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La herida aún le molestaba. Sin embargo, después de casi cuatro días postrado en la cama a causa de la fiebre, necesitaba, además de un baño y un afeitado, unas copas y poner los pies sobre tierra firme.

Después de la última escaramuza no habían salido muy bien parados, ni él, ni su barco. Por suerte, ya estaba casi recuperado y la nave se hallaba también lista para zarpar.

Al día siguiente levarían el ancla y se harían de nuevo a la mar.

 

 

A pesar del bullicio reinante en la taberna y del continuo ir y venir de los parroquianos, le resultó imposible no fijarse en la pareja que acababa de entrar. El vestido verde de la muchacha era como un farol en medio de la oscuridad.

Por la mirada asustada de la joven dedujo que no se trataba de una de las rameras de la isla.

Estudió el rostro delicado y los preciosos ojos oscuros, la naricilla menuda y ligeramente respingona, los labios de muñeca, carnosos y de un rojo tentador, y el esbelto talle oculto bajo el vestido.

Se preguntó qué hacía allí con el Holandés, aunque pecaría de ingenuo si no se lo imaginara.

No se sentía del mejor humor en aquellos momentos, pero tenía una cuenta pendiente con él y no se iría de allí sin saldarla.

 

 

Al incorporarse, la herida del costado le dio un fuerte pinchazo, recordándole que aún no estaba en condiciones de meterse en problemas. De todas formas, caminó decidido hacia la mesa que ocupaban Hanks y la joven del vestido llamativo.

Isabel observaba el barullo que los rodeaba con los ojos muy abiertos.

No podía creer la forma en que las mujeres se dejaban manosear por aquellos hombres tan sucios. Aunque, en realidad, a ninguna parecía importarle aquello lo más mínimo.

Rezó con todas sus fuerzas para que el capitán Hanks no estuviera pensando venderla al dueño de aquel establecimiento. Preferiría arrojarse al mar antes que dejar que aquellas manos se posaran de forma desvergonzada sobre cualquier parte de su anatomía.

Estaba tan ensimismada mirando el comportamiento de las mujeres, que no se percató del hombre que se dirigía hacia ellos.

Tan sólo cuando su voz profunda y tremendamente varonil sonó a su lado fue consciente de que estaba allí.

—Buenas noches, Hanks. Te veo muy bien acompañado.

A pesar del saludo, nada en su tono indicaba que se alegrara de ver al pirata.

—Estoy ocupado, Harrys.

Isabel pudo percibir el ligero temblor en la voz de su captor.

Observó con detenimiento al hombre que tenía ante ella. Era alto, o por lo menos más que la mayoría de los presentes, y sus ojos eran de un azul profundo, como el mar en un radiante día de verano. Su rostro estaba cubierto por una barba de varios días que endurecía su expresión, aunque tal vez fueran sus oscuras cejas, ligeramente fruncidas, las que le daban un aire peligroso. Su pelo negro caía sobre sus hombros de forma desordenada, poniendo el toque final a su amenazante aspecto.

—Eso me ha parecido —dijo volviendo su mirada hacia la muchacha.

Isabel se estremeció de pies a cabeza al notar sus ojos sobre ella. Incómoda, bajó la vista y se retorció las manos para ocultar su nerviosismo.

—Estoy esperando a alguien, así que si no te importa...

Sin embargo, aquel hombre pareció no captar la indirecta de Hanks, pues acercó una silla y se sentó en ella con total tranquilidad. No parecía tener intención de moverse de allí.

—Si no recuerdo mal, tenemos un asunto pendiente, Hanks.

Todo en aquel hombre era amenazante. Hasta el tono de su voz sonaba como una advertencia, a pesar de que en ningún momento había elevado el tono.

Ella no era la única que podía percibir la aureola de peligro que rodeaba a aquel sujeto. Isabel pudo comprobar también que el capitán se removía inquieto sobre la silla y sus ojillos permanecían alerta.

