Capítulo 27
Se encontraban tan cerca el uno del otro que sus alientos se confundían, los ojos de ella habían atrapado los de él, parecía como si nada en el mundo pudiera romper aquella unión invisible que los mantenía inmóviles uno frente al otro.
La respiración de Julián comenzó a agitarse por el simple hecho de tenerla tan cerca, un pequeño movimiento, tan solo un pequeño movimiento y sus labios se posarían sobre los de ella.
Inés se perdió en la oscura mirada de su marido, en aquellos ojos tan maravillosos y que tanto había extrañado. De manera casi imperceptible, se acercó un poquito más a él, atraída por aquella mirada magnética que la arrastraba sin remedio.
-Julián –musitó alzando la mano y dejándola reposar sobre el duro torso.
El leve contacto provocó que el cuerpo de Julián se tensara en el acto, ella lo notó. No se atrevió a interpretar su reacción y por temor a haberse precipitado, apartó la mano.
-No –articulo con voz ronca reteniendo la pequeña mano y volviendo a depositarla sobre su pecho- Inés, yo…
Se sintió embargada por la emoción al notar como la mano de Julián se apretaba sobre la suya, cálida y protectora. Él había comenzado a hablar, pero en esos momentos ella no necesitaba palabras, necesitaba sus besos y sentir sus brazos en torno a su cuerpo, por eso lo asió de la camisa y tiró de él hasta acercarlo a sus hambrientos labios.
La reacción de Julián no se hizo esperar, se hundió en ella con desesperación y necesidad de meses, dejándola sin aliento al hacerlo.
La rodeó con sus brazos y se dispuso a disfrutar de su delicioso sabor, mordisqueando, chupando y lamiendo cada parte de aquella tentadora y provocadora boca, cuando Inés se puso tensa a la vez que Julián sentía un extraño golpe contra su abdomen.
Sin deshacer el abrazo, se separó ligeramente de ella y la observó con el ceño fruncido.
-Parece que tu hijo también quiere participar –comentó con una expresión entre divertida y avergonzada.
-¿Eso ha sido una patada? –preguntó sorprendido, con los ojos muy abiertos.
Inés asintió con un gesto de la cabeza.
Con delicadeza, Julián deslizó la mano sobre el abultado vientre. Inés se estremeció visiblemente ante la caricia. Un nudo de emoción se instaló en su garganta a la vez que las lágrimas amenazaban con inundar sus ojos.
-Inés, no quiero que este niño viva en otro lugar que no sea esta casa –manifestó sin dejar de acariciarla y observándola con adoración.
-Me prometiste que no lo alejarías de mí –protestó ella poniéndose a la defensiva.
Ahora Julián volvía a mirarla a los ojos sorprendido por el comentario de ella. Repasó mentalmente sus palabras y casi sintió deseos de sonreír.
-Creo que me he explicado mal –aclaró acariciándole con suavidad la mejilla- quería decir que no quiero que os vayáis a ningún lado una vez el niño haya nacido.
Inés lo miró con sus hermosos ojos verdes brillando por la esperanza.
- Julián…. ¿de veras quieres tenernos junto a ti? ¿A los dos?
- ¿Cómo puedes dudarlo? – a pesar del cansancio que reflejaba su semblante, la sonrisa de Julián fue luminosa como un día soleado mientras acariciaba suavemente la mejilla de su esposa con el dorso de la mano.
Ella tragó saliva a la vez que se mordía el labio.
- Yo pensaba….-hizo una pausa y empezó de nuevo. – Te he rechazado tantas veces, me he negado a aceptar tu perdón, quería hacerte pagar todo el dolor que yo había sufrido y estaba dispuesta a no claudicar, pero cuando te vi allí en la taberna, tendido e inconsciente…entonces supe que no querría seguir viviendo si tú no estabas a mi lado.
- Inés…
- No, por favor – con la mano alzada lo interrumpió: - Déjame terminar.
Él asintió a pesar de que el deseo que sentía de volver a besarla resultaba casi doloroso.
- Permanecí junto a ti, rezando, suplicándole a Dios que te permitiese vivir para poder tener otra oportunidad y cuando al fin despertaste……parecías deseoso de perderme de vista.
