Capítulo 6

Su protector no regresaría hasta el día siguiente, Eugenia no estaba dispuesta a esperar un día más para conseguir información sobre su familia. Las palabras y advertencias de Franco no podían detenerla. Solo contaba con dos puntos de contactos: su abuela Matilde y el médico amigo de Franco, esa noche él se reuniría con el marido de Emilia y con suerte Pablo habría hecho algo pero lo dudaba mucho.

Con el único objetivo de ayudar a su familia, Eugenia estaba decidida a sumar otro apoyo: Antonio.

Llegar a la casa de su compañero de universidad y amigo no fue difícil. Viajó con el colectivo que pasaba más cercano a la casa de Franco el cual la dejó en el centro porteño y allí tomó un taxi que la llevó hasta la puerta de la vieja casona ubicada en el barrio de Flores. Eugenia hizo notas mentales del dinero gastado para devolvérselo a su hermana cuando se reencontraran, estaba usando el  encontrado en el abrigo negro.

Antonio llegó a la casa pasada las diez de la noche, la sorpresa de encontrar a Eugenia en el salón, bebiendo café con su madre fue disimulada con una sonrisa.

-¡Qué sorpresa Eugenia! ¿Dónde te habías metido todos estos días?

-Estuve muy ocupada con un asunto de familia -respondió ella con la misma sonrisa.

Antonio se acomodó cerca de Eugenia y su madre los dejó solos para que pudieran hablar en privado con la excusa de servirles algo de comer.

-Intenté hablar contigo para disculparme por lo hecho y no quisiste oírme. Creí que habías terminado conmigo. Perdóname Eugenia no sé lo que apoderó de mí aquel día, tenía miedo a perderte -se disculpó al quedar a solas.

-Lo dejaremos tal cómo está Antonio. Acepto tus disculpas, eres sobre todo mi amigo y te necesito -la cara de Eugenia comenzó a cambiar a medida que recordaba los motivos que la alejaron de él pero era cierto que necesitaba a Antonio.

-Parece que es grave -advirtió Antonio, a juzgar por la cara de Eugenia.

-Mucho.

-¿Qué ha ocurrido, linda?

-Mis padres han sido detenidos -expresó tal cual lo hiciera Franco, para que sonara menos penoso-. No quiero involucrarte en esta situación pero estoy desesperada.

-Entiendo -convino Antonio, acercándose más a ella-. Sabes que puedes contar conmigo para cualquier cosa.

Antonio era la persona con la que Eugenia inició una relación meses atrás, llevaban un noviazgo de cinco meses al que precedía una amistad de un año y medio. Él conocía a toda su familia, igual que su familia conocía a la familia de Suarez Tai. Fueron vecinos antes que la familia Serrano se mudara al sur, fuera de los límites de la ciudad de Buenos Aires a una casa mucho más grande que el departamento que habitaban en la ciudad, desde ese hecho pasaron más de trece años.

Eugenia conocía que entraba en terreno peligroso al buscar ayuda en esa casa. Antonio era el único, de los tres hijos varones, que no siguió la carrera militar del padre. Ella podría estar sentada en ese instante en la casa de sus verdugos pero era necesario correr ese riesgo, se lo debía a toda su familia. Esa noche, Antonio volvía a tener los ojos bondadosos y comprensivos del amigo que perdió cuando se dejó convencer para iniciar una relación amorosa, esos ojos no podían tener la maldad vista en los ojos de los hombres que irrumpieron en su casa. Además, Eugenia seguía manteniendo la vaga esperanza de que no todos los miembros de las fuerzas militares y policíacas del país estuvieran involucrados en los secuestros, a pesar de reconocer que en esos ámbitos una orden, era una orden.

-Hay algo más -confesó Eugenia- Se llevaron a Emilia.

-¿Y a su esposo?

-No, todavía.

-¿Cómo sabes eso?

-Llamé a su trabajo e informaron que fue a trabajar después de lo ocurrido.

