Capítulo 18
A primeras horas de la madrugada el camión se declaró oficialmente desaparecido y llamaron al coronel Camps. Hasta ese momento, los responsables de recibir al camión supusieron que el comandante Caraveri, conocedor de las condiciones en las que se podía realizar el vuelo, disminuyó el apuro o tuvo algún inconveniente mecánico con el camión. Llamaron a la dependencia de Banfield a las once de la noche para preguntar si el camión regresó a ese lugar y al recibir una respuesta negativa comenzó la búsqueda telefónica por todas las dependencias cercanas en la que el comandante Caraveri, chofer del móvil de traslado, tendría que haberse detenido para levantar detenidos. El único punto al que llegó el camión fue Banfield, no llegó a ningún otro centro de la Capital.
El coronel Camps estuvo hasta las cinco de la mañana en la base aérea dando detalles a sus superiores de los detenidos trasladados y asegurando que todos estaban sedados al salir de la dependencia de Banfield. También tuvo que explicar, improvisadamente, por qué ninguno de los hombres de ese lugar acompañaron al comandante Caraveri en el camino y por qué Bergés no se presentó en el campo como se ordenó la noche anterior. Antes de que se marchara del establecimiento militar partieron dos cuadrillas de hombres para comenzar la búsqueda en las posibles rutas que habría seguido el micro para llegar hasta ese lugar.
Camps volvió cansado a su casa, en el centro de la ciudad, pero se puso en contacto con la gente de Banfield, la de Quilmes, la de Lomas de Zamora y de La Matanza para que las patrullas recorrieran la zona sur buscando al micro desaparecido, él se inclinaba a creer que era responsabilidad de los Montoneros, el grupo rebelde, por eso la búsqueda se extendió por todo el conurbano bonaerense. Después de dar las directivas se acostó a dormir.
Un llamado telefónico a la casa del coronel Camps a las nueve de la mañana, informó del accidente ocurrido en el riachuelo. El nuevo llamado tenía un tono totalmente distinto al anterior, en él lo responsabilizaban del accidente y de que toda la prensa estuviera en el lugar a esa hora de la mañana.
Los más altos comandantes de las Fuerzas Armadas lo esperaban en una oficina cerca de la casa de gobierno, para que diera las explicaciones del caso. Esos funcionarios militares sabían de la desaparición del camión que nunca llegó a destino con la carga encomendada.
Escapó uno minutos de la reunión en la que era el absoluto protagonista y entrando furtivamente en una oficina ajena, tomó el teléfono para llamar al centro de Banfield. Necesitaba tener a alguien a su lado para que las miradas acusadoras no estuvieran todas fijas en él.
-¡Traé a Bergés ahora mismo! -ladró furioso el coronel Camps a Minicucci-. No sé como lo vas a hacer pero en media hora los tres tienen que estar en la oficina del comandante -espetó furioso gritando a través del aurícula del teléfono.
-Bergés no está en su casa, ya lo he llamado tres veces- respondió Minicucci al enloquecido Camps.
-Lo buscaste en el hospital de Banfield.
-No
-Búscalo allí, imbécil.
Minicucci cortó con Camps y maldiciendo a todos
los militares salió hacia el hospital, si Bergés no estaba allí, no
sabía qué iba a hacer. Era imposible llegar a la capital en menos
de cincuenta minutos con el auto a toda velocidad. Camps quería que
se presentara en media hora y encima todavía tenía que encontrar a
Bergés y pasar a buscar al comisario Marcolatz, el «cara de
goma».
Los programas de televisión no hablaban de otra cosa, los periódicos más importantes de la ciudad largaron una edición vespertina para publicar la noticia del accidente en el riachuelo y mostrar las fotos de los cuerpos flotando con las manos atadas a la espalda y la cinta que rodeaba la cabeza y cubría los ojos. Nadie se hacía cargo del camión y de las personas que estaban en él. Lo periodistas preguntaban a los policías y ellos no sabían nada o insinuaban sin mucha convicción en las palabras, que se trataba del traslado de presos de alguna penitenciaría, pero al consultar a las penitenciarías cercanas, ninguna había enviado ni esperaba traslado de preso alguno.
Hermetismo y silencio sobre los muertos y sobre lo sucedido. Nadie explicaba nada y las conjeturas no se hicieron esperar. Los periodistas más osados, daban en el blanco señalando que esos eran secuestrados políticos de los cuales nadie quería confesar su autoría, pero luego de una o dos salidas al aire, no se lo volvía a escuchar.