—Sí, bueno… —carraspeó—. Cuando haga mi negocio, te daré tu parte.

—Ha pasado demasiado tiempo, los intereses han aumentado la deuda.

—¿Cómo dices? —protestó el pirata—. ¡No nos habíamos vuelto a ver! ¿Cómo diablos querías que te pagara?

—Cierto —pronunciaba sus palabras con una calma que parecía poner aún más nervioso a Hanks—. Pero si hubieras tenido intención de saldar tu deuda, habrías sabido dónde encontrarme, ¿verdad? Me da la ligera impresión de que me has estado evitando.

Mientras el Holandés se ponía cada vez más nervioso, Harrys se estaba divirtiendo de lo lindo. Parecía que aquel rufián, además de hacer trampas con las cartas, era conocido por no saldar sus deudas.

Sin embargo, todo apuntaba a que en aquella ocasión no iba a librarse. Harrys, de una u otra manera, saldría de allí con lo que le pertenecía. Nadie se reía del capitán Stephen Harrys.

—Vamos, Harrys… ¿Cómo puedes pensar eso?

Stephen volvió a posar su mirada en la joven. Era evidente que estaba aterrada, y no era de extrañar teniendo en cuenta quién la acompañaba.

Hanks notó la mirada interesada del capitán Harrys.

—Ni lo sueñes. Pienso sacar mucho con ella. Con ese dinero pagaré tu maldita deuda y estaremos en paz.

Stephen arqueó una de sus cejas y escrutó el rostro picado de viruela del Holandés.

La idea no se le había pasado por la cabeza, pero las palabras del capitán le hicieron sonreír y volver a mirar a la muchacha.

—No, te he dicho que ni lo sueñes.

Hanks estaba a punto de perder los nervios.

Isabel no entendía de qué iba todo aquello, aunque era evidente que tenía que ver con ella.

Sintió la mirada de aquel hombre nuevamente sobre ella, alzó los ojos y lo desafió. Sin embargo, la sonrisa torcida que adornaba su cara, le provocó un escalofrío. Era la sonrisa de un lobo, un lobo que acechaba a una presa.

Inconscientemente se llevó las manos al pecho, tratando de abotonarse aún más la chaquetilla.

El gesto no pasó desapercibido para Harrys que, tras rascarse el mentón pensativo, alargó un brazo y, con un ágil y rápido movimiento, apartó las manos de la joven y soltó los enganches de la prenda.

No oyó las protestas del Holandés. Tan sólo oía la sangre que su acelerado corazón bombeaba por todo su cuerpo hasta llegar a la entrepierna, produciéndole una repentina erección.

Los pechos blancos y turgentes que asomaban por el escote eran tan delicados y apetecibles como la fruta madura. Los pezones, que asomaban ligeramente por el borde del vestido, eran pálidos y tentadores; le hicieron tragar saliva.

Sintió la urgencia, la necesidad de saborearlos, de llevarlos a su boca y dejarse llevar por el placer que le supondría dejar que su lengua jugueteara con aquellas cimas rosadas.

La fantasía terminó repentinamente cuando la joven reaccionó y volvió a cubrirse con aquella especie de chaqueta corta que llevaba.

Poco a poco fue subiendo los ojos hacia los de ella y vio el fuego que ardía en ellos. La barbilla alta, desafiante, y la respiración ligeramente agitada eran claro síntoma de lo ofendida que se sentía por su acción.

Volvió a sonreír y sin apartar la mirada de ella dijo:

—Me la quedo.

—De eso nada —protestó el Holandés—. No puedes quedarte con ella, ya te he dicho que voy a sacar mucho dinero...

—Nuestra deuda queda saldada. —Su voz continuaba siendo tranquila, pero no por ello menos amenazante.

—Ella vale mucho más de lo que te debo —volvió a protestar Hanks.