- ¡No Inés! ¡No fue así! –sin ser verdaderamente consciente de lo que hacía, Julián la zarandeó suavemente. – Estaba desorientado y al verte junto a mí, tan seria y pálida, pensé que era el deber lo que te ataba….eso no podía soportarlo cariño. A veces, cuando casi enloquecía por todo lo que había perdido, me sentía tentado de hacerte cumplir tus deberes como esposa, de obligarte a vivir a mi lado; pero cuando la razón volvía a mi me daba cuenta de que no podía obtener a la fuerza lo que necesito de ti.
- ¿Y qué necesitas Julián? – preguntó Inés sonriéndole con ternura.
- Que me ames Inés, que me ames cada día que pase, que me ames en cada momento de mi vida, que me ames cuando estoy alegre, cuando me siento desgraciado, que me ames como yo te amo a ti, completamente, sin condiciones – añadió con fiereza.
- ¡Oh Julián! ¿Acaso no sabes que jamás dejé de quererte?
En ese momento Julián la rodeó con sus brazos, incapaz de seguir reprimiendo el ansia por sentirla cerca que sentía, pero un ahogado gemido hizo que se echara atrás, aturdido.
- ¿¡Inés!?
La joven estaba muy roja, mirando el suelo; sólo entonces se dio cuenta Julián del líquido que se expandía entre ambos.
- ¡Oh, Dios mío!
- Sí, creo que nuestro hijo ha decidió que este es un buen momento para nacer…
-No entiendo porque no puedo entrar –protestó Julián ante la puerta del dormitorio de Inés, visiblemente frustrado.
Doña Margarita, que había acudido en cuanto había sido informada que su hija se había puesto de parto, trataba de alejarlo de allí.
-Julián, por favor –suplicó empujándolo con delicadeza- Sería mejor que esperaras en el salón o en tu despacho, no es apropiado…
Un alarido les llegó desde el interior del cuarto, interrumpiendo a la mujer y tensando, aún más, a Julián.
-Voy a entrar –porfió, tratando de apartar a su suegra.
-Inés necesita concentrarse en traer a tu hijo al mundo –dijo asiéndolo del brazo- no necesita tenerte a su lado poniéndola aún más nerviosa.
El tono sensato de doña Margarita pareció hacerlo entrar en razón.
-Pero… está gritando –insistió, por última vez, sin demasiada confianza.
-Es normal, no le pasará nada, confía en mí –dijo con expresión cariñosa y comprensiva.
Mientras continuaban en el pasillo, los gritos y las protestas de Inés seguían llegando hasta ellos, haciendo que la decisión de Julián, de mantenerse al margen, flaquera por momentos.
-Anda, ve –le dio un último empujoncito para animarlo a que caminara hacia las escaleras y se alejara de allí. Estaba deseando volver junto a su hija, aunque sabía que Julián también necesitaba que alguien lo tranquilizara. Con una mirada preñada de ternura, lo vio alejarse.
Inés apenas fue consciente de la presencia de su madre, de nuevo, en la habitación. Sin embargo cuando la mujer se colocó junto a la cabecera de la cama, a su lado, agarró su mano con fuerza, mientras una nueva contracción le sobrevenía.
-No volveré a dejar que me ponga las manos encima –gruñó con los labios apretados mientras el dolor la atravesaba.
-Respira, cariño –aconsejó doña Margarita mientras dejaba que su hija le apretara con fuerza la mano- ya falta poco.
-Lo mismo me dijo la partera hace dos horas –escupió sin contemplaciones, taladrando a su madre con la mirada, como si ella fuera la responsable de todos sus males.
Una hora más tarde, agotada, sudorosa y dolorida, contemplaba a la hermosa niña que su madre le acercaba al regazo.
No pudo evitar sonreír a la vez que lágrimas de felicidad rodaban por sus mejillas aún encendidas por el esfuerzo.
-Es tan… perfecta –dijo apenas en un susurro, contemplando a la pequeña con adoración.
-Creo que aquí hay alguien que también está deseando conocer a la criatura –anunció doña Margarita al ver a Julián en la puerta, con el rostro desencajado.
Inés le sonrió y Julián se acercó al lecho algo más relajado. Había escuchado gran parte de las barbaridades que Inés había gritado durante el parto y temía acercarse y que lo rechazara, pero su expresión consiguió eliminar todas sus dudas.
Deseaba poder estrechar a su esposa entre sus brazos y mimarla, pero al acercarse y ver al pequeño ser que se acurrucaba contra el cuerpo de Inés, se quedó extasiado.