La madre de Antonio entró al salón con una bandeja cargada de dos platos de estofado de carne con papas y arvejas, lo acomodó en una mesita frente al sofá que compartían los amigos y prometiendo volver con una botella de gaseosa se alejó otra vez del lugar. Ellos seguían en silencio los movimientos de la señora mayor y ambos agradecieron la atención cuando terminó de colocar todo en la mesita.

-Tu madre siempre tan atenta -elogió Eugenia.

-No más que la tuya - replicó él.

Eugenia buscó el sarcasmo en aquella frase pero no lo halló, sonaba sincera.

-Tengo que saber de ella -imploró, y los ojos se le llenaron de lágrimas.

-Has denunciado las detenciones.

-No puedo.

-No tengas miedo Estás en tu derecho de reclamar por tu familia.

-No creo que una prófuga tenga algún derecho.

-¿De qué hablas Eugenia?

-La noche que entraron a casa, debieron llevarnos a los cuatro -después de una pausa agregó-. Huí de los secuestradores.

-¿Por qué hiciste eso Eugenia? -preguntó con una cuota de indignación-. Los hombres, tal vez, sólo querían averiguar los antecedentes de la familia y luego liberarlos ¿Por qué hablas de secuestro?

-Porque se robaron todo lo que podían, golpearon a mi padre, a mi madre, a mi hermana y a mí, después, quemaron la casa.

-¡No puedo creerlo! -dijo Antonio y se levantó del sillón, despotricando por lo ocurrido.

-Eso fue exactamente lo que ocurrió, no creo que llegaran a la casa con una inocente orden de averiguación de antecedentes -replicó, enojada por la manera que Antonio la miraba, como si hubiese cometido un delito.

Nuevamente, la madre de Antonio entró a la sala y los dos callaron.

-Antonio siéntate y come. La comida se enfría. Tú también querida, no has probado ni un bocado.

-Está bien mamá, solo esperaremos a que se enfríe un poco.

-Afuera está helando, debes comer la comida caliente para que te caliente el cuerpo.

Antonio se sentó y tomó el tenedor para dar el gusto a su madre, con la mirada imploró a Eugenia a que hiciera lo mismo para no despreciar las atenciones de la amable mujer y Eugenia lo siguió.

-Les haré compañía mientras comen -propuso Matilde y se sentó en el sillón individual en un costado.

Eugenia, atragantada por la tristeza en un comienzo, tímidamente comenzó a llevarse trozos de comida hasta la boca mientras sonreía a la mujer y aprobaba el sabor de la comida asintiendo con la cabeza. Después de varios bocados, comenzó a saborear realmente la cena, le dio la sensación de no ingerir una comida elaborada desde hacía siglos.

 Durante la cena, la única que hablaba era la madre de Antonio, contaba a su hijo lo hecho en el día y como pasó parte de la tarde en la gran pajarera llena de aves que tenían en el patio trasero. La deficiencia mental en la mujer se hacía más notoria con el correr del tiempo, cada vez, estaba más aniñada al hablar. Antonio había contado que varios años atrás sufrió un accidente que la dejó de esa manera pero su madre no dejaba de señalarle que todo lo que padecía era culpa del marido.

-Tiene que pasarme la receta, está riquísimo -elogió Eugenia.

-No es más que un estofado común, tu madre debe saber hacerlo.

-No igual a éste -aclaró, sin dejar aflorar ningún cambio en su semblante que denotara el golpe en el ánimo con las palabras de Matilde.

-Iré a la cocina a anotarte la receta - dijo contenta Matilde - A Antonio le encanta este estofado -agregó, dejando entrever las aspiraciones que tenía con respecto a su hijo.

-Le agradas mucho a mi madre, no ha dejado de preguntar por ti todo el tiempo que no apareciste por la casa -sostuvo Antonio, al perderla de vista.

-Ella también me agrada -aceptó Eugenia.

Antonio tenía una sonrisa hermosa, en ese momento sonrió, se sintió aliviada de tenerlo como amigo y estaba segura de haber hecho lo correcto.

-¿Dónde has estado todo este tiempo?

-Por ahí.

-Volví a llamarte la semana pasada, y por supuesto, ya no contestaba tu madre. Llamé a Paula, tu compañera de curso, ella tampoco sabía nada de ti o no quiso decírmelo.

