Hábitos normales y anormales en la respiración
Como mencionamos en la primera parte de este libro, la psicología experimental ha señalado las relaciones que hay entre la atención, la amplitud y el número de respiraciones. Se ha observado que cuando miramos algo atentamente, solemos suspender la respiración durante algunos segundos, y cuando volvemos a respirar los movimientos respiratorios son menos profundos que de costumbre. El motivo es que cuando buscamos concentrar nuestra atención, los sonidos y la sensación de movimiento muscular relacionados con la respiración, nos distraen.
Acabamos con estas distracciones respirando menos profundamente o impidiendo la respiración durante un tiempo relativamente prolongado.
En su esfuerzo por ver, las personas con visión defectuosa llevan hasta límites anormales esta influencia normal de la respiración. Son muchos los que al poner atención a alguna cosa que desean particularmente ver, actúan como si estuvieran buscando perlas, y se mantienen por largos espacios sin respirar. Pero la visión está condicionada en gran parte por la buena circulación, y la circulación sólo es buena si la cantidad de sangre es suficiente (cosa que no pasa cuando la mente está en tensión y los ojos se hallan en un estado de tensión muscular nerviosa), además de buena calidad (lo que no ocurre cuando las respiraciones están limitadas, ya que no permite que la sangre reciba el oxigeno suficiente).
La cantidad de sangre en, y alrededor de los ojos, puede ser aumentada por la relajación pasiva y dinámica.
La calidad será mejorada aprendiendo conscientemente a respirar, incluso cuando prestamos atención. Hay técnicas de relajación que ya han sido expuestas, y más adelante tendremos oportunidad de nombrar algunas otras. Aquí sólo nos dedicaremos a la respiración.
Si se desea corregir hábitos anormales al respirar, hay que comenzar por darse cuenta de que son anormales. Es necesario tener claro el hecho de que en los individuos con visión defectuosa, existe una correlación entre la atención y una actuación completamente innecesaria y sin duda peligrosa sobre la respiración. Cuando no se tiene en cuenta esto, cuando ese pensamiento se quita de la consciencia, frecuentemente ocurre que al dirigir nuestra vista hacia alguna cosa, actuemos como si fuéramos pescadores de perlas que necesitan hacer varias zambullidas a lo profundo del mar. Pero no lo somos, y nuestro hábitat no es el agua, sino el aire que nos da el oxígeno. Por eso, al llenar los pulmones de aire, lo haremos sin esfuerzo, alternando las inspiraciones y las expiraciones en forma natural y no violentamente como si estuviésemos haciendo ejercicios de respiración profunda.
Mientras respiremos de esta manera, sigamos dirigiendo la atención hacia los objetos que queremos ver (en los últimos capítulos de este libro explicaremos la forma adecuada de dirigir la atención). Será posible, después de practicarlo, que la atención se concentre mientras la respiración funciona normalmente, inclusive más profundamente que en los momentos ordinarios. En poco tiempo llegaremos a respirar automática y habitualmente mientras enfocamos la atención.
Cuando mejora la calidad de la circulación, inmediatamente se reflejará en una visión mejor y, además, si se logra una buena relajación, se aumentará la cantidad y la visión será también mejorada.
Cuando la visión declina por la edad o por otros motivos, y cuando existen ciertos estados patológicos en los ojos, algunos médicos -en especial los de la escuela vienesa-, emplean métodos mecánicos para aumentar la circulación local. La hiperamia pasajera de las zonas que rodean el ojo, se logra por medio de ventosas puestas en las sienes, por aplicación de sanguijuelas o colocando alrededor del cuello un collar elástico ajustado, para que la sangre, que ordinariamente fluye libremente a la cabeza a través de las arterias, circule lentamente por las venas a causa de la ligera opresión de éstas. Ninguno de estos procedimientos debe usarse, sólo cuando lo prescriba el médico. Como además suelen ser totalmente prescindibles, la relajación y la respiración normales provocarán una mejoría en la circulación que, aunque se logre con más lentitud, es más segura y natural, pues se emplean métodos que están totalmente bajo el gobierno de la persona que los lleva a cabo. De cualquier manera, la mejoría del funcionamiento visual y del estado general de los ojos, será la misma sin importar los métodos que se empleen para aumentar la circulación. Los métodos mecánicos no son mejores a los métodos psicofísicos descritos aquí, regidos por el individuo. En efecto, por ser mecánicos son "per se" menos satisfactorios. Si se mencionan, es sólo para confirmar la aseveración de que la visión y la salud orgánica de los ojos dependen también de la correcta circulación.
El alcance de esta dependencia se puede probar de un modo muy sencillo. Si al leer se practica una profunda respiración, seguida de la correspondiente expiración mientras expulsamos el aire, veremos que los caracteres aparecen más negros y más claros. Esta mejoría pasajera en la visión, es debida a una ligera hiperemia temporal cefálica que, a su vez, es debida a la opresión de las venas del cuello provocada por el acto de la expiración. En los ojos, y alrededor de ellos, la cantidad de sangre crece, con el resultado de que el aparato de la sensación actúa más eficazmente, y la mente logra un material más completo para realizar su percepción y su visión.