Los bomberos y policías que actuaban en el lugar del siniestro, no decían una sola palabra ni contestaban a las preguntas de los insistentes cronistas que querían saber el número exacto de víctimas y conocer los motivos del desbarrancamiento del viejo colectivo. Hasta cinco muertos contabilizaron sin obstáculos: cuatro, estuvieron visiblemente flotando en las aguas hasta que los sacaron y luego algunos fotógrafos pudieron burlar la valla de la policía y fotografiaron el momento en el que sacaban del interior del camión a la quinta víctima, una joven de largo cabello que se colgaba chorreando agua y que estaba atada igual que los otros.
La fuerte tormenta de la madrugada dejó la ruta resbaladiza, con mucho lodo encima y por tramos se perdía bajo charcos interminable de agua que la tapaban totalmente, el barranco hacia el río era una trampa mortal y la banquina opuesta parecía un río que corría paralelo a la calle.
Varios conductores perdían el control de sus
vehículos en la ruta y se produjeron algunos accidentes menores
durante la madrugada en todo el largo trayecto que la ruta mantenía
el paralelismo al riachuelo, pero ninguno se había percatado del
accidente del camión. Mientras los bomberos acudían en auxilio de
un conductor accidentado e inconsciente, que había perdido el
control del auto y solo de milagro no terminó en el fondo del
riacho al golpear contra un mojón de tierra, descubrieron el
primer cuerpo flotando en el agua, eso ocurrió cerca de las ocho de
la mañana, diez horas después de producido el accidente.
-Somos noticia de primera plana -dijo Franco, arrojando el diario que traía en las manos sobre las piernas de Daniel que estaba sentado en suelo con Paula Senkel abrazada y durmiendo a su lado.
-¿Dice algo de nosotros?
-No todavía. Habrá que esperar para saber qué dicen los de la policía sobre el caso.
-¿Cómo conseguiste el diario?
-De la misma manera que conseguí las frutas -dijo sonriendo-. Sólo las tomé, es fácil cuando todo está en la vereda -informó arrojándole una manzana-. ¿Han despertado?
-De a ratos, pero se vuelven a dormir.
-¿Les hiciste tomar agua?
-Tanto cómo se los permitió el sueño. Están muy débiles.
-Despierta a Paula, que coma algo de fruta -indicó Franco, y se aproximó al padre de Emilia para hacer lo mismo-. ¡Viejo! ¡Viejo! ¡Alberto!
Franco sacudía a Alberto Serrano para que despertara, pero el hombre abría apenas los ojos y los volvía a cerrar. Buscó un cuchillo en la cocina ennegrecida del taller mecánico en el que se refugiaron de la lluvia, del frío y de sus posibles perseguidores. En la madrugada, cuando Franco salió a buscar refugio, empujó varias puertas que parecían de talleres o galpones y esa fue la primera que cedió a su magra fuerza. Una vez que llevaron a sus compañeros sedados hasta allí, sin más fuerza para poder seguir se tiraron en el suelo y se quedaron dormidos. Al despertar, pasaba el mediodía y nadie entró al taller, tomó unas ropas que los mecánicos dejaron allí y salió en búsqueda de algo para comer.
-Tienes que comer -instaba Franco, al hombre que no entraba completamente en la consciencia, cortó trozos de bananas y de manzanas y se los colocó en la boca para obligarlo a masticar-. Vamos despierta, mastica y traga.
Cada uno, hizo comer a la fuerza al menos dos frutas a sus atendidos y beber un vaso grande de agua, después de eso, recuperaron el sentido y sentados en el piso, pudieron mantener una conversación entre los cuatro.
-Debemos marcharnos al anochecer, hoy es domingo por eso nadie habrá venido al taller a trabajar, pero mañana es lunes. No podemos quedarnos aquí.
-¿Dónde estamos? -preguntó Paula, cómo cada vez que despertaba, Franco y Daniel se miraron y sonrieron- ¿Qué pasa? ¿Por qué ríen? -preguntó ella.
-Has preguntado lo mismo al menos seis veces - informó Daniel, tomándole la mano.
-Perdón.
-No es para disculparse Paula, el sedante que les inyectaron era muy fuerte, algunas de las personas en el camión ya estaba muertas antes de caer al riachuelo -aclaró Franco-. No estamos muy lejos de ese lugar por eso tenemos que marcharnos al caer la noche.
-¿El camión cayó al riachuelo? -interrogó Alberto Serrano, como Paula, reiteraba la pregunta.
Con paciencia Daniel volvió a explicar lo ocurrido y cuál era el destino que les esperaba si Franco no hacía lo que hizo. Ninguno de los tres dudó de la palabra del médico y estaban muy agradecidos por salvarles la vida.