-Es una niña –dijo Inés con tono receloso.
-Y es tan preciosa como su madre –comentó sonriendo a la vez que acariciaba la diminuta manita de su hija.
“Su hija” pensó henchido de orgullo.
-¿De verdad no te importa que no haya sido un niño? –no pudo evitar hacerle la pregunta.
-No, no me importa. Al contrario –señaló esbozando una sonrisa sesgada y acercándose para depositar un suave beso en los labios de Inés- Tendremos que seguir intentándolo… ¿no crees?
Inés no pudo evitar sonrojarse al pensar en volver a estar en brazos de Julián.
Quince días atrás había llegado al mundo la pequeña Isabel, que era el orgullo de sus padres. Julián intentaba pasar el mayor tiempo posible con Inés, ya no era un sueño, Inés volvía a ser la mujer dulce y confiada del principio de su matrimonio, aunque su carácter también seguía latente. Dos días después de dar a luz Inés decidió levantarse ya de la cama a pesar de las protestas de Julián.
-Inés, aún estás un poco pálida, deberías quedarte un poco más reposando – rogó Julián una vez más mientras Inés se levantaba despacio de la cama.
- que no, Julián, llevo dos días sin salir de esta cama y ya estoy harta, necesito moverme – y para dar más énfasis a sus palabras asió la bata que reposaba a los pies de la cama y se la puso casi con furia.
Julián tuvo que reprimir una sonrisa al verla tan decidida, con el cejo fruncido y su dulce semblante crispado por la aparente cerrazón de su esposo. A pesar de que su cuerpo aún estaba algo marcado por el embarazo y por el parto para Julián era la mujer más hermosa y seductora que había conocido.
- Está bien, si quieres salir un poco yo mismo te acompañaré a dar una vuelta por el pasillo – sugirió a la vez que intentaba aguantar la risa al observar la reacción de Inés.
- ¡¿Una vuelta por el pasillo?! Eso ni soñarlo, Julián. Pienso dar una vuelta por el jardín – bufó a la vez que abría la puerta que comunicaba con su vestidor y dónde habían puesto la cuna de Isabel. Tras comprobar que la pequeña dormía plácidamente tras la alimentación, se enfrentó de nuevo a su marido con los brazos en jarras y actitud desafiante.
- No voy a lograr convencerte, ¿verdad? – le preguntó, fingiendo una actitud derrotada que no convenció a una recelosa Inés.
- No, pienso salir digas lo que me digas – no había terminado la última palabra cuando un grito de asombro escapó de sus labios.
Julián no había aguantado más para cogerla en brazos y salir con ella de la habitación. Inés, por instinto se agarró firmemente a su cuello, y tras unos segundos apoyó la cabeza en su hombro con una sonrisa, aunque al hablar trató de fingir enfado.
-¿Se puede saber qué estás haciendo?
- Tú querías ir al jardín, yo te llevo. – era así de simple, y así de cierto.
- No estoy inválida, puedo andar perfectamente
- Pero tenías que bajar escaleras
- Claro, ¿y qué? - Inés ahora sí que no entendía nada. Al cruzar su mirada con la de Julián comprendió los temores de su esposo. ¡Hombres! La creía capaz de caerse por las escaleras. AL llegar al vestíbulo y dirigirse hacia la parte de atrás de la casa se cruzaron con Domingo y Julián muy serio le encomendó el cuidado de la señorita Isabel como si ellos fueran a salir mucho tiempo. Ahora sí que Inés no puedo evitar poner los ojos en blanco, lo que divirtió aún más al mayordomo.
Finalmente, la visita al jardín se convirtió en un pequeño respiro muy placentero para ambos. Julián estaba olvidando toda la tensión del parto e Inés se sentía feliz de poder estar junto a su marido y su hija. Todos los errores quedaron atrás y solo pensaban en el día a día de su retoño.
Ahora, quince días después de su nacimiento, Inés estaba totalmente recuperada, y Julián no cupo en sí de gozo cuando ella le pidió que compartiera su lecho, aunque solo fuera para abrazarla, de momento tendrían que dejar las intimidades maritales para más adelante.
Era medianoche, cuando la quietud de la casa quedó interrumpida por un estridente berrido, tan súbito como predecible. Julián, que rodeaba la cintura de Inés con un brazo se despertó sobresaltado, hasta que reconoció el ruido y dejó caer la cabeza con cansancio sobre la almohada. Inés se despertó casi de inmediato y medio somnolienta se calzó y recogió la bata mientras se dirigía al vestidor.