—No me cabe la menor duda, pero ya te he dicho que los intereses por demora habían aumentado la cantidad inicial.

—¡No te la llevarás!

Iba a ponerse en pie, pero Harrys le lanzó una mirada de advertencia con sus azules ojos que le hizo desplomarse nuevamente sobre la silla.

—Me quedo con la muchacha —En aquel momento su voz sonó mucho más baja; aún así, y a pesar del barullo, se hizo oír más que de sobra.

Isabel miraba a uno y a otro, tratando de averiguar cómo terminaría aquello. Lo cierto era que ansiaba librarse del capitán Hanks. A pesar de que no se había portado del todo mal con ella, era un hombre desagradable al que no echaría de menos en cuanto se hubiera alejado de él.

Sin embargo aquel otro tipo, el tal capitán Harrys… Aunque físicamente no era como el resto de los rufianes que había visto hasta el momento, tenía una mirada de depredador y un aire de peligro en torno a él que la hacían temer terminar en sus manos.

De hecho, si Hanks le tenía miedo, sería por algo.

¡Era como escapar de las zarpas de la alimaña para terminar en la boca del lobo!

Podía notar la tensión que se había instalado entre los dos hombres. Hanks parecía sopesar sus opciones, mientras que Harrys, con un aspecto totalmente relajado, no perdía de vista a su oponente.

 

 

Lo vio ponerse en pie, con calma y sin hacer movimientos bruscos o innecesarios. Hanks no le quitaba la vista de encima y sus pequeños ojillos parecían estar arrojando dardos venenosos sobre él. Aún así esto parecía no amedrentar en absoluto a Harrys.

La seguridad y la prepotencia con que aquel sujeto se desenvolvía eran sorprendentes.

Estiró el brazo y tendió la mano ante ella.

Indecisa, miró al capitán. Temía que, hiciera lo que hiciera, se destarara una pelea. Aunque, visto de otro modo, tal vez aquello le diera la oportunidad de escapar.

—Vamos, encanto. Ha llegado la hora de salir de aquí.

Estaba claro que se refería a ella, pero no la miraba.

Con cierto recelo, Isabel se puso en pie, pero no asió la mano que le tendía.

Hanks parecía dispuesto a levantarse para impedir que le arrebataran a la muchacha.

Con un rápido movimiento, Harrys arrojó una pequeña bolsa de monedas sobre la mesa. Lo señaló con la cabeza.

—Ahí hay más que de sobra para arreglar cuentas.

—Pero ya te he dicho que ella vale...

—Y tú me debes una pequeña fortuna. —Tomó a Isabel del brazo—. Súmale lo que tienes en la mano, verás que aún sales ganando, vieja comadreja.

Hanks entreabrió los bordes de la bolsa. Al ver el brillo de las monedas, sus ojos se iluminaron codiciosos y una gran sonrisa curvó sus repulsivos labios.

—Sabía que al final llegaríamos a un acuerdo. —Se puso en pie y se quitó el sombrero—. Un placer hacer negocios contigo, Harrys.

Stephen caminaba hacia la salida, arrastrando tras de sí a Isabel, que miraba sorprendida al capitán.

—Adiós, preciosa —se despidió, lanzándole un beso con la mano.

No era todo lo que tenía pensado sacar con la venta de la muchacha, pero no estaba nada mal. Igualmente habría tenido que pagar su deuda con Harrys y al final habría ganado menos de lo que ahora tenía.

Después de todo no había sido tan mal negocio. Encontrarse con Harrys no estaba en sus planes, pero ya que había sido así, no podía por menos que darse por satisfecho.

Isabel pensó en lo rápido que aquel cretino había cambiado de opinión ante el sonido del dinero. Aunque en realidad, a ella eso le importaba poco, ya sabía que iba a terminar en las manos de un extraño de todas formas.

Una vez fuera aspiró una gran bocanada de aire que limpió sus pulmones de aquel olor acre y rancio que había respirado dentro del local.