-No podemos ir a nuestras casas, ni a casa de algún familiar o amigo con el que rápidamente podrían relacionarnos. Debemos dejar pasar algunos días para saber qué dicen de los muertos en el riachuelo y sobre todo de los cuerpos que no encontraron -apuntó Daniel.- ¿Algunos de ustedes tiene algún lugar seguro en el que podamos escondernos por unos días?
-Tenemos que recuperar fuerzas para poder separarnos, mientras estemos débiles necesitamos mantenernos juntos -señaló Franco, sabiendo que la única posibilidad de recuperar a Paula y a Alberto Serrano era colaborando con ellos.
-Opino lo mismo que el doctor -dijo Daniel.
-¿Por qué a mí? -preguntó Paula con lágrimas en los ojos, comenzando a entender que se había salvado de milagro.
-Cómo explicó Franco -aclaró Daniel-, el sedante aplicado era muy fuerte, con lo débiles y enfermos que algunos estaban no lo soportaron, revisamos a todos antes de atacar al chofer del camión y sólo tres respiraban. Pudimos salvar solo a dos. Tú estabas cerca de la puerta de salida.
Franco observó la manera que Daniel miraba a la morena Paula y era muy evidente que no tendría objeciones para ayudar en su recuperación.
-¿Por qué a mí? -indagó con tristeza Serrano.
-Franco se encargó de protegerlo, viejo -contestó Daniel, y Franco solo sonrió, todavía no llegaba el tiempo de las explicaciones para el padre de Eugenia.
-Hay un lugar al que pueden ir, queda muy lejos del riachuelo y no creo poder llegar hasta allí con esta pierna. Puedo darles la dirección y ustedes llegarán hasta allá sin problemas -sugirió Serrano, sin decir nada sobre la protección que recibió del médico.
-¿Qué hará usted? ¿Quedarse aquí?
-No tengo nada que perder. Lo he perdido todo, mi mujer, mis hijas -dijo Serrano, y su voz se fue apagando a medida que las nombraba.
-No lo dejaremos aquí. Si lo encuentran sabrán que hubieron sobrevivientes y querrán saber si hubieron más -contradijo Daniel.
-Si me encuentran no hablaré de ustedes.
-Sabrán cómo sacarle la información, además, es evidente que usted no podía salir solo del riachuelo y mucho menos llegar hasta aquí con la pierna en ese estado -replicó Daniel.
-Nadie se quedará aquí, si tenemos que cargarlo hasta ese lugar del que habla, lo haremos -dijo con determinación Franco- ¿Sabe por qué lo salvé? -interrogó pero no dejó que el padre de Eugenia dijera nada y continuó -Porque soy amigo de su hija Eugenia, ella está a salvo y también presiento que su hija Emilia va a salir muy pronto de ese lugar y necesitará a su padre ¿Dónde queda ese lugar? -preguntó seguidamente, antes de cambiar de idea con respecto a dar alguna explicación sobre la situación de sus hijas, el hombre demostró que había perdido la voluntad de vivir y él quería que la recuperara sin ahondar en detalles.
-Es un galpón que quería alquilar para depósito de materia prima de la fábrica. Está vacío, no tiene nada a mi nombre todavía, queda en Banfield está a una distancia intermedia entre la fábrica y la oficina comercial que está en el centro -informó Serrano, sin dejar de mirar con asombro a Franco.
-Llegaremos -aseveró Franco.
-¿Conoce a Eugenia de la Facultad? ¿Usted es médico no?
-Si, soy médico, pero no conozco a Eugenia de allí.
-Tengo una amiga en la facultad de medicina que se llama Eugenia Serrano.
-¡Mi hija se llama Eugenia Serrano! -exclamó sobresaltado e irguió la espalda sobre la pared.
-¿Es rubia, tiene ojos claros y tiene veintiséis años?
-Sí ¿Cómo te llamas tú, hija?
-Soy Paula Senkel, de Palermo.
-¡Paula de Palermo! Oí hablar muchas veces sobre ti, quería conocerte ¿Qué has hecho hija para estar en este lugar?
-No lo sé -contestó, comenzando a llorar- ¡Dios! ¡No lo sé! -gritó y rompió en un llanto desconsolado.
Daniel la tomó en brazos y dejó a la joven llorar en su hombro. Los tres hombres hicieron silencio esperando que la muchacha se recuperase de la angustia que le había invadido, el llanto comenzó a remitir lentamente y sin separarse de Daniel, levantó la cabeza para preguntar:
-¿Secuestraron a toda su familia?
