamente las llaves y en poco tiempo las encontraría. Cuando miró el reloj eran las doce y cuarto del mediodía, hacía más de una hora que estaba buscando las llaves infructuosamente y su desazón era magnánima, finalmente, aceptó el hecho que Antonio la había vuelto a encerrar. Con paso lento caminó hacia el teléfono, pasándose las manos por las piernas, con el pantalón de jeans se secó la transpiración que solo podía explicarse por el miedo a la situación, la temperatura no subía de los cinco grados al mediodía. Podía oler el miedo, por un segundo pasó por su nariz el mismo vaho frío y pestilente mezcla de encierro, humedad, putrefacción y sangre, que olió el día que los secuestradores entraron a su casa. La boca se le llenó de un sabor amargo y metalizado, no quería descubrir lo que estaba segura, iba a descubrir y eso la aterraba. Levantó el aparato y, efectivamente, el cable fue desconectado. No cabían dudas que intentar hallarlo dentro de la casa sería tan vano como lo fue buscar las llaves.

Eugenia tiró el teléfono al suelo y sus partes más débiles se quebraron, el disco del marcado salió volando y le pegó en una pierna, más enojada todavía lo pateó para estrellarlo varias veces contra la pared. Al terminar de destruir el instrumento, comenzó a llamar a gritos a su cuñada, a su cuñado o a alguien de la casa que pudiera traer alguna herramienta que le permitiera romper la cerradura para largarse de ese lugar.

Nadie acudió a sus gritos. Podría haberse muerto allí encerrada que nadie se hubiera dado cuenta hasta que Antonio se dignara a volver. La casa era una prisión y Antonio su único carcelero. Ese día, Claudia no apareció. Cada dos o tres horas repetía los gritos, pidiendo por alguien,  nadie respondía.

Estaba atrapada y sola, ni siquiera Franco sabía dónde se hallaba. Si se hubiera quedado en el departamento del hermano de Antonio, hubiera tenido la esperanza que Franco se apareciera por allí para llevarle novedades pero eso no ocurriría en ese sitio. Dado los hechos, supo que su novio no le permitiría ir a la casa de su abuela para quedarse con ella.

En varias ocasiones en el pasado, Antonio dijo que la amaba tanto que le gustaría tenerla encerrada en una burbuja sólo para él y así no tener que compartirla con el mundo, en esas ocasiones, ella había reído de la ridícula fantasía y lo seguía en su locura ideando la burbuja que la contendría ¿Cómo imaginar que Antonio hablaba en serio? Otra de las frases que ella tomó como absurdas en su momento, acudió a su mente «si no fuera por tus padres, ya serías mi esposa y podría tenerte sólo para mí», susurró una noche después de hacer el amor mientras ella se vestía para volver a su casa. Ese día Antonio insistió para que se quedara a dormir con él, pero ella no quería preocupar a sus padres. Recordando el episodio, cayó en la cuenta de que eso dijo sólo como excusa, en realidad, no quería quedarse a dormir. En ese tiempo, no llevaban más de tres meses como novios y no quería abrir esa nueva alternativa en la relación. Todavía no estaba segura de sus verdaderos sentimientos hacia Antonio por eso no quería llevar la intimidad hacia un nuevo plano. Él iba ganando terreno en su vida lentamente, y lo que conseguía no lo perdía jamás, si se quedaba a dormir con él una noche entera, sería el preliminar a una convivencia que ella no tenía claro si deseaba.

Su padre  y hermana estaban detenidos, su madre muerta. Antonio estaba cumpliendo con la fantasía del encierro. Todo estaba saliendo según los sueños maniáticos de Antonio ¿Qué estaba pasando en realidad?

Su abuela, el rostro dulce de su abuela Matilde, el olor a limpiador de limón y a tarta de manzana que siempre les preparaba a su hermana y a ella de pequeñas y...de grandes también cuando iban de visita a su casa, se presentaron ante ella como una revelación. Eugenia colocó una silla frente a la ventana enrejada y allí se sentó para ver llegar a Antonio  y fue allí donde la asaltó la imagen de su abuela. Se puso de pie de un salto. No se animaba a seguir con el hilo de sus pensamientos, era muy macabro hacerlo, sin embargo, no le quedó más remedio que tantear, aunque fuera muy siniestro, la presunción que salía como una conclusión lógica en su cabeza: si su abuela se convertía en un obstáculo en los locos propósitos de Antonio, quizás también fuera víctima del mismo futuro que el resto de su familia.

Eugenia caminó neuróticamente de un lado a otro dentro de la sala. Se tomó la cabeza con ambas manos y negaba agitándola de lado a lado

-¡No! ¡No! ¡No! ¡No! - era la única palabra que podía pronunciar cada vez más alto y cada vez más desesperado.

Intentó tranquilizarse aduciendo que eran imaginaciones absurdas producto del encierro, la ansiedad y el enojo hacia Antonio. Él podía ser muy posesivo con ella pero sería incapaz de hacerle algún mal a su familia. Él tenía una familia, padre, madre, hermanos, y alguna vez tuvo abuelos, no era posible que pretendiera que lo amara si hacía daño a su familia. Él conocía ese amor fraterno y sabía que nadie puede querer a quien lastima a uno de los suyos, mucho menos a quien los extermina a todos.

Antonio se diferenciaba del resto de las personas que Eugenia conocía por ser muy lógico y para ella la situación pasó a ser una situación lógica: si la amaba, como mínimo tenía que apreciar a su familia, no hacerle daño.

En la puerta se oyó el característico ruido de la llave al girar en la cerradura, Eugenia compuso una máscara en su cara y se preparó para recibir a Antonio como merecía.