-¿No has ido a mi casa?

-No contestabas a mis llamados, así que supuse que tampoco querías verme después de cómo terminamos la última vez.

-Estaba enfadada contigo pero ahora no puedo darme el lujo de dejar de lado a ningún amigo.

-Eso quiere decir que sólo me buscas por necesidad.

-Antonio, no pidas que ponga claridad a mis actos. No quiero involucrarte pero te necesito, eres la única persona que puede ayudarme. Si hablas con tu padre sobre mi familia podría averiguar algo. No se me ocurre otra manera de empezar con la búsqueda.

Los platos casi vacíos quedaron en el olvido cuando ambos retomaron la conversación sobre la situación de Eugenia.

-No tendrías que haber huido.

-De esa manera, no estarías en el problema en el que te encuentras ahora -objetó Eugenia, levantándose del sillón-. Dile a tu madre que la cena estuvo deliciosa y perdona la molestia. Olvida que vine esta noche.

Eugenia tomó el sobretodo y caminó hasta la puerta principal de la casa. Antonio se levantó y colocó sus dos brazos apresando el cuerpo de ella antes que la abriera. Antonio era muy alto, los brazos extendidos le pasaban justo arriba de sus hombros y Eugenia sentía el aliento sobre su pelo.

-Malinterpretaste mis palabras -susurró, agachando la cabeza hasta dejar la boca en el oído de ella-. Me da mucho gusto que acudas a mí -aclaró sin cambiar de posición- Te ayudaré. Sólo expresé en voz alta lo que parecía más sensato.

-Mi familia lleva más de diez días detenida y nadie puede explicarle a mi abuela por qué motivo los detuvieron o dónde se encuentran retenidos.

-¿No será que complicaste todo al huir? -interrogó, la apresó antes que escapara por la insinuación-. No lo digo para que te enojes, solo estoy analizando los hechos.

Eugenia tenía toda la intención de abandonar la casa tras las reiteradas acusaciones de Antonio, sin embargo, se detuvo al oír lo que tenía para decir, esa posibilidad no se le ocurrió a ella ni a Franco.

-Eres estudiante universitaria, tienes amigos que militan en los centros estudiantiles peronistas y trabajas en una de las oficinas comerciales de la fábrica de tu padre, puedes tener conexión con los del gremio.

-Solo conozco a un delegado de la fábrica y tú más que nadie sabe que no tengo amigos en los centros políticos universitarios.

-Yo lo sé pero los que entraron a tu casa tal vez no. Sumando todo lo que acabo de nombrarte hay razón suficiente para que quieran hablar contigo y conocer tus contactos. Tu huida solo habrá acrecentado cualquier especulación subversiva que pese sobre tu familia.

Eugenia giró en los brazos de Antonio para enfrentarse a él. El apuesto rostro moreno de Antonio estaba muy cerca, ella levantó la vista y sus ojos celestes buscaron los ojos grises del hombre que al sonreír levantó su fino bigote en una línea recta.

-No se me habría ocurrido ¿Pero quién estaría interesado en mí? ¡No soy nadie!

-No se te ocurrió porque no tienes nada que ocultar. Y por lo demás, sigo sosteniendo que quizás solo querían averiguar los antecedentes de la familia y nada más. Eso ocurre todo el tiempo a mucha gente.

-Mi familia podría estar sufriendo todo un calvario por mi culpa.

-No olvides que es solo una conjetura -aplacó Antonio la desazón reflejada en la mirada baja de Eugenia- Las fuerzas temen a las rebeliones civiles. Mis hermanos y mi padre constantemente hablan de los atentados y ataques que sufren a diario. Afuera hay una guerra y los detenidos por más de setenta y dos horas tienen algún grado de participación en ella, los demás son liberados.

-¡No son detenidos! ¡Son secuestrados! Yo no veo las cosas como tú, Antonio - disertó, despertando del embotamiento mental sumergida después del planteo de Antonio, interrogó a su amigo con la furia reavivada-¿Qué tipo guerra podría librar mi hermana embarazada de siete meses? Lamento lo de tu familia pero ellos eligieron estar allí. Mi hermana, mi madre ¡O yo! No participamos de ninguna organización y lo sabes bien. Antes de descubrir cualquier implicancia nos golpearon y nos trataron como a criminales, nos dejaron sin techo, no creo que hicieran eso solo para averiguar antecedentes o nuestras relaciones públicas -enunció enojada.

La hipótesis de Antonio solo la mantuvo reflexiva por algunos segundos, luego, volvió a sus convicciones anteriores, lo que planteaba Antonio para ella era una estupidez.

-¿Y tu padre?

-No tiene nada que ver. Si fuera así, lo hubieran detenido solo a él -gritó.

-¿A quién detuvieron? -preguntó Matilde entrando nuevamente a la sala.

-A un compañero de universidad -dijo rápidamente Antonio, volviéndose hacia su madre.

-Es una pena que los jóvenes estén tan rebeldes por estos días. Eso no pasaba cuando era joven - argumentó y justificó la detención sin saber por qué motivo se produjo.

Eugenia, reparó en el pensamiento instalado en esa parte de la sociedad que no sufría los atropellos ni los abusos de las fuerzas armadas. Todo tenía justificación, cada detención y desaparición era por algo. Lo primero que preguntaban era en qué andaba el detenido o la familia del detenido. Antonio era muy bueno y confiable pero escuchando las ideas que planteaba o la justificación de su madre, comenzaba a dudar que fuera de ayuda para ella o su familia.

-Niña aquí tienes la receta -dijo guiñándole un ojo y pasándole un papel prolijamente doblado.

-¿Ya te marchas?

-Es tarde, tengo que regresar.

-Saludos a tu madre.

Con un beso en la mejilla, Matilde la despidió hasta la próxima visita.

-Mamá llevaré a Eugenia a su casa. Ha venido en colectivo hoy.

-Es muy tarde para andar en colectivo - advirtió la mujer.

-Si mamá. Ve a acostarte, llegaré algo tarde.

-Recuerda que estoy sola, no vayas a quedarte por ahí.

-No mamá pero no esperes despierta -dijo Antonio, y dio a su madre un beso en la frente a modo de despedida.

Tomando el abrigo del perchero a un costado de la puerta, Antonio le acomodó el sobretodo negro y después de colocarse su propio abrigo, salió con Eugenia la fría noche.

-¿Vas a la casa de tu abuela? - preguntó Antonio, una vez que estuvieron dentro del auto.

-Sería muy tonta si lo hiciera.

-Hablaré con mi padre cuando regrese del regimiento y averiguaré lo que pueda. Si él pide verte, tendrás que presentarte.

-Estaré cerca -solo dijo Eugenia-. Cuando pase un taxi, me iré. No es necesario que me lleves a ningún sitio -agregó, sin aceptar la supuesta entrevista con el padre de Antonio-. Tal vez, será mejor que no le digas a tu padre que nos vimos -propuso.

-Mi madre no dejará pasar la ocasión de comentárselo, está muy emocionada con nuestra relación.

-Lo olvidaba.

-No te preocupes, nada te pasara -aseguró Antonio, tomando una hebra de claro cabello suave de Eugenia para acomodárselo hacia atrás.

-¿Y a mi familia?

-Haré lo que pueda por ella, mi padre hace muchos que no ve a tu familia pero hablaré sobre ella -garantizó con seriedad-. Eugenia, el departamento de mi hermano está vacío puedes quedarte allí si lo deseas, está a solo diez cuadras de aquí y tengo la llave -propuso Antonio, desviando la conversación.

-¿Cuándo regresa tu hermano?

-En diez o quince días, tal vez. Siempre llama un día antes de llegar.

Eugenia sopesó sus alternativas, podría seguir viviendo con un desconocido al que arruinó los planes de abandonar el país para ayudarle, o, podría liberarlo de esa responsabilidad asumida saliendo intempestivamente de su vida tal como ingresó a ella y pasar a resguardarse bajo la protección de la única persona con quién inició una relación sentimental en su vida. Tenía dudas sobre los dos, lo que tenía que dirimir era en quién confiaba más.

-No tengo nada, ni ropa, ni dinero.

-No te preocupes por eso ¿Por qué no acudiste antes a mí?

-He dicho que no quería comprometerte.

-Eres muy obstinada Eugenia.

-No estoy en todos mis cabales.

-Solo por eso perdonaré la falta. Déjame cuidarte a partir de este momento, para eso están los amigos ¿no?

-Está bien, me quedaré en casa de tu hermano por unos días -consintió, y una pena profunda nacida de un sentimiento parecido a la traición surgió en ella luego de decir esas palabras.

Sería una desagradecida si no volvía a ver a Franco para expresarle gratitud por lo que hizo por ella.

Al otro día, iría a dejar una nota en el departamento de Franco para que no se preocupara y en ella explicaría su decisión de liberarlo de una obligación que no le correspondía y que tan noblemente había asumido. Algún día podría hacerlo personalmente.

En pocos minutos llegaron al edificio de diez pisos en el que vivía su hermano cuando no estaba de servicio en la marina. El departamento se encontraba en el tercer piso, tuvieron que subir por la escalera porque el ascensor estaba clausurado. El lugar era enorme comparado con el departamento de Franco, sólo en la sala podrían caber las dos habitaciones juntas, además contaba con tres habitaciones, cocina comedor, un gran sanitario, patio interno y balcón. Todos los ambientes eran amplios y los muebles muy modernos.

-Tu hermano se prepara para tener una familia numerosa -comentó Eugenia al ver las dimensiones del departamento.

-Está en sus planes, en un futuro no muy lejano.

-Cuando será el enlace.

-A fin de año. Creo.

Eugenia conocía la relación del hermano mayor de Antonio, llevaba cuatro años de novio con una bella joven que también vivía en la ciudad, vio a la joven tres o cuatro veces.

-En el ropero encontrarás algo de ropa de Laura, puedes usarla hasta que regrese mañana. No se enojará.

-Me siento una pordiosera.

-Todo se solucionara pronto. Ya verás.

-Eso espero.

-Prepararé café, quiero que me cuentes detalladamente lo que ha ocurrido el día que detuvieron a tu familia. Aquí mi madre no podrá interrumpirnos -sonrió.

Eugenia ya no tenía ganas de corregir aquella palabra que le erizaba los vellos. No eran detenciones, eran secuestros pero solo lo gritaría por dentro.

-Ven, mientras esperamos que hierva el agua de la pava te mostraré dónde puedes encontrar las cosas que necesitarás.

Antonio le guió en una recorrida por el departamento para mostrarle las dependencias y sus contenidos,  ella no podía dejar de compararlo con el rápido paneo hecho por Franco el día que hizo lo mismo con su pequeño departamento. Ese día no tuvieron que moverse de la sala, todo estaba a la vista. Con Antonio caminaban varios pasos de un ambiente al otro.

El relato y las explicaciones de Eugenia necesitaron más de dos horas, al terminar, Antonio se veía preocupado. Estuvo serio y pensativo en los minutos que siguieron a las palabras finales de Eugenia sobre la vivencia que experimentó junto a su familia. No se movieron de la cocina, se quedaron sentados en las banquetas altas del desayunador para tener a mano el café.

-¿Qué opinas ahora? - preguntó Eugenia, para romper con el silencio de Antonio.

-Escuchando la historia completa es comprensible que tu hermana te alentara a escapar de esos tipos y... que tú lo hicieras.

-No me dio tiempo a pensar en nada, tomé el sobretodo negro de ella y corrí a toda velocidad para alejarme de las garras de esos desgraciados.

-¿Dices que te metiste en una casucha abandonada y allí te quedaste hasta hoy?

-Así es. No era una casucha en sentido literal, pero es una casa vieja y deshabitada, solo salí dos veces muy temprano para comprar alimentos.

Eugenia omitió mencionar cualquier cosa sobre Franco, si lo sacaba de su vida, sería sin envolverlo en la historia que relataría a partir de ese día.

-No entiendo bien como te pusiste en contacto con tu abuela para recomendarle que no se acercara a la comisaría sin revelarle que no eras tú quien escribía esas notas.

-Eran anónimos con datos precisos, los dejaba de madrugada bajo la puerta de su casa y gracias a Dios ella no lo comentó con nadie, como indicaban. Día a día las notas se ganaron su confianza, hasta que la abuela Margarita respondió a la petición de informar sobre cómo seguía el caso y las respuestas dabas en el Ministerio.

-Las deja en un apartado postal que tiene tu hermana en el correo - ratificó lo comentado anteriormente por Eugenia.

-Sí.

-Es raro que los policías no supieran de su existencia.

-Es muy vieja, no creo que Emilia recuerde siquiera que lo tiene.

-Tú lo recordaste.

-La necesidad es la madre de las inventivas y motivación suficiente para recordar cosas olvidadas.

-Eso es cierto. Pasaré mañana por el correo de Banfield para saber si tu abuela dejó alguna información nueva.

-Fui hoy y no encontré nada. Sin notas con pedidos expresos, la abuela no dejará información.

-Entonces, iré a visitarla mañana después de salir del trabajo.

-No digas nada sobre mí - alertó Eugenia con preocupación.

-Quédate tranquila. Sé lo que tengo que hacer.

Antonio bajó de la banqueta alta y se acercó a Eugenia, la abrazó con fuerza recargando de ánimos a la joven y ella devolvió el abrazo de la misma forma, respondiendo positivamente a las palabras de aliento. Antonio buscó la boca de Eugenia pero ella esquivó el contacto.

-Lo siento, no puedo pensar en eso ahora.

-Descuida, el que lo siente soy yo. Soy un bruto. Por un momento olvidé la situación en la que nos encontramos. Eres tan bella y te quiero tanto Eugenia que enturbias mi razón.

-Debes ir a descansar, mañana te levantas temprano y ya son casi las tres de la madrugada.

-¿No quieres que me quede contigo?

-No, tu madre estará alerta a que regreses a casa.

-Ya soy mayor, pronto cumpliré treinta años.

-Estaré bien - solo dijo Eugenia y Antonio se alejó de ella.

-Comprendo, no presionaré. Bastante tienes con el problema de tu familia.

-Gracias.

-Conecta el teléfono al mediodía, te llamaré a la hora del almuerzo. No abras la puerta a nadie y procura no hacer mucho ruido, los vecinos podrían llamar a la policía si lo escuchan. En el edificio, todos conocen a mi hermano, saben que está de servicio y que yo sólo vengo algunas noches.

Al quedarse sola, Eugenia recordó que ese día Franco se reuniría con su cuñado y se golpeó la frente al recordarlo. Si lo hubiese recordado antes, no habría aceptado quedarse en casa del hermano de Antonio. Ella quería saber qué noticias nuevas traería el médico al día siguiente.

Tal y como señalara Antonio, no podía entrar y salir libremente del apartamento, tendría que ser cuidadosa con los vecinos y no dejar que nadie la viera entrar o salir de allí. Se las ingeniaría pero al otro día iría a Banfield, quería ver…no, quería saber qué novedades tenía Franco. Y siendo sincera consigo misma también quería verlo a él, no dejaría pasar el tiempo para agradecerle la amabilidad con el cuál le abrió la puerta de su casa a una completa desconocida.

Antonio era su amigo y por eso le ofrecía protección y seguridad. Estaba casi segura que podía confiar en él, esa noche en ningún momento tuvo la actitud que estuvo reprochándole en las últimas semanas de relación y, además, pareció sincero cuando pidió perdón. También, estaba segura que sus servicios requerirían que tarde o temprano ella ofreciera algo a cambio. No todas las noches terminarían como lo hicieron esa noche ¿Estaba dispuesta a reanudar esa relación? No tenía la respuesta.