-Yo pensaba que sí, pero gracias a Dios mi hija Eugenia escapó. Mi mujer no tuvo tanta suerte, su corazón no aguantó la tortura. Y mi Emilia.. todavía está en manos de esos cerdos, pero confío en las palabras del doctor Franco.
-¿Tú eres amigo de Eugenia? -preguntó Paula a Franco.
-No, la conocí hace muy poco tiempo.
-En los interrogatorios nunca la nombraron, solo me preguntaban por los cabecillas del centro de estudiantes. Yo siquiera sabía que su familia estaba detenida.
-No creo que tu secuestro tenga nada que ver con la huida de Eugenia -intervino Franco.
-¡Pero yo no conozco a nadie del centro de estudiantes! ¡No milito en ningún partido! ¡no tengo amigos políticos! ¿Qué otro motivo tendrían?
-No sé qué decir -respondió el padre de Eugenia a la pregunta acusadora que sin proponérselo lanzaba Paula- Mi hija tampoco andaba en nada, mi familia entera solo se dedicaba a ser gente de bien y, sin embargo, mira donde terminamos.
-No lo estoy acusando de nada, señor. Lamento si creyó que estaba recriminándole algo, pero estoy muy sorprendida por todo lo que está pasando. Creo que estoy en una pesadilla que ya lleva siete días y no puedo despertar -habló suavemente Paula, abandonando el calor del cuerpo de Daniel para acercarse más a Alberto Serrano y tomar sus manos condecendientemente.
-Todos sentimos lo mismo -dijo Franco-. Y... creo que falta poco para despertar por fin - predijo.
-Nadie, haga lo que haga, diga lo que diga, o piense lo que piense, merece lo que les hacen esos hijos de puta a las personas. Un ser humano tiene que poder decir lo que quiere, estar a favor o en contra de algo. Decir si algo le gusta o le desagrada. Cantar lo que quiere, escribir lo que le gusta y ver y escuchar a quien tiene ganas, y disfrutar del arte o del artista que le plazca. Esos bastardos no tienen el derecho de imponernos cómo vivir, como pensar, con quien relacionarnos o con quien no, qué música escuchar o qué programa de televisión mirar -Daniel se puso pie y continuó hablando -Yo pertenezco a un centro de estudiantes, grito mi disgusto y mi desagrado hacia esos bastardos, intento informar a las personas de lo que son capaces de hacer esos milicos de mierda y pregono porque nos unamos para sacarlos del poder. Intento convencer a mis compañeros y a compañeras de otras universidades, que las acciones individuales no pueden contra ellos, tenemos que unirnos. Porque todavía me queda una libertad que no pueden robármela, la libertad de morir por aquello que creo.
-Estudiante de Filosofía y Letras -afirmó Franco.
-Si, cursando el último año en la Universidad Nacional de La Plata.
-Te felicito. Iré a tu graduación.
-Te espero, serás mi padrino. Dios escucha tus gritos, no puedo permitir que se aleje de mí una persona así -dijo a Franco.
-Yo también quiero estar ahí - se incluyó Alberto Serrano.
-Y yo - dijo seguidamente Paula.
Franco lo miró y sonrió, sabía que Daniel Hertz salió del campo de Arana hacia el pozo de Banfield en el mismo camión, lo vio en la comisaría de Banfield cuando tomaban el mate cocido y, luego, estuvieron en la entrevista con Camps juntos. Lo que Franco no sabía era que Daniel lo oyó esa madrugada antes de que los sacaran del calabozo del campo de Arana para el traslado, cuando desesperado después de intentar arrancarse la vida reaccionó gritando y golpeándose en reprimenda a lo que estaba por hacerse a sí mismo. Con ese recuerdo reconoció que el grito que siguió al suyo fue el de Daniel, fue su voz la que oyó.
-Nos oyó -corrigió Franco.
-Tenemos que seguir gritando, todavía debe hacernos unos cuantos favores -propuso Daniel y ambos comenzaron a reír a carcajadas.
Alberto y Paula sonreían contagiados de la risa interminable de los dos hombres, pero no entendían cual podía ser el motivo de tanta alegría, no había nada agradable que recordar después de estar detenido, pero los dos hombres se tiraron sobre el piso a revolcarse de risa. Se miraban, decían frases incoherentes y volvían a reír. Alberto no aguantó más y les pidió que contaran el motivo de tanta risa, Daniel fue el encargado de relatar lo ocurrido la madrugada anterior, omitiendo el intento de suicidio de Franco, hecho que desconocía. Paula estuvo con ellos en el campo de Arana pero no en el área de los calabozos que estuvieron Franco y Daniel por eso no conocía la anécdota.