- No entiendo por qué no quieres una nodriza Inés, al menos para por la noche – era la decimotercera vez que Julián se lo decía, una por cada noche que le había despertado el llanto de su hija.
- Porque no, y no insistas. Sé que yo no debería darle el pecho, pero en cuanto la vi, fue como un instinto. Y ya te lo he dicho, si no quieres que te despierte puedes volver a tu dormitorio hasta que Isabel crezca un poco más.
Julián esperó a que volviera con la niña en brazos, que se removía inquieta, ansiando el alimento que necesitaba. Rodeando con un brazo a su mujer y a su hija le susurró al oído.
- No cuentes con ello. Seguiré viniendo a tu lecho todas las noches, da igual que necesite dos cafés para despejarme por la mañana. Además así tendré una escusa cuando mi administrador me diga que parezco un poco distraído.
- Serás rufián, echarnos la culpa por tu falta de atención – le recriminó cariñosamente Inés.
- No dirías eso si pasaras una mañana entera con él, duerme hasta a las ovejas.
Las risas de ambos quedaron en la intimidad del dormitorio, hecho fehaciente de su renovado matrimonio.
A través de la neblina de aquella fría mañana podían entreverse la figura de un hombre, en pie, solo, entre las lápidas del pequeño cementerio familiar. Julián se había despertado temprano, completamente despejado, y había salido a pasear, dejando a Inés descansando plácidamente. La noche anterior había hecho el amor con su esposa, después de tantos meses sin compartir el lecho, no como cónyuges. Si había existido alguna duda, algún temor, por parte de cualquiera de ambos, sobre los sentimientos hacia el otro, tras la noche pasada había sido disipada. El amor que las palabras que no sabían cómo pronunciar, la intensidad que no parecía poder describirse, había sido confesada a través de las caricias, de los besos, de los abrazos.
Un sonido justo detrás lo sacó de su ensimismamiento. Su preciosa Inés, su mayor tesoro, se acercaba hacia él, todavía con el camisón puesto y un enorme echarpe cubriéndole. Abrió sus brazos en silencio, y ella se arrebujó contra él, dejándose atrapar en el refugio de su cuerpo.
- Sabía que estarías aquí.
El suave susurro de ella le animó a confesar el desasosiego que sentía a veces, la única sombra en una vida que, por fin, había cobrado sentido al lado de su esposa y su hija. La abrazó más fuerte, antes de hablar.
- ¿Para qué todo esto, Inés? ¿Acaso no tuvo suficiente?
La lápida de Ginés se alzaba frente a ellos. Inés le acarició la espalda, sin soltarle, sin querer mirar en los ojos de su esposo, en la angustia que seguro reflejaban. Sabía que él sufría, tratando de entender.
- Tuvo suficiente, Julián, tuvo lo que cualquiera de nosotros desearía, pero no supo apreciarlo. - Sabía que él la escuchaba, atento, buscando consuelo, comprensión. –Tuvo tu amor y tu respeto, pero no fue capaz de apreciarlo. Tuvo mi amor y mi respeto, también, pero tampoco supo qué hacer con él. Fue bendecido con aquello que nosotros tenemos ahora, pero no con la habilidad para satisfacerse con ello. No le culpes por lo que casi nos ocurrió a nosotros, Julián. Tampoco supimos, al principio, conformarnos con lo que teníamos, con lo que estábamos construyendo, y por poco nos cuesta no solo la vida, sino también, y más importante, nuestro amor y nuestro respeto. Nosotros, confundidos, queríamos la rendición del otro. Quizá también él, confundido, quiso mayor posición y fortuna a partir de nuestra desgracia.
Sintió que él la abrazaba con más fuerza, lo que la animó a proseguir.
- Me gusta recordarlo como el amigo de correrías que fue antes de que todo se volviera gris. Y me gusta pensar que, de haber tenido la oportunidad, con el tiempo hubiera hallado la felicidad, cerca de nosotros.
Ambos sabían que difícilmente habría ocurrido, pero tendría que bastar.
- Volvamos a casa, Inés.
Ella le tomó la mano, con esperanza, y sonrió.
- Regresemos, Julián.
Y juntos, hicieron de nuevo el camino hacia el hogar que les esperaba.
FIN