Con Franco era distinto, él se había involucrado a ayudar a una desconocida dejando de lado sus planes para protegerla. El mismo día que la conoció podría haberla entregado a los policías y no lo hizo. No sabía si a quien ocultaba era una criminal, una demente o una psicópata, sin embargo, no le pareció correcto entregar a una mujer al destino, que parecía conocer muy bien, y le deparaba en manos de esos sujetos. En pocos días Franco demostró ser una persona de trabajo, honesta y comprometida con sus prójimos, no pretendió otra cosa que ayudarle. Si se vieron envueltos en situaciones íntimas se debió al hecho de vivir momentos de suma tensión y nada más. Eugenia sonrió, estaba sola reflexionando con sinceridad sobre su triste situación y nada justificaba que hubiese gozado del beso de Franco pero lo hizo y deseó mucho más. No sabía si atribuírselo a la tensión, a la atracción existida desde el primer momento o al simple hecho de pensar a un hombre y una mujer en una cama, lo real era que le agradó y despertó en ella un deseo que jamás sintió junto a Antonio.

¿Habría actuado Franco de la misma manera si aquel día del encuentro ella hablaba de Antonio? ¿La habría ayudado tan desinteresadamente de saber que tenía novio? ¿O la habría empaquetado en un lindo envoltorio y enviado hasta la casa de Antonio y él, partido al otro día como pretendía? Los interrogantes seguían apabullando la cabeza de Eugenia, a los referidos a sus protectores se sumaban las palabras de Antonio con respecto a ser la causante que sus padres siguieran «detenidos», a sus paraderos y el trato que estarían soportando en esos lugares. No dudaba que tenía por delante una noche muy larga y, como si fuera poco, se sentía más sola que nunca. En casa de Franco, al principio sintió la compañía de un extraño, después se quedó sola toda una noche cuando él estuvo de guardia pero nunca la atrapó la sensación de total soledad. Mirando el cielorraso blanco de la espaciosa habitación, cómo una ráfaga de aire también pasó las ganas de estar mirando el cielorraso salpicado de cemento desde una cama pequeña y un colchón aplastado.

Se repetía una y otra vez que si Eugenia abandonó la casa, no le importaría. Esa muchacha llegó para arruinar sus planes de dejar el país y con ello otros tantos problemas de conciencia que tenía planeado abandonar mucho días atrás, a pesar de su determinación, la mano le temblaba al momento de meter la llave en la cerradura de la puerta, su corazón latía alocado de expectativa y su cabeza, sabía sin ninguna duda, que si no encontraba a Eugenia en el departamento saldría en su búsqueda hecho una fiera.

No estaba cansado, si no hubiera sido por la visita al centro de Banfield, podría haber designado a aquellas jornadas, como la guardia ideal. Nada de trabajo extenuante, sólo algunos pacientes con traumas menores, sin riego de vida. Un día para el olvido, como bien  indicó el sargento Migues.

Si Eugenia no se marchó de la casa, estaría impaciente esperando las novedades que tendría luego de la reunión con el marido de su hermana, cosa que no se concretó. Así que estaría ansiosa  esperando su regreso. Saber que la joven lo esperaba le gustó, más allá de conocer los motivos por el lo hacía. Le resultaba agradable saber que alguien lo esperaba. Hasta ese momento nunca  experimentó esa necesidad de saberse requerido sin que fuera su profesión la realmente necesaria.

Abrió la puerta suavemente, parecía más un ladrón que el dueño de casa oteando si había alguien en la casa. Eugenia no estaba a la vista, entró y cerró la puerta con el mismo cuidado con el que la abrió y dejó el maletín en el sillón antes de ir a revisar el cuarto que ella usaba. Era un día muy frío y la calefacción no estaba prendida, no se oía ningún ruido pero Franco escuchaba el palpitar de su corazón tan alto como el golpear de un tambor en una danza norteña. La cocina y el baño estaban vacíos, con el silencio que era posible, descontando el chirriar de la bisagra de la puerta, entró al cuarto de Eugenia, también estaba vació y la cama bien tendida. Cerró la puerta del cuarto con un golpe seco y masticando su propia bronca por la estupidez cometida por la muchacha y la suya propia por no convencerla de lo peligroso que era abandonar esa casa, entró a su habitación para desvestirse y darse una ducha antes de salir a buscar a aquella cabeza hueca.