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10 de junio. Parque del Retiro de Madrid.
Siete de la mañana.
El cadáver de una mujer al que se le había amputado su mano derecha yacía en la base de la fuente del Ángel Caído[3]. El cuerpo tenía herida de bala en el pecho. Cuando uno de los empleados del ayuntamiento lo encontró, la víctima llevaba varias horas muerta. La gran cantidad de sangre que la mujer había perdido cubría todo el entorno lo que evidenciaba que la mano le fue amputada en el mismo lugar en el que fue encontrado el cuerpo. Sujeta a la pierna derecha de la estatua, erigida al diablo por el escultor Fernán Núñez, el asesino había dejado el hacha con el que seccionó la mano a su víctima. Cuando el forense llegó al lugar de los hechos, verificó que el miembro superior derecho de la víctima había sido seccionado de un solo golpe y que dicha amputación se produjo cuando la mujer ya estaba muerta. No había síntomas de forcejeo. El impacto se produjo a quemarropa, por lo que el forense, en un primer vistazo, afirmó que el asesino debía estar sentado cerca de la mujer y que el arma estaba pegada al cuerpo de la víctima en el momento en el que se produjo el disparo. La bala le había atravesado el pulmón y había quedado alojada en el corazón.
—¡Es horrible! En mi vida había visto nada igual —comentó el empleado del ayuntamiento a uno de los agentes—. Debe ser obra de algún loco que pertenece a una secta satánica. No creo que dejarla aquí sea una coincidencia. Cuando comencé mi trabajo en los jardines lo dije. Siempre pensé que esculpir una estatua del diablo no podía traer nada bueno. Soy muy supersticioso.
—No es una estatua del diablo. Es la estatua del Ángel Caído. Es una estatua del ángel antes de ser condenado.
—Ya. Ya lo sé; pero sigue siendo el diablo. A mí nunca me gustó.
—No creo que tenga que ver nada con la escultura. La mano se ha encontrado en la Plaza Mayor. Una indigente vio al hombre que la dejó allí. Tiene todos los indicios de ser el crimen de un psicópata que eligió el lugar más idóneo: un parque. A esas horas esto está solitario. Es fácil quedarse dentro de las instalaciones —dijo el municipal.
—No sé. La verdad es que la gente ha perdido la vergüenza. Y las mujeres más. Más de una vez he sorprendido a una pareja haciendo el amor. ¡Y no crea que les ha dado vergüenza! Yo estaba más avergonzado que ellos. Seguro que la pobre pensó que su acompañante era el amor de su vida —dijo el jardinero mirando el cadáver.
—La verdad es que parece un poco mayor para andar haciendo esas cosas en el parque —respondió el agente.
—¡Esto se complica! —exclamó uno de los policías judiciales.
—¿Por qué? —inquirió el compañero.
—¡Es extranjera! Inglesa. Se llama Cristine…
—No entiendo.
—¡Joder es la filóloga!
—¿Qué filóloga? —preguntó el compañero.
—La que salió ayer en el congreso de lengua castellana. Ha dado varias conferencias sobre las corrientes lingüísticas. ¿No sabes quién es?
—No. Es la primera vez que oigo hablar de ella.
—Es…, era una persona importante en el mundo de las letras. Debemos darnos prisa. Si alguien se entera de su identidad antes de que acabemos tendremos aquí a toda